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Ricky, el perro callejero 2

en Sadomaso

La tarde anterior Saúl había echado de malas maneras a su hermano mayor Luis de casa, para poderse quedar a solas con Ricky. El perro callejero aprovechó la situación tan favorable para él y le desvirgó el tierno culito del estudiante. Después de que ocurriera aquello, Ricky se marchó, y Luis no volvió al hogar materno hasta muy tarde, ya pasada la media noche. Antes de irse a dormir, Saúl vació en el desagüe un tercio del bote de vaselina que había comprado Luis, y luego lo volvió a dejar donde estaba, únicamente para martirizar un poco a su hermano mayor y que imaginara mil y una ardientes escenas de sexo y pasión entre él y Ricky. Y que los celos le consumieran.

Esa noche Saúl apenas pudo pegar ojo. En su cabeza no paraba de revivir las imágenes de lo sucedido. Como le lamió la sangre en los pantalones al cabrón de Ricky, la forma en que lo obligó a chuparle la polla en el callejón, y luego en su propia casa le había sodomizado sin compasión alguna. El menor se sentía muy excitado, e inmensamente feliz de haber sido escogido por ese Dios de ojos color esmeralda para ser su única puta. Se había jurado a sí mismo ser el mejor esclavo que Ricky pudiera desear, cumpliendo con todas sus órdenes sin replicarle jamás. Sabía que su hinchado orgullo podía llegar a jugarle una mala pasada algún día, pero esperaba que su devoción por ese Macho fuese más poderosa que su ego y no tener que llegar a pasar por ese mal trago.

A la mañana siguiente, cuando Saúl bajó a la cocina, se encontró el desayuno ya preparado, pero ni rastro de su hermano. Vaya un cabrón cornudo y cobarde ¿Es que ahora le tenía miedo a él, su hermano pequeño? Menudo idiota… Sí, era verdad que el día anterior le había dado una buena paliza, y que lo echó literalmente a patadas de la casa. Pero de ahí a evitarlo de esa manera… Vivían juntos y estudiaban en la misma escuela. Antes o después terminarían coincidiendo. Y al quinceañero no le daba miedo ninguno tener ese encontronazo con su hermano.

Saúl pasó la jornada en la escuela sin prestar atención a lo que explicaban los profesores en clase. Él solo tenía una cosa entre ceja y ceja, y era volver a ver a Ricky lo antes posible, y también localizar a su hermano mayor, para regodearse un poco más en sus narices de la gratificante victoria que había supuesto para él que Ricky lo eligiera en lugar del otro. Al mediodía Saúl bajó corriendo e interceptó a Luis cuando se disponía a cruzar la puerta metálica de salida del patio.

“¡No huyas de mí, idiota!” le gritó el menor a su hermano.

El mayor se giró y cuando se encontró con la fija mirada del rubio, tuvo que agachar la suya, ya que ni si quiera se atrevía a mirarle a los ojos, después de lo que había sucedido entre ellos. Él era el mayor, el que se suponía que tenía que ser más fuerte y dominar al más joven, pero su débil carácter se lo impedía. Luis se sentía abatido, humillado y un desecho como ser humano. Mientras fue el esclavo sumiso de Ricky no le importó sentirse así, porque tenía a su Amo para apoyarse en él y sentirse protegido y de alguna manera aceptado, pero ahora que se había quedado solo, sin su Amo y Señor, el peso de su triste y patética existencia le había caído encima como una pesada losa. Incluso caminaba con los hombros hundidos.

“¿Qué quieres, Saúl? Déjame en paz” le dijo el mayor.

“Oye, que yo solo…” empezó a decir el más joven.

Una conocida voz les dijo “Eh, par de putas mariconas. Me alegro de encontraros juntas.”

Era Ricky quien había aparecido de repente, interrumpiendo la conversación de los hermanos, que se lo quedaron mirando con los ojos abiertos y llenos de adoración. Saúl, el joven de quince años, vio en la mejilla izquierda del perro la cicatriz que le había quedado de su propio ataque con una navaja el día anterior.

“Andando” ordenó el perro.

“Ssi, Señor” respondió de manera temblorosa Luis.

“Como tú digas, Ricky” le respondió Saúl, con mucha más seguridad en su voz que el lelo de su hermano.

Ricky se puso a andar en dirección a la casa de los hermanos, que lo seguían a unos pasos por detrás de él, mirándose de reojo, sin decir nada. Luis se sentía feliz porque Ricky le hubiese dirigido una vez más la palabra, y por requerir de su presencia en la casa, aunque quizás solo era para dejarle claro que su nueva zorra era Saúl y que a él ya no lo necesitaba para nada. El menor de los hermanos por su parte no paraba de preguntarse por qué Ricky quería que ambos hermanos fuesen con él hasta la casa. ¿Es que no había perdido el interés en Luis? ¿Ahora pasaría de él y se quedaría con su hermano? Como el perro no abrió la boca en todo el trayecto, los dos muchachos rubios que lo acompañaban no podían saber qué cojones era lo que le estaba pasando por la cabeza en ese momento.

Finalmente llegaron al domicilio de los hermanos. En cuanto entraron, Ricky subió directamente al piso de arriba y entró en la habitación de la madre de los muchachos. Luis y Saúl le siguieron, sin reprocharle nada al de pelo azabache. Aunque Luis temía a bronca que les podía caer, si su madre llegaba a enterarse de que habían estado en su cuarto, se sentía demasiado asustado por el Dios de pelo azabache y no abrió la boca. Por su lado, Saúl, también sentía una leve intranquilidad de fondo, pero estaba más expectante y curioso que otra cosa.

El perro callejero se dio una vuelta por ese cuarto, como si fuera el suyo. Tocó los objetos que la madre de los rubios tenía en las estanterías, registró su armario, revolvió su ropa, y finalmente abrió los cajones de la cómoda, encontrándose allí con un gran tesoro: la ropa interior sexy de la progenitora.

“Vaya, vaya, qué tenemos aquí… ¡Jajajajajaja!”

Varias prendas cayeron al suelo mientras el joven de pelo color oscuro revolvía ahí dentro. No le costó mucho encontrar lo que deseaba, se giró para mirar cara a cara a los hermanos, con un conjunto de ropa interior femenina en cada mano, se la dio a cada uno de ellos.

