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El jardín de la delicias 1

en No Consentido

Aquel era el primer fin de semana soleado tras los interminables meses de invierno, y por ese motivo mi marido Alejandro y yo decidimos, en cuanto nos levantamos de la cama, que era la ocasión ideal para subir a la casita con piscina que teníamos alquilada en una tranquila urbanización a tocar del bosque, a unas dos horas en coche de la capital, donde teníamos nuestra residencia habitual.

“Vamos chicos, daos un poco de brío o no llegaremos” dije, levantándome de la mesa de la cocina, donde estábamos tomando el desayuno.

“Ay mamá no seas pesada” respondió con su natural insolencia mi hijo Julián, quien todavía no había tocado su comida, y se dedicaba a enviar whatsapp a diestro y siniestro, imagino que a sus amigos de la urbanización, avisándoles que llegaríamos en unas horas.

Rápidamente intervino Alejandro, mi marido:

¿Qué te he dicho de hablarle mal a tu madre?“ le recriminó, dándole una sonora colleja del todo bien merecida.

Julián se quejó por el toque, pero funcionó. Se terminó el desayuno de manera apresurada. Luego se puso en pie, y salió disparado hacia su habitación, a hacer la mochila. Comencé a recoger la taza sucia de mi hijo, pero me tuve que quedar quieta, pues de repente noté la gran mano de mi marido posándose sobre mi trasero.

“No se lo tengas en cuenta, Natalia, está en una edad difícil“ me dijo él, acariciándome una de mis nalgas con su gran mano, firme y robusta.

“Lo se mi amor, solo espero que no le dure demasiado esta fase, porque es de lo más difícil tratar con él “ acto seguido me incliné y le di un suave beso en los labios.

Adoraba a mi marido. Era un hombre bueno, y fogoso en la cama. Además, poseía un físico ideal para mí, era alto, musculado, por las horas que pasaba en el gimnasio. Tenía el pelo rubio ceniza cortado al estilo militar, muy corto, y los ojos color marrón.

Eran exactamente las diez de la mañana cuando al fin lo tuvimos todo preparado. Cada uno llevaba sus cosas al hombro, y salimos de casa para ir a buscar el coche, aparcado no muy lejos de allí. Cuando abrimos la puerta de salida a la calle, cual fue nuestra sorpresa al encontrarnos a Jessy, la que había sido la novia de mi hijo el último año y medio, sentada en un banco, con ojos hinchados y aspecto triste y abatido. Había sido una relación bastante turbulenta, con muchos gritos y lloreras, pero también con mucha pasión, así como son los amoríos entre adolescentes.

En el momento en que Julián vio a Jessy, salió corriendo hacia ella, se arrodilló en el suelo a su lado y la abrazó, diciéndole algo inteligible al oído. Ella le respondía con cariño, acariciándole la mejilla.

“Uff, nos hemos quedado sin piscina” refunfuñé por lo bajo. Conocía a mi hijo a la perfección, sabía lo apasionado que era, casi tanto como su padre, y si intentábamos separarlo de ella en el momento de la reconciliación, nos daría un fin de semana infernal, a base de malas palabras, patadas, portazos y demás. Y si nos esperábamos a que lo arreglaran nos iban a dar las uvas.

Alejandro debió leerme el pensamiento. Miró al reluciente sol que brillaba de manera majestuosa desde las alturas, y tras unos segundos pensándoselo, me respondió:

“Ni hablar. No dejaré que ese culebrón, que ni si quiera tiene que ver con nosotros, nos joda el fin de semana

Pues ya me dirás tú qué podemos hacer. Saber perfectamente cómo se pondrá de insoportable Julián si lo llevamos a rastras” le repliqué, desanimada.

Pues no lo haremos” fue su enigmática respuesta, que fue seguida de una gran sonrisa, la misma que me ponía cuando estaba a punto de decirme algo que sabía que no me gustaría, pero que tendría que aguantarme...

¿Cuál es tu genial idea?” dije, intentando tirar del hilo.

