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Maite. Secuestrada en Egipto. Parte XV. Final.

en Dominación

Habían pasado casi tres meses desde mi secuestro, la vida en la casa era una rutina para mí. Limpiar, cocinar, hasta Salima me estaba dando lecciones de danza del vientre. Tengo que confesar que desde que dejé de luchar por mi libertad, había empezado a disfrutar muchísimo de mi estancia aquí. No sé como explicarlo. Cuando estaba con Ashraf, solo verle ya me excitaba. Chupársela me ponía tremendamente cachonda. Deseaba con locura, cada segundo que pasaba a su lado, que me follase como el animal salvaje que él era.

Un día Ashraf se fue pronto por la mañana, sin decirme nada de donde iba o cuando iba a volver, por supuesto. Yo seguía a Salima por la casa, limpiándolo todo. Por las ventanas vi que estaban montando algo en el patio, una gran pila de madera, mesas y sillas... ¿Sería alguna festividad aquí? ¿Vendrían más visitas a las que complacer? Yo solo podía pensar en los felinos ojos de Ashraf, que tan cachonda me ponían, y desear que volviera pronto. La casa sin él estaba vacía para mí.

Por la tarde Salima y yo nos limpiamos y rasuramos bien. Luego hizo algo que no había hecho antes, me decoró el cuerpo con henna, las manos, el estómago, los pies... los llenó de pequeños motivos florales. En el vestidor ella se puso el traje de sirvienta de siempre, pero a mí me dio otra ropa. Me recordó a los vestidos que llevan las bailarinas de danza oriental. Dos anchas tiras de suave y translúcida seda, cruzadas por encima de mis pechos, un cinturón bajo, por lo que mi vientre y ombligo quedaban a la vista, y del cinturón caían más tiras de la misma seda. El conjunto era exquisito, completamente blanco, con infinidad de detalles en oro. Luego puso por mis brazos, y atado a las muñecas, otro trozo de la misma tela. Taconazos de aguja blancos y dorados. Fue ella quien me maquilló, con esmero. Me puso un detalle dorado entre los ojos. Grandes pendientes y varias pulseras del mismo metal. Khol negro. Pintalabios rojo. Me dejó el pelo rubio suelto, con sus ondas naturales, y entre mechón y mechón trenzó hilos de oro con florecillas blancas.

Cuando terminó me miré en el espejo. No pude reconocer a la mujer que vi allí reflejada. Estaba tan bonita... y tan blanca... era como si fuese el día de mi boda y Salima mi dama de honor. Como ella se había vestido con el atuendo de siempre, supuse que esta vez sería yo la única que complacería a los invitados, cosa, que no sé por qué, me hizo un nudo en el estómago.

Cuando terminó de arreglarme ya era de noche. Bajamos al salón, Salima me llevó por la cocina, hasta la despensa. Me hizo señas para que me quedara allí quieta. Yo no entendía nada. Había comida preparada para alimentar a un ejército. Varias mujeres, supongo las del poblado, se afanaban a terminarlo todo sin demora. Por las ventanas vi que, rompiendo la oscuridad de la noche, habían encendido una enorme hoguera en el patio, y todas las mesas... ¿Es que era el cumpleaños de Ashraf?

Así estaba yo, ensimismada en mis pensamientos, cuando una fuerte mano me agarró del brazo, dándome un buen susto. Al girarme me encontré cara a cara con Ashraf. Sus ojos me repasaron de arriba abajo con una sonrisa.

«Estás realmente preciosa hoy, perrita» me dijo.

«Gracias Amo» atiné a contestar. Tenerle tan cerca, después de todo el día sin verle, me había dejado sin respiración.

Ashraf me dijo entonces:

«Ha llegado el momento de la verdad, hoy es el día en que me tendrás que demostrar si todo el tiempo que he invertido en ti ha valido para algo»

¿Cómo? ¿No se lo había demostrado ya? ¿Qué más me quedaba por hacer? desde luego no hice estas preguntas en voz alta... solo esperé en silencio, con la mirada fija al suelo, a que siguiera explicándome:

«Hoy Rashid, mi hijo, ha vuelto a casa tras un largo viaje.»

