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CASTIGO EJEMPLAR Ai no Kusabi FanFic [RikixIason]

en Dominación

Ai no Kusabi es para mí la mejor historia yaoi que se haya escrito. Si eres de los pocos que no lo conoce, puedes leer igualmente este fanfic. Solo necesitas saber que Iason Mink es un androide Blondie, pertenece a la élite de su ciudad. Y Riki, su mascota, es un humano, líder pandillero de los barrios bajos, a los que llaman despectivamente mestizos. Ambos poseen férreos orgullos. Según la novela, Iason hizo completamente suyo a Riki seis meses después de tomarlo como pet. Me he tomado la licencia poética de modificar este único dato, adelantando este hecho y relatándolo como si hubiera sucedido en una visita a la Tierra. ¡Espero que os guste!

 
 
 

VIAJE A LA TIERRA. ASTRONAVE CIVIL.

La pequeña nave surcaba el espacio en absoluto silencio. La avanzada tecnología de Amoi permitía realizar viajes estelares a gran velocidad, hecho del todo imperceptible para sus ocupantes. El destino de aquel vehículo sideral era un lejano planeta llamado Tierra. Dicho vehículo era de dimensiones bastante más reducidas de lo habitual en ese tipo de viajes porque únicamente eran dos los pasajeros que lo ocupaban, además de los furniture, o muebles, que atendían todas sus necesidades, desde hacerles la cama, a vestirles. Las blancas paredes del vehículo estaban decoradas con finas líneas doradas curvas que se cruzaban entre ellas formando curiosos dibujos. El suelo era tonalidad violeta tirando a oscuro. Y los muebles de un granate opaco que combinaban a la perfección. En conjunto aquel lugar exhalaba puro lujo y serenidad absoluta, con una suave música instrumental de fondo.

 

Uno de los pasajeros, el Blondie Iason Mink, permanecía sentado en el salón principal, cuyo muro frontal estaba compuesta por una enorme cúpula de un material parecido al cristal, desde el techo hasta el suelo, por la que se podía ver el oscuro espacio exterior. El alto hombre de larga cabellera rubia mantenía sus afilados orbes de hielo apartados de manera muy consciente de la figura que se retorcía en el suelo delante de él, rompiendo la plácida quietud de aquella nave con sus ahogados gemidos quejicosos. Todos y cada uno de sus actos, fueran para bien o para mal, formaban parte de la doma de su pet. Iason tenía las piernas cruzadas, y ambos brazos apoyados sobre el sillón. En una de sus manos sostenía una copa alta que contenía un licor frío y de sabor afrutado. Vestía su indumentaria habitual, un elegante traje blanco de grandes solapas, con chaqueta terminada en dos picos largos en la parte de atrás. Todo bordeado en un hilo dorado. Sus refinados guantes y los zapatos eran del mismo color que el resto de su atuendo.

 

A sus pies, Riki, el mestizo del Ghetto, se sentía como si su sangre se hubiese convertido en pura lava ardiente que se agitaba dentro de sus venas. Todos los poros de su piel le quemaban de manera intensa. Como sus muñecas estaban esposadas al collar que Iason le había obligado a ponerse, no tenía demasiado margen de maniobra. Del collar colgaba una fina cadena dorada, que el Blondie sujetaba con elegancia con su otra mano. De la garganta del mestizo de pelo azabache y ojos tan oscuros como la noche, emergían jadeos mal contenidos. A pesar de la situación en la que se encontraba, Riki se encabezonaba en no querer dejarse llevar por sus más bajos instintos, aunque aquella férrea voluntad que le caracterizaba como perro alfa en el Ghetto quedaba del todo eclipsada cuando la droga que ese maldito Blondie le había suministrado bloqueaba su capacidad de raciocinio. Si a eso se le unían el uso del Pet Ring que mordisqueaba la base de su miembro con saña, o las caricias del sádico hombre rubio, el resultado podía resultar nefasto para su cordura. Por suerte, o por desgracia para el impuro, Iason no parecía tener interés alguno en ponerle la mano encima. Al menos por ahora.

 

“Nnhhhg… Maldita sea… Iason…”

 

El joven de pelo azabache sentía fuertes espasmos repartidos por todo su cuerpo. Permanecía desnudo desde el primer día que Iason lo reclamó como su pet. Estuviesen en el interior de su domicilio, en plena calle o de viaje en una nave estelar. El Blondie pretendía eliminar de esa forma toda la vergüenza que pudiera sentir su mascota al mostrar sus intimidades ante miradas ajenas. Riki todavía no se había acostumbrado a ser observado por ojos libidinosos allá donde fuera, y normalmente se sentía de lo más incómodo y muy violento, pero en ese momento su última preocupación era quién pudiera estar viéndole.

 

Iason bajó su mirada celeste y clavó sus penetrantes pupilas en los orbes oscuros del mestizo.

 

“Todo esto es culpa tuya. Si dejaras de intentar escapar a cada ocasión que se te presenta, o de ponerme en evidencia cuando te saco en público, las cosas resultarían mucho más sencillas para ti” le dijo con un tono de voz calmado, y tan frío como su semblante habitual, impasible y glacial.

 

El cuerpo de Riki volvió a sufrir espasmos. Ahora estaba tumbado boca arriba, con las piernas completamente abiertas. Las caderas se le movían hacia arriba, como si estuviera recibiendo un trabajo oral de una boca invisible. No actuaba de aquella manera tan indecorosa por instinto exhibicionista, el impuro no poseía esa naturaleza. El motivo de su comportamiento era la droga afrodisíaca para pets que el Blondie le había administrado. Llevaba dándosela desde la primera sesión de doma. Pero normalmente le daba dosis pequeñas, cuyo efecto se le pasaba en unas horas, cuando el Blondie había conseguido lo que quería de él. Pero en esta ocasión la cosa era muy distinta. Hacía más de 24 horas que Iason mantenía a Riki drogado. Y lo que le quedaba aún por aguantar era tal vez demasiado.