Julián, en poco tiempo será mayor de edad...” mi rostro empezó a cambiar al de “No estarás pensando lo que creo que estás pensando”, y sí, mis temores quedaron corroborados cuando Alejandro continuó hablando ”Sé que no te hace gracia, pero éste es un momento tan bueno como cualquier otro para probar su madurez, y saber si podemos confiar en él.

¿¡Estás diciendo que lo dejemos solo en casa dos días!?” de alguna forma conseguí soltar un bramido lo suficientemente tenue para que solo me escuchara él ”Va a subirse a Jessy. Van a... ¡Ya sabes lo que van a hacer! ¿Cómo pretendes que lo consienta?

Mi marido, sin perder esa encantadora sonrisa por la que me derretía, me respondió:

Jajaja ¿Quién habla ahora Natalia, tú o tu madre?” se reclinó hacia mí y me susurró al oído ”Si quieren follar lo van a hacer igual, les dejemos o no la casa. Digo yo que será mejor que estén aquí que tirados por cualquier otro lado...

En ocasiones mi marido sabía cómo meter el dedo en la llaga. Si hay algo que no soporte es que me diga que me parezco a mi madre, y menos en asuntos de la crianza de los hijos. Además, Alejandro tenía razón, si Julián y Jessy querían echar un polvo, lo harían igual en cualquier otro lugar. Y yo, con unos magníficos 38 años tan bien llevados, tenía que demostrar que podía ser una madre mucho más abierta y cercana de lo que fue la mía, por mucho que me costara hacerlo.

Está bien” susurré a regañadientes.

Alejandro se acercó a la pareja, que seguía en melodrama particular, y les dio la buena noticia. Yo le seguía a poca distancia, dejando que fuese él quien se llevara la gloria por ser el progenitor permisivo y de más buen rollo. La verdad es que el papel se ajustaba a la perfección a su carácter abierto y sociable.

Julián, nosotros nos vamos” dijo mi marido a nuestro hijo, quien estuvo a punto de abrir la boca para discutirle, por suerte Alejandro no se lo permitió ”Te quedas al cargo de la casa. No la cagues.

En cuanto Julián comprendió lo que le estaba diciendo su padre, puso los ojos como platos y se quedó mudo. Con la boca abierta. Cuando consiguió reaccionar, saltó sobre Alejandro, abrazándolo con fuerza.

¡Gracias papá! ¡No voy a cagarla! ¡¡Prometido!!” le dijo, muy alegre. Luego se giró hacia mí y me dio otro abrazo, seguido de un cariñoso beso en la mejilla ”Siento lo de antes.

¿Qué iba a hacer yo ante semejante muestra de afecto? Pues sonreír como una tonta y devolverle el beso con todo mi amor.

Alejandro y yo llegamos a la urbanización cuando ya eran pasadas las doce del mediodía. La casita que teníamos no era de las más grandes de por allí, pero sí que era coqueta y acogedora.

En la planta inferior, la que estaba a ras de suelo, estaba el comedor, y tenía una chimenea que a veces usábamos cuando hacía peor tiempo. Al otro lado estaban el lavabo de cortesía de los invitados y la cocina y el lavadero. A lo largo de toda la pared que daba al exterior, donde estaba la piscina, teníamos puestos unos enormes ventanales con puertas correderas de aluminio, tan blancos como la fachada. En el piso de arriba era donde estaban nuestra habitación de matrimonio, el despacho de Alejandro, el cuarto de nuestro hijo, y dos lavabos más. No podía quejarme, la vida nos sonreía.

Cuando aparcó tras la verja, Alejandro no se bajó del coche.

Ya voy yo a comprar la comida. Tú vete a la piscina y descansa, Nat” fueron sus amables palabras.

Normalmente, por su interminable horario de trabajo, suelo ser yo la que se encarga de todas las fatigosas tareas del hogar, desde poner la lavadora, a hacer la comida, la compra, barrer, y un largo etcétera. Así que cuando subimos a la urbanización, Alejandro intenta compensarme tratándome como una reina, cosa que le dejo hacer encantada.