“Voy a echar una meada. Cuando vuelva os quiero desnudos, maquillados como las putas mariconas que sois, con esto puesto y unos zapatos a juego.”

“Ssi, Señor Ricky” respondió sumisamente Luis.

“Está hecho” añadió el más joven de los tres.

El perro callejero salió de la habitación, dejando a los hermanos solos. El primero en reaccionar fue Luis, que empezó a desnudarse de manera rápida. Saúl por su parte alzó su mano y miró la prenda que Ricky le había dado. Era un corpiño blanco con un largo cordón cruzado a lo largo de toda la espalda, con tanguita de encaje blanco a juego. Soltó un suspiro y miró en el armario, donde su madre guardaba los zapatos. Allí encontró unos de tacón de aguja preciosos, color blanco y detalles dorados. Los sacó y los dejó a los pies de la cama, junto con el conjunto que Ricky le había dado para que se pusiera.

Luis por su parte ya se había quitado toda la ropa y empezaba a vestirse con el conjunto que el perro había elegido para él, compuesto de un tanguita de hilo y sujetador rojos de tela semi-transparente. Saúl estaba fascinado por estar viendo a su hermano mayor vestido de esa guisa, realmente estaba horrible. Sin embargo, a él el conjunto que el perro le había dado le quedaba casi como hecho a medida, estaba hermoso de una manera extraña y muy desconcertante.

Luis fue en busca de unos zapatos que le pegaran con esa escasa ropa, mientras Saúl ya había terminado también de cambiarse y con los zapatos ya puestos, que le quedaban un poco grandes, se sentó en el pequeño tocador de su madre y empezó a maquillarse. Luis no tardó nada en añadir un par de lindas botas de caña alta de color negro a su conjunto, y se puso tras su hermano pequeño a intentar maquillarse como una puta.

“Muy bien, cerdas. ¡Ahora, a cuatro sobre el suelo!” Ricky ya había vuelto del lavabo, y les dio su siguiente orden desde el marco de la puerta.

Los hermanos se pusieron como el mayor les había pedido, no sin ciertas complicaciones, por los taconazos que llevaban en sus pies nada acostumbrados a ese tipo de calzado. En ese momento tanto Luis como Saúl se sentían igual de humillados, pero uno por devoción sincera, el otro por cabezonería, no dejarían que fuese el contrario quien ganase esta partida. Ambos estaban dispuestos a llegar hasta el final con aquella especie de prueba que les había impuesto su Semental, y esperaban así terminar obteniendo su completa atención, además de otros actos mucho más lascivos por su parte.

“¡Jajajajajajajajajaja!” se rio el mayor de los tres.

El perro callejero no pudo evitarlo y empezó a descojonarse de risa de la pinta de esos dos estúpidos. Se acercó al cubo de la ropa sucia que había en un rincón de la habitación y sacó de él un panty negro perteneciente a la madre de los muchachos.

“Tú, cerda número uno, ven aquí.” le dijo a Luis, el mayor de los hermanos.

El joven sumiso se acercó raudo hasta donde estaba su joven Dios y le dejó hacerle lo que él quiso, que fue meterle la parte central del panty en la boca. Luis sintió al acto el fuerte sabor a coño sucio proveniente de la prenda y le dio mucho asco. El olor que soltaba era casi insoportable, pero no dijo nada.

“Que no se te caiga o tendremos problemas.” puntualizó Ricky.

Luis apretó bien los dientes entorno a la asquerosa prenda de ropa. Entonces el perro callejero se sentó sobre el lomo del rubio con una pierna colgando a cada lado, y empezó a guiarle por la habitación, tirándole de las bridas improvisadas que le había construido con las medias de su madre y golpeándole fuerte los costados de su cuerpo con las rodillas.

“¡Arre! ¡Arreee! ¡Jaaaajajajajajajaja!” Ricky se lo estaba pasando en grande con su pony-boy.

Fue cuando vio al quinceañero, vestido tan hermoso con el corpiño blanco, a cuatro sobre el suelo, mirándolo con frustración y deseo, como esperando a que le diese a él también una nueva orden. Ricky guió a su montura, Luis, hacia su hermano pequeño y lo detuvo tirando de los pantys sucios que el chico tenía metidos en la boca, quedando ambos muchachos cara a cara. Ricky señaló a Saúl y le dijo:

“Vamos a jugar a un juego. Tú serás una zorra rabiosa, e intentarás morderle el culo a mi montura” golpeó el costado de Luis con sus talones “Y tú, cerda, tienes que huir de la zorra que te persigue, sin salirte de la habitación, y por supuesto sin tirarme al suelo.”

Ricky enumeró todas esas normas en muy pocos segundos.

“Y el juego empieza ¡Ya!” Gritó de repente.

La montura del perro callejero empezó gatear como podía, escapando de los dientes de su hermano menor, que a veces se acercaban demasiado a sus posaderas e incluso llegó a notar, en un par de ocasiones, como le rozaban los dientes con su fina piel. Pero todas las veces consiguió escaparse. Ricky pronto se aburrió del juego, ya que se dio cuenta de que ninguno de los muchachos le estaba poniendo todas sus ganas, así que a los pocos minutos añadió:

“El vencedor del juego tendrá un premio. Y el perdedor sufrirá un terrible castigo.” frunció el ceño y espoleó a su montura “Ponedle ganas, ¡Joder!”

Al oírle decir eso, Saúl dio un salto hacia delante, se sujetó de la pierna de su hermano y le soltó un tremendo mordisco en su nalga que le hizo salir bastante sangre de la herida abierta.

“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!” el pobre Luis soltó un fortísimo alarido al notar el vil ataque del cabronazo de su hermano pequeño, y sin poderlo evitar, de manera inconsciente su cuerpo se giró de un bote, apartándose del foco del dolor. Eso causó que casi tirara a Ricky de su lomo, y que el mayor de pelo azabache se diese un fuerte golpe contra la cómoda.

“¡¡Malditos bastardos inútiles!!” empezó a gritar, mientras comenzaba a soltarles fortísimas patadas a los dos hermanos.

“¡¡Sois unas zorras descerebradas!! ¡¡Solo servís para que os follen y para nada más!! ¡¡PUTAS!!”

