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Bragas de seda: con el trasero logro lo que quiero

en Sexo Anal

 

 

 

Bragas de seda

Por: Luz Esmeralda

 

NOTA:

Éste es el tercer relato de la serie “Bragas de seda”. Ésta, se compondrá de otros tantos capítulos; pero, a pesar de ser una historia continuada, cada relato o capítulo tendrá un principio y un final totalmente claro y con sentido pleno, sin quedar a medias. Es obvio que, para entender el cien por cien de de la historia, el resto de capítulos son importantes; aunque, para uno concreto no lo sea. Por ello, os invito a leerlos todos porque estimo que no os defraudarán. Los que no quieran o necesiten hacerlo, les animo, al menos, a que lean la introducción que hago en el primero: “Bragas de seda: ¡Cómo una tormenta lo cambia todo!”. Apenas os robará un minuto leerlo, y podréis tener una idea clara de lo que pretendo con estos relatos.

Sin más que decir, os deseo una lectura entretenida, espero que os guste, y os agradezco el tiempo que me dedicáis.

Atentamente: Luz Esmeralda.

 

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RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES:

La joven Rocío viaja con su padre rumbo a América donde, éste, tomará posesión de su cargo de Gobernador de Santo Domingo. Durante el trayecto, el barco naufraga por culpa de una gran tormenta. Es rescatada por una barco negrero, y sometida sexualmente por sus tripulantes. Para evitar ser vendida como esclava, promete satisfacer a toda la tripulación y ser buena chica.

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Bragas de seda: “De cómo una mujer, con un buen trasero, consigue lo que se propone si es ambiciosa y está desesperada.

 

Cuando Rocío termina su discurso, el capitán Espinosa ordena al contramaestre que disponga todo para que la joven pueda darse un baño y se adecente. Para ello, le prepara un barril lleno de agua, a modo de bañera, en el que pueda lavarse y refrescarse. Después, la provee de ropas limpias, de hombre; al no viajar, ni haber viajado, mujer alguna en el barco, todos los ropajes son de marinero. Cuando ha dispuesto todo lo ordenado por el capitán, el contramaestre se marcha y deja sola a Rocío.

La pobre está tan escocida, y tiene tanto calor, que no tarda en meterse dentro del barril y sumergirse. Mientras se enjabona, habla consigo misma:

-Ciertamente, Dios está mirando para otro sitio y Satanás me tiene entre ceja y ceja, sin quitarme ojo y moviendo los hilos que marcan mi destino. No cabe otra explicación para lo que me acontece. De tantos barcos como cruzan el océano, tuvo que tocarme este, ¡para mi mayor desdicha! Suerte han tenido estos rufianes de ser tan numerosos y estar armados. De no haber sido así, a buen seguro, ahora estarían limpiando mis botas con la lengua o la punta de sus vergas. No juro a Dios pues, es evidente que en otros menesteres debe de estar ocupado. Puede que sujetando la vela a una pobre incauta que duda entre cruzar el río por donde le cubre los tobillos o las pantorrillas, temiendo que caiga y se ahogue. Pero no tengo dudas de que, estos hijos de Satán, han de pagármelas todas, una encima de la otra. Pero lo que más me preocupa es la posibilidad, casi segura, de quedar preñada. Sin duda, alguno de los marineros tiene munición útil para conseguirlo.

Con estos pensamientos, permanece en el agua durante casi una hora. Cuando nota que su piel está lo suficientemente arrugada, sale del tonel, se seca con cuidado de no despellejarse, y comienza a vestirse. Con esfuerzo lo consigue, y con fatiga se peina el cabello. Después se perfuma, un poco, con un mejunje que quiere oler a rosas; si bien, no pasa de tener aroma a perejil. Como la huela el cocinero, a buen seguro que la mete en el estofado de la cena.

Completamente vestida y arreglada, sale del almacén y se dirige al comedor, a ver que han decidido los tripulantes. Al llegar, el escándalo es de grandes proporciones; por un lado gritan unos; otros se aporrean la cabeza con las sillas; los menos se ríen de los demás; el capitán…, él simplemente bebe ron y reza para que, alguno, caiga muerto y haya menos para el reparto de beneficios.

¡Caballeros, haya paz! No conviertan el comedor en un mercado de verduras y “verduleras”. Cuando uno habla y los demás escuchan, hay entendimiento y acuerdo. Pero, a voces y mamporros, lo único que podéis encontrar son moretones y chichones que en nada os favorecerán. ¿Cuál es la causa de tan grande reyerta?

Al escuchar a Rocío, y después mirarla, todos se quedan parados, como estatuas de mármol. Lo que antes parecía una mujer, ahora bien pudiera ser un marinero de un barco ballenero. El tuerto reacciona y dice:

-Discutimos pues…, no nos ponemos de acuerdo: unos quieren el oro y otros el moro. En esto llevamos como una hora. Pero… ¿Qué extraño aspecto es ese que tienes?

-Querrás decir “la mora” –dice Rocío-, si quieres adaptar el dicho a este caso. Pues, mi aspecto es el mismo que el vuestro, solo que más limpio y perfumado –termina haciendo el abanico con las manos para desperdigar el aroma que desprende. Se sienta sobre la mesa, se recuesta apoyándose en el antebrazo izquierdo, fuerza una gran sonrisa y dice:

-Bueno, señores, ustedes discutan lo que quieran que yo observo los toros desde la barrera. ¡Ufff, qué calor hace! Esto parece un baño turco. Tendré que abrirme la camisa para refrescarme.

Con la mano izquierda, comienza a desabrocharse los botones, muy despacio. Ninguno aparta la vista del recorrido de la mano, y de lo que va quedando al descubierto al soltarse cada uno de los botones. Al terminar, una parte de la camisa cae sobre el costado, quedando los pechos colgando en la misma dirección.

-Pues… -continúa diciendo-, si no son capaces de llegar a un acuerdo dando voces, propongo que escriban la opción deseada en un pedazo de papel, lo doblen y lo depositen en un sombrero. Cuando lo hayan hecho todos, hacen el recuento y proclaman la opción ganadora. Si no saben escribir, pueden marcar una equis para el oro, y un redondel para ¡“la mora”! –termina diciendo con tono sugerente.

Tras escucharla, todos se apresuran a coger un pedazo de papel y una pluma. Sin duda, la idea de Rocío ha tenido éxito. Unos escriben, con todas las letras, la opción deseada, los menos. Otros utilizan el método “equis-redondel”, la mayoría. Cuando han llenado el sombrero y nadie queda por votar, proceden al recuento. La expectación es máxima, y cada uno muestra cara de preocupación por si sale un resultado contrario a su elección. Tras un par de minutos, el capitán anuncia el resultado:

-Señores, un poco de calma. El resultado es de… tres a favor del oro y el resto a favor de... ¡Gana “la mora”!

En ese momento, los sombreros vuelan por el comedor y el ambiente de júbilo es total. Donde antes había empate, ahora hay mayoría aplastante. Rocío respira tranquila, de momento: a estos idiotas los puede controlar, y con los “señoritingos” ingleses o franceses tendría más dificultad, de tener alguna posibilidad. Por ahora ha ganado una batalla y brinda con el resto de los marineros.

