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Malú y el globito basurero

en Textos de risa

Hace algunos años tuve como negocio una tienda de artículos de la Nueva Era; ustedes saben: libros de autoayuda, inciensos, esencias, adornos feng-shui y esas cosas. El negocio era próspero y realmente no podía quejarme. Como trabajaba con ventas al por mayor y menor, casi de inmediato necesité ayuda; si bien mis asistentes atendían la tienda principalmente, tomé la costumbre de denominarlas "secretarias", ya que dada la labor todo-terreno que me realizaban (ventas, información al cliente, pagos al banco, cobros al banco, limpieza,…), sabía yo que al presentarlas así ante mis clientes, ellas -por decirlo de alguna manera-, se sentían "importantes", y así trabajaban mejor.

Casi todas mis secretarias fueron amigas mías, hasta que llegó Malú a mi tienda y a mi vida: fue la única a la que contraté por un anuncio que puse en el periódico. Mi anterior asistente, me dejó intempestivamente por problemas familiares y no tuve tiempo de buscar a alguna amistad dispuesta a tomar su lugar. Malú era alta, espigada y bastante atractiva: piernas bien torneadas, cintura estrecha, senos redondos, culito ancho y durito, una carita de ángel y una larga melena negra; todo un pimpollo. Tenía apenas 18 años y era su primer trabajo. Simpática de trato, se adaptó con facilidad a sus obligaciones: atender el teléfono, organizar la agenda y memorizarse para qué servían los productos.

Yo nunca me había enredado yo con alguna de mis secretarias (y tampoco había pensado hacerlo con Malú), pero casi sin proponérnoslo, ocurrió: una noche, cuando ya cerrábamos la tienda, nos cruzamos sin ningún motivo en la trastienda. Un par de miradas silenciosas, unos suspiros contenidos y en un dos por tres ya estábamos los dos tirados en le suelo, desnudándonos a toda prisa, y besándonos por todos lados: Malú era una apasionada y fogosa chiquilla, y que gozaba como ninguna el montarse en mi verga, haciéndome disfrutar hasta dejarme exhausto (¡que bonito es tener sexo espontáneo!, ¿verdad?), en fin, a partir de ese día, la rutina del trabajo se volvió más que placentera: tras cerrar y cuadrar las cuentas, mi querida Malú me iba a buscar a la trastienda (donde yo me plantaba frente a la compu, escribiendo los bocetos de lo que serían después mis relatos de TR), y sin mediar palabra ella se me sentaba en las piernas hasta convencerme –sin ningún esfuerzo-, de coger sin ninguna complicación. Así es, amigos míos: nuestra relación era simplemente pura pasión sexual: salvo esos ratos del final del día en que me dejaba hecho polvo (resultó ser fanática de las danzas brasileras, así que tenía un físico envidiable), no manteníamos ninguna otra relación, salvo la laboral; es decir, éramos "amigos con atribuciones" como le dicen ahora, y eso, a pesar de que yo no tenía pareja, ni ella tampoco.

Así pasaron dos dichosos meses en nuestra pequeña tiendecita,… hasta que llegó el Día de San Valentín: como era lógico, decoramos el local por completo con globos rojos. Aquel día trabajamos hasta tarde, pero no hubo "relax en la trastienda",… Malú tenía una exhibición de danzas en una discoteca: Ella soñaba con una emocionante carrera como bailarina (¡qué chica de su edad no sueña con eso!), así que tampoco hicimos planes para más tarde, aunque eso en realidad no nos molestaba para nada. Al día siguiente, estábamos de nuevo en la tienda, pero la noté un tanto extraña; se le notaba un semblante algo triste:

- …¿Vas a quitar la decoración?,… -,me preguntó melancólica, mirando los globos.

- …Y, sí,… –le respondí-,… no voy a guardar los globos inflados hasta el próximo año,…

Tras eso, ambos comenzamos a retirar los globos, pero ella más bien, con un notorio desánimo. Ya me había encargado yo de desinflar o reventar casi todos cuando Malú se me acercó con el último en sus manos:

- …¿Me puedo quedar con éste?,…

Era una tonta petición, pero no le dí importancia: accedí, tras lo cual le brilló la carita y de un brinco se me tiró a los brazos, para agradecérmelo a besos,… asimismo, al terminar el día, mi querida Malú me repitió su gratitud en la trastienda: me fué divertido ver a Malú vestirse, para luego tomar su globo y despedirse con un beso, llevándoselo a casa. A final de cuentas, aún era una chiquilla.

