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Los caprichos del destino pueden ser placenteros

en Sexo Anal

 

 

 

Los caprichos del destino pueden ser placenteros

Por: Luz Esmeralda

 

 

NOTA PREVIA

Aunque el tiempo estimado de lectura pueda ser alto, no os asustéis, pues el relato no es tan largo, es solo que le he añadido algunas cosillas. Lo he hecho con la intención de que resulte más ameno y simpático. No os desaniméis y disfrutadlo. ¡Espero poder conseguirlo!

 

RESUMEN

Hay veces en que al destino le gusta “dar por el culo” y lo hace de las formas más insospechadas. Esto es lo que les pasó a Esperanza y Atilano, dos perfectos desconocidos que, gracias a un desafortunado e inesperado incidente, descubrieron un nuevo mundo de placeres. Lo que empezó siendo un día nefasto, tuvo una influencia determinante a la hora de marcar sus destinos para siempre. Sin ningún género de duda, lo que les ocurrió a ellos, le podría pasar a cualquiera de nosotros. Este relato es fiel reflejo de algo que puede resultarnos cotidiano, y que no tiene por qué ser un sueño o una fantasía: el amor y el placer pueden llegar de la forma más inesperada.

 

 

ÍNDICE

 

PRÓLOGO

AGRADECIMIENTOS

1 – LOS HECHOS: todo sucede por algo.

2 - LAS CONSECUENCIAS: lo que depara el destino.

3 – EL ÁREA DE DESCANSO: un momento de relax.

-Opción A

-Opción B

-Opción C

4 – LA ZONA CALIENTE: los beneficios inmediatos.

5 – EL DESENLACE: los frutos obtenidos.

6 – LOS EXTRAS

-Cómo se hizo.

-Tomas falsas.

-Reparto.

-Más agradecimientos.

-Comentarios y valoraciones.

-Gratificaciones.

 

PRÓLOGO

Hace unos tres meses, se inició lo que sus organizadores han llamado “Ejercicio de Autores” y que, con ésta, cumple su décimo novena edición. El propósito principal, de éste y de los anteriores, fue reunir a una serie de autores que participasen con un máximo de dos relatos (al menos en esta edición), sobre un tema concreto, que fue votado entre los muchos que se propusieron, y, que se publicarían en Todorelatos “Sin que la WEB tenga nada que ver con la organización”, según han dejado claro sus promotores. La participación era libre (tengo mis dudas al respecto por diversas razones personales que no vienen al caso), y los relatos se publicaron bajo una única firma o cuenta, Ejercicio. Invito a todos a que os deis un paseo por los relatos publicados ya que, en líneas generales, mantienen un buen nivel y os pueden gustar.

Como lectora, he ido comentando cada uno de ellos (los que he podido o me ha apetecido leer), mejor o peor, eso es algo que se presta a todo tipo de interpretaciones, pero con sinceridad y fundamentos sólidos: no soy persona perezosa a la hora de escribir (como podéis comprobar quienes me leéis habitualmente). En un principio, me mostré dispuesta a participar, pues tenía bastantes ideas con las que afrontar el tema propuesto, “Dos personajes que se afectan sin llegar a conocerse”, con solvencia; no obstante, y debido a las reticencias que encontré por parte de varias personas vinculadas al proyecto o al foro en que se reúnen, decidí no enviar ningún relato.

Como ya tenía las ideas rondando en la cabeza, no quise perder esa inspiración y decidí publicar uno con mi propia cuenta “Sexo anal, cuernos y venganza: un cóctel mortal”. Comencé otro sobre el mismo tema, pero con un argumento y forma de resolverlo diferente. No lo terminé porque me sentí más atraída por escribir una serie de relatos bajo el título genérico “Bragas de seda”, que muchos conocéis.

Pues bien, hace unos días, he comentado uno de los relatos del Ejercicio, a mi modo, con sinceridad y argumentos. A raíz de éste comentario, he recibido un par de correos (imagino que de alguien molesto) acusándome de malintencionada y de “ir de sobrada”, según uno de ellos. A esta expresión, su remitente ha añadido: “Si eres tan lista… ¿Por qué no demuestras que sabes hacerlo mejor?”. No me gusta destacar por encima de nadie ni ser prepotente; si escribo mejor o peor, deben ser otros quienes lo juzguen; yo simplemente me limito a escribir y mejorar en la medida que me lo permitan mis posibilidades.

Como no me gusta amilanarme frente a los retos, he decidido “recoger el guante”, y dedicar un par de ratos a escribir un relato que se adecúe a las condiciones impuestas para el resto de participantes (excepto en extensión: no me gusta dejarlos a medias aunque se hagan largos). Pero no lo he hecho con la intención de competir con nadie ni de molestar, simplemente como muestra de que se puede escribir un relato en el que el verbo “conocer” cumpla al pie de la letra con su significado: “2. tr. Entender, advertir, saber, echar de ver.” […] “4. tr. Tener trato y comunicación con alguien.” (Diccionario de Real Academia Española de la Lengua).

El resultado es el relato que estáis a punto de leer. Solo vosotros/as podéis juzgar si lo he conseguido o no. En todo caso, espero que os guste o, al menos, que os entretenga: con ese fin he “parido” lo que mi alocada imaginación ha podido “engendrar”.

Me reitero en que la finalidad del relato no es molestar a nadie ni competir, simplemente pasar un rato entretenido y que vosotros lo hagáis también. Insisto en recomendaros que leáis (quién quiera) los relatos que podréis encontrar publicados bajo el nombre de autor Ejercicio. ¡Qué los disfrutéis!

 

Para todos aquellos que seguís mis relatos, y me demostráis

vuestra fidelidad y cariño en cada uno de ellos.

Para ti también, Sofía. ¡Guapetona!

 

 

AGRADECIMIENTOS

Quiero dar las gracias a estas personas que, con su poder de persuasión a través de sus correos, han logrado que pase unos buenos ratos escribiendo este relato. Sinceramente: ¡Gracias!

¡Gracias!, también a todos/as cuantos leéis mis relatos y me seguís con interés.

 

1 – LOS HECHOS: Todo sucede por algo.

“Hay días en que es mejor no levantarse”: debieron pensar, Esperanza y Atilano, antes de abrir los ojos y quitarse las legañas cierta mañana de verano. Porque es indudable, que un acontecimiento fortuito (tampoco hay que darle más vueltas) puede marcar toda una vida, o dos en este caso.

Resulta, que Esperanza se encontraba en la terraza de su pequeño apartamento regando las plantas de las macetas. Además, cada dos o tres días, le daba por cambiarlas de posición: pensaba que se estresaban si tenían siempre a la misma compañera al lado (igual que le ocurría a ella en el trabajo). Mientras lo hacía, llamaron al teléfono. Como no había decidido donde colocar el geranio que tenía entre las manos, sin pensarlo, lo puso en el pequeño muro que hacía las veces de barandilla, y entró corriendo a atender la llamada.

Mientras tanto, en la calle, Atilano se sentó en la terraza de un bar a tomar el café de la mañana. Media hora antes, había llegado del pueblo en el tren de las diez para hacer unas gestiones en la Delegación Provincial de Hacienda. A pesar de que siempre le gustaba tomar su cafelito en la taberna de la Pechugona, situada en la plaza de su pueblo, no pensó que se sintiera engañada si lo tomaba en cualquier otro lugar. -Tampoco tiene por qué enterarse si no se lo comento-, se dijo a sí mismo.

Estaba mojando un churro en el desayuno cuando, de repente, un fuerte estruendo le sobresaltó de tal forma que se derramó el café caliente por los pantalones. Instintivamente, se levantó y comenzó a dar saltos y a lanzar gritos de dolor; la mala suerte hizo que le cayera justo en la entrepierna, y le abrasara, por consiguiente, “el Sargento” y “los dos Coroneles” (así llamaba a sus atributos masculinos).

-¡ME CAGO EN “TÓ” LO QUE SE MENEA! –gritó muy malhumorado-. ¿Qué cojones ha sido eso? –preguntó mientras se ahuecaba el pantalón para que sus “Oficiales” se airearan un poco.

El camarero, que no se había enterado de lo sucedido, salió corriendo al ver a su cliente alterado y doliéndose de las partes íntimas. Antes de que pudiera hacer algo por ayudarle, escuchó una voz que bajaba de los cielos:

-¡Lo sientoooo…! ¡Ha sido sin quererrrrr…!

-¡La Esperancita de los cojones! No ha podido ser otra –dijo el camarero al reconocer la voz y ver los pedazos de un tiesto esparcidos en un radio de cinco metros.

Sus sospechas estaban más que fundadas: en el momento en que, Esperanza, dejó su planta mal apoyada cuando atendió al teléfono, un pájaro se posó en ella consiguiendo que se desplazara y cayera por el mismo principio que la manzana que golpeó la cabeza de Sir Isaac Newton: la inevitable y molesta gravedad.

