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Bragas de seda:El placer de ser Sometida y ultraja

en Sexo Anal

 

Bragas de seda

Por: Luz Esmeralda

 

NOTA:

Éste es el segundo relato de la serie “Bragas de seda”. Ésta, se compondrá de otros tantos capítulos; pero, a pesar de ser una historia continuada, cada relato o capítulo tendrá un principio y un final totalmente claro y con sentido pleno, sin quedar a medias. Es obvio que, para entender el cien por cien de de la historia, el resto de capítulos son importantes; aunque, para uno concreto no lo sea. Por ello, os invito a leerlos todos porque estimo que no os defraudarán. Los que no quieran o necesiten hacerlo, les animo, al menos, a que lean la introducción que hago en el primero: “Bragas de seda: ¡Cómo una tormenta lo cambia todo!”. Apenas os robará un minuto leerlo, y podréis tener una idea clara de lo que pretendo con estos relatos.

Sin más que decir, os deseo una lectura entretenida, espero que os guste, y os agradezco el tiempo que me dedicáis.

Atentamente: Luz Esmeralda.

 

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Bragas de seda: “De cuando el instinto de supervivencia conduce al “placer” de ser Sometida y ultrajada

 

Por la mañana, cuando el sol del medio día está en lo alto, alguien grita…

-¡CAPITÁN, DIVISO POR BABOR ALGO QUE FLOTA!

Es la voz del vigía de un gran barco que navega por la zona. Los tripulantes se preparan para recoger lo que flota, lo que quiera que sea. Cuando se encuentran suficientemente cerca, arrían un bote con tres marineros en él. Pasados diez minutos regresan.

-¡CAPITÁN! Es una mujer. Todavía vive… pero no se por cuánto tiempo más lo hará –dice un marinero desde el bote.

Cuando suben a la náufraga, la depositan en el suelo de la cubierta. La expectación entre los marineros es máxima: todos se afanan en mirar y ver de quien se trata. Uno de ellos se aproxima a la mujer, se arrodilla y acerca algo a su nariz. Ella reacciona inmediatamente, mira a su alrededor, y se siente aliviada por estar a salvo.

-¿Dónde estoy? ¿Quiénes sois? –Pregunta la mujer al tiempo que hace gestos de asco: sus rescatadores están muy sucios y apestan todo a su alrededor.

-Vos sois la “invitada” –responde irónicamente uno de ellos-. ¿Quién sois vos? ¿Una sirena? ¿Un calamar? O… tal vez ¿Un atún? –Termina preguntando con burla y mostrando una sonrisa nada alentadora.

-Mi nombre es Rocío de Ronda y Velasco –responde ella-. ¡Por Dios, decidme quienes sois y donde me hallo!

-Yo soy Salvador Espinosa, capitán de este barco de bandera portuguesa –responde el marinero-. Pero… ¡Podéis llamarme ca-pi-tán! –Añade con cierta musicalidad en sus palabras.

 -¡Gracias Capitán! Os debo la vida. Decidme, ¿habéis rescatado a mis compañeros de naufragio? –Pregunta Rocío.

-¿Rescatar? ¿Compañeros? –Responde irónicamente el capitán- Los pocos hombres que hemos visto flotando, se pudrían bajo el sol, o servían de comida a los peces y tiburones. No, no hemos rescatado a nadie más. Solo a un hermoso “pececillo”, vos –prosigue con la burla.

-¿Cuál es vuestro cargamento y destino? –Vuelve a interrogar la joven.

-Nuestro destino –contesta el capitán- es aquel en el que saquemos más beneficio por nuestra mercancía. Y nuestro cargamento… vos lo podéis ver, está desperdigado por toda la cubierta.

Rocío mira en todas direcciones, y su rostro comienza a mostrar inquietud. Allá donde mira, ve hombres de raza negra, con grilletes en los pies, y realizando las tareas más duras del barco. En seguida comprende la situación en que se encuentra y reacciona. Se levanta con rapidez, arranca una espada del cinturón de uno de los marineros, se separa del grupo, y adoptando una posición de ataque, dice:

-¡Es un barco de esclavos! ¡Sois “Negreros”!  Al primero que se acerque, juro por Dios que lo ensarto con la punta de la espada.

Todos se ríen a carcajadas, dejando a la vista sus feas bocas repletas de negros dientes…, quienes los tienen todos. El grupo es numeroso, de unos doce hombres. Cuando desenvainan sus espadas, Rocío piensa que no tiene posibilidades de vencer a todos. Decide no enfrentarse a ellos, y evitar que sepan que maneja con destreza la espada: piensa que, posiblemente, encuentre un momento mejor. Termina por arrojar el arma sobre la cubierta.

-¡Vaya! Has mostrado tener más valor que muchos de mis hombres. El “pececillo” ha resultado ser un tiburón –dice el capitán.

-¡Capitán! ¿Cuántas monedas creéis que nos pagará su familia por su rescate? –Pregunta uno de los marineros.

-¿Rescate? ¿Acaso el sol te ha secado el cerebro? –Responde el capitán- ¿No ves que parece una “señorita” de buena familia? Posiblemente de ¡muy buena familia! En el momento en que pidamos un rescate, tendremos, detrás de nuestros traseros, a media flota española. Lo mejor será que se la vendamos a los ingleses o franceses que sabrán apreciar el valor de una guapa y delicada “españolita”. Por ellas pagan muy buenas monedas de oro. ¡Traedla y veamos si todavía es doncella!

Dos marineros se acercan a ella, la cogen de ambos brazos y la llevan junto a los demás. El capitán barre, con su brazo, ciertos objetos que hay sobre un grupo de barriles puestos en pie.

-Ponedla sobre los barriles, sentada –dice el capitán-. Veamos cuantas monedas vale “nuestro premio”.

Rocío se resiste con furia, y dos hombres no pueden con ella. Finalmente, es sujetada por algunos más. El capitán se aproxima a ella muy lentamente, como si quisiera añadir suspense. Rocío, que se ve acorralada y desprovista de la más mínima oportunidad, presiente lo que pretenden hacerle y dice:

-¡Sabed, todos, que soy la hija del Gobernador de Santo Domingo! ¡Miedo debéis tener, pues, cuando dé con vosotros, pasará su espada por el gaznate de cada uno!

-¿Gobernador de Santo Domingo, dices? –Replica el capitán- Jajaja… Esta información hará que suba tu precio; la hija de un gobernador, siempre, tiene más valor para ingleses y franceses. Sujetadla, que si por ventura tiene el virgo intacto, su valor sumará muchas más monedas de oro.