 

“Nno voy a poder… nnhhhg… soportarlo… Aaah”

 

Riki ardía por dentro. Todo su cuerpo era puro fuego. Esa droga, que no solía causar un efecto demasiado visible en los pets de Eos, tan acostumbrados a tomarla, provocaba un efecto devastador en el mestizo del Ghetto. El pelinegro sentía como si cada centro de placer de su cuerpo hubiera sido activado. Por culpa del Pet Ring que presionaba la base de su miembro, estrangulándolo, era absolutamente incapaz de llegar a correrse. Además, el anillo mordía su piel con crueldad, y aquel intensísimo placer que lo embargaba por dentro, desquiciándolo, quedaba eternamente unido a un dolor insoportable, que terminaba convirtiéndose con el paso del tiempo en un tipo de placer retorcido, masoquista, distinto a todo lo que había conocido en su vida como mestizo en el Ghetto y demasiado bueno como para que pudiera resistir a la tentación de querer sentirlo de nuevo en su interior.

 

Iason torció su sonrisa, volviendo su semblante más despiadado. Su alma de sádico estaba disfrutando de lo lindo con cada quejido de su pet.

 

“Claro que podrás. Refréscame la memoria. ¿De quién es la culpa?”

 

Tras aquellas escasas palabras, el Blondie apartó la mirada del cuerpo que se contorsionaba a sus pies y dio un pequeño trago a su bebida, fijando la vista de nuevo en el oscuro espacio exterior. Podía parecer que Iason era completamente inmune a la excitación del impuro, pero nada más lejos de la realidad. Cuanto más tiempo pasaba a su lado, cuanto más intentaba domarle, y más le conocía, más atraído se sentía por ese salvaje de férrea voluntad y carácter indómito. Y cuanto más conseguía de él, más anhelaba conseguir. Tras arrancarle un jadeo con solo rozarle con la yema de sus dedos, sentía la imperiosa necesidad de conseguir mucho más de aquel cuerpo de infarto. Llevarlo hasta los límites del deseo y la cordura y verse arrastrado junto a él en ese delirante deleite de pura lujuria.

 

Hacía poco tiempo que Iason, el Blondie de Tanagura, había convertido a Riki, el indómito mestizo del Ghetto, en su pet, su mascota sexual. Los Blondies tenían prohibido mantener relaciones íntimas, por ese motivo tenían pets, que eran los que participaban en los espectáculos, copulando entre ellos para el placer visual de sus amos de la élite. Pero Iason no era capaz de dejar que Riki participara en dichos eventos. Solo le había llevado a un par de ellos, y se negó a cederlo para que fornicara con ninguno de las mascotas presentes, pertenecientes a otros miembros de la élite. A pesar de su aspecto frío, impasible y esa aura de absoluta superioridad respecto al resto de seres vivos, el Blondie sentía celos, y no dejaría que nadie más que él mismo tocaran a su objeto más preciado, ese mestizo del Ghetto llamado Riki al que todos, élites y pets, despreciaban por igual, aunque por distintos motivos.

 

Mientras evitaba tomar de nuevo contacto visual con el rebelde de su esclavo, que seguía jadeando de la manera más silenciosamente posible a sus pies, Iason recordó cómo había llegado hasta aquella nave.

 

Pocos días atrás, como era habitual, el hombre de melena dorada había ido a la Torre de Júpiter a hablar con la Consciencia Informática gobernadora de Amoi. Tras el saludo respetuoso inicial por ambas partes, se inició una conversación sin palabras, de mente de androide a la computadora que lo creó.

 

Hemos recibido una invitación de una ciudad denominada Tokyo, en un planeta lejano, en la que la esclavitud al parecer era una moneda corriente -le dijo Júpiter.

 

El Blondie de larga melena dorada le preguntó- ¿Quieres que forme parte de la comitiva que viajará allí?

 

Júpiter le respondió- Sería bueno conocer cómo se hacían las cosas en un lugar tan alejado. No perdemos nada viendo cómo funciona aquel planeta y conociendo a sus habitantes y su forma de vida. Pero no habrá comitiva, solo irás tú, acompañado del pet que sea de tu elección, para mostrarles cómo se hacen las cosas en Amoi.

 

Si ése es tu deseo, así lo haré -le respondió- ]Ya sabes qué pet elegiré para que me acompañe en el viaje.

 

Júpiter le respondió- Técnicamente no estás violando ninguna ley teniéndole como mascota. Pero recuerda que es importante que demos una buena primera impresión.

 

La daremos. Yo me encargaré que sea así -fue su escueta respuesta.

 
 

LA TIERRA. TOKYO.

Los furniture del Blondie se habían quedado en el hotel cinco estrellas próximo al casino que le habían reservado al androide en su visita a la ciudad. Ellos se encargarían de su equipaje, y de acomodarlo todo al gusto de su señor en su ausencia.

 

En ese preciso momento la lujosa limusina que había ido a recogerlos aparcaba en frente del Casino. De ella se apeó primero Iason, seguido de Riki, que ya no iba desnudo. Para el espectáculo vip de esa noche había sido engalanado con prendas típicas de los pets de Eos, que dejaban mucha piel al descubierto y muy poco a la imaginación. Una tira de cuero negro cruzaba por encima de sus pectorales, hacia atrás de su cuello, donde las tiras se unían en una sola que bajaba en vertical por la columna hasta debajo de los brazos, por encima de las costillas superiores. La parte de abajo estaba compuesta por un pequeño taparrabos que era tanga por detrás. Lucía dos brazaletes y unas tiras en sus piernas, del mismo material que el resto.