-¿Quién es esa tal Esperancita? –preguntó Atilano al camarero.

-Es una joven que vive en el apartamento del ático –respondió-. Enola Gay la llamamos en el barrio debido a que se le caen las macetas con bastante frecuencia a la acera –añadió.

-¿Enola Gay? ¿Qué quiere decir ese apodo? –preguntó intrigado.

-¡Usted perdone!... ¡Se nota que es de pueblo! –dijo el camarero entre dientes-. Enola Gay era el nombre del avión que lanzó la primera bomba atómica sobre Japón, durante la Segunda Guerra Mundial –respondió a la pregunta planteada-. Le llamamos así porque, cada vez que se le cae uno de los tiestos, se estrella contra el suelo y produce efectos similares a los de una bomba. –Terminó de explicar.

-¿A dicho que se llama Esperanza? –preguntó Atilano.

-Sí, señor, Esperanza –respondió-. Sus padres debieron ponérselo por la esperanza que albergaron que no sobreviviera a la primera comunión; pero, como ve, los pobres debieron perder la susodicha y ya cuenta con veinticinco años…; ha superado sus expectativas ampliamente. Además -continuó el dueño del bar-, se pasa las mañanas cantando y, siete pisos más abajo, aun así se la escucha. ¿Cómo es esa cancioncilla con la que nos tortura? Es de Sara Montiel, creo… ¡Ya la tengo!, es una que dice así:

 

♫ Soy una mosca, muy juguetona…

 Más me conduzco, tan imprudente…

 Que por posarme, donde no debo…

 Causo molestias, a-mu-cha-gen-te…♫

 

♫ En vuelo raudo, muy atrevida,

Caigo en la calva de un buen señor,

Y me percato de lo que piensa,

Al poco rato de su picor […]♫

 

-¡Pues se va a enterar de quien es Atilano García, hijo de Robustiano García! –dijo con decisión-. ¿Ese es el portal en el que vive? –preguntó, resuelto a “cantarle las cuarenta”.

-Sí, pero tranquilícese, amigo –respondió el camarero sujetando a Atilano-. Si sube, en el estado alterado en que se encuentra, lo más normal es que se meta en un buen lío. –Atilano hizo caso de la recomendación, y se sentó para limpiarse el pantalón con un paño húmedo-. Yo mismo la he denunciado muchas veces a la policía y nada han podido hacer; al no haber heridos, en ninguna de las ocasiones, simplemente la sancionan con una pequeña multa. Puse el toldo para proteger a mis clientes, y lo tengo extendido incluso en días nublados. Con esto se puede hacer usted una idea del peligro que representa. –Terminó de explicar.

-Tiene razón. Si subo…, termino preso y compartiendo celda con un maricón de dos metros. Me conozco, y soy capaz de arrojar a la niñata por el balcón. –Recapacitó Atilano.

-Es lo mejor que puede hacer. De todo esto, lo que más me jode es que nunca cae una de sus “bombas” sobre su coche; siempre sale bien librado –dijo el dueño del bar con tono quejoso.

-¿Su coche? ¿Qué coche? ¿Cuál es? –preguntó Atilano esbozando una sonrisa maliciosa.

Tras indícale, el camarero, cual era, Atilano le pidió que le prestase un martillo o algún utensilio similar que tuviera a mano. A los pocos minutos, regresó con una pequeña maza que usaba en la cocina para quebrar los huesos de la carne. Atilano la cogió, y comenzó a golpear todos los cristales del vehículo haciéndolos añicos. No contento con ello, destrozó los faros, los intermitentes, las luces de freno e, incluso, los espejos retrovisores y la antena de radio. Mientras lo hacía, no dejó de sonreír y disfrutar con ello; pareció sentirse aliviado y más relajado. –Esto es una buena terapia contra el estrés. Debería patentarla. –Pensó. Finalmente, sacó su navaja, aquella con la que acostumbraba a cortar el chorizo o la morcilla cuando almorzaba en el pueblo (le gustaba mantenerla bien afilada), y rajó todos los neumáticos. Cuando devolvió la maza al camarero, la cara de Atilano se asemejaba a la de alguien que acababa de experimentar un intenso orgasmo. La mueca de felicidad que dibujaban sus labios, era un claro síntoma de haber quedado satisfecho.

-Amigo… Si la tal Enola Gay pregunta qué es lo que ha pasado con su coche, puede decirle que el Tuneador, así puede llamarme usted, le ha hecho un trabajito de tuneado gratis –dijo mientras se sacaba la camisa del pantalón y tapaba la mancha de café.

El camarero quedó anonadado con el trabajo tan profesional efectuado por el cliente. Cuando reaccionó dijo:

-Atilano,¡amigo mío!, ahora entiendo por qué le pusieron ese nombre: a buen seguro, su padre le quiso poner Atila cuando nació; su madre debió protestar diciendo – ¿Atila? ¡NO!- y se decantaron por Atilano ante la discrepancia. Pero debió ser Atila, porque por donde usted pasa no queda títere con cabeza. Ahora vaya a urgencias porque tiene la oreja sangrando.

Atilano se la tocó, y comprobó la veracidad de lo que le había indicado. Entró en los aseos del bar, y observó que tenía un buen corte. –Ni me he enterado. Ha debido ser alguno de los fragmentos del tiesto que al salir despedido me ha alcanzado y ni me he dado cuenta debido al follón que he montado-, pensó.

Al salir a la calle, sujetaba una pelota de papel higiénico contra la oreja. Tras pagar al camarero, le pregunto por algún hospital o lugar similar para que le curaran. Tras recibir la información solicitada, se marchó calle abajo. El camarero no pudo evitar soltar una carcajada al verlo caminar de forma rara mientras se tocaba la entrepierna. –Debe tener un dolor, ¡de cojones!, en los cojones; le tienen que escocer, porque incluso en verano sirvo el café hirviendo. ¡Pobre, espero que pueda seguir teniendo descendencia!- se dijo mientras lanzaba una nueva carcajada.

Por supuesto, Esperanza no se enteró de nada de lo sucedido con su coche; estaba de nuevo al teléfono, contando a su amiga Piluca que casi mata a un tipo con el geranio que ella le había regalado por su cumpleaños.

Media hora más tarde, Esperanza seguía de cháchara con su amiga. Llamaron al timbre de la puerta y se sobresaltó.

-No cuelgues, Piluca. Llaman a la puerta. Ahora vuelvo. –Se excusó y fue a abrir.

Al hacerlo, se encontró frente a dos policías y, nerviosa, confesó su culpa.

-Lo siento, agentes. Ha sido sin querer. Yo lo he dejado apoyado y los pájaros lo han tirado. En estos momentos estoy hablando por teléfono con la compañía de seguros para dar parte del accidente.

Los policías se miraron y debieron pensar que estaba loca.

-Señorita, no sabemos de que nos habla. ¿Es usted la propietaria de un vehículo marca SEAT, modelo Ibiza y matrícula tal? –dijo uno de ellos.

-Sí. ¿No han venido por lo del tiesto? –Se mostró confusa.

-No, señorita –respondió más confundido el policía-. Hemos recibido una llamada de un vecino denunciando que unos gamberros le han destrozado el coche que tiene aparcado frente al portal –explicó.

-¿Cómooooo? ¿Han hecho daño a Chichi? ¡Chichi! ¡Chichi! –salió corriendo a la terraza para comprobar lo que más se temía. Triste, volvió al interior del apartamento.

-Piluca, tengo que colgar. Han lastimado a Chichi. Cuando tenga más detalles te llamo –dijo a su amiga y colgó el teléfono.

De vuelta con los policías, estos le indicaron que debía ir a comisaría a poner la denuncia. Así mismo, le apercibieron de que debía llamar a una grúa para que lo remolcara a un taller donde se lo arreglasen. En esas condiciones no podía tenerlo en la vía pública, añadieron.

-¡Desde luego! ¡Qué mala es la gente! –Se lamentó Esperanza- Ya no estamos seguros en ningún sitio; la calle está llena de peligros por culpa de los indeseables. Esto con Franco no pasaba; con él vivíamos de otra forma. –Siguió lloriqueando.

-¿Franco? ¿Qué sabe usted de Franco? –preguntó uno de los agentes sorprendido- Si en esos tiempos usted ni había nacido. Bueno, mejor dejemos el tema que tenemos prisa. No olvide lo que le hemos dicho. ¡Buenos días! –Se despidieron.

 

2 - LAS CONSECUENCIAS: Lo que depara el destino.

En ese mismo momento, Atilano se encontraba en la sala de urgencias de un ambulatorio cercano. Con cara de sufrimiento, esperaba a ser atendido por alguno de los médicos. No conseguía que se le fuera de la cabeza todo cuanto había acontecido un rato antes. Pero lo que más le atormentaba, era que no podría llegar a las oficinas de Hacienda antes de que cerraran. Más, teniendo en cuenta que, ese, era el último día para presentar alegaciones a la sanción que pretendían imponerle por las irregularidades cometidas en su última declaración de impuestos. Pensó que, con el justificante que le diera el médico, sería suficiente para fundamentar una causa creíble y legal. Mientras permanecía sentado en una camilla, de espaldas a la puerta, escuchó una voz tras él.

