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El jardín de la delicias 4 - Fin -

en No Consentido

Desde aquel fin de semana en que mi marido Alejandro me pilló teniendo un orgasmo en la piscina con Rubén, el mejor amigo de mi hijo aquí en la urbanización, y luego me obligó a satisfacer con mi cuerpo a los cuatro adolescentes que habían querido abusar de mí, haciéndome sentir la más puta de las madres y esposas, hemos subido otras muchas veces a la torre, más que lo que solíamos hacerlo antes de aquel suceso.

 

Mi vida ahora es muy diferente. Alejandro me puso precio. Cada uno de mis servicios como prostituta de esos cuatros chiquillos tiene un coste distinto. Si quieren algo, primero me pagan, no más de 15 euros, es un precio muy simbólico. Y luego les hago lo que ellos quieran, excepto follar por el coño, ya que no tomo anticonceptivos y mi marido me lo tiene prohibido. Es él el único macho que tiene derecho a perforar mi sucio coño de guarra y llenármelo con su leche de semental.

 

En estos meses han sido varias las ocasiones en que Julián, mi hijo, ha estado a punto de pillarme en mi nueva profesión como puta de sus amigos.

 

Una de las veces yo estaba en el pequeño cuartito de la lavadora, junto a la cocina. Nicolás, el gordo seboso, estaba sentado sobre la secadora en marcha y yo le mamaba su gruesa polla. Entonces mi hijo Julián entró en la cocina y me preguntó si estaba haciendo la colada. Me incorporé, abrí un poco la puerta para que mi hijo no viese a su amigo con su duro rabo al aire, y saqué la mano “Dame lo que quieras limpiar y ya lo hago yo” mientras hablaba con él, con la otra mano masturbaba a Nico. Fue de lo más excitante, aunque yo temblaba de miedo por dentro por el descaro de estar cascándole la polla al amigo de mi hijo detrás de la puerta, con mi hijo al otro lado de la puerta. Fue estresante, pero de lo más caliente.

 

Otra vez, Julián y su novia Jessy estaban en la piscina, junto a mi marido, Rubén y Nico. Yo estaba dentro, en la cocina. Miguel fregaba los platos y su hermano Adrián los secaba, sonriendo a mi hijo y su novia a través de la ventana. Mientras, yo permanecía agachada entre ellos, y les hacía una mamada doble. A un precio especial, claro. Jajajaja. Sus corridas en mi cara y en mi boca de zorra me resultaron deliciosas.

 

La vez más excitante de todas fue cuando Rubén, el líder de la pandilla, subió a la habitación de mi hijo para usar su pc por no sé qué excusa que le dio. Yo me vi arrastrada arriba con él. En realidad, estaba follándome el culo cuando mi hijo subió por las escaleras.  Me escondí debajo de su mesa de estudio para que no me viera, aun con la polla de su mejor amigo metida en lo más hondo de mis entrañas. Mientras hablaba con él, Rubén con maldad embestía contra mi orto cada vez que mi hijo Julián se distraía y dirigía su mirada a otro lado, provocándome que casi me corriera ahí mismo por no poder hacer ni un solo sonido cuando estaba siendo empalada con saña y brutalidad por la rica polla del mejor amigo de mi hijo.

 

Y finalmente llegaron las vacaciones de verano, es decir, que pasaríamos al menos un mes en esa casa de la lujuria y puro vicio. Como todos los estudiantes habían terminado con la escuela, los chicos de la urbanización organizaron una especie de fiesta de fin de curso, y adivinad en qué casa decidieron montarla. Sí, exactamente, la mía. La sorpresa que me llevé cuando vi lo que me habían preparado Alejandro y los chicos fue tremenda. Pero no adelantemos acontecimientos. Mi marido avisó a mi hijo Julián que podía montar ahí la juerga, pero el garaje ni tocarlo. Lo cerraría con un candado y arrancaría la cabeza de quien intentara entrar allí, supuestamente por el auto y los objetos que guardábamos allí, pero ese no era el verdadero motivo.