¿Su hijo...? pensé yo.

«Es un día de celebración. Por todo lo alto. Y tú serás mi regalo sorpresa para él. Su esclava personal.»

Espera... ¿Qué es lo que había dicho?

«Ya te he enseñado como debes comportarte. No me defraudes hoy o lo sentirás muchísimo»

Solo atiné a responder: «No le defraudaré, Amo»

«Muy bien. Cuando hayamos terminado de cenar, Salima te dará la señal, empezará a sonar la música, tienes que salir fuera y bailar como ella te ha enseñado. Rashid será el hombre que esté sentado a mi derecha. Quiero que bailes para él, que te insinúes, que seas una gatita... ¿Entiendes lo que te estoy pidiendo?»

«Si Amo lo entiendo» respondí, mientras miles de ideas cruzaban por mi cabeza... ¿Se me iba a llevar Rashid de allí? ¿Volvería a ver a Ashraf alguna vez? Un miedo intenso me subió hasta el pecho ¿Cómo sería su hijo? Ashraf siguió hablando:

«Rashid es un chico muy especial, más cruel que yo con las mujeres, y más con las occidentales. Él también habla tu idioma. Pase lo que pase, haga lo que haga, no te quejes ni luches contra ello, se sumisa y complaciente. O no me hago responsable de su castigo.»

Hacía tiempo que no me temblaban las piernas de aquella manera, y creo que Ashraf notó mi nerviosismo, porque me abrazó y me besó. Me quedé de piedra. Fue un beso muy pasional. Cuando terminó, me puso la mano en la barbilla, haciendo que le mirara a los ojos, y me dijo, sonriendo:

«Sé que lo harás bien. Haz que me sienta orgulloso de ti, mi perrita.»

«Si, Amo, lo haré lo mejor que pueda, gracias Amo.»

Entonces Ashraf se fue. En cuanto cruzó la puerta unas lágrimas asomaron a mis ojos. Las limpié con cuidado, para no estropear el maquillaje.

La cena duró mucho tiempo, finalmente Salima me vino a buscar. Pasamos rápido por la cocina y me dejó en la puerta de entrada. La abrió y salí. La música empezó a sonar. Sin saber casi qué hacer, repetí los sinuosos movimientos que la criada me había estado enseñando. Mientras bailaba me fui haciendo una idea de la situación. En el centro, al lado del pozo, estaba la enorme hoguera, casi más alta que los muros que rodeaban el palacio. Varias mesas a derecha e izquierda, una mesa más grande en el centro. Vi a Ashraf, y dirigí mi mirada a la silueta sentada a su lado, a su derecha, mientras seguía bailando, avanzando por el patio de arena con mis taconazos, procurando no tropezarme ni morirme de vergüenza por estar haciendo aquello delante de todos esos hombres.

Cuando estuve más cerca, siempre mirando de reojo, vi que no habría hecho falta que Ashraf me dijera dónde se sentaba su hijo porque... ¡Eran idénticos! Por supuesto el chico, que debía tener mi edad más o menos, era más joven que él, y en vez de túnica vestía tejanos y camisa, pero las facciones, y sobre todo, la mirada, era exactamente igual, con una diferencia... su piel era un poco más clara, su pelo era castaño y lo llevaba corto, y los ojos miel claritos felinos como los de su padre, pero más penetrantes... o inquietantes sería la palabra correcta. Me pregunté si la madre de Rashid era occidental.

La música seguía sonando, y yo seguí bailando, frente a él, contoneando las caderas, moviendo los brazos y el estómago... hasta que finalmente me tiré al suelo de rodillas, con las piernas abiertas, la frente tocando al suelo, como mis manos, al tiempo que resonaban los tambores finales del espectáculo. Me quedé unos segundos así, quieta, recuperando el aliento. Los hombres me aplaudieron. No me había salido tan mal al fin y al cabo.

Me levanté, y Rashid me dijo:

«Ven aquí a mi lado»

Así lo hice, los demás comensales siguieron con sus cosas, hablando y bebiendo. Yo me acerqué a mi nuevo Amo, con la mirada siempre fija al suelo, me quedé de pie a su lado.