 

El Blondie había reducido la dosis de droga afrodisíaca para que Riki pudiera caminar por sí mismo, aun así, el impuro se pasaba todo el rato excitado. Hacía días que Iason no le tocaba, y eso le estaba matando. A pesar de su enorme orgullo, el muchacho necesitaba liberar de una maldita vez toda aquella intensa excitación con la que el androide de rubia cabellera le había estado torturando durante el viaje.

 

Iason caminaba delante del mestizo con aires elegantes. Su elevada figura no pasaba desapercibida. Poseía una elegancia natural que, mezclada con la fría indiferencia de sus orbes de hielo, y su exquisita belleza varonil, lo convertía en el centro de todas las miradas. Un poco por detrás de él, con el collar que lo identificaba como su mascota, estaba Riki, intentando caminar con paso firme, aunque sentía sus piernas como si fueran de gelatina. Si el Blondie destacaba entre la multitud como un Dios bajado del cielo al que todos debían adorar y venerar, los motivos que provocaban que las miradas se clavaran en su mascota eran bien distintos. El impuro presentaba un encanto agreste. Con su musculado cuerpo juvenil todavía en desarrollo. Resultaba varonil, pero al mismo tiempo se le notaba elástico. De piel morena que contrastaba mucho con la nívea epidermis de su dueño.

 

“No me obligues a hacer esto” le suplicó Riki, sintiendo su propio orgullo brutalmente pisoteado por estar implorándole al Blondie que no le exhibiera en ese planeta extraño como un juguete más de su colección. No lo soportaba.

 

“Hace tiempo que te convertí en mi mascota, pero tú no has aceptado tu nueva posición social. Te rebelas. No puedo llevarte sin encadenar porque intentas escaparte siempre. No me obedeces en nada”

 

“No soy un maldito pet ¡Te lo he dicho mil veces!” le replicó el mestizo.

 

“Sí que lo eres, y del Blondie más importante e influyente de Tanagura. Se acabaron las tonterías Riki. Esta noche vas a recibir un castigo ejemplar.”

 

Aquellas palabras se clavaron como afilados puñales en la atormentada alma del mestizo.

 
 
 

LA DEMOSTRACIÓN. CASTIGO.

Tras haber sido testigos de los espectáculos que ofrecieron los otros vips presentes y sus mascotas, en honor a su invitado especial de aquella noche, les tocó el turno a ellos de mostrar al mundo quienes eran. Riki fue atado a unas esposas que colgaban del techo. Varios focos potentes iluminaban su cuerpo, calentándolo más de lo que ya estaba, y causando que el resto de la sala se volviera invisible a sus ojos. Sabía que había gente observándoles, pero tras los chorros de aquella reluciente luz blanca que le cegaba, solo podía percibir oscuridad.

 

A Riki no le preocupaban las miradas lascivas y cargadas de deseo que notaba puestas sobre su cuerpo. Lo que le dejó helado fue la gélida mirada del Blondie, recorriendo cada centímetro de su piel desnuda, sintiéndola como si se tratara de un afilado cuchillo deslizándose por cada curva y cada pliegue. Iason tenía la jodida virtud de hacerle sentir como si solo existieran ellos dos en el mundo, tan solo con mirarle de aquella forma hiriente que lo hacía. El universo entero desaparecía tras aquellos orbes celestes cargados de malas intenciones hacia él.

 

“Mantente callado” le aconsejó el hombre de pelo dorado con un tono de voz que no permitía ser desobedecido.

 

“¡Haz tú que me calle!” le replicó el impuro, mirándole de manera desafiante.

 

En cuanto hubo soltado aquella réplica, se arrepintió. A esas alturas de haberse convertido en el pet de Iason, Riki sabía perfectamente que, si le provocaba en ese sentido, el Blondie tenía la capacidad y los medios para hacerle callar, haciendo uso únicamente de sus hábiles manos, que parecían tocar su cuerpo como un instrumento, siendo capaz de elevarle hasta cotas inimaginables de excitación, dolor y deseo. Todo eso con un solo roce de sus dedos. Aquello hacía que Riki se sintiera inundado por una tremenda humillación, por saber que no era capaz de contenerse cuando Iason decidía que quería provocarle todo el placer humanamente posible y soportable.

 

El Blondie estaba decidido a bajarle los humos a su nuevo juguete. Por eso decidió viajar con Riki, y por ese mismo motivo era él mismo quien estaba subido en aquel escenario junto al mestizo. Su suave mano enguantada acarició el cuerpo del muchacho, causándole que se mordiera el labio inferior y se tragara un gemido.

 

“Hhhnn…”

 

Entonces Iason se dirigió a su público, hablándoles de manera tranquila, con un tono de voz grave, tan elegante como tu porte, pero con un deje helado y sádico que manchaba sus palabras, como cuchillas.

 

“Esta mascota comenzó a ser entrenada hace pocos meses. Le hemos suministrado un afrodisíaco para que sea más receptivo a la hora de domarlo. Esa misma droga, administrada a lo largo de un tiempo prolongado, convierte a los pets en seres viciosos y deseosos de ser usados para el placer, de la forma que sea, a cualquier hora del día. Lo cual nos resulta de lo más conveniente, ya que la gran mayoría de ellos son descartados cuando llegan a la edad adulta, y cedidos a prostíbulos.”

 

Los espectadores escuchaban aquellas explicaciones con expectación. No solo porque sabían que Iason y Riki provenían de un planeta lejano con una tecnología muy avanzada, sino porque ambos varones eran tan tremendamente sensuales que no sabían dónde mirar. Pasaban del Blondie al mestizo y de nuevo al androide, excitándose por momentos, y fantaseando con las perversiones que les encantaría cometer con ellos. El pelinegro no sabía qué era peor, si las miradas venenosas de otros pets en las fiestas que se organizaban en Eos, o aquellos lujuriosos orbes que presentía tras las potentes luces, y que le estremecían de manera muy desagradable.