Con el pasar de los días, las cosas tomaron otro cariz: no solo mi secretaria volvió al trabajo al día siguiente con su globo, sino que comenzó a comportarse de forma extraña. Espiándola, descubrí que hablaba a solas con el globo ese, ¡incluso le pintó ojos y una sonrisa –un "smile"-, con un plumón!,… ¡trataba a ese pedazo de látex con aire como si fuese una mascota o algo parecido! Tratando de no darle importancia, me le acerqué al mostrador: quería saber yo acerca de los gastos del día. Traté de no darle importancia al globo del cuerno ese,… pero me era imposible, era como "si me mirase",… y para colmo regalándome esa expresión burlona de "smile". A pesar de que esforcé por comprender la mente femenina (casi toda mi clientela lo era, ¿algo se aprende, no?: así aprendí a no esforzarse por entenderlas,..); pero como siempre ocurre, mi reacción más bien fue absolutamente masculina:

- ...¿Qué es esta joda?,… -, le pregunté extrañado.

- Es mi globito: es mi compañero-, me respondió alegremente, y muy segura de lo que decía.

No pude dejar de sonreírme: el asunto me parecía una completa babosada y traté de no darle importancia a "su amiguito". Yo sostenía en mis manos un cigarro encendido (soy un fumador empedernido), y en ese momento, el aire del ventilador encendido movía peligrosamente al globo sonriente contra la punta encendida de mi pucho. Malú se sobresaltó: soltando un grito, y con un movimiento felino, logró apenas salvarlo de su irremediable final.

- …¡¿QUÉ HACEES?!!! -me increpó mientras abrazaba al globo, alejándolo-, ¡¿CASI LO MATAS?!!...

Yo estaba alelado. ¿A quién miéchicas le importa un globo?;¡yo no estaba más que parado ahí, hablándole a ella!

-...Malo: tú odias a mi globito. Lo ví desde el principio...-, continuó diciéndome, haciendo pucheros.

El asunto era de lo más estúpido. Queriendo cortar por lo sano, me retiré a mi oficina, en la trastienda. El resto del día lo pasé atendiendo mis cosas. Por la tarde, abriendo la puerta a ratos, observé silencioso a ver que hacía Malú: ¡estaba conversando quedamente con el globo, cual si fuese un ser vivo!, ¡le pintaba una y otra vez los ojos y la sonrisa, como si fuese una muñeca! Definitivamente, aquella niña no había tenido infancia. Conforme veía su comportamiento -más parecido al personaje de Tom Hanks en "El naúfrago"-, comprendí que el asunto era la soledad, amén del deseo de "evadirse" de la realidad. Tal vez ya le aburría el trabajo, no lo sé,…

Recordé también en ese momento una película que ví cuando niño: era acerca de un niño que recorría toda la ciudad tratando de alcanzar su globo. Unos niños lo destruyen y los globos de todo el mundo, conmovidos por su amor por el desparecido, van por el crío, llevándoselo al cielo. Es bonito tener sueños, y lo mejor es no dejarlos morir. Como Malú seguía sospechando que yo pensaba hacer un "globicidio", decidió a partir de ese día, ponerlo a buen recaudo: sosteniéndolo con la cañita que tenía, lo apoyó en la papelera: de ahí es que quedó bautizado como "el globito basurero".

Obviamente, nuestros encuentros al final del día se vieron también transformados, ¡pero de la peor manera: Malú llevaba el globo a la trastienda!, así pasé a disfrutar muchísimo menos,… nunca me había hecho yo problemas por que alguien me viera cogiendo pero,…¡era una cara sonriente!: como que sentía yo algo así como que se burlaba de mi "performance". Mientras Malú rebotaba con salvajismo su culito sobre mi pieza erecta, gritando como una descosida, yo sentía encima mío esa mirada de sorna: mil pensamientos estúpidos volaban dentro de mi cabeza (…¿se reirá del tamaño de mi pieza?,… ¿de que tal vez no lo hago bien?, ¿sabrá algo que yo no sé?,… ¡QUÉ CARAJO: SI ES UN MONTÓN DE AIRE!!!,…); nuestras sesiones amatorias terminaban con Malú la mar de satisfecha, vistiéndose y yéndose a casa, con su globito,… y yo medio baboso y muerto de cólera: empezaba a odiar al jebe ese,…