Rocío siente como la sujetan, con tal fuerza que ni moverse puede. Cuando el capitán le separa las piernas y comienza a hurgar entre ellas, intenta defenderse con más ahínco, sin conseguirlo. Espinosa retira la mano tras la comprobación. Muestra un rostro serio, como descontento por el resultado. Mira a los ojos de Rocío, con una mirada que despierta preocupación en la joven. Sin más dilación, termina gritando:

-¡MÁS QUE DONCELLA, ES RAMERA! ¡ESTA PERRA HA CONOCIDO VARÓN, Y NO VALE MÁS MONEDAS QUE CUALQUIER RAMERA DE MARACAIBO!

Los demás marineros sienten el desaliento de su capitán y aflojan la sonrisa al ver que el valor, de su botín, disminuye considerablemente. Uno de los marineros siente curiosidad y pregunta:

-Pero, Capitán, ¿cuántas monedas podremos conseguir?

Espinosa se gira hacia el que ha preguntado, lo agarra de la “pechera”, lo mira fijamente y responde:

-No más de lo que cuestan unos pocos barriles de ron. Para quien la compre, no tendrá más valor que el placer que saquen, él mismo y sus amigos. En todo caso, lo que gane poniéndola a trabajar en algún burdel.

Todos se ponen muy serios, y, alguno que otro, incluso triste: sus sueños de obtener una fortuna se han disipado con el dedo de su capitán. Buscando algo de consuelo, uno de ellos dice:

-Entonces, mi capitán…, si la muchacha ha sido probada por otro hombre, tendrá el mismo valor que si la catamos nosotros. Busquemos la recompensa perdida aliviando nuestras entrepiernas.

El capitán Espinosa se queda pensativo cuando escucha a su compañero. Se rasca la cabeza por el esfuerzo de pensar, o porque le comen los piojos, no hay forma de saberlo. Rocío, temiéndose lo peor, no cesa en su empeño por soltarse, al tiempo que piensa en cómo librarse de lo que tanto teme.

-El tuerto tiene razón, capitán –dice otro de los marineros-. Si ha de terminar aliviando a los marineros en un burdel portuario… ¿por qué no estrenarla nosotros sin vaciar la “bolsa”? bien sabéis, que hace más de un mes que no tocamos puerto y que no hemos visto mujer alguna.

-Es cierto Capitán –añade otro-. Si tenemos que conformarnos con menos oro, al menos podremos desahogarnos un rato.

-Señor Capitán –dice Rocío-. Os juro, y pongo a Dios por testigo, que si me liberáis en un puerto seguro, os conseguiré más monedas, de oro, de las que podáis haber soñado reunir jamás.

-¡Promesas, solo promesas! –Responde Espinosa- Valen más, dos monedas en la mano, que todo el oro del Perú en un contrato sin firmar. Las promesas y juramentos tienen alas, y cuando vuelan muy alto, son difíciles de atrapar.

Rocío percibe, en las palabras del capitán, incredulidad y desconfianza. Pero no se rinde e insiste:

-Veo que sois hombre desconfiado. No os quitaré razón por hacerlo. Entonces…, entregad mi anillo a cualquier comerciante. Cuando aquel, a quien se lo entreguéis, lo vea, sabrá del valor que tiene su dueña, y os entregará cuanto le pidáis. Lo hará con los ojos cerrados, con la certeza de recuperar lo pagado.

Espinosa se queda pensativo: no ha entendido nada de lo escuchado. Confundido responde:

-Eres experta en promesas intangibles. ¿Qué ganaría, el comerciante, con el negocio? ¿Cómo recuperaría lo desembolsado?

-La respuesta es sencilla –responde la joven-. Cuando él se presente, conmigo, ante las autoridades de un puerto español, será recompensado con creces por su buena obra. Siendo hija de un gobernador español, no le faltarán agradecimientos y condecoraciones. El riesgo, para vos, es nulo.

-No lo veo claro –replica el capitán-. Tienes una forma muy rebuscada de hablar. Mejor será que lo decidamos entre todos.

Espinosa se quita la gorra que cubre su cabeza, se peina la barba con la mano, vacila unos segundos, y termina diciendo:

-¡Muchachos! ¿Qué preferís, pájaro en mano o ciento volando?

-¡PÁJARO EN MANO! ¡PÁJARO EN MANO! -Gritan todos al unísono.

Rocío siente que no tiene más argumentos para convencer a aquellos enloquecidos marineros; sin embargo, se mantiene con la cabeza alta, sin mostrar temor. Si quiere conservar la vida, no debe luchar, porque los golpes o magulladuras que sufriera, mermarían sus capacidades, llegada una mejor ocasión de escapar. Decide no resistirse, al contrario, colaborar. Para ello, separa las piernas, se sube la falda, y mostrando la prenda que cubre su sexo, dice con descaro:

-¡Bueno, caballeros! Puesto que, la idea, está “clavada”, como clavo de zapatero, en vuestra mente, ¿Quién será el primero? Empezad pronto pues, se hace la hora de comer, y no querréis ofender al cocinero acudiendo, al comedor, al atardecer.

El grupo de hombres no da crédito a lo que escuchan de labios de Rocío. La ven tan dispuesta que les causa confusión: unos, se sienten contentos al ver la predisposición de la joven; otros, decepcionados pues, deseaban que fuera más violento. El tuerto no piensa ni lo uno ni lo otro, simplemente observa la prenda que tapa la entrepierna de Rocío. Con curiosidad dice:

-¿Qué es esa extraña prenda que cubre tus vergüenzas? ¡Vive Dios que nunca vi nada igual! Con semejante pared delante, antes de fornicar, habremos de picar.

Todos se quedan extrañados al mirar; si bien, hasta ese momento, no habían reparado en la dificultad. Rocío, se sigue mostrando altanera y descarada, al decir:

-Veo que habéis visto poco mundo, o que nunca habéis salido de las faldas de vuestra madre. Esto que veis, a modo de pequeño calzón, es lo que en la Corte del Rey de Francia, y de su esposa doña Catalina, llaman “Braga”. No sé de donde viene un nombre tan peculiar, pero, entre las damas de alta cuna, causa furor.

-¡Basta de tanto “palique”! –Interrumpe el capitán- Veo que tienes la lengua muy larga, además de un gusto exquisito para la moda parisina; pero, veamos si tu lengua tiene mayor longitud que esto.