 

Entonces Iason agarró el pelo de la nuca del impuro y le hizo alzar la cabeza a la fuerza, mostrándole a los presentes el collar de cuero con la inscripción Z-107M, que era el número de Riki en el registro de mascotas.

 

“Cuando una mascota es adquirida, se les pone un Pet Ring, que les identifica como residentes, y les permite acceso a varias zonas dentro del complejo de edificios. Luego les explicaré con mayor detalle el funcionamiento del anillo. Hasta el momento que puedan recibir su Pet Ring en la fiesta oficial de bienvenida, les ponemos estos collares, que les permiten ser reconocidos como mascotas nuevas, y les da cierto espacio para acostumbrarse a su nuevo hogar. Sin collar no podrían ni salir de la habitación, por las fuertes medidas de seguridad que existen. Lo normal en Eos es que una mascota no lleve el collar más de dos o tres semanas. En este caso se lo hemos dejado puesto bastante más tiempo a modo de castigo y humillación pública, por indisciplinado.”

 

“¡Si querías un pet educado y sumiso no deberías haberme elegido a mí, joder!”

 

Riki ya no pudo morderse la lengua por más tiempo. A pesar de que sabía que aquella réplica supondría otro castigo y más sufrimiento, no pudo evitar hacerlo. Le exasperaba ser comparado con esos pets idiotas sin personalidad. ¡Jamás se convertiría en uno de ellos! ¡Antes muerto!

 

Iason hizo girar levemente el anillo que llevaba en su dedo, cosa que provocó que el Pet Ring que Riki llevaba encajado en la base de su virilidad empezara a funcionar, activándole los centros de placer, y mordiéndole su delicada piel con mucha saña.

 

“Nnnngghhh…!”

 

La sensación era como tener una cálida boca pegada al miembro, que moviera su lengua de manera lasciva por su tronco, unida a un punzante dolor en la base, donde aquel maldito anillo se le clavaba.

 

“Ia…son… Bas...ta…” susurró el mestizo, retorciéndose colgado del techo como lo había hecho en el suelo de la nave estelar.

 

Pero Iason ignoró la petición de su pet. Se giró de cara a su público y continuó con la explicación.

 

“Hay varios tipos y formas de Ring Pet, los más habituales son pendientes, collares o pulseras elegantes, que las mascotas lucen con orgullo, como un accesorio que los identifica como mascota de un amo en concreto. Riki lleva un Pet Ring Tipo-D. El aro es elástico, se ciñe a la base del miembro, quedando firmemente sujeto, pero sin apretar demasiado. Impide la eyaculación. Al aflojarlo, permite que el pet llegue al clímax. Por eso es una gran ayuda en casos de desobediencia extrema, como en este caso.”

 

Mientras Iason iba dándoles esas explicaciones, desabrochó las tiras laterales de la prenda de cuero negro que cubría su intimidad, y dejó el duro miembro viril de su mascota a la vista de todos los presentes. Les les mostró el anillo que llevaba Riki en la entrepierna, y que emitía un brillo opaco. Un simple aro corriente, con la misma inscripción en el exterior que el collar Z-107M. El Blondie pasó a relatar las ventajas del uso de dicho artilugio sobre el cuerpo de un esclavo.

 

“El Pet Ring se controla con un anillo como este. Girándolo hacia un lado o hacia otro podemos controlar el aro.”

 

El Blondie hizo exactamente lo que acababa de decir. Giró el anillo lentamente, y el Pet Ring del mestizo comenzó a enviarle impulsos a su entrepierna, haciéndole gemir.

 

“Hhhnngg...nnooo!”

 

Riki se mordió el labio inferior y trató de tragarse los jadeos lascivos que nacían en su garganta. Un intenso calor creció en su entrepierna. Sentía todo su miembro latiendo, y como acto reflejo a esa estimulación, su orificio posterior se dilató y contrajo, reclamando la atención que le había sido negada con tanto sadismo los últimos días. La excitación que se originaba en su ingle se expandía en intensas oleadas de placer al resto de su anatomía.

 

“Si lo giro del todo, la excitación llega a niveles tan potentes, que el cuerpo de la mascota empieza a convulsionarse. Y si en ese momento no se le permite llegar al clímax, el dolor que nota puede llegar a ser insoportable para muchos pets.”

 

El Blondie giró de nuevo el anillo, hasta el máximo, y en ese momento el pobre RIki arqueó de golpe la espalda, contorsionándose bajo las cadenas que lo mantenían sujeto. Si no fuera por ese agarre habría caído sobre el duro suelo, porque sus piernas habían dejado de tener fuerza para sostenerle.

 

“¡Aaaaaaahh..!¡Nnooo!”

 
 
 

TOKYO. NOCHE EN EL HOTEL.

En cuanto Iason y Riki entraron en la suite más lujosa del hotel, ordenó a sus furniture que se marcharan de allí. Quería estar a solas con su mascota. Cuando los jóvenes muebles abandonaron el lugar, cerrando la puerta tras de sí, el Blondie hizo algo que sorprendió muchísimo al menor. Tiró de la correa dorada que mantenía sujeta a su collar, arrastrándolo hacia él con tanta fuerza que el mestizo chocó con su cuerpo, poniéndole las manos sobre el torso.

 

“Iason… ¿qué…?”

