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Bragas de seda: de hermana a puta en una noche.

en Sexo Anal

Bragas de seda

Por: Luz Esmeralda

 

NOTA:

Éste es el cuarto relato de la serie “Bragas de seda”. Ésta se compondrá de otros tantos capítulos; pero, a pesar de ser una historia continuada, cada relato o capítulo tendrá un principio y un final con pleno sentido, sin quedar medias. Es obvio que, para entender toda la historia, el resto de capítulos son importantes; aunque, para uno concreto no lo sea. Por ello, os invito a leerlos todos porque estimo que no os defraudarán. Los que no quieran o necesiten hacerlo, les animo, al menos, a que lean la introducción que hago en el primero: “Bragas de seda: ¡Cómo una tormenta lo cambia todo!”. Apenas os robará un minuto leerlo, y podréis tener una idea clara de lo que pretendo con estos relatos.

Sin más que decir, os deseo una lectura entretenida, espero que os guste, y os agradezco el tiempo que me dedicáis.

Atentamente: Luz Esmeralda.

 

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RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES:

La joven Rocío viaja con su padre rumbo a América donde, éste, tomará posesión de su cargo como Gobernador de Santo Domingo. Durante el trayecto, el barco naufraga por culpa de una gran tormenta. Es rescatada por una barco negrero, y sometida sexualmente por sus tripulantes. Para evitar ser vendida como esclava, promete satisfacer a toda la tripulación y ser buena chica.

Vendidos los esclavos, y recogido un nuevo cargamento en África, retornan a América. Durante el trayecto, Rocío y el contramaestre liberan a los cautivos y, ayudados por estos, se hacen con el barco, enviando a toda la tripulación al fondo del mar. Devuelven a los esclavos a su tierra y emprenden viaje a España.

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Bragas de seda: “De cuando, Rocío, pasa de ser tratada como hermana a simple ramera: su pasado adquiere más valor que los lazos de sangre.

 

Tras casi un mes, Rocío y sus dos amigos llegan al puerto de Málaga. La travesía ha sido tranquila, y las condiciones climáticas óptimas. En un principio, cuando emprendieron el regreso a España, Rocío planteó, a Álvaro, la conveniencia de contratar a algunos marineros que les ayudaran a manejar el barco. Álvaro alegó que no sería difícil hacerlo ellos mismos; que, a pesar de tratarse de un bergantín de tres mástiles, podía navegar perfectamente con las velas de uno solo; además, tenía poco calado y peso, lo que le convertía en un velero rápido, ágil y fácil de gobernar. A todo lo anterior, añadió que no podían fiarse de de los marineros que encontraran en los puertos intermedios, por lo general de dominio portugués.

Durante el viaje, Rocío y Damir obedecieron todas las indicaciones del contramaestre, y aprendieron todo lo necesario sobre náutica. Algo más complicado, para Rocío, fue saber interpretar las cartas de navegación, y orientarse por las estrellas o mediante los artilugios apropiados. Rafael, el primer oficial del galeón con el que naufragaron, le había mostrado varios mapas y detallado donde se encontraba todo el mundo conocido. Lo que llamó la atención de Rocío, en aquel momento, fue el hecho de que, en ellos, figurasen las nuevas tierras descubiertas por Colón con el nombre de América. El oficial le dijo que, los mapas más fiables, eran elaborados en los países del norte, donde llamaban así a los Reinos Castellanos de Indias, en honor al navegante que dedujo que se trataba de un nuevo continente, un tal don Américo Vespucio.

Es medio día cuando llegan al puerto de Málaga. Ante la inseguridad que les produce atracar el barco en el muelle, deciden anclarlo en mitad del puerto. El oficial al cargo de éste, al ver atónito tan inusual maniobra, envía un bote con varios marineros para que se hagan cargo del buque. En este mismo bote, Rocío, Álvaro y Damir desembarcan en tierra. El oficial les recibe muy contrariado y dice así:

-En todos los años que llevo a cargo del puerto, como oficial de Su Majestad, jamás había visto maniobra semejante. ¡Decidme! ¿Quiénes sois y dónde está el resto de la tripulación?

Los tres quedan un poco confusos por tal recibimiento y Rocío responde:

-Señor oficial, mi nombre es Rocío de Ronda y Velasco, hija de don Esteban de Ronda y Cifuentes, Marqués de Ronda y nombrado, por Su Majestad, Gobernador de la Capitanía General de Santo Domingo. Os ruego que nos deis de comer buenas y abundantes viandas; hace más de una semana que sobrevivimos a base de tocino duro y pan pétreo. Después de haber satisfecho el estómago, haré lo mismo con vuestra curiosidad.

El militar queda pensativo unos instantes y, finalmente, accede a la petición de Rocío. Cuando sus estómagos han quedado repletos, y después de tomar un merecido baño y adecentarse, Rocío cuenta al oficial todas sus peripecias. Todo queda detallado, desde que viajó a Toledo para que su padre fuera nombrado gobernador por el Rey, hasta que se hicieron con el barco y regresan a España. Por vergüenza, evita los aspectos escabrosos sobre las relaciones sexuales que se vio obligada a tener. En este aspecto, simplemente se limita a enumerarlas. Cuando ha terminado de explicarse, el oficial dice:

-De todos los rufianes que surcan los mares, sin duda, estos que os apresaron son los peores. Sobra decir que aplaudo vuestro arrojo al soportarlo y saber solventar tan difícil situación. No obstante, debo deciros algo que, sin duda, afligirá vuestro corazón… más aun.