Abriendo los botones de la bragueta, de sus pantalones, mete la mano, hurga unos segundos, y saca, con cierta dificultad, una prominente estaca. Como es consciente de la tradición, que con sus hombres mantiene, se aparta y deja vía libre a otro; pues, en el reparto, el capitán siempre es el último.

El primero para fornicar se aproxima, tantea el terreno, duda pues no sabe como entrar entre la braga, saca un largo cuchillo y corta por lo sano, destrozando la prenda en tres pedazos. Cuando ve la “pelambrera” rubia y rizada, dice:

-¡Sujetadla bien!, que he de encontrar el orificio. Tumbadla para facilitar la localización y posterior estocada.

Entre dos marineros, la obligan a tumbarse y colocar el coño en el borde del barril. El hombre se acerca, con el “rabo” entre las manos, lo pone justo en la entrada, y cumple con la prometida estocada. Rocío cierra los ojos, aprieta los dientes y, con la mano, destroza el brazo de quien la sujeta al sentirse penetrada. Intenta evadirse de la situación sin conseguirlo. El dolor es fuerte debido a que, inconscientemente, tensa los músculos de los muslos y del coño, provocando que éste se cierre.

El primero no tarda en correrse. Sin duda, las ganas acumuladas durante más de un mes, han podido más que el deseo de entretenerse. Entre bramidos y suspiros consigue expulsar la última gota. Satisfecho, sale del interior de la muchacha y cede su lugar al siguiente.

“El tuerto”, y otro al que llaman “el Triste”, se disputan el relevo. Finalmente gana el segundo que, con muchas ganas de “comer”, mete la “cuchara” hasta el fondo del “caldero”. Con agilidad, comienza a entrar y salir del coño que, con el roce, empieza a sonrosarse. Los músculos, de Rocío, se relajan con cada embestida, nada puede hacer, y la polla es pequeña…, poco dolor le puede causar.

Mientras “el Triste” sigue follando con ganas, los demás se disputan el vestido: se lo sacan, a empujones y tirones, como si fueran animales de carroña. El delicado cuerpo de la joven queda expuesto al sol abrasador del trópico: los pechos se abren, cayendo, hacía los costados, por efecto de la gravedad; los pezones, rosáceos, se muestran deliciosos para todos; el vientre, blanquecino y plano, se adorna con un pequeño ombligo; las caderas, estrechas y algo huesudas, se unen a los muslos con líneas perfectas. El calor es sofocante, y el sol escuece, en la piel, con las primeras gotas de sudor.  

“El Triste” continua follando, más animado, al ver el cuerpo desnudo de la sometida. Comienza a gemir cuando eyacula, sin haber arrancado un quejido de Rocío. Cuando el capitán ve que su compañero ha terminado de satisfacerse, dice:

-¡Señores, señores! Tengamos un poco de orden. Nada ganamos con desfallecer a tan suculento manjar. Mejor haríamos en colocarnos a la sombra que, a buen seguro, disfrutaremos igual.

Levantan en volandas a Rocío, y la sitúan a la sombra de la vela del mástil central. El calor sigue siendo sofocante, pero el sol no molesta. El reguero de semen, que ha ido dejando sobre la cubierta, provoca que uno de los marineros resbale y de con sus huesos contra el suelo de madera. Han acomodado, a la náufraga, sobre una robusta mesa de madera, la misma que usa el capitán para estudiar sus cartas de navegación cuando está en cubierta.

Llega el turno “del Tuerto” que, desde hace rato, está con los pantalones bajados, desde la disputa con “el Triste”. Antes de meter la polla dentro de la joven, dice:

-Compañeros, sujetadla e impedir que se tumbe sobre la mesa, quiero ver bien esa cara tan bonita mientras me la follo.

Tras dar la orden, se apresura a meter el miembro, hasta que no entra más. Rocío lo mira asqueada; pues, es una tortura sentirlo dentro, y mayor, olerlo. No puede evitar poner cara de asco. “El Tuerto” la mira mientras no deja de entrar y salir del coño. Al ver la cara que pone, dice:

-Mirad, compañeros, parece que le gusta. Lo noto en su rostro.

Los demás le meten prisa para que termine cuanto antes, es el tercero y aun quedan otros tantos por disfrutar de la joven. Mientras sigue follándose el coño, siente como su miembro se moja antes de correrse: son los efectos de un orgasmo que Rocío trata de disimular. Su follador ni se percata del motivo; hasta para follar es más ciego que tuerto. Cuando se corre, cierra el único ojo que tiene, capturando en su mente la mitad del momento.

Rocío, al verse liberada de la verga del “maloliente”, respira y toma algo de aire. No ve la hora de que todo termine. Se desalienta al ver que, todavía, faltan nueve más. Resignada, se permite el lujo de bromear:

-¡Bien! ¿Quién es el siguiente? Como no quiero saber vuestros nombres, ni ganas tengo de ello, a partir del próximo, os numeraré y llamaré por el número que os toque. ¡Vamos! ¿Quién será el número cuatro?

Apartando a los demás, como si fuera una gran roca rodante, un tipo enorme y bastante barrigón se abre camino. Reclama su turno, y bajando sus gigantescos pantalones, se acomoda entre las piernas como puede, haciendo presión con las caderas y consiguiendo que, las piernas de Rocío, se abran tanto que nunca pudo imaginar que pudiera. Al notarlo entrar en ella, se reclina hacía atrás y termina tumbándose. Sin duda, éste es el que mayor presión ejerce sobre las paredes de su coño. Tanto es así que le dice:

-¡Vamos, “Cuatro”, sé que puedes hacerlo mejor! Ábreme bien las entrañas; pues, quedan ocho más y quiero sentirles lo menos posible.

El grandote se anima y acelera, provocando que la mesa se mueva en el sentido de las embestidas. De repente, Rocío siente algo nuevo para ella: durante sus escasos días de matrimonio, tan solo folló dos veces con su esposo, en noches distintas, alcanzando un solo orgasmo en cada una de ellas. Pero, ahora, siente que le viene otro, al menos eso es lo que cree. Lo ve confirmado cuando, un placer increíble, recorre su vientre hasta abarcar toda la zona vaginal. Esta vez no puede evitar disimularlo, y comienza a retorcerse. Sin querer, se escapan de sus labios unas palabras que no debiera haber pronunciado:

-¡Sí, castígame fuerte que te siento en el alma! ¡Lamedme los pechos, os lo imploro! Si “cuatro” es el nombre que he puesto a este fornicador… ¡Cuatro son los orgasmos que quiero que me arranque!

