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Sexo anal, cuernos y venganza: un cóctel mortal

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 “Sexo anal, cuernos y venganza: un cóctel mortal”

Por: Luz Esmeralda

Dedicado a Luca y Fernando Madrid, dos asiduos lectores que disfrutan con mis relatos.

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NOTA: En anteriores relatos, he recibido infinidad de correos, enviados por lectores, en los que me manifestaban algo que creo que debo tener en cuenta. Los lectores, a los que me estoy refiriendo, me indicaban que, en algunas fases de mis relatos, no terminaban de entender lo narrado; que determinadas palabras o expresiones no las comprendían. La mayoría, son de países de América y, algunos, de España. Entiendo que todos hablamos la misma lengua, “La de Cervantes”, que se suele decir. Pero también tenemos nuestros localismos o, dicho de otro modo, palabras y/o expresiones propias. Dentro de España, dependiendo de una región o zona, también ocurre lo mismo. Incluso se puede dar, esta situación, entre personas de diferentes grupos de edad, ambientes, o cualquier otro tipo de circunstancia. Todo esto es normal y comprensible.

Aclarado esto, quiero complacer, en particular, a los que me escribieron y, en general, a todos los lectores. ¿Cómo lo haré? Muy sencillo: en las expresiones o palabras que, para mí, son habituales les pondré “Comillas”, indicando que así me expreso o quiero hacerlo por algún motivo concreto (dar más contundencia a la frase, una ironía, un doble sentido, o lo que sea). De esta forma, quien no las entienda, puede buscar en Google y salir de dudas con facilidad. Siempre pretendo que mis relatos sean comprendidos, en su totalidad, por todos o casi todos. Pero, si uso estos recursos es para expresarme como realmente quiero hacerlo, dando, de esta forma, el sentido concreto que pretendo.

Hecha la aclaración, y tenidos en cuenta vuestros correos, agradezco interés mostrado y quedo abierta a cualquier otro tipo de sugerencia. Con la ilusión de que os guste el relato os dejo este beso… KISSSS.

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RELATO:

Claudio era un personaje triste, insípido, poco dado a relacionarse con amigos y atractivo. Su principal problema era el abandono personal en que se había sumido, algo que ahuyentaba a las mujeres. En 32 años de existencia solo había conseguido una licencia de taxista y una mujer espectacular, una “tía” de las que se ven pocas. Era “la comidilla” de cuantos le conocían: “¿Cómo semejante hembra puede estar con este imbécil? ¿Qué habrá visto en él?”.Vaqueros, camisa de cuadros y una vulgar chaquetilla que imitaba al cuero: esta era su forma habitual de vestir. Realmente era un tipo muy abandonado al que, su esposa, dejó por imposible varios años atrás: se había cansado de repetirle que la fachada exterior es demasiado importante como para descuidarla… sobre todo trabajando de taxista.

Durante los primeros años “en el taxi” trabajó en turno de mañana y tarde, tomando un descanso, de apenas una hora, para comer con algún colega de profesión en bares de mala muerte. Un buen día decidió que estaba agobiado y dijo ¡Basta! El trabajo diurno le desesperaba con sus atascos, semáforos, peatones que nunca dejaban de cruzar la calle (esta era la impresión que tenía cada vez que les cedía el paso), los bocinazos, el mal genio de los conductores y cualquier circunstancia incómoda para alguien que pasaba diez horas al volante.

Un buen día, decidió cambiar y trabajar en turno de noche, de once a ocho de la mañana, buscando tranquilidad. Evitaba a sus compañeros para no tener problemas: le llamaban, de forma burlesca, “Yo Claudio”, por un tic nervioso que tenía en el labio superior y, evidentemente, por coincidir su nombre con el del protagonista de la serie así titulada.

Apenas pasaron tres meses cuando, un sábado, a eso de las tres de la madrugada, recogió a una mujer de unos treinta y pico años en una esquina del barrio más pijo de la ciudad. Al subir al vehículo, la mujer, le indicó que quería ir a una conocida discoteca, la más frecuentada del momento, la que estaba de moda. A medio camino le ordenó parar frente a un cajero automático. Le exigió que esperara pues solo quería sacar dinero. Así lo hizo hasta que, la clienta, volvió a subir y pudieron continuar con “la carrera”. No pudo evitar escuchar cómo, ella, manoseaba los billetes recién salidos del cajero. Casi podía sentir el calorcito que emitían y, sin pretenderlo, echó un vistazo por el espejo retrovisor. A pesar de la escasa luz del interior del taxi, observó que la pija contaba los billetes como una experta cajera.

- ¡Hija de puta! ¡Está podrida de dinero! –Pensó al calcular que, al menos, tenía mil euros entre las manos-. De buena gana le daba “dos leches” y le aligeraba peso. Luego la dejaría por ahí tirada y… ¡Qué me busque! -siguió soñando con los ojos abiertos, totalmente ajeno al tráfico.

Con un inconsciente frenazo volvió a la realidad, evitando dar por el culo al coche que le precedía y que se había detenido en un semáforo en rojo. Cuando llegaron al lugar de destino, la mujer le pagó con un billete de diez euros, añadiendo que se quedara el cambio pues el importe de la carrera era algo inferior.

La vio alejarse y la deseó… Deseó que tropezara, que se partiera la cabeza y, así, poder quitarle los billetes. Pero esto no ocurrió y la “mileurista” se perdió entre la gente. Durante unos minutos quedó pensativo mientras se fumaba un pitillo. Pensaba en mil y una maneras de hacerse con esa “pasta” que le resolvería el mes. Finalmente terminó por marcharse pues la tentación era grande pero los “cojones” pequeños…, tanto que sentía como si le faltaran.

Durante las siguientes dos horas tuvo de aguantar de todo:”niñatos” borrachos, que representaban un riesgo por si vomitaban en la tapicería; parejitas que se magreaban con todo el descaro del mundo; pijos que le destrozaban el cerebro con su verborrea ridícula… No pudo aguantar más y decidió dejar de trabajar.

Con miedo, pero decidido, volvió a la discoteca donde había llevado a la pija; no sabía cómo, pero ansiaba intentar hacerse con esa fortuna; necesitaba tener éxito y olvidar el taxi un par de semanas. Aparcó el vehículo y entró en el local. Pidió un “cubata” a la camarera maciza que le atendió y comenzó a dar vueltas, entre la multitud, buscando a su ¿Cajero automático?

Media hora después dio con la que, si todo salía bien, pagaría sus ansiadas vacaciones. Al verla sin abrigo pensó que, además de dinero, tenía un buen culo y un mejor polvo: de buena gana se la follaría, primero, y “desplumaría”, después. Volvió a la realidad (por segunda vez en la noche) y observó que la mujer, y el grupo de amigos con quien estaba, habían dejado los abrigos en los sillones. Los bolsos de las mujeres no los veía pero, con toda seguridad, estaban depositados bajo las prendas de abrigo.

Apoyado en una columna esperó la llegada de una oportunidad que no pudiera perder. Tras un buen rato, las mujeres y un par de hombres, se fueron a bailar, quedando de guardia dos tipos no muy grandes. Estos no perdían la oportunidad de mirar los culos de las “hembras en celo” que pasaban a su lado. Claudio, cada vez se acercaba un poco más a lugar donde, posiblemente, estaba el tesoro que ansiaba robar.

¡Por fin llegó su oportunidad! Los dos tipos se acercaron a la barandilla del piso superior donde se hallaban. La locura provocada, en el gentío que bailaba al poner la canción de moda, atrajo su atención. Se acercó a los abrigos, se sentó en el borde del asiento, palpó con las manos a su espalda, rebuscando entre las telas hasta que encontró dos bolsos. Giró la cabeza para mirar y dudó de cuál sería el que anhelaba. Por no perder tiempo decidió coger ambos, guardarlos bajo su chaqueta y salir todo lo deprisa que pudiera, sin levantar sospechas. Los dos “atontados” ni se dieron cuenta: debían tener la mente ida y las pollas duras al ver tantas jovencitas casi desnudas, bailando como perras en celo, ahogadas en alcohol.

Salió al parking, montó en su taxi, puso la luz roja de “ocupado” y marchó como “alma que lleva el Diablo”, sin perder un segundo en saquear los bolsos. Cuando llegó a un lugar que le pareció seguro detuvo el coche, volcó el contenido de los bolsos y… los ojos se le iluminaron, en la penumbra del ambiente, al ver el color del dinero. Lo tomó entre las manos, lo restregó por la cara y lo olió hasta impregnarse con su peculiar aroma.