-¡Decidme! ¡Por Dios nuestro señor, os lo imploro! Decidme aquello que, intuyo, quiere callar vuestro corazón –reclama alarmada Rocío.

El oficial se sienta delante de su escritorio, abre uno de los cajones, y saca unos documentos. Con la mirada perdida, hace como si los leyera. Rocío se da cuenta de este detalle e intuye que el militar conoce de memoria su contenido. Antes de que pueda preguntar, el oficial comienza a hablar:

-Según los informes oficiales, cuatro días después del naufragio del galeón de la Armada Española “Nuestra Señora del Carmen”, en el que vos viajabais con vuestro señor padre, fueron hallados tres de los tripulantes. Éstos, en penosas condiciones de salud, narraron el suceso al oficial al mando de una pequeña flota que, proveniente del otro lado del océano, navegaban por la zona, de regreso a España. Durante dos semanas buscaron más supervivientes. Tan solo pudieron encontrar un bote con doce cuerpos sin vida. No os daré detalles sobre el penoso estado que estos presentaban; pero, sí os diré que uno de ellos era su Excelencia el Gobernador, vuestro padre. Es posible que algún otro buque hallara más cuerpos e, incluso, algún superviviente, pero de eso no tenemos noticia alguna. ¡Os doy mi más sentido pésame!

Rocío, atenta a las explicaciones del militar, no parece dar crédito a lo que escucha y quiere saber qué es lo que sucedió con el cuerpo de su padre. El oficial responde de este modo:

-Señora, como dicta la costumbre del mar, los cuerpos fueron arrojados al océano en las debidas condiciones y con todos los honores. Lamento profundamente que no tengáis un lugar donde llorar a vuestro amado padre. Como es lógico, vuestro hermano fue informado del suceso. Así mismo, fue conocedor de que, vos, fuisteis dada por desaparecida. Sin duda, veros será reconfortante para él y, en cierto modo, hará menos dolorosa su pérdida.

-Os agradezco vuestras palabras y la delicadeza con que me habéis informado- dice Rocío-. Decidme, ¿qué fue del Primer Oficial don Rafael Hernández de Cuellar?

El militar da un repaso rápido a los documentos y termina respondiendo:

-Oficialmente, el segundo de abordo también fue dado por desaparecido pues no fue hallado su cuerpo.

Al escuchar y perder la esperanza, que albergaba, de que se hubiera salvado su amor, sale corriendo de la oficina portuaria con dirección a la calle. Desde la ventana, es observada por el militar, el contramaestre y el esclavo liberado. Deciden dejar que llore y se desahogue por un rato.  Tras media hora de lloros y lamentos, Rocío seca sus lágrimas con las mangas de la camisa, se pone en pie y regresa con los demás. Al entrar dice:

-¡Gracias señor pues vuestra información! Ahora, si no somos de más utilidad, desearía partir de regreso a mi hogar, junto a mi hermano. Respecto al barco en el que hemos regresado, podéis hacer con él lo que os plazca; ya ha cumplido con su cometido y no es de utilidad alguna para nosotros. ¡Quedad con Dios!

Una vez han salido a la calle, Rocío pide a sus dos amigos que viajen con ella hasta su casa. Les promete que su hermano sabrá recompensar su lealtad y amistad. Álvaro y Damir aceptan la invitación conmovidos por la desgracia de la joven y por el afecto que les une a ella. Con parte de las monedas de oro que encontraron en el cofre que el Capitán Espinosa escondía en su camarote, compran unos buenos caballos y se ponen en camino hacia la villa de Ronda.

Viajan durante día y medio, parando solo para que descansen los caballos y reponer fuerzas. Finalmente, afrontan el último tramo de su viaje: el camino polvoriento, que lleva hasta el hogar familiar, se le hace eterno; no ve la hora de llegar y abrazarse con su querido hermano y la esposa de éste.

Es evidente que nadie les espera pues, todos, al verla se quedan extrañados y sin decir palabra alguna. Al llegar frente a la entrada de la hacienda, Rocío baja de su caballo y entra corriendo mientras dice:

-¡JUAN, JUAN, HE VUELTO, HERMANO! ¿NO ME RECONOCES? SOY ROCÍO, TU HERMANA…

Después de unos minutos interminables, Juan desciende por las escaleras, sin dejar de mirar a la loca que grita como si hubiera un incendio. Cuando la tiene suficientemente cerca para reconocerla, dice:

-Rocío, te daba por muerta, como nuestro padre. Dios es misericordioso y ha querido que vuelvas a mi lado.

Visiblemente emocionados, ambos hermanos se funden en un fraternal abrazo. Durante un buen rato, permanecen como si estuvieran pegados, el uno al otro.

Cuando por fin se separan, las lágrimas de alegría bañan los rostros de ambos. Juan la observa como si de un sueño se tratara. Rocío lo mira como si fuera un milagro.

-Hermano, estos son don Álvaro Bartolomé y Damir, dos buenos y fieles amigos –dice ella-. Sin ellos, no me hubiera sido posible regresar con vida. He sabido de la muerte de nuestro padre y ellos me han reconfortado hasta llegar a casa. ¡Por favor! Atiéndelos como si de mí se tratara.

