miprimita.com

Mi amor, mi debilidad… Los gatos

en Zoofilia

 

 

 

No es ningún secreto, para quienes me leen y conocen, que me encanta el sexo, no pasa día sin que lo tenga. A la hora de follar no soy bastante abierta y trato de gozar al máximo.

Antes de contar lo que me ocurrió hace quince días, he de decir que tengo tres gatos adultos: Dos grandes, musculosos y sanos machos y una hembra mimosa y con bastante carácter. Todos los días paso un buen rato con ellos, dando y recibiendo amor a raudales.

Como he dicho, hace quince días me ocurrió algo que sin duda me ha cambiado. Era miércoles y me sentía muy feliz. Al terminar las clases en la universidad me encontré con Sandra, una de mis dos compañeras de piso. Sandra es una rubia preciosa que posee un cuerpo de escándalo. Somos muy buenas amigas y, dado que ambas somos bisexuales, solemos tener sexo juntas o con nuestra otra compañera, Marie.

Al encontrarnos nos besamos y dirigimos a buscar algún lugar donde comer juntas. Caminábamos por una calle de Madrid y vimos un restaurante que tenía muy buena pinta. Debía de ser bueno puesto que había mucha gente esperando a que les dieran mesa. Entramos y pedimos turno. La camarera nos indicó que tendríamos que esperar sobre media hora. No nos importó y decidimos salir a la calle a fumar un cigarrillo.

Mientras fumábamos y charlábamos, yo escuchaba unos pequeños maullidos pero no adivinaba su procedencia. Miraba en todas direcciones y no era capaz de ver gato alguno. Le resté importancia y seguí charlando con Sandra. Pasados unos minutos seguía escuchando los maullidos y me sentí incomoda. Comencé a buscar el origen de esos pequeños gritos felinos y ellos me llevaron junto a un contenedor de basuras situado entre dos coches aparcados. Los maullidos se hicieron más evidentes y comencé a buscar entre las cajas de cartón situadas junto al contenedor. Cada segundo que pasaba me sentía más agobiada pues temía que algún pobre animal estuviera atrapado o algo peor.

Tras unos inquietantes minutos consigo localizar el origen. Retiro una gran caja y, bajo ésta, encuentro una de zapatos, cerrada con precinto casi por completo. La tomo, la abro y al ver el contenido creo que el mundo se me viene encima. No puedo creer lo que veo: En su interior hay cuatro pequeños gatitos, muy diminutos. Por desgracia dos de ellos están muertos y otros dos, los que no cesan de llorar, los veo en muy mal estado y presiento que si no hago algo terminen por morir también.

No soy capaz de describir la sensación de impotencia y desolación que sentía en ese momento. Las lágrimas afloran de mis ojos y el corazón parece que quiere explotar dentro de mi pecho.

.- Sandra, no los pienso dejar aquí. ¿Me acompañas a buscar a un veterinario y ver que se puede hacer por ellos? – Digo a mi amiga sin poder contener el llanto y la rabia por verlos así.

.- Claro amiga, puedes contar conmigo, lo sabes. – Me responde mientras me abraza y acaricia el pelo para que me tranquilice.

Sin saber dónde ir, nos dirigimos calle abajo, buscando a alguien que nos pueda decir donde hay una clínica veterinaria pues no conocemos bien esa zona de la ciudad. Al llegar a la esquina paramos un taxi, pues pensamos que es la forma más rápida y efectiva de encontrar la ansiada clínica. Le explicamos al taxista donde queremos ir y él nos indica que, no muy lejos, hay una que no cierra a la hora de la comida. En pocos minutos llegamos.

Al entrar, una chica cubierta con una bata blanca nos pregunta en que nos puede ayudar. Le explico la situación y, tras ver a los gatitos, habla, supuestamente, por una línea telefónica interna. Nos invita a entrar en una de las consultas y nos pide que esperemos unos instantes. Apenas pasan un par de minutos cuando entra un señor de unos 40 años, con una bata verde. Se presenta como veterinario y nos pide ver a los animalitos.

.- Lamentablemente dos de ellos están muertos – confirma de forma certera mis sospechas- pero hay dos que aun viven. Este se le ve con bastante vitalidad, pero este otro lo veo muy mal, no creo que llegue a mañana. –Al escuchar esto comienzo de nuevo a llorar y tomo al moribundo en brazos.

.- ¡Por favor! ¡Haga lo que pueda, se lo suplico, pero no deje que muera! –Imploro mientras le miro a los ojos ansiosa, deseosa de que me haga un gesto que me de esperanza.

Me lo quita de los brazos y lo mete de nuevo en la caja. Nos pide que nos sentemos y le esperemos, que no tarda. Dicho esto, sale de la consulta portando la caja y ambas nos abrazamos. Pasan 20 minutos cuando regresa, con gesto serio.