-¡Buenos días! ¡Quítese la camisa y dese la vuelta!… ¡Por favor! –Le ordenó una voz femenina.

-¿Flora? ¿Eres tú? –preguntó Atilano muy sorprendido al reconocer a la doctora.

-¡Atilano! ¡Qué sorpresa! –Exclamó la doctora- ¡Chissss! No digas mi nombre. Aquí todos me conocen como Flor –añadió haciendo un gesto de silencio.

-¡OK! No sabía que hubieses estudiado medicina. Han pasado muchos años desde que…, ya sabes.

-Sí, Atilano. Mi padre se arruinó. Su empresa se fue a pique y me vi sin trabajo. –Se lamentó Flora-. Entonces decidí estudiar medicina y, ya ves, con treinta y dos años tengo mi primer trabajo serio como médico. Mi marido me dejó después de aquello y hace ocho años que estamos divorciados. –Siguió recordando con tono afligido.

-Y… ¿Por qué no volviste al pueblo? En todos estos años no he podido olvidarte; no ha pasado un día en que no me haya acordado de ti, sin saber dónde ni con quién estabas. –Reprochó Atilano a Flora.

-Volví... Hace unos siete años... A visitar a mis tías. Me dijeron que te habías casado, y no quise complicarte la vida. –continuó lamentándose Flora.

-¡Vaya! Varios años después de que te fueras, comencé a salir con Elena, ¿te acuerdas de ella?, y a los pocos meses nos casamos, ¡”de penalti”! Por desgracia…, surgieron complicaciones y perdió el niño. Seguimos casados, pero nunca la he querido… Simplemente, ¡nos aguantamos!, que se suele decir –Informó de forma resumida sobre su vida.

-Bueno, ya hablaremos de todo eso. –Interrumpió Flora-. Veamos qué es lo que tienes.

Durante unos minutos, la doctora curó la herida de la oreja de Atilano. Éste le contó como había sucedido todo, obviando, como no podía ser menos, su acto de salvajismo con el coche de su, ¿agresora? Mientras le escuchaba, Flora no dejó de reír imaginándose la situación; Atilano, según le recordaba, siempre fue bastante exagerado, y no creía la mitad de lo que le contaba. -¡A saber qué estaría haciendo, que inventa lo primero que le viene a la cabeza!-, pensó mientras terminaba de curarle. Cuando lo hizo, observó la mancha que tenía en el pantalón. Entonces supo que era cierto cuanto le había dicho su viejo amigo.

-¡Bájate el pantalón! -Ordenó Flora-. Voy a ver si tienes alguna quemadura, y, si es así, te pongo una pomada que te alivie.

-¿Qué? ¿Estás loca? ¡No, no te molestes! ¡Todo está bien! –dijo él, abochornado por la vergüenza.

-¡Vamos, hombre! No será la primera vez que te veo “el pajarito”. –Trató de restar trascendencia a la situación-. O… ¿No te acuerdas de las veces que nos lo montamos en el pajar de tu tío? ¿Cómo le llamaban?... ¡Ah, sí, el Alcahuete! Porque en su pajar follábamos todos los mozos del pueblo, y él lo consentía.

-¡Qué no! En serio, no tiene importancia. –insistió Atilano.

-Entonces espérame en la salida. Termino mi turno de trabajo en menos de… -Miró su reloj- media hora. Te vienes conmigo a casa, y te lavo el pantalón; no quiero que vuelvas al pueblo hecho un guarro. –Propuso Flora.

 

Un rato más tarde…

Esperanza consiguió contactar con su compañía aseguradora a primera hora de la tarde. Debido a que era de las baratas, no resultó ser muy buena, y no disponía de servicio de atención telefónica las 24 horas del día. La operadora le confirmó que su póliza incluía la rotura de lunas, pero no se harían cargo del resto. Por descontado, el servicio de grúa era gratuito hasta el taller que ella quisiera.

Como no estaba muy boyante, económicamente hablando, tomó el autobús para ir a un polígono industrial cercano. Allí pediría presupuesto en cuantos talleres encontrara. Comenzó por el oficial, el de su marca de coche. Después de hablar con el jefe de taller, uno al que llamaban Cara de Ángel, le pareció muy caro y pidió que le dijera donde había otro taller más económico.

-Ve a esta calle –Se la anotó- y preguntas por uno al que llaman Cerebro.

En este segundo taller, le pasó un poco de lo mismo: preguntó por el tal Cerebro y el precio le pareció demasiado caro. Igualmente solicitó que le indicaran otro taller.

-Sigue este plano y llegas fácil –Dijo el tipo-. Pregunta por Pies de Plomo y le dices que vas de mi parte. –Le entregó el plano.

Una vez estuvo en este otro, siguió la misma rutina, pero con el mismo resultado.

-Si vas al taller que está en esta calle –anotó el nombre en un papelito-, pregunta por Culo Inquieto. Es un taller más modesto y de precio más económico.

Cansada y sudando como un pollo, llegó al siguiente taller. Aunque era más económico, seguía siendo demasiado para ella.

-No lo puedo rebajar, porque trabajo con piezas de segunda mano. Por mucho que te abarate la mano de obra, poco más puedo hacer por ti, ¡guapa! –Se excusó el mecánico- Ve a un taller que hay dos calles más abajo. Pregunta por el Manitas que es el más económico de todos. ¡Suerte, guapa!

Finalmente, poco antes de las ocho de la tarde, llegó al lugar indicado. Entró en el taller pero no halló a nadie. Durante varios minutos, esperó a que alguien apareciera.

-¡Hola! ¿Qué deseas? –preguntó un tipo lleno de grasa hasta las orejas que salió de debajo de un coche.

-Quiero que me hagas un presupuesto para arreglarme el coche –respondió ella.

Después de indicarle marca y modelo de coche, y de detallarle las piezas a sustituir o reparar, el Manitas calculó a ojo el importe.

-Doscientos euros, más la voluntad, ¡guapetona! –dijo el tipo.

-¡Joder! No me sorprende que los mecánicos estéis forrados de dinero. ¡Vaya dineral! Sois más caros que las putas de lujo–Protestó ella.

-Lo lamento, pero nadie trabaja gratis, ni siquiera ellas –dijo él-. Si no te parece bien mi precio, puedes ir al taller que hay cinco calles más allá –le señaló la dirección- y le dices a Seisdedos, el dueño, que vas de mi parte.

-¡Basta! –dijo desquiciada- ¡Ya está bien de ir a más sitios! Que al final voy a parecerme al Dr. Frankenstein buscando partes humanas para recomponer un cuerpo. Primero Cara de Ángel, después Cerebro, más tarde Pies de Plomo, a éste siguió Culo Inquieto y finalmente tú, al que llaman el Manitas. Solo falto yo, Hasta el Coño, que es como me voy a hacer llamar a partir de ahora. ¡Hasta el mismísimo me tenéis! –Terminó por estallar.

-¡Tranqui, “chati”! No te alteres… que te pones “mu” fea –dijo él con tono chulesco-. ¿Cuánto puedes pagar?

-Solo dispongo de la mitad –respondió Esperanza, casi con lágrimas en los ojos.

-¡Joer! Con eso solo cubres las piezas. Siempre y cuando me las consigan unos colegas de “de gratis” - dijo el Manitas bajando la voz.

-¿”De gratis”?... ¿Qué coño significa eso? –preguntó extrañada Esperanza.

-¡Pues eso! Gratis, sin coste, mangadas, ¡qué no te enteras, pan-te-ra! A ellos tengo que pagarles, pero bastante menos que si fueran piezas originales. ¡Natural…, como los yogures! Luego, a eso, tienes que añadir la mano de obra; es decir, lo que trabajan estas manitasss…, que por eso me llaman así - se las pone delante de las narices- ¡Qué no son gratis, tampoco! –respondió, terminando la última frase con cierta musiquilla.

Durante más de media hora, Esperanza trató de negociar con el mecánico y conseguir que le rebajara el importe de la mano de obra. Se mostró compresiva, dulce, mimosa, y hasta se ofreció para limpiar en el taller un par de días. Todo fue en vano: Rogelio, que así se llamaba el Manitas, no cedió lo más mínimo en sus pretensiones económicas.

Esperanza perdió toda esperanza de conmover el corazón de Rogelio, el Manitas. Cansada y abatida, se sentó en una silla, agachó la cabeza y pareció llorar. Él miró a la desconsolada, y sugirió una última posibilidad:

-¡A ver, guapetona! Entenderás que no puedo trabajar gratis para todo el que me venga lloriqueando. –Argumentó-. Si quieres que te cobre solo las piezas, tienes que hacer algo a cambio, pero algo que me compense.