Vale mi amor. Nos vemos en un rato” respondí, cogiendo las maletas de los dos del asiento trasero del coche.

El sonido del motor se iba perdiendo en la lejanía mientras subía al piso de arriba. Guardé la poca ropa que habíamos traído con nosotros en el armario. Cuando el ronroneo se disipó del todo, me tomé un minuto para disfrutar la paz que se respiraba en aquel lugar.

La casa estaba completamente rodeada por la montaña, solo teníamos vecinos a lado y lado, pero los alargados y frondosos jardines hacían de separación natural entre nuestras casas, otorgándonos intimidad y mucha calma.

Fui hacia la ventana y la abrí de par en par. Respiré hondo. Aquello era una maravilla. Conseguiría recargar las pilas, y volver con fuerzas renovadas a la ciudad el domingo por la noche.

Tal y como Alejandro me había pedido que hiciera, me desvestí completamente, quedándome desnuda. Alcé la mirada y observé el reflejo en el espejo de la puerta del armario. Mi piel estaba pálida, pues aquella era la primera vez que iba a tomar el sol en varios meses. Aun así, a mí me gustaba. Al ser tan pálida, el moreno natural de las ondas de mi larga melena, todavía lucía más cuando lo llevaba suelto sobre todo. Ojos verde oscuro. Labios carnosos.

Bajando la mirada, llegué hasta mis pechos, grandes, hinchados, levemente caídos, por haber dado de mamar a Julián y por el efecto de la gravedad con paso de los años. Aun así me sentía secretamente orgullosa de ellos. Con el escote y el sujetador adecuados, todavía podía provocar miradas lujuriosas de los hombres a mi paso. Aunque no suelo vestir para destacar. Un poco más abajo llegué hasta mi entrepierna, perfectamente depilada al cero.

Ni muy gorda, ni demasiado delgada. En general, mi anatomía tiraba más hacia la generosidad, con unas caderas algo pronunciadas, que hacían que mi cintura resultara agradable de ver, y un trasero suave y delicado. A mi marido le encanta mi cuerpo. Se pasaría el día entero mirándome desnuda si pudiera. A mí no tanto. Soy tímida y me da vergüenza pasearme desnuda por la casa, por si alguien pudiese llegar a verme.

Saqué mis trajes de baño de la bolsa. Había traído dos. Normalmente, para utilizar delante de mi hijo y sus amigos, suelo llevar un bañador con pernera tipo pantalón corto, negro, y que cubre la máxima cantidad de carne posible, dentro de sus posibilidades. Es con lo que más cómoda me siento.

Pero aquel fin de semana solo estaríamos Alejandro y yo, así que había cogido otra prenda, un bikini brasileño que nada tenía que ver con mi triste y casto bañador negro. Todo lo contrario. Para empezar era de color fucsia brillante. Nada discreto. La parte de arriba consistía en dos triángulos tan pequeños que me tapaban los pezones a duras penas. Los triángulos iban sujetos con cuatro cordeles, todo del mismo color. Dos de los cordeles me los até a la espalda y los otros dos en la nuca. Realmente no servía para sujetar ni alzar mis grandes pechos. Ni tampoco servía para nadar. Solo para lucirlo.

La parte inferior del bikini era un diminuto rectángulo, ancho y largo como mi dedo gordo. Así que solo quedaba cubierto mi clítoris. Algo asustada, descubrí que mis labios gruesos exteriores quedaban muy a la vista. Me sonrojé y excité al verlo. Pero que puta podía llegar a ser... Me mojé solo con pensar las guarrerías que me haría mi marido cuando llegara a casa y me viera vestida de aquella espectacular manera. Pasé una tira finísima por debajo de mi coño, luego entre mis generosas nalgas, y al final con los dos hilos restantes hice dos lazadas, a cada costado de mis caderas.

