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Demencia 5 (11)

en Grandes Series

Las horas pasaban y el Almirante Onassis se mostraba otra vez muy nervioso: no solamente no tenía noticias del paradero de su hijo -habiéndose acabado hace ya más de una hora el partido-, sino que ya no sabía que decir para apaciguar la creciente impaciencia de la hija de su invitado de honor. Caminando de grupo en grupo de notables reunidos en la recepción, el Almirante trataba de hacer tiempo conversando banalidades para tardar lo más posible antes de regresar a la mesa donde la comitiva de Epson Eridani le aguardaba. Despachando uno tras otro vaso de whisky, nervioso, pensaba para sí si no sería adecuado hablar con su sobrino, el Teniente de la Armada Benjamín Patton, para que se hiciese pasar por su desaparecido e irresponsable hijo. Caminando por todos lados como fiera enjaulada, el militar se acercó a Morgan que, estaba analizando el desempeño de los mozos-androides.

¿Sabes algo de Rey? -, le preguntó.

Las últimas noticias dicen que lo sacó del estadio una turba en hombros - informó el androide-, de ahí, nadie sabe adónde se lo llevaron.

¡Maldición! – exclamó el padre de Patton-, y ya no se me ocurre de qué hablarle a la Princesa para que no se aburra. Sigue averiguando y avísame si llega.

Correcto, Almirante.

Mientras el androide se retiraba a buscar más información, el Almirante se quedó parado ahí, pensativo, observando a los invitados de honor en la mesa, que con la mirada prácticamente le ordenaban que se acercase. Suspirando y pensando rápidamente en nuevas mentiras para contar para ganar más tiempo. Afortunadamente, apareció de nuevo Morgan, trayéndole buenas noticias.

Almirante: el Señor Rey acaba de llegar. Como vino sin cambiarse del estadio, entró a la casa por la puerta posterior. Está en la cocina.

Gracias Morgan.

Al fin aliviado, el Almirante se dirigió presto a hablar con los invitados de honor para luego ir a la cocina de la mansión para evitar que su hijo trate de escapar a su promesa. Al poco rato el Almirante Onassis entro apurado y casi hecho una furia a la inmensa cocina. En la parte posterior de la misma, encontró a los sirvientes de la casa aplaudiendo y abrazando al joven flamante campeón mundial. Observando desde prudente distancia, el Almirante maldisimulaba el orgullo que sentía por su muchacho: en medio de los sirvientes, casi ahogado por "Mamá Micaela" que se colgaba de su cuello emocionada hasta casi hacerlo caer, recibía al mismo tiempo los besos de Estrella y las palmadas de Paris el chofer, silencioso y con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. Poco a poco los sirvientes se abrieron para dejar ver al padre a su triunfador hijo: tenía puesto aún la armadura blindada, con casi todo el uniforme de plasti-tela rota, hecha jirones y mostrando en pecho y brazos de la armadura, golpes chamuscados y decenas de dentelladas de las garras de los contrincantes; el pelo revuelto y todo sudoroso, pero sin dejar de sostener en las mano derecha el enorme trofeo de cristal y la medalla de máximo goleador del torneo que milagrosamente aún colgada en su cuello. Padre e hijo se miraron en silencio: el Almirante no cabía de gusto al verlo llegar así, como un guerrero victorioso tras la batalla, y sobre todo, VIVO.

Rey Patton quiso en ese momento que su padre, finalmente le mostrase, aunque sea con un abrazo, ese cariño que él tanto deseaba desde niño, y más aún, desde que su madre murió, y que tanta falta le hacía. Héctor Onassis deseaba con todas sus fuerzas abalanzarse sobre él,....pero le era imposible; no sólo sentía –como siempre, en todo ámbito de su vida-, que debía atender sus prioridades como anfitrión en la importante recepción (¡el maldito trabajo antes que todo!), sino que debía mantener también su imagen de autoridad ante él, para demostrarle que esa fama era efímera, y que no podía pensar en que el deporte sería una carrera digna para un Onassis. Decidió finalmente desilusionarlo.

....Ya era hora que llegaras,… –dijo gravemente-, ve con Morgan a cambiarte: los invitados esperan.