El perro estaba realmente cabreado. Clavaba la punta de sus bambas allá donde cayeran, en los rostros, estómagos, piernas o traseros de sus estúpidos sumisos. Los dos hermanos pelirrubios se cubrían el cuerpo como podían, intentando soportar ese ataque de ira por parte de su Dios de ojos verdes y pelo oscuro como la noche.

Tan pronto como le vino la ira, pareció calmarse. El perro callejero fue hasta la ventana, miró hacia el exterior mientras se encendía un cigarro, y tras darle una primera calada bien larga, se giró y les ordenó a los chicos:

“¡Sabandijas! Arrastraos hasta aquí y limpiadme los zapatos.”

Luis fue el primero en obedecer ciegamente aquella humillante orden. Se sacó el panty de la boca, se tumbó todo lo largo que era sobre el suelo y fue a rastras hasta llegar donde estaba el joven semental. Sin pensárselo dos veces, abrió sus labios, sacó su lengua, y empezó a pasarla por la superficie de la sucia bamba. El mayor de los hermanos lucía una dura erección desde el momento en que el bruto perro callejero le había metido en la boca el panty con sabor a coño sucio de su madre. Las constantes humillaciones hacia su persona sólo habían conseguido mantenerle excitado y duro, y mientras lamía su calzado Luis notaba como su pequeña polla palpitaba.

Al joven Saúl le costó más obedecer esa estúpida orden. El otro día cuando vio a su hermano lamiéndole los pies al moreno, le había asqueado bastante. Pero lamer su calzado, sucio de a saber qué mierdas… ¡Joder…! Eso se le iba a hacer mucho más difícil. El rubio permaneció quieto donde estaba y vio como Luis se afanaba a complacer a su Amo. ¡Al carajo! Si esa maricona demostraba ser más servicial que él le quitaría el puesto de esclavo favorito del Semental ¡Y eso no podía permitirlo!

“Tú, puerco estúpido, ¡No tengo todo el día!” le increpó Ricky.

En ese momento Saúl empezó a arrastrarse por el suelo y cuando llegó hasta donde estaba el perro se lanzó a limpiarle la otra bamba, con la máxima dignidad posible, pues ese acto de por sí era tremendamente humillante para él. Sin embargo, a pesar de esa feroz lucha interna que el menor tenía consigo mismo por comportarse como un verdadero sumiso ante su Macho, al igual que su hermano mayor él también lucía una poderosa erección, que se había visto incrementada en el primer momento en que su lengua tocó ese calzado mugriento.

El malvado Dios no se conformó solo con tener a los dos hermanos postrados a sus pies y chupándole las bambas, sino que a medida que iba fumando, les tiraba la ceniza encima de sus cabezas, y a ratos les metía a la fuerza a uno o al otro, la punta de su calzado dentro de la boca.

Pronto el joven Dios se cansó del juego y decidió entrar en temas más interesantes. Y ya que tenía a esas dos sabandijas arrodilladas entre sus piernas, qué mejor que ordenarles que se la chuparan. Pero antes tendrían que hacer otra cosa.

 “Zorras id a limpiaros bien las bocas.” les dijo el Dios de pelo azabache a los dos muchachos.

Los hermanos se pusieron en pie y fueron al lavabo, que estaba justo al lado de la habitación de su madre. Ricky se bajó la cintura del pantalón de chándal azul oscuro que llevaba puesto, lo justo para sacar fuera su dura polla. Luis y Saúl entraron de nuevo en el cuarto tras haberse enjuagado la boca con elixir, para quitarse los restos de suciedad que habían lamido del calzado del mayor.

“Ahora chupadme el rabo. Los dos.” Les dijo el perro callejero.

De nuevo fue Luis el primero en obedecer, pegó sus labios al increíblemente hermoso rabo de su Macho y empezó a pasarle la lengua con total devoción por el tronco. A Saúl le daba asco que su lengua se rozara con la del imbécil de su hermano. Pero la atracción que ejercía sobre él la mera visión de ese rabo majestuoso le hizo terminar de decidir. Inclinó su rostro acercándolo a la entrepierna de Ricky, y antes de abrir la boca echó un rápido vistazo hacia arriba, al rostro de su amado Semental. Un fugaz pensamiento pasó por su cabeza Ojalá Ricky se quitara la camisa y me dejara ver su magnífico torso, pero no iba a tener suerte en esa ocasión. Saúl bajó su mirada, para finalmente cerrar los ojos, y no tener que enfrentarse a la desagradable realidad. Haciendo de tripas corazón, el menor de los muchachos abrió su boca, sacó su lengua y empezó a acariciar con ella toda la extensión del aquel miembro viril que merecía su total devoción.

Saúl aprovechó que Luis empezó a lamerle los turgentes huevos al perro para meterse la punta de su dura polla dentro de la boca. Cuando el quinceañero consiguió por fin tener ese dulce manjar entre sus juveniles labios, se olvidó de todo lo demás. Empezó a succionar y lamer con todas sus ganas, sintiendo al tiempo que le chupaba el rabo al perro como su propio ano empezaba a contraerse, reclamando la atención de ese Macho Semental en el interior del mismo. La habitación se llenó de los jadeos del perro y los chupetazos de las bocas de los dos menores. Ricky, encendido de deseo, puso cada una de sus manos en las cabezas rubias y los guiaba para marcarles el ritmo que mejor le iba. Empezó a mover su propia cadera acompañando esas dos bocas que le proporcionaban tanto placer. Sobreexcitado como estaba, el de pelo azabache comenzó a soltar frases hirientes y cachondas a sus dos esclavos:

“Así…. Chúpamela más profundo… Ah Siii… Menudo par de guarras me he agenciado…”

Hubo un momento en que sin querer se le salió el duro rabo de la boca a Saúl, y su hermano mayor, que permanecía con los ojos abiertos, no perdió la oportunidad de meterse ahora él esa  rica polla dentro de su cavidad bucal. Saúl entonces tuvo que conformarse con chupar allí donde quedaba un espacio libre. La estampa era inigualable en lubricidad, con el joven Dios de pelo azabache vestido en chándal y con camiseta blanca de tirantes, luciendo en su rostro un sensual gesto de intenso placer, y arrodillados a sus pies dos jóvenes de nívea piel, cada uno tan hermoso como el otro, igual de excitados por estar haciéndole una buena mamada al perro, y vestidos con la ropa interior de su madre.

