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Ricky, el perro callejero 8

en Sadomaso

Saúl acababa de arrancarle el piercing del ombligo a Luis, su hermano mayor, de un mordisco. Ricky estaba lleno de ira por aquel acto de desobediencia.

 
“Cerda, ve a curarte esa herida y luego coge un par de pantys de la puta de tu madre y baja al comedor” le ordenó Ricky a Luis.
 
“Ssi, Señor Ricky” le respondió sumisamente el rubio, que se tapaba la herida sangrante en su estómago con ambas manos.
 
Luis se marchó al lavabo y se puso alcohol en la herida, limpió toda la sangre y buscó una tirita que ponerse para detener la hemorragia.
 
De mientras Ricky se acercó a Saúl, que todavía tenía la chapa metálica entre sus dientes, y se la arrebató de un rápido movimiento.
 
“Has sido una puta estúpida y desobediente, y voy a darte un castigo que por mis muertos te juro que no vas a olvidar jamás mientras vivas” le dijo el perro de manera amenazante al menor.
 
Saúl, que era valiente por naturaleza, empezó a temblar por dentro. Había algo en el brillo malvado de los ojos de su Amo que le hacía saber que en esa ocasión se había pasado de la raya, y que lo pagaría con creces. Pero estaba dispuesto a cualquier cosa por lograr que Ricky le perdonara. Ahora que se había vengado de Luis y le había arrebatado ese precioso regalo del perro, poco le importaba lo que le ocurriese… qué inocente fue al pensar que podría soportar dicho castigo sin desmoronarse.
 
Ricky entonces cogió del pelo a Saúl y se lo llevó a rastras fuera de la habitación. El menor tenía que caminar medio gateando, medio cayéndose cada dos pasos, y bajar por las escaleras al piso de abajo fue todo un infierno. El rubio quedó todo lleno de moretones en sus piernas sobretodo. Aun así no profirió ninguna queja. Se había prometido aceptar el castigo del perro sin protestar por ello.
 
“¡Túmbate sobre la mesa, puta! ¡Mirando al techo!” le dijo el perro a Saúl, cuando llegaron al comedor.
 
El joven rubio, desnudo como estaba, hizo lo que su Macho le había ordenado, sin pensar en replicarle. Ricky podía hacerle en ese momento cualquier perrería, que él estaba dispuesto a soportarlo. Estaba muy decidido a comportarse como un buen sumiso, pero no sabía lo que se le venía encima.
 
En ese momento apareció Luis con los pantys de su madre en la mano. Ya se había limpiado la sangre del cuerpo y había puesto una tirita sobre la raja de su ombligo. Al verle llegar, Ricky señaló a Saúl y le dijo a Luis:
 
“Dame uno de los pantys y haz lo mismo que yo”
 
Luis así lo hizo. Cuando el perro tuvo la prenda íntima en las manos, la utilizó para amarrar bien fuerte una de las muñecas de Saúl a la pata de la mesa. Luis le imitó atándole a su hermano menor la otra muñeca a la mesa. Así quedó el menor tumbado boca arriba sobre la dura madera, con sus brazos completamente abiertos en cruz e inmovilizados.
 
“Ahora átale la pierna allí” le dijo Ricky a Luis, mientras él mismo empezaba a sujetar el tobillo del menor a la otra pata.
 
Saúl ya no podía moverse de ninguna de las maneras. Además lo habían atado de tal manera que su cuello quedaba justo en el canto de la mesa, solo lo justo para que su cabeza se inclinara hacia atrás unos 45 grados. Sin llegar a quedar inclinada del todo, pero sí forzada hacia atrás.
 
“Puta de mierda, escúchame con atención” le dijo Ricky al menor atado, al tiempo que se bajaba la bragueta y se sujetaba la polla, apuntando con ella al rostro del menor.
 
“Quiero que abras la boca y que te tragues la rica bebida que tu Amo tiene preparada para ti” dijo el perro a continuación, y sin más preámbulos, empezó a soltar un cálido chorro de meada sobre la cara del crío.
 