.- Jajajaja… ¡ESTO SI QUE ES UN GOLPE DE SUERTE! –Gritó como loco al hacer balance de su botín: mil cien euros, dos teléfonos de alta gama y, un reloj de pulsera delgado y muy brillante- Este para “la parienta” –dijo al verlo y sin saber su valor-, a ver si de una puta vez deja de darme la lata con que nunca le regalo nada.

Casi eran las nueve de la mañana. Hacía una hora que terminó su jornada de trabajo y decidió volver a casa, sin tomarse el café de costumbre. No quería enojar a su mujer y, aunque así fuera, pronto se le pasaría el enfado al ver el regalo. Con este pensamiento se puso en camino y, tras media hora, llegó al triste lugar donde vivía: un barrio a las afueras, de clase obrera, con edificios “calcados”, parques sin vida y donde las mujeres bajaban a la panadería en bata, con los rulos en el pelo y con sus zapatillas espantosas. Sin duda un lugar que le hastiaba y del que siempre había deseado escapar sin conseguirlo.

.- ¿Estas son horas de llegar? –preguntó con voz firme y mostrando su malas maneras de hablar, Pili, su esposa y única compañera desde hacía seis años.

Sin tiempo para decir más, “la sargento mayor”, cambió el tono de voz, sus ojos brillaron, una sonrisa desdibujó su cara de mala leche y los dientes, perfectos, afloraron al hacerlo.

.- ¿Es para mí? ¿De dónde lo has sacado? –preguntó al ver el bonito reloj que colgaba de la mano de su hombre.

.- Si mi amor, es para ti. Se le debió caer a alguna clienta en el taxi –respondió feliz por no recibir la regañina de costumbre-. Pero… si piensas que debemos devolverlo, lo hacemos, como tú quieras.

.- ¡Eso ni lo sueñes! Si alguna vez te preguntaran, tú, dices que no lo has visto, que lo debió coger otro cliente- respondió de forma contundente la afortunada-. Ven, te voy a echar el mejor polvo que recuerdes- añadió mostrándose agradecida y dispuesta a demostrarlo.

.- ¡El mejor polvo que recuerde! ¡Cómo si eso fuera fácil! ¡Jaja, hace tanto tiempo… que recuerdo mejor la primera comunión! –pensó Claudio que, a lo más que había llegado, hasta la fecha, había sido a un coito rápido, de apenas cinco minutos, de forma tradicional y sin ganas.

Y así era: cuando no estaba cansado él, estaba desganada Pili; cuando él se calentaba, ella se enfriaba. Rara vez, su mujer, tenía predisposición. Sus máximas aspiraciones conyugales se resumían a gastar, en tonterías, el poco dinero que quedaba después de pagar los gastos habituales de la vivienda. Por suerte el pisito estaba pagado pues fue el regalo de bodas de los padres de Claudio. Los pobres gastaron todos sus ahorros ya que en el pueblo no precisaban de mucho para vivir.

Sin demorarse más tiempo, ambos, fueron al dormitorio (nunca mejor dicho, pues era prácticamente el único uso que hacían de él). Nada más llegar, ella comenzó a desnudarse, muy lentamente y poniendo caras muy raras, como si estuviera estreñida: lo hacía tan pocas veces que le faltaba salero. Claudio no perdía detalle, debía estar sorprendido al recordar que su mujer tenía unas tetas tan formidables, un culo tan prieto y perfecto y… y un coño suave y jugoso. Pili, se mantenía, a sus treinta años, joven y lozana como una universitaria. Sin duda era la mujer más hermosa del barrio y una diana perfecta para los piropos de los hombres, de cualquier edad o condición.

Sin perder tiempo, Claudio, también se desnudó, mostrando su estoque deseoso de ensartar a semejante “Miura”. Ella se acercó a él, se arrodilló frente a su polla y la fue tragando, con los ojos cerrados, como si no quisiera verlo. Él, se estremeció por la novedad y por el gustito recibido. La tomaba del pelo fuertemente, como si quisiera apresar el momento para siempre. Poco a poco fue acompañando, con sus caderas, los movimientos de Pili. Apenas un par de minutos después, ella abandonó la felación, se subió a la cama, se puso a cuatro patas y dijo:

.- ¡Vamos, macho mío… fóllame como si fuera una perrita! Estoy tan caliente que quiero sentir tu leche dentro de mí. –ordenó la esposa adoptando la misma mueca que cuando se desnudaba.

Esto no desmotivó a Claudio que se colocó tras ella, apuntó con el capullo en la jugosa raja de “la perrita” y la hincó hasta el fondo, hasta que los cojones chocaron con las carnes de Pili. Comenzó a follar como si fuera el último polvo de su vida, como si fuera el último deseo de un condenado a muerte. Ella no tardó mucho tiempo en correrse, entre gritos de placer y palabras obscenas (“Demasiado vulgares para que yo las reproduzca”).

Cuando, el afortunado Claudio, no pudo aguantar más, apretó el culo, se aferró con fuerza a las caderas que tenía delante y dio las últimas envestidas que consiguieron que descargara dentro de ella. Con los ojos cerrados y la cabeza levantada hacía el techo, pareció dar gracias a Dios: no podía creer que su golpe de suerte se viera incrementado con un polvo fuera de lo corriente…, para él.

Tras terminar, Pili, se levantó, se vistió y se fue a hacer sus cosas. Claudio quedó pensativo en la cama, fumando un humeante pitillo que redujo a cenizas con apenas cinco o seis caladas. Ahora era consciente de que, su mujer, solo podría estar contenta y predispuesta si tenía algo más de lo que, hasta la fecha, le había podido ofrecer. Así comenzó a pensar, maquinar y, finalmente soñar con lo que podría o debería hacer para conseguirlo.

Durante mes y medio volvió a ser el triste y aburrido taxista de siempre. Pero una noche, al pasar por delante de un cajero automático, vio que una chica joven sacaba dinero. Detuvo el vehículo tras la siguiente esquina, lo aparcó, bajó, y se encaminó hacia la entidad bancaria. Decidido, por ser una presa fácil, se acercó a la chica, sin que ella advirtiera su presencia, la envolvió el cuello con su brazo, le puso en el costado la navaja que siempre usaba para prepararse el bocadillo y, con voz firme y amenazadora, exigió que le diera el dinero. La pobre muchacha, sorprendida y asustada, no lo pensó dos veces y obedeció, entregando los billetes que recientemente había “escupido” la ranura del cajero. Tras soltarla salió corriendo, en dirección contraria al lugar donde había aparcado. De esta forma podría volver al taxi dando la vuelta a la manzana, sin despertar sospechas.

Desde esa noche, en que consiguió de la joven más de cien euros, la vida de Claudio dio un giro de 180º: pasó los siguientes meses cometiendo pequeños hurtos; atracando a las chicas que sacaban dinero de los cajeros; y, aprovechando el descuido de alguna incauta, robarle el bolso. Todas sus fechorías las cometía bajo el anonimato de la noche, y, lo más importante, a mujeres: se sentía tan cobarde que solo se atrevía con ellas, eran víctimas más fáciles.

Con el tiempo se fue sintiendo más ambicioso, dando un paso más. Comenzó a robar en casas apartadas, en urbanizaciones tranquilas o cualquier lugar que le inspirara confianza. Al conducir un taxi podía recorrer las zonas elegidas con discreción pues, un vehículo de este tipo, no hace sospechar a nadie. Para ello aprovechaba las tardes ya que, por las mañanas, dormía hasta la hora de comer. A Pili, le dijo que, por las tardes, ayudaba a un colega a montar muebles en un polígono cercano. De esta forma justificaba sus largas ausencias y el dinero extra que entraba en casa. Pero la mujer estaba encantada: le tenía que aguantar menos tiempo y disponía de más dinero para gastar en “sus cosillas”.

Cuando sospechaba que en una casa no estaban sus moradores, llamaba al timbre o al portero automático, según el caso, de la valla, muro o cercado. Si alguien contestaba, se justificaba alegando una equivocación: hacía creer que alguien lo había llamado y no acertaba con la vivienda adecuada. Si no había respuesta, se dirigía a la parte trasera, más segura y discreta, y buscaba alguna ventana o puerta que fuera fácil de forzar.

Un viernes, hacía la ronda acostumbrada por una zona donde había cuatro chalets, algo apartados entre sí y bastante más de los del resto de la urbanización. Tras llamar y no recibir respuesta, montó en el taxi y lo alejó unos cien metros, escondiéndolo tras unos arbustos. Volvió a pie y, tras saltar el muro, se encaminó a la parte trasera. Allí, empujando una pequeña ventana, consiguió entrar con facilidad. Esta daba acceso al cuarto donde se encontraba la caldera de la calefacción.