“¡Abre más los labios! ¡Y tú muévete más rápido! ¿Sois unas zorras que no sabéis ni como chupar una buena polla de Macho! ¡Os obligaré a hacerlo a diario hasta que aprendáis! ¡Putas!”

Cuando Ricky ya no lo pudo aguantar más, sacó su polla de dentro de la boca de Luis y empezó a correrse en abundantes chorros encima de las caras de los hermanos, a quienes se les había corrido el maquillaje y tenían restos de pintalabios manchándoles las mejillas. La espesa leche del perro salió disparada de su glande directa a los ojos, labios, nariz y el pelo de los dos rubios.

“¡Pero qué cerdas sois joder! ¡Puerco, límpiale mi corrida a tu hermano, y tú, guarra, haz lo mismo con él!” les dijo el mayor cuando había terminado de correrse en sus caras.

Los hermanos sentían sus rabos a punto de explotar dentro de los mini-tangas, y tenían también muchísima vergüenza de cumplir esa orden, pero no les quedaba más remedio que hacerlo. Aunque su Semental no se lo había dicho directamente, sabían que el primero en abandonar, el primero que tirase la toalla, iba a ser relegado a un segundo lugar, y ninguno de ellos estaba dispuesto a soportar aquello. Luis empezó a pasar su húmeda lengua por toda la superficie de la cara del menor, que a su vez sacó su sinhueso e hizo lo propio con el rostro de su hermano. Los dos rubios tragaron con deleite la rica leche de su Macho, y cuando terminaron se lo quedaron mirando, a la espera de recibir su siguiente orden.

Ricky cogió por los pelos al mayor de los hermanos y tirándole fuerte de él le hizo ponerse en pie, al lado de la cama. Cogió el mismo panty que había usado antes como brida y lo utilizó para atarle las muñecas juntas a su espalda. Saúl lo miraba con desesperación ¿Iba a follarse a Luis delante de sus narices? ¡No podría soportarlo! ¡No quería ser testigo de algo así! ¡El perro callejero le pertenecía y ningún otro culo que no fuese el suyo debía tener el privilegio de alojarlo en su interior! Y menos el mugriento culo de su hermano. Si hasta ahora el menor solo había sentido cierta animadversión hacia Luis, en ese momento fue un profundo sentimiento de odio, avivado por los intensos celos, el que se instaló en su corazón.

“Ricky…” empezó a decir en un susurro

               

“¡Calla, puta!” le respondió el mayor, de mala manera.

Saúl calló, no solo por la tajante orden que le había dado el moreno, sino porque en realidad no sabía ni qué mierdas quería decirle “¿No te folles a mi hermano? ¿Rómpeme a mí el culo con tu dura polla?” No podía decirle aquellas cosas en voz alta, y menos en presencia del imbécil de Luis. Entonces Ricky volvió a hablar, haciendo que el menor olvidara temporalmente su línea de pensamiento.

“Cerda, túmbate sobre la cama y ábrete bien de piernas, que veamos bien ese sucio culo de guarra que tienes.” Le dijo a Luis.

El joven casi se tiró sobre el colchón y quedó con la cabeza y el pecho apoyados sobre la cama, el tener las manos atadas a la espalda le complicaba bastante la labor. Como su Macho le había ordenado, separó todo lo que pudo sus rodillas para dejar su ojete a la vista. En la nalga izquierda tenía marcados los dientes de su hermano en color rojo intenso. Él mismo estaba también convencido de que estaba a punto de perder la virginidad con Ricky, y solo imaginárselo hacía que su ano y su pequeña polla palpitasen, provocándole una fuerte excitación. Pero no era eso lo que el moreno tenía en mente.

“Tú puerco, arrodíllate detrás de la puta maricona de tu hermana y lámele bien el ojete.”

Saúl no se lo podía creer ¿¡Que tenía que lamerle el culo al gilipollas ese!? ¡¡¿Pero quién mierdas se pensaba que era para ordenarle semejante asquerosidad?!! El menor se vio incapaz de hace aquello, intentaba convencerse a sí mismo, diciéndose en silencio: Es mi Amo, mi Dueño y Señor y no tengo derecho alguno a replicarle. Si abandono ahora, Luis saldrá vencedor y terminará siendo la favorita de Ricky… ¡No! ¡No permitiré que eso ocurra!”

Pero no funcionaba. Su cara no se movía, Saúl estaba como petrificado y no podía seguir adelante con aquello. Le daba demasiada repugnancia acercar su boca a ese inmundo agujero. Si le hubiese ordenado lamérselo a él, a su Dios, no habría tenido tantos prejuicios ¿Pero al imbécil de su hermano? ¡Que se lo chupe otro el puto culo!

“¡No puedo hacerlo!” exclamó de pronto Saúl, irguiéndose.

“¡Maldita puta estúpida!” gritó Ricky

El moreno cogió un cepillo de madera que había sobre la mesilla de noche, y empezó a golpearle en sus redondeadas y púberes nalgas ¡¡CHASS!! ¡¡CHASS!! ¡¡CHASSS!! El menor tuvo que apoyarse en el culo de su hermano Luis para no caer de bruces, pues los golpes que le estaba arreando el Semental eran brutales. Ya sentía el trasero en carne viva por culpa de las rígidas púas que se le clavaban en la fina piel y le agujereaban la misma, en cientos de puntos distintos.

“¡Basta! Para ya, Ricky ¡¡Me haces daño!! ¡¡Aaaah!!” gimoteaba el joven de pelo trigueño.

Pero el bestia de su Amo no se inmutaba por aquellas lágrimas.

“¡Cállate puta, y mete tu asquerosa lengua en su jodido culo de una puta vez!” le ordenó el de pelo azabache por enésima vez.

Saúl no podía aguantarse las lágrimas, por estar fallándole a ese Dios y por el daño que le hacían los azotes que le estaba dando en el culo.

“¡No puedo! ¡No quiero meter mi lengua ahí, me da asco!” exclamó entonces el más joven de todos.

Y al oírle decir eso, Ricky agarró el cepillo con el que estaba destrozándole las nalgas al chaval y ¡ZAS! De un solo movimiento, y sin ayuda de lubricación alguna, le introdujo todo el mango por completo en su recto, de manera salvaje y buscando hacerle el máximo de daño posible.