Juan estrecha sus manos y les ofrece su hospitalidad como agradecimiento. En ello están cuando vuelven a escucharse los gritos de otra “loca”:

-¡ROCÍO, ROCÍO, eres tú! Dios ha escuchado nuestras plegarias y nos ha devuelto a la hermana que perdimos.

Se trata de Consuelo, su cuñada. Al verla, se apresura a encontrarse con ella y fundirse en un nuevo abrazo. Los lloros vuelven a aparecer, y los besos mutuos devoran las mejillas de ambas mujeres.

-Consuelo, no sabes cómo he añorado este momento –dice Rocío-; pero, por fin estoy de vuelta y nada ni nadie nos podrán separar.

-¡Dios te oiga y así sea! –Responde Consuelo- Ahora… sentémonos, quiero que me cuentes todo lo que te aconteció. No quiero que omitas ningún detalle.

Rocío vuelve a recobrar el aliento perdido por tantas emociones y replica:

-¡Mi querida hermana! No pierdas cuidado que todo será narrado, aunque me resulte doloroso. Antes deja que, mis amigos y yo, descansemos pues, el viaje, ha sido largo y agotador. Después de la cena, vuestra curiosidad quedará satisfecha… ¡Tienes mi promesa!

Sin más demora, Rocío se dirige a su dormitorio y consuelo da las órdenes pertinentes, al servicio, para que acomoden a los amigos de su cuñada.

Al caer el sol, los cinco se reúnen en el comedor. Cenan con claros síntomas de gozo y felicidad mientras, Rocío, comenta los pormenores de lo acontecido hasta el naufragio, dejando lo más delicado para después de la cena.

Tras los postres, Rocío pide a Damir que se retire a su aposento; prefiere que no sepa todos los pormenores de su historia. El que fue esclavo, y ahora tiene la condición de amigo, asiente y se marcha.

Rocío toma asiento en una cómoda butaca de esparto y, mientras toma un poco de licor, prosigue con su relato. Durante más de una hora, cuenta al detalle todo por lo que tuvo que pasar hasta su regreso a España. Mientras lo hace, su hermano y la esposa de éste, cruzan miradas de sorpresa por lo que escuchan. Al terminar la narración, todos quedan en silencio. Rocío mira a su hermano tratando de intuir cuáles son sus pensamientos. Lo nota intranquilo y esto colma su paciencia. Ante la ausencia de reacción o palabra alguna,  dice:

-Hermano, ¡Por Dios! Dime algo. Tu silencio me atormenta y llena de inquietud. ¡Te lo imploro, háblame!

-No quería responder hasta haber reflexionado lo suficiente –responde Juan-; pero, ya que te muestras tan impaciente, como siempre, te complaceré. Reconozco que, todo por lo que has pasado, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Es más, hubiese preferido no saberlo nunca. Eres miembro de una de las familias más antiguas y honorables de toda Andalucía. Además, eres mujer y… alguien de tu condición, hubiese preferido la muerte antes de ser ultrajada o rendirse a los pecados de la carne. Como hombre y cabeza de familia, ante la falta de nuestro padre, debo velar por salvaguardar la respetabilidad de nuestro linaje. Tú, la que yo tenía por hermana, has manchado todo aquello de lo que te hablo. Te has convertido en una vulgar ramera. Si todo esto se supiera, seríamos el hazmerreír de todo el reino, desde Cádiz hasta los pirineos… y más allá, si me apuras. Te repudio como mujer y como miembro de esta familia. Para mí, es como si hubieras muerto con nuestro padre. Él hubiese pensado y dicho lo mismo que yo. Su honor siempre estuvo fuera de toda duda y hubiese muerto antes que escucharte.

Rocío no da crédito a lo que escucha de boca de su amado hermano. Las lágrimas afloran de sus tristes ojos, las manos tiemblan sin control, le cuesta tragar saliva y respirar. Controlando sus sentimientos, dice:

-En verdad te juro, que nunca hubiese creído que escucharía tales palabras escupidas por tu boca y engendradas en tu corazón. ¡No puedo creer que prefieras mi muerte a la honra de la familia, o…, más bien, a tu propio orgullo! Entiendo que estás escandalizado, que no piensas lo que dices e, incluso, que creas despreciarme. Dime que es todo una mofa y así podré salir de la pesadilla en la que me encuentro atrapada.

-Poco, o nada, tengo que añadir –responde Juan-. Mañana pensaré de igual modo…, y pasado…, y el resto de mi vida. Lamento tu infortunio; pero…, una hija del Marqués de Ronda hubiese preferido la muerte antes que manchar el buen nombre de su padre, o de su hermano, en este caso. Mañana, al alba, quiero que abandones la casa y no regreses nunca más. Para mí, mi hermana murió hace meses, con mi padre. Vete y olvida que tienes un hermano…, una familia.

-Pero…, hermano, Juan –dice Rocío-, si hice todo aquello fue para conservar la vida; de haberme revelado, nada hubiese podido hacer, me hubieran forzado y maltratado, o, peor aún, matado; en mi corazón solo albergaba la esperanza de volver algún día junto a mi familia, con los que amo. A pesar de tus palabras, tengo la certeza de que nuestro padre hubiese sabido entender y perdonar.