 

Al contar con dos plantas, la casa, decidió empezar por la superior. En ella solo había un gran dormitorio y un cuarto de baño. Apenas había comenzado a mirar en los cajones de una pequeña cómoda cuando, sobresaltado, escuchó ruidos que procedían de la planta baja. Se asomó con cautela, miró y vio como los dueños entraban por la puerta y la cerraban. Mantuvo la calma y esperó a ver qué pasaba. El hombre encendió una pequeña lámpara y agarró a la mujer por detrás. Apretó su polla contra el culo de ella y comenzó a sobarle las tetas, por encima del vestido. La mujer se retorcía al sentir los magreos, pedía calma con la “boca pequeña”, como queriendo no ser obedecida. Eso parecía excitar al hombre que aumentaba la intensidad del manoseo, introduciendo las manos entre el vestido.

Inesperadamente, ella, se libró de las manos que la retenían y se separó. Inició una corta carrera hasta las escaleras; Claudio se asustó pensando que iban a subir; el hombre consiguió retenerla y ambos cayeron sobre los primeros escalones. Claudio se tranquilizó un poco al ver que se “enrollaban” sobre los escalones. Ambos parecían bebidos y muy calientes.

.- Te voy a follar por el culo hasta que amanezca –dijo él.

.- ¿Tanto piensas aguantar? Jajajaja –respondió ella burlándose.

Sin replicar, el hombre, buscó las bragas por debajo del vestido. Al encontrarlas tiró de ellas hasta las rodillas de la mujer. Entre risas y algo de forcejeo consiguió que, ella, quedara tumbada sobre los escalones, boca abajo. Se tumbó sobre su espalda, se desabrochó la bragueta, le subió la falda y, a juzgar por los quejidos y suspiros de la hembra, se la metió por el culo. En esta incómoda, pero excitante, posición comenzó a follarla con ganas, consiguiendo que, la enculada, gritara como una loca. El improvisado “mirón” apenas pudo distinguir algo más que dos figuras: la luz era escasa y su posición no muy buena. A pesar de estos inconvenientes se estaba poniendo cachondo, sin poder remediarlo.

Ella se quejó por la incomodidad y pidió adoptar una postura más cómoda. Saliendo de su recto, él, dejó que ella se arrodillara cobre uno de los peldaños. Cuando lo hubo hecho, se situó detrás, en cuclillas, y la penetró por segunda vez, subiendo bien la falda hasta la espalda de la mujer. Pareció que Claudio deseara ocupar esa posición de privilegio, ser él quien la enculara: Pili nunca dejó que la penetrara por ese orificio.

Los gritos de la mujer no decaían, todo lo contrario, se incrementaban con cada nueva embestida. El hombre jadeaba y parecía tener calor pues, sin dejar de follar, se desabrochó la camisa y se la abrió. Claudio pensó que tarde o temprano subirían y se adentró en el dormitorio, buscando donde esconderse en caso de que tuviera razón. Vio un gran armario, más profundo de lo normal. Pensó que sería un buen lugar. Más que eso, era el único lugar. Pero tenía que arriesgarse pues no tenía más opciones.

Los amantes seguían jadeando y gritando. El ladronzuelo volvió a sentir curiosidad y se asomó de nuevo. Al mirar, vio que él estaba sentado en uno de los escalones; ella sentada sobre su miembro, dando la espalda. Cabalgaba complacida y rebosante de gusto, agitando la cabeza en todas direcciones. De repente, se detuvo y tornó los gritos en suspiros, en suaves jadeos. Presuntamente se estaba corriendo, y con ganas, a juzgar por las palabras obscenas que “escupía” por la boca.

.- Vamos a la cama, quiero más –dijo ella cuando pareció relajarse.

El corazón de Claudio comenzó a latir con violencia al escuchar esas palabras: la mínima esperanza que albergaba de que no subieran se vio truncada. Con sigilo se dirigió a su “refugio”, entró y cerró la puerta hasta dejar una pequeña rendija. Se acomodó como pudo y esperó acontecimientos.

Pasados un par de minutos sintió la voz de él y las risas de ella, junto a la puerta. Al instante entraron y encendieron la pequeña lámpara de la mesita de noche. Tan claro como si fuera de día, Claudio, pudo ver la cara de la mujer. Sin dar crédito a lo que sus ojos le mostraban, terminó por aceptar que se trataba de Pili, ¡Su Pili! Los pensamientos que recorrieron su cerebro eran contradictorios: deseaba salir y descubrirlo todo, pese a lo que sucediera; por otro lado tenía miedo y, más, al ver el tamaño del tipo; o ¿Debía permanecer escondido, sin mirar?; tal vez aguantar los cuernos y ver todo, echándole un par de “huevos”. A pesar de que su erección había bajado, decidió mirar y sufrir en silencio.

Cuando volvió del mundo donde moraban sus pensamientos, pudo advertir que ambos estaban desnudos por completo, en pie, besándose y manoseándose. Él buscaba el coño de la adultera y ésta sujetaba la polla con la mano derecha, agitándola ligeramente.

Cuando se separaron, la calma sensual que había reinado durante los últimos minutos, se tornó de nuevo en desenfreno y brusquedad. Pili, inclinó su torso hacía la cama, apoyó las manos sobre esta y separó ligeramente las piernas. Él se colocó muy pegado a su culo, apuntó hacía la entrada y la fue metiendo mientras, ella, le recibía con vicio. Parecía disfrutar tanto con la sodomía que, Claudio, no daba crédito, no lo podía entender: sorprendentemente, su esposa, le entregaba el ano a otra persona, algo que jamás había consentido con él. Es más, por la experiencia que parece tener… ¿Cuánto tiempo hará que lo practica? –pensó.

Poco a poco, el cuerpo de Pili fue cediendo hacía la cama ante la potencia de los envites de su amante. Finalmente cedió del todo y ambos cayeron sobre la cama, sorprendentemente sin desacoplarse. El hombre se animó un poco más, aumentando el vigor de las penetraciones: puede que esta postura, más erótica, le motivase mucho más. Cuando ella parecía estar corriéndose, vio inundado su recto por el semen del hombre que, gimoteando y suspirando, descargó durante varios segundos. Ella también alcanzo el éxtasis, por segunda vez.

Ambos permanecieron acostados en esa posición un par de minutos, sin hablar, sin producir sonido alguno… salvo el de sus respiraciones que lentamente volvían a su ritmo natural.

.- En la mente de Claudio solo existía la imagen de los cuernos sobre su cabeza. Una y otra vez se preguntaba- ¿Por qué? ¿Por qué a mí? A mí que arriesgo mi libertad para que ella sea un poco más feliz. ¿Qué le aporta este tipo que yo no pueda? –No dejaba de atormentarse.  

Justo en el momento en que se calmó un poco, ella comenzó a hablar…

.- ¡Gracias, mi amor! ¡Has estado fantástico! No sabes cómo me gusta que me folles por el culo. No eres el primero, pero sí el que más placer me da –afirmó ella mientras sus palabras retumbaban en los tímpanos de su marido.

.- ¿Y tu marido? ¿No te da por el culo nunca? –Preguntó el hombre.

.- Sabes de sobra que no le dejo. ¿Cuántas veces he de decírtelo? Solo me la ha metido, aparte de ti, un vecino. Éste fue quien me lo desvirgó hace un par de años –respondió algo molesta.

.- Perdona Piluchi, no quiero que te enojes. Pero… ¡Cuenta, cuenta! ¿Quién era ese vecino y como ocurrió? –preguntó él.

.- Pues…, el vecino era un chico polaco que vivió en nuestro bloque un par de meses. Después regresó a su país y no lo volví a ver. Follamos durante un par de semanas, por las tardes, cuando mi marido estaba trabajando…

.- ¿Pero no me dijiste que trabaja por la noche? –Interrumpió el amante algo perdido.

.- Sí, pero trabaja de noche desde hace unos dos meses. El muy flojo se cansaba de hacerlo por el día y cambió el turno para tener menos clientes. Él me dio otros motivos pero no me la “pega”.

.- ¡Sigue, sigue con lo del polaco! –insistió él.

.- Pues, como te decía. Follamos un par de semanas. A los cuatro o cinco días me lo propuso. A mí me daba miedo, pero él supo convencerme. Finalmente accedí, una tarde de mucho calor. Estábamos en la piscina comunitaria, como un par de buenos vecinos a los ojos del resto, charlando. El no hacía más que decirme frases muy subidas de tono. Me decía que tenía el culo más espectacular que había visto nunca; que me la iba a meter por el ano hasta los huevos; que una vez la tuviera dentro, no iba a desear que me la sacara; que invitaría a todo el mundo para que me viera morirme de gusto; que me iba a dilatar el esfínter de tal forma que me cabría una botella de Coca-Cola…

.- ¡Joder! –Exclamó el “tipo”.