 

Pero el impuro no pudo terminar su pregunta, pues su dueño le había puesto una de sus manos de manera firme sobre la nuca y pegó sus labios contra los de él, dándole un beso de lo más apasionado. Riki esperaba una reprimenda, amenazas, más castigos, pero... ¿eso? El Blondie no solía besarle muy a menudo, y cuando lo hacía era en plena sesión de doma, cuando las sensaciones de ambos varones se encontraban a flor de piel y la lubricidad y el vicio llenaba sus corazones. Pero en este caso le estaba besando sin más. Porque le apetecía hacerlo ¿Era eso? ¿Iason necesitaba sentir los cálidos labios de su mascota sobre los suyos? No…. Eso no era para nada algo normal. Algo estaba pasando fuera de lo habitual. Tanto le sorprendió que ni fue capaz de rechazarle.

 

Riki permaneció con sus manos puestas sobre el traje blanco del Blondie, con el cuello inclinado hacia atrás para llegar a su boca, y devolverle ese beso ardiente que provocaba que sus volcanes internos, tan bien adiestrados por el androide rubio, volvieran a entrar en erupción.

 

“Libérame…“ le suplicó una vez más el mestizo.

 

No se refería a las cadenas que le mantenían unido a él, que eran más mentales que físicas en ese momento, sino que hablaba del estrecho aprieto del Pet Ring que le impedía llegar al clímax.

 

“Haré que te vengas tantas veces hoy que te vaciaré por dentro” respondió el rubio.

 

Aquella oscura promesa cargada de intenciones provocó que todo el bello de cuerpo del mestizo se erizara. Sabía que se lo decía en serio. Iason jamás habla por hablar.

 

El Blondie le dio una vuelta a la correa dorada que sujetaba el collar del impuro, enrollándola en su mano, que había quedado muy cerca de la barbilla del menor. Situando los nudillos debajo de su rostro, le obligó a mantenerlo alzado mientras acercaba su otra mano enguantada el torso de su mascota. El primer roce de la yema de sus dedos sobre el duro pezón del mestizo volvió completamente loco a Riki, que llevaba esperando aquel contacto íntimo por parte del contrario desde lo que le parecían mil años.

 

“Hhh...”

 

El muchacho de pelo negro permanecía cabezonamente mudo todo lo que le era posible. No quería regalarle sus jadeos a ese idiota. Él no era un pet cualquiera, domesticado desde niño para convertirse en un ser lujurioso, que gemía falsamente para el placer de sus dueños. Riki era todo lo contrario. Él trataba de contener cada jadeo que intentaba escapar de su garganta, atragantándose con ellos si hacía falta.

 

Iason colocó su cuerpo cubierto de ropa completamente pegado al del mestizo. Su pierna puesta entre las del pet impedía que pudiera cerrarlas. Mirándole muy de cerca, el Blondie le susurró con una voz helada, la del verdugo que estaba a punto de ajusticiar a su víctima.

 

“Me perteneces Riki. Eres mi mascota. Y no pienso permitir que escapes de mí. Jamás.”

 

Entonces el de melena rubia movió con soltura sus dedos sobre aquel botón endurecido por la excitación. Aquel era uno de los puntos más ardientes del cuerpo del mestizo, o se convirtió en uno desde la primera vez que estuvo con Iason en aquel motel de mala muerte. Cada roce en esa zona provocaba pequeños incendios que se propagaban por todo su cuerpo como la pólvora. Riki sentía todos sus músculos llenos de presión, oleadas de electrizante placer invadiéndole por dentro. Una ráfaga de lava derretida que se iniciaba en su torso, allá donde el Blondie le iba tocando de manera hábil, y se iba expandiendo por sus extremidades, su firme estómago, su cuello, incluso su rostro. Por no hablar de su entrepierna y de su ano. Todo en él era un incendio provocado por esas manos tan temibles, odiadas y adoradas.

 

“Iason.. hhh....”

 

Susurró su nombre mientras todas sus murallas eran derrotadas una por una. Lo peor era que Iason ya no precisaba de hacer uso de la droga, ni del Ring Pet para provocarle dichas sensaciones. La última dosis de afrodisíaco se la había dado antes de la demostración en el Placebo Gold, así que los efectos ya se le habían pasado. Y de momento no hacía uso del anillo en su miembro. No lo necesitaba. Iason convertía su cuerpo en pura lava con el más mínimo roce. Y llegaría el día en que provocaría la misma sensación en su pet con solo una mirada, con su mera presencia. Ése era el verdadero objetivo del Blondie. Volver a Riki tan adicto a él, como él se había vuelto hacia el mestizo.

 

“Dime, Riki” respondió el mayor, sabiendo que su mascota no podría responderle con demasiada coherencia, por el nivel extremo de excitación al que le había obligado a soportar los últimos días, como parte del castigo por comportarse de manera tan rebelde.

 

Iason bajó su rostro para acercar su boca al pezón contrario al que estaba acariciando. Abrió sus labios y pasó despacio su cálida y húmeda lengua por encima de aquel botoncito tan delicioso. El rubio notó como su mascota se estremecía de los pies a la cabeza por aquel contacto.

 

“Iason… me duele… mmnhhh… aquí… aaaah”

 

Riki bajó su mano y se agarró el miembro, que estaba más hinchado que nunca. Con las venas abultadas. Palpitante. Ardiéndole. Comenzó a masturbarse por la imperiosa necesidad que sentía el mestizo de llegar a eyacular. Su propio roce le causaba dolor. Pero ya le daba igual todo. Solo había una idea en su cabeza, y era poder llegar a liberar esa maldita presión que soportaba en su entrepierna desde hacía tantos días. Pero seguía sin poder hacerlo, con el Pet Ring presionándole en la base.