Sus palabras no dejan indiferente a ninguno de los presentes. Como lobos, acuden a lamer y morder los pechos y los pezones, mientras el gordo no deja de complacer a Rocío. Cuando termina de orgasmar, siente como el coño le arde por dentro y por fuera. Descontrolada vuelve a hablar:

-¡Por Dios te lo suplico, derrama tu leche sobre mi cuerpo, tengo que ver si la cantidad que viertas, es proporcional a tu tamaño! ¡Compláceme, por favor!

Pocos minutos después, su deseo se ve cumplido al recibir, sobre el pubis, un reguero de semen que provoca su admiración. El capitán no pierde detalle de cuanto ocurre. Al ver que Rocío se anima y disfruta más que sufre, aparta al gordo y se coloca en posición, diciendo:

-¡Es mi turno! Bien está que, al repartir ganancias, siempre soy el último, es la tradición. Pero el reparto es igual para todos. En este caso es diferente porque, si me quedo el último, más que una fiera me entregaréis un cordero. ¿ALGUNA OBJECIÓN?

 Nadie se atreve a contestar por ser el capitán y porque, en el fondo, tiene razón. Rocío lo mira desafiante, sin desviar la mirada de sus ojos, amenazantes, que parecen advertirle del castigo que piensa infringirle. Sin demora se la clava, de un solo golpe, y comienza a follar con rabia. No aparta la mirada de la joven mientras intenta castigarla.

-¡Vas a saber lo que es una buena tranca! –Dice el capitán- Después de este día, nunca olvidaras que el Capitán Espinosa te hizo gozar como una perra.

Rocío escucha las palabras de quien la quiere castigar con furia. Lo cierto es que ni cosquillas siente. Menos, después de haber tenido al gordo dentro y de haber gozado con él. Se siente, incomprensiblemente, caliente y quiere saber cuál es su límite. ¿Podría sentir más de dos orgasmos? No lo sabe, pero lo quiere averiguar, provocándolo, con unos versos que improvisa y a los que añade una cierta musiquilla:

“¡Oh, sí, Señor! Destrozadme con vuestro hábil estoque

Y que, gozosos, lo agradezcan cuerpo y alma

Desde mi joven viñedo hasta los montes de mi escote,

Para morir con el orgasmo que torna la furia en calma.

 

No os demoréis, hacedme sentir vuestra espada

Antes de que yo, con el más grande de mis dedos,

Os dedique una improvisada y sentida enculada

Que nos prive de la música de vuestros pedos.”

 

El capitán se detiene, enfurecido, al escuchar los versos. La coge del cuello, como si quisiera estrangularla. Uno de los marineros lo agarra de la muñeca y forcejea para que la suelte. El capitán deja de apretar, retira la mano, y propina una buena bofetada a Rocío. Esto no gusta nada a la muchacha, y con el labio ensangrentado responde, con mayor insolencia:

Si por desdichada me tratáis como puta

Y, como tal, queréis que me comporte,

Azotadme, entonces, con una batuta

Pues su placer será mayor que el de vuestro cipote.

 

Pero si entre mis muslos de mujer,

Cetro de rey incapaz, queréis alojar,

¿Fingiendo que gozo, me he de estremecer,

Para vuestra ira y malhumor calmar?

Espinosa, de nuevo enfurecido, no puede evitar propinarle otro “guantazo” que la joven ha merecido. Saca la verga del coño de la descarada, y con voz firme y enérgica, a sus hombres dedica esta parrafada:

-Sin duda, las visitas no saben comportarse como deben: si es hija de gobernador, yo lo soy de picapedrero; si es joven e instruida, yo soy “perro viejo” y paleto; si es fina y delicada, yo patán y áspero como la lija. Pero, juro por Dios que, esta chiquilla consentida, ha de chillar como una marrana antes de que termine el día. Dadle la vuelta y recostadla contra la mesa; que, por las barbas de Neptuno, la he de fornicar hasta que mi juramento cumpla.

Empleándose a fondo, consiguen cumplir las órdenes del capitán, quedando, Rocío, con el culo “en pompa”. Al contemplar ese par de nalgas que parecen dos medias lunas, la admiración impide que, todos los marineros, puedan pestañear, incluido el capitán. Rocío forcejea más que nunca, pero entre cuatro la sujetan de pies y manos. La mofa e insolencia están a punto de pasarle factura.

-Cuando quieras gritar, puedes hacerlo –dice el capitán-. No he de tenértelo en cuenta, ni mofarme de ello. Pero…, cuando Espinosa se pone serio, no es cosa de broma.

Dicho esto, agarra con fuerza la verga que parece estar más dura que antes. Sujetándose en una de las nalgas de Rocío, dirige, con la otra mano, la polla hasta la entrada trasera. La pobre no es consciente de lo que le espera; pero, tiene miedo al saber que la sujetan con tanta fuerza. Su temor se ve confirmado cuando, como una barra de hierro, la polla de Espinosa abre su ano y llega hasta el recto. El dolor es intenso pero calla; aun cuando, la verga dura y caliente gana velocidad y violencia. El capitán no cesa en su empeño de hacerla gritar a toda costa; a pesar de que, por la violencia de las embestidas, ya debiera haberlo conseguido. Durante unos minutos, no deja de entrar y salir, dilatando el ano de forma extrema.

La muchacha no se queja, ni hace ruido alguno. Con los ojos cerrados, y apretando bien los dientes, trata de mantener el valor mientras puede. Si tiene suerte, Espinosa no tardará en correrse y todo habrá terminado. Al menos, ese pensamiento la consuela. Todo parece terminar cuando el capitán dice:

-¡No puedo más, tengo que descargar o reviento! Por el momento vas ganando, pero esto no queda aquí.

Rocío apenas percibe dolor cuando nota que, sus intestinos, se llenan de líquido caliente; si bien, tiene el orificio tan dilatado que siente que toda la vida lo estuvo así. Respira profundamente, relaja el cuerpo, y dice:

-¡Muy bien, “Cinco”! ahora, sí que has conseguido que sienta algo. Ahora, tu “espada” sí ha logrado atravesarme, aunque haya sido por la espalda y a traición, ¡cómo un cobarde! Si yo tuviera con qué, no te quepa duda de que te devolvería el favor; pero, dado tú tienes “el dedo” y yo “el anillo”, una pedida de mano, es lo que me ha parecido.