Por un segundo el silencio en el lugar se prolongó, como si todos esperasen que algo se quebrase en algún sitio de la cocina: era cierto, silenciosamente, la alegría por la victoria se había quebrado en el corazón de Rey Patton. El joven tuvo las ganas de destrozar ahí mismo el trofeo que tanto le había costado ganar, gritarle de todo a su padre y mandar al diablo a todo y a todos,… pero no pudo: ese maldito y arrogante viejo que le había mandado al diablo todos sus sueños e ilusiones era su padre, y lo quería, a pesar de todo. Ahí estaban uno delante del otro, jamás diciéndose lo que deberían: sólo el Único sabía cuanto Rey deseaba recibir atención de su padre, y sólo el Único sabía cuán orgulloso y querido por su único hijo era aquel viejo militar.

Si, padre,… -, respondió Rey con amargura, para luego cruzar la cocina seguido por Morgan el androide rumbo a su habitación.

El Almirante Onassis sintió las miradas de reproche de todos los presentes sobre sus espaldas. No pensaba dar explicaciones de su proceder, por lo que les dio rápidamente las espaldas mientras regresaba al salón.

¿Qué esperan? –dijo antes de salir a los sirvientes-, la recepción aún no ha terminado.

Mientras el militar sentía las puertas corredizas de la cocina cerrarse tras de él, cerró los ojos por un instante (y casi casi dejando escapar una pequeña lágrima), pensó en su mujer fallecida y mentalmente, apretando fuertemente con los dientes el puro que llevaba en la boca, elevó mentalmente una plegaria al amor de su vida: "Cassandra. Perdóname, pero sabes que lo hago por el bien del chico". Avanzando con paso marcial, el militar caminó por los pasillos de la casa rumbo al Salón principal; el aplomo de su caminar, poco a poco le devolvieron la compostura perdida por un instante. Cuando casi estaba por llegar a las puertas que daban al salón, giró la vista hacia la habitación al lado, que tenía la puerta abierta y de la cual salían fuertes carcajadas y nubes de humo: en el Salón de Trofeos de su mansión, y los más altos mandos militares invitados a la recepción -sus camaradas de armas-, se hallaban reunidos en círculo, de pie en medio de la sala, fumando sus puros y con sendas copas de cogñác en las manos; al verlo pasar, el oficial de mayor antigüedad, el General Antonnio Anger, Jefe del Estado Mayor del Ejército, le pasó la voz:

Almirante, venga por favor - dijo solemne y con mucho respeto-,… ¿sabe Onassis?, su muchacho le dio hoy una verdadera paliza a la Academia Militar.....

Hizo lo que siempre hace un Onassis- respondió con orgullo y altivez Héctor Onassis-, nunca perder, siempre triunfar,...

Si la Armada decide crear un equipo de Lasserball y su hijo decide entrar a la Academia Naval, que el Único nos ayude, por que no volveremos a campeonar- dijo alegremente el militar, para luego alzar su copa y dirigirse a los presentes-, ¡caballeros, alcen sus copas conmigo y hagamos un brindis militar por Rey Onassis, digno hijo de su padre. Salud!

¡¡¡¡¡SALUD!!!!-, respondieron todos.

Casi en secuencia, los militares en la sala de trofeos tomaron sus copas vacías y comenzaron a estrellarlas con fuerza contra los leños holográficos de la chimenea encendida que estaba al frente de ellos. Mientras las copas se reventaban y los militares hacían retumbar la pequeña sala con sus ¡hurras! por el anfitrión y su hijo, el Comandante General no cabía en sí de gusto,… lamentablemente esa demostración y su infinita sonrisa de dicha, no llegaron a ser vistas ni escuchadas por el joven Rey Patton.

El dormitorio de Rey Patton, desordenado y a media penumbra, retumbaba con la música a todo volumen. Morgan, el mayordomo androide, esperaba de pie, en silencio, mientras la habitación completa se inundaba de nubes de vapor que llegaban a través de la puerta del baño abierto. Tras la odisea deportiva, Rey Patton se esforzaba por medio de una prolongada ducha de vapor, de quitarse de encima el atroz dolor que le emanaba de cada músculo de su cuerpo. Dejando que el chorro de agua hirviente le cayese de pleno en la nuca, apoyando las manos contra la pared. Pensaba, pensaba sobre las palabras que su padre le había dicho momentos antes en la cocina; "....Ya era hora que llegaras,… los invitados esperan" ¡Maldita sea: ni haciéndome matar me prestara atención!, pensó.