El llanto de Rocío se acrecienta. Consuelo también llora pero no dice nada; aunque sienta pesar por su cuñada, no puede, ni debe contradecir a su esposo. Álvaro parece más entero y dispuesto a presentar batalla ante tal injusticia. En este sentido se manifiesta así:

-Vos habláis de honor y honra. Como caballero, y esposo, admito que os entendería, aunque no lo compartiese; pese a ello, estáis hablando de vuestra hermana, de vuestra sangre. Escuchando vuestras palabras, soy consciente de que me encuentro ante un necio, ante un hombre sin escrúpulos y cobarde, ante un miserable. ¡Tomad vuestra espada y resolvamos este asunto como hombres! Que no es cuestión de que yo, fiel amigo y compañero de vuestra hermana, tenga que soportar vuestros insultos y desatinos.

Dicho esto, Álvaro toma su espada y espera la respuesta de Juan. En el momento en que, éste, se dispone a coger una que cuelga de la pared, es detenido por Rocío que añade lo siguiente:

-¡Basta, no quiero disputas ni que nadie se enfrente por mí! A pesar de ser mujer, soy suficientemente capaz para acallar las tonterías de los necios. Guarda tu espada Álvaro. Tú, Juan, detén el orgullo que con Álvaro no podrás resarcir. Yo soy la ofendida y tu el causante de mi pesar. Dejemos el enfrentamiento en un empate, que ya sabré yo decantar la balanza, de un lado u otro, en el momento preciso. Si como hermana me repudias, como hombre yo te desprecio. Me voy, pues así lo quieres. Abandono esta casa que, un día, también fue la mía. Ahora, eres tú el amo y señor de todo; pero, ¡juro ante Dios que algún día has de probar el filo de mi espada! ¡Partamos Álvaro, en este lugar no hay ya nada que me retenga!

Rocío y su amigo abandonan el comedor con prisa. Van en busca de Damir que, sin recibir explicación alguna, se viste y les sigue hasta el exterior de la casa principal. Ordenan a un sirviente que les traiga los caballos, montan en ellos y parten al galope, sin volver la vista atrás.

La noche es clara pues casi hay luna llena y, en menos de media hora, llegan a la villa de Ronda. A pesar de ser tarde, se dirigen a casa del mejor amigo de Rocío, Rodrigo. Se conocen desde niños y les podrá alojar durante unos días. Cuando llegan, llaman a la puerta, con insistencia, hasta que una mujer les abre. Ésta, con los ojos somnolientos, dice:

-¿Quién va? ¿Qué son esas prisas a estas horas de la noche?

-Doña Dorotea, soy Rocío, la amiga de Rodrigo. ¿Ya me habéis olvidado? –Responde la joven.

La mujer acerca, a la cara de Rocío, la vela que sostiene en la mano. Al poder verla bien, dice alarmada:

-¡Vive Cristo que no sé si sois una aparición fantasmal o que estoy soñando! ¿Cómo es posible si estáis muerta, niña?

La pobre mujer hace la señal de la cruz varias veces, y murmulla alguna oración que nadie alcanza a entender. Cuando se ha calmado, y acepta que la joven que tiene delante es Rocío, la hija del Marqués de Ronda, les invita a entrar. Durante un rato conversan mientras, la mujer, no deja de tocar y abrazar a Rocío para asegurarse de que no es una aparición. Cuando doña Dorotea se ha calmado, Rocío dice:

-Señora doña Dorotea, ¿podríais despertar a vuestro hijo? Esta noche parto para Málaga y me gustaría abrazarlo antes.

La madre de su amigo entristece el rostro y responde:

-Mi corazón alberga una pena muy grande, hija. Cuando Rodrigo supo de tu muerte quedó muy triste y abatido. Pasaba los días solo, sin hablar con nadie y sin apenas comer. Un buen día, bajo de su alcoba a la cocina. Llevaba un saco con algo de ropa y calzado; me abrazó y me dijo que partía hacia Sevilla para ingresar en el seminario. Dijo que ya nada le importaba en la vida y que quería dedicarla a Dios. Me dio un beso en la frente y salió a la calle. Mientras se alejaba, esperé en vano el milagro que lo hiciera girarse y volver conmigo, con su madre. Yo sé que te amaba con toda su alma y, si ya tu marcha le resultó dolorosa, conocer tu muerte lo mató por dentro. Dios quiera que así encuentre la paz y el consuelo.

Las lágrimas de la joven bañan su rostro por segunda vez en el transcurso de la noche: nunca fue consciente de que su amigo albergara tales sentimientos hacia ella. Se pone en pie, abraza a Dorotea y se despide de ella con un beso en la frente, del mismo modo que lo hizo Rodrigo al despedirse de la madre. Antes de salir por la puerta, mete la mano en la bolsa donde guarda las monedas de oro y saca un buen puñado. Toma las manos de la mujer, las abre y deposita en ellas las monedas. Después de hacerlo dice:

-Amiga mía, tomad estos dineros para que vayáis a Sevilla, a visitar a vuestro hijo. Si lo administráis bien, puede serviros, incluso, para vivir allí, cerca de él, el resto de lo que os queda de vida. Sois viuda y, él, es todo lo que os queda en el mundo. Cuando lo veáis, decidle que siempre tendrá un rincón en mi corazón. Informadle también que, algún día, regresaré para quedarme, y que deseo seguir contando con su amistad. -La vuelve a besar en la frente y parte junto con sus amigos.