Apenas cinco días después, llegan a puerto. Tras vender a los esclavos y repartir los beneficios, los marineros pasan cerca de una semana en tierra: de burdel en burdel, gastándose el oro en mujeres y vino. Esto supone un alivio para Rocío que, encerrada en una de las celdas, se ve liberada de la obligación de satisfacer a la tripulación… al menos en gran medida.

Una vez han agotado el dinero y a las rameras de los burdeles, regresan al barco para emprender otro viaje a África. En un puerto de este continente, el capitán Espinosa tiene un socio que le proporciona los esclavos. El viaje no es muy largo y se presenta aburrido para la tripulación.

Pasados varios días de navegación, Rocío se encuentra hablando con el contramaestre:

-Dime Rocío, hay algo que te preocupa –dice él-, te lo noto en la mirada y en determinados gestos que observo cuando crees estar a solas.

-Es cierto, Álvaro. Tengo el temor de estar preñada. Si esto fuera cierto, estoy segura de que me tiran por la borda o me rajan el vientre. No sé qué hacer o como evitarlo.

Álvaro, el contramaestre, queda unos segundos pensativos y responde:

-Hace unos años fui soldado. Estuve destinado en África, al cuidado de una misión que los monjes Agustinos habían fundado. Durante el tiempo que allí permanecí, tuve contacto amistoso con los nativos. Supe que conocían de un remedio para evitar que las mujeres quedaran en cinta, o que perdieran los hijos concebidos en épocas de escasez de alimentos. El grado de eficacia era tan alto, que les pedí que me enseñaran a preparar el remedio. Antes de ser soldado, estudié algo de medicina; pero, por circunstancias familiares, tuve que dedicarme a luchar. Por todo ello, tenía gran interés por todo tipo de remedios, éste entre ellos. Hablaré con el cocinero, esta misma tarde. Si tiene los ingredientes que preciso, te preparo una buena cantidad para que lo tomes a diario. Con eso y con lo que tengo para preparar mis remedios, creo que bastará.

-¡Gracias Álvaro! –Dice Rocío- Te estaré eternamente agradecida por tus atenciones. Tú eres diferente a los demás. Eso me tiene intranquila pues no sé qué pensar de ti. Tú eres el único que no ha reclamado su parte sobre mí, sobre mi cuerpo y mi dignidad. Por la confianza que me inspiras, te ruego que me aclares este punto.

Álvaro se queda pensativo y dubitativo. Finalmente accede y le cuenta su corta historia:

-Como te he dicho, dejé mis estudios de Medicina e ingresé en el ejército por problemas familiares. Estaba enamorado de una joven de buen linaje. Siendo de familia humilde, no era bien visto por su familia. Su padre, por miedo a que nos fugáramos, habló con el mío para que me convenciera y abandonara la idea de cortejar a su hija. Ante mi negativa, mi padre me expulsó del hogar familiar: tuvo temor de que mis actos perjudicaran al resto de mi familia. Al verme en la calle y sin posibles, busqué la forma más fácil de sobrevivir… si Dios lo permitía. Nada tenía que ofrecer a mi amada y decidí olvidarla. Así es que llegué a África. Cuando conocí a Espinosa, el también era soldado en un gran navío. Me confesó que tenía intención de desertar y dedicarse al tráfico de esclavos por ser un negocio muy lucrativo. Me ofreció la posibilidad de acompañarlo y acepté. Pensé que sería una mejor forma de ganar buenos dineros… más que como soldado. A pesar de mi “oficio” como tripulante de este barco, procuro pensar lo menos posible en ello. No soy partidario de la esclavitud, pero tampoco me aparto de ella. Es contradictorio y ni yo mismo lo comprendo. A mis veintiséis años, soy Contramaestre de este bergantín, gano buenas monedas de oro y guardo, cuanto puedo, para cuando abandone esta vida. Reconozco que eres muy bella, ¡demasiado!, pero quien ha estado enamorado no puede comportarse de determinadas maneras.

-Tras escucharte con lágrimas en los ojos, me reafirmo en que eres un buen hombre –dice Rocío.

Antes de marcharse, le da un beso en la mejilla, y sale corriendo para no llorar delante de él como una niña.

Al llegar al final del pasillo que conduce a la cocina, es detenida bruscamente por uno de los marineros. Al verla llorar dice:

-¿Por qué llora la princesita? ¿Acaso se peleó con su galán?

-¿Galán? ¿Qué galán? –Responde Rocío- No, si lloro es porque tengo una muela que me tiene vagando por los infiernos debido al dolor. El contramaestre me dio un remedio para calmarlo.

- Deja que yo te calme el dolor –dice él-. Tengo algo que puede darte placer y conseguir que olvides el sufrimiento.

-No, no te preocupes por eso. Ahora debo irme que el cocinero me aguarda –responde ella.

El marinero, que no piensa aceptar una negativa, la abraza con fuerza e intenta besarla. Ella trata de zafarse sin conseguirlo. Al ver que no se resigna, cede un poco, se deja manosear y dice:

-¡Está bien, sea como quieres! ¿Qué es lo que te gustaría hacerme?

Sin obtener respuesta, es cogida de la muñeca y arrastrada hasta debajo de la escalera que conduce a cubierta. Una vez allí, el marinero le da la vuelta, la aplasta contra el mamparo y comienza a pasar sus manos por los pechos de Rocío. Durante unos minutos, no deja de manosearlos por debajo de la camisa. Parece muy caliente y dispuesto a todo. Una vez se ha hartado, baja los pantalones de la joven, dejando sus posaderas al aire. Con furia, palpa las nalgas y juega por el interior del surco que las separa. Muy excitado dice:

-Quiero entrar de nuevo por tu pequeño orificio. Las rameras de los burdeles no dejan usar esa “puerta” salvo que pagues mucho más que precio habitual.

Mientras es manoseada sin control, Rocío presiente que no tiene ninguna oportunidad de remediar lo irremediable. No puede gritar, ni pedir ayuda, sin correr el riesgo de añadir más fieras al festín. Dejándose hacer dice:

-¡Está bien! Que no es cuestión de negarse ante tales atenciones e interés. Pero, si te place, quisiera asegurarme de que el ariete que quieres introducir por mi puerta trasera, reúne las condiciones adecuadas respecto a tamaño y potencia.

El marinero, sorprendido por la respuesta de Rocío, deja de inmovilizarla. Ella se gira, lo mira a los ojos, desliza la mano a la entrepierna de su pretendiente y dice:

-Sin duda, esta herramienta no reúne las condiciones necesarias para hacerme gritar de placer. Deja que meta la mano y me asegure de tal aseveración. ¡Umm! Sin duda le falta un poquito. Permite que juegue con ella y consiga que alcance todo su vigor. El marinero comienza a gemir, se baja los pantalones para facilitar el trabajo y se deja hacer. Parece que lo está disfrutando.

-Sin duda –dice el marinero-, debieras haber sido panadera, sabes muy bien cómo manejar las manos.

-No tengas la menor duda –responde ella-. Disfruto manoseando una gran barra de pan… Como la que tú tienes.

Mientras continúa jugando con la verga, le besa el cuello y le sopla tras la oreja. Cuando siente que lo tiene a punto, dice:

-Busquemos un mejor lugar para que hagas de mí lo que quieras. Este oscuro agujero no es adecuado, apenas tenemos sitio. ¡Umm! Me complace el tamaño que ha adquirido lo que tengo entre las manos. Sin duda estás a punto de irte, busquemos otro lugar para que me tomes.