 

Alejandro me ordenó no aparecer por ahí hasta última hora de la tarde, cuando ya empezara a oscurecer. Así que dediqué el día a ponerme a punto para lo que me esperaba, que sería una orgía con esos cinco sementales que se morían de ganas de perforar mis agujeros.

 

Tomé un taxi al centro de la urbanización y me hice una limpieza de cutis, un peeling corporal completo, depilación a cera de piernas, pubis y axilas... Me sobraba el tiempo, así que después de comer pase por una peluquería y allí me maquillaron con tonos muy marcados, como una auténtica puta, y me lavé y peiné mi larga melena azabache, pasándole la plancha y dejándola muy lisa. Todavía era pronto cuando terminé con todo eso, así que fui de compras. 

 

En un sexshop adquirí un conjunto de verdadera calientapollas, nada digno de una amante madre y esposa, compuesto por unas braguitas de encaje que tenían una raja en la zona del coño y por detrás había un agujero bien grande por el que se veían completamente mis nalgas, con un lacito en la parte superior. El sujetador, de encaje también, dejaba a la vista mis tetas, sujetándolas por debajo, y era sin tirantes, cruzado por atrás en la espalda. El conjunto era rojo y negro. Le pregunté al dependiente si podía llevármelo puesto y no hubo problemas, así que entré en el probador, me desnudé y me puse el conjunto. Me quedaba ceñido a mis prietas carnes y mis tetazas enormes quedaban espectaculares, por no hablar de mi culo. Parecía un hermoso regalo libidinoso a punto de ser entregado.

 

Luego fui a comprarme ropa. Unos zapatos negros del tacón más alto que me atreví a llevar. Y luego me decidí por un insinuante vestido granate. Era de esos que quedan completamente pegados al cuerpo. Sin hombros, aprovechando que el sujetador no tenía tirantes. El escote era bastante pronunciado. Y la parte de la falda no podía ser más corta. Quería llevar algo que gustara a los chicos cuando me vieran “Pero que puta llego a ser...” pensaba mientras me lo ponía en el probador e iba a pagarlo a la caja. En cuanto salí de la tienda, noté los ojos de todos los hombres a mi alrededor sobre mí y mojé mis braguitas rojas de encaje. “Que calientapollas soy…”.

 

Entrada la noche, volví a nuestra casa, y cuando llegué me quedé sin palabras. La fiesta ya había empezado un par de horas antes. Los jóvenes tenían alcohol para aburrir, y andaban ya medio pedos. Alejandro salió a recibirme a la puerta, ya que le había avisado de mi llegada por un mensaje al móvil.

 

“Vaya, es asombroso. Debe haber costado un dineral” le dije.

 

Alejandro se rio “Pues espera a ver el otro lado jajaja”

 

Entramos a la casa, y fuimos hacia el comedor, para salir al jardín.

 

“Madre mía...” había enormes espejos a lado y lado, una pista de baile, la piscina llena de luces... una pasada.

 

Y la mayor sorpresa me la llevé cuando Alejandro me cogió de la mano y me dijo:

 

“Ven conmigo”

 

Salimos del jardín. Yo no tenía ni idea de dónde me llevaba. Rodeamos la casa por fuera y cuando llegamos al garaje, Alejandro llamó a la puerta de madera de una forma muy concreta. Al poco, abrieron la puerta y entramos. Allí estaban los amigos de mi hijo que habían “abusado” de mí durante tantos meses, follándome siempre que tenían ocasión mi boca y mi culo. El coño pertenecía a mi marido y no les permitía usarlo. Estaba Rubén, el líder rubio de la pandilla. Nicolás, el gordo seboso pelirrojo al que me vi obligada a comerle el culo la primera vez que follamos todos juntos, y los hermanos castaños Miguel y Adrián, quien era el más jovencito de todos.