Cuando terminé me miré al espejo de nuevo. Joder qué cambio. Mi cuerpo no era el de una quinceañera, pero rezumaba voluptuosidad por cada poro de mi anatomía al descubierto. Cogí el aceite solar en spray, un pareo translúcido de un rosa un poco menos chillón, me puse las chanclas del mismo color, y mis gafas de sol oscuras. Luego bajé al piso de abajo. Al pasar por el comedor miré la hora en el reloj, era casi la una del mediodía. Esperaba que Alejandro no se retrasara demasiado en volver con la comida. Aunque algo me decía que de comer sería de lo último que se iba a preocupar cuando me viese vestida de aquella depravada manera.

Salí al jardín, dejé el pareo estirado sobre la que solía ser mi tumbona, y me senté encima, de lado. Eché un chorro de spray de aceite bronceador sobre mi brazo izquierdo y lo  fui esparciendo con la mano. Allá donde me ponía el oscuro aceite la piel adquiría un reluciente tono tostado y reluciente. Luego hice lo mismo por mi otro brazo.

De pronto escuché que alguien tras de mí se ponía aceite del bote de spray en las manos y comenzaba a repartirlo por toda mi espalda.

Alejandro, cariño, que pronto has vuelto” le dije sonriendo.

Pero no obtuve respuesta por su parte. Claro, estaba tan ocupado fijándose en cada detalle de mi cuerpo casi desnudo, que su cabeza no llegaba a procesar mi voz. Estaba segura de ello. Cerré los ojos y disfruté de las atenciones que me daba.

Acto seguido, mi marido se puso más aceite en las manos, y esta vez las pasó sus manos desde atrás donde estaba puesto a mi espalda, por debajo de mis grandes pechos, apretando con ganas sus dedos contra mi mullida piel.

Hmmm... Veo que te ha encantado mi nuevo bikini” le dije de manera coqueta y juguetona.

A modo de respuesta, mi marido gruñó y comenzó a mordisquearme el cuello por un lado. Alzó sus manos, situándolas justo encima de mis pezones, y como no, comenzó a juguetear con ellos. Pasó dos dedos de cada mano por debajo de los diminutos triángulos fucsia y pellizcó mis botoncitos hasta que los sintió húmedos de aceite y duros entre sus índice y pulgar.

De pronto, Alejandro apretó con más fuerza contra mi pecho, atrayéndome hacia él, lo que provocó que su dura polla quedara pegada a mi espalda.

Déjame que te ayude con esto, mi vida” dije, intentando girarme para mirarle a los ojos.

Pero mi marido parecía tener otros planes en mente. Me impidió girarme, dejándome sentada de nuevo en la tumbona. Seguro que se estaba excitando muchísimo y quería alargar los juegos previos un poco más, cosa que me parecía fantástica.

Está bien, tu ganas” dije, quedándome donde estaba.

Pasé mi mano derecha hacia mi espalda, sin girarme, y se la metí por dentro de su bañador. Mis dedos rodearon el tronco de su durísimo rabo.

Me resultará más fácil si lo lubricas un poco” murmuré con voz sedosa, mientras comenzaba a masturbarle muy despacio.

Alejandro echó algo de aceite directamente sobre su polla, y en seguida noté como mi mano podía frotarle el hinchado y venoso miembro con mucha más facilidad. Comenzó de nuevo a morderme el cuello, y a sobarme las tetas con algo más de salvajismo de lo habitual en él. Nuestros jadeos se intensificaron a medida que crecía nuestra excitación. A los pocos minutos mi marido comenzó a bajar muy despacio una de sus manos por mi estómago, hacia mi coño. Tuve que abrir mis piernas, no pude contenerme. Mi vagina rezumando jugos y ardiéndome. Sentía palpitaciones en el clítoris. Necesitaba que me follara bien duro, y necesitaba que lo hiciese ya mismo.

Fóllame mi amor” le supliqué con un ronroneo de gatita en celo.

Respondió mordiéndome una oreja. Todavía no. Pues mejor para mí, más juegos preliminares.