Silencioso y molesto, Rey salió de la ducha cubierto por una toalla. Sentándose en la cama, observaba a ninguna parte, mientras se secaba el cabello. Morgan, atento a sus movimientos, observaba con sus sensores visuales al muchacho molesto que, de rato en rato, lanzaba una mirada lánguida a la mesa de noche: sobre ella, espléndida, refulgía la inmensa copa de cristal que había recibido como capitán de su equipo, y en la base de la misma de leía en letras de oro sobre platino, el título conseguido: "FEDERACIÓN DE LASSERBALL ASOCIADO- DIVISIÓN SUPERIOR AÑO 2,345 AL CAMPEÓN MUNDIAL". El androide, gracias a su programación en protocolo humano, sabía perfectamente cuándo hablar, y cuándo quedarse callado, como en momentos como ese. Así que, silente, se deslizó por el dormitorio llevando las prendas que el joven debería portar en la gala que se realizaba allá abajo.

Debe sentirse muy contento, joven Onassis –dijo Morgan-, todos están muy orgullosos con su desempeño…

…. ¡Sí, claro!, pero parece que no a todos en esta casa les interesa lo que hago –, replicó con amargura e ironía Rey Patton.

Considero que el Almirante Onassis también está orgulloso de su performance.

Lo dudo. Él sólo estaría orgulloso si algún día me pongo el estúpido uniforme de su maldita Academia Naval….- respondió Rey Patton mientras se secaba, aunque realmente hablaba más para sí mismo que para el androide.

Pero eso es algo que usted no hará definitivamente, joven Onassis – respondió Morgan, ejecutando una sugerencia verbal programada por el padre de Rey hacía poco-, tal vez el Almirante sólo desea que se porte mejor y no le haga quedar mal.

….Mmm, quizás tengas razón, Morgan- exclamó Rey a la vez que saltaba de un lado a otro de su cama, estirándose para alcanzar un florero de cristal-, ya sé qué haré: haré que la princesa esa tenga una noche inolvidable….

Algo frenético, Rey comenzó a tirar por todo el cuarto el contenido del florero que utilizaba para guardar chucherías, y ante la mirada horrorizada de Morgan, que acababa de limpiar la habitación. Rey pensaba para sí mismo que si lograba que la princesita esa se llevaba una buena impresión de él, su padre tal vez dejaría de tratarlo como un mueble más de la casa y le haría algo de caso. "tiene que estar por aquí" –, pensaba Rey mientras buscaba entre el sinfín de baratijas.

…. ¡Aquí está!-, exclamó jubiloso mientras introducía algo en el bolsillo de su chaqueta.

¿Una noche inolvidable? -, inquirió Morgan extrañado-,…. la última vez que dijo que sería una noche inolvidable con una joven, terminó acostándose con ella y sus dos hermanas a la vez,… y no creo que eso le agrade a la princesa,....

¡No me refiero a ese tipo de noche inolvidable! – exclamó Patton-, me refiero a una de las buenas, Morgan.

Ah. Entiendo,…..creo.

Rey Patton se detuvo, y atisbó el salón lleno de gente; sabía que se desenvolvía con excesiva torpeza por en medio del salón de recepciones de su casa en esos casos (en parte por su casi nula costumbre de departir en fiestas de ese tipo, en parte por tener que disimular el desagrado que le causaban aquella gente, petulante y creída) Mientras trataba infructuosamente de adaptarse a la situación, una firme y maciza mano rodeada por entorchados de uniforme militar de gala se alzó a un extremo de la concurrencia, y en el aire, comenzó a chasquear los dedos insistentemente; no le hizo mucha falta a Rey reconocer la forma como su padre le llamaba la atención para que se acercase donde se encontraba él y sus invitados de honor. El joven, dando un hondo suspiro comenzó a caminar desganadamente hacia esa dirección, a la vez que robaba una copa de whisky de la charola de un androide que pasaba, la cuál comenzó a apurar mientras se acercaba a los personajes reunidos.