El marinero jadea descontrolado. Mira al techo y busca el momento de correrse. Aun así responde:

-No busquemos sitio alguno ni hablemos más, si detienes la mano, ¡juro por la memoria de mi madre que he de cortártela!

Rocío obedece y sigue meneándola con maestría. Cuando siente que llega el momento dice:

-Vamos mi bravo marinero, dame toda la leche, échala sobre el bello de mi pubis. Sin duda eso te complacerá y le vendrá bien a mi pelambrera. ¡Vamos, compláceme!

Sin obtener respuesta alguna, se acerca a él un poco más, apunta con la verga, y continúa el masaje hasta que se derrama el semen sobre su objetivo. El pobre marinero parece asfixiarse por el esfuerzo de soltar todo lo que tiene.

-¡Vaya! –Dice Rocío- ¡Eres tremendamente perverso! Al final has sido tú el único que ha gozado. Mi pobre trasero ha quedado defraudado por tu desconsideración.

El consolado marinero no responde ni parece escuchar. Se sube los calzones, y se marcha con paso lento y torpe, como si estuviera ebrio. Rocío se marcha a la cocina donde el cocinero la espera, contenta por haber salvado la situación de forma satisfactoria.

A la mañana siguiente, Rocío sube a cubierta alarmada por las voces y el nerviosismo de los marineros. Sin saber cuál es el motivo para tanto escándalo, pregunta:

-¡Decidme! ¿A qué viene tanto jaleo y carreras? ¿A caso nos atacan los piratas o, lo que sería peor, vuestras esposas?

-No es nada de eso -responde el capitán Espinosa-, se acerca un galeón de La Armada Española por estribor y han dado aviso de que nos van a abordar. Seguramente solo quieran hablar. Tú y tú, llevadla a la bodega, atadla, amordazadla y escondedla bien –dice a dos de los marineros-. No permitáis, bajo ningún pretexto, que sea descubierta. Si es preciso la tiráis al mar y que sea lo que Dios quiera.

Rocío no tiene tiempo de replicar ni protestar. Al instante es amordazada, atada y llevada al interior del barco. Una vez en la bodega de popa, los marineros abren un compartimento oculto y la meten en él. Por suaspecto, tiene toda la pinta de ser donde esconden el contrabando.

Media hora después, el galeón español se acopla al barco por estribor. Tienden una pasarela que une ambos navíos, y tres oficiales españoles, entre ellos el capitán, acceden al bergantín. Cuando llegan junto a Espinosa, este les dice con claro acento portugués:

-¡Buenos días tengan tan ilustres caballeros! ¿Cuál es el motivo de tanta ceremonia? Debéis saber, señores, que éste es un buque comercial de bandera portuguesa, con todos los permisos y protección del Rey de Portugal.

-¡Buenos días! –Responde el capitán español- Sabemos cuál es vuestra bandera pues no somos ciegos ¡Gracias a Dios! Haced saber, marinero, a vuestro capitán mi deseo de hablar con él de ciertos asuntos que requieren rápida respuesta.

-Con él estáis hablando, Señoría –replica el capitán Espinosa-. Disculpad mis atuendos pero, desconocía la importancia y solemnidad de tan inesperado encuentro. Mi nombre es Marcelo Mendes Ferreira, capitán del bergantín “Costa Esmeralda”. Regresamos a África para recoger un cargamento de telas pues nos dedicamos al comercio. ¿Queréis ver nuestra licencia mercantil?

-Os pido disculpas por la confusión, Capitán Mendes –dice el oficial español-. Soy Don Íñigo de Escalona y Peñafiel, Marques de Pedraza y comandante del Galeón de La Armada Española “Nuestra señora del rosario”. Pero, dejémonos de tanta ceremonia. Hace unas semanas, hallamos los restos de uno de nuestros buques y a varios supervivientes que salvaron la vida en dos botes. Desde entonces, nos esmeramos en localizar a dos tripulantes muy especiales que en él viajaban: el recién nombrado Gobernador de la Capitanía de General de Santo Domingo y su hija. ¿Habéis visto o sabido de estas dos personas o de cualquier otro superviviente?

El capitán portugués no lo piensa demasiado y contesta:

-No, no hemos visto ni sabido de tal suceso, Excelencia. De haber sido así, yo mismo los hubiera llevado al primer puerto español a mi alcance. Lamento no seros de gran ayuda; pero, nuestra ruta rara vez coincide con la de los barcos españoles que se dirigen al Caribe.

-¡Está bien, capitán! Debo confiar en vuestras palabras y desearos una buena travesía. No obstante, os informo de que cualquier noticia que tengáis al respecto, en el futuro, será bien recompensada por cualquier autoridad española. ¡Buenos días!

Tras despedirse, los tres oficiales regresan a su barco, se sueltan las amarras que mantenían unidos ambos buques y parten con rumbo oeste. El capitán Espinosa ha salido bien librado… por esta vez. Esto le preocupa y manda traer a Rocío. Cuando la joven está ante su presencia, el capitán dice:

-No cabe la menor duda de que decías la verdad, “pececillo”. Ahora comienzas a ser una carga muy peligrosa. En el momento en que los españoles sepan que hemos mentido, no dudarán en mandarnos al fondo del océano. No quiero verte en cubierta cuando haya alguna vela en el horizonte, sea de la nacionalidad que sea. En cuanto pueda me libraré de ti, no puedes traernos más que problemas.

Rocío, que percibe la preocupación de Espinosa, no sabe lo que ha pasado y pide explicaciones. Tras escuchar el relato de lo acontecido dice:

-Capitán Espinosa, soy consciente de tu preocupación y de la carga que represento; a pesar de las circunstancias, te estoy agradecida por salvar mi vida. De no haber sido por vosotros, ese barco, o cualquier otro, me hubiese hallado, pero muerta y comida por los peces. No tienes porque tomar decisiones precipitadas. A buen seguro, todo tendrá una solución satisfactoria. Debes relajarte y comer algo, que eso, sin duda, hará que pienses mejor. Bajemos a tu camarote, donde te serviré una buena comida e intentaré que disfrutes de una buena siesta.

Espinosa queda pensativo unos segundos y responde:

-Cierto es que tengo hambre y que no me vendría nada mal algo de diversión. Vayamos pues, que tengo calor y la comida debe de estar lista.

Rocío lo toma de la mano y tira de él para que la siga. Cuando llegan al camarote, dice:

-Ponte cómodo y aguarda mi regreso. Voy a la cocina a pedir, al cocinero, un buen plato que os de fuerzas y vigor para lo que presumo una siesta muy placentera.

Pasados unos minutos, regresa con una bandeja bien provista de alimentos y una jarra de buen vino. Pide a Espinosa que se siente a la mesa, y le pone la bandeja delante de sus narices. Se separa un par de metros y comienza a desnudarse, muy despacio, ante la atenta mirada del capitán. Sin mucho esfuerzo, consigue llamar su atención. Cuando no le queda nada de ropa cubriendo su cuerpo, se acerca a él, se sienta sobre sus rodillas, de medio lado, rodea su cuello con el brazo izquierdo y comienza a darle de comer con la mano derecha, muy despacio y con picardía. Mientras lo hace dice:

-Vamos mi capitán, debes comer mucho para tener fuerzas y hacerme disfrutar como a mí me gusta. Ya noto, bajo mis muslos, como el cañón apunta directo a mi trasero. No seas impaciente que todo tiene su momento. Deja que palpe a ver si realmente lo tienes bien cargado y listo para disparar.