Espinosa no puede creer lo que escucha; la insolencia de violada lo irrita y desespera. No tiene munición para otro asalto, y la verga ha caído como si fuera de plomo, por culpa del enfado. Tratando de no ser menos ingenioso, responde:

-Una cosa te digo. Si tanto sabes de matemáticas, y disfrutas contando números, veremos si eres capaz de llegar hasta el doce. Y, si al llegar, quieres seguir contando, en las bodegas tengo para que lo hagas hasta setenta. Veremos cuánto sabes y hasta dónde. ¡Seguid con ella, quien sea…, o al número que le toque!

Al escuchar las palabras del capitán, todos se pelean por entrar por la puerta trasera, “a traición”. “El Tuerto” también quiere probar “el ojo oscuro” que, Rocío, tiene bien abierto, y reclama su derecho. Otro le contesta:

-Tú, ya has tenido tu turno y pasas al final de la cola. Si no te apartas, te mando al fondo del mar de un guantazo.

Para entonces, el número “Seis”, ya está metido en faena. Desesperado, explora la ruta que el capitán ha encontrado. La polla es más delgada que la de Espinosa, y Rocío siente un cierto alivio. Es como si el dedo resbalase dentro de un anillo de mayor diámetro. Aun así, el quinto follador consigue su propósito, descargando la leche dentro del agujero. Con la cara desencajada, se retira y mete la cabeza en un cubo de agua salada. No le refresca, pero sí devuelve el color pálido a sus mejillas que se habían tornado coloradas por el esfuerzo.

A estas alturas, Rocío ha dejado de forcejear de nuevo: las fuerzas le abandonan y ni ganas tiene de luchar. Uno de los marineros, cansado de ver la misma escena, propone una idea: vuelca un barril, vacío y bastante grande, y lo acerca a donde están todos reunidos. Llama la atención de los demás y dice:

-Compañeros, propongo dar un poco más de emoción a este entretenimiento. Propongo que coloquemos, a la moza, tumbada sobre el barril, que con su cuerpo lo envuelva y quede con el trasero mirando al cielo. ¿Qué os parece?

La idea gusta a todos, incluido el capitán, que, con interés, ve todo lo que ocurre, esperando a que la joven grite como él juró. Rocío intuye su pensamiento y no quiere darle gusto mostrándose hostil. Para demostrarlo dice:

-No me parece buena idea; salvo, que queráis que me fluya la sangre a la cabeza con el consiguiente mareo y posterior desmayo. Si me siento en un extremo del barril con las piernas a ambos lados, como si montara a caballo, y me recuesto sobre él, mientras uno me monta por detrás, puedo aliviar, con la boca, a algún potrillo desbocado. De esta forma puedo contar, de dos en dos, los números hasta el doce, o hasta el setenta, por si alguno no sabe llegar hasta cifra tan alta.

Los marineros aceptan, con vítores y cantos, la propuesta de la “yegua” que están a punto de montar. El capitán se ríe, a carcajadas, mostrando asombro por la osadía del “pescadito” que pescó en el mar. Cuando Rocío se ha colocado en posición, y los jinetes tienen sus gruesas “fustas” entre las manos, da la señal de salida a la “carrera de caballos”, para ver quien se corre más y lo hace el primero.

-Jinetes siete y ocho –dice Rocío-, colocaos en posición para montar a “la yegua” cuando la damisela deje caer su pañuelo. Tuerto, ¿quieres hacer de damisela? Si no tienes pañuelo, puedes dar una palmada o tirarte “un pedo”, lo que prefieras.

El tuerto no entiende la ironía y se queda pensando, sin recordar que no tiene cerebro. Como, el infeliz, se entretiene buscando “la masa gris”, es Rocío quién da la señal. Al momento, nota como una verga le monta por detrás, entrando hasta el fondo del recto: es el número siete. Debido a la potencia de las acometidas, el barril, se desliza por el suelo de madera recién encerada. El número ocho se sienta en el otro extremo, con el mástil levantado y apuntando a la cara de Rocío. Ella agacha la cabeza, abre la boca, y lo traga hasta que nota que no puede respirar. Sabe que le gusta porque, con su marido, adquirió la experiencia durante las dos noches que fornicó con él. Apenas durmieron, pero no desperdiciaron el tiempo jugando al ajedrez, como es habitual en los jóvenes matrimonios de familia formal y recatada.

El número siete no cesa en su empeño de ganar la carrera y galopa con tesón, cabalgando el culo de Rocío una y otra vez. Mientras tanto, ella engulle, repetidamente, la verga que tiene en la boca, recreándose, con la lengua, en la puntita cuando sale a la luz. Se esmera en proporcionar una mamada que proclame ganador al número ocho. Por un momento, libera la boca para decir:

-Número siete, cuando sientas que el torrente está a punto de fluir, derrámalo sobre mi espalda, porque, según las damas de las Corte Parisina, es bueno para la piel, y más si se mezcla con el sudor de una buena sesión de sexo. Además, es bueno para tus compañeros si atendemos al refrán que dice: “Cuando el cántaro, de leche, quieras llenar, no hagas que rebose porque el suelo mancharás. Tú, número ocho, no temas derramarme la tuya dentro de la boca, porque, como los pastores, la escupiré sobre suelo, y al ser este de madera de “Valsaín”, ofrecerá el mismo servicio que la cera con que le dais brillo.

Deja de hablar porque, el que parte su culo en dos, ha tomado ventaja y está a punto de eyacular y ganar la carrera. Para recompensar al que tiene delante, se esmera en succionar, lamer y rozar con los dientes el glande pulido y caliente. Con algo de ventaja, el número siete, saca de su culo el ariete, lo menea como si fuera una zambomba y lo ordeña como si de la ubre de una vaca, o una cabra, se tratara, al sentir que la leche le viene. Rocío no dedica palabras de felicitación, al ganador, por no soltar el biberón que mama y se esmera en succionar. Cuando presiente que, el chorro de leche, está por venir, aprieta los labios todo lo que puede, rozando la verga con la lengua y deja que, el número ocho, haga el trabajo de follar su boca, a su ritmo. Escasos segundos después, el semen inunda la boca llegando hasta la garganta: primero, un chorro abundante y muy caliente; después, uno menos copioso, pero igual de tibio; finalmente, uno casi imperceptible que ella ayuda a extraer con varias succiones. Cuando el perdedor, de la competición, se ha desahogado, saca la verga de la boca de Rocío, y ésta, escupe sobre el suelo, como había “prometío”.