-¿Qué? ¡Lo que quieras… siempre y cuando no sea el corazón, los riñones ni nada por el estilo! –Se mostró esperanzada la chica.

-¡Está bien! ¡Lo cierto es que estás muy “rica”! ¡Tienes un cuerpazo que quita el hipo! –miró a esperanza de arriba abajo, deteniéndose en las tetas y, rodeándola, en el culo. Te perdono la mano de obra si echas un polvo conmigo. Hace días que estoy peleado con la novia, y me falta algo de cariño… ¡Ya me entiendes! –Propuso Rogelio sin que se le cayera la cara de vergüenza.

-¿CÓMOOOO? ¿TÚ ESTÁS LOCO? –dijo Esperanza, gritando- ¿Pero por quién me has tomado? No he venido aquí para que me insultes tratándome como si fuera una puta –añadió indignada.

-Es curioso, ¿sabes? Tú también me estás pidiendo que me prostituya -dijo él-. ¡Es lo que hay! ¡Lo tomas o lo dejas! Voy al servicio a lavarme. Tienes tiempo hasta que vuelva para pensarlo. –Sentenció y se marchó…

(Continúa en “4 - La zona caliente”)

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3 - ÁREA DE DESCANSO. Un momento de relax (para ir al baño, a la cocina, a dar de comer al gato o para… lo que queráis).

-Opción A: Un chiste.

Un niño de ocho años se acerca a su abuela de ochenta.

-Abuelita, hoy no te has puesto las bragas debajo de la falda, ¿verdad? –le dice con mucha seguridad.

-¿Eh? ¿Y tú cómo lo sabes? ¿No me habrás estado espiando a escondidas?–pregunta la abuela, sorprendida.

-¡No abuelita! Es porque tienes las zapatillas llenas de caspa –responde el niño ingenuamente.

 

-Opción B: Una recomendación.

Hace unos días, vi una película (gratis, ¡por supuesto!) que me encantó, y que quiero recomendar a quien no la haya visto. Tiene todos los ingredientes para atraparte durante un buen rato: aventuras, inocencia, inteligencia, emoción, humor, valor, añoranza de la infancia, amor, glamur (con la siempre bella y sensual Laetitia Casta)… Las palomitas de maíz las pones tú.

Es un claro ejemplo de que, para hacer una buena película, no son necesarios demasiados recursos económicos ni técnicos: tan solo talento y ganas. Sinceramente, no os arrepentiréis si la veis. Se titula “La guerra de los botones”, es francesa y la dirigió Christophe Barratier que, entre otras, también estuvo al frente de “París, París” y la más conocida “Los chicos del coro”. Por descontado que también recomiendo estas otras.

 

-Opción C: Una confidencia.

Como a la mayoría, me gusta bailar. Da igual dónde o con quién sea; pero, sobre todo, me gusta hacerlo sola en casa, ¡ME EN-CAN-TA!, que diría mi lector y amigo Akiresu. Da igual si es verano o invierno, me acoplo en las orejas los auriculares bluetooth, pongo en marcha el Iphone, subo el volumen a tope, me voy quitando la ropa como si fuera una stripper, y bailo como una loca hasta que no me queda aliento. Además de animarme, relaja una barbaridad y elimina unos gramos, que para las chicas siempre es importante.

Recientemente he descubierto una canción, durante mi estancia de dos meses en Praga. Está muy pasada de moda, pero me enloquece más que la mayoría de mis preferidas (incluidas “Caroline”, de Status Quo y “Painted By Numbers”, de The Sounds). Se trata de un tema de ABBA titulado “So long”. Como es nueva para mí, la pongo en modo repetición y no dejo de bailarla durante un buen rato. La parte que más me gusta y altera es esta:

♫… They say, ‘That money’s got a magic touch’

But not to me, it doesn’t mean that much

You won’t have me tonight

All right, all right, all right, all right ♫

 

♫ So long, see you honey

You can’t buy me with your money

Tracy, Daisy, they may be crazy

But I’ll never be your girl ♫

 

♫ So long, see you honey

You can’t buy me with your money

You know it’s not worth trying

So long, so long, so long…♫

 

Cuando estoy molida y sudando más que una tortuga después de escalar el Everest, me voy al cuarto de baño. Allí, me meto en la bañera y, si no tengo a nadie en ese momento “a tiro”, me masturbo hasta que el cuerpo dice, ¡Basta!

Totalmente relajada, satisfecha y feliz, todo me da igual; no me importa si el conductor del bus me ha gritado, si la profesora me ha mirado mal, o si el vecino me ha robado un tanga cuando cuelgo la ropa en la terraza para que se seque (dicho sea de paso, no sé como lo hace, pues lo tiene muy mal para llegar. Igual es un experto con la caña de pescar).

Después no puedo molestarme si, alguna de mis amistades, me reprocha que ha llamado al timbre de la puerta o por teléfono y no he contestado. -En ese momento –les digo-, no me entero aunque estéis a mi lado tocando una de esas bocinas que se usan en los estadios de futbol.

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4 – LA ZONA CALIENTE: Los beneficios inmediatos.

Esperanza Caviló seriamente durante la ausencia de Rogelio. Pensó en amenazarle con una denuncia por trabajar con piezas robadas. Lo desechó por lo difícil que le resultaría demostrarlo y por miedo a las represalias: el “tío” estaba cachas e imponía respeto. Se resistió a sopesar la propuesta que él había hecho; no obstante, las posibilidades reales se agotaban, y era la única que le quedaba.

Cuando le vio aparecer sin el mono de trabajo, con un vaquero muy ajustado, camiseta blanca de hombreras ceñida al cuerpo y marcando la musculatura, y limpio de todo resto de grasa, sus pensamientos cambiaron de forma radical; comenzó a verlo con otros ojos, más que como un negocio, como una oportunidad de echar “un polvo” con el que apenas podía soñar. -¡Está muy bueno!-, pensó. Aun así se mostró orgullosa.

-¿Y? –Pareció peguntar él.

-¡Está bien! Acepto. Pero después de que me arregles el coche –respondió ella.

-¡De eso nada, mo-na-da! ¡Aquí y ahora! Tú tienes la última palabra –dijo él, mostrándose intransigente.

Esperanza no dijo nada, simplemente asintió con la cabeza y con los ojos, al mismo tiempo. Rogelio se acercó a la gran puerta por la que accedían los vehículos, pulsó un botón rojo situado en el lateral y ésta se cerró muy lentamente. Ella le miró temblorosa y recelosa de los gustos sexuales que pudiera tener; a pesar de haber salido con muchos chicos y de haber probado casi de todo, ciertos juegos no eran de su agrado. Cuando todas las puertas estuvieron bien cerradas, Rogelio encendió la radio de uno de los coches que había en el taller, buscó una emisora musical, después se sentó en la que parecía su moto, y habló:

-¡Vamos, regálame un striptease para abrir boca! ¡Deja que vea ese cuerpazo! –Ordenó Rogelio.

Antes de que lo hiciese de nuevo, la joven se fue despojando de la ropa al ritmo de la música. Comenzando por la blusa, la desabotonó con lentitud, la abrió y la dejó encima de uno de los coches tras quitársela. Lo mismo hizo con el sujetador, dejando los prominentes y jóvenes pechos a la vista de Rogelio. Éste no apartó la mirada de ellos, intercalando breves momentos con cada seno, con cada pezón. Inconscientemente, se acomodó el paquete con la mano derecha. –Ya debe estar empalmado-, pensó Esperanza. Con un gesto de la mano, le indicó que siguiera, que no se demorara demasiado. Ella obedeció y se quitó el pantalón con más celeridad, dejando al descubierto el vientre liso, y blanquecino como el resto del cuerpo. Las caderas, aunque algo huesudas, eran lo suficientemente anchas como para que destacara la estrecha cintura, definiendo unas curvas que Rogelio comenzó a recorrer con los ojos. Los muslos, ligeramente carnosos, se mantenían juntos, escondiendo celosamente el tesoro que guardaba entre ellos. No pudo evitar que se marcara la vulva bajo la braguita de color pistacho. Rogelio, al ver como se introducía levemente en la hendidura vaginal, no pudo contenerse y se acercó a la joven. De rodillas, frente a ella, se dio el gusto de ir bajando la prenda íntima hasta conseguir quitársela por completo. Durante unos segundos, trató de introducir la lengua por la “rajita”, como la llamó él. Ella colaboró abriendo los muslos ligeramente, en un gesto que Rogelio interpretó como la muestra de su total entrega.

-¡Ves como no es para tanto! Al final va a ser tan buen negocio para ti. como para mí –dijo él, tratando de que ella se relajara del todo-. ¡Ven!, me has puesto tan cachondo que no puedo aguantar más –añadió.