 

Pero mi mirada pasó rápido por encima de ellos, dirigiéndola a la pared lateral del garaje, que antes era de madera, y ahora era un enorme espejo, de techo a suelo, al parecer el mismo que yo había visto en el jardín. Podía ver perfectamente a los adolescentes bailando, bebiendo y pasándolo en grande a pocos metros de mí. Pero yo recordaba que por el otro lado el espejo sí que era espejo, es decir, que desde fuera los chicos de la fiesta no nos podían ver a nosotros. Aun así, la sensación de estar expuesta era muy fuerte.

 

“Increíble” susurré, acercándome al espejo y acariciándolo con la yema de mis dedos.

 

“¿Te ha gustado la sorpresa? Me alegro querida, porque aún tenemos más para ti” me dijo entonces Alejandro, alzando el brazo y dirigiéndolo hacia algo cubierto con una sábana negra “Lo hemos llamado “La sillita de la Reina”... ¡Porque será para la Reina de las Putas! Jajaja”

 

Miguel y Adrián tiraron de la sábana y descubrieron una especie de silla de ginecólogo, pero algo distinta. Es decir, tenía eso para mantener mis piernas abiertas, pero el resto de la silla eran secciones metálicas, lo justo para quedar yo tumbada con la nuca, mi espalda y las lumbares apoyadas sobre la fina superficie. Había una zona, como en forma de T, en la que me atarían los brazos, también mi cuello, cintura, pantorrillas y tobillos.

 

Los adolescentes se acercaron a mí, y entre los cuatro fueron quitándome el vestido ceñido que traía puesto, manoseándome descaradamente en el proceso. Cuando quedé solo con la ropa interior que había elegido para la ocasión, tan ceñido a mis prietas carnes, Alejandro me dijo:

 

 “Pero que puta eres Natalia”

 

Entonces los chicos me ataron a la máquina.

 

“Todo esto no es necesario, Alejandro, mi amor. Sabes que no voy a escapar” le dije.

 

“A mí me pone muy caliente verte así” me respondió él.

 

Yo estaba excitadísima. Aunque no entendía muy bien por qué me habían puesto de aquella forma, no era lo mejor si pretendían llegar a mi culo, el único orificio, además de mi boca, que Alejandro les permitía usar. Tal y como estaba puesta, podía ver el espejo que me quedaba justo delante, ya que la zona de la cabeza estaba algo más arriba que la de mi culo. Estar así de expuesta era tremendo... no podía dejar de pensar que era la guarra de la madre de Julián, que andaba por ahí bebiendo inocentemente con su novia y colegas, y que estaba allí abierta de piernas, a la espera de ser duramente sodomizada y abusada por los amigos de su hijo. Y el cristal era tan trasparente que realmente parecía que pudieran verme. Estaba muy nerviosa.

 

Una vez me tuvieron completamente atada, sin posibilidad de moverme, expuesta al “público” al otro lado del espejo, mi marido dio la orden a los chicos.

 

“Podéis empezar.”

 

Conociéndole, seguro que ya les habría dado órdenes muy precisas de lo que debían hacerme. Los amigos de mi hijo se quitaron la ropa, quedando completamente desnudos.

 

Nicolás, el maldito gordo seboso más pervertido del mundo, que me obligó a comerle el culo la primera vez que follamos, se situó entre mis piernas.

 

“Señora... que buenorra está joder...” me halagó a su particular manera, acariciando todo mi cuerpo con intenso deseo.

 

Con el paso del tiempo, los chicos se habían vuelto mucho más seguros de sí mismo, y ya no permanecían tan mudos y asustadizos como la primera vez, en que solo Rubén, el líder, mostró más sangre fría, digna de un pequeño semental en potencia como era él. Por mi parte, ya no me sentía mal siendo la puta a sueldo de esos pequeños bastardos, y tras mucho sufrir, ahora ya disfrutaba como una perra de ser enculada por ellos, o de mamarles las pollas. Bueno, a unos más que a otros. Nicolás en concreto seguía dándome grima. Por su físico desagradable y fofo, y porque realmente era un puto depravado.