Alejandro comenzó a restregar su mano abierta contra mi coño ardiente. En seguida comencé a soltar una gran cantidad de líquido translúcido por mi raja de puta insaciable. Como no había apartado el rectángulo del bikini que cubría mi clítoris, tiraba de la tela al presionar, haciendo que el hilo que yo tenía entre mis nalgas se me clavara todavía más, presionándome el ano y el perineo.

En ese momento, cuando nuestras pasiones iban in crescendo, Alejandro me agarró del pelo de la parte trasera de mi cabeza, haciendo que mis gafas de sol se me cayeran, y causándome algo dolor. Pero no me quejé. Solo arrugué el entrecejo, cerré los ojos y apreté los dientes. Acto seguido me encontré con los sabrosos labios de mi marido exigiéndome que le diese un profundo beso de tornillo, cosa que hice sin quejarme, y sin abrir los ojos. Me estaba encantando aquella experiencia, que por algún motivo desconocido para mí me resultaba muy diferente a lo que era habitual en nuestras sesiones de sexo.

Mi marido era un hombre apasionado y fantástico en la cama, y aunque a veces habíamos hablado de hacer un trio por ejemplo, eran vanas palabras que nunca habían llegado a ningún puerto. La forma en la que me estaba tocando, con tanto anhelo, como si fuese la primera vez que lo hiciera conmigo, con cierta urgencia, con más ímpetu de lo habitual me sorprendió un poco, pero no lo suficiente como para darme cuenta de lo que estaba pasando, y así haberme librado de lo que iba a sucederme a continuación.

De repente, una voz desconocida, de un crío, me despertó de mi sueño tan maravillosamente pervertido, haciendo que me golpeara de morros con la dura realidad:

Joder que puta es, señora...”

Unas duras y acusadoras palabras. Separé mi boca de la de Alejandro, y al abrir los ojos me di cuenta que aquel al que había estado masturbando, a quien dejé tocarme a sus anchas mis pechos y mi vagina inflamada, no era mi marido, sino Rubén, el mejor amigo de mi hijo aquí en la urbanización. Un mocoso macarra de pelo rubio platinado natural y mirada celeste cargada de maldad, del que no me fiaba ni un pelo. ¡Y detrás de él  estaban el resto de sus amigos! Mirándome fijamente, con las bocas abiertas y sus paquetes abultadísimos.

¡Aaaaahh! ¡¡Fuera de aquí mocosos!! ” les grité, entre humillada y cabreada.

Mierda. Quería morirme. De normal, cuando mi hijo Julián invitaba a sus amigos a la piscina ya solían ponerme nerviosa, con sus miradas furtivas y ese carácter rebelde, sobretodo el de Rubén, quien era el líder de aquella pandilla de fines de semana, y el más alto de todos ellos. Como si un rayo me atravesara de arriba abajo, sentí el cuerpo como si fuera de gelatina, tembloroso.

Rubén no me soltaba el brazo. Seguían mirándome. Yo era completamente consciente de las pintas que llevaba. Si, de una auténtica guarra. No era así como debería vestir la respetable madre de un amigo. Y no solo eso ¡¡Es que me habían visto excitarme con las marranadas que me había hecho aquel niñato impertinente!! Tenía que salir corriendo y esconderme en la casa.

¡Suéltame idiota!” rugí en un acceso de ira. Pero por mucho que me debatía por soltarme, no había manera.

Lo llevas claro” me respondió  Rubén.

Por fortuna, como ambos estábamos resbaladizos por el aceite solar, aunque él era más fuerte que yo, conseguí escurrirme y salí corriendo. Bueno, lo intenté. Porque en cuanto di el primer paso para alejarme de aquel infierno, noté como Rubén me agarraba con toda su mala hostia de la parte de atrás del bikini, y por mi brazo, levantándome en el aire y echándome hacia atrás. Intenté empujarle. Él me empujaba a mí. Finalmente terminamos cayendo los dos de lado  a la piscina, sin dejar yo de intentar huir y él de atraparme.