.- Me puso tan cachonda, con sus palabras, que no pude aguantar más. Le pedí que fuéramos a mi casa. Nada más entrar fuimos al salón, me quité el bañador y el hizo lo mismo. Sin pensarlo dos veces comencé a chuparle la polla, como si le agradeciera las palabras con que me calentó. Él estaba tan cachondo que me pidió que no se la chupara, solo quería romperme el culo, en ese preciso momento. La palabra “romperme” se me clavó en el alma y, desde ese instante, sentí que me moría por tenerle dentro de mi ano.

Le pedí que me follara por detrás, pero que no me hiciera daño. Él fue a la cocina y al baño. Al regresar, lo hizo con una botella de aceite de oliva, una toalla del baño y un dosificador de jabón líquido. Extendió la toalla en el sofá, me hizo colocarme encima, boca abajo, me abrió los muslos y, después de mezclar jabón con aceite, me embadurnó el ano abundantemente. Después hizo lo mismo con su polla y se colocó a mi entrada. Me pidió que apretara los dientes y me agarrara fuertemente a lo que pudiera. Finalmente comenzó a encularme. A medida que entraba la polla me arrancaba gritos de dolor. Le pedía que se detuviera pero no obedecía. Me susurraba al oído que el dolor sería pasajero, que en pocos minutos estaría gritando de placer. Siguió penetrando y yo gritando. Justo cuando tenía media polla clavada en mi culo, me pidió que mirara a la puerta de la terraza. Al hacerlo me dijo que la había abierto para que todos los vecinos me oyeran gritar. Eso me molestó pero… al mismo tiempo me puso rabiosa y cachonda. Sin darme cuenta la tenía clavada del todo.

Descansamos unos segundos mientras mi recto admitía ese “cuerpo” extraño. Finalmente comenzó a entrar y salir, con más velocidad, a medida que el dolor remitía un poco. Sin saber cómo, a los pocos minutos me estaba corriendo como una perra. Él no tardó mucho más, llenándome el agujero de leche al tiempo que mis gritos eran escuchados en toda la vecindad.

Desde ese día me folló por el culo a diario. Algunos días dos veces: por la mañana y por la tarde. Después de irse a su país, yo ya era toda una experta en sexo anal. Con mi marido no quería hacerlo. Lo cierto es que apenas follábamos un par de veces al mes. Desde que el polaco se fue, he tenido varias aventurillas con otros tipos y, con todos, he abierto el agujero trasero desde el primer día.

.- Puedo imaginar lo bien que se lo pasó el “polaco”. Dame un minuto que no tardo. –dijo el amante y salió del dormitorio, bajando las escaleras.

Cuando regresó, portaba en las manos una botellita de aceite y un dispensador de jabón. Pili no podía creer lo que veía y comenzó a reír a carcajadas.

.- Colócate en posición, que te voy a destrozar el culo –dijo el muy cabrón imitando el acento de los polacos- voy a imaginar que tu agujero es el del cornudo de tu marido. Voy a imaginar que me lo follo a él –añadió burlándose del pobre Claudio que no sabía dónde meter la cabeza.

Si escuchar el relato de su mujer fue doloroso, las palabras del hijo de puta que se la follaba fueron humillantes. El pobre cornudo apenas podía pensar y, en su mente, tomaba fuerza la idea de vengarse de ambos.

Durante un buen rato, los amantes, rememoraron el día en que Pili perdió la virginidad anal. Claudio terminó por taparse los oídos con las palmas de las manos: no quiso escuchar más; ya había sido suficiente para él.

Pasado un rato dejó de escuchar los leves sonidos que se filtraban en sus oídos, a través de las diminutas rendijas que dejaban sus manos. Volvió a mirar por la pequeña rendija y no los vio; abrió la puerta, un poco más, con el mismo resultado; agudizó el oído y escuchó caer el agua de la ducha, confundiéndose con susurros y risas.

Asomó la cabeza y, totalmente seguro, no lo pensó dos veces: salió del armario con prisa y cuidado; abandonó el dormitorio sin mirar atrás; bajó las escaleras de dos en dos; finalmente, llegó a la puerta principal. Antes de salir al exterior reparó en que, sobre una pequeña mesita, junto a la salida, había un juego de llaves agrupado en un elegante llavero. Lo tomó, abrió lo suficiente la puerta y probó, una por una, cual era la que abría. Cuando dio con la correcta pensó llevárselas; sin embargo, lo descartó por resultar demasiado sospechoso. Abrió uno de los cajones de la mesita y, al rebuscar en su interior, halló varias llaves sueltas. Tras compararlas con la que abría la puerta, encontró una idéntica. La guardó en su bolsillo, cerró el cajón, dejó el llavero en su lugar y se marchó

Al llegar al taxi lo puso en marcha, sin perder tiempo, hecho un manojo de nervios: debía marcharse de allí lo antes posible. Sin saber qué hacer, ni dónde ir, se dirigió hacía el Pub donde acostumbraba a tomar café, alguna que otra noche. Pidió una copa de ginebra a la camarera de las tetas grandes. De un trago se la tomó y pidió otra, de la que dio buena cuenta del mismo modo: no daba tregua a la “tetona” ni a la botella. El licor calmó su ansiedad y, sorprendentemente, despejó su mente. Ahora pensaba mejor, con más claridad y frialdad.

.- ¿Por qué? ¿Por qué he tenido que entrar en esa casa? De todas las que había ha tenido que ser en ¡ESA! –se preguntaba intentando buscar una respuesta a su mala suerte.

.- ¡Perdón Claudio! ¿Me estás hablando? –Pregunto Loli, la camarera de las tetas grandes y un culo que parecía una plaza de toros. Eso sí, una plaza monumental, de las buenas.

.- No, guapa. Perdona. Hablaba solo. Es que he tenido una noche de perros. –Se excusó forzando una sonrisa.

Ligeramente mareado, pero sereno, abandonó el local. El resto de la noche la pasó dando vueltas con el taxi, sin rumbo fijo, si tomar clientes: no quería ver ni hablar con nadie.

Pasó varios días “tragándose” el secreto, sin hacer o decir nada que despertara las sospechas de su mujer; simplemente dejó que pasara el tiempo mientras maquinaba la venganza. No por ello dejó de dedicarse a sus “negocios”; pero, eso sí, su mujer dejó de recibir regalos. Tampoco los echo en falta pues tenía otras cosas en que pensar y a “otro” que la agasajaba sobradamente. No obstante, ella, mantenía una estricta disciplina en sus salidas nocturnas, evitando que Claudio sospechara de ello.

Un lunes, sobre las dos de la tarde, se despertó alarmado por el incesante ruido del timbre de la puerta. Se incorporó de la cama, se puso las mugrientas zapatillas, la bata de “mercadillo” y se apresuró a abrir la puerta. Al hacerlo, se encontró frente a tres hombres que le inquietaron: uno, vestido con un traje marrón oscuro, de aspecto desagradable debido a su poblado bigote; otros dos, vestidos con uniforme policial, impecables, fornidos. Uno de ellos portaba, en la mano derecha, un bolso negro que Claudio reconoció al instante.

.- ¡Buenos días! ¿Es usted el esposo de doña Pilar Castejón Escalona? –Preguntó el de paisano al tiempo que le ponía, frente a la cara, una cartera de cuero negro con una placa de policía adherida a ella. –Soy el inspector Velasco y estos son los agentes Céspedes y González- añadió.

.- Sí señor. Claudio Moscada Espósito. ¡Para servirle a usted! –Respondió con cara de incertidumbre- ¿Qué desean?- Preguntó.

.- Tengo el triste deber de comunicarle que, su esposa, ha fallecido la noche pasada –volvió a responder el de bigote-. ¡Le doy mi más sentido pésame!- Terminó.

Claudio les invitó a pasar, se dirigió al salón y se sentó en una silla. Con la cara desencajada, y casi tartamudeando, pidió al inspector que le informara de lo sucedido.

.- Sobre las nueve de la mañana se ha recibido –comenzó a explicar-, en comisaría, la llamada de una mujer denunciando un asesinato. Se han personado varios efectivos policiales, y sanitarios, en la vivienda indicada, donde han encontrado a una mujer que yacía muerta en la cama del dormitorio principal. Al inspeccionar un bolso hallado en la habitación, han encontrado el carnet de identidad de la fallecida, de su esposa. ¿Sabe usted qué ha podido pasar? ¿Conoce los hábitos de su esposa o las compañías que frecuentaba?