Rocío abre las piernas, mete la mano entre ellas, y palpa buscando la verga de Espinosa. Cuando la encuentra, la acaricia y juega un poco con ella. Mientras lo hace vuelve a hablar:

-Sin duda, aun le falta. Come otro poco que vas a necesitar de todas las fuerzas posibles. Ahora sigue comiendo que yo buscaré mi alimento por aquí abajo –Rocío se levanta y se arrodilla entre sus piernas-. Voy a ver lo que tanta presión hacía contra mis posaderas. Veamos… si abro el pantalón encuentro una buena pieza de carne que gritando está ¡cómeme, cómeme! Si la pruebo con la lengua… ¡Ummm, parece estar en su jugo! Permite que la acaricie pues parece pedir a gritos algo de atención. Voy a darle un poco de calor pues parece necesitarlo. Sigue comiendo que yo me conformo con esto tan largo y apetitoso.

Finalmente, Rocío termina por meter en su boca la verga de Espinosa. Juega con ella, con calma y delicadeza, deslizando la lengua por toda la superficie. Cuando llega al glande, se entretiene rodeándolo con la punta. Después lo besa como si lo hiciera en los labios de un amante. El capitán se mueve con pequeños golpes de cadera, como si quisiera que ella le dedique mayores atenciones. Cuando no puede más, dice:

-Ven pequeño diablo, que si sigues por ese camino me iré antes de probar el postre. Sal de debajo de la mesa para que te dé lo que tanto anhelas.

-¡Cómo ordenes mi señor! –Responde ella- Soy tu servicial esclava y tus deseos son órdenes para mí. ¿Qué deseas probar primero? ¿La salida de sol o el ocaso?

-No entiendo que quieres decir, pequeña embaucadora –replica él-. Habla claro para que te pueda entender.

-Esta es la salida del sol –dice señalando el coño con el dedo- y éste el ocaso – añade mostrando el ano- veo que eres poco dado a las metáforas, ¡Mi Capitán!

Espinosa se queda mirando el cuerpo desnudo de la joven y dice:

-Si el día comienza con la salida del sol, yo no he de llevar la contraria en este caso. Veamos cómo está de caliente el sol que tienes escondido entre los muslos.

Coge a Rocío por las exilas, la levanta en volandas y la sienta sobre la mesa. Al sentirse cómoda, Rocío separa las piernas, y deja ver la entrada que ha de traspasar el capitán. Agarra la verga con la mano derecha y tira de ella arrastrando a su dueño. La pone junto a la entrada y dice:

-Vamos mi bravo conquistador. Profundiza en mi calurosa cueva y encuentra el tesoro que guardo en su interior. Penetra en todos los recovecos pues, buscando, encontrarás el placer, y yo el deseo de complacerte y quedar satisfecha. ¡Hazlo ya y no te demores, que ansiosa me tienes y me muero por sentirte!

Con otro pequeño tirón, consigue meter el glande. Espinosa hace el resto hasta introducir la polla por completo. Rocío lo sujeta por los hombros, rodea sus caderas con las piernas y comienza a moverse con lentitud, sacando y metiendo el miembro en el coño.

-¡Vamos mi valiente Capitán! Muéstrame las dotes de mando que presumes y haz de mi lo que quieras. Quiero ser ensartada, una y otra vez, por tu espada. Ansío sentir tu rabia dentro y que me hagas “sangrar” de placer… antes de morir de dicha. ¡Sigue, sigue! No te detengas, porque no suplicaré clemencia ni tú debes darme tregua.

Alentado por las palabras de Rocío, el capitán entra y sale con un ritmo frenético. No cabe duda de que, escucharla, le pone muy caliente y acelerado. Cuando sale del coño de Rocío, ésta afloja las piernas que rodean sus caderas. Cuando entra, Rocío lo ayuda tirando de él y mantenimiento un ritmo adecuado, el que ella quiere.

Ambos, no cesan de jadear, respirar con fatiga y lanzar pequeños gritos de satisfacción. Rocío aparta cuanto hay sobre la mesa y se tumba. Toma las manos del capitán y las pone sobre los pechos, en lo que, sin duda, es una clara invitación para que juegue con ellos. Cuando comienza a sentir la presión de sus manos en las tetas, el placer se intensifica, y su cabeza va de un lado a otro, enloquecida.

-¡Si, mi señor! –Exclama Rocío- Me complace el gusto que me das. De seguir así, juro que me… que conseguirás que explote de placerrr… ¡Sí, mi señor, sigue que ya viene el caudal que consigue estremecer mis entrañas!

Durante varios segundos, la joven se retuerce sobre la mesa, gozando del intenso orgasmo que Espinosa le está proporcionando. Cuando ha terminado, dice:

-¡Mi señor! ¡Por dios te pido que no derrames tu semilla antes de haberte sentido en mi pequeño orificio! Ese que tanto te complace y que tan buenos momentos me hace pasar. ¡Aguarda, tómame por detrás y gocemos juntos de nuevo!

-Veo que le has tomado gusto a ser fornicada por detrás –responde el capitán-. Pues, si así lo deseas, y tanto empeño pones, que no quede por mi parte descuidado. Date la vuelta y ponte en posición para ser enculada.

Rocío se incorpora, baja de la mesa y recuesta su cuerpo sobre ella, quedando las piernas apoyadas en el suelo y el trasero bien accesible. El capitán se acerca a ella y se coloca en posición para sodomizarla. En ese momento llaman a la puerta del camarote con dos golpes secos y potentes.

-¿Quién es? –Pregunta el capitán algo importunado por la interrupción.

-Soy Álvaro, capitán. Hay algo de lo que tengo que hablarte –responde el contramaestre desde el otro lado de la puerta.

-Pasa, amigo Álvaro. No te quedes mirando la puerta –ordena Espinosa con tono autoritario.

Cuando el contramaestre entra, no puede ocultar su vergüenza al encontrarse a Rocío semi tumbada en la mesa y al capitán a punto de encularla. De inmediato, se gira y queda dando la espalda a ambos. Con voz temblorosa dice:

-Mil perdones te pido, Espinosa. No sabía que estuvieras ocupado y menos en circunstancias tan embarazosas. Volveré cuando la situación sea menos delicada.

-¡Vamos Álvaro, no seas tan puritano! –Responde el capitán- Eres hombre de mundo y no creo que sea la primera vez que ves algo semejante. Date la vuelta y pierde el pudor. A mí no me avergüenza la situación y a Rocío tampoco.

El contramaestre se gira y no puede evitar dirigir la mirada hacia el cuerpo desnudo de Rocío. Durante unos segundos lo mira, recorriendo con los ojos toda su anatomía. Sin duda la joven le gusta y no pasa desapercibido para el capitán que dice:

-Tu mirada te delata, amigo mío. Noto en tus ojos que la deseas, y el sudor que recorre tus sienes confirma que tengo razón. Pero… ahora que lo pienso… hasta el momento no he visto que hayas gozado con ella como hemos hecho los demás. ¿No será eso síntoma de que la muchacha te gusta más de lo que aparentas?

-No, no es eso Espinosa. Es solo que… nunca se ha dado la ocasión –responde Álvaro con nerviosismo.