Tuve que aguantar la respiración. Cuando salí al exterior y di una bocanada de aire, vi que Rubén estaba justo en frente de mí, y me enseñaba con descaro la parte superior de mi diminuto bikini fucsia, que sujetaba en su mano derecha.

¡Devuélvemelo ahora mismo!”  le increpé, al tiempo que me tapaba las tetas cruzando ambos brazos sobre mi voluptuoso pecho desnudo. Mi piel y mi pelo mojados goteaban.

Pero Rubén se estaba divirtiendo de lo lindo con todo aquello, y no iba a ceder tan fácilmente.

Ve tú misma a por él” respondió, y justo cuando terminó de pronunciar la última palabra, vi como lanzaba mi bikini por los aires en dirección a uno de los chavales que permanecían fuera de la piscina.

Dirigí mi iracunda mirada hacia el crío en cuestión, llamado Miguel, y que era de la misma edad que mi hijo. Tenía el pelo castaño y los ojos oscuros.

Lo digo muy en serio. ¡Se lo diré a vuestras madres!” fue lo primero que se me ocurrió soltarles.

Miguel le lanzó el diminuto sujetador rosa a su hermano Adrián, que era un par de años menor que él, y físicamente calcado a su hermano mayor, aunque en dimensiones reducidas.

Adri, no estoy bromeando. ¡Os va a caer el castigo del siglo!” le grité.

El muchacho, que era el más joven y cortado de los cuatro, se puso rojo y rápidamente lanzó la prenda rosa al siguiente de sus amigos, y el último involucrado en este turbio asunto. Su nombre era Nicolás, y por lo visto era un jodido pervertido en potencia, porque cuando agarró al vuelo el bikini, lo acercó a su boca y lo lamió con evidente lascivia. Nicolás era un pelirrojo greñudo, pecoso y con sobrepeso… No. Más que eso. Estaba rozando la obesidad mórbida infantil.  Yo me estaba quedando alucinada con todo eso. ¡¿Cómo demonios iba a pararlos?!

Si eres lista no vas a decirle nada a nadie” fue Rubén quien me dijo aquellas palabras.

Nicolás, el obeso pelirrojo, había dejado de lamer el bikini. Buscó algo en el teléfono móvil que sostenía en su mano y me lo enseñó. De lejos no podía ver bien la imagen, pero recordaba las palabras que yo misma había pronunciado mientras dejaba, totalmente engañada, que Rubén me metiera mano por todas partes. También estaba la parte en que le masturbaba. ¡Menuda putada joder!

El adolescente lanzó la prenda de nuevo a Rubén. Yo le dediqué una mirada de odio tremenda.

Basta ya...” susurré, casi con ganas de echarme a llorar.

Si, les doblaba la edad, pero en mi interior en ese momento me sentía como una niña desvalida, que estaba a punto de ser abusada por un grupo de cuatro macarras, tres de los cuales no llegaban ni a la mayoría de edad.

No Natalia” la respuesta de Rubén fue rotunda ”Tú harás lo que te ordenemos sin quejarte, y cuando estemos satisfechos te dejaremos ir.

¡Mi marido volverá en seguida!” respondí, intentando hacerles entrar en razón.

¡Jajaja! ¡De eso nada!” Rubén se descojonó vivo de mí ”Hemos visto a Alejando ir con el coche en dirección a la urbanización de al lado. Eso nos da una hora libre contigo, por lo menos.

¿Por qué no me muero ya y se me traga la tierra? ¡¿Pero cómo podía tener tan mala suerte jodeeeer?! Cuando me di cuenta que estaba a su absoluta merced, comencé  a llorar en silencio. Pero aquello no ablandó los corazones de aquellos  pequeños sádicos.

Aparta tus manos y déjanos ver las tetas” me ordenó Rubén.

¡Eso que las enseñe!” se sumó Nicolás el obeso, quien volvía a grabarme con su móvil.

Los hermanos Miguel y Adrián no hablaron, pero no apartaban sus ojos abiertos como platos de mí.