“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaghhhh!!” el terrible grito de agonía que soltó Saúl fue desgarrador.

“¡Grítame ahora puta! ¡¡Grita ahora que tienes motivos para hacerlo!!” el moreno estaba muy cabreado con ese imbécil que no era capaz ni de obedecer una simple orden.

Ricky empezó a meter y sacar de manera animal el mango del cepillo de dentro del culo del niño, con toda su mala leche. Saúl estaba con la espalda completamente arqueada, las piernas semi-abiertas, y arañando las nalgas de Luis quien, con las manos atadas y esa forzada posición sobre la cama, poco podía hacer por colaborar o apartarte de su rebelde hermano menor.

“¡Puerco, o empiezas ya mismo o te meto el cepillo por el lado de las cerdas dentro! ¡Me estás cabreando muchísimo!” le ordenó de nuevo el perro.

De pronto Saúl entendió que no le quedaba más remedio que tragarse el puto orgullo y sus ganas de vomitar y hacer lo que Ricky le había ordenado, o terminaría desgarrándole el culo con ese puto cepillo.

“si… Amo…” logró susurrar el quinceañero, entre lamentos de dolor.

Finalmente, Saúl se puso de rodillas en el extremo del colchón, inclinó su cuerpo y cogió aire para evitar respirar el pestilente aroma de ese vomitivo agujero. Pudo dar las primeras lamidas más o menos bien, pero cuando no pudo aguantarlo más y se vio forzado a coger aire, casi vomita de verdad. El sabor y el olor de ese culo eran realmente nauseabundos, como si Luis hubiese cagado justo antes de que el quinceañero pegara sus labios a su orificio de atrás. Ése fue el único momento en toda la velada en que Saúl estuvo a punto de claudicar. Y si no lo hizo fue porque por encima de todos sus ascos y manías, lo que más le importaba al menor era que Ricky lo considerara su favorita.

“¡Ponle más ganas! ¡Quiero oír a la cerda jadear con tu lengua en su culo! ¡Vamos, zorra!” le increpó el de pelo azabache.

Al ver que esa perra desobediente al fin hacía lo que le había mandado, Ricky le sacó el cepillo del culo y lo sustituyó por su propio rabo. Saúl notó como se le encogía el estómago y como le subía el ritmo de las pulsaciones de su joven corazón. Con solo metérselo dentro, el perro callejero notó como el crio empezaba a tener convulsiones. Las paredes de su culo le apretaron el rabo, como intentando ordeñarle, y Saúl manchó la cama de su madre con su espesa lechada. Y eso que Ricky no había hecho más que meterle dentro su duro rabo, sin moverlo aún. Eso fue del todo bochornoso para el menor, que sencillamente ya no había podido aguantar más el estar al límite de la eyaculación, con su polla dura desde que había entrado en ese cuarto. Luis por su lado, callado como estaba, se sentía muy dichoso, por la falta del quinceañero, y por los castigos que estaba recibiendo por parte de su Amo.

“¿Ves cómo te gusta, puerco? A ver si así aprendes a no desobedecerme jamás en tu puta vida”

En cuanto el Semental de ojos verdes hubo dicho esto, agarró a Saúl por las caderas y empezó a embestirle de manera bruta. La primera vez que lo hizo con él se había demorado en lubricarle bien la zona y dilatarle un poco su estrechísimo agujero, porque quería que en cierta forma él también lo disfrutara, pero en esta ocasión lo que quería era castigarle. Primero con el cepillo y ahora con su propio duro rabo. Ricky quería que Saúl sufriera el máximo dolor posible, y además que fuese su puta polla quien le provocara ese daño insoportable.

“¿Lo notas, puta? ¿Notas como atraviesa tus entrañas?” Ricky movía sus caderas a una velocidad vertiginosa

“¡¡Noooooo…!! ¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaagh!!” el menor de los hermanos aulló de manera profunda.

“¡Voy a metértela tan adentro que terminará saliéndote por esa boca de guarra que tienes!”

Ricky no podía parar de soltarle lindezas como esas, intentando hundir el recio orgullo del crío en la mierda, y por lo fuerte y duro que le daba, realmente parecía que quisiera atravesarlo por completo con ese regio mástil con el que lo empalaba. El pobre Saúl solo podía gritar y poco más, pues las firmes manos de su Dios lo tenían bien cogido y no le dejaban escapar. “Por lo menos me está follando a mí, y no a Luis” pensó el menor, en medio de su agonía. Pero no debería haberlo hecho, pues fue como si invocara a la mala suerte.

De repente su Semental de pelo azabache el sacó de forma brusca el rabo de dentro de su culo y lo empujó tan fuerte hacia un costado, que el quinceañero terminó cayendo de culo al suelo.

“”¡¡AAAAAAAhhhhmmmmm!!” lo siguiente que oyó Saúl fue profundo gemido de la inconfundible voz de su hermano.

Carcomido por la curiosidad, el menor se arrodilló en el suelo para poder ver bien lo que sucedía encima de la cama y casi creyó morir cuando descubrió que su Dios, su Amo y Señor, su amado perro callejero, ahora estaba insertando su firme polla por el hasta ahora virginal culo de su hermano Luis. Los ojos del rubio de abrieron como platos, incapaz de aceptar esa escena que estaba viendo, pero sin poder tampoco apartar la mirada de esos dos cuerpos sudorosos que retozaban como animales justo en frente de sus putas narices,

“Hmmmm… Hmmmmmmm… ¡¡Aaaaaaaaaaaaaay!!” Luis intentaba no quejarse demasiado, pero con esa potente polla partiéndole el culo en dos, era imposible no gritar.

Saúl tenía las nalgas ardiéndole, seguro que las tenía completamente enrojecidas por los golpes, pero no le importaba nada de nada, ya solo podía pensar en eyacular, en que Ricky se lo follara a él y no a su hermano y llegar a correrse con su rica polla incrustada en lo más profundo de sus intestinos. Pero no era a él a quien se estaba follando salvajemente ¡¡Era al idiota de Luis!!