Rocío también ha percibido la inquietud del contramaestre y trata de echarle un cable diciendo:

-Mi señor, no importunes al contramaestre que vive más para su trabajo que para los placeres de la carne. En la tripulación, no encontrarás hombre alguno que se entregue a sus quehaceres como él lo hace. Escucha lo que ha de decirte y que se marche. No es cuestión que yo envejezca en esta posición mientras discutís pequeñeces.

De nuevo, Álvaro mira a la joven con deseo. En esta ocasión su mirada se centra en la perfección de sus nalgas. El capitán, que vuelve a darse cuenta de su mirada lasciva, vuelve a hablar:

-Mi querido amigo. No puedes negar la evidencia. Deseas poseerla aunque no sé cuáles son tus intenciones para con ella. Bien sabes que, a bordo, todos compartimos los beneficios y cualquier botín que apresemos. En este caso, tú no has compartido el botín con los demás. Me dices que no has tenido la oportunidad debido a tus quehaceres. Te creo y agradezco la entrega que muestras por ello. Pero, ahora tienes la oportunidad y yo te libero de cualquier otra obligación que tengas. Adelante, sé un buen amigo y goza de su cuerpo conmigo. No me lo niegues pues pensaré que guardas segundas intenciones.

Rocío siente que Álvaro se encuentra acorralado y decide ayudarlo para que no se delate, diciendo:

-No te sientas mal por mí, amigo Álvaro. Bien sabe mi cuerpo que donde entra uno bien pueden hacerlo dos… o más, cuando se tercia la ocasión. ¿No querrás desobedecer a tu capitán ni ofenderme a mí con desprecios?

-Si esperabas una confirmación por parte de la dama, ya la has tenido –añade el capitán-. Despójate de la ropa y demos a la joven lo que ansiosa está por recibir. –Se gira hacia Rocío y prosigue- se buena con nuestro amigo y trata de animarlo antes de que nos de la media noche.

Rocío se incorpora de la mesa, se acerca al contramaestre, se arrodilla frente a él y comienza a bajarle los pantalones. Cuando los ha puesto a sus pies, abraza la verga con ambas manos; intenta, con sus caricias, animar la flacidez que presenta y le dice:

-No es plato de buen gusto observar cómo, una verga tan prominente, no se levanta ante mi presencia. Esto es, sin duda, una falta de consideración hacía cualquier mujer que se precie de serlo. Pero no desisto en la intención de hacer que crezca hasta que su tamaño me complazca.

Tras estas palabras, introduce la verga en la boca y le dedica una buena mamada. Antes de lo que ella había previsto, la polla gana, con rapidez, una erección considerable. Logrado su propósito, se levanta, le quita la camisa y se vuelve a colocar en la mesa, en la misma posición que tenía antes de ser interrumpidos.

-¡Vamos, Álvaro! Muéstrame tu hombría penetrando mi pequeño orificio. No te demores pues, mi señor, ansioso está por probarlo él mismo y no es cuestión de hacerlo esperar.

El contramaestre, viendo que no tiene oportunidad de negarse, se acerca a Rocío, se coloca detrás de ella y apunta con la verga hacia el pequeño agujero. Durante unos segundos vacila. Rocío decide darle otro pequeño empujón, y para ello, desliza sus manos hacia el culo, se separa las nalgas y deja el orificio bien visible y abierto.

-Hazlo ya, mi querido amigo -dice Rocío-. Ansiosa me tienes por sentirte dentro de mí y que me hagas gozar. No tengas temor por mí pues, mis carnes, deseosas están de acoger en su interior lo que tienes entre las piernas.

Álvaro, completamente encendido, no lo duda y la clava con furia. Como si lo hubiera estado esperando desde hace mucho tiempo, comienza a sodomizar a Rocío con ganas, empleándose a fondo con acometidas secas y rápidas.

-¡Bravo, señor contramaestre! –Dice Rocío- Veo que cuando haces algo, tu entrega no deja lugar a dudas. Si sigues manejándote como lo haces, no tardare mucho rato en sentir como mi cuerpo se estremece por el orgasmo.

Ambos se dedican jadeos de placer mientras, acompasados, no dejan de joder con ganas. Álvaro parece extasiado y Rocío dispuesta a correrse sin remisión, de un momento a otro. Pasados un par de minutos, ella comienza a delirar por el gusto de correrse.

-¡Sí, mi señor! Cólmame de dicha, que mis entrañas se estremecen y mi mente pierde el sentido. No escatimes esfuerzos porque, el regalo que me ofreces, de gusto me mata y de agradecimientos he de colmarlo mil veces.

Una vez ha terminado de correrse, Rocío detiene sus movimientos e intenta recuperar el aliento antes de volver a hablar:

-Ahora, deja que sea mi señor, el capitán Espinosa, quien disfrute de lo que tanto gusta. Permite que sienta en mis entrañas el mástil que me eleve hasta el cielo. Ya estoy deseosa de gritar como él solo sabe conseguir.

Dicho esto, Álvaro sale del ano de Rocío y deja su lugar al capitán. Éste, al ver libre el orificio, no lo piensa dos veces y la clava de un solo golpe, hasta el fondo. Exaltado por la escena previa, comienza a perforar el recto de la joven con violencia y velocidad. No tarda en sentir el cansancio provocado por el ritmo acelerado que imprime.

-No hay duda, jovencita –dice el capitán-, que con las artes amatorias que demuestras tener, cualquier reino que te propusieras pondrías a tus pies. Si tu cuerpo es soberbio, tu trasero es prodigioso.

Animada por el placer de la enculada, Rocío hace gestos a Álvaro para que se aproxime a ella. Cuando está lo suficientemente cerca, la joven gira su cuerpo sin que la polla del capitán se salga o pierda el ritmo. Acerca la cara a la verga del contramaestre, la toma con una mano y la introduce en la boca. La chupa al ritmo que impone Espinosa con sus acometidas y, durante un rato, permanecen en esta situación.

El capitán no tarda en correrse, y derrama el fruto de su esfuerzo dentro del recto. Rocío lo recibe con jadeos y lametones de agradecimiento en el miembro de Álvaro. Cuando Espinosa no tiene una sola gota más de semen, se retira y deja libre el dilatado agujero. Rocío se siente liberada, y con mayor autonomía de movimientos. Gracias a ello, se entrega con más ganas a mamar la verga que tiene dentro de la boca. Nota como el semen sale del orificio y recorre sus muslos hacia el suelo. Se agacha un poco más para que evacue la mayor cantidad posible. Una vez lo ha conseguido, dice:

-Ahora, mi campeón, quiero que cumplas como un hombre y llenes de leche mis entrañas. Apóyate en la mesa y deja que yo haga todo el trabajo.

Álvaro se acomoda siguiendo las órdenes de Rocío. Ésta, coloca su trasero frente a la polla, la toma con la mano derecha, la dirige al ano y deja caer su cuerpo hacia atrás para empalarse en ella. Una vez la ha introducido del todo, comienza a moverse de forma que entra y sale con facilidad. Semi agachada, deja que los pechos bailen al ritmo de su cuerpo, con los pezones duros, erectos y apuntando al suelo. Cuando nota que los jadeos de Álvaro vuelven a ser evidentes, endereza el cuerpo pegando la espalda al pecho de su amante. Le toma las manos y las lleva hasta sus tetas diciendo:

-Eres hábil con las manos al realizar tus trabajos diarios. Ahora, quiero que muestres la misma maestría acariciando y presionando mis pechos. No escatimes dedicación pues, sin duda, he de agradecerte cuanto hagas por complacerlos.