«Espero que te guste, hijo. Es tu premio por llevar tan bien los negocios en el extranjero, me has hecho ganar mucho dinero» dijo Ashraf en mi idioma.

«Gracias, padre, es el mejor regalo que podía desear. ¿La has adiestrado tu mismo?» le preguntó Rashid.

«Por supuesto, no me perdería ese placer por nada del mundo.» le dijo su padre.

«Ja ja ja ja ja» se rieron ambos hombres al unísono.

Padre e hijo brindaron y bebieron. Luego Ashraf dijo:

«Le he puesto mi marca en el trasero, ahora ponle tú la tuya donde más te plazca.»

Entonces Rashid se levantó y me llevó hasta el centro del patio. Me hizo subir al pozo, que tenía la tapa puesta, y estando allí arriba me dijo:

«Súbete la falda y ábrete bien de piernas puta.»

Tragándome la vergüenza, lo hice, dejando mi coño a la vista de todos los presentes. Jalil se acercó, dándole a Rashid un hierro candente que había estado durante la cena calentándose en la hoguera. El hijo de Ashraf se acercó a mí y puso el hierro justo encima de mi coño, un poco a la derecha, sobre el labio mayor... el inmenso dolor... ese olor familiar a carne quemada... cerré los ojos y me mordí los labios... haciendo acopio de toda mi voluntad para no gritar. Cuando apartó el hierro una «R» negra apareció marcada en mi piel.

«Ya puedes bajar» me dijo entonces.

Lo hice como buenamente pude, y luego me ordenó que le siguiera dentro del palacio. Subimos al piso de arriba y fuimos a una habitación en la que no había estado aun. Era muy amplia y oscura, paredes, techo, suelo, todo... estaba iluminada por unas pocas lámparas de aceite. A un lado había una gran cama, con sábanas negras, al otro una mesa de escritorio, y un poco más allá un sillón, con una mesita al lado, donde alguien había dejado una botella de whisky y un vaso con hielo. Me quedé quieta, de pie, en la entrada, a la espera de la siguiente orden. Rashid me cogió de golpe, por sorpresa, y agarrándome el pelo con mucha fuerza, me hizo mirarle a los ojos mientras me decía con voz sesgada, con su boca pegada a mi cara:

«Yo no soy como mi padre, putita. A mí no me hace falta ninguna excusa para castigarte. Si quiero azotarte, lo haré, Si quiero mearme sobre ti, tú abrirás la boca, complacida por el honor de recibir mi meada. Y si quiero tirarme un pedo en tu cara, lo agradecerás. ¡¿Te ha quedado claro?!»

Sus malvados ojos me asustaron de veras.

«Si Amo, puede hacer lo que quiera conmigo» dije, temblando por dentro.

«A ver si es verdad» respondió él, y de un empujón me tiró al suelo.

Se fue hasta el sillón, se desabrochó el cinturón y se sentó. Se sirvió una copa. Todo esto mientras yo permanecía en el suelo, asustada, sin saber qué hacer.

«Cuando estés conmigo andarás siempre a cuatro patas.» empezó a decir «Y no quiero que me hables en ningún momento, ya sé que mi padre te ha ordenado que repitas sus órdenes, pero yo te digo lo contrario. No quiero oírte.»

Asentí en silencio, con la mirada fija en el suelo.

«Tráeme un puro y el encendedor del escritorio» fueron las siguientes palabras de ese ser tan malvado.