La tomó de la mano, y juntos fueron hasta la moto; una enorme y preciosa Harley-Davidson de color burdeos y repleta de piezas cromadas. Rogelio se abrió la cremallera del pantalón, tomó la mano de Esperanza y la introdujo dentro del slip. Ella masajeó la verga con mayor maestría a medida que tomaba confianza con su nueva “amiga”. Debido a la incomodidad que suponía hacerlo de esa forma, terminó por despojarle de toda la ropa, totalmente excitada por lo que tenía delante, solo para ella. Al verle desnudo, pensó que le había propuesto un negocio razonable y que incluso ella saldría ganando.

Animada, le pidió que se sentara en el asiento de la moto, con las piernas a ambos lados y mirando hacia la rueda trasera. Ella se recostó sobre el guarda barros de ésta, percibiendo el frío del acero en el pubis y en el vientre, y con las tetas sobre el cuero del asiento. Sin más preámbulos, tomó la polla con la mano derecha y la introdujo en la boca, hasta donde pudo. Con entusiasmo, le dedicó una felación que él supo agradecer con todo un repertorio de suspiros y gemidos. A medida que ella tragaba y escupía el miembro viril, él colaboraba recogiendo el cabello de Esperanza en su nuca y acompañando el movimiento de vaivén de la cabeza. Ambos gozaron con ganas durante unos minutos, cada uno a su manera.

Cuando Esperanza comenzó a mostrar signos de cansancio en la mandíbula, Rogelio se separó de ella, se bajó de la motocicleta, sacó un condón del bolsillo trasero de su pantalón y dijo de forma muy vulgar:

-¡Vamos, “nena”! tengo ganas de “lubricar” el interior de tu coñito con mi “bomba de aceite”.

Indicó a la joven que se sentara sobre el asiento, de medio lado y con las piernas abiertas. Se colocó el preservativo, la subió los pies hasta sus caderas consiguiendo que las piernas también lo hicieran y mostrara la entrada vaginal. Con todo a su favor para practicar una buena penetración, la fue introduciendo con parsimonia, observando cómo desaparecía por completo en el interior del coño. Cuando lo consiguió, comenzó a moverse con mayor velocidad a medida que aumentaba el número de penetraciones. No tardó en gemir por el placer al tiempo que, Esperanza, hacía lo propio acompañando con pequeños gritos de dicha.

La postura no resultó demasiado cómoda, y Rogelio temió que se cayera al suelo de espaldas, arrastrando la moto con ella y, como era lógico, con la posibilidad de que le aplastara. Para evitar males mayores, pidió a Esperanza que se colocara como lo había hecho él antes; con las piernas a ambos lados y de espaldas al manillar. Tomó una especie de pinza que colgaba del espejo retrovisor, apretó la manilla del freno delantero y la colocó impidiendo que se soltara y permaneciera accionándolo permanentemente.

Tomadas todas las medidas de seguridad posibles, Rogelio se sentó frente a ella, también con las piernas abiertas. La postura gustó tanto a Esperanza, que se apresuró a acercarse a él, le abrazó las caderas con sus piernas, y se fue introduciendo el pene hasta sentirse totalmente ensartada. En ese momento, ambos comenzaron a moverse en direcciones opuestas y chocando a la altura de la línea imaginaria que marcaba el centro. A medida que Esperanza comenzó a percibir más placer, su cuerpo dejó de colaborar en las penetraciones y simplemente se dejó hacer, concentrándose todo lo que pudo en sentir. Sin demorarse demasiado, comenzó a notar como llegaba el orgasmo. Se soltó del cuello de Rogelio y se dejó caer sobre el depósito de gasolina, acomodando la espalda a su forma y sintiendo el tacto de la pintura metalizada que acariciaba su espalda por efecto del movimiento que imponía su amante.

-¡Vamos, amor! ¡No dejes de follarme que me corro! –dijo la joven mientras le miraba a los ojos con deseo.

Comenzó a retorcerse entre gemidos y pequeños gritos de satisfacción. Rogelio se esmeró más al percibir vicio en el rostro de Esperanza. De esta forma, ella alcanzó el clímax y quedó relajada, dejando que él continuara unos minutos más hasta conseguir su orgasmo.

Ambos quedaron muy satisfechos; a pesar de ello, la joven no quiso perder la oportunidad de ser follada más a fondo; Rogelio reunía todos los requisitos para proporcionarle un rato más de dicha. Masturbándose el clítoris, le pidió otro asalto. Él la miró exhausto, satisfecho por lo bien que había aceptado su oferta.

-¡Está bien! Date la vuelta y lo hacemos desde atrás. Quiero ver como mueves el culito mientras te follo.

Ayudada por él, Esperanza consiguió girarse y darle la espalda. Rogelio, instintivamente se había quitado el condón lleno de semen. Ella no se percató de esta circunstancia; eran tantos los deseos que sentía por tener otro orgasmo, que no había prestado atención a ese detalle. Sin pensarlo, buscó con la mano el pene de su inesperado amante, lo tanteó y se fue sentando sobre él. Comenzó a cabalgarlo desesperada; apenas se podía reconocer a sí misma. Volvieron los gemidos y jadeos al sentir, de nuevo, el placer que le proporcionaba el roce de la verga en las paredes internas de la vagina. Estaba tan lubricada que, Rogelio, apenas sentía presión sobre su miembro. Informó de tal circunstancia a Esperanza.

-¡Lo siento, amor! Lo podemos hacer en la postura que más te satisfaga. –Se mostró comprensiva.

Rogelio agarró las tetas con ambas manos, desde atrás, y tiró de ella hasta acomodar la espalda con su pecho. Acercó la boca al oído derecho y le susurró:

-Déjame que entre por detrás. ¿Lo has hecho alguna vez? –terminó besando el lóbulo y mordisqueándolo al tiempo que acariciaba los senos con ambas manos.

-¿Te refieres a meterla por el ano?

-Sí, ¿Lo has hecho alguna vez? –Insistió con la pregunta.

-Varias veces. Pero hace tanto, que no sé si el agujerito se abrirá lo suficiente sin provocarme dolor –respondió nerviosa y excitada.

-Podemos intentarlo –propuso él-. En la oficina tengo un bote de crema lubricante –añadió.

Esperanza accedió con cierto temor, pero resuelta a intentarlo y conseguir una nueva forma de placer para ambos. Rogelio regresó con la crema, volvió a acoplarse tras ella que lo esperaba temblorosa, se embadurnó toda la superficie del pene e hizo lo propio con la entrada anal que se disponía a explorar. Ella seguía sin percatarse de que no tenía el preservativo puesto, y él no estaba dispuesto a decírselo. Cuando estuvieron preparados, la joven apoyó el vientre sobre el depósito de gasolina, arqueó la espalda para que el culo se levantara y fuera más accesible, y esperó ansiosa mientras apretaba los dientes.

Rogelio comenzó a penetrar la estrecha entrada con delicadeza. A medida que ganaba profundidad, pudo observar cómo se dilataba, y escuchó los pequeños gritos que lanzaba Esperanza. Con cada uno de ellos se detenía, para seguir intentándolo cuando ella le indicaba que el dolor había remitido. Finalmente pudo ver que había introducido el miembro por completo y, sin prisas, fue entrando y saliendo, ganando velocidad a medida que los pequeños quejidos de Esperanza eran menos frecuentes.

La postura era cómoda y el acoplamiento perfecto. La visión que Rogelio tenía de toda la espalda de Esperanza moviéndose a ritmo con el culo, le excitó mucho más de lo que consiguió hacerlo cualquier otra chica con la que había estado. Pensó que aquella maravilla de la naturaleza, que aceptaba con tanta alegría y satisfacción su verga, merecía recibir la mejor enculada de su vida. Con ese propósito se entregó cuanto pudo para conseguir que, ella, experimentara el mayor orgasmo que pudiera proporcionarle. Observó como la chica se abrazaba a la motocicleta, al tiempo que sus músculos comenzaban a relajarse, perdiendo la rigidez que habían mantenido durante los primeros minutos de sodomía.

Con cada penetración, Esperanza sentía que le arrancaban la vida de una forma tan placentera que nunca antes hubiese podido imaginar. Estaba a punto de conseguir un nuevo orgasmo y lo esperaba ansiosa, con los ojos cerrados y sin moverse para no romper el ritmo frenético que Rogelio había impuesto. Notó la boca reseca debido a los constantes jadeos y, de vez en cuando, se pasaba la lengua por los labios para humedecerlos. También se los mordía cuando alguna de las embestidas le ocasionaba algún que otro dolor leve. No le importaba; había llegado muy lejos, y no estaba dispuesta a renunciar al placer aunque, para ello, tuviera que sufrir un poco.