El contramaestre los acaricia y pellizca con soltura, al tiempo que se deja follar por el hábil trasero de Rocío. Ésta, si reprimir su satisfacción, dice así:

-¡Sí, mi señor! Siento como descargas de placer recorren mis intestinos hasta llegar a los muslos. Noto que las fuerzas me abandonan y que, el gozo, se apodera de todo mi ser. Dame el gusto de terminar contigo.

Sin poder resistirlo más, Álvaro se corre durante los últimos coletazos del orgasmo de Rocío. Juntos terminan y recuperan el aliento. El contramaestre abraza a la joven desde atrás, sin sacar la verga que aun está expulsando las últimas gotas de semen. Sigue acariciando las tetas y deleitándose con la dureza de los pezones que, colorados como dos fresones, se excitan con el roce.

-¡Muy bien, amigo Álvaro! –Dice el capitán- No cabe la menor duda de que, esta hembra, goza más cuanto mayor sea el número de vergas que le dediquen atenciones.

Rocío que ya ha recobrado el aliento, responde:

-Es bien cierto lo que dices, mi señor. Dos vergas son mejor que una. Pero, sobre este punto, hay una aclaración que quiero hacer y que no debe pasar desapercibida. Si bien, dos miembros de probada destreza y entrega como los vuestros, caballeros, son algo digno de tener en consideración e, incluso, en los más elevados altares, no sucede lo mismo con las del resto de la tripulación que, lejos de dar placer y dicha, causan en mi cuerpo malestar y escozores. Y todo ello es debido a la fuerza y violencia con que se entregan. Es por todo esto que os pido, a los dos, que pongáis fin a esta situación y que seamos los tres quienes gocemos, juntos o por separado, evitando que el resto destrocen mi cuerpo y agoten mis ganas.

El capitán comprende las palabras y lamentos de Rocío; pero, poniendo gesto serio, replica:

-Eso no es posible, jovencita. Todos los miembros de la tripulación tenemos los mismos privilegios. Además, no olvides que, en su día, juraste entregarte a todos por igual. Esta promesa la hiciste para influir sobre la decisión de venderte o no a los ingleses o franceses. ¿A caso no lo recuerdas?

Rocío asume la buena memoria del capitán y no replica. Con enfado manifiesto, toma sus ropas, se despide de ambos hombres, y se marcha corriendo y agitando su espléndido trasero. Capitán y contramaestre quedan charlando en el camarote.

Los días siguientes transcurren sin la menor novedad. La vida a bordo se desarrolla con normalidad, salvo para Rocío que ve como, día tras día, se le recuerda su promesa y tiene que cumplir con todos los miembros de la tripulación.

Finalmente llegan al continente africano. Durante una semana permanecen en puerto. En esos días, el capitán cierra negocios con su socio, y vuelven a llenar, las bodegas del barco, de esclavos con destino a América.  Al octavo día, parten con destino al puerto donde los venderán.

Los primeros días de travesía son muy agitados: los esclavos deben acostumbrarse a su nuevo hábitat; los nervios y la paciencia de los tripulantes están a flor de piel; la dureza con que deben emplearse agota las fuerzas de todos. Esto permite que Rocío quede en segundo plano.

Durante estos días, las charlas entre Rocío y el contramaestre son constantes. En todas ellas evitan hablar de lo ocurrido en el camarote del capitán: él por vergüenza y ella por respeto. De lo que no hay duda es de que la amistad, que crece entre ambos, va en aumento. Por recomendación de Álvaro, es Rocío quien se encarga de llevar los alimentos a los esclavos. De esta forma evitan que se alteren: una mujer joven y bonita les inspira más tranquilidad.

Uno de tantos días, mientras Rocío les lleva la comida, mantiene una conversación con uno de ellos. El hombre le cuenta su pequeña historia. Le habla de cómo trabajaba en una misión de religiosos y fue llevado a la fuerza. Allí es donde aprendió el poco castellano que conoce. Aun así, Rocío le entiende perfectamente y no puede evitar sentir lástima y compasión: ella se encuentra en circunstancias parecidas.

Cansada por su situación e influenciada por la de los pobres cautivos, una noche decide hablar con su amigo el contramaestre. Cuando todos duermen, entra en su camarote y le dice así:

-Amigo Álvaro, eres consciente de todo por lo que he pasado desde que soy cautiva y obligada a permanecer en este barco. No estoy dispuesta a soportar, por más tiempo, esta situación. Mis fuerzas y mis ganas disminuyen día a día. Sé que tú eres hombre de bien y por eso quiero hacerte una proposición.

-Cuéntame lo que tengas que decir. Con atención te escucharé y prometo ayudarte en cuanto pueda –responde el contramaestre.

Rocío se levanta de la silla, se asoma al pasillo y se asegura de que no hay nadie cerca que pueda oírles. Tras hacerlo, cierra la puerta y se acerca a Álvaro. Con cautela le dice así:

-Tengo un plan para hacerme con el barco y echar al mar a la tripulación. Sé que les odias tanto como yo; pero, te mantienes prudente para no despertar dudas y que se ensañen contigo. Te necesito a mi lado porque  sabes cómo manejar la nave, y porque te estimo y no quiero hacerte daño alguno. He hablado con uno de los cautivos que entiende nuestra lengua. Me ha jurado que si les liberamos, ellos se encargarán de la tripulación y respetarán nuestras vidas a cambio de devolverles a África. ¡Por Dios, te imploro que estimes mi propuesta y me apoyes! Cuando hayamos desembarcado a los cautivos, podemos contratar una nueva tripulación con el oro que Espinosa guarda en un cofre que tiene bien escondido en su camarote.

Álvaro, que ha escuchado con atención a Rocío, no sale de su asombro ante tan ambicioso plan. Con gesto dubitativo responde:

-No sé muy bien como esperas cumplir tu plan; pero, has de tener cuidado con el capitán. No es alguien a quien haya que subestimar. Por el contrario, el resto serán fáciles de controlar, y más si los esclavos nos ayudan. Confío en que respetarán nuestras vidas pues, ellos solos, no serían capaces de gobernar el barco.

-Por Espinosa no debes preocuparte –dice Rocío-, yo sé muy bien como dominarle sin que se dé cuenta. Llegado el momento sabré mantenerlo a raya.

Un día en que el mar está en calma y el viento no sopla, Rocío decide ejecutar su plan. Conocedora de que el capitán se encuentra en su camarote, como cada día, contemplando la puesta de sol a través del pequeño balcón, y fumando tabaco en su vieja pipa, decide darse un baño. Se dirige a la popa, allí se desnuda por completo y se lanza al agua. El capitán, alarmado por el ruido producido por la zambullida, se asoma y ve a la joven nadando. Sin decir nada la observa y no pierde detalle de sus movimientos.