Después de varias leguas de viaje, los tres amigos deciden hacer noche junto a un pequeño arroyo. Al lado de un buen fuego que les dé calor, podrán pensar con claridad que harán o donde irán después de llegar a Málaga. Tras un rato proponiendo ideas, deciden recuperar el barco que les trajo a España y hacerse a la mar en busca de fortuna. Un cambio de aires les vendrá bien, y aun les queda oro suficiente para contratar a una buena tripulación. Finalmente, duermen antes de emprender el viaje.

Por la mañana, Álvaro se despierta y mira a su alrededor; Damir sigue durmiendo y no encuentra a Rocío en el lugar donde quedó dormida. Observa la posición del sol y calcula que son las diez de la maña. Piensa que es tarde pero entiende que, tras la noche tan ajetreada que han tenido, es normal haberse quedado traspuesto más de lo deseado.

Se levanta y comienza a buscar a Rocío. No quiere gritar su nombre por no despertar a Damir. Después de unos minutos, se siente alarmado pues no es capaz de encontrarla. Al acercase al arroyo, nota que el suelo húmedo está plagado de huellas de pies desnudos. Decide seguirlas hasta un lugar donde el riachuelo se ensancha formando una gran charca. Escucha los sonidos de pequeños chapoteos en el agua y, escondido tras unas zarzas, mira para ver de quien se trata.

Después de unos momentos de intriga, puede ver como Rocío aparece nadando por detrás de unos juncos. Mira hacia la orilla y divisa las ropas de la joven. Sospecha que se está bañando desnuda y decide no hacerse ver, de momento. Tras unos deliciosos instantes observando a su amiga, y amante en un par de ocasiones, ésta comienza a salir de la charca. Se detiene cuando el agua le cubre hasta la cintura, se inclina hacia delante, introduce la cabeza y la saca al instante, agitando el cabello en todas direcciones. Levanta los brazos y se dedica unos ligeros masajes en el pelo. Al hacerlo, Álvaro termina por despertar, del todo, cuando observa como los deliciosos pechos de la joven se levantan, ligeramente, tensados por la elevación de los brazos. Se recrea en su perfecta redondez y en el color, avellanado, de los pezones que, erguidos por efecto del agua fría, aparentan estar duros como piedras.

El falo del mirón se levanta por la excitación de contemplar a “una sirena de agua dulce”. Trata de acomodarlo y disimularlo bajo el pantalón. Cuando vuelve a levantar la vista, Rocío se ha acercado a la orilla un poco más, justo hasta donde el agua cubre sus tobillos. Se inclina hacia delante de nuevo; esta vez para lavarse los pies, las piernas y lo que guarda entre los muslos. Los pechos quedan colgando y con los pezones apuntando al suelo. El hombre vuelve a acomodarse la verga que, como si tuviera vida propia, ha vuelto a ensanchar su pantalón.

Álvaro comienza a tocarse la entrepierna casi sin dase cuenta; la joven le gusta demasiado aunque no se atreva a decírselo abiertamente. El toqueteo se convierte en manoseo al ver que su amiga se ha girado y le muestra el culo en todo su esplendor. Recuerda el primer, y único día, que tuvo la verga dentro de su pequeño agujero. -¡Qué delicia fue perforarlo, una y otra vez, hasta que consiguió eyacular como un poseso! –Piensa-. Recubierto de gotas de agua, brilla bajo el sol como si estuviera recubierto de miles de pequeños diamantes. Antes de llegar a correrse, por efecto de la masturbación, ve como Rocío se endereza, se acerca a la orilla un poco más y dice:

-Álvaro, amigo mío, sal de tu escondite pues tengo miedo de que te pinches el cuerpo entero con las espinas de ese arbusto. No es de caballeros acechar escondido como un vulgar ladrón.

Él, al saberse descubierto, sale de su escondrijo disimulando y evitando mirar a la joven. Se acerca a ella y cuando está muy cerca dice:

-¿Cómo has sabido que estaba tras las zarzas? Juro que no era mi intención invadir tu intimidad. Simplemente vigilaba que nada ni nadie te molestaran.

-Jajaja –ríe Rocío y responde-. No he precisado verte para saber que el olor que me llegaba era el tuyo. A pesar del fuerte aroma de la zarzamora, el tuyo me alcanzaba con más intensidad.

Álvaro agarra la camisa con ambas manos, la estira hasta su nariz, la olfatea, y replica:

-¡Pues…, vive Dios que yo no huelo nada raro! Debe de ser porque no tengo un olfato tan refinado como el tuyo.

-Jajajaja… -Vuelve a reír Rocío y continúa diciendo- En tu caso se podría aplicar el dicho que reza: “Quien siempre lleva los calzones manchados de mierda, cree que son los demás quienes se han cagado”. Apestas como un burro putrefacto. Ven y lávate porque, si no, juro que te amarro al primer árbol que tenga a mano, y dejo que los gusanos degusten los “manjares” de tu cuerpo hasta caer moribundos por el “condimento”.