Junto a su padre, parado cual estatua militar, se hallaban los dos invitados de honor y, pasos atrás, casi ocultos, sus edecanes: el hombre alto, anciano y arrugado y casi se diría aplastado por la pesada y larga túnica color marfil llena de signos ininteligibles. La muchacha adolescente que le acompañaba, se erguía solemne y sonriente, exhibiendo su delgado y fino cuerpo envuelto en un semi-apretado vestido color turquesa. Era delgada, pero ya dejaba ver la forma de su cuerpo, que anunciaba que sería en un futuro, escultural: sus diminutos pies se apoyaban en el suelo apenas por las puntas, haciendo elevarse los finos tacos de sus zapatos negros escarchados, logrando el efecto de alargar aún más la forma de sus bien torneadas y delgadas piernas envueltas en unas medias también negras; el vestido mostraba una alta abertura que dejaba ver de un guiño sus sabrosos muslos tiernos, también dejaba al descubierto casi toda su espalda y sus hombros blanquísimos y cubiertos de coquetas pecas, rematando finalmente la apariencia de la niña casi mujer, con un peinado que, dejaba caer al costado de uno de sus hombros su melena pelirroja ondulada, y rodeando sus delgado cuello con una antediluviana boa de plumas color fucsia.

Rey Patton se dio cuenta casi al instante de que la chica no dejaba de mirarle durante su acercamiento, con un aire coqueto con sus vívidos ojos celestes y mostrando una amplia sonrisa, mientras jugueteaba a la vez nerviosamente con su boa de plumas con los dedos. Rey por un instante se acordó de su última mataperrada en Ganímedes y se le hizo un mundo la cabeza mientras pensaba, sonriendo, en cuantas porquerías podría hacer él con semejante dulcecito de miel envuelto en papel celofán. Lamentablemente no duraron mucho sus fantasías cuando al estar al frente de ellos puedo sentir la mirada asesina de su padre el Almirante, que sólo tuvo que echarle una ojeada para ver en su cara y adivinar sus pensamientos. Tras constatar que su hijo ya se había serenado, el Almirante comenzó con las presentaciones:

Su Serenísima y Graciosa Majestad Eridana, Princesa: les presento a Rey Onassis Patton, mi hijo- dijo siguiendo el protocolo establecido, el Almirante-, hijo, te presento a Su Serenísima y Graciosa Majestad Eridana Dagon IV y a la Princesa Dana XXI, Gran Duquesa de los Lagos Azules.

Es un placer conocer al primogénito de la noble casa de Onassis –, respondió solemnemente Dagon IV, a la vez que la Princesa sonreía y hacía una leve venia.

Es un inmenso honor estar en vuestra presencia, Majestades- dijo Rey Patton recordando algo de lo que su madre le enseñó sobre regio protocolo, pero olvidando hacer una genuflexión con la cabeza, y luego agregando atrevidamente-, ¡vaya!,… espero que más tarde me explique cómo le hizo para que le salgan 21 hijas seguiditas,...

La insolente burla de Rey pasó desapercibido para Dagon IV puesto que en ese preciso momento culminaba una pieza de insufrible música clásica de más de 600 años de antigüedad (y menos de 5 de popularidad), realizada por un grupo de cámara de androides. Dagon IV se desentendió del joven y comenzó a aplaudir suavemente, mientras Dana XXI, que sí estuvo atenta a las palabras de Rey, se reía de su ocurrencia. Dado que Su Serenísima y Graciosa Majestad estaba mirando a otro lado, Héctor Onassis aprovechó para soltarle un sonoro palmetazo en la cabeza al insolente de su hijo, para luego disimular la acción aplaudiendo junto con su invitado. Dana se esforzaba por no reír mientras miraba a Rey sobándose la cabeza, tras el efusivo "cariño". La mano de su padre era realmente pesada.

Si a Su Majestad le parece conveniente, y ya que el acompañante de esta noche de la Princesa se encuentra ya presente- comenzó a decir Onassis -, podríamos dejarlos solos y continuar la tertulia con el Ministro de Defensa.

Me parece una excelente sugerencia, Almirante- repuso el monarca, a la vez que se dirigía a su hija y a Patton-, hija mía, os dejo en buenas manos. Joven Lord Onassis….

Si, Su Serenísima Majestad,… – respondió la Princesa mientras se inclinaba frente a su padre. Rey Patton se quedó de pie, frente a ella, despidiéndose con la mano del invitado.

Dagon IV comenzó a desplazarse pesadamente por el salón con toda la velocidad que le permitía sus pesados ropajes; el Almirante Onassis dejó a propósito que su invitado avanzara unos pasos. Permitiéndose así la posibilidad de echar un vistazo a Rey antes de retirarse:

¡Pórtate bien, maldición!-, alcanzó a decirle, apretando los dientes y casi rojo de cólera contenida.