 

Los otros tres muchachos permanecían sin ropa, de pie a mi alrededor. Se masturbaban despacio sus erectos miembros.

 

El gordito pelirrojo se escupió en la mano y frotó su rabo para lubricarlo. Yo no presentía nada malo. Solo me extrañaba que aquella vez nadie estuviese grabándolo, porque mi marido Alejandro permanecía a cierta distancia, viéndolo todo, pero sin participar por el momento. Se había sentado sobre el maletero de nuestro coche y sujetaba con la mano una copa de lo que supuse que debía ser un cubata. Entonces vi que habían situado dos o tres cámaras dentro del garaje de manera estratégica supongo para grabar mi rostro, mi cuerpo y todas las perversiones que sucedieran en aquel lugar.

 

Nicolás comenzó a frotar su grueso glande contra mi perineo, la zona entre mi ano y mi vagina. 

 

“Hhhmmm... no me hagas esperar más mi semental. Empálame con tu duro rabo de toro y hazme llorar” supliqué a Nico.

 

A esas alturas me complacía actuar como la puta que era, incluso con alguien como él que me daba tanto repelús. Siempre que le veía recordaba la degradación que tuve que sufrir comiéndole su culo fofo de vaca y se me removían las entrañas. Pero una puta es una puta, y a mi marido le excitaba verme follar con todos ellos, así que yo actuaba para él.

 

El adolescente obeso torció su sonrisa, volviendo su rostro algo más malvado de lo habitual en él y soltando un fuerte jadeo, me penetró por mi coño seco y cerrado tan duro y potente que me encastó su polla gordota, y dura como una piedra, hasta las putas pelotas de un solo movimiento.

 

“¡¡AaaAAaaaAaaaahh...!! ¡Siiii.... Jodeeeeer!” rugió el jovencísimo semental.

 

“¡¡AAAAAAAAHHH...NOOOOOOOOOO!!” aullé yo como una cerda, revolviéndome en mis ataduras.

 

Me había quedado muda. Pálida. Paralizada. Sentí verdadero pánico. Me costó la puta vida recuperarme del susto. Alejandro les había dejado bien claro a los mocosos que solo podían contratarme como puta para follarme por la boca o por el culo. El coño era propiedad exclusiva de mi marido, pues no tomo ningún método anticonceptivo por estar buscando un hijo con él. Por ese motivo no entendía qué pasaba. Todos los chicos habían acatado con aquella orden todo este tiempo atrás, desde que me convertí en su puta. Miré a Alejandro con terror en la mirada.

 

“¡¿Qué pasa?! ¿¡Por qué le dejas que me la meta por el coño?! ¡¡Alejandro háblame!!” exigí entre lágrimas, casi histérica.

 

Ahora entendía por qué había querido atarme de manos y pies el muy cabronazo. Yo no tenía forma alguna de defenderme. Me dí cuenta de mi terrible error. Había confiado en ellos, y me habían traicionado. Sobre todo, Alejandro, mi marido.

 

Pero mi pareja no se dignó ni a dirigirme la palabra. Le dijo a Nicolás:

 

“No le hagas ni caso a la cerda. Fóllatela bien duro, que recuerde tu polla metida en su coño de zorra calientapollas por el resto de su vida.”

 

Yo miré con los ojos muy abiertos a Alejandro, y luego al gordo, que seguía incrustado dentro de mí:

 

“¡Ni se te ocurra, Nico! ¡¡AaaAAaAaaAAaAAAAAaAHH!!” mi queja quedó interrumpida por un gemido alto y claro cuando el pervertido pelirrojo comenzó a violentar mi coño con toda su mala hostia.