Fui hasta allí, cogí lo que me pedía y volví a su lado lo más rápida y silenciosamente que pude. Encendió el puro, dando largas caladas. Bebió más whisky. Cuando tuvo que tirar la ceniza puso el puro frente a mi cara. No se me ocurrió otra cosa que alzar las manos, como si tuviera agua en ellas, y allí dejó caer la ceniza. Creo que acerté con mi respuesta improvisada. Rashid permanecía allí sentado en silencio, mirándome, planeando a saber qué...  Entonces, sin más, acercó la punta encendida del puro que se estaba fumando a mis manos y lo apagó lentamente allí. No grité. Ashraf Ashraf Ashraf... solo podía repetir su nombre en mi mente una y otra vez para no gritar y salir corriendo... Ashraf... ¿Por qué me has apartado de tu lado? ¿Y por qué tu hijo me tiene que tratar así de mal? ¿Qué le he hecho yo a este chico? Sinceramente, a Rashid se me hacía difícil entenderle, me pedía que fuese sumisa, pero cuando más lo era más se ensañaba conmigo... no quería ni pensar qué pasaría el día que se enfadara de verdad, por eso no grité ni hice nada, por eso aguanté estoicamente la sesión de aquella primera noche con Rashid, mi nuevo Amo.

«Ve a limpiarte» me dijo entonces ese hombre que tanto miedo me daba.

Me acerqué a gatas a un cubo de agua que había junto al escritorio, donde él me había señalado, y eliminé todo rastro de ceniza de mis manos, un gran círculo apareció donde él había apagado el puro, y me ardía mucho, como la «R» que me había marcado con hierro hacía unos instantes. Odiaba todo eso, pero me maravillaba darme cuenta del poder de la mente,  como usando únicamente la voluntad puedes llegar a soportar tanto dolor.

«Ven aquí» dijo acto seguido.

No me dejaba descansar ni un segundo. Fui a gatas a su lado, mientras él se quitaba los zapatos. Me arrodillé frente a él.

«Quítame los calcetines con la boca. Y cuidado con morderme.»

¡Qué asco! pensé, pero agaché la cabeza, la puse a la altura de sus pies, y no sin complicaciones, conseguí quitarle primero uno, y luego el otro calcetín.

«Abre la boca» Rashid iba soltando las ordenes una tras otra, sin dejarme un segundo de descanso.

Lo hice, y él empezó a meterme uno de sus dedos, el más gordo, en la boca, y luego hizo movimientos de dentro hacia fuera. Era una sensación muy extraña. No es que oliera extremadamente mal, pero me daba mucho asco pensar que tenía el pie de un extraño acariciándome la lengua. A él parecía gustarle lo que me hacía... la humillación a la que me estaba sometiendo, el gran bulto en su entrepierna así lo denotaba. Sin sacar el pie de mi boca, se inclinó y me cogió por las caderas, acercando mi culo a su alcance. Me apartó las faldas y me metió sin más tres dedos dentro de mi coño. Intenté relajarme todo lo que pudiera, para que la experiencia fuese lo menos dolorosa para mí, intenté imaginarme que era Ashraf quien me estaba haciendo aquello... Luego, sin sacar los dedos de mi coño, apuntó el gordo a mi culo y lo metió. Pero Rashid pronto se cansó de ese jueguecito. Me hizo poner en pie.

«Desnúdate, puta.» me ordenó de manera tajante.

Mientras lo hacía él fue a buscar algo, que resultó ser una vela, gruesa y de largura media.

«Ponte con las piernas abiertas, las manos en la nuca y abre bien la boca.»

Cuando estuve así como me dijo, me metió la vela en la boca, y encendió la mecha. Se acercó a mi lado y me susurró al oído…

«No la dejes caer o te arrepentirás.»

Al oír sus palabras agarré con fuerza la vela con mis dientes. Él fue a buscar otra cosa. La vela se fue calentando, y poco a poco, empezó a caerme la cera caliente encima de mis pechos. Ahora entendía el por qué me había hecho poner así. Rashid se acercó por mi espalda, y sin previo aviso, me dio un fuerte latigazo en la espalda. Como no me lo esperaba di un traspié hacia delante, pero no dejé caer la vela. Me coloqué de nuevo, esperando con tensión el resto de golpes, que cayeron en una lluvia interminable sobre todo mi cuerpo... en el culo, el estómago, las piernas. Sus azotes eran realmente fuertes. Aguanté como pude. Finalmente se puso frente a mí, giró el látigo y me lo metió de un golpe en el coño. Tenía todo el mango metido dentro. Él se separó y me miró, sin dejar de sonreír con maldad, y entonces me dio una bofetada que me hizo caer de lado. Evidentemente la vela cayó de mi boca. ¿Cómo iba a aguantarla si él me hacía eso? Supuse que lo había hecho a posta. Tenía ganas de maltratarme, y de dejarme bien claro quién mandaba allí. Entonces se acercó y me dijo:

«Puta estúpida, ¡Te dije que no lo dejaras caer!»