Pasaron los días y Malú seguía atendiendo en el mostrador, contentísima con su globo al lado. Traté de no hacer caso y dejar tranquila a Malú con "su amigo", pero en el fondo, su presencia me estaba descuadrando por completo: ¡ni siquiera había yo tenido celos por el consolador de una ex novia y ahora me pasaba esto!!; hasta sin razón me hacía recordar el asunto ese, un estúpido chiste americano de la guerra fría: un comunista decía, "…en Rusia somos tan pobres, que no tenemos muñecas inflables: tomamos un globo y le dibujamos una carita,…". En fin, me resigné por un tiempo a tenerlo de "voyeurista" al cierre de la tienda.

Así estaban las cosas cuando, aprovechando un feriado largo, junto con mi hermano mayor –muy hábil con las manos-, comenzamos unas postergadas mejoras a la tienda: empezamos por confeccionar un nuevo mostrador, hecho por nosotros mismos, en vidrio y aluminio. Malú nos acompañó ese día para adelantar un poco en la limpieza. Casi acabando, estábamos colocando unos bordes de aluminio al flamante mostrador, cuando ocurrió lo impensable: Malú estaba sentada a un extremo de la tienda, aburrida, y nosotros estábamos cortando la última pieza cuando, un pedazo de metal saltó por los aires, como una lanceta: no tuve tiempo de reaccionar. Como una daga lanzada por el destino, fue a parar al tacho de la basura:

-¡PLAF!

A la pobre Malú se le desencajó la cara con la pequeña explosión. Como podrán imaginarse, lo que vino fueron los gritos de la beba y la constatación, al recoger pedazos del extinto juguete, que se había ido para siempre. Me costó muchísimo trabajo hacerle entender que fue un accidente: ella estaba inconsolable:

- ...Lo ví moviéndose de un lado a otro, como diciéndome: "salvenmé,… salvenmeee!"....-, decía una y otra vez la pobre Malú.

Recordé entonces que nos quedaban algunos globos en alguna parte. Le tuve que prometer darle uno nuevo. Mi hermano se desternillaba de risa con mis esfuerzos ("¡toda la vida las mujeres te van a controlar!", me dijo después); tras unos minutos inflando y pintándole la cara, le entregué un nuevo "globito basurero",… lo malo era que ya no tenía globos rojos, sólo blancos. Al fin se tranquilizó. Cuando mi hermano se marchó, ahí Malú me lo soltó:

- ...¡No es lo mismo! -me dijo haciendo pucheros-, el "globito basurero" era MI AMIGO: ME ESCUCHABA, SABIA DE MIS COSAS,... a este lo voy a querer igual, pero lo voy a cuidar día y noche: ya no te quiero....

A partir de ese momento, Malú asumió otra obligación sin que yo se lo pidiese: cerraba todos los días la tienda (y ya sin diversión de final del día), y asegurándose de no dejarme en ningún instante solo con "ÉL". Con el correr de los siguientes días, descubrí que el enojo realmente no se le había pasado: comenzó a contarles lo ocurrido a mis amigas que iban a la tienda.

- ¿Por qué eres tan malo? -me soltó de pronto una de ellas-, ¿quién es tan miserable como para romperle su globo a una niña?, ¿qué no tuviste infancia?...

- ...¡Pero si tiene 18 años!!!!! -, increpaba yo ante esas acusaciones.

Ni modo, ahora era yo un malvado de cabo a rabo. El "espíritu de cuerpo" que las mujeres tienen entre ellas, no siempre lo usan para una causa justa, o menos, para una causa lógica. Esa noche hablé con Malú: prometió no volver a hablar con nadie del asunto, pero aún así no dejó de coger el bendito globo y llevárselo consigo a todas partes, cuando la enviaba yo a hacer alguna diligencia a la calle. Siendo sinceros, ya empezaba yo a odiar también a esa "cosa".