En el momento en que ella giró la cabeza, y fijó la mirada lujuriosa en los ojos de Rogelio, éste supo que se estaba corriendo. Apoyó las manos en la parte baja de su espalda consiguiendo que se moviera lo menos posible, y puso más esmero para que gozase al máximo. Los gritos de Esperanza ganaron en frecuencia y decibelios a medida que el orgasmo llegaba a su momento álgido. Quiso hablar, pero notaba que le faltaba el aire y que solo podía dejar escapar jadeos y pequeños gruñidos de satisfacción. Cuando terminó de orgasmar, advirtió como los fluidos que manaban del coño se extendían por la superficie del asiento y por los muslos, percibiendo un calorcito que nunca antes había sentido. Esa sensación le provocó mayor excitación y comenzó a mover el culo, acomodándose al ritmo que imponía quien se lo perforaba con maestría.

Rogelio no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de disfrutar, cuanto pudiera, de aquel regalo que tenía delante. Dejó de apoyar las manos en la espalda de Esperanza, tomó la base de la verga con la derecha, y redujo el ritmo de las penetraciones. De esa forma, cuando la sacaba lo hacía del todo, separando el glande unos centímetros del ano y admirando la abertura que éste mostraba. Dos segundos después, volvía a introducirla por completo, consiguiendo que ella lanzara un pequeño quejido de placer. La muchacha agradeció la iniciativa mordisqueando el labio inferior con cada nueva embestida, consciente de que Rogelio sabía muy bien lo que hacía y cómo hacerlo. Se preguntó a cuántas chicas habría follado de aquella manera y en esa misma motocicleta. Incomprensiblemente para ella, se sintió muy celosa y se propuso ser, al menos, la mejor de todas.

Elevó el torso pegando la espalda al pecho de Rogelio, giró la cabeza y le besó en la boca, propinándole pequeños mordiscos en el labio inferior. Desde esa posición, le incitó a que la follara sin contemplaciones, hasta destrozarla si fuera preciso. Sus palabras surtieron el efecto deseado, y pudo notar cómo, él, mientras le comía la boca y presionaba los pechos, le penetraba como si le fuera la vida en ello.

En apenas un par de minutos, Rogelio sintió que se iba a correr. Dejó de besar a Esperanza, soltó sus tetas y la empujó por la espalda, obligándola a recostarse de nuevo en el depósito de la moto. Inmediatamente después, salió de su interior, se puso en pie sobre los estribos y derramó varios chorros de semen sobre la espalda. Ella los recibió con satisfacción mientras se admiraba por la gran cantidad de esperma que había sido capaz de eyacular.

Ambos permanecieron un rato abrazados, completamente agotados y sin variar la posición. Sus rostros no podían disimular la satisfacción alcanzada por aquel encuentro sexual tan inesperado como extraño. Esperanza pensó que había sido un vil chantaje; pero, después de todo, había disfrutado como nunca; jamás hubiera imaginado que algo así le pudiese pasar, y se sintió feliz y sin motivos para reprocharse nada; por supuesto, a él tampoco. Por su parte, Rogelio pensó que se había comportado como un canalla. Aun así, no se arrepentía puesto que, gracias a su egoísmo, había conocido a una chavala maravillosa. Además, se había entregado mucho más que la mayoría de las chicas con las que había tenido sexo; incluida su novia.

-Ahora que me acuerdo –dijo Esperanza rompiendo el silencio de los últimos minutos-, tengo el coche en la calle y expuesto a cualquiera haga lo que le plazca con él.

-No te preocupes, “nena” –dijo él-. Nos vestimos, y te llevo con mi grúa hasta donde lo tienes. Lo engancho y me lo traigo, no es necesario que llames al seguro, lo hago gratis para que me perdones por mi comportamiento de antes –añadió a modo de disculpa.

-Y… ¿Cuándo lo tendrás arreglado? –preguntó con impaciencia.

-No sufras. A las buenas clientas les doy preferencia y más si son guapas como tú. Mañana a primera hora de la tarde lo tienes –respondió Rogelio al tiempo que le guiñaba el ojo.

Esperanza se puso muy contenta al escuchar las palabras de su nuevo mecánico, y le dio un beso de agradecimiento. Después de vestirse, ambos montaron en la grúa y se fueron.

 

5 – EL DESENLACE: Los frutos obtenidos.

Eran casi las diez de la noche, y Atilano no había pasado una buena tarde debido al escozor que sentía en la entrepierna. Es cierto que estaba con flora, su amor de juventud y la única mujer a la que había querido de verdad, pero finalmente no regresó al pueblo. Flora le convenció para que durmiera en su casa y, así, poder ir a la Delegación de Hacienda la mañana siguiente. Atilano mintió a su mujer haciéndole creer que dormiría en una pensión, alegando que tuvo problemas al realizar las gestiones para las que había ido a la ciudad.

Gracias a la compañía de Flora y a los recuerdos que ambos rememoraron, el escozor fue más soportable; eran tantas las cosas que tenían que contarse, que quedó en un segundo plano. Lo peor de todo, fue tener que soportar las mofas de las personas con las que se cruzaron debido a que, constantemente, se estuvo rascando la entrepierna provocando comentarios del tipo: “Ese ha estado de putas y ha pillado cualquier cosa” o “Ese hace tanto que no folla que le molestan las telarañas”.

En ese momento habían terminado de cenar. Flora insistió en que le dejara ver la zona dañada pero Atilano se negó con rotundidad.

-¡Está bien! –dijo Flora resignada- Si no quieres que te mire, llamo a un compañero que no vive muy lejos para que venga a vértelo.

-¡Eso ni lo sueñes! A mí no me toca los cojones nadie, y menos un tío –señaló él con rotundidad.

-Pues tú dirás lo que hacemos. –Prosiguió ella-. Ten en cuenta que, si no te lo curas, corres el riesgo de que crezcan unas pequeñas bacterias en la zona quemada, y terminen por matar las células de la piel y se te caiga como si fueran escamas de pescado –añadió con tono firme.

-¡No jodas! –dijo Atilano con el rostro desencajado y sintiéndose “acojonado”-. Me estás tomando el pelo.

-No, con estos temas no juego –respondió ella.

Atilano se giró dando la espalda a flora, se abrió el pantalón y echo un vistazo. Vio a través del vello púbico que tenía la piel muy colorada. Se consoló al darse cuenta de que las zonas nobles no habían sufrido daño alguno. -¡Por fortuna!-, pensó.

-¡Conforme! Dejaré que me lo mires y me pongas la pomada –dijo asustado por el diagnóstico que Flora le había hecho-. Pero solo como doctora, ¿de acuerdo? –añadió.

Flora le indicó que antes se diera una ducha y que después procedería con la cura. Por suerte era verano y pudo hacerlo con agua fría; no quiso imaginarse si fuera invierno y tuviera que hacerlo con agua tibia que aumentase el dolor. Cuando terminó, fue al dormitorio de su amiga donde ella le aguardaba con todo lo necesario. Con la toalla cubriéndole desde la cintura hasta las rodillas, se tumbó en la cama por indicación de la mujer. En el momento en que ella quiso quitarle la toalla, él se resistió.

-¿No te basta con meter la mano? –preguntó Atilano con toda la naturalidad del mundo.

-No. Tengo que ver como está y lo que hago –respondió Flora.

-Sí, pero es que… Así, a pelo, como que me da un poco de vergüenza –añadió temblando.

El pobre Atilano no se atrevió a confesar que hacía más de cinco años que no estaba desnudo frente a una mujer, ni siquiera con Elena, su esposa. Por su parte, Flora pensó que se avergonzaba del tamaño o de algo por el estilo. No dio mucha validez a esa teoría ya que, según recordaba, lo tenía bastante decente. Para tranquilizar a su viejo amigo, le dijo así:

-¡Escucha, Atilano! Como doctora he visto muchos penes, de todos los tamaños, formas y colores; en este aspecto no tienes por qué preocuparte. Incluso les hemos puesto, mis compañeras y yo, nombres simpáticos en función de sus características. De esa forma lo tomamos como algo sin importancia, es decir, menos erótico.

-¿Nombres? –preguntó Atilano muy intrigado.

-Sí. Te cuento. -Comenzó a detallarle-. Los hay de varios tipos: la Torre de Pisa, inclinado a la izquierda o la derecha; el Obelisco, recto y duro; la Banana, arqueado hacía delante; el Garfio, arqueado hacia atrás; el Gordo, corto y grueso, y el Flaco, largo y delgado; Superman, el que flácido parece poca cosa y después sorprende; el Huérfano,  en el que apenas se aprecian los testículos; el Romano, el que casi no te cabe en la mano; el Griego, apenas se ve y crees estar ciego, etc. Hay muchos otros en función de la edad, raza, religión y demás condicionantes en los que no quiero profundizar por respeto.

-¡No veas la memoria que tienes! –dijo Atilano sorprendido -. Es casi tan difícil como aprenderse la Lista de los Reyes Godos. ¡Menudo cerebro!