Rocío, que se sabe observada, se recrea como si de una sirena se tratase. Todos sus movimientos van encaminados a motivar y excitar a Espinosa: cuando nada a braza, muestra la redondez de su culo sobresaliendo ligeramente del agua; cuando se queda flotando boca arriba, sus pechos sobresalen como dos pequeños islotes, coronados por los pezones erectos. Ella finge no velo, pero sabe que observa con atención. Pasado un rato, dirige la mirada al balcón del capitán y dice:

-¡Mi señor, no te había visto! ¿Hace mucho rato que me observas? Espero y deseo que no te moleste que me bañe en estas condiciones. Era tanto el calor que sentía, que no he podido resistirme a darme un chapuzón. ¿Por qué no me acompañas? El agua está deliciosa.

-Aunque soy marino desde hace unos años –responde Espinosa-, el agua no es un elemento en el que me desenvuelva con agilidad. Menos aún, si mis pies no tocan el fondo.

Rocío se acerca nadando hacia él. Cuando está justo debajo, vuelve a decir:

-Entonces lánzame una escalerilla que, con las prisas y el deseo por quitarme el calor del cuerpo, he olvidado tomar esa precaución.

Hipnotizado por la figura de la joven nadadora, accede y se la lanza. A medida que ella sube, no le quita ojo de encima, y la verga comienza a crecer de forma automática dentro de sus pantalones. Rocío llega al balconcillo, se queda sentada en la barandilla, justo en el momento en que el sol desaparece en el horizonte, bajo el océano. El capitán se ha retirado unos metros hacia el interior del camarote. Al contemplar a la joven, solo puede ver su silueta a contra luz y eso le excita mucho más. Ella se adentra en el camarote, se pone junto a él y le dice al oído:

-Mi señor, noto tu excitación y presiento una erección descomunal. He visto cómo me mirabas y notado cuánto me deseas. Si lo ansías, puedo calmar el fuego que quema tus entrañas. Solo tienes que ordenarlo y te complaceré en cuanto pidas.

Él no dice nada, solo se limita a contemplar el cuerpo desnudo de la joven. Ella baja su mano derecha, la mete entre los pantalones y agarra la verga con delicadeza y sensualidad. Con calma, la acaricia y consigue arrancar quejidos de placer en el capitán. Cuando nota que Espinosa quiere más, le dice:

-Mi señor, tengo la garganta seca y el cuerpo acalorado. Preciso de un poco de vino fresco para aliviarme. Si lo deseas, puedo ir a la despensa y traer una buena jarra que refresque nuestra garganta y alegre nuestros cuerpos.

El capitán accede y Rocío sale del camarote. Al rato, regresa con una jarra grande llena de vino y dos copas. Las llena, y ambos beben con prisa para calmar la sed y el calor. Le sirve otra copa y, mientras la toma, ella se apresura a despojarle de las ropas. Le invita a recostarse sobre una butaca, y le hace todo tipo de caricias y juegos picantes. Él no deja de beber cada una de las copas que ella le va llenado. Pasada media hora, Espinosa queda adormecido en la butaca. Ella sale del camarote y se dirige al del contramaestre. Al llegar, Álvaro la espera y pregunta:

-¿Todo ha salido bien?

-Sí, está durmiendo como un niño de pecho –responde ella-. Realmente es efectiva la droga que has preparado. Ni se ha dado cuenta del sabor que dejaba en el vino. Durante tres horas no sabrá donde se encuentra ni se enterará de lo que suceda. ¿No es así?

-Así es –contesta Álvaro-. Los efectos son muy fuertes y la duración prolongada. Ahora procedamos con el resto del plan.

Ambos salen del camarote y se encaminan a cumplir con su parte. El contramaestre se dirige a cubierta y va informando a todos los marineros de que Rocío tiene preparada una sorpresa para ellos. Tras hacerlo, abre dos pequeños barriles de ron que llevaba bajo los brazos.

-Compañeros –comienza a decir-, el capitán se encuentra durmiendo en su camarote pues no se siente bien de los intestinos. Ha jurado que, cuando se reponga, enviará al fondo del mar al cocinero –todos los presentes se ríen con ganas ante la gracia del contramaestre-. Me ha ordenado que os obsequie con estos barriles de ron para desearnos una buena travesía y celebrar el buen negocio que no espera.

Todos aplauden con algarabía y lanzan los sombreros al viento. Antes de que el bullicio decaiga, Rocío sale por la escotilla de proa. Completamente desnuda, y contorneando todo su cuerpo, se aproxima hacia ellos con parsimonia. Cuando llega al corrillo que forman les dice:

-Amigos míos y bravos marineros. Hace un rato estaba a punto de yacer con nuestro capitán, en su camarote, en su lecho. Pero por culpa del cocinero y de la bazofia que nos da de comer, el pobre capitán se ha sentido mal de las tripas, y me ha dejado con las ganas y con el culo al aire. Como considero que está muy feo dejar a una dama a medias, y que el fuego ha de apagarse como sea, os invito a rememorar el día que nos conocimos y que me hagáis gozar tanto o más que en aquel momento. Es tanto el deseo que siento, que tengo sexo para dar a diestro y siniestro.

Cuando termina de hablar, el bullicio vuelve y los sombreros vuelan de nuevo. Se encienden faroles para poder ver pues la noche está cayendo. Levantando una jarra de ron en alto, Rocío vuelve a decir:

-Señores, brindemos por nuestro capitán y por el cocinero, para que, cuando Espinosa se recupere, nos libre de semejante boticario. El primero que tome cinco jarras de ron, de un trago, será quien comience con el festín que os ofrezco. En posición me coloco, a la espera del primer valiente que cumpla mis deseos. Mientras tanto, tú, Álvaro, serás quien caliente mi entrepierna mientras se proclama el primer aspirante a cobrar su premio.

Rocío se sienta sobre un barril e indica al contramaestre que se acerque a ella. Abre bien las piernas para que todos vean lo que pueden conseguir. Él se despoja de los pantalones y se acerca a ella. Cuando está entre sus piernas, Rocío toma la verga con la mano, la dirige a la entrada del coño y dice:

-Ahora, señor contramaestre, muestra a tus compañeros como se hace gozar a una mujer ardiente mientras ellos compiten por ocupar tu lugar. Jódeme como deseo y te daré lo que esperas.

Dicho esto, Álvaro clava la polla en el coño de Rocío, hasta llegar a lo más profundo. Alentado por los vítores de sus compañeros, comienza a follar con ganas el húmedo y caliente agujero. El resto, se afanan por cumplir con la exigencia de tomar cinco jarras de ron, de un solo trago cada una. Mientras Álvaro y Rocío follan con ritmo y pasión, uno de los marineros grita a los cuatro vientos que ha cumplido el compromiso. Rocío, que no quiere interrumpir el orgasmo que le está por venir, entre jadeos y pequeños gritos de gusto, dice:

-¡Date prisa contramaestre! Que ya tenemos un primer ganador ansioso por ocupar el puesto que tienes. Dame tu simiente y llena mis entrañas con ella. Junto a los jugos que manen de mi interior, regaremos el orificio para que los siguientes encuentren menor resistencia. No te demores que me está por llegar el placer supremo.

Apenas un par de minutos después, ambos amantes se corren al mismo tiempo, abrazándose mutuamente y estrujando sus cuerpos sudorosos y complacidos. Durante unos segundos, permanecen entrelazados y perfectamente encajados. Finalmente Rocío le dice:

-Vamos Álvaro, todos han caído como moscas salvo éste que apenas necesita un empujón para hacerlo. Te concedo ese privilegio.