-¡Bravo, mis campeones! Sin duda, ha sido la mejor “Corrida de Toros” a la que he sido “invitada”, en la que los dos “Toreros” habéis merecido “Las dos orejas” y “El rabo”. Ahora ¿quién se ofrece voluntario para una “Pelea de gladiadores”?

El capitán, que no ha perdido detalle de todo lo acontecido, se acerca a ella y dice:

-¡Realmente el orgullo de las nobles españolas es legendario! Pero, ante ti, me quito el sombrero. Si todas fueran como tú, y atendieran así a sus esposos, el Rey de España, más que “fantoches” estirados, tendría soldados valerosos. Si no fuera por el temor que tengo a provocar un motín, te daría tu vestido, una pastilla de jabón y algo de agua para que te refrescaras y calmaras los escozores que, me consta, que debes sufrir.

Rocío adopta una mueca de preocupación debido a algo que ha dicho el capitán, y así le contesta:

-Si tú temes un motín, yo temo una rebelión. Porque, a juzgar por cómo me miran los esclavos, miedo tengo que se subleven, tomen el control del barco, os manden al fondo del océano, y me destrocen los tres orificios. Porque, a juzgar por lo que se adivina, deben de tener las vergas como trompas de Elefante Africano. Si bien, dos de mis orificios lo podrían soportar, no lo haría igual el ano. Ahora que vengan los gladiadores, conquistadores o saqueadores, para que luchen por tomar posesión del tesoro que, durante años, he defendido con uñas y dientes, y con los pies en alguna ocasión.

Dicho esto, vuelve a ponerse en posición a la espera de que, otros cuatro, terminen por ponerle el cartel de “Puta”. El noveno es un tipo bajito, ancho sin llegar a ser gordo, con gruesos antebrazos, pecho peludo y una forma muy peculiar de andar, como si le escociera la entrepierna al hacerlo. Cuando se coloca detrás de Rocío, ella ya ha notado esa extraña forma de andar. Inquieta por el motivo que le obliga a ello, gira la cabeza y ve como se baja los pantalones. Al observar lo que le cuelga, dice:

¡Virgen María! Que vengan todos los negros cautivos que, antes de ser empalada por “eso”, prefiero recibirlos, de uno en uno, tantas rotaciones como sean capaces de soportar. Si son setenta, no importa que repitan dos, tres, cuatro o las veces que hagan falta. Ya sean ciento cuarenta, doscientos diez o doscientos ochenta coitos… y paro porque, a tanto, no alcanzo a multiplicar en este momento.

El capitán, que observa el rostro desencajado de Rocío, ve su oportunidad para ver cumplido su juramento o conseguir que se doblegue. Para averiguarlo, dice:

-Si piensas que es suficiente y no puedes más, bien harías en decirlo. Has mostrado coraje, y también es de prudentes rendirse.

Ella le contesta, mostrando raza y orgullo, de esta manera:

-Siendo tú mi contrincante, Espinosa, no creo que ganara tu respeto agachando la cabeza antes de terminar lo que mal ha comenzado. Deja que tome aliento y luche por ganar lo que, hasta ahora, he merecido.

Durante unos minutos intenta hacerse a la idea. Toma agua en abundancia, una manzana medio podrida y unos cuantos dátiles. Pide al tuerto que le acerque una pastilla de jabón, la mete en un cubo de agua, produce mucha espuma, y la distribuye por toda la polla del “bajito”. Apenas la cubre por completo, pero estima que es suficiente. Con los restos que quedan en sus manos, se enjabona el coño y el ano: no sabe que orificio elegirá el número nueve. Se coloca en posición y se agarra, con fuerza, a la pierna de uno de los marineros que está frente a ella. Finalmente, le indica que está preparada. Todos los que observan, aprietan el culo instintivamente, como si imaginaran que se lo van a hacer a ellos.

El bajito es conocedor del tamaño de su miembro, y del dolor que puede producir si no entra con cuidado. Coloca el glande sobre los labios vaginales, agarra a Rocío por las caderas, y la va introduciendo muy lentamente. Ella siente como las paredes del coño ceden al máximo, estirando todos sus músculos y tendones. De momento, puede soportarla sin demasiado sufrimiento. La polla es muy gruesa, pero no demasiado larga. A pesar de ello, le parece una eternidad el tiempo que tarda. Impaciente por que termine rápido, dice:

-¡Vamos, marinero! ¡Date maña y clávala entera! Porque las ganas de que termines me desesperan.

A lo que él responde:

-Siendo de caderas estrechas, y de “raja” no muy abierta, tengo miedo de partirte en dos y quedar, ambos, a medias.

-Si has de partirme en dos –responde ella-, lo harás por igual si entras en “procesión” o a la “carrera”. ¡Clávala y que sea lo que Dios quiera! Porque de lobos estamos rodeados, y hace rato que la hora de comer ha pasado. Apresúrate, y mátame de dolor o de placer, lo que Dios quiera que ocurra.

Sin más miramientos, el marinero la termina de clavar, de un golpe seco y certero. Al verse atravesada, Rocío lanza un fuerte grito. Para que su follador no se alarme, comienza a moverse adelante y atrás, con cierto ritmo, de esta forma da muestras de que lo puede soportar. A medida que la polla entra y sale, el coño de la joven se va relajando y acomodando a su nueva abertura. El dolor cede y el placer aflora en su interior.

-Vamos número diez –dice Rocío-, dame de comer con tu verga, que tengo hambre y no tenemos todo el día. Cuanto antes terminemos, más posibilidades tendremos de comer caliente.

El marinero que, esperando su turno, no ha perdido detalle de la acometida de su compañero, está tan excitado y ansioso por correrse, que no puede evitar derramar su leche dentro de la boca de Rocío, nada más meterla. Ella se ve sorprendida, por el chorro, en el preciso momento en que tomaba aire. Sin poder evitarlo, traga una buena parte del líquido salado. Con el resto dentro de la boca, no deja de chupar, lamer y succionar la manguera que ha regado su garganta. El placer que, el bajito, le proporciona en el coño, hace feliz al que la tiene dentro de la boca; ya que, Rocío le está dedicando una mamada que lo tiene con los ojos vueltos. Cuando ha terminado de “encerar” el paladar y la lengua de Rocío, la saca, y ella escupe en el suelo para añadir más cera a la madera.

Justo cuando se acerca el número once a su boca, comienza a sentir un nuevo orgasmo: el tercero. Entre jadeos y pequeños gritos de placer, dice al que espera:

-Aguarda que creo que me muero. ¡Al final terminarás matándome, “Asesino”, con una muerte tan dulce que, con mil puñaladas como estas, quisiera que te ensañaras! ¡ASÍ, ASÍ…, dame “matarile”, que si me voy al “Otro Mundo” quiero hacerlo harta de gusto!