Flora percibió a su amigo más relajado y, sin avisar, le quitó la toalla de un tirón. Ambos quedaron paralizados: él, por el susto de sentirse casi violado; ella, perpleja al observar que estaba empalmado y, ¡por qué no decirlo!, ilusionada por ver un instrumento de placer por primera vez en muchos meses.

-El tuyo es del tipo Ferrero Rocher –dijo sin poder evitarlo.

-¿Ehhhh? – Atilano se mostró desconcertado, sin entender lo que flora había dicho.

-Digo…, que tu pene es del tipo al que llamamos Ferrero Rocher, porque no te lo puedes comer durante todo el año, únicamente cuando lo puedes conseguir –explicó Flora y después se le escapó una carcajada-. No te enfades, ha sido una broma. Recuerdo que antes te gustaban. –Se apresuró a calmar a Atilano antes de que se lo tomara a mal.

-No te preocupes. Asumo que parezco un crio en esta situación –dijo Atilano cohibido.

-Venga. Relájate, que primero te voy a recortar el vello para que la pomada se impregne bien en la piel.

Mientras Flora procedía con el “corte de pelo”, tuvo que luchar bastante con el pene ya que, éste, se obstinaba en ponerse delante todo el rato, y no dejaba que ella trabajara con comodidad. -Si tuviera que dedicarme a este trabajo, no me faltarían clientes. ¡Ha quedado francamente bien!-, pensó cuando hubo terminado. Por su parte, Atilano no se atrevió a abrir los ojos y mirar; aunque, a juzgar por la cara de felicidad que tenía, parecía estar disfrutando. Acto seguido, Flora se untó la mano derecha con la pomada y procedió a extenderla por la zona afectada mientras, con la izquierda, sujetaba la verga para que no molestara. El pobre enfermo se sintió en el cielo debido al alivio que proporcionaba la pomada. Pero fue el tacto de la mano de Flora en el órgano sexual, lo que provocó que se excitara de una forma que ya había olvidado casi por completo. Inconscientemente comenzó a gemir levemente. La mujer le miró a la cara, y ésta confirmó la excitación que, el pene que abrazaba, le había anunciado un par de minutos antes. Decidió proseguir aun a riesgo de quitar la medicina que había estado poniendo; creyó más importante disfrutar mientras la situación durara. –No todos los días tengo un caso como éste-, pensó.

-¿Te sientes mejor? –preguntó Flora.

-¡¡¡Síiiiiii!!! –respondió él, casi de forma inaudible.

Ella entendió esa respuesta afirmativa como un indicio de que podía llegar más lejos en sus pretensiones. Ni corta ni perezosa, se puso en pie, y lentamente se fue desvistiendo frente a la atenta mirada de su, ¿paciente? Él no perdió detalle de todo el proceso, desde que comenzó con la blusa, hasta que terminó por los pendientes. Mientras ella se fue mostrando, poco a poco, no dejó de mirarle a los ojos; aun conservaba el recuerdo de lo que significó para ella y de las veces que se había masturbado pensando en él.

Sin nada que perder, Flora se arrodilló a su lado, tomó con las manos ese falo que antaño le proporcionó tanto placer y le practicó una felación que ambos recordarían mucho tiempo. Cuando creyó que había rebasado el punto de no retorno, se sentó sobre el miembro, con cuidado de no rozar la región dolorida, y comenzó a cabalgar sobre Atilano tras introducirlo en la vagina que tanto lo había extrañado.

Durante más de una hora, hicieron el amor de varias maneras: a horcajadas sobre él, recostados de medio lado, el misionero y desde atrás. Pero un detalle tuvo más importancia, para ellos, que el mero placer sexual: en ningún momento apartaron la mirada el uno del otro; ni siquiera durante el momento en que ella recibió, en la boca, el elixir que le devolvió la vida (según confesó, a Atilano, meses más tarde). Pasaron un buen rato, y Flora se sintió animada para hacerle una confesión.

-Atilano. He de decirte algo. Sé que es una tontería, pero si no lo hago reviento. Solo te pido que no te enfades –dijo con algo de miedo-. Cuando te dije que si no te ponías la pomada se te caería la piel como si fueran escamas de pescado, mentí; fue una broma, una excusa para llegar a donde hemos llegado. –Le miró con los ojos clamando indulgencia.

-¡Ja, ja, ja! No te preocupes, ¡tonta!, lo he comprendido en el momento en que he percibido que te tomabas tu trabajo de forma…, digamos, demasiado liberal. –Flora se sintió como si se liberara de una carga muy pesada; tanto que, había empeñado su palabra como profesional al mentirle.

De esta manera, los antiguos amantes se dieron una segunda oportunidad. Por descontado, él se separó de su mujer puesto que no la quería, contando con la ventaja de que ella sentía lo mismo: nada. Puede que la relación dure toda la vida o tan solo lo hiciera por unos meses; pero lo importante es que, ambos, descubrieron que en sus vidas había cabida para nuevas sensaciones y proyectos.

 

Respecto a Esperanza y su mecánico, tampoco les fue mal. Ella recogió su coche completamente reparado y por un “precio módico”. Varios días más tarde, acudió de nuevo al taller del Manitas.

-¡Buenos días! –Saludó a uno de los empleados- Estoy buscando al Manitas, creo que le llamáis así –añadió.

El muchacho fue a buscarlo y no tardó en aparecer.

-¡Hola! ¡Menuda sorpresa! –dijo él al verla-. ¿Qué te trae por mi humilde negocio? –prosiguió.

-¡Pues, ya ves! Esta mañana me he dado un golpe con otro coche y se ha roto el intermitente derecho –explicó.

-Bueno, ha sido leve el accidente –Dijo Rogelio.

-Mira, he traído uno que me ha conseguido un amigo. –Abrió el maletero y lo sacó-. Como bien sabes, ando “pelada” de dinero. Como solo tengo que pagar la mano de obra, me puedes cobrar “de otra manera”, ¡ya me entiendes! –dijo de forma sugerente.

-Pues, mira. Creo que esta vez salgo ganando yo en el negocio. Espera un rato a que sea la hora de cerrar y nos ponemos manos a la obra.

-¡Conforme! –dijo ella y se sentó en una silla.

En el rato que medió hasta la hora de cierre, las interminables piernas de Esperanza distrajeron la atención de empleados y clientes: llevaba una minifalda tan corta, que incluso se le veía el tanga; ya nadie pudo hacer otra cosa que no fuera mirarle los muslos e intentar ver, incluso, el bulto que marcaba la vulva. Solo le faltó llevar un cartel en la frente que dijera: “Tengo unas ganas locas de ser follada por todos los orificios”. Ni que decir tengo que, después de cerrar el taller, volvieron a poner a prueba la resistencia de la Harley-Davidson.

Durante un par de semanas, Esperanza acudió al taller cada dos días para que le reparasen exactamente el mismo intermitente. En todas las ocasiones, fue con el recambio para tener que pagar, únicamente, “la mano de obra”. Como es lógico, Rogelio terminó preguntándose, -¿de dónde coño saca tantos intermitentes?-. Aunque la duda le trajo de cabeza, no le importó demasiado puesto que le beneficiaba; siempre era un verdadero placer tirarse a semejante bombón. Varios días después, tras de follar con Esperanza, le dijo:

-Nena, ya sé de donde sacas tantos recambios para el intermitente. Ayer hablé con unos colegas, y me dijeron que hay una tía muy buena que los compra “de gratis”, o sea, robados. Según estos amigos, les has comprado ocho hasta la fecha. Más vale que dejes de gastar el dinero, y solo vengas a verme, siempre que quieras.

Esperanza se sintió avergonzada y confesó su culpa; tarde o temprano se tenía que notar, era demasiado descarado. Desde entonces, acudió al taller todos los días a eso de las ocho de la tarde, justo cuando echaban el cierre. Con el tiempo, fueron alternando la moto con otros lugares del taller donde tener sexo, de las formas más imaginativas que se puedan pensar. Había una que era la preferida para ambos, por supuesto después de la Harley. Consistía en lo siguiente: ella se sentaba en el elevador de coches, completamente desnuda y sobre una manta para no pringarse de grasa; él pulsaba el botón, lo subía hasta que el coño quedaba a la altura de su boca y se lo comía durante un rato; después, hacía que descendiera el elevador justo hasta que la tenía a tiro para follársela por el coño. Por descontado que el sexo anal, o Traca Final como lo llamaban ellos, lo practicaban en la Harley; no descubrieron ningún otro lugar o manera que les proporcionara tanto morbo y placer. Falta añadir que la relación fue duradera e, incluso, puede que sigan juntos todavía.

Y esto ha sido todo. He comenzado el relato con este dicho popular: “Hay días en que es mejor no levantarse”. Después de lo relatado, debo añadir este otro de mi cosecha: “Aunque el día amanezca nublado, siempre hay posibilidades de que el gris se torne en azul, salga el sol, los pajarillos canten y sea el más feliz de tu vida”. Esto es lo que les sucedió a Esperanza y Atilano, dos perfectos desconocidos que comenzaron el día de mala manera; si bien, gracias a lo que les sucedió, sus vidas quedaron marcadas para siempre… Muy bien marcadas, debería decir para ser precisa.