Caminando pausadamente, el viejo militar se apuraba apenas para alcanzar a su importante huésped hacia el centro del salón. Ahora Rey y Dana se encontraban solos; la inmensa sala de la mansión se encontraba atestada de un inmenso grupo variopinto de personalidades de la política terrestre, sin faltar claro está, la pequeña horda de embajadores y representantes de los demás territorios del Sistema Solar y otros mundos abyacentes. Incómodo por estar en medio de un ambiente que no era precisamente en el que solía desenvolverse, Rey Patton se mantenía en silencio, junto a la chiquilla esa, la princesa venida de un mundo lejano, pensando desesperadamente sobre de qué hablarle.

...Ehhh... ¿te parece si vamos a la terraza?,… - dijo Rey, para luego recordar que debía hablar de manera más solemne-,....ah, si....Su Majestad....

Me parece encantadora su propuesta, Lord Onassis- respondió apresurada Dana, sonriendo alegremente y tomándose de su brazo, mostrando su creciente interés por él-, es la mejor invitación que he recibido en toda la velada. Vayamos.

Caminando ambos de la mano hacia la terraza abierta, Patton trataba de disimular su molestia por tener que andar cogidos del brazo y haciendo una estúpida venia silenciosa y sonriente a todo títere del gobierno que se cruzaba delante de ellos. Silenciosamente los inmensos cristales que conformaban la puerta de la terraza se abrieron para dejar pasar a la pareja; la terraza era inmensa y no menos inmensos eran los jardines de la mansión Onassis los cuales se observaban en toda su amplitud desde ella. La noche era clara y despejada, mientras la Luna aparecía recortándose en el horizonte. Mientras la Princesa caminaba sobre los pisos de mármol como si danzase un ballet antediluviano, riendo, Rey pensaba a la vez de qué hablarle a la chiquilla y también cómo luego zafarse de ella.

....¡Que hermosa noche!- exclamó Dana mientras daba saltitos de un lado a otro de la terraza-,.... ¡muuuy romántica!,.... ¿no te parece a usted, Lord Onassis?.....

Si, bonita, muy bonita......quisiera,……eh, quisiera Su Majestad, que no me diga Lord,...como que no me cae, ¿sabe?- dijo Rey, pensando en no hacer el ridículo ante su pregunta-, prefiero que me diga Rey, nada más...

¡Ahhh, sí he oído de esa costumbre! – respondió aliviada Dana XXI, que en ese momento no sabía cómo lograr que esa conversación no fuese otra aburrida perorata de lenguaje diplomático que tanto odiaba. Comenzó a decir, como si repitiese una lección estudiada-, "los terrícolas prefieren dirigirse unos a otros de una manera excesivamente informal"....como ve, hice mi tarea y estudié sus hábitos sociales,....¿entonces debo llamarlo…."Rey"?

Me sentiría mejor...

Entonces, REY.... ¿me deberías llamar Dana? -dijo como para sí la joven princesa, para luego reírse-, ¡Qué divertido!....

.....¡Si, claro, que divertido, jejejeje!....- respondió Rey desesperándose al ver que sería una media hora muuuy larga.

…..A propósito- dijo Dana mirando al cielo-, ¿dónde están las otras cinco lunas?....

Bajo el balcón de la terraza donde Rey y Dana departían "alegremente", Romeo Bocanegra y Marcus John se ocultaban en las sombras del inmenso jardín, apoyados en sus moto-drones y fumando un cigarrillo tras otro, impacientes de que Rey se escapara ya de la recepción y pudiesen al fin ir a su fiesta de campeonato en "El Pirata Loco", el cual habían escondido hábilmente en el fondo de un bosquecillo dentro de los inmensos jardines de la mansión.

....¡Auuuuummmhhh!- bostezó sin ninguna discreción Bocanegra, abriendo completamente la boca-,.... ¡a qué hora va a salir este huevón?!...

Dijo que se escaparía en una media hora –respondió Marcus, para luego berrear como un niño chiquito-,.....¡buaaaa!, .....¡quiero trago, quiero comida, quiero un culitoooo!!!.....

Yo también. Oye, ¿y si dejamos a este pelotudo y nos vamos para Caronte? –sugirió Romeo-, ¡que nos alcance, pues!....

….No podemos –respondió fastidiado John-, Rey tiene las llaves de encendido de la nave y se robó todas las copias,…. ¿sabes tú cómo encenderla sin las llaves?,....yo no….

No, tampoco –, agregó Romeo.