.- Verás, calculo que deben de tener como 15 días y, dado que no tienen a la madre que les amamante, el que peor está no creo que sobreviva. Pero le he puesto una inyección que posiblemente consiga algo. De todas formas creo que sería mejor sacrificarlo. –me dice sin esconder sus pensamientos y con clara intención de evitarme el sufrimiento de verlo morir.

.- No, me niego a darme por vencida. Si usted cree que hay una oportunidad prefiero agotarla. –Respondo haciendo gala de mi carácter optimista y valiente.

Le indico que si ellos pueden hacerse cargo de los que no tienen vida y me responde afirmativamente. Antes de irnos me da unos botes de leche especial para este tipo de gatos que aun no están destetados. Termina por marcharse deseándome suerte. No lo quiero dejar allí pues no me fio de alguien que tiene tan poco optimismo.

Cuando la chica de recepción me pasa la factura casi me caigo del susto: 73€ que más que dolerme económicamente, me duelen por la falta de humanidad hacía unos animalitos recogidos de la calle, que no son míos. En el fondo esperaba que una persona que se dedica a atender animales debería sentir un mínimo de amor y compasión y, cuando menos, cobrarme el coste. Pero bueno, saco la tarjeta de crédito y pago. Tras firmar el ticket nos vamos.

Al llegar a casa comienza una batalla por la supervivencia del pobre animal. Abro el bote de leche en polvo y preparo un poco. Tras hacerlo, tomo al gatito en brazos e intento que tome algo con un pequeño biberón que trae el bote de leche. Durante un buen rato no lo consigo pues el pobre parece no tener ánimos por vivir.

.- Toma leche pequeñín… ¡Por favorrr! –le digo con el alma en el puño, entre besos.

Finalmente comienza a mamar de la tetina y parece que traga, con dificultad pero toma un poco. Esto me hace sentir algo mejor y me animo a seguir insistiendo, no me pienso dar por vencida.

Durante toda la tarde no me despego del pobre animal, mientras el otro mama del biberón como si fuera la teta de la madre. Realmente este otro tiene muchas ganas de vivir. Les miro para tratar de averiguar el sexo de ambos, pues en la clínica ni me he percatado de este detalle, tenía cosas más importantes en las que pensar. Sandra ha tenido que salir a trabajar y estoy sola, encerrada en el salón con las dos pequeñas (apenas sé distinguir el sexo en seres tan pequeños pero creo deducir que son gatitas ambas), para evitar que mis gatos adultos puedan darme problemas por celos o lo que sea.

Sandra y Marie llegan sobre las nueve de la tarde y, entre las tres, intentamos crear un ambiente acogedor para las pequeñas. Yo les monto en mi estudio, donde pinto mis cuadros, una especie de pequeño parque de diversión donde Mía, que es la que está bien, pueda jugar o lo que quiera con el montón de pequeños trastos que he desperdigado y que de inmediato le llaman la atención. De Flor, que es como he llamado a la moribunda, no me despego, no la suelto de mis brazos, salvo para ir al baño o alguna que otra cosa rápida.

Toda la noche la paso en el estudio, sin dormir, sin comer y casi sin respirar, consiguiendo que poco a poco vaya tomando leche. Aunque no soy religiosamente creyente, rezo a quien me pueda escuchar, de forma inconsciente… Cualquier ayuda me vale.

Por la mañana, Flor parece estar algo mejor: No desvía su mirada tierna de la mía, como si quisiera encontrar un motivo para vivir. Si es así, mis ojos le ofrecen millones de motivos para hacerlo, pero el más importante es que la quiero con toda el alma y deseo que viva más que el aire que respiro. El día transcurre más o menos sin cambios y por la noche Sandra se ofrece para quedarse con ellas, para que yo duerma algo. A regañadientes acepto su “orden” y me echo en el sofá del salón.

Tras cuatro horas despierto con la única idea en la cabeza de ver cómo está Flor. Sandra me regaña y Marie también.

.- Amiga, pero si apenas has dormido un rato, no puedes seguir así. –me dice Marie al tiempo que Sandra asiente con la cabeza como gesto de aprobación con las palabras de Marie.

.- Lo siento chicas, pero por más que quiera dormir no puedo, me es imposible. –respondo triste pero con las esperanzas intactas.

Las chicas se van a dormir, después de un rato juntas, pues madrugan para ir a trabajar. Yo por mi parte decido no ir a la universidad hasta que vea a Flor sana y fuerte. Durante esa noche consigo grandes logros pues la gatita comienza a tomar la leche con cierta ansiedad, como si hubiera decidido, en un momento, secar las lágrimas que con cierta frecuencia recorren mi rostro.

.- Amor, si Tomás mucha leche y te pones bien, te juro por mi vida que nunca te faltará amor y un hogar donde vivas feliz. –Le digo agradecida y animada por lo bien que succiona leche de la tetina.