Derrotada, decidí terminar con esta agonía lo antes posible. Les seguiría el juego, alargándolo todo lo que pudiera sin dejar que me tocaran ni nada parecido. Y cuándo mi marido regresara, le explicaría todo, y seguro que juntos encontrábamos la manera de solucionarlo.

En absoluto silencio, dejé de mirar a los chicos y clavé mis pupilas sobre el agua, agachando la cabeza. Apartar mis brazos de encima de mis tetas fue el acto de voluntad más grande que había hecho hasta la fecha.

¡Señora tiene tetas de vaca lechera!” exclamó el cámara.

¡Son tan grandes como melones!” dijo Miguel.

Son... enormes...” susurró el jovencísimo Adrián.

Me habría dado un paro cardíaco ahí mismo por la absoluta vergüenza que estaba sintiendo, pero una nueva orden llegó a mis oídos.

Tócatelas” el líder había hablado.

¡No!” repliqué, con los últimos trazos de dignidad que me quedaban.

¿Prefieres que lo hagamos notros?” anunció Rubén. Y no le hizo falta usar un tono demasiado amenazante, la advertencia era bien clara. O lo hacía yo por las buenas, o lo harían ellos por las malas.

¡Está bien!” exclamé.

Tuve que cerrar los ojos del todo para no ver lo que sucedía. Me obligué a levantar las manos y las puse sobre mis pechos. Al no poder ver nada, solo oscuridad, parecía que todo resultaba un pelín más sencillo. Seguía temblando por el subidón de adrenalina, así que al poner mis manos sobre mis enormes de tetas,  éstas comenzaron a moverse.

Es una puta gorda. Pero está buenorra” dijo el mayor de los hermanos.

Me la follaba ya mismo” anunció el gordo del móvil.

El ambiente se iba caldeando por segundos, y yo cada vez tenía más las de perder, y menos las de salir airosa de lo que parecía que terminaría siendo una violación grupal de unos macarras de instituto a la zorra de la madre de su amigo. Y encima tenía que aguantar que me llamasen gorda (sí, me molestó más eso que lo de puta).

¡Hazlo con más ganas o voy yo a enseñarte como se hace!” reclamó el más mayor de todos.

¡¡Que se las chupe!! ” el obeso pelirrojo no perdía oportunidad de meter más baza en el asunto.

¡Ya lo has oído! ¡Chúpatelas! ” de nuevo Rubén dándome órdenes, como si fuese su perra.

Me sentía tremendamente angustiada. Tenía un punzante nudo en el estómago que me dolía por el estrés. Todos los músculos rígidos. Mi corazón latía acelerado. Y en medio de todo ese caos, no sé por qué cojones, comencé a sentirme excitada. Nada tenía sentido para mí, me estaban coaccionando para humillarme delante de aquel grupo de niñatos, y de alguna forma muy retorcida, en lo más profundo y secreto de mi alma, comenzaba a gustarme. Bueno... solo tenía que seguir con el papel de víctima horrorizada. Nadie se daría cuenta de nada.

Como Rubén me había ordenado, empujé mis pechos por los lados y los subí, como si mis manos fuesen un push-up, incliné del todo mi cabeza hacia delante y abrí los labios. También tuve que abrir los ojos para mirar. De momento enfocada únicamente a mis tetas. Saqué la lengua y comencé a pasarla `por encima de uno de mis pezones, que no tardó en endurecerse.

De reojo vi que líder rubio se había metido la mano dentro del bañador y se estaba masturbando. No me atreví a alzar la mirada para ver qué coño estaban haciendo los demás. Joder. Les doblaba la edad, pero me deseaban con tanta intensidad que eran capaces de transgredir la ley para poder alcanzarme. Eso era lo que más me excitaba, su evidente deseo hacia mi persona, alguien tan distinto a las niñas a las que estaban habituados.

Cuando cambié de pezón y comencé a lamerle el otro, Rubén no pudo contenerse más y de pronto lo tuve justo delante de mí. Me asusté tanto que me quedé paralizada, mientras él me agarraba ambos pechos con sus manos y comenzaba a chuparlas con deleite.