Convencidos de que no podían hacer nada más que esperar, decidieron acomodarse lo mejor que pudiesen, mientras esperaban a su amigo. Al poco rato, ambos dirigieron sus miradas al bosquecillo que ocultaba su nave. Unas parpadeantes luces y el sonido de la música que llegaba hacia ellos les anunciaba que la fiesta ya había comenzado.

....La parranda ya comenzó- dijo Marcus-,.... ¡si no se apura este tarado, nos vamos a quedar sin culitos!...

Yo estoy tranquilo- agregó Romeo-, mi flaquita me va a esperar para ir a la fiesta.

¿Cuál?, ¿la reportera?

No, la otra –, respondió Bocanegra.

¿La morena?

No, la otra- replicó molesto Romeo.

¿La grandota?

Esa.

¿Pero yo la ví entrando a la nave con Rocco….-, dijo Marcus, algo extrañado.

¿QUÉ?!!, ¡maldito miserable!, ¡perra maldita! – explotó Romeo, sintiéndose engañado-, ¡vamos a pasarle la voz a esta huevón antes de que se la tiren!,...

Algunos metros arriba, Rey trataba de pensar rápidamente cómo deshacerse de tan pesada compañía. Al mismo tiempo, Dana XXI, pensaba en alguna forma de mostrarle su creciente interés a Patton, de una manera rápida, pero sin ser demasiado "resbalosa" (¿ese era el término correcto?, trataba de recordar la princesa), mientras Rey miraba a todos lados, pensando en como escapar de aquella cita forzada, la princesita no dejaba de recorrer con casi incontenible lascivia con los ojos, de arriba abajo, a ese –para ella-, "perfecto prospecto para futuro esposo" (…¡mmm!,… e inmediato amante,…)

He oído que eres una especie de ídolo en este planeta –le dijo Dana a Rey, mientras se acercaba melosamente a él, tomándolo de nuevo por el hombro.

¿Un ídolo?,…..ehhh…sí, lo soy- respondió Rey hinchándose como un pavo, y sin nada de modestia-, ¿en tu planeta conocen el Lasserball?

Nos llegaron algunas transmisiones de La Tierra- respondió Dana, mientras jugueteaba con su pelo-, algunos estudiantes quisieron practicarlo,….pero mi padre los mandó eliminar….dice que ese deporte "corrompe la moral del pueblo"….

¿Ah, si?, ¿y tú que piensas?

…¡PIENSO QUE ES EXCITAANTEE!!- exclamó la Princesa, casi derritiéndose de la emoción, a la vez que se dejaba caer en los brazos de Rey-,…. ¡ES TAAANNN INTEEENSOOO!!!!.....¡JIJIJI!....

Si, es intenso, je je je je….-, replicó Patton, ya aburrido por la conversación.

Tratando de prestar atención a cualquier otra cosa, Rey se fijó por un momento en la boa de plumas que llevaba la princesa en el cuello. No le entraba en la cabeza cómo una persona de su sofisticación podía afear su atuendo con semejante bodrio. Mientras Dana observaba las estrellas refulgentes en el cielo, Rey acercó la mano para tocar la boa, interesado en saber de qué material estaba hecho. Casi de inmediato, un par de inmensos ojos celestes se abrieron desde un extremo de la boa, mirándolo fijamente. Casi imperceptible, se dejó oír un sonido animal parecido a un ronroneo de gato. Rey apartó de inmediato la mano, asustado.

¡Ay, perdona!, no les había presentado –dijo Dana, divertida, mientras acariciaba esa cosa viva-, Rey te presento a "Puppy". Cariño, él es Rey….

Rey Patton había escuchado acerca de ciertos experimentos genéticos que daban la apariencia de objetos a animales domésticos. El bendito "Puppy" no era más que una especie de criatura desarrollada en base a los genes de un gato; diseñado para alimentarse como los ácaros, es decir, de microscópicos pedazos de piel muerta del dueño, para luego "exhalar" sus deposiciones de manera gaseosa, a través de todos los poros de su piel, en forma de perfume. Se pueden escoger mascotas que suelten aroma de jazmines, lavanda ú orquídeas eridanas. Para Rey Patton, esta era la primera vez que veía uno de ellos y realmente le pareció algo asqueroso:

¡Qué simpático!......-mintió descaradamente-,…. ¡muy simpático!....

….Y parece que le caes bien – dijo Dana, mientras no dejaba de acariciarle. Para Rey, más bien la mirada de esa criatura decía todo lo contrario.