El relato se me ha alargado más de lo que tenía previsto, pero no importa, ¡me lo he pasado bien! Si tú, amigo lector que has llegado hasta el final, has disfrutado con él y en algo he cambiado tu vida, déjame un comentario (bueno o malo, corto o largo, ¡da lo mismo!) y cambia con ello la mía; te prometo que, aunque sea un poquito, los conseguirás. Un beso muy grande.

 

FIN

 

6 - LOS EXTRAS

-Cómo se hizo.

Como he dicho en el prólogo, la idea de escribir este relato surgió a partir de un par de correos que recibí retándome a relatar uno sobre el tema en cuestión. Tomé una de las muchas ideas que tenía para afrontarlo, y me puse “manos a la obra”. Para que dos personas, que desconocen la existencia del otro, se influencien de alguna forma, precisaba de algo, o de alguien, que hiciera de intermediario o detonante para que todo sucediera.

Cuando cae el tiesto, y Atilano se quema las partes nobles debido a ello, hubiese quedado muy fantástico que la emprendiera a golpes con un coche cualquiera y coincidiese que era el de Esperanza. En este caso, el camarero es quien sirve de nexo entre ambos al indicar, al hombre, que un coche concreto es el de quien le ha “tocado los cojones”. De esta forma, la reacción es una consecuencia de la acción (algo parecido a lo que dice, más o menos así, la Tercera Ley de Newton: "Cada acción tiene una reacción igual y opuesta"). El resto del relato solo fue cuestión de ir improvisando sobre la marcha; salvo la escena en el taller, que me he basado en algo que me ocurrió hace tiempo, solo que no fue en un lugar así.

 

-Tomás falsas.

Primera:

“… Estaba mojando un churro en el desayuno cuando, de repente, un fuerte estruendo le sobresaltó, de tal forma, que se derramó el café caliente por los pantalones. Instintivamente, se levantó y comenzó a dar saltos y a lanzar gritos de dolor; la mala suerte hizo que le cayera justo en la entrepierna, y le abrasara, por consiguiente, “el Sargento” y “los dos Coroneles” (así llamaba a sus atributos masculinos)…”.

Atilano- ¡Ayyyyyyyyyyyy! ¡Me cago en “to” lo que se menea! ¿No lo habíamos hablado antes? Hemos quedado en que el café estaría frio. ¿Quién ha sido el gracioso de las narices que lo ha servido hirviendo? Por su culpa me los he quemado… de verdad.

Camarero- ¡jajajajaja! La culpa es del becario que se encarga de los efectos especiales.

Becario- ¡Lo siento!, me he confundido de café y te he puesto el que me iba a tomar yo.

Camarero- ¡jajajajaja! ¡Me muero de la risa! ¡Me duele la mandíbula de reír! Ahora tendremos que buscar un servicio de urgencias…, de los de verdad… ¡jajajajaja! Esto no es un relato serio.

Autora- ¡Vamos, señores! ¡Haya un poco de seriedad! Tenemos que terminar el relato pronto, para ir a ver las procesiones de Semana Santa, no tenemos todo el día.

Segunda:

“Esperanza accedió con cierto temor, pero resuelta a intentarlo y conseguir una nueva forma de placer para ambos. Rogelio regresó con la crema, volvió a acoplarse tras ella, que lo esperaba temblorosa, se embadurnó toda la superficie del pene e hizo lo propio con la entrada anal que se disponía a explorar. Ella seguía sin percatarse de que no tenía el preservativo puesto, y él no estaba dispuesto a decírselo. Cuando estuvieron preparados, la joven apoyó el vientre sobre el depósito de gasolina, arqueó la espalda para que el culo se levantara y fuera más accesible, y esperó ansiosa mientras apretaba los dientes.

Rogelio comenzó a penetrar la estrecha entrada con delicadeza. A medida que ganaba profundidad...”

Esperanza- ¡Stop!... ¡Stop!... ¡Stop!... ¡Qué pares, coño! Rogelio, es que no te enteras de nada. Te he dicho que me la metas por el coño y que parezca que lo haces por el ano. No que me la claves en el culo y creas que es el coño. ¿Entiendes la diferencia? Esmeralda, esto no es serio. Es la última vez que trabajo en un relato con aficionados. Menos si la tienen tan grande como este animal. Voy a estar sin poder sentarme una semana. ¡Joder, no veas que dolor!

Rogelio- Lo siento, lo he visto… así, tan redondito y abierto, que he pensado que estabas acostumbrada.

Autora- ¡Vale, haya paz! Esperanza, en el casting me dijiste que practicabas sexo por delante y por detrás. Incluso te pago como a las se dejan explorar ambos “polos”, el Norte y el Sur.

Esperanza- ¡Joder, Esmeralda! Te dije por delante y desde atrás. Hay una ligera diferencia de matiz. Voy a que Flora me ponga un poco de pomada en el “agujerito”, ¡no veas cómo me quema!... ¿De verdad es doctora? ¿O es solo su papel en este relato?

Autora- ¡Jajajaja! En el próximo relato te pones un tapón de corcho… ¡Jajajaja!...

 

-Reparto.

Por orden de aparición:

Esperanza: ha sido escogida por su gran parecido a Megan Fox.

Atilano: el primer viajero que pillé al bajar del tren en la estación.

El camarero: es el dueño del bar donde transcurre la escena.

Piluca (amiga de Esperanza) y la operadora: no existen, Esperanza fingía hablar por teléfono.

Policía uno: Agente en activo del Cuerpo Superior de la Pornografía.

Policía dos: Agente en activo del Cuerpo Superior de la Pornografía.

Flora: ha trabajado reemplazando a Paz Verga en las de escenas de sexo de sus películas.

Cara de Ángel, Cerebro, Pies de Plomo y Culo Inquieto: interpretados por Santiago Seguro. El pobre tuvo que ir corriendo, de taller en taller, para caracterizarse y que Esperanza no le reconociera.

Rogelio, el Manitas: la viva imagen de Bradley Cooper (¡Dios! ¡Qué ojazos!). Lo tendré en cuenta para próximos relatos.

El muchacho del taller: es el hijo pajillero de mi vecina.

Clientes: miembros del club de fans de Sara Montinfiel.

 

-Más agradecimientos.

 Muy especiales a las chicas de maquillaje y vestuario, la depiladora de pubis, karma Sutra (sexóloga), al personal del hospital, a mi amigo Akiresu que ha hecho el casting a los personajes femeninos y a todos/as cuantos han hecho posible el relato.

A Poca-Cola por la máquina de refrescos del taller, a la Comisaria Centro por prestarnos los uniformes, a las empleadas del Corte-Francés por asesorarnos en las felaciones, a FEAT por prestarnos un coche de segunda mano, a Tele- Picha que nos ha dado de comer y en especial al Sex shop “la Almeja de Oro” por prestarnos la crema lubricante con aroma a Fruta de la Pasión.

 

-Comentarios y valoraciones.

Todavía no hay ninguna entrada. ¡Sé el primero en hacerlo! ¡No te cuesta nada! Si no te ha gustado el relato, o no te motiva hacerlo por él, al menos hazlo por mí, aunque sea por simpática (que lo soy, lo dice mi abuela). Puedo parecer un poco alocada, ¡qué queréis!, tengo 24 años y es mi obligación moral. Sé que os caigo bien y os apetece hacerlo, pero os da vergüenza.  Pensad que, si no me dejáis uno, no puedo saber si os gusta o no; si queréis que publique más o que me vaya al infierno, para estar bien “caliente”.

Ahora en serio ¿No me lo he “currado” (trabajado) para merecerlo? ¿No soy simpática? No tiene por qué ser bueno; puedes pensar que soy una “payasita” y darme un tirón de orejas, una patada en el trasero…, o lo que quieras. De todas formas, te perdono y te mando un beso… kissssssssssssss.

 

-Gratificaciones.

No voy a exigir un determinado número de comentarios para publicar otro reato, haré lo contrario, os animaré a hacerlo. ¿Cómo? Muy sencillo: mediante un sistema de gratificaciones en varios niveles:

Nivel 1- de 0 a 10 comentarios o valoraciones – un beso para cada uno.

Nivel 2- de 11 a 50 – publico otro relato en menos de veinte días.

Nivel 3- de 51 a 100 – publico el relato sobre una experiencia personal en menos de diez días.

Nivel 4- de 101 a 200 – le publico con fotos en el mismo plazo.

Nivel 5- de 201 a 500 - me echo novio.

Nivel 6- más de 500 – me caso (si me queréis un poquito, nos lleguéis a esta cifra).

 

¡Gracias por vuestra atención y colaboración!

 

Luz Esmeralda