Se quitó el cinturón y me lo puso a modo de collar, casi ahogándome con él, y luego me llevó a rastras hacia el sofá.

«Quédate aquí quieta, de pie.»

Volvió a mi lado con un aparato extraño.

«Esto es algo que he conseguido en este último viaje, tenía ganas de probarlo.»

Me puso unas pinzas en mis pezones, y otra en mi coño y mi lengua. Todas iban conectadas por un cable hasta el comando que tenía él en la mano. Entonces me hizo girar, quedando apoyada con los pechos en el asiento del sofá y el estómago en el brazo. Aún tenía metido el látigo en el coño, y las tiras sobresalían por debajo. Cogió mis manos, me las puso a la espalda, y las ató con el trozo de cinturón sobrante. Si tiraba mucho de ellas me ahogaba, así que no tenía más opción que permanecer quieta frente a su ataque. Cerré los ojos y respiré hondo, suplicando a Dios que todo aquello terminara pronto. Rashid se situó a mi espalda, se abrió la bragueta, y con fuerza me metió su gran polla en el culo. No me había lubricado, y estaba muy nerviosa, por lo que su embestida me dolió bastante. En seguida empezó a meter y sacar su enorme polla de mi culo. Entonces le dio al botón y una terrible descarga eléctrica me atravesó por completo. El clítoris me ardía, mis pezones me dolían, y lo peor  era mi lengua... cuantas más descargas me daba entre enculada y enculada más saliva se me iba cayendo. No lo podía controlar, y no podía hacer nada para evitarlo, porque no podía moverme. Además, cada vez que le daba al botón, todos los músculos de mi cuerpo se me contraían involuntariamente, haciendo que su penetración anal fuese aún más dolorosa para mí. Rashid estaba disfrutando con mis gritos de dolor. Me estuvo dando por el culo un buen rato. Cuando sintió que iba a correrse, sacó la polla de mi agujero de atrás, arrancó el látigo y me metió su dura polla hasta el fondo de mi coño. Allí descargó su abundante corrida, gimiendo como un cerdo, al tiempo que dejaba apretado el botón con el que me daba esas torturantes descargas, provocándome un gran dolor y fuertes espasmos en todos los músculos de mi cuerpo, incluido mi esfínter. Supongo que eso le proporcionaba mucho más placer a ese sádico.

Cuando hubo terminado de eyacular, Rashid me tomó con fuerza del pelo, obligándome a arrodillarme sobre el sofá, y sin soltar su agarre, tiró con un rápido movimiento del cable que unía las pinzas que me había colocado en mis pezones, en mi clítoris y en mi lengua, haciendo que las mismas saltasen, provocándome un fuerte dolor en todas esas zonas de mi anatomía, que ya de por si estaban irritadas por el trato que acababan de recibir. Apreté con fuerza mis dientes para no emitir ningún sonido. El hijo de Ashraf estaba completamente loco y me castigaba sin motivo, no quería comprobar qué me haría si le provocaba. Mi instinto de supervivencia me decía que era mejor aguantar el chaparrón como pudiese... ¿Pero hasta cuando sería capaz de soportarlo?

No podía dejar de pensar en Ashraf, a quien consideraba mi verdadero y único Amo, y por quien en realidad estaba soportando con estoicismo todas estas vejaciones y torturas sin quejarme. Solo de pensar que a partir de ahora mi Amo era Rashid, que no volvería a ver a ese hombre de mirada felina que había conseguido doblegar mi alma hasta hacerme suya se me instalaba un fuerte nudo en el estómago, me dolía el pecho de manera intensa, físicamente hablando, y me entraban ganas de llorar.