El Dios de ojos esmeralda, comenzó a empujar, penetrándole sin compasión y llevándose de una sola embestida la inocencia del gilipollas del mayor de los hermanos. Tuvo tan poco cuidado en esa primera embestida, que el ano de Luis se rajó un poco y empezó a derramarse algo de sangre.

“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagh!!” Luis lloraba y gritaba, pero no hacía además de apartarse y seguía con las piernas completamente abiertas, ofreciéndose por completo a su Macho.

Ricky notaba el culo de Luis apretándole con saña su duro rabo, pero eso no le hizo detenerse, ni tampoco sintió pena por sus gritos. Todo lo contrario, su lado sádico y morboso estaba disfrutando de lo lindo con esa especie de violación a su puta maricona. El perro callejero embestía de manera frenética sobre el dolorido y sangrante culo de la cerda mayor, pronto sus fuertes gemidos llenaron la habitación, junto con los jadeos y gritos del muchacho al que sodomizaba de forma tan salvaje.

Saúl había sido expulsado del juego y cada vez se sentía más humillado y dolido. No podía ser que Ricky prefiriese meter su magnífica polla en ese agujero inmundo, teniéndole a él más que dispuesto a satisfacerle en todos los sentidos. Solo había una cosa en la que Luis sobresalía por encima de él, y era en su sentido innato de sumisión. Su hermano mayor jamás se quejaba. ¿Era por su rebeldía natural que Ricky lo despreciaba? Joder… había hecho ya mucho por él, se había tragado el orgullo en más de una ocasión, y dejó que lo avergonzara hasta niveles inimaginables hasta hacía poco para el menor. Pero parecía que eso no bastaba… Saúl lo entendía, pero aun así empezó a despreciar a su hermano mayor de manera profunda, por haber sido el elegido para recoger en su interior la simiente de su adorado Amo.

Y fue así como sucedió. El perro callejero folló el culo de la cerda por un buen rato, y cuando su excitación llegó al límite, expulsó litros de lechada caliente y espesa dentro del culo del hermano mayor. En ese momento Saúl hubiera matado a Luis. Cuando terminó, Ricky sacó su polla de dentro del culo de Luis y dio una nueva orden a sus putas, mientras le desataba las muñecas al mayor:

“Guarras, quitaos las bragas ¡Solo las bragas! Y dádmelas.”

Todo lo que habían hecho había sido con la ropa interior puesta, apartándola a un lado. Los jóvenes de pelo trigueño se sacaron los tangas y se los dieron a Ricky, que empezó a limpiarse los restos de su corrida, la mierda de Luis y los rastros de sangre con ellas.

“¡Cerda!” dijo dirigiéndose a Luis “Limpia la corrida de tu hermano” Ricky señaló la blanca lechada que había sobre las sábanas. Luego miró a Saúl, que ya sabía qué le iba a ordenar y le dijo “Y tú puerca, límpiale a la cerda mi corrida”

Ricky se acercó al cajón de la ropa interior de la madre de los chicos y tiró dentro las bragas manchadas con las que se había limpiado. Observó como los muchachos obedecían, esta vez sin escuchar ni una sola queja del quinceañero, que amorró su boca al culo de su hermano mayor, y empezó a beber con avidez los restos de esperma que rezumaban de él. Luis a su vez se puso a lamer las sábanas y tragó la corrida de su hermano menor, sin decir nada tampoco. El perro se sintió más relajado y tranquilo, después de haberles dado una buena lección a esos idiotas.

“Basta. Guarra, baja a prepararme algo para comer.” le ordenó a Luis.

El rubio asintió en silencio y se marchó a la cocina, donde empezó a prepararle una suculenta comida a su Amo, vestido con las botas negras de caña alta y el sujetador rojo. No se preocupó en reparar su maquillaje, que estaba todo corrido, ni se atrevió a masturbarse para aliviar un poco la tensión que tenía en la entrepierna. Había disfrutado como una perra de la tremenda follada de su Macho, pero le había dolido tanto el salvaje desvirgamiento que Luis fue absolutamente incapaz de correrse. Esperaba que el Semental requiriera de sus servicios más adelante esa misma tarde y que entonces pudiera llegar a correrse.

En el piso de arriba Saúl estaba de pie justo a la cama. El perro callejero por fin se había quitado la camisa y se había tumbado a descansar. El menor miraba a su Dios con adoración y deseo en sus lindos ojos. Esperaba con ansias una nueva orden, que no tardó en llegar:

“Límpiate bien la boca, zorra. Ya sabes lo que quiero.” le dijo el Dios, con su sensual voz.

“Si, Ricky, como mandes.” le respondió el chico, que corrió raudo a enjuagarse de nuevo.

Cuando volvió a la habitación de su madre, Saúl se encontró a Ricky tal como lo había dejado, con los pantalones bajados y masturbándose suavemente mientras cambiaba los canales de la tele con el mando.

“Ven, túmbate aquí y deja tu culo de cerda a mi alcance.” dijo el de pelo azabache.

“Claro, voy.” respondió Saúl, sintiéndose lleno de felicidad.

El menor se tumbó en la cama, boca abajo. Como Ricky le había ordenado, puso su trasero al alcance de su mano, y entonces se dedicó a hacerle una mamada de las que hacen historia. No tenía prisa alguna, ni hermano molesto a la vista, por lo que el rubio pudo dedicarle toda su atención a ese menester. Pasó su fina lengua por cada rincón de la polla del perro, sorbió sus huevos con deleite, y luego se metió su duro rabo dentro de la boca y empezó a darle el máximo placer que fuese posible con su lengua y sus labios. Ricky no paraba de hacer zapping, sin dirigir su mirada al rubio que se la chupaba. Pero su mano izquierda se coló entre las nalgas del quinceañero y empezó a introducirle un par de dedos dentro.

Cuando Luis abrió la puerta con la pierna, ya que tenía las manos ocupadas por la bandeja con la comida, se llevó una desagradable sorpresa. No había pensado que, en su ausencia, y habiéndose corrido justo hacía escasos minutos, su Semental fuese a tener necesidad de más servicios de sus putas. Pero estaba claro que se equivocaba. Ricky no era como cualquier otro chaval de su edad, su Dios era un Macho como había pocos en el mundo, capaz de mantener su erección dura y de correrse seguido, las veces que hiciera falta.

“Aquí tiene su comida, Señor.” dijo tímidamente Luis desde la puerta.