Álvaro se acerca al agua, se descalza, remanga las perneras del pantalón hasta las rodillas y se agacha para mojar la mano derecha. Acto seguido, se ahueca la camisa y frota la mano mojada por el pecho. Rocío que lo ve, alza la cabeza hacía el cielo y dice:

-Dios mío… ¿Cómo permites que haya hombre tan sucio bajo el cielo? ¿Y tan vago?... Ven acá, que vas a saber lo que es darse un buen baño.

Sin contemplaciones, agarra a Álvaro de la camisa y tira de ella hacia arriba, hasta sacarla por encima de la cabeza. La lanza hacia atrás y dirige las manos hacia el pantalón de su amigo. Éste, se lo agarra con ambas manos y dice:

-¡Eso ni lo sueñes! El pantalón de un hombre es como un castillo que debe saber defender.

-¿Castillo? –Pregunta ella sin dejar de reír- Más que castillo es un estercolero apestoso y lleno de pulgas. Quítatelo, o hago que te bañes con él puesto para que pases todo el día con el culo mojado –añade.

Álvaro no parece inmutarse, ni ceder. Rocío forcejea con él hasta conseguir bajárselo y dejarlo a los pies. Él se afana por cubrir su miembro con ambas manos, tratando de ocultar lo evidente. Pero, antes de hacerlo, durante un fugaz instante, Rocío ha podido verlo y dice:

-¡Pero… semental! ¿A dónde vas con semejante lanza? ¿Eso es lo que tratas de ocultar? Deja que te la moje para que baje la hinchazón; tengo miedo de que te duela y de que pueda estallar.

Rocío se agacha, recoge agua con ambas manos, pide a Álvaro que retire las suyas y deje la verga a la vista. Obedece, a regañadientes, y recibe el líquido frio que le alivia rápidamente.

-No debes avergonzarte, amigo mío –le dice-. Eres macho y te excitas ante una hembra desnuda. Es lo que la naturaleza nos exige en estos casos. Incluso yo, al ver el tamaño de tu miembro, he sentido la excitación; soy mujer y también susceptible de sentir deseo. Puesto que ambos estamos en las mismas condiciones, te propongo que calmemos el deseo y nos entreguemos al disfrute carnal.

Álvaro responde con un casi inaudible “Sí”. Ella se arrodilla a sus pies, recoge un poco de agua y lava el falo del “puerco”. Después, toma la verga delicadamente y la besa con paciencia, recorriendo toda su extensión. Mientras lo hace, acaricia los testículos con la mano izquierda, apretando ligeramente, de vez en cuando. Álvaro se siente más animado al notar su miembro dentro de la cálida y húmeda boca de Rocío. Con ambas manos, estruja los cabellos de la joven, acompañando su cabeza cada vez que la traga y escupe de sus labios ardientes. La mamada que está recibiendo, lo tiene con los ojos vueltos y las piernas tensas, apretando el culo instintivamente. Rocío suelta lo que tiene entre las manos, se incorpora, y dice:

-Lo que veo es un regalo para la vista; pero, entremos un poco más en el agua. Quiero que me ames con el mínimo esfuerzo.

Ambos se adentran hasta que el agua les cubre por el pecho. Ella levanta una de las piernas, acomoda la verga en la entrada de su coño, con la mano, y pide a Álvaro que se la introduzca hasta el fondo. Éste lo hace con delicadeza mientras, ella, rodea su cuello con las manos. Acto seguido, levanta la otra pierna y abraza, con los muslos, las caderas de su amante, entrelazando los pies en el trasero de éste. De esta forma, el cuerpo de la joven semi flota y ejerce poco peso sobre los brazos del hombre que la sujeta por el culo.

-¡Hazme gozar, Álvaro! Quiero que me hagas sentir como si fuera una ramera. Ya que todos se empeñan en que lo sea, no les pienso defraudar. De ahora en adelante, me entregaré a quien quiera, cuando guste y como me plazca. ¡Tómame y arranca, de mi cuerpo, tantos orgasmos como seas capaz de conseguir!

Álvaro no puede aguantar más y comienza a follarla de forma enérgica. Con cada embestida, el cuerpo de Rocío va y viene, deslizándose por el agua de forma liviana. Una pequeña cantidad de agua ha entrado en el coño antes de ser penetrada. Ésta aumenta el placer que le produce la polla, por efecto de la presión, cuando entra y sale. Al sentir que el torrente de placer recorre su abdomen, se abraza a su amante y lo estruja contra sus pechos. Lo besa en los labios al tiempo que el orgasmo quema sus entrañas. Clava las uñas en su espalda, en el momento en que el placer es más intenso. Álvaro no puede evitar lanzar un grito de dolor al sentir las punzadas; grito que se funde con los de la joven que no cesa de disfrutar.

Cuando Rocío deja de correrse, relaja todo su cuerpo, aflojando los muslos que casi dejan sin aliento a Álvaro debido a la presión ejercida por éstos. Del mismo modo, modera el abrazo, separa sus pechos de él y se los ofrece para que los bese, lama y mordisquee. El amante agradece el ofrecimiento y se entrega a ellos durante unos minutos. Sin duda, es algo que enloquece a Rocío y le proporciona un intenso placer.

-Vayamos a aquellas pequeñas rocas que sobresalen del agua. La primera “batalla naval” ha terminado y tengo ganas de emprender la segunda –le dice mientras se desencaja de la verga que le atraviesa el coño.