 

El mestizo del Ghetto no tenía ni idea de la enorme satisfacción que representaba para Iason verle así de desesperado por correrse. Solo el Blondie tenía el poder de decidir cuándo y cómo se daría ese acto. [/hide] El cuerpo de Riki le pertenecía. Era su dueño. Y desobedecerle no le traería nada bueno. Ya había recibido más de un castigo por ello. Aun así, el carácter rebelde del impuro era lo que más le atraía de él. Todo en esa relación era pura contradicción, por parte de ambos. Porque Riki era un perro alfa acostumbrado a ser el líder. Su libertad era su bien más preciado. Pero esas sesiones de desquiciante placer, punzante dolor, excitación extrema… aquello que Iason le daba, Riki era absolutamente incapaz de contenerse a desearlo, aunque representara la pérdida de su libertad. Y de ahí su rebeldía. Era un pez mordiéndose la cola. Una situación que, por los caracteres de ambos varones, no podría llegar a resolverse nunca. Cada uno lucharía siempre por conservar lo más valioso para sí, que al mismo tiempo era lo que más odiaban y les atraía del contrario.

 

“Aaaaahh… me estás matando” susurró el menor de ojos oscuros.

 

“Tranquilo, nadie ha muerto por esto todavía” respondió el Blondie, con aires de suficiencia.

 

Iason caminó hacia la cama, arrastrando con la correa a un excitadísimo Riki detrás de él, que se dejaba manejar como su dueño quería. Cuando el impuro entraba en ese estado de éxtasis libidinoso provocado por el Blondie, no era capaz de negarse a nada. Y su amo era perfectamente consciente de ello. Era el único momento que Riki dejaba de actuar como un perro rabioso y se transformaba en un Dios de la lubricidad y el vicio. Solo para él. Para sus ojos. Era encantador.

 

El Blondie señaló la cama “Apoya tus manos y rodillas bien abiertas. Te daré lo que tanto anhelas” le prometió.

 

Olvidando su vergüenza y su orgullo, Riki se puso a cuatro sobre la cama, como le había pedido que hiciera, aunque eso implicaba no poder seguir tocándose ahí abajo. Sabía que conseguiría sensaciones mil veces más potentes si dejaba que el Blondie hiciera lo que mejor se le daba. Giró su rostro y miró al hombre rubio, el único ser en el mundo que poseía las claves para convertir su cuerpo, su mente y su alma en torrentes de pura lava. Le molestaba mucho que siguiera vestido, cuando él estaba prácticamente desnudo. Era una costumbre de su ciudad natal, otra forma más de diferenciar a los simples pets de sus poderosos amos.

 

Iason puso sus manos enguantadas cada una en una nalga y las acarició, disfrutando de aquel morboso cuerpo que le era ofrecido sin reparos. Abrió los cachetes y acercó su rostro a la intimidad el muchacho de pelo negro. Todo en su cuerpo en desarrollo era de una simetría perfecta. Riki poseía una belleza salvaje que le hacía estremecerse por dentro. El Blondie sacó su lengua y se la pasó al mestizo desde debajo de sus testículos, subiendo sin prisas por el perineo, hasta llegar al valle entre aquellos dos montes de prietas carnes juveniles.

 

“Aaaahhh…!” a Riki se le escapó un hondo jadeo sin poderlo evitar.

 

Iason sonrió con maldad y volvió a atacar su trasero. Pasaba su sinhueso por toda la zona externa, acariciando aquel orificio que todavía no había llegado a estrenar. La primera vez que estuvo con Riki, en aquel hotel tapadera de prostíbulo, solo lo había hecho correrse con sus manos. Y desde que lo convirtió en su mascota, se había concentrado en convertirlo en un ser adicto a él y a sus caricias. Ahora que ya lo tenía en el punto ideal, había llegado el momento de ir un paso más allá. Esa noche Iason poseería a Riki por completo, usando todas las armas a su alcance como amo, y reclamando aquel templo que era su orificio posterior como de su propiedad.

 

Inmerso en su propio tormento emocional, Riki pensó- Guy, lo siento. Perdóname -Eran muchas las ocasiones en las que el mestizo se acordaba del que había sido su pareja, mejor amigo, apoyo y compañía en el Ghetto. El bueno de Guy. Pero ya no podía seguir resistiéndose a los encantos de aquel maldito Blondie. Riki sabía que ese rubio con aires de grandeza se había hecho dueño y señor de su cuerpo y sus orgasmos desde el primer roce piel contra piel. Pero el mestizo se había mantenido de manera cabezona, interiormente fiel a Guy durante todo este tiempo.

 

Riki ya no podía seguir engañándose a sí mismo. Lo que Iason le hacía le había influido de tal manera que no solo su cuerpo se había vuelto adicto a sus interminables sesiones de tortura y lujuria, sino que su mente, su propia alma, había sido completamente invadidas por la gélida esencia de aquel semental que se denominaba su amo, y se empeñaba en recordárselo cada oportunidad que se le presentaba, que eran muchas a lo largo del día. Riki sintió su corazón estrechándose en su pecho, era como si una enorme mano se le hubiera metido dentro y le estuviera estrujando aquel órgano vital con rabia. Era el sentimiento de traición hacia Guy. No lo había tenido cuando vendió su cuerpo al enemigo. Pero cuando se dio cuenta que estaba a punto de venderle su alma inmortal, esa sensación se apoderó de su mente, haciéndole sentir el ser más miserable del maldito universo.

 

Todas aquellas emociones negativas que lo habían invadido por dentro fueron arrolladas por el poderoso torrente de placer ardiente que Iason estaba proporcionándole en su retaguardia. Tras haberle lamido con deleite cada centímetro de su piel, acercó el dedo índice a su entrada, todavía enfundada en sus habituales guantes blancos, y comenzó a penetrarle con él.

 

“Aaaaaahhh...” otro jadeo profundo huyó de los labios del menor.

 

Riki apoyó su cabeza sobre la cama y levantó todo lo que pudo sus caderas, para acercar su actual centro de placer al hombre que se lo proporcionaba con majestuosa habilidad.