Durante varios segundos, no deja de menear el culo con pequeños círculos concéntricos: justo hasta el momento en que termina de correrse. Entonces, hace un gesto al número once para que la meta en la boca. Al hacerlo, la recibe sonriente: ha gozado tanto, con el orgasmo, que la sonrisa no se va de su rostro. En este caso, más que chupar la polla, la saborea.

Se encuentra concentrada, con la mamada, cuando siente que, el bajito, sale de su coño. Piensa que se va a correr sobre ella, o donde quiera. Pero, cuál es su sorpresa cuando nota que, el ano, se abre sin poder gritar ni retirarse. En cuestión de dos segundos tiene, la polla del bajito, obstruyendo su pequeño orifico. El esfínter se dilata al máximo, casi hasta romperse. Piensa que es imposible que pueda caber, y el dolor provoca que muerda, de forma dolorosa, al que tiene la polla en su boca. Con miedo de moverse y que el culo se le parta por la mitad, aguanta los envites, derramando un par de lágrimas de desahogo.

El número once, al ver que no recibe su ración de sexo oral, toma la iniciativa y folla la boca de la “empalada”. Lo hace con miedo a un nuevo mordisco, pero decidido a descargar, el semen, que le produce dolor los huevos. Cuando siente los espasmos del orgasmo, saca la polla de la boca, la “despelleja” con la mano derecha, y lanza la corrida hasta el rostro de Rocío. Una vez ha terminado de eyacular, busca, desesperado, un cubo de agua dulce: el agua salada sería demasiado castigo para su dolorido “apéndice”.

Rocío ha dejado de sentir dolor, y el placer se ha apoderado de su trasero: nunca hubiese imaginado que, algo tan estrecho, pudiera producir tanto placer. Con la lengua, recoge el semen que chorrea por su cara y lo desliza por los dientes, como si los quisiera blanquear.

-¡Ya va siendo hora, número nueve! –Dice Rocío- Me matas de placer; pero…, no es cuestión de estar en esta posición el día entero. Termina pronto de darme “el salchichón”, y que el número doce me traiga los postres. Cuando te vayas a “venir”, hazlo en mi boca porque, con tantas salchichas y salchichón, me ha entrado sed.

Pocos segundos más tarde, el bajito saca la polla, se coloca frente a Rocío que lo recibe con la boca abierta y derrama hasta la última gota de semen dentro de ella. Cuando la “lluvia” ha cesado, se sienta sobre el barril y dice:

-¡Bueno, solo queda uno, el más delgado! No sé yo si…, con tanto pellejo, tendrás suficiente aliento y fluidos para dejarme satisfecha. Capitán, os propongo un trato que creo que será provechoso para ambos. Ofreceos como propina, para complementar el menú que tengo delante; que no es más que una ensalada de acompañamiento. Poned, vos, la carne para tener primero y segundo plato. Si prometéis dadme de comer sabrosas viandas y buen vino, os juro que no dejaré de gritar con cada una de vuestras embestidas. De este modo, yo llenaré la panza y vos veréis cumplido, muchas veces, vuestro juramento de hacerme gritar como a una marrana. Dadme este capricho que os pido; pues, después de toda la noche naufragando y toda la mañana fornicando, tengo todas las fuerzas queriendo escapar del cuerpo.

El capitán, asombrado por el coraje y resistencia de la joven no lo duda y responde:

-¡Sea como quieres! Que no es de hombres dejar de reconocer el arrojo que has mostrado. Ni conociendo a un millón de putas, encontraría una mujer que tuviera tanto aguante y picardía. ¡Te juro que tendrás de comer y de beber hasta que revientes, o termines con las provisiones de la despensa! Igualmente, te daré ropas limpias y perfumes para que, después de darte un baño, puedas vestirte y parecer de nuevo Una Señora. Ahora, dime dónde y cómo quieres que te haga gozar.

Rocío, satisfecha con el trato, y segura de que será respetado, responde:

-Para no pasar calor y estar más cerca de la comida, vayamos al comedor; que, sin duda, ha de estar más fresco y cómodo.

El capitán Espinosa acepta y se van al comedor. Allí, ella le pide que se siente en una silla, le afloja el pantalón y se lo saca. Con las manos, hace lo posible para que, el “sable”, vuelva a ponerse en guardia y dispuesto para otro combate. Cuando lo consigue, se sienta encima y lo introduce por completo en el coño. Comienza a cabalgar sobre Espinosa, apretando las tetas contra su cara y rodeando su cuello con los brazos. El número “doce” siente que se queda solo y reclama su derecho, como lo tuvieron los demás. Ella se detiene y dice:

-Tú, que no tienes más que una salchicha, tómame por detrás que el agujero ya se ha debido de cerrar. Pero te pido que no te demores en eyacular porque quisiera, y debo concentrarme, en que mis gritos solo me los arranque quien juró hacerlo.

Dicho esto, Rocío comienza a cabalgar de nuevo, después de haber sido penetrada por detrás. El flacucho no tarda demasiado, como era deseo de la joven. Mientras ella sube y baja, el otro le llena la espalda de leche. Rocío apenas lo nota. Se concentra en sentir la verga que ocupa su coño. Al no tener ocupada la retaguardia, se puede mover más y mejor. Como había prometido, lanza un grito con cada penetración, subiendo de tono y volumen a medida que el placer se apodera de su cuerpo. Se retira un poco para dejar, los pezones, al alcance de la boca de Espinosa y dice:

-¡Por favor, mi Capitán! Lamed y chupad los pezones como si estuvieran cubiertos de miel. Sin duda, esto hará que mis gritos os complazcan más. Quiero que me matéis de placer para que, de esta forma, dejen de ser fingidos y salgan sinceros.

El capitán obedece y se dedica a morder, chupar y lamer cuanto quiere. No reprime su deseo ni sus fuerzas consiguiendo, con sus mordisquitos, duplicar el número de chillidos. Rocío se siente como si volara en una alfombra: el orgasmo le está por venir y siente que pierde el sentido; los pezones le escuecen, un poco, pero el gusto es superior; ahora no grita como una marrana, sino como una piara. 

-¡Seguid Espinosa, seguid! ¡Dadme la dicha de sentir vuestra virilidad en mis carnes! –Dice Rocío en el momento de sentir un nuevo orgasmo- ¡Haced que alcance el Cielo subida en vuestro mástil! ¡Dadme el gusto de soñar con este momento en las noches venideras! ¡Seguid, os lo imploro! –Continúa alentando.