Ricky le dirigió una penetrante mirada, y le respondió:

“Tráemela aquí, puerco ¿O te vas a quedar ahí toda la puta tarde?”

El hermano mayor entró y le puso la bandeja, con patas, sobre el regazo al Macho. Como estaba alzada, Saúl cabía debajo de la misma y podía seguir chupándole el rabo a su Amo sin problemas. El perro miró lo que contenía la bandeja: unos entremeses, pan, un buen bistec con papas, de postre unas cerezas y para beber le había traído cerveza.

“Muy bien, cerda, lo has hecho bien.” le dijo al chico.

Pero su sonrisa torcida no se debía a la rica comida que Luis le había traído, sino a una cruel idea que se le acababa de ocurrir. Ricky volcó el plato de las cerezas y éstas cayeron rodando en la bandeja. Cogió una y miró su grosor, era de las mayores.

“No te muevas y sigue con lo tuyo.” le dijo al quinceañero.

Entonces bajó su mano al culo de él y empujó la cereza dentro de su estrecho culo. Saúl abrió los ojos y miró de reojo, intentando comprender qué sucedía. Él no podía ver lo que el perro callejero le estaba metiendo por el ano. Era algo molesto, pero no doloroso, así que siguió mamándole el rabo con relativa tranquilidad. Luis, de pie al fondo de la habitación, observaba con curiosidad lo que su Señor le estaba haciendo a su hermano menor. Ricky cogió una segunda cereza y la metió también dentro del culo del chico, y repitió la operación varias veces más, llenando el intestino del menor con esos frutos. Cuando notó que ya no cabían más cerezas dentro del ano del rubio, Ricky le ordenó a Luis:

“Ponte detrás de él y saca todas las cerezas con tu boca. Las he contado, hay 13. No te dejes ni una o te castigaré”

Luis tembló por dentro al oírle decir eso a su Macho, pero en seguida obedeció su orden. Se arrodilló entre las piernas de su hermano, le separó los cachetes del culo con ambas manos, y metió sin dudarlo su larga lengua dentro de su culo estrecho. Saúl notó un fuerte placer que le provocó una erección instantánea. Los músculos de todo su cuerpo se tensaron y empezó a soltar fuertes respiraciones sobre la polla del perro. Luis consiguió sacar la primera cereza con relativa facilidad. La cogió entre sus dientes y se la enseñó a Ricky.

“Cómetela y escupe aquí el hueso” le dijo, poniendo el plato vacío donde habían estado las cerezas sobre el colchón, a su lado “Más te vale que cuando termine de comer cuente 13 huesos o lo pasarás muy mal.”

El mayor de los hermanos se afanó a meter de nuevo su larga lengua en el culo de Saúl, para ir sacando cerezas, comiéndolas y escupiendo el hueso en el plato. Pero cuando llegó a la décima la cosa empezó a complicarse, porque las había metido tan profundo que no llegaba con su lengua a rozarlas.

“¿Ppuedo… puedo usar mi mano… ¿Señor…? Es que no llego a…” le suplicó Luis al Semental.

“¡No!” respondió de manera tajante el Dios de ojos esmeralda “Vamos, cerda, mete tu lengua dentro del culo de tu hermano menor y recupera las 3 cerezas que te faltan… se te acaba el tiempo”

Ricky había terminado de comerse los entremeses y empezó con el bistec. Luis volvió a lanzarse a intentar cumplir con lo que el perro callejero deseaba de él, pegó sus labios a la entrada posterior de Saúl y empezó a meter su lengua lo más profundo que podía. Se sentía muy frustrado, ya que la punta de su lengua rozaba una y otra vez las cerezas que su hermano menor tenía dentro del intestino, pero no había manera humana de sacarlas de allí. Saúl cada vez estaba más y más excitado. Aunque odiaba a Luis con todas sus fuerzas, era un hombre, y tener la lengua de ese imbécil lamiéndole en esa zona suya tan sensible, lo estaba llevando al límite del clímax. El pobre quinceañero tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no terminar corriéndose sin el permiso de su Amo. Viendo que Luis iba a recibir un buen castigo por parte del perro, esperaba recibir él una buena recompensa, mejor que chuparle el rabo, que de por sí era ya un deleite para sus sentidos.

“¡Tiempo!” gritó el moreno, lanzándole la lata de cerveza vacía a la cabeza a Luis.

Ricky dejó la bandeja con los platos vacíos a su lado en la cama, apartó a Saúl y se fue hasta el armario de la madre de los chicos, de donde sacó una minifalda que parecía de animadora, roja y blanca. Se la tiró a Luis.

“Póntela ¡Rápido!” le ordenó.

El rubio lo hizo, sin saber muy bien qué sería lo siguiente que le ordenaría hacer ese sádico Dios al que adoraba, pero sabiendo ya desde el principio, que él cumpliría con cualquier cosa que le dijera de hacer.

“¡Jajajajaja! ¡Ahora sí que pareces toda una puta comepollas!” se rio el moreno.

Saúl permanecía sentado en la cama y se rio por dentro de las pintas que llevaba su hermano, con las botas de caña alta, la falda plisada cortísima, el sujetador rojo y el maquillaje todo corrido. El perro callejero sabía que los hermanos se odiaban y pelearían con uñas y dientes por ser su predilecto, y pensaba usar eso para empujarlos cada vez más a una profunda espiral de desesperación y deseo, humillándolos hasta límites insoportables. Y pensaba empezar ya mismo, con la siguiente orden que le dio al mayor de los hermanos:

“Ve al bar de aquí en frente y cómprame tabaco”

Luis puso cara de asombro. Una cosa era vestir de esa manera bochornosa en la intimidad de su hogar… Pero ¿salir a la calle así vestido? ¡¡Era imposible que él hiciera eso!!

“Señor… yo… no p… no puedo…” empezó a lamentarse, tartamudeando un poco

Pero el perro callejero se mostró inflexible en su decisión.

“Ahora mismo vas a salir por esa puerta y tienes dos opciones. Hacer lo que te he dicho, demostrando lo puta y cerda que llegas a ser. O puedes irte a la mierda si quieres, pero no vuelvas a aparecer en mi presencia en tu jodida vida. Tú eliges. ¡Vete!”