Algunos dicen que, algunas veces, Dios parece tener un cruel sentido del humor: yo estoy convencido de eso. "Globito basurero, versión 2.0" no llegó a completar una semana de "vida". Un día, mandé a Malú a hacer un depósito al banco. Era una tarde aburrida y me senté en su lugar, en el mostrador. Bajé la mirada y en la papelera, ahí estaba el maldito globo: Malú olvidó llevárselo. Lo tomé y mirándolo con desprecio, lo tiré al piso, molesto por lo que me estaba hecho pasar. Al poco rato sonó el teléfono: una de esas llamadas que traen malas nuevas y que te hacen terminar gritándole al que está al otro extremo de la línea. Tiré el auricular con rabia al acabar de hablar, a la vez que tiraba al suelo el cigarro que estaba fumando:

- ¡PUM!

¡EL "GLOBITO BASURERO" EXPLOTÓ!; ¡LA MALDITA COLILLA ATERRIZÓ JUSTO EN MEDIO DE SU SONRISA DE PLUMÓN!,.... ¡LES JURO SEÑORES DEL JURADO, FUÉ UN ACCIDENTE: YO NO LO MATÉ!!! (…¿qué carajo digo?, ¡si esa cosa no estaba viva!), ¡SOY INOCENTE, SOY INOCENTEEE!!! (no le crean a Fujimori ni a Laura Bozzo, pero creánme a mí, por favoooor!,…)

No se imaginan lo mal que me sentí: nunca me había sentido tan mal. Desesperado, comencé a caminar nerviosamente por la tienda. Urdí un plan para salir de este asunto (si le decía la verdad a Malú, seguro que me mataba); recogí los restos y volando me fui a la tienda de artículos para fiestas más cercana ( …¿se han dado cuenta de que, cuando se necesita algo con desesperación, no lo encuentra?), para no hacerla larga, tras correr como cuatro cuadras, finalmente estaba yo de vuelta: Malú aún no volvía. Si tenía suerte, las malditas colas del banco me salvarían el pellejo. Sin aire –por el correteo-, logré con las justas inflarlo; cuando dudaba en pintarle la sonrisa o no (no sabía si me saldría igual), Malú regresó. ¡Para qué contarles el drama que se armó!, yo, tratando entre risas nerviosas de explicarle lo ocurrido, ella, soltando sus lagrimones acompañados de mocos y babas. No pasamos casi toda la tarde en ello.

-.... Eres un "asesino de globos"...-, me repetía una y otra vez.

Si hay alguien que sabe que es sentirse realmente culpable provocar una maldad inconscientemente, seguro que ese soy yo: Malú estaba inconsolable y por nada del mundo quería aceptar a "Globito basurero versión 3.0"; tuve que mandarla a casa, mientras yo me quedaba ahí, sintiéndome realmente miserable.

Las relaciones jefe-secretaria estuvieron realmente mal durante algunos días (¡y ni pensar en las otras!,..), afortunadamente, encontré una forma de congraciarme: les pedí a mis amigos que me ayudasen a convencerla de salir a celebrar el Día de la Secretaria -no fué difícil, ya que todos la tenían en la mira-; fué una salida de esas que uno siempre recuerda: Malú comenzó a sonreír después de tantos días, al verse adulada por tantos chicos a la vez. Bailamos, bebimos y nos divertimos a lo grande. Tras una escapada al baño, Malú conoció en esa disco a un chico de su edad: para desánimo de mis amigos (y mío también), congeniaron de inmediato; al poco, se volvió su enamorado. Gracias a Dios, ya tenía alguien a quién martirizar,… y ya no a mí.

Las cosas se arreglaron a partir de ahí; ya no hubo globitos en la tienda y pude al fin tener una buena relación laboral con Malú ( ¡y me quedé sin polvos al final del día!, snif,…) Cuando mis amigos recuerdan aquel suceso, no paran de martirizarme: todos me acusan de "mata-globos" y se burlan de mi desconcierto en aquella oportunidad. Ahora, cada vez que veo por ahí un globo, recuerdo con nostalgia a Malú,… pero cada vez que a un niño se le revienta su globo o se le escapa al cielo y comienza a llorar desconsolado, me siento tan mal que debo irme de ahí lo más rápido posible.

Si vuelvo a tener una secretaria, juro que pondré cámaras de seguridad en mi negocio: debo asegurarme de poder probar bien mi inocencia.

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