 

“¡AaaAaaaaahhh...! ¡Ssii...! ¡¡Follarte el coño es mil veces mejor que hacértelo por el culo, mami!!” me dijo el mocoso de ojos verdes.

 

“¡¡Nooo! Basta yaaa!! ¡Tienes que parar!” le respondí yo gritando, fuera de mí.

 

Yo me removía como podía, trataba de soltarme, pero era del todo imposible. El obeso pelirrojo llamado Nicolás apartó su boca de mi teta para decirme:

 

“Has sido afortunada... Hhhhhmm... Lo echamos a suertes y gané yo” el gordo me miraba con deseo ardiente en sus pupilas “Imagínate... Tu embarazada de mí... ¡Pariendo a mi hijo...! ¡Joder que caliente me pone pensarlo...!” después de decir eso, mordió mi pecho con saña, marcándomelo con sus dientes.

 

Yo miraba a Alejandro, a los otros tres chicos a mi alrededor, a Nico, que seguía follándome como un maldito animal salvaje.

 

“¡¡Seguro que te preño con mi leche de macho…!! ¡!AaaAAaaAAaahhh…!” me dijo, agarrando mis dos tetazas enormes con sus manos gordezuelas y chupándolas.

  

Hablaba de preñarme en contra de mi voluntad, con mi marido presente y callado, y sin poder defenderme de ninguna de las maneras. Eso era de lo más humillante... degradante. Es que no podía soportarlo.

 

“¡Basta ya! ¡Dejadme en paz! ¡¡AAaAAaAAAaAAAAhH...!!” reclamaba yo entre hondos jadeos.

 

Nicolás entonces comenzó a aumentar la velocidad a la que me estaba perforando mi rajita. Arañó mis pantorrillas y empezó a gemir muy fuerte:

 

“¡¡Me corroo....!! ¡¡AaAAaAaAaAAAAaAAaAAhhh...!!” gritó el crío, incrustándome su durísimo rabo de semental hasta el puto útero y corriéndose de manera increíblemente abundante en él.

 

Yo pataleaba, lloraba, gritaba. Quería matarlos a todos. Ese maldito gordo seboso se me había corrido dentro y yo no tomaba nada para prevenir el embarazo. A Alejandro lo mataría el primero por hijo de la gran puta.

 

“¡¡NOooOOoOOOO!! ¡No quiero quedar embarazada de ti! ¡¡NO QUIEROOO!! ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!” aullé cuando sentí su ardiente corrida en mi interior.

 

Mientras se corría, el asqueroso de Nico me agarró con saña del pelo y comenzó a morrearme apasionadamente, metiéndome su lengua tan gorda como el resto de su ser dentro de mi estrecha boquita. ¿¿Por qué Alejandro insistía en que follara con ese crío que me resultaba tan asqueroso?? ¡No lo soportaba! ¡No quería tener que besarle! ¡Ni tener que comerle su sucio culo de foca! ¡¡Me daba ASCO! ¡¡¡Y AHORA SE ME HABÍA CORRIDO DENTRO DE MI COÑO, PREÑÁNDOME SEGURO!!!.

 

Pero no me dieron tiempo a calmarme.

 

“El siguiente” anunció mi marido, con la mayor serenidad del mundo, bebiendo tranquilamente de su copa, como si diese el turno en la charcutería, y no a unos malditos críos para que me violaran por mi delicada vagina, preñándome en contra de mi consentimiento.

 

“¿Porqué...? ¿¿Porqué....?? ¡¡No quiero más!! ¡¡BASTA!!” dije sollozando entre lágrimas.

 

De nuevo mis ruegos no sirvieron de nada. El líder de la pandilla, Rubén, se puso en el lugar del gordo y pervertido Nicolás y mojó su duro rabo, grande y grueso casi como el de mi marido, contra mi raja, mojándola con el semen de Nico.

 

“Rubén por favor... ¡Detente!” le imploré llorando. Normalmente, en mi papel de puta insaciable, era con ese chico con quien más disfrutaba yo siendo sodomizada. Pero no quería que me follara el coño.