.- No señor, no sé nada. Por las tardes, después de comer, salgo de casa y me reúno con algún amigo o adecento mi taxi. Soy taxista ¿Sabe usted? Después, sobre las diez y media de la noche, monto en mi taxi y me voy a trabajar hasta las ocho de la mañana. Hoy, al regresar sobre… las nueve, mi mujer no estaba en casa y he pensado que habría salido a comprar: algunas mañanas sale temprano. Tras desayunar me he acostado, como hago todos los días, hasta la hora de la comida en que Pili…, digo, Pilar, me despierta para comer… más o menos sobre esta hora- respondió Claudio al mirar su reloj, sin titubear y con gesto triste.

.- Tengo que pedirle que nos acompañe para identificar el cadáver: es un trámite imprescindible en estos casos. Le pido por favor que se vista y deje a los niños con algún familiar cercano o, en su defecto, con alguna vecina de confianza.

.- No será necesario, señor, no tenemos hijos. Deme un par de minutos y me adecento un poco.

De camino hacia el depósito de cadáveres, en el coche policial, él iba sentado en el asiento trasero, junto a uno de los agentes uniformados; el otro policía conducía y, a su lado, se había sentado el inspector. Claudio apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y no dijo nada durante todo el trayecto…

.- ¡Señor Moscada!... ¡Despierte!... ¿Está dormido? –Llamó su atención el agente que tenía sentado a su lado, zarandeándolo levemente –ya hemos llegado-. Añadió.

.- No, no estoy dormido… solo pensaba en los motivos que pudiera tener el asesino para matarla… ¡Disculpe! –Respondió con tono afligido.

Tras identificar el cadáver se sintió mal y, excusándose, fue a los lavabos. En ellos permaneció unos diez minutos. Al salir, eran evidentes sus gestos de aflicción y, tras firmar los documentos que le presentaron, sin leerlos, salió del lugar en dirección a comisaría.

Una vez estuvo en el despacho del comisario, éste, le explicó todo lo que, a juzgar por las pruebas, había sucedido… presuntamente:

.- Según la versión que barajamos, el presunto culpable es: don José Peña de la Higuera, de 37 años de edad, casado y con dos hijos de corta edad. Junto a un socio, posee una empresa de gran envergadura y, al parecer, durante los últimos tres años, ha tenido varias amantes, su mujer entre ellas. Para poder dedicarles tiempo se justificaba, con su esposa, alegando que, las continuas salidas, eran para agasajar a sus clientes y proveedores. La familia vive en un piso del centro de la ciudad. Entre otras propiedades, poseen un chalet en una urbanización próxima. Allí es donde llevaba a estas mujeres y donde solían terminar practicando sexo “consentido”, según la declaración del detenido. En esta vivienda es donde ha sido encontrada su esposa…

.- ¡No, no siga por favor! ¡Ahórreme los detalles! Cuando tengan más información y, yo, me encuentre más calmado, entonces…, entonces escucharé lo que tenga que decirme. –Respondió Claudio muy nervioso.

Tras esta corta conversación, el comisario le pidió que intentara identificar al detenido; necesitaban saber si lo conocía y, de ser así, si podría aportar algo que fuera relevante para la investigación. Tras mirarlo unos minutos, a través de un cristal especial, Claudio, afirmó no haberlo visto nunca. Pidió poder marcharse a casa, se sentía tan violento que podría cometer “Una locura”. Volvió a firmar más “papeleo” y se marchó a casa.

Los meses fueron pasando y llegó el verano. Durante ese tiempo fue conociendo más detalles del caso: a través de la prensa y de la televisión; de las informaciones que le proporcionaba la policía; de los chismes que circulaban por la calle, “de boca en boca”… Curiosamente, al entierro no fue casi nadie: tan solo él, su familia política y dos o tres “chismosas” del barrio.

El primero de julio comenzó el juicio al que comparecieron las partes: él, como acusación particular; el ministerio fiscal, como acusación pública; y el acusado, como presunto responsable. Éste último mantuvo, en todo momento, su inocencia en relación al crimen; sin embargo, reconoció su relación sentimental con la víctima. En su declaración afirmó lo siguiente:

** El fin de semana en que ocurrieron los Hechos, él, junto con su esposa e hijos, fueron a pasar unos días con sus padres, a una localidad situada a 32 km. Mediante mensaje de texto (que aportó como prueba) comunicó a la difunta su marcha y se despidió hasta la noche del lunes. El domingo, a última hora de la tarde, recibió un mensaje de texto de la víctima (que también aportó como prueba). En él, le suplicaba que se reuniera con ella a las once de la noche en el chalet. Al llegar, con puntualidad, no la halló y, tras esperarla un rato e intentar comunicarse con ella, no lo consiguió. Decidió regresar junto a su familia, asegurando que llegó a media noche y que, su esposa, podría confirmarlo al ser la única que permanecía despierta.

Por consiguiente, si, la hora estimada del crimen, había sido fijada entre las 24:00h y las 01:00h, él no podía haberlo cometido; si bien, se encontraba lejos del lugar. Respecto a lo sucedido, afirmó no saber nada. Tampoco pudo justificar un mensaje (bastante confuso) recibido, sobre esa hora, en su móvil. Mucho menos una llamada, realizada desde el teléfono de la vivienda, minutos más tarde, a su socio**

El día siguiente, fue el turno de declaración de la señora que se ocupaba de la limpieza del chalet. Esta, en su declaración, dio los siguientes datos:

**El lunes, sobre las nueve de la mañana, había llegado a la vivienda para realizar la limpieza acostumbrada de la misma. Lo hacía una vez a la semana, los martes. Días antes, había comentado a la señora (la esposa del acusado) que el martes siguiente tenía que acompañar a su hija al médico. Pidió permiso para adelantar su trabajo al lunes y, la señora, se lo concedió. De esta forma, al llegar a la vivienda y disponerse a arreglar el dormitorio del matrimonio, encontró a la victima tumbada sobre la cama, desnuda, supuestamente muerta pues no respondía a ningún estímulo, y una serie de herramientas sobre una de las mesas del jardín. Asustada, llamó a la policía que acudió pasados unos diez minutos. Al ser interrogada por los agentes, ésta, aseguró que no echaba nada en falta y que la puerta no había sido forzada: descartando, casi con total seguridad, que se hubiera producido un Robo**

Claudio, sentado junto a su abogado, parecía prestar atención a cuanto se decía en La Sala. No era así, su mente estaba en otra parte. Sorprendentemente, su rostro mostraba una mueca levemente risueña al recordar…

**… El sábado anterior al crimen, por la mañana, él, se levantó antes de lo acostumbrado, antes de la hora de comer. Buscó por toda la casa sin encontrar a su mujer. Pensó que habría ido a la compra al no ver, en la cocina, el carrito que solía utilizar para guardar lo adquirido. Advirtió que, en la encimera, se había olvidado el teléfono y, ansioso, espió las llamadas y mensajes que pudiera tener guardados. No encontró nada sospechoso salvo… un mensaje de texto que, a buen seguro, ella había olvidado borrar. Posiblemente debido a que era muy reciente, de esa misma mañana. En el mensaje pudo leer:

Enviado: sábado, 11 de diciembre de 2010 09:12

RAMONA (PELUQUERA)

Mi amor me marcho el finde con la loca y los niños a ver a mis padres. no sabes bien me ha caido el premio gordo vaya latazo. nos vemos el lunes volvemos después de comer yo te llamo cuando pueda tendre unas ganas locas de follarte. bsos : )

 

.- Seguro que es de ese cabrón. Encima, la muy puta, lo disimula poniendo el nombre de la chismosa de la peluquera –se dijo-. ¡O sea! ¿El hijo de puta está también casado y con hijos? Pero bueno, eso me da igual, esto me da una idea. -Añadió dibujando una sonrisa maliciosa.

El domingo, a las nueve de la noche, Claudio propuso a su mujer ir a ver una película al cine, a la sesión de las diez. Ella reusó su propuesta, justificándose en que no tenía ganas y añadiendo que, él, tenía que ir a trabajar. Claudio alegó que se tomaba la noche libre e insistió con todo tipo de argumentos, hasta que Pili aceptó.

Al salir del barrio, y antes de tomar la autovía hacía la ciudad, Claudio fingió un fallo en el taxi y paró en un camino lateral. Bajó del vehículo y comenzó a mirar en la zona del motor, como si buscara una forma de arreglarlo. Tras unos minutos afirmó haberlo reparado, alegando que necesitaba ayuda para cerrar bien el capó. Ella bajó para ayudarlo y marcharse; si bien, solía ser bastante impaciente. Cuando se acercó a él se vio sorprendida: Claudio la cogió por la espalda, la inclinó contra el capó, como si quisiera violarla por detrás, sacó un cinturón de cuero y amarró las manos de la mujer. Ella, de inmediato, comenzó a lanzar insultos, amenazas y todo tipo de palabrotas. El marido puso rápido remedió acallándola con cinta adhesiva. Sin perder tiempo la subió en el taxi, en la parte trasera, a empujones, y, evitando las coces que ella lanzaba, a “diestro y siniestro”, consiguió atarle los pies con otro cinturón.