Por la mañana, sobre las once, despierto sin saber cómo ni cuándo me he quedado dormida. Es tanto el cansancio que siento que no he podido evitarlo. Miro en la canastita donde había dejado a Flor y no está. Levanto la vista y pudo ver con suma alegría como ambas juegan con unos pequeños muñecos que no sé de dónde saqué. Me levanto de la butaca donde he estado sentada toda la noche, recojo del suelo a ambas y me las comienzo a comer a besos, al tiempo que las abrazo contra el pecho y les digo todo tipo de palabras cariñosas.

Es tanta la alegría que me invade que telefoneo a Sandra y Marie para darles la buena noticia. Ambas se muestran muy contentas y aprovecho para darles las gracias por su apoyo moral y ayuda. Por la tarde, después de comer, meto a las pequeñas en una canastita, acolchada y bien arropadas, y me voy a ver a mi veterinario habitual. Este me confirma que milagrosamente están muy sanas, las dos, y que lo peor ha pasado. Me da un frasquito para que les ponga unas gotitas de su contenido en la leche, para que sirva de complemento a esta.

Al llegar a casa decido que, puesto que están bien, no hay inconveniente en que se mezclen con mis gatos adultos. Caprizzio o capri, como lo llamo para abreviar, es un gato romano, muy parecido a un leopardo, con un bonito pelaje a rayas gris oscuro y gris claro. A este no parecen hacerle gracia los nuevos miembros de la familia y tras acercarse las bufa y se marcha. Alex, es también un gato romano pero naranja, muy parecido al gato con botas de la película “Shrek” o… Más bien a Garfield. Es muy bueno y mimoso y en seguida las acepta y juega con ellas. Desde ese día no ha dejado de ejercer un poco de padre y eso me hace quererlo más si cabe. La gata, Mikaela o Miki, es una mezcla de siamés con no sé qué. Es muy pasota y no las bufa pero tampoco atiende, sencillamente pasa de las peques.

Nunca he querido tener animales de raza, ni comprados, puesto que hay demasiados que no tienen quien les quiera y por tanto no me gusta participar en ese mercadeo. A los gatos los adopté en un albergue de animales abandonados donde he trabajado como voluntaria mucho tiempo. A la gata la recogí de la calle, en Sevilla, con apenas 6 meses, abandonada, esquelética y llena de heridas.

Bien, el resto de los días hasta hoy, todo ha transcurrido con normalidad hasta el punto de decir que están, las dos, Mía y Flor, en perfecto estado, comen muy bien el pienso especial para gatitos que me recomienda el veterinario y no paran de comer, dormir, jugar y hacer sus necesidades donde corresponde. Las veo con una vitalidad y alegría que agradezco al cielo o a quien corresponda.

Durante estas más de dos semanas apenas he salido, casi no he ido a la universidad y por supuesto ni me he acordado del sexo. Mi mente y mis sentidos han estado ocupados por estos dos ángeles que me cayeron del cielo y que tanto amor despiertan en mí. Recientemente he podido descubrir que Flor no es nena sino nene y por tanto ahora lo llamo Floren.

Durante todos estos días he meditado dedicarles un relato, pero no me he decidido a hacerlo hasta que todo estuviera OK. Hoy por fin la historia termina de forma feliz: Yo no puedo hacerme cargo de cinco gatos, no por falta de ganas, más bien por responsabilidad y he encontrado una pareja joven y responsable que los quiere adoptar, a los dos, lo cual me llena de felicidad. Aun me quedaré con ellos una o dos semanas más, pero ahora puedo gozar pensando que tienen una vida por delante en un ambiente adecuado.

Ningún día he dejado de pensar en aquella persona (por llamarlo de alguna forma) que tuvo la poca moral de abandonar a cuatro seres indefensos y hermosos en “La basura”… ¡Cómo me gustaría que algún día terminara de la misma forma y en un lugar similar! Habiendo lugares donde dejar a los animales o en su defecto en un lugar donde alguien se pueda hacer cargo de ellos, no entiendo ¿Por qué? Creo que coincidiréis conmigo en que ellos no lo harían con nosotros.

No quiero que nadie se sienta molesto/a por publicarlo en esta categoría (no hay una sección adecuada para este tipo de relatos), pero quería complacer a los muchos amigos y amigas y lectores de mis relatos que se han interesado por la historia de Mía y Floren.

Tampoco deseo que nadie se enoje conmigo pensando que este relato es una especie de crítica a quienes escriben y leen en esta sección. No comparto estas prácticas ni las acepto, pero no me meto con quienes sí lo hacen. Por tanto: Pido perdón a quien pueda sentirse molesto e imploro que los comentarios no tengan en cuenta estas cuestiones, las valoraciones me tienen sin cuidado (no busco colgarme medallas). Creo que casi todos compartimos el amor por nuestras mascotas y por los animales y eso nos asemeja.

También pido excusas si la redacción no es todo lo buena que cabe esperarse, pero estoy tan Excitada mentalmente que me ha costado escribir este relato igual que si hubiera estado totalmente relajada.

Un beso para todos/as y gracias por querer a los animales, cada uno a su manera.