 

“Que dice, señora. Vamos a tener un bebé precioso jajaja” me respondió él, riéndose de mí en mi maldita cara.

 

En cuanto me lo hubo dicho, el rubio empujó fortísimo con su firme vergota, haciéndome sentir que me iba a rajar el coño, por no tenerlo acostumbrado a ser follado por pollas distintas a la de mi marido, no haberme lubricado correctamente, y estar completamente tensa porque eso era prácticamente una puta violación.

 

“¡¡NOOOOOOOOOO!! ¡¡¡AAAAAAAHH!!! ¡¡NOOOOOO!!” grité yo.

 

Como la vez anterior, el muchacho que estaba follándome por el coño sin mi permiso, lo hacía con toda su mala hostia, dañándome más e irritando mi vagina y mis labios, dejándolos rojos e hinchados. Si podía metérmela así de rápido y brusco era solo por la lubricación que le proporcionaba el semen de Nicolás. Y yo seguía llorando y tratando de soltarme mis amarres, sin conseguirlo.

 

“No puedo con esto Alejandro… ¡¡AAAaaAAaaAAhhH…!! ¡¡No quiero quedar preñada de estos críos!!” grité a todo pulmón. Cosa que no sirvió de nada, pues la música de la fiesta estaba puesta a un nivel muy alto y ocultaba mis quejidos.

 

“Qué coño más delicioso tienes Natalia… No me cansaría jamás de follártelo… ¡AaaaAAaahh…!” me dijo mi pequeño semental preferido, pero también muy odiado en ese preciso momento.

 

Rubén clavó sus uñas en mis tetas y las apretó queriéndome hacer daño. Me mordió el estómago, dejándome sus dientes marcadas en él.

 

“¡AAAAAHHHHH…! ¡QUE HACES…! ¡¡PARAAA!!” gritaba yo asustada y humillada.

 

El líder rubio debía estar realmente cachondo por estar follándome el coño en contra de mi voluntad, porque no tardó ni diez minutos en adquirir una velocidad infernal, y fue el segundo en correrse en mi interior.

 

“¡¡¡AAAHAHAHAAAH!!! ¡¡¡SIIIII!!! ¡¡TE VOY A PREÑAR CON MI LEFAA!!” gritó eyaculando tan abundante dentro de mí que rezumaba un montón por fuera.

 

“¡¡NOOO!! ¡¡¡¡QUE NOOO!!!! ¡¡¡PARAD YAAA!!!” yo volví a romper a llorar cuando el mejor amigo de mi hijo se me corrió dentro del útero. Estaba claro que, si el gordo seboso de Nico no me había preñado antes, lo había hecho ahora Rubén.

  

“Siguiente” dijo mi marido, hundiéndome en la miseria.

 

“Basta… Ya basta por favor… Os lo ruego…” susurraba yo, ya abatida por lo que estaba sucediendo.

 

El siguiente fueron los hermanos castaños Miguel y Adrián. Los que el día de la piscina me follaron juntos mi culo destrozándomelo y provocándome un orgasmo tan intenso que les meé encima sin poderlo evitar.

 

“Ya sabéis como quiero que se lo hagáis” les dijo Alejandro.

 

“Si, señor” respondieron ambos muchachitos, que no tenían las pollas demasiado grandes, pero cuando las juntaban eran capaces de desgarrarme si no iban con cuidado.

 

“No… eso no… Los dos juntos por mi coño no…. ¡Me vais a desgarrar!” imploré, temiéndome lo peor.

 

“Fuiste capaz de metértelas juntas por ese culo de zorra insaciable sin problema, así que tu coño podrá con ambas pollas” me respondió Alejandro, como si en vez de mi marido, fuese mi chulo o algo así.