Tras unos instantes, la orquesta que se hallaba tocando dentro del salón, comenzó a aburrir más a la concurrencia con un vals. Dana se emocionó al escuchar los violines y, observando a la gente que adentro bailaba (muy poca, por cierto), comenzó al brincar y bailar extasiada por la terraza:

¡Es una noche perfeecta!,....- exclamó la princesa, azorada-,…. ¡La música, la luna llena, la brisa de la noche, la luz de las luciérnagas!!....

….¡Si, claro, las luciérnagas! – dijo Rey a punto de explotar, cansado de escuchar tantas cursilerías juntas-,…esos bichos se extinguieron hace más de cien años….,¿eh?!....

De pronto Rey observó una luz verde pulsante que aparecía y desaparecía a su costado. La princesa estaba tan obnubilada en su ballet en solitario que ni se percataba de ello, salvo por un fugaz parpadeo de luz verde y un grave ronroneo. Desde abajo del balcón, Marcus y Romeo, que se habían percatado de que su amigo se encontraba arriba de ellos, lanzaban una pelota de Lasserball al aire, tratando de llamar su atención, cual si fuesen señales. Asustado por la posibilidad de que el destello fuese visto por la princesa y que comenzase a hacer preguntas incómodas, Rey se abalanzó hacia la baranda del balcón. Cuando la pelota de plasma ascendió de nuevo desde el escondite de sus amigos, él decidió intervenir y acabar con el jueguito: Rey Patton apenas tuvo tiempo de tomar una bandeja de metal con fruta que estaba a su lado y coger con ella la pelota de plasma y casi al instante la lanzó con fuerza hacia abajo. Un grito de pavor y un estrépito metálico fue lo siguiente. Afortunadamente, Dana estaba tan absorta en su baile que ni siquiera se dio cuenta de nada. Preocupado por que sus amigos hicieran algo que los pusiese en evidencia de los invitados ó peor, de su padre, Rey decidió realizar de una buena vez "una graciosa huida":

….Mira, no sé cómo decirte esto, pero se me hace tarde –trató de balbucear alguna excusa Rey-, tengo algo que hacer,...

¿Tan pronto me vas a dejar Rey? –exclamó compungida Dana-, ¿es que acaso no te agrado?,...

Mira, me caes bien, en serio….y en otras circunstancias, me quedaría contigo, palabra,…- explicaba Rey, mientras hacía aspavientos a sus amigos abajo del balcón-, pero tengo un compromiso muy importante que atender,...

Éste es un compromiso importante- replicó Dana, haciendo un puchero-, no puedes dejar a tu invitada sin compañía.

De veras me molesta tener que hacer esto, pero te tengo un presente. Toma- dijo Rey, para luego sacar la pulsera de su bolsillo, y colocársela rápidamente en la muñeca.

¿Para mí?!!! -exclamó Dana, abriendo muy grandes los ojos, viendo la baratija.

Si. Bienvenida a la Tierra- dijo Rey, mientras se encaramaba al balcón de la terraza, presto a saltar-, ¡Ah!, y si te quedas unas semanas más por acá, avísame. Chau,...

Presa de una tremenda emoción, Dana comenzó a respirar agitadamente, sin dejar de ver su muñeca, casi azorada, comenzó a caminar rápidamente hacia el salón gritando, apenas controlada por las normas de etiqueta:

¡Padre!, ¡PADREEE!....-, decía una y otra vez, mientras caminaba hacia el Emperador, enseñando el brazo, como si portase en él una valiosa joya.

Rey se quedó en la baranda, agitando los brazos y tratando en vano de que la chiquilla no hiciese más aspavientos. Sus amigos abajo le esperaban impacientes para partir a la fiesta de una buena vez, y se extrañaron de ver que regresaba a la terraza.

¿Qué pasa huevón?!!,… -gritó quedamente Romeo, tratando de no ser oído por los demás-, ¡vámonos de una vez!....

- ¡Rompiste mi moto-drone!!,… -, agregó Marcus.

Espera, se me olvidó algo.

Mortificado, Rey Patton saltó al balcón y corrió apresuradamente tratando de alcanzar a la chiquilla que, ya tenía a un grupo a su alrededor, incluido su padre el Emperador y al propio padre de Rey. La jovencita no dejaba de mostrar su mano con la pulsera a todo mundo.

(CONTINUARÁ,…)

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