“¡¡Trágatelo, puerca!!” exclamó el mayor, indignado por el rechazo que mostraba Saúl a abrir los labios, aunque en realidad ya tenía previsto que no se desmoronaría tan rápido. Aun así, continuó insultándole mientras se le meaba encima, y el pobre muchacho cerraba los ojos y sus labios bien fuerte, para que ni una sola gota de ese líquido asqueroso llegara a entrarle dentro de la boca. Él se había prometido cumplir con todas las órdenes del perro ¡¡Pero eso era pasarse de la raya!! ¡No pensaba beberse su meado ni por todo el oro del mundo!
 
Ricky se le meó en la cara, dentro de su nariz, directo a los ojos, por el pelo también. Cuando terminó de mear, fue a sentarse al sofá y dejó a Saúl ahí atado.
 
“Cerda, tráeme todas las cervezas que tengáis en la nevera” le mandó Ricky a Luis.
 
Mientras el mayor de los hermanos acudía raudo a cumplir con su petición, el perro se dirigió a Saúl, mirándole a los ojos con mucha maldad.
 
“No voy a detenerme hasta que te bebas mi meada. Veremos quien se rinde primero, si yo de mearte encima o tú de rechazarme”
 
Saúl empezó a sentir miedo de verdad. No era su estilo, pero empezó a suplicarle al perro:
 
“Por favor… no lo hagas… haré lo que sea… lo que tú quieras…. ¡Pero esto no…!”
 
Ricky le respondió de muy mala manera:
 
“¡¡Lo que quiero es que te tragues mi meada!! ¿¿Lo has entendido, puerca estúpida??”
 
Saúl sabía que estaba perdido, atado a la mesa no podía hacer nada más que cerrar la boca y rezar por que su Amo cambiara de opinión en cuanto a aquella atroz idea que había tenido. Pero no tendría tanta suerte.
 
Durante la siguiente hora y media, Ricky estuvo bebiendo latas de cerveza, una tras de otra, sin detenerse. Mientras veía los deportes en la tele del salón, ordenó a Luis que le hiciera una mamada, cosa que el muchacho hizo con total devoción hacia su persona.
 
Cuando Ricky volvió a sentir ganas de mear, se acercó a Saúl, a quien había estado ignorando completamente todo ese tiempo, y le dijo con sorna en la voz, mientras se sujetaba la polla apuntando a la boca cerrada del menor:
 
“Tú mismo, idiota. Puedo seguir con esto eternamente”
 
Y tal cual le dijo aquello, empezó a mearle en la cara de nuevo, repitiéndose la misma escena. Ricky procuró meterle meado en los agujeros de la nariz, en sus orejas, pelo y labios. Pero Saúl permanecía con la boca completamente cerrada. Era un tozudo y un cabezón, pero más hijo de puta era el perro callejero.
 
Saúl no había querido dar a torcer su orgullo, no quería tragarse ese líquido apestoso. Pero Ricky realmente podía ser mucho más cabezón que él. El perro volvió a beber más cerveza, incluso la compartió con Luis, a quien en determinado momento, le susurró algo al oído.
 
La tercera vez que Ricky se levantó para mearse sobre la cara del crío, Saul se dio por vencido. Estaba ya asqueado de sí mismo. Olía a meado. Quería darse una buena ducha. Que lo desaten y marcharse a dormir, para poder olvidarlo todo hasta la mañana siguiente. Pero no podía hacerlo, todavía no. Ricky se le acercó por detrás, y Saúl entreabrió de manera automática sus labios. El Macho le metió la polla, hinchada y bien dura, en la boca. Ricky le miraba fijamente a los ojos y le dijo, muy serio
 
“Trágatela, puta. ¡Es tu última oportunidad! Si no lo haces dejarás de ser mi esclavo.” Saúl no podía soportar perderlo. 

 

 

Así que cuando Ricky le soltó su meada en la boca, el quinceañero sintió como se le iba llenando la cavidad bucal con ese cálido líquido dorado. Cuando sus mejillas estaban hinchadas y a punto de estallar, se produjo el milagro. Sin apartar sus ojos de los del moreno, Saúl hizo aquello que parecía imposible. Su nuez se movió arriba y abajo y se oyó el claro sonido causado por esa enorme cantidad de orina pasándole por la tráquea. Incluso Luis, su hermano mayor, está flipando. ¡¡Saúl se estaba tragando el meado de Ricky!!
 
“¡Muy bien, puta! Te cuesta entender las cosas, pero al final lo has conseguido” le animó Ricky, mientras continua meándose dentro de su boca.
 