Tras sodomizarme de aquella manera tan brutal, Rashid me quitó el aparato de tortura y el cinturón que mantenía mis muñecas atadas y me hizo acompañarle hasta el baño, donde me ordenó limpiarle, y cuando él estuvo listo me dijo que hiciera lo propio con mi ajado cuerpo. Él fue a servirse otro vaso de whisky, y yo me quedé en el cuarto de baño, limpiando a consciencia mi dolorido cuerpo, rezando porque mi nuevo y sádico Amo estuviera cansado del viaje y ya no requiriese más de mis servicios por esa noche. Perfumé mi cuerpo, y como no me había ordenado nada en concreto respecto a mi ropa, volví completamente desnuda a la habitación.

Entré con mi mirada fija al suelo. En seguida recordé su orden, así que me puse a cuatro patas sobre el piso y empecé a avanzar hacia donde él estaba sentado, el sofá. Me quedé arrodillada a sus pies, esperando en silencio absoluto a ver cuál sería su próxima orden. Entonces Rashid, sin dejar de beber de su vaso, abrió las piernas y me dijo que se la chupara. Yo actué al instante. Me acerqué más a él, y situándome entre sus piernas, abrí mi boca  me puse a lamer su polla con deleite. Era una orden sencilla de cumplir, aunque su rabo era enorme y me costaba tragarlo por entero, prefería mil veces eso que la forma bruta en que me había sodomizado.

«Eres una puta excelente» me dijo entonces el chico. Noté como ponía su mano en mi pelo, acariciándome.

«Mi padre no podía haberme dado un regalo mejor» continuó hablando él.

Al oírle nombrar a Ashraf mi corazón dio un vuelco. Definitivamente le amaba, ya no había lugar a dudas. Ashraf era el único al que consideraba realmente mi Amo, y si hacía todo aquello era solo por complacerle. Aguanté mis ganas de llorar y seguí haciéndole la mamada al hijo de mi Amo. Parecía un poco más calmado, como si hubiese descargado ya toda esa furia que llevaba encima cuando llegó. ¿Pero cuánto duraría esa calma? No podía saberlo. Además había otras cosas que me preocupaban ¿Volvería a ver a Ashraf alguna vez? ¿Qué sucedería conmigo a partir de aquel momento? ¿Viviría con Rashid? ¿Me llevaría con él en sus viajes?

«Eres buena chupando pollas» me dijo Rashid entonces, haciendo que me despistara de mis pensamientos.

El primogénito de mi amado Amo y Señor Ashraf empezó a apretar mi nuca contra su cuerpo, moviendo sus caderas para penetrarme de manera más profunda. Yo procuré calmarme, no era la primera vez que hacía una mamada como esa, pero su glande era tan grueso que cuando se me clavaba en la garganta realmente me daba la impresión de que no podía respirar. Relajé mi cuello y abrí al máximo mis labios, intentando acompañar como podía los cada vez más rudos movimientos de mi nuevo Amo.

Rashid terminó descargando su abundante corrida en mi boca y evidentemente yo la tragué y permanecí callada y a la expectativa de lo quisiera hacerme. Por suerte para mí el joven parecía haber bebido mucho y estar cansado por el viaje, porque ya no abusó más de mí aquella noche. Dormí apaciblemente a los pies de su cama y a la mañana siguiente le desperté con una mamada, como Ashraf me obligaba a hacerle. Por un lado sentía terror por equivocarme, ya que Rashid parecía odiarme solo por ser mujer o blanca o ambas cosas, y temía que me diera una paliza por haberme atrevido a chuparle su sucia polla sin su explícito permiso, pero mi actuación tuvo el efecto contrario al esperado, Rashid se despertó de muy buen humor. Descargó su corrida en mi garganta, luego me folló por el coño y por el culo, me hizo limpiarle a fondo y limpiarme yo también y bajamos ambos a desayunar al gran salón.