 

“Alejandr…. AAaaAAaAAAAAaAAAAAHHHHHHH!!!” quise decirle algo más, pero mi frase quedó cortada por un aullido estremecedor cuando esos dos mocosos me empalaron duramente con sus dos rabos tiesos y duros.

 

“¡AaaaaAAaaahhhh….! ¡Siii que bieeen!” exclamó el mayor

 

“¡Aaaaaaaaaaahhhmm…!” gimió el más pequeño.

 

Yo sentía mi raja abierta hasta más allá de su capacidad real. Esas dos pollas insertadas dentro de mi vagina me estaban destrozando por dentro. Y eso que aún no se habían movido, solo me las habían incrustado hasta las malditas pelotas.

 

“HHnnm.... Miguel... Adrián...- No lo hagáis... Me partiréis en dos... por favor...” supliqué llorando.

 

Los críos en vez de responderme miraron a mi marido, quien les hizo una señal silenciosa para que empezaran. Y vaya si lo hicieron.

 

De pronto esos dos adolescentes amigos de mi hijo comenzaron a retirarse de mi interior, juntos.

 

“¡Qué pasada!” dijo el gordito Nicolás, sin perder detalle de cómo se ensanchaba mi vagina hasta límites insospechados, sin romperse.

 

“Se nota que es un coño habituado a follar” añadió Rubén, el líder, para mi mayor vergüenza.

 

“¡¡QUE OS DEN POR CULO NIÑATOS!!” cuando les mandé a cagar, los hermanos de pelo castaño embistieron con todas sus fuerzas contra mí, empalándome de nuevo sus dos durísimos rabos.

 

“¡¡AAAaAAaaAAAAaaAAAHH!!” grité desesperada por el dolor que sentía, por haberse corrido ya en mi útero, por todo lo malo que estaba pasando.

 

Demoraron unos minutos en conseguir que mi canal vaginal se ensanchara lo suficiente como para poder meterme sus dos pollas juntas y sacarlas, sin que pareciera que mi coño se las fuera a arrancar de cuajo de lo tenso y poco dilatado que estaba. Fue un proceso lastimero y muy doloroso. Yo solo quería que terminaran ya y me dejaran en paz de una maldita vez.

 

“¡¡AAaaAAAaaaAAaaaAAAAhhh...!!” aullaba yo como una cerda en el día de la matanza.

 

Los hermanos adolescentes se movían cada vez más rápido en mi interior, completamente coordinados el uno con el otro. Adrián, el más joven de todos los presentes, agarraba a su hermano por la cintura, y Miguel le sujetaba por los hombros, así se impulsaban el uno al otro al unísono, follándome al mismo tiempo mi dolorido coño ya violentado dos veces antes que llegara su turno. Yo quería morirme. Sentía mi coño rajándose, destripándose, rasgándose de dentro hacia fuera de la potente presión que ejercían esos dos rabos de macho dentro de él. Pero solo eran imaginaciones mías, no hubo heridas internas.

 

Y al poco rato, como había sucedido con el gordo Nico y el líder de la pandilla Rubén, los hermanos de pelo castaño encastaron sus dos pollas bien hondo dentro de mi coño y se corrieron tan abundante dentro de mi matriz que parecía que hiciera meses que no se corrían.

 

“¡¡AAAaaaAAAaaAAHH!! ¡¡¡Siii…!!!” jadeó el mayor de ellos.

 

“¡¡AAAAhhhh…!! ¡Que bieeen!” gimió el pequeño.

 

Los muchachos se salieron de mi interior. Rezumaba muchísimo esperma de mi vagina dolorida y palpitante. Yo no había dejado de llorar durante todo el proceso de mi violación.

 

“Os… odio… A todos…” murmuré entre lágrimas, sin querer mirar a ninguno a la cara.

 

Los cuatro adolescentes que acababan de preñarme permanecían a mi alrededor, desnudos y masturbándose, para volver a endurecer sus pollas.