Cuando Saúl terminó de tragarse ese oro líquido, Ricky no sacó su polla de la boca del crío. Le agarró con fuerza de los pelos y empezó a follarle la boca de manera bruta. Tal como estaba puesto, el chico se la estaba chupando del revés, con la cara puesta boca abajo, lo que le causaba mucha incomodidad. Pero lo peor de todo era tener que aguantarse las terribles ganas de vomitar que tenía por haber terminado cediendo y bebiéndose esa meada de su Semental.
 
Saúl no podía verlo, porque el cuerpo de Ricky le tapaba, pero Luis, cumpliendo con las órdenes que le había dado antes su Macho al oído, se sitúo entre las piernas abiertas de su hermano pequeño y lo empaló con su pequeño pito. El pene le entró por completo de una sola embestida. Aunque la polla de Luis era diminuta en comparación a la de Ricky, al no estar preparado ni lubricado, el quinceañero sintió un terrible dolor y empezó a gritar. Pero sus desgarradores gemidos de dolor no se oían, pues la polla del perro callejero le hacía de mordaza y los insonorizaba.
 
Saúl se retorcía, no le molestaba que Ricky, su Amo, le follara la boca. Pero que el imbécil de su hermano Luis, esa puta maricona patética, estuviese follándole el culo, eso le parece vomitivamente humillante.
 
Entonces Saúl notó algo en su entrepierna ¡Alguien le estaba masturbando! No podía saber quién de los dos se trataba, si de Luis o de Ricky, pero no había oído ninguna orden, así que no podía tratarse de su hermano. El menor cerró los ojos y recibió complacido aquella gloriosa paja, que decidió creer que le hacía su Amo (y que realmente le estaba haciendo Ricky, pero no para darle placer precisamente, sino para otra cosa que tenía pensada).
 
Ricky embestía con mucha fuerza contra su boca, llenándosela completamente con esa enorme y poderosa polla que gastaba; y su hermano Luis le sodomizaba de manera salvaje, sin darle un respiro. Además de eso, su Semental le estaba haciendo una paja divina. Saúl se sentía completamente lleno y cachondísimo, y no tardó nada en empezar a soltar chorretones de esperma, justo cuando Ricky clavaba su polla en lo más profundo de su tráquea y empezaba a llenarle el estómago con su cálida lechada, al tiempo que le ordenaba a Luis que se corriera también.
 
“¡Cerda, llena el culo de la puta de tu hermana con tu asquerosa leche!” le dijo de manera imperativa el perro al hermano mayor.
 
En ese momento, en pleno subidón de excitación y placer, con las oleadas del orgasmo todavía recorriéndole cada rincón de su ser, Saúl soltó un fortísimo alarido, incluso con la polla de Ricky todavía metida dentro de su boca:
 
“¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!”
 
No podía ver qué sucedía, solo sabía que le ardía la polla de manera infernal. De alguna manera, consiguió sacarse el trabuco de carne dura que le amordazaba, y preguntó entre gritos y lágrimas:
 
“¡¿Qué pasaaaaaaaaa?! ¡¡¿Qué me has hechooooooo??!! ¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!”
 
Ricky no paraba de sonreír de manera malvada. Lo que había hecho era aprovechar el momento en que la polla de su puta estaba soltando chorretones de lefada para atravesarle de lado a lado, la piel que había justo entre la base de su polla y el inicio del saco escrotal, con el mismo piercing que Saúl había arrancado con sus dientes del ombligo de Luis. El perro agarró fuerte del pelo a Saúl y le obligó a levantar la cabeza, para que pudiera ver su obra de arte:
 
“Ya que tanto lo querías, ahora es tuyo ¡Jajajajajaja!” le dijo el perro a su puta, riéndose de él en su cara.
 
Ricky ya le había avisado que el castigo que iba a recibir por su desobediencia sería de los que hacen historia, pero no acababa allí la cosa. Luis, sin sacar su pito de dentro del culo de su hermano menor, hizo lo que su Macho le había ordenado antes en susurros al oído, que no era otra cosa que mearse dentro de su culo, llenándole las entrañas de su orina.  
 
 “¡NOOOOOOOOOOOO! ¡¡BASTAAAAAAAAA!!” gritó Saúl cuando notó la ardiente lava inundándole los intestinos.
 