Rashid, al contrario que su padre, no quería que yo caminase por delante de él, me ordenó que siempre fuese un paso por detrás, y andando a cuatro patas. Ya estaba acostumbrada a ello, así que no me costó obedecer su orden. Cuando bajamos por las escaleras lo primero que vi era que los criados se espabilaban a limpiar los restos de la fiesta en el patio del día anterior. Y entonces le vi. Allí estaba Ashraf, mi amado Amo, por el que estaba dispuesta a venderme como una puta y a hacer todas las cerdadas que me ordenasen, pero a la vez odiándole por no haberme adiestrado para ser su sumisa, sino la sumisa de su déspota hijo. Me sentía llena de frustración y pena.

Rashid saludó a su padre, que le devolvió el saludo, y se sentó en la gran mesa, dispuesto a dar cuenta de un copioso desayuno. Yo estaba en eterno silencio a sus pies, de rodillas, desnuda, con la mirada fija al suelo y con el cuerpo marcado por las señales que Rashid había dejado en mi cuerpo la noche anterior. Ashraf y su hijo empezaron a hablar en un lenguaje que yo no comprendía. Tuvieron una larga charla que duró casi una hora, en la que yo me dediqué a dar cuenta de mi propio desayuno, que era cereales con leche, pero además… hhhmmmm… ¡Sí! ¡Tenían el particular regusto del semen de Ashraf! Mi Amo había tenido el detalle de correrse en mi cuenco de perrita antes de que me lo sirvieran. Ese fue el motivo por el que devoré con deleite mi desayuno, aunque me sintiera muy nerviosa. No quería marcharme de aquel lugar ¡Mi corazón, mi alma y mi cuerpo no pertenecían a Rashid sino a Ashraf!

Pero si mi vida había sido un calvario desde que me secuestró ese taxista seboso hasta la fecha, todavía me quedaba lo peor por vivir. Ashraf y Rashid pasaron todo el día juntos, en el despacho. Yo estaba arrodillada bajo la mesa y les chupaba las gruesas pollas por turnos, mientras metía una de ellas entre mis labios, masturbaba la otra con mi mano. Ellos me tocaban, Ashraf con sus pies desnudos y el bruto de Rashid con los zapatos puestos. Rozaban mis tetas, coño, mi culo o mi cara según les complaciera. No me permití abrir la boca en toda la velada. Como seguían hablando entre ellos en ese idioma que yo desconocía, mirando cosas en el ordenador, yo seguía sin saber qué sucedía, aunque me podía hacer una idea. Soy sumisa, no tonta de remate.

Pasé una segunda y terrible noche con Rashid, que me dejó agotada, marcada por una fina vara por todo mi cuerpo y dolorida y un poco asqueada. Si tenía que permanecer el resto de mi existencia sirviendo a ese hombre no lo iba a soportar. Preferiría morir a tener que pasar por eso. Entonces vi que Salima, la hermosa sirvienta, preparaba el equipaje. Metió la ropa y los enseres de Rashid dentro de dos grandes maletas de piel negras y las llevó al salón, donde había una tercera maleta, blanca, más pequeña, y en la que divisé ropa de mujer antes que la cerraran. Me costó la vida no ponerme a llorar en aquel momento, ante Ashraf, Rashid y Salima. No podía estar pasándome aquello ¡¡No quería marcharme de allí!! Pero para mí desgracia, no podía hacer nada por evitar mi amargo destino. En ese preciso instante odié profundamente a Ashraf, mi amado Amo de mirada felina, por dejar que su hijo se me llevara sin hacer nada por mostrar un mínimo de… ¿De qué? Me pregunté a mí misma. Ashraf me lo había dejado claro diciéndomelo a la cara. Solo me había entrenado para terminar siendo un regalo para su hijo, él no tenía ningún sentimiento especial hacia mí. Solo era una perra. Una puta a sus ojos. Nada más que eso.

Abatida y humillada, seguí a Rashid fuera de la casa, subí junto con él, Salima y Ashraf en el auto. Mi adorado Amo iba en el asiento de delante, al lado de Jalil, que conducía. Habían guardado las tres maletas en el portaequipajes. Sabía que no volvería a ver aquella casa ni a aquel hombre al que tanto amaba en mucho tiempo. Me despedí en silencio de ambos. Me dediqué a mirar por la ventana, el desierto era siempre igual, filas y filas de dunas idénticas una a la otra. Me pregunté dónde nos dirigiríamos ¿Tendría Rashid una mansión en un pueblo como su padre? ¿Viviría en la ciudad? ¿Cuánto tiempo aguantaría yo siendo la perra sumisa del hijo de Ashraf sin hundirme en la miseria?