 

“Parece que esto de castigarte sin dejar que llegues al clímax por unos días funciona estupendamente” comentó el pelirrubio.

 

Riki abrió los ojos y clavó sus pupilas negras en los orbes de hielo del contrario.

 

“Que... te jodan... Iason... ¡Aaaaah...!”

 

Cuando le replicó de aquella manera, el Blondie aprovechó la distracción de su pet para insertarle un segundo dedo dentro de su estrecho orificio, que en seguida lo apresó con fuerza, como si no deseara dejarlo salir de allí nunca más.

 

“Tu trasero es mucho más sincero que tú, mi querido pet” le respondió el Blondie, sin dejar de mover su mano para mayor placer del moreno.

 

Riki cerró los puños, atrapando las sábanas dentro de su palma, y apretó los dientes con mucha fuerza. ¿Cómo demonios se suponía que podía resistirse a no querer recibir aquellas deliciosas atenciones por parte del contrario? Lo que sentía por Iason era pura contradicción, pero para bien o para mal, ese sentimiento era intenso, arrollador. Fulminaba todo lo demás, dejando solo en su cabeza la necesidad de más, siempre de llegar a sentir un poco más de placer y delirante dolor de sus manos.

 

“.....”

 

Riki se mordió la lengua y trató de no seguir jadeando. Era para lo máximo que daban sus fuerzas y su voluntad de perro del Ghetto en ese momento. El joven mestizo notaba arder su columna vertebral, y lentamente aquel incendio iba abrasándole por dentro, llenando cada recoveco de su anatomía. Su esfínter, su miembro, todo ahí abajo le palpitaba de manera intensa reclamando la atención del hombre que le estaba poseyendo. Odiaba a Iason por ello casi tanto como se odiaba a si mismo por no ser capaz de rechazarle. Sentirse así era exasperante para el impuro del Ghetto. Inmensas olas de placer se iniciaban en su ingle y en su trasero, y se expandían por cada célula de su piel. Le ardía el bajo vientre.

 

Cuando notó que aquellas atenciones por parte del que se denominaba su dueño se detenían, abrió los ojos para ver qué estaba pasando. Y se quedó paralizado. Mudo. Allí estaba el gran Iason Mink, el más poderoso entre los Blondies, el ser más venerado y temido de Amoi, desnudándose solo para sus ojos. Ambos sabían el significado intrínseco de aquel gesto. Era algo que los acercaba un poco más. Que eliminaba una de las insoportables barreras que Riki sentía que había entre ellos.

 

Lo primero que hizo el Blondie fue quitarse los guantes. A continuación dejó caer la chaqueta al suelo, seguida de sus pantalones, y el resto de las prendas. Era la primera vez que Riki le veía completamente desnudo. Siempre había llevado puesta alguna prenda como señal de su arrogante superioridad sobre su rebelde mascota. Los orbes oscuros del menor quedaron atrapados en esa anatomía androide hecha de manera insuperable. Todo en el rubio era pura armonía. No existía ni una sola imperfección. En conjunto resultaba muy masculino. Y lo más imponente de todo era el miembro viril que se alzaba majestuoso entre sus piernas. Grueso, largo, muy inclinado hacia arriba. A pesar que ya estaba duro como una piedra, el mestizo vio claramente como le crecía todavía un poco más, hinchándose y alargándose ante sus atónitos ojos.

 

“¿Qué demonios ha sido eso...?” preguntó el muchacho de orbes oscuros.

 

“Ya viste que puedo hacer crecer o acortar mi pelo a voluntad. Soy un androide de alta tecnología. No debería sorprenderte que sea capaz de hacer algo así. Cada parte de mi cuerpo fue creada para ser perfecta.”

 

Riki no se lo podía creer.

 

El mestizo estaba tumbado de medio lado sobre la cama cuando el rubio se le acercó, dejándole puesto boca arriba, y situándose entre sus piernas. Su cerebro se había quedado completamente en blanco. Él sabía que los Blondies no se acostaban con sus mascotas, solo los usaban a modo de entretenimiento sexual, haciendo que copularan con otros pets. Iason, en su burbuja de Dios perfecto e intocable, no debería estar sintiendo ese tipo de deseo ardiente por penetrarle. Pero ese duro miembro apoyado contra su entrada posterior le dejaba a Riki muy claro cuáles eran los deseos ocultos y prohibidos de ese hombre de belleza tan etérea.

 

“Iason...” susurró su nombre, mirándole a sus orbes.

 

“Riki...” respondió el mayor, sin apartar sus felinos orbes celestes de los ojos oscuros de su mascota.

 

Acto seguido Iason comenzó a penetrar el orto de su rebelde mascota con fuerza. Estaba más que dilatado, humedecido por su propia saliva, y mantenido en un nivel de excitación al borde de la locura los últimos días. Aunque fuera la primera vez que Riki recibía en sus entrañas la poderosa verga de su amo, podría soportarlo bien. Al menos físicamente hablando, eso no le causaría heridas. Otra cosa era como se sintiera él por dentro al estar siendo sodomizado por el ser más despreciable del planeta, sin ser capaz de negarse a ello por estar disfrutándolo como un animal en celo.

 

“Hhhhhnnnn...!!” Riki soltó un ronco jadeo.

 

El mestizo alzó las manos y las puso sobre el cuerpo del Blondie, como intentando apartarlo, pero no hizo fuerza alguna contra él. Solo las dejó allí apoyadas. Le temblaba todo el cuerpo. Iason empujaba con insistencia, enterrándole cada vez más hondo aquel enorme miembro viril que le estaba destrozando por dentro. Besaba con posesividad a su mascota, lleno de lujuria. Marcándole el cuerpo con señales inequívocas. La mezcla de sensaciones era delirante. Riki no era virgen, ni mucho menos. Había tenido sexo muchas veces. Pero nada como eso. Ninguna experiencia previa le preparó para lo que estaba viviendo en aquel instante, unas sensaciones tan enormes que eran humanamente insoportables.