Luis salió a paso muy rápido, cogió unas monedas de su cartera y bajó las escaleras, quedándose mirando la puerta de salida, sin atreverse a cruzarla. Si decidía hacerlo todos los vecinos, los tipos del bar, sus amigos del colegio, todo el mundo se enteraría que era una guarra maricona. Era incapaz de hacerlo. Pero si no lo hacía… ¡Su Dios renegaría de él y se quedaría con Saúl! ¡Eso sí que no podría soportarlo! Así que abrió la puerta, cogió aire y empezó a andar muy despacio en dirección al bar que había en la acera de en frente.

Mientras Luis se pensaba si salir o no de casa, en el piso de arriba Ricky había cogido a Saúl del brazo y lo había llevado hasta la ventana, poniéndolo de cara contra el cristal. El perro callejero era más alto que el chico por una cabeza de diferencia, y el menor podía notar la dureza y la calidez del cuerpo del mayor rozándole por la espalda. Entonces vieron a Luis, vestido como una zorra, dirigiéndose al bar. Algunos de los tipos que estaban en la terraza ya lo habían visto y se reían de él a carcajada limpia.

“Ve con mucho cuidado, puta. La próxima vez podrías ser tú el que tenga que pasar por eso.” Le susurró el perro al rubio con voz ronca y masculina, rozándole la oreja con sus labios.

Saúl se estremeció de arriba abajo. Si Ricky le obligaba a él a hacer una cosa así… No tenía muy claro que tuviese los cojones de hacerlo. Entonces el mayor agarró su polla y la puso pegada a la entrada posterior del menor. Le sujetó por las finas caderas y empezó a meterle su dura polla en el estrecho esfínter. Saúl intentó relajarse, respirando profundamente y abriéndole el paso a ese monstruo que estaba casi desgarrándole el culo.

“¡¡AAAAAhhhhhhmmmmm…!!” gimió el menor.

En esa ocasión Ricky se la estaba metiendo más despacio, además el chico tenía lubricada su entrada posterior con la saliva de su hermano, y eso hacía que la penetración no resultara tan dolorosa y sí más placentera. El rubios se estaba volviendo loco de deseo.

“Eres una buena puta” le dijo Ricky al quinceañero, con su boca junto al oído del chico “Ahora abre bien las piernas y deja que tu Amo te folle.”

Mientras le decía eso, Ricky bajó sus manos abiertas por los brazos del menor, le agarró cada una de sus muñecas con sus firmes manos y las subió por encima de su rubia cabeza, manteniéndolas allí agarradas. Entonces el perro callejero empezó a sodomizar a Saúl con todas sus ganas. El crío mantenía bien abiertas sus piernas, y notaba el frio cristal de la ventana contra su cara, su torso y contra su propia polla, que palpitaba de manera intensa por el tremendo gusto que le daba el perro. El menor dirigió su mirada al bar y vio que su hermano mayor tardaba demasiado en salir, seguro que estaba teniendo problemas… ¡Bah! ¡Que se jodiera por ser tan capullo! Cerró los ojos y empezó a disfrutar al máximo de la follada del perro.

“¡¡AAAAAaaaaaaaahhhh!! ¡¡AAAAaaaaaaaaaahhhh!!” los gemidos de Saúl eran cada vez más fuertes.

“Me encanta follarte el culo, guarra... ¡¡Eres una puta!! ¡¡Una maricona que siempre está dispuesta a ser jodida por su Macho!!” como siempre, Ricky iba amenizando la sesión de sexo con insultos y burlas a su esclavo.

El Dios de pelo azabache no soltó las muñecas de Saúl en ningún momento. Continuó sodomizándolo de forma bruta por unos largos minutos. Realmente Ricky pensaba que el culo del quinceañero no tenía comparación con ningún otro que hubiera probado. Era estrecho, por lo que apretaba de manera continúa su polla, proporcionándole un fuerte placer. Saúl tenía las nalgas redondas y firmes, y en conjunto toda su anatomía se le hacía deliciosa. Incluso ese carácter rebelde suyo lo fascinaba. Pero no se lo iba a decir nunca en voz alta. Se había propuesto convertir al menor en su mejor puta sumisa y lo haría con la ayuda de su hermano mayor. Llegaría el día en que Saúl besaría el suelo que él pisara, y que obedecería todas sus órdenes, por asquerosas o humillantes que fueran, sin replicarle.

En ese momento vieron como Luis salía del bar, con la falda de animadora en una mano, es decir, con su culo al aire, y con el paquete de tabaco en la otra. Unos tipos con pinta de camioneros le seguían de cerca, dándole patadas y empujándole. Uno incluso le escupió. Sus voces no llegaban al piso de arriba, pero le gritaban “¡Marica de mierda!” y lindezas por el estilo.

En ese preciso momento Ricky empezó a follarse el rico culo de Saúl con más energía que antes. Su dura y gruesa polla salía y entraba de dentro del esfínter del menor a una enorme velocidad y ambos muchachos estaban sintiendo un intenso placer con esa jodienda.

“¡Me corro! ¡¡Me voy a correeeer!! ¡¡AAAAaaaaaaaaaaahhhhh!!” el primero en eyacular fue el menor, que manchó la ventana con su lefada.

Un segundo después Ricky clavó su regio mástil en lo más profundo del culo del chico y empezó a regarle las entrañas con su leche. El perro callejero se corrió de manera muy abundante dentro del culo del menor, y cuando terminó se apartó de él, despegando su cuerpo del de Saúl, y le dijo:

“Arrodíllate y límpiame la polla” miró la corrida del menor en la ventana “Eso lo guardaremos para la puerca de tu hermana.”

El crío obedeció de inmediato, y se puso de rodillas ante su Macho, metiéndose en la boca su sucia polla. Jamás en su vida se había sentido tan satisfecho ni tan orgulloso de sí mismo, como cuando ese Dios de ojos esmeralda y pelo negro escogió su culo para que le diese placer. Saúl se prometió a sí mismo no volver a hacerle enfadar nunca, obedecerle de manera ciega y comportarse de manera tan sumisa que Luis a su lado, con ese flojo carácter que poseía, parecería el rebelde. Saúl realmente lo pensaba en serio, pero… ¿Sería capaz de cumplir esa promesa que se había hecho a sí mismo?

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