Sintiendo que había vendido mi alma al diablo, me apeé del auto cuando me lo ordenaron. Estábamos en una diminuta pista de aterrizaje, compuesta de una sola vía de cemento en ese mar de arena. Así que nos marchábamos en avión ¿A occidente? Suerte que Salima me abrazó en ese momento para despedirse de mí, así pareció que mis lágrimas, las que ya no pude seguir reteniendo en mi interior, se producían por la pena que me daba el separarme de la que más que amiga consideraba mi hermana pequeña. Jalil y Ashraf no me dedicaron ni una palabra. ¿Es que no iba a despedirse de mí ese idiota engreído? ¿¿Es que no dijo que era mi Amo y Dueño absoluto?? Ardía en ganas de gritarle que era un puto mentiroso… pero entonces…

Salima y Rashid subieron al avión.

Salima se despidió de nuevo de nosotros, con la mano, antes de que la puerta se cerrara. Yo estaba que no entendía nada de lo que sucedía, pálida y con los ojos abiertos, aun con amargas lágrimas derramándose por ellos.

Ashraf se acercó a mi lado, me hizo girarme para mirarle a los ojos, sujetándome la barbilla con su firme y morena mano, y me dijo:

«Eres una perrita tonta. ¿Cómo iba a dejar que te marcharas con él?»

No me lo esperaba. Semejante declaración viniendo de ese hombre que era un témpano de hielo, cuyo corazón estaba protegido tras una fortificación impugnable. No me lo había dicho abiertamente, entendí que Ashraf jamás pronunciaría las palabras que yo tanto deseaba oír, que eran “Te Amo”, y también comprendí que la única forma de complacerle sería seguir mejorando como su sumisa, esclava, sirvienta, amiga y amante, porque me había convertido en todas esas cosas a estas alturas.

Ashraf me besó de manera apasionada, y en el coche de vuelta a nuestro hogar, me ordenó hacerle una mamada a él y luego al bueno de Jalil. Me sentí afortunadísima de que lo hiciera.

Pocos meses después descubrí que estaba embaraza, y sé que el padre es Ashraf, no me cabe ninguna duda. Como nuestra relación se ha hecho mucho más sincera, ahora me permite usar su ordenador (siempre que me haya portado bien, a modo de recompensa), puedo intercambiar mails con mi buena amiga Salima, que está recorriendo occidente en compañía del sádico de Rashid. La última orden que me ha dado Ashraf ha sido que escribiera mis memorias, un relato donde contara todo lo que me había sucedido y cómo me había sentido desde que fui secuestrada en Egipto por un taxista seboso. No sé qué hará mi Amo con ese relato, lo dejo a su libre disposición. Tampoco se me ocurre utilizar internet para buscar a mi exmarido o a mis familiares, pues siento que ya no tengo nada en común con ellos, y solo sería una desgraciada si me separase de mi Amo y Señor.

Un par de días después, Jalil me explicó de manera secreta que Rashid había pretendido llevarme a mí de viaje por occidente, pero Ashraf fue quien le hizo cambiar de idea, diciéndole que era un peligro porque las autoridades podían estar buscándome, ya que hacía escasos meses que me habían secuestrado. Rashid al principio se enfadó por ello, pero Ashraf le dijo que podía llevarse a occidente a Salima, que no le fallaría, pues era una esclava perfecta y sumisa, y que me podía dejar a mí en casa de Ashraf, quien me seguiría adiestrando en las largas ausencias de su hijo. Claro, siempre que Rashid se pase por aquí voy a tener que atenderle en todo, pero sabiendo que solo serán unos días y que luego podré seguir bajo la tutela de quien considero mi verdadero maestro, no me importa.

Fin.

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