Pero el perro no iba a ablandarse con su griterío. Empezó a desatar las manos del menor, dejándole las piernas todavía amarradas a las patas de la mesa, bien abiertas.
 
“Cerda, retírate poco a poco. Y tú puta pon las manos en tu culo ¡Que no se salga ni una sola gota o tendrás que limpiarlo!” les ordenó Ricky a los hermanos.
 
Luis empezó a sacar su polla despacio y los dedos de Saúl taponan su propio ano dolorido.
 
Ricky le ordena que no se moviera “¡Ni respires hasta que yo te lo mande!”
 
Pero aquella última orden de Ricky era demasiado difícil de cumplir. Saúl sentía fuertes espasmos en sus intestinos. Estaba pálido y sudoroso, y sentía que iba a soltar todo lo que llevaba dentro de un momento a otro.
 
“No puedo ¡No puedo aguantarme! ¡Déjame ir al lavabo, por favor, Ricky!” le suplicó, llorando.
 
El perro callejero ignoró por completo al muchacho. Se tumbó en el sofá y le dijo a Luis:
 
“Móntame y fóllate tú solo, que estoy cansado”
 
El mayor de los hermanos sonrió como un bobo “Si, Amo Ricky, como desee” le respondió.
 
Acto seguido Luis se sentó sobre el regazo de Ricky, que todavía mantenía su polla medio endurecida, y la cogió con su fina mano para guiarla hasta su agujero de atrás. Como Saúl acababa de chupársela y recientemente se había corrido, estaba húmeda y se deslizó suavemente en el interior del culo de la puta. Luis empezó a subir y bajar por aquel hermoso rabo que él mismo se empalaba, sintiéndose muy dichoso por el premio que le estaba dando su Macho. ¡¡PLASS!! El perro soltó una fuerte cachetada en una de las nalgas de Luis.
 
“¡Hazlo más despacio, imbécil!” le increpó, y el rubio en seguida bajó la intensidad de sus movimientos, para complacer al máximo a su Amo.
 
El pobre Saúl se retorcía de dolor, tumbado sobre la mesa, y encima tenía que ver como Ricky se follaba al gilipollas de Luis en vez de a él. ¡¡Odiaba a su hermano con toda su alma!! Y sus entrañas cada minuto que pasaba se contraían con más fuerza. Un chorretón de líquido escapó de su culo, empezando a gotearle entre los dedos.
 
“Ricky… en serio ¡¡No puedo más!! ¡¡Suéltame ya!!” le imploró el menor, pero nada. El perro seguí a ignorándole. Solo le miraba, sonriendo, y sin decirle nada.
 
El pobre Saúl aguantó unos 10 minutos más, hasta que estuvo en su límite, y entonces sucedió lo que era de preveer…
 
“¡¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!” gritó el menor, cuando sintió que se le aflojaba  el intestino y empezaba a salirle a chorros la meada de Luis, mezclada con su corrida y con sus propias heces. La humillación que sentía Saúl en ese momento era monumental. Quería morirse.
 
“Joder, ¡Menuda guarra! ¡¡Esto apesta!!” se quejó Ricky, al ver todo aquello salirse del culo de su esclavo más insubordinado
 
“¡Aparta, cerda!” le dijo a Luis, empujándolo de lado, y haciendo que el chico cayera al suelo, dañándose el ano, pues se le había salido la polla del perro de muy mala manera.
 
Ricky miró a Luis a la cara y le ordenó: “Zorra, desata a la guarra de tu hermana, para que limpie todo esto. Tú te vienes conmigo a su cuarto y continuamos allí con lo que estábamos haciendo”
 
Entonces se dirigió a Saúl y le dijo “Limpiarás esto hasta no dejar ni rastro, y luego te darás un buen baño. Cuando te hayas curado la herida de esa mierda de pito que tienes, ordenarás la habitación de Luis. Luego ya veremos qué hago contigo”
 
Saúl no respondió nada más que “Si, Ricky” con voz muy flojita. Se sentía demasiado humillado y dolorido para replicar nada y ganarse más castigos. Y encima tenía que aguantar que Ricky se follase a Luis ¡¡En su propia cama!! Pero era verdad que lo tenía merecido, por haberse comportado de aquella manera.
 

Todos mis relatos: http://relatosdeladoncellaaudaz.blogspot.com.es/

No consentido. BDSM. Gay. Sadomaso.

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