Acto seguido subió al vehículo, en el asiento del conductor, tomó el bolso de Pili, sacó su teléfono y envió el siguiente mensaje al amante: “Cari no puedo aguantar t necesito conmigo xfavor librate de la loca y ven nos vemos a las 11 en el chalet si no vienes no m veras nunca mas no llamo xque mi marido esta con migo te espero”. La mujer no paraba de patalear, tumbada, y de hacer ruidos con la nariz, como si quisiera gritar por ella.

Se puso de nuevo en camino y se dirigió hacia el chalet del amante adultero. No fue muy deprisa, no quiso llamar la atención, ni cometer ninguna imprudencia que hiciera que la policía le detuviera. También pretendía hacer tiempo para llegar un poco antes de las once, hora en que, supuestamente, Pili, lo había citado.

Al llegar aparcó tras los arbustos donde, el día que entró en la casa, había ocultado el taxi. Allí esperó hasta poco después de las once, justo hasta que vio llegar al infame que se tiraba a su mujer. No hizo nada, simplemente se limitó a seguir esperando y aguantar, como pudo, la trifulca que tenia montada su mujer en el asiento trasero.

El amante esperó unos minutos en la puerta y, al ver que ella no llegaba, entró en la casa. Al instante el teléfono de Pili comenzó a sonar. Era él quien llamaba: debía estar impaciente a juzgar por la persistencia. Tras la tercera llamada, Claudio, cogió un teléfono de tarjeta prepago que había conseguido de forma ilegal, sin aportar sus datos personales (seguramente robado) y le envió un mensaje: “No me esperes. No puedo acudir a la cita. Nos vemos mañana para ultimar detalles. Un saludo”. Con este mensaje, el amante, debió quedar muy extrañado y, seguramente, cabreado. Veinte minutos después de haber llegado, salió de la casa, subió a su coche y se marchó.

Claudio no podía saber si se dirigía de vuelta al pueblo, con la familia, o si iba a hacer cualquier gestión para volver más tarde. Pero debía arriesgarse si quería que su plan saliera bien. Tras esperar diez minutos más salió del coche, abrió el maletero, se puso un mono que cubrió su cuerpo por completo y unos guantes de cuero negro. Cogió a su delgada esposa, la cargó sobre su hombro y, aprovechando la escasez de luz, la llevó hasta la casa. Abrió la puerta con la llave que había robado y entraron en la vivienda. Los nervios que había sufrido, hasta ese momento, se acrecentaron. Debía ser rápido y cauto: no podía permitirse el lujo de cometer ningún error. Dejó a su mujer en el suelo y se puso unas zapatillas, de tela, que había en un pequeño zapatero, tras la puerta. Le estaban un poco grandes pero, esta circunstancia, no representó ningún problema para él. Lo importante era que cualquier huella que dejara no fuera la de sus zapatos. Una vez hubo terminado, cogió de nuevo a su mujer, en brazos.

Subió con ella al piso superior, entró en el dormitorio y la dejó caer, por su propio peso, sobre la cama. Tras un corto, pero agotador forcejeo, consiguió atarla a las cuatro esquinas del lecho; a pesar de su escaso peso, Pili, se defendió con uñas y dientes, como una leona enloquecida. Una vez estuvo bien amarrada y amordazada la adultera, Claudio, bajó a la planta baja. Comenzó a mirar en todas las habitaciones de la casa; buscaba ese cuarto donde, por lo general, todos tenemos un pequeño armario o maletín para guardar herramientas de uso común en pequeñas chapuzas. No las encontró y pensó que podrían estar en una caseta de madera que había en el jardín, tras el chalet, junto a la piscina. Su intuición tuvo premió ya que, efectivamente, allí estaban. Sin causar mucho desorden cogió: un gran serrucho de dientes grandes y afilados; un pequeño hacha que, aunque no contaba con encontrar ese tipo de herramienta, le vendría muy bien; una mesa de jardín plegable, de plástico ligero y poco pesada, de unos ochenta centímetros de lado; y una bolsa de plástico para transportar las herramientas.

De nuevo en el cuarto, desplegó la mesa y colocó sobre ella los utensilios, con prisa y cuidado. La mujer lo miraba atónita, llorosa… aterrada. No parecía saber qué pasaba, pero sus ojos reflejaban una cierta intuición: llorosos, parecían suplicar clemencia… no consiguieron su propósito. Claudio volvió a bajar, fue a la cocina y abrió varios cajones hasta encontrar un gran cuchillo. Siguió buscando y halló un paquete de bolsas de basura, negras y con asas. Pensó que tenía todo lo que precisaba para lo que estaba a punto de hacer. Antes de salir de la cocina tomó un par de paños, de los que se suelen usar para secar cubiertos, cazuelas o cualquier utensilio de cocina.

Nuevamente en el dormitorio depositó lo que portaba, sobre la mesa. Dio un último repaso a los objetos y, al ver que tenía todo lo necesario, se decidió a ejecutar lo que había resuelto hacer. Respiró profundamente, se acercó a su mujer que lo miraba incrédula y forcejeando por liberarse de sus ataduras. Se sentó sobre sus rodillas y, con furia, le fue desgarrando la ropa hasta dejarla completamente desnuda. Durante unos segundos la miró, pero no dijo nada; su mirada era lo suficientemente explícita.

Ella pareció relajarse un poco. Posiblemente pensara que, su marido, sabía lo de su amante y quería forzarla en el lugar donde, tantas veces, le había puesto los cuernos…, eso podría ser lo menos grave. No pareció acordarse de las herramientas y de la relación que guardaban con lo que sucedía. No tuvo más tiempo para pensar, llorar, apenar…, luchar. Su esposo le besó los labios, con ternura, sin apartar los ojos de los de ella…, como si se despidiera. Finalmente se incorporó, tomó una de las almohadas, la puso sobre la cara de la desdichada y…, apretó con todas sus fuerzas. Mientras asfixiaba a su Compañera, luchó por no derramar las lágrimas que, casi de forma incontenible, intentaban abandonar el estanque ocular donde se contenían. Tras unos interminables segundos, la desventurada, dejó de forcejear y gruñir con la nariz: ya no vería un nuevo día; nunca más volvería a chismorrear en la terraza, con las vecinas; su vulgar y triste vida pasaría desapercibida para…, casi todos…

Eran las 23:45h y apenas habían transcurrido veinte minutos desde que, Claudio, había entrado en la casa para tomarse la venganza que tantos días había planeado. Sin mostrar remordimiento, secó sus ojos con la manga del mono, se apartó del cuerpo inerte de su esposa y bajó a la planta baja. Junto a la puerta de salida se detuvo, sacó el teléfono prepago y envió un segundo mensaje al cabrón que se había follado a su mujer… ¿Cuántas veces? Ni lo sabía, pero le daba igual. El mensaje rezaba así: “Ven cuanto antes. Han surgido problemas. Te espero en la puerta de la empresa”. Tras enviarlo observó que, junto al teléfono de la casa, había una pequeña libreta. La abrió y supo que se trataba de una agenda telefónica. Al ver el número del socio del empresario decidió improvisar. Marcó el número y aguardó con la esperanza de que contestaran.

.- ¡Dígame! –Respondió una voz al otro lado del auricular- ¿Eres tú Pepe? –No obtuvo respuesta pues, Claudio, no articuló palabra alguna. Simplemente dejó pasar unos segundos antes de colgar.

Tras la llamada abandonó los guantes junto al teléfono, se quitó las zapatillas y las dejó donde las había cogido. Se puso sus zapatos, depositó la llave en el cajoncito y se marchó; siguiendo con meticulosidad el ritual opuesto. Antes de subir al taxi se despojó del mono y lo colocó en el asiento del acompañante, dentro de una bolsa de plástico. Finalmente se marchó.

El resto de la noche la pasó trabajando, como si fuera otra jornada más. Sobre las cinco de la madrugada, al pasar junto a un oscuro callejón, se desvió y se metió en él. Detuvo el taxi, descendió con el mono en la mano, lo sacó de la bolsa y, en un rinconcito, le prendió fuego. Esperó hasta que se consumió por completo y llenó la bolsa con sus restos. Finalmente se marchó llevándola consigo. A partir de ese momento, cuando no transportaba a ningún cliente, fue esparciendo las cenizas en las calles por donde circulaba, de forma disimulada para no llamar la atención. Así se libró de la prenda que, en un momento dado, le podría haber delatado. Por la mañana, los camiones que riegan las calles, terminarían por enviar los restos a las alcantarillas, desapareciendo para siempre.