Rocío toma la delantera y comienza a nadar hacia las rocas. Álvaro la sigue, y contempla, desde atrás, el culo de Rocío que sobresale del agua con cada impulso de sus piernas, como si fuera la espalda de una ballena al salir a respirar. Él acelera la velocidad de sus brazadas, intentando alcanzar y capturar al “cetáceo” que tiene delante.

Cuando Álvaro alcanza las rocas, encuentra a Rocío apoyada con los antebrazos en una de ellas, una muy plana que apenas sobresale diez centímetros de la superficie. Tiene el cuerpo totalmente extendido, flotando y con las piernas abiertas. Introduce la cabeza entre los muslos y se entretiene, un rato, jugando con la lengua en los labios mayores. La postura es incómoda, y deja de hacerlo debido a la gran cantidad de agua que traga. Rocío se pone en pie, deja caer su cuerpo sobre la roca, separa un poco las piernas y dice:

-¡Vamos, mi bravo pirata! Comencemos con la segunda batalla. Atácame a traición, por la retaguardia y sin miramientos. Quiero que tomes el botín que oculto tengo en mi estrecha cueva. La postura que ofrece, el joven trasero de Rocío, es más que sugerente; el pequeño orificio queda situado justo en la superficie; nada impide que Álvaro ataque “la popa” que tiene a distancia de disparo.

Coloca el glande en el ano, comienza a penetrarlo con decisión, y sujeta firmemente a Rocío por las caderas, impidiendo que su cuerpo se mueva por efecto de las acometidas. Los gritos de placer, de ella, no se hacen esperar; gime poseída por el deseo de ser sodomizada de forma eficiente.

-No cabe la menor duda de que tienes un hermoso trasero –dice Álvaro-. Es una delicia atravesarlo con la verga y sentir el calor producido por la fricción.

-Es una inmensa delicia tenerte dentro –responde Rocío-. No saben, las mujeres ajenas a este placer, lo que se pierden, y la felicidad que se alcanza al disfrutar de tales favores por parte de un macho bien dotado. Sigue regalándome tus atenciones que no he de tardar demasiado en sentir un nuevo orgasmo. Hazlo pronto tú también, e inunda mi interior con la leche cremosa y cálida que sé que tienes para mí.

Al dejar de hablar, los gemidos y suspiros reemplazan a las palabras. De vez en cuando, Rocío lanza gritos de placer que se confunden con los sonidos que producen las aves al sobrevolarlos. Sobre todo, cuando las penetraciones de Álvaro son más intensas y violentas. Finalmente, él consigue tener su orgasmo y derrama, todo el semen que es capaz de eyacular, dentro del recto de Rocío. Ella lo recibe con regocijo al tiempo que dedica, a su follador, palabras de aliento. Cuando termina de eyacular, la joven siente que le viene su orgasmo y suplica:

-¡Por Dios, no dejes de empujar que creo morir de placer! ¡Aguanta un poco más que quiero rendirme ante la superioridad de tu artillería! ¡Síii, mantén el fuego que ya me rindooo…!

Durante unos instantes, Álvaro acelera las entradas y salidas del ano de Rocío. Ella lo agradece sin mostrar pudor; al contrario, dedica palabras obscenas a su amante que lo impulsan a emplearse con todas sus ganas. Cuando la muchacha termina de correrse queda inmóvil, como muerta sobre la roca. Jadea de forma acelerada y respira con dificultad. Musita, sin orden lógico, frases sin sentido, como si hubiera perdido la razón. Pasados unos minutos, recobra la cordura y el aliento, y se siente con fuerzas para decir:

-¡Está bien, Álvaro! Ya puedes abandonar la pequeña cueva que, cálidamente, a recibido a tu mimbro magistral. No hay duda de que sabes cómo hacer disfrutar a una mujer. Aquella joven, a la que tuviste que abandonar por culpa de su padre, no sabe los buenos ratos de placer que ha dejado de recibir.

-Yo no soy quién para afirmarlo o rebatirlo; pero…, mejor dejemos a cada cual con la vida que escogió o que le tocó en suerte. Hay cosas del pasado que es mejor no traer al presente.

Rocío pide disculpas, por su indiscreción, al traer viejos y amargos recuerdos a su amigo. Para que vuelva, de nuevo, a recobrar la sonrisa, bromea con la suciedad y mal olor de su cuerpo. Se cuelga de su cuello y tira de él hacia abajo para obligarlo a sumergirse del todo. Pasan un rato divertido entre juegos, chapoteos, caricias y algún que otro beso. Pero, lo que realmente distrae y complace a Álvaro, es deleitarse con los pechos de su amiga, algo que realmente le fascina; le gusta, más que cualquier otra parte de la anatomía de Rocío, acariciar los pezones y provocar su erección. Rocío bromea, con él, haciendo alusión a los pocos meses que deben haber pasado desde que dejó de mamar los pechos de su madre. Álvaro corresponde a las bromas imitando, de forma cómica, como imagina que lo hacía cuando era un niño de pecho.

Durante media hora, prosiguen con los juegos, ajenos a la hora que debe de ser y, sobre todo, completamente olvidados de su común amigo Damir. En un momento dado, y sin que Álvaro pueda reaccionar, Rocío le propina un empujón que provoca que se sumerja por completo en el agua. Cuando sale a la superficie, mira a su amiga y le dice así:

-¡Con que esas tenemos! Por lo que veo, te gusta jugar con ventaja y a traición. Ahora vas a saber lo que es tragar agua como un pez.