Cuando, ella ,recibe los últimos coletazos del orgasmo, los gritos se han convertido en jadeos y suspiros que, en los oídos del capitán, suenan como si fueran lo mismo. Se siente muy complacido con la entrega de la joven, y se afana por descargar la leche que lo suma en el clímax.

-¡Vamos, caballero –dice Rocío-, no querréis dejar a una dama a medias! Dadme el regalo que tanto deseo; que yo, el mío, ya os lo entregué. ¡Terminad de reponer la “munición” y lanzadme todas las “postas” en el interior!

En ese momento, el hombre descarga la primera “andanada” de semen; después, sigue una segunda que parece una “salva”, y finalmente una tercera, simple “metralla”.

-¡Bravo, mi campeón! –Dice Rocío- Sois todo un cazador, y yo una presa fácil de cazar, desplumar, cocinar y comer con gula. El postre no os lo doy; si bien, tengo hambre y la comida espera en la mesa. Cumplid vuestra promesa antes de que, estos tragones, den buena cuenta de la despensa que me asegurasteis. Dejemos el postre, que ahora no puedo daros, para la noche, en vuestro lecho. Para entonces, habremos repuesto las fuerzas y las ganas, y podremos librar otra batalla.

La joven se levanta y se sienta en otra silla, a la mesa. Permanece desnuda para que la entrepierna se airee y, el rojo pimiento que ahora presenta, recobre su color original lo antes posible. Finalmente, la hambrienta, comienza a devorar todo cuanto ve en la mesa. Incluso, saca fuerzas, de donde no las tiene, para disputarle al “tuerto” un trozo de tocino. El capitán se sienta frente a ella, y antes de comenzar a comer, dice así:

-Sin duda, has merecido todo cuanto te he prometido. ¡Y juro, ante todos los presentes, que he de morir antes que faltar a mi palabra! Veo, por tu postura, que ni te puedes sentar derecha. Ha sido mucho el trajín que has soportado, y creo que jamás pueda volver a ver tal hazaña, nunca más, por mucho que viva. Pienso en el negocio y me veo nadando en monedas de oro. Cuando los “señoritingos”, ingleses y franceses, sepan de tus dotes amatorias, no solo llenaran mis bolsillos de oro, sino también tantas alforjas como sea capaz de cargar. Ahora debes alimentarte bien y recobrar fuerzas, color y belleza. No sea cosa que al verte, en lugar de de llenarme de oro las espaldas, me rompan el trasero con miles de patadas.

Rocío, al escuchar estas palabras, intenta responder pero no puede: tiene la boca llena de pan y de una buena tajada de carne que mastica, a dos carrillos, y no puede tragar, de golpe, sin riesgo de morir de asfixia. Opta por escupir, en el suelo, la bola de alimento; siente que, si no habla, revienta de impaciencia antes que de comida. Cuando tiene la boca libre, se levanta y dice:

-Capitán, sé que tu juicio es sabio; no obstante, en este asunto no lo es, a tenor de las palabras expresadas. Debes tener en cuenta que soy una dama de alta alcurnia, y que mis modales son exquisitos. A nadie, que tenga mi misma condición, pasaran desapercibidos. Esos “señoritingos” de los que hablas, deben de ser de buena posición para pagar tantas monedas; por tanto, codearse con otros semejantes. Cuando alguno de los amigos, que no sea pendenciero, proxeneta o inmoral, se percate de mi condición, si es persona justa y honorable dará cuenta de mi situación en el primer puesto militar o autoridad portuaria. Y cuando, interrogado el “señoritingo”, de cuenta de quien hizo el negocio con él, con nombre y apellidos, no te quedará isla, país, continente, océano, las enaguas de tu madre, o culo de elefante donde esconderte. Lo mismo digo para todos los presentes, y para los que vigilan a los esclavos cuidando que no se subleven ¡Dios no lo quiera!

Confusos por las palabras de Rocío, el resto de comensales queda con la boca abierta, olvidando la comida. Ninguno dice nada pues “nada” han entendido, salvo Espinosa que sí tiene algo de cerebro ¡por algo es el capitán! Rocío, que lo nota dubitativo, decide enviarle otra andana que lo remate del todo:

-Si piensas con la cabeza, mal negocio harán contigo. Por no arriesgarse, el inglés o el francés que me compre, no podrá exhibirme libremente, quedándole, solo, el placer de matarme por ser española. Bajo estas condiciones, no creo que te pague, más dineros, que los que pueda costarle una puta de Maracaibo; tú las debes de conocer bien y serás capaz de tasar en cuanto se cotizan. Sin embargo, si dejas que yo haga el negocio, con quien convenga, vosotros ganaréis más y yo también. Pero, si como he podido averiguar, no confías en mí, siempre os queda la opción de tenerme en el barco, a la vista y a mano. Recuerda lo que has dicho al poco de conocernos: “Más vale pájaro en mano que ciento volando”.

Fatigada, por el esfuerzo de enlazar tantas palabras seguidas, Rocío toma aliento y vuelve a la carga, añadiendo:

-Os juro que, con cierta moderación, puedo consolar a todos los miembros de la tripulación; cuando os plazca y cómo os apetezca, siempre que sea con respeto y aseo. No como os encontráis ahora, sucios, malolientes y feos. Tratándome como lo que soy, una señora, cualquier caballero puede ganar mis favores con un beso, una mira, un gesto o lo que sea, incluso con cuatro estrofas de un verso. Eso sí, ni quiero calabozo ni pocilga llena de ratas. Un pequeño camarote me puede valer, o, en su defecto, compartir el catre con alguno de vosotros. Cuando lleguemos a puerto, podéis retenerme con cadenas, candados o lo que queráis, a fin de que no escape, si es lo que teméis. Eso es todo, por mi parte, nada más tengo que decir. Juntaos en reunión, corrillo o cónclave, lo que más os plazca, a fin de debatir y tomar una decisión.

CONTINUARÁ…

 

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Os recuerdo que, quien quiera y le apetezca, puede dejarme algún comentario con sugerencias, correcciones, un beso, o lo que quiera. No tengáis reparo ni temor, pues a nadie me como y lo recibiré con la mayor de las ilusiones.

Hasta el siguiente capítulo, me despido con un fuerte beso. ¡Gracias por el tiempo dedicado!

Luz Esmeralda.