Pasadas las ocho de la mañana dio por terminada la noche y se marchó a casa, sin variar sus costumbres: café en “Casa Flora”, el bar donde se reunían los compañeros que terminaban o comenzaban la jornada; comprar el periódico deportivo en el kiosco de Tobías, un ex taxista que quedó impedido tras un accidente; finalmente una docena de churros en la churrería del barrio. Al llegar a casa se duchó, desayunó y terminó por meterse en la cama. No echó de menos a su mujer: hacia varias horas que la pobre había cerrado los ojos para disfrutar del sueño eterno. Lo último que recuerda es que, la policía, llamaba a su puerta para informarle de lo que él bien sabía…**

Después de rememorar en su cerebro lo que realmente había sucedido, llegó el turno de declaración de la esposa del inculpado. Claudio se puso nervioso pues, en función de lo que dijera y de la credibilidad que inspirara, su plan podría tener mayor o menor éxito. La esposa declaró lo siguiente:

**Aquel domingo, sobre las nueve de la noche, mi marido me dijo que tenía que marcharse; que había recibido un mensaje de Carlos, su amigo y socio en la empresa. A mí no me sorprendió puesto que, la mayor parte de las noches, tenía por costumbre ir a cenar y a tomar unas copas, después, con algunos clientes o proveedores. Poco antes de las diez de la noche se despidió de todos y se marchó. Le despedí junto al coche y entré en casa, después de que se fuera, para acostar a los niños.

Sobre las once, mis suegros, se retiraron a dormir y yo me quedé terminando de recoger la cocina. A las once y media fui a mi cuarto y me puse el pijama. Tras hacerlo, me dirigí al cuarto de baño que hay pegado al dormitorio. Realice la higiene bucal, me quité el maquillaje, me lavé la cara y regresé al dormitorio. Puse un DVD en el reproductor y me recosté en la cama. Encendí un cigarrillo y me dispuse a ver la película:Los puentes de Madison”. Recuerdo que fue esa pues la he visto infinidad de veces…, sobre todo cuando me siento sola…, algo muy frecuente para mí.

Cuando terminó la película…, creo que dura unas dos horas, tomé el libro que, por aquellos días, estaba leyendo. Apenas había comenzado a leer cuando llegó mi marido: me sorprendió pues suele hacer muy poco ruido al regresar a casa; tiene mucho cuidado para no despertar a los niños…, o a mí si es demasiado tarde. Imagino que, después de tanto tiempo haciéndolo, ha adquirido una considerable destreza.

Lo noté nervioso al hablarme y pensé que se había disgustado con su amigo. Me pidió…, mejor dicho, insistió en que, si alguien preguntaba a qué hora había regresado, dijera que a media noche. Al preguntarle por los motivos que tenía para pedirme aquello, simplemente me respondió: “He tenido un roce con otro coche y lo he sacado a la cuneta. No ha sido grave, pero no he querido parar, me he asustado.

Durante un rato discutimos sobre el tema ya que no me gusta mentir. Finalmente terminó por convencerme y nos dormimos. A la mañana siguiente, a eso de las once, se personó La Policía preguntado por mi esposo. Me asusté al pensar que la persona que chocó con mi esposo, lo había denunciado. Mi sorpresa fue soberana al ver como lo esposaban, le leían sus derechos y se lo llevaban. Uno de los agentes me informó que era sospechoso de asesinato y que, si disponíamos de uno, llamara a nuestro abogado…**

.- ¡CLARA, CLARA, DI LA VERDAD… POR FAVORRR! ¡REGRESÉ A LAS DOCE, TÚ LO SABES BIEN! ¿POR QUÉ MIENTESS? –interrumpió el acusado contrariado por la declaración de su mujer.

El juez lo mandó callar y ordenó, a los agentes que lo custodiaban, que le obligaran a sentarse y a guardar silencio.

Claudio respiró profundamente, apretó los puños y, por un momento, pareció expulsar por la boca un leve ¡BIENNN! No daba crédito al giro inesperado que se había producido. Jamás hubiese imaginado un desenlace así. Ahora sí podía estar tranquilo del todo: definitivamente quedaba fuera de cualquier sospecha, por pequeña que fuera.

El resto del juicio fue puro trámite: las evidencias eran tan abrumadoras que no quedó duda de la culpabilidad del procesado. La sentencia así lo reflejó y, resumida por un diario de la ciudad, vino a decir lo siguiente:

**… La noche de autos, el acusado, se citó con su amante en el chalet donde solían encontrarse, de forma habitual, para practicar sexo. Por razones que no se han esclarecido, el hombre acabó con la vida de la víctima. Asustado por lo que había hecho, preparó una serie de utensilios con el fin de descuartizarla y deshacerse del cadáver. Algo le inquietó, o sintió temor, y decidió posponerlo para el día siguiente, a sabiendas de que, la asistenta, no iría a limpiar hasta el martes. Él no era consciente del acuerdo previo, entre esta y su esposa, para adelantar la tarea al lunes por la mañana. De esta forma, fortuita, la empleada encontró el cadáver antes de ser despedazado y hecho desaparecer. Al no encontrarse, en el lugar del crimen, prueba alguna que pudiera implicar a un tercero, los hechos quedan, sobradamente, demostrados.

La condena impuesta al condenado ha sido de 20 años (bien merecidos, en opinión de quien firma este artículo). El fallo condena también al acusado a indemnizar con 1.000.000 de euros al esposo de la mujer asesinada. (Cantidad que se me antoja escasa, teniendo en cuenta que su patrimonio se calcula en unos 60 millones de euros **

Tras el juicio, la vida de Claudio cambió drásticamente: obtuvo un millón por la indemnización concedida en el juicio; algo más de 150.000 euros, que cobró de la compañía de seguros, por el fallecimiento de Pili; estaba soltero y libre para hacer cuanto quisiera pues aun era joven. Pero algo le daba vueltas en la cabeza, todos los días, a todas horas… ¿Por qué la esposa mintió? Estaba seguro de que había mentido. Dada la fortuna del marido, quitárselo del medio siempre es un aliciente para una esposa ambiciosa. ¿Esta lo había sido?

Por la prensa, se enteró de que la mujer había conseguido el divorcio, quedándose con “casi todo”. También había sabido que, junto con el socio, habían vendido la empresa a una multinacional alemana por la “nada despreciable” cantidad de 105 millones de euros. Si no fuera porque había sido él quien planeó el crimen y lo ejecutó, hubiese pensado que lo hizo ella. Pero, después de todo, su plan salió perfecto y todos, salvo dos, estaban más que contentos.

Pasó el verano, después el otoño y, tras el invierno, la primavera trajo nuevas noticias. Un día, mientras trabajaba con su nueva adquisición (un espectacular Mercedes rebosante de lujo, glamour y que era la envidia de todos sus compañeros) se detuvo en la parada de taxis que solía frecuentar. Una señora se acercó a su taxi, mientras él hablaba con los compañeros, abrió la puerta y entró. Al verlo se dirigió hacia ella y la trató de explicar:

.- Lo siento señora, pero no puedo llevarla. Hay otros compañeros antes que yo y, si lo desea, el primero de la fila puede hacerlo, a donde quiera.

.- No ¡Gracias! este coche me gusta y quiero que sea usted quien me lleve. –Replicó la mujer muy segura de sus deseos.

.- Pero…, verá señora…

.- Nada de explicaciones. Yo pago y elijo quien tiene que llevarme –replicó sin dejar expresarse a Claudio.

Éste, viendo la autoridad con que hablaba aquella mujer tan extraña, se excusó con sus compañeros y procedió a complacer a la clienta. Sin duda era toda una señora: muy bien peina y arreglada; con un porte que denotaba distinción; unas exquisitas formas de hablar; y, por lo que podía ver, parecía estar “MUY BUENA”. Mientras le preguntaba la dirección de destino, no pudo evitar mirar el escote y pensar que era: “Un bonito balcón adornado con dos grandes macetas”.

.- Póngase en marcha que ya le iré indicando el camino- exigió la mujer.

Sin replicar, Claudio, se puso en marcha. Tras recorrer, apenas cien metros, la mujer volvió a hablar:

.- No se detenga ni me interrumpa, tengo algo que decirle –Claudio asintió con la cabeza en señal de conformidad-. Soy la esposa del hombre que…, digamos, “mató” a su mujer. Por lo que veo no me ha reconocido. Es lógico pues me mantuve al margen del juicio todo lo que puede. Pero…, entre nosotros, ambos sabemos que fue ¡Usted!