Ambos se separan, algo fatigados, pero felices y satisfechos. Comprueban que todos estén dormidos y que ninguno falte. Una vez lo han hecho, continúan con el resto del plan. No tienen tiempo que perder. Bajan por las escaleras y se dirigen a la bodega donde, dos marineros, vigilan y cuidan de que los cautivos no se alboroten. Cuando llegan a la puerta de acceso, Álvaro espera en un camarote contiguo. En ese momento, Rocío se pone de nuevo en acción. Entra en la bodega, aun desnuda, y dice:

-¡Buenas noches! Veo que estáis muy solos y aburridos. Sin duda, vuestro trabajo debe de ser muy monótono y desagradable. Me pregunto si seréis capaces de complacer a una joven desamparada. Vuestros compañeros están borrachos o dormidos y no encuentro quien me satisfaga.

Ambos se muestran sorprendidos pero al mismo tiempo dispuestos. Ella se apresura a añadir ante tan pronta respuesta:

-Veo que ambos sois hombres dispuestos a cumplir. Pero este no es lugar donde poder dar rienda suelta a nuestros instintos más básicos. Muchos ojos nos observan y no es cuestión de incitarlos a una sublevación. Ven tú primero y, después de quedar satisfecho, que sea tu compañero quien termine de complacerme.

Toma a uno de la pechera y tira de él para que la siga. Cuando entran en el camarote donde Álvaro espera, le propina un fuerte golpe en la cabeza con una estaca de madera. El marinero cae por su propio peso, frenado por el contramaestre que evita que produzca demasiado ruido. Esperan cinco minutos y Rocío retorna junto al otro vigilante. Se acerca a él y le dice así:

-Por lo que parece, con uno no tengo suficiente. Preciso de dos bravos machos que ocupen todos mis orificos. Acompáñame que tu amigo nos aguarda aquí al lado.

El marinero, hipnotizado por la sugerente voz de Rocío, la sigue. Cuando entran en el camarote, recibe un golpe similar en todo el cráneo. No cae muerto de milagro porque, Álvaro, apurado por la situación, ha perdido el tacto y no controla sus fuerzas.

Se apresuran a coger las llaves de las jaulas donde los cautivos esperan a ser liberados. Abren todas las cerraduras e, informados de todo cuanto deben hacer, los esclavos recorren el barco capturando a todo aquel que encuentran a su paso. Los van subiendo a cubierta y, allí, los amontonan como si de ganado se tratase. Una vez están todos están reunidos, y bien amarrados de pies y manos, poco a poco van recobrando la conciencia.

Extrañados y furiosos, gritan y amenazan todo lo que pueden o les dejan los esclavos liberados. Éstos, provistos de cuchillos y estacas de madera, procuran acallar a los molestos marineros. Por fin despierta el capitán quien, al ser consciente de lo ocurrido, dice:

-Esto, sin duda, es algo que pagarás con la vida, contramaestre. Y tú también, ramera. Cuando te ponga las manos encima, te voy a atar en el primer puerto en el que atraquemos, para que todo aquel que tenga ganas de joder, elija el agujero que más le plazca. Y, cuando se harten de joderte por todos los orificios, invitaré a todo el que quiera para que repita, gratis y sin que tengan que dar las gracias.

-No te canses, Espinosa –responde Rocío-. Éste ha sido vuestro último día de vil existencia. Esta noche os reuniréis con el creador o con el diablo, con el primero que os quiera. He esperado este momento durante muchos días y sentada asistiré a vuestro linchamiento. Ahora podéis proceder, Damir –termina diciendo al esclavo que dirige al resto.

Éste, habla con los demás y les da las indicaciones que ha pactado con Rocío. Uno a uno, van atando objetos pesados a cada uno de los marineros. Éstos, al verse sin salida ni opciones de salvar la vida, piden perdón y suplican clemencia. Espinosa se mantiene orgulloso y ni suplica ni llora.

A medida que les van atando los objetos pesados, van arrojando a los marineros por la borda. En apenas un par de segundos, desaparecen bajo las aguas. Dejan al capitán para el final. Cuando lo tienen listo para ser arrojado, Rocío se acerca a él y le dice:

-Mi señor, ésta será la última vez que me das placer. El placer que sentiré cuando te vea hundirte hacia el fondo del mar. ¡Adiós! Aquí se separan nuestros caminos. Espero que en el Infierno vivas el calvario que me has hecho pasar durante este tiempo. Tú me recogiste del mar y eso es lo único que tengo que agradecerte. Con esta bofetada me despido y te deseo ¡buenas noches!

Después de darle la bofetada prometida, lo empuja y observa cómo se pierde bajo las aguas. Álvaro y Rocío se miran, nerviosos se abrazan y se dicen con los ojos que todo ha terminado.

-Ahora, cambia de rumbo y llévanos a África, que nuestros amigos tienen familias que les deben estar esperando –pide Rocío a su amigo contramaestre.

Durante el viaje de vuelta, los vientos son favorables y no tardan mucho en divisar tierra. Al estar cerca de la costa, buscan un lugar donde fondear el barco y desde el que, los nativos, puedan regresar a sus hogares. Uno a uno, se despiden de ellos y se desean suerte. Al final, solo queda por abandonar el barco uno de ellos, Damir, el que sabe hablar castellano. Con lágrimas en los ojos, agradece a Rocío su arrojo y la piedad mostrada para con los suyos. Finalmente, añade algo que deja sin palabras a la joven:

-Rocío, Damir no tiene esposa. No tiene hijos. Todos muertos. Damir no tiene nada. Yo quiere ir con tú. Tú necesitar hombre fuerte y yo ser fuerte. Decir sí, por favor.

La joven, muy emocionada por las palabras de su nuevo amigo, asiente con la cabeza y lo abraza. Su frágil cuerpo se funde con el de Damir que, sin llegar a doblarla en tamaño, es de grandes proporciones. Entre sus brazos se siente segura y protegida.

De esta forma, el barco que antes fue del capitán Espinosa, pasa a pertenecer a Rocío y a sus dos amigos.

-Señor contramaestre –dice Rocío-, poned rumbo a España, que asuntos urgentes me aguardan y a vos todas las riquezas que mi padre os regalará.

-¡A sus órdenes, mi capitana! He de pensar un apodo que poneros. Dejadme pensar… jajajaja, lo tengo… os llamaré “Bragas de Seda”… jajajaja… aun recuerdo la gracia que me hizo vuestra braga el día que os rescatamos del mar.

-Si me llamáis de esa forma tan vulgar –responde Rocío-, juro por Dios que os atravieso con la espada. Si, aun así, os obstináis en llamarme como pretendéis, recurriré al poder de convicción de mi trasero para obligaros. No debéis olvidar una cosa: “Con mi trasero logro lo que quiero”… jajajaja…

-Cierto -añade el contramaestre-, soy fiel testigo de eso; pero, si no os gusta, tiempo tengo para pensar en otro que sea de vuestro agrado. El viaje hasta España es largo y el viento favorable.

 

CONTINUARÁ…

 

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Os recuerdo que, quien quiera y le apetezca, puede dejarme algún comentario con sugerencias, correcciones, un beso, o lo que quiera. No tengáis reparo ni temor, pues a nadie me como y lo recibiré con la mayor de las ilusiones.

Hasta el siguiente capítulo, me despido con un fuerte beso. ¡Gracias por el tiempo dedicado!

Luz Esmeralda.