Comienza a avanzar por el agua tan aprisa como puede. Rocío, que lo ve venir, trata de correr hacia la orilla, pero es más torpe al hacerlo. A escasos metros de la meta, Álvaro la tiene suficientemente cerca para lanzarse sobre ella y cogerla por la cintura. Ambos caen debido la violencia del choque, quedando ella debajo de él. La profundidad es poca y, tumbada, el agua apenas cubre la mitad del cuerpo de Rocío. Su amigo ejerce fuerza con el suyo para impedir que ella se pueda mover o levantar.

-¡Jaja, te atrapé! –Dice Álvaro- Tengo una pequeña ballena a mi alcance, y la voy a cazar con mi arpón.

-¿Y cómo piensas hacerlo si no tienes tal instrumento a mano? –Responde ella.

-No subestimes las artes de un experto arponero –replica él-. Ahora vas a saber cuál es mi arpón.

Dicho esto, separa las piernas de Rocío con las suyas, coge la verga con la mano, la coloca en el ano de la joven, y la introduce de un solo golpe. Ella, que no esperaba algo así, grita por la impresión de sentir el “arpón” abriendo las paredes de su recto. A penas tarda en sentir placer y se deja hacer. No tiene la menor duda de que, su amante, ha recobrado las fuerzas y quiere la revancha.

Durante unos diez minutos, Álvaro se afana por tener un nuevo orgasmo. Con energías renovadas, se emplea a fondo para conseguirlo y, de paso, lograr que ella también lo alcance. Consigue el segundo de los objetivos cuando, Rocío, entre pequeños espasmos de placer, consigue correrse de forma furiosa, más que la vez anterior. Goza durante varios segundos, ajena a todo cuanto le rodea. Finalmente, deja de moverse y permite que su amigo continúe hasta alcanzar su meta. No tarda demasiado en sentirse fatigado por el esfuerzo. Decide salir del culo de Rocío, se coloca delante de ella, de rodillas, e introduce la verga en la boca. Rocío, que la recibe con gusto, se emplea complaciente. Llega un momento en que no se puede distinguir si es ella quien chupa la polla, o él quien se la folla oralmente. Tarda en eyacular, dentro de la boca de Rocío, un par de minutos. El primer chorro le llega por sorpresa y no puede evitar tragar el semen. El segundo lo recibe sin sorpresas e igualmente lo traga. Para el final apenas quedan un par de gotas que extrae succionado y abrazando, con fuerza, el glande entre los labios.

Álvaro termina por quedar sentado mientras, el agua fría, provoca que la verga pierda su erección. Rocío, que se siente plenamente satisfecha y feliz, opta por vestirse antes de que su piel se seque. Cuando está terminando de hacerlo, dice:

-Es hora de partir. Ya hemos demorado demasiado nuestra marcha y nos espera un largo camino hasta Málaga. Despertemos a Damir y ya desayunaremos mientras cabalgamos.

-Antes dime una cosa. ¿En serio que mi olor era tan fuerte como para descubrirme por su culpa? –Pregunta Álvaro, todavía intrigado por saber qué le delató.

-Jajaja… no, mi buen amigo –responde Rocío-. Lo cierto es que, cuando llegaste, salieron volando unos pájaros que comían moras. Fueron a situarse en aquella rama –le señala cual era-. Como veía, de reojo, que no osaban regresar a proseguir con el festín, he supuesto que lo que les asustaba aun continuaba tras los arbustos. Ante la posibilidad de que fuerais tú o Damir, he apostado por el más pícaro y tímido: ese eres tú. Ahora vístete, que el tiempo apremia.

Su amigo se apresura a vestirse y recoger un buen puñado de moras antes de marcharse; le vendrán bien para recobrar las energías gastadas. Cuando llegan al campamento, Damir aun duerme, ajeno a todo lo acontecido e, incluso, a las hormigas que recorren gran parte de su cuerpo.

-¡DAMIR, DESPIERTA PEREZOSO! –Grita Álvaro al tiempo que le propina una buena patada en una de sus botas.

El dormilón se despierta sobresaltado, sin apenas recordar donde se halla. Es posible que soñara con una cabaña repleta de negritas que le dedicaban todas sus atenciones, o algo por el estilo. A los pocos segundos reacciona y reconoce a sus dos amigos. Se levanta y, los tres, se disponen para partir. Una vez han subido a sus respectivos caballos, Rocío dice:

-¡Partamos, amigos míos! ¡Vayamos a Málaga y comencemos una vida de aventuras, fortuna y tantos placeres como seamos capaces de soportar!

Arrea a su montura y sale disparada al galope. Sus dos amigos la imitan y persiguen, fustigando a sus caballos para alcanzarla. Terminan por perderse, entre una nube de polvo, el camino que conduce a su destino: la villa de Málaga.

 

CONTINUARÁ…

 

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Os recuerdo que, quien quiera y le apetezca, puede dejarme algún comentario con sugerencias, correcciones, un beso, o lo que quiera. No tengáis reparo ni temor, pues a nadie me como y lo recibiré con la mayor de las ilusiones.

Hasta el siguiente capítulo, me despido con un fuerte beso. ¡Gracias por el tiempo dedicado!

Luz Esmeralda.