.- Un momen… Fue interrumpido por la mujer.

.- Le he dicho que no me interrumpiera. ¡Limítese a escuchar y callar! Cuando termine podrá decir lo que quiera. Prosigo… Sé, casi con total certeza, que fue usted. Descubrió que su mujer se veía con mi esposo y tramó un plan magistral para quitarse a los dos del medio. Pero no fue usted el único beneficiado, yo también lo fui. Como debe saber, me divorcié de mi marido, sin juicios, sin peleas, y sin todo aquello que hace doloroso algo así. Y sí, todo lo ocurrido me allanó el camino para deshacerme de él quedándome con TODO.

El anonadado taxista no salía de su asombro al escuchar aquel relato.

.- Yo también sabía de los líos de faldas de mi marido –continuó relatando-. Hacía mucho tiempo que buscaba la forma de librarme de él sin saber cómo. Usted me presentó la solución, sin pretenderlo, pero lo hizo. Vi la oportunidad y mentí…, mentí por mí y por los que quiero: mis hijos y mi amante, el socio de mi esposo. Imagino que todo esto le sorprende, pero no soportaba ver como mi marido vivía una vida al margen de su familia. Busqué consuelo y cariño y, su socio, me lo dio. Supongo que sabe que vendimos la empresa por una buena cantidad de dinero. Con ese dinero nos vamos a vivir a Brasil. Allí hemos comprado un hotel, en una importante ciudad costera. Tengo grandes planes e ilusiones por vivir la vida que merezco, con los que quiero. A mi marido que “le den por el culo”, como se dice vulgarmente.

No es que Claudio no quisiera decir nada, simplemente no podía: intentaba mantener la vista en los demás coches y, al mismo tiempo, asimilar lo que escuchaba.

.- Usted cambió mi vida, proporcionándome una nueva oportunidad. Pero yo también cambié la suya: si yo hubiera dicho la verdad, mi esposo no habría sido condenado; si yo no hubiese mentido, usted no habría cobrado la indemnización; sin mi testimonio favorable a sus intereses, su venganza no habría sido completa. Como ve, ambos salimos ganando de esta inconsciente simbiosis. Debo añadir que mis hijos también han ganado. Ellos aun son pequeños y podrán aceptar, a mi actual pareja, como a un padre. Y, para “rizar el rizo”, mi amante también ha salido ganando al poder vender la empresa y, asociarse y vivir conmigo.

Al llegar a este punto del relato, Claudio, detuvo el taxi en doble fila, sin pensar si lo hacía bien o mal, no podía concentrase en el tráfico.

.- Termino –continuó hablando la mujer-. Como soy mujer y madre agradecida, y valoro a las personas que se portan bien conmigo, aquí le dejo un regalo, en esta maleta. Se lo entrego desinteresadamente para que usted lo disfrute. Es lo menos que puedo hacer. Si algún día decide cambiar de vida, visítenos, no le será difícil encontrarme. En mí tendrá, para siempre, a una mujer agradecida y a una amiga. He terminado. Si tiene algo que decir…, hágalo. Si no es así, le digo ¡Adiós!...

Aquella mujer, que le había dejado sin habla, esperó unos segundos. Pero el taxista no pudo o supo decir nada. Simplemente calló. Ella terminó bajando del taxi y se fue caminando. Cuando Claudio reaccionó tomó la maleta, la colocó en el asiento delantero, la abrió y sus ojos quedaron perplejos: apenas quedaba espacio para meter un billete más. Cerró la maleta y, con urgencia, se fue a casa.

Pasó un buen rato contando el dinero que le había regalado su “Genio de la lámpara”. Tras sumar las cantidades parciales que había contado, el resultado fue de CINCO MILLONES de euros. Pero… ¿Fue un regalo? O… ¿Quizás fue un pago?… Eso solo lo sabría si algún día visitaba Brasil.

*¿FIN?

 

*Si he lo he puesto entre interrogaciones es porque no he escrito una continuación: no la necesita. Pero, si os ha gustado el relato y hay bastantes peticiones, no tengo inconveniente en escribir una continuación. Puedo mandar a Claudio a Brasil y que se monte allí una buena juerga de sexo y desenfreno; con seis millones de euros, y soltero, se puede desmelenar bastante. Eso sí, con mucho más morbo. Con este relato he querido hacer algo más serio, aunque con un poco de “picante”. Espero que os haya gustado.

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Como unos pocos sabéis y otros muchos desconocéis, desde hace un par de semanas se están publicando, en Todorelatos, una serie de relatos con el nombre de usuario-autor “Ejercicio”. Ejercicio de Autores es un encuentro, certamen, concurso o como quiera llamarse, en el que se reúnen varios autores para publicar sus relatos. Al hacerlo, lo hacen bajo una serie de condiciones o normas: escribir sobre un tema concreto; hacerlo dentro de un plazo determinado; enviarlos a la persona que los publica; que tengan una aceptable ortografía; una extensión máxima en cuanto a palabras o duración…

La mayoría de los autores que publicamos aquí no hemos querido participar. Cada uno por los motivos que haya creído oportunos o por desconocimiento. Pero, entre los que no hemos participado, hay un pequeño grupo que no lo ha hecho por razones muy concretas, en el que me incluyo.

No voy a hablar por el resto (cada cual es libre de hacerlo por sí mismo), solo lo haré en mi nombre. En mi caso particular reconozco que, en un principio, tuve cierto interés por participar, pero vi determinadas actitudes y, “cosas raras”, que me desanimaron; no obstante, yo, ya había concebido unas ideas para mis relatos que me animaron a escribirlos, a pesar de todo. Como es lógico no los envié al citado Ejercicio.

Como suelo hacer algunas veces, envié este relato a varios autores de los que no han participado y con los que tengo buena relación a través de email (me gusta escribirme con ellos pues, al hacerlo, todos aprendemos algo del otro). Algunos me han venido animando, desde hace unos días, para que publicara este relato, aunque fuera al margen del mencionado “Ejercicio”. Igualmente, varios lectores han hecho lo propio al conocer que escribí el relato. No me sentía muy animada a complacerles para evitar suspicacias por parte de “Ejercicio”. Finalmente, y tras pensarlo, me he decidido a publicarlo pues nada debo a nadie y en nada me debo. Simplemente he respondido al reto de exponer mi relato para que quien quiera pueda valorarlo como le plazca. Pero animo a todos los lectores a que leáis los relatos de Ejercicio, estoy segura de que alguno será de vuestro agrado.

Al escribirlo, me he adaptado al tema propuesto: "Dos personajes que se afectan sin llegar a conocerse". Yo entiendo que el tema implica que los personajes se influyan de forma determinante y concreta, para bien o para mal. Respecto al concepto “Conocer”, concibo que dos personas se conocen en el momento que tienen una cierta relación o comunicación (física, escrita, telefónica, etc.). Pero además, creo que esa influencia y desconocimiento deben quedar aclarados en el relato, no en el simple hecho de que el autor lo diga. Es decir: fulanito hizo esto y a menganito le pasó lo otro. Se da por sentado que la influencia debe de ser mutua, no parcial para uno de los personajes.

En mi relato creo haberlo conseguido y justificado, cumpliendo con el tema. Respecto a las demás normas, también he cumplido excepto…, en la extensión del relato. El tope eran 5.000 palabras que he excedido con creces; cuando escribo, lo hago hasta que no tengo nada que decir, no me gusta ser “rácana” con las palabras; a quién no le importa estará leyendo estas líneas y, a quien le moleste, habrá dejado de leer mucho antes.

Es todo, disculpad la extensión y gracias por leerme. Espero que os haya gustado mi relato. El próximo será más picante y cortito. ¡Lo prometo!

Atentamente: Luz Esmeralda.

 

Pdta: Dedico este relato a Luca, un lector muy simpático que, en un comentario, manifestó su deseo de que le dedicara uno. ¡Cómo ves, no me he olvidado de ti!

También se lo dedico a Fernando Madrid. Como entenderás no soy tan tonta de caer en tus retos absurdos. En lugar de un relato de 150 palabras (eso más que un relato es un resumen) he escrito uno de 10.548 palabras (las 10.398 que sobran son una propina). Si has leído lo dicho anteriormente, ya imaginas que por 150 palabras no me molesto ni en abrir el procesador de textos. Cuando escribo me gusta y, al gustarme, me deleito, ocupe lo que ocupe. Solo pongo el “FIN” cuando no tengo más que decir, es así de simple. Las palabras son gratis y no me gusta ahorrar.