Hmmm que pedazo de tetas tienes mamita calientapollas” me dijo el mejor amigo de mi hijo.

Yo quería morirme. Le puse las manos sobre sus brazos, intentando apartarle, aunque debo reconocer que no luché contra él con todo el ímpetu que debería haberlo hecho.

Rubén… para por favor. Esto está mal” le dije a mi agresor adolescente.

El muchacho ignoró mis súplicas y continuó masajeándome las tetas y succionando los pezones juntos, lamiéndolos y llevándome al quinto cielo con todo aquello. Lo odiaba con todas mis fuerzas, por haberme obligado a hacerlo, por estar sus otros amigos mirándonos y viéndolo todo, y me odiaba a mí misma porque en el fondo. Muy muy en el fondo, todo aquello me estaba poniendo cardíaca perdida. Ni en mis más oscuras y secretas fantasías habría llegado a soñar una escena como la que estaba viviendo en esos momentos, tan horrible y excitante al mismo tiempo.

Sabes que no pararemos hasta sentirnos satisfechos, así que colabora” fue lo que me respondió Rubén.

El mejor amigo de mi hijo me cogió la mano y la puso sobre su paquete duro como una piedra. La dejó allí y situó la suya sobre mi raja más que húmeda, y no por el agua de la piscina precisamente, sino por la ingente cantidad de jugos que había estado soltando.

El joven rubio comenzó a masturbarme con sus dedos, acariciando de manera demasiado hábil para su edad mi clítoris y mi raja palpitante y necesitada de polla. Y sin haberle dado la orden de hacerlo, noté como mi mano cobraba vida propia y comenzaba a masturbar al crío por encima del bañador. No era capaz de alzar la mirada y ver al resto de muchachos, pero no hacía falta. Notaba sus libidinosas miradas clavadas en mi cuerpo. Estaba muerta de vergüenza.

Joder esta puta está encharcada. Su coño reclama polla a gritos” dijo el líder de la pandilla a sus subordinados adolescentes.

Yo noté como mis mejillas se sonrojaban, tomando una tonalidad carmín intenso.

Rubén… eso es mentira” repliqué, sin demasiada convicción. Pero tratando de conservar el poco orgullo que me quedaba tras aquella tremenda humillación.

Vemos quién de los dos miente, señora.

Justo cuando el malvado rubio le dijo aquellas palabras en tono más que amenazante, me metió dos dedos dentro de mi coño encharcado. Yo no lo esperaba y el jadeo que salió de mi garganta fue de lo más delatante.

”¡Aaaaaaaaahhhh Rubeeeeeen…!

El mejor amigo de mi hijo torció la sonrisa, volviendo su hermoso rostro adolescente en algo peligroso y diabólico. Sin dejar de mamar de mis tetas, empezó a meter y sacar esos firmes dedos del interior de mi raja, provocándome una excitación inaguantable. De pronto olvidé quién era, cual era mi nombre, olvidé al obeso pelirrojo que me grababa con su móvil. Me olvidé de todo y sencillamente me dejé llevar por una situación que me superaba en demasiados aspectos, llegando al clímax en un tiempo récord. Jamás me había corrido tan rápido siendo masturbada por otra persona.

”¡¡AaAAaaaAaAAAaAAAaAAhhHHH!! ¡¡NoooOOoo!!”

Mis jadeos fueron tan altos que debieron escucharme desde la urbanización del al lado.

Justo en ese momento, el más humillante de todos, cuando me dejaba llevar y me corría con los dedos del mejor amigo de mi hijo insertados en lo más hondo de mi coño de puta, justo entonces, apareció mi marido.

Esta puta es de mi propiedad. ¿Quién cojones os habéis creído que sois para ponerle las manazas encima sin pedirme permiso? ” dijo Alejandro, dejando las bolsas de la compra a un lado, y acercándose a la piscina con un gesto serio y de absoluta autoridad.

Todos mis relatos: http://relatosdeladoncellaaudaz.blogspot.com.es/

No consentido. BDSM. Gay. Sadomaso.

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