 

Finalmente el hombre rubio llegó a golpear con sus testículos las prietas nalgas del moreno.

 

“Eres un buen pet... Cuando quieres” susurró sonriendo con maldad.

 

Riki abrió la boca para insultarle, para soltarle una réplica de las que hacían historia, porque ese maldito Blondie idiota siempre sabía cómo joderle, atacando directamente a su firme ego, que ya hacía rato que se estaba tambaleando.

 

“......”

 

Iason no permitió al mestizo pronunciar palabra. Con una fuerza y una potencia tremendas comenzó a moverse, insertando y extrayendo del estrecho orto del mestizo aquella inflamada herramienta varonil con la que empalaba sin misericordia.

 

Riki clavó sus uñas en la nívea piel de su sodomizador. Ya no era capaz de hablar, ni de pensar, solo de sentir. Su miembro estaba tan hinchado que parecía que le estallaría. La fogosidad de su bajo vientre ahora abrasaba su ingle y su esfínter. Cada nueva embestida lo colmaba hasta la saturación de pura lubricidad impúdica, sintiéndose invadido por una lujuria incendiaria y que arrasaba todo en su interior como un tsunami de perdición tremendamente sensual y morbosa.

 

El mestizo echó la cabeza hacia atrás, manteniendo sus labios entreabiertos, sus orbes cerrados, y sus brazos ahora rodeando la espalda del Blondie, quien acometía contra su culo con un vigor renovado, consiguiendo llegar más hondo, a mayor velocidad.

 

“Iason... por favor... ya no lo soporto más... ¡Libérame!” le suplicó aquel impuro del Ghetto, comiéndose su orgulloso.

 

“Como desees, Riki” dijo el mayor, henchido de soberbia.

 

El Blondie giró el anillo en su dedo, no solo aflojando la mordida del Pet Ring en la base del miembro de su pet, sino que además accionó su otro uso, el de estimular los centros de placer del mestizo, al máximo de potencia.

 

“¡¡Aaaaaaahhh..!!”

 

En ese momento, las potentes sensaciones que recibía Riki al ser sodomizado por el Blondie se intensificaron hasta el infinito. El veneno que Iason vertía sobre él le corrompía por dentro. Ya no había marcha atrás. Se abrazó fuerte al Blondie, pegando su moreno cuerpo al de él lo máximo posible y empezó a descargar una cantidad imposible de simiente de mestizo. Todo su cuerpo era pura agonía, una explosión arrolladora de inflamación y deseo.

 

Pero Iason no se detuvo. La noche acababa de empezar para ambos. Dada su naturaleza, el Blondie podía permanecer en estado de dureza durante horas, orgasmo tras orgasmo, y no necesitar ni un segundo para recuperarse. Todo eso Riki pudo comprobarlo en su propia piel. Terminaría la noche habiendo recibido tan salvaje cabalgada que ni se notaría las piernas. Su ano se convertiría en el receptáculo de aquella inagotable fuente de ardiente esperma de Blondie. Su cuerpo entero quedaría sin una pizca de energía, cayendo desmayado. Solo entonces cuando perdiese la consciencia de puro agotamiento, Iason detendría su invasión sobre su cuerpo, su alma y su mente, y le permitiría descansar todo el tiempo que el mestizo requiriera.

 
 

DE VUELTA A AMOI.

Semanas más tarde, al volver a su hogar, Iason le quitó el collar a Riki, tras la experiencia en el hotel el mestizo parecía comportarse de una manera mínimamente menos rebelde, y ésa era su manera de premiarle. Para el impuro aquello que sucedió en el hotel de lujo de Tokyo había supuesto un antes y un después en su vida como pet. Ahora se sentía más cercano a su dueño, como si hubiese comprobado que, a pesar de ser un androide, parecía tener un alma con la que la suya podía comunicarse. De ahí que se mostrara un poco menos salvaje que de costumbre, al menos por ahora.

 

Pero como el Blonide las cosas nunca resultaban fáciles. Iason tenía un fondo sádico y morboso. No podía permitirse que su mascota se creyera más importante que las demás, ni que intuyera que le trataba de manera diferente al resto, aunque la realidad era esa. Por eso, al volver del viaje, el Blondie decidió pasar el menor tiempo posible en casa, dándole así un pequeño respiro al mestizo del Ghetto, que a la vez era un castigo por no poder tener sus sesiones de doma tan continuas a las que estaba habituado. Sin perder de vista ni un segundo todas sus acciones, que eran vigiladas por sus serviciales furniture.

 

Uno de esos días de eternas horas de aburrimiento y completa soledad a las que le había castigado su dueño, Riki bajó a pasear a los jardines. No soportaba pasar demasiado tiempo encerrado en casa. Normalmente nadie se dignaba a dirigirle la palabra, pero ese día una joven pet se le acercó y le saludó de manera muy amable.

 

“Hola, me llamo Mimea. Tú eres Riki, la mascota del señor Iason, ¿verdad?”

 

El mestizó la observó por unos segundos. No sentía ningún interés especial en ella, era igual que el resto de pets insulsos con los que se veía obligado a convivir a diario, le gustara o no. Pero una pequeña luz se iluminó en su cabeza. Riki pensó que aquello podía ser una manera perfecta de darle una lección a Iason, dejándole en evidencia delante de la comunidad de élites, y al mismo tiempo recuperaría su completa atención de manera un poco radical, quizás. El pelinegro sonrió.

 

“Sí, soy Riki. Encantado, Mimea.”

 

 

 

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