 

Alejandro entonces dejó la copa vacía sobre el coche, se puso en pie y se acercó a mí. Al principio evité su mirada, pero al final dirigí mis pupilas llenas de odio a sus orbes, que me devolvieron una mirada tranquila. Es que no podía entenderle. Ya ni ganas de gritarle tenía. Mi marido sacó algo de su bolsillo y lo puso frente a mi cara, sonriendo. Os juro que estaba tan fuera de mí misma que tardé una puta vida en comprender lo que era.

 

“¿Una prueba de embarazo?” le pregunté a mi marido, sin entender nada.

 

“Es la prueba que te has hecho esta mañana, mi querida Natalia. Y es positiva” me respondió Alejandro.

 

Yo miré el palito y las rayitas que indicaban que era positivo. Fruncí el ceño.

 

“Pero tú me dijiste que había dado negativo” dije llorando de nuevo, pero esta vez de felicidad, porque hacía mucho tiempo que Alejandro y yo buscábamos un hijo. Además, ahora entendía que no me había podido quedar preñada de ninguno de esos críos. Que sí que estaba embarazada, pero el padre del retoño sería mi amante esposo, como debía ser. Sonreí y lloré de pura felicidad. Se me olvidó la putada de hacerme creer que quedaría preñada de uno de esos idiotas.

 

“Te engañé” Alejandro sonrió con maldad “A partir de ahora y hasta que dé a luz, los chicos tienen permiso para usar tu coño también.”

 

“Como desees mi amor. Haré todo lo que te complazca” le respondí yo, sin dejar de sonreír.

 

Ahora que sabía que todo había sido un engaño, y que mi útero estaba a salvo, porque ya estaba embarazada de Alejandro, no me importaba nada de nada. Esos chicos podían follarme por donde quisieran, humillarme como les diera la gana. Mi “yo” más sumiso hacia mi marido volvió a hacerse presente, y a esas alturas estaba dispuesta a todo para complacerle. Porque todo aquel embrollo se había liado por mi culpa. Fui yo la que caí en las redes de los adolescentes, dejando que me grabaran teniendo un orgasmo con la mano de Rubén metida en mi coño en la piscina.

 

Entonces los chicos manipularon el artefacto en el que estaba tumbada y me dejaron boca abajo, con las piernas bien abiertas, y aun sin posibilidad de moverme por mis varias ataduras. Pero no me importaba en absoluto. Mi marido se me acercó y me puso un bozal en la boca, pero de esos con orificio, y me dijo.

 

“Hoy vas a hartarte de mamar polla. No quiero que muerdas a nadie sin querer, mi zorra.”

 

A partir de ese momento comenzaron a follarme todos los muchachos, uno por el coño, puesto tumbado debajo de mí, otro por el culo, otro por la boca. En cuanto se corrían, se cambiaban las posiciones. Los cuatro muchachos se corrieron cada uno en todos mis orificios de puta, otorgándome ricos y suculentos orgasmos. Las cámaras lo iban grabando todo. De vez en cuando yo dirigía mi mirada al espejo, viendo a los muchachos en la fiesta tan cerca. Eso me hacía sentir expuesta y todavía más guarra por estar disfrutando de todo aquello como lo hacía.

 

Cuando ya todos habían tenido su ocasión de probar mi coño, mi culo y mi boca, y yo me sentía llena, satisfecha, agotada y feliz, Alejandro llamó a los cuatro chicos y les habló lejos de mí, así que no escuché nada de lo que decían.

 

Al volver, Nicolás, el gordo pelirrojo, se arrodilló delante de mi cara, con su asqueroso culo justo en frente de mí.

 

“Ya sabes lo que le gusta al chico. Esta vez le comerás el culo como Dios manda puta” me dijo Alejandro.

 

Yo asentí, sin poder hablar demasiado por el bozal en mi boca, y sin necesidad que nadie me obligara a ello, aunque era la cosa más repulsiva del mundo para mí, situé mi lengua contra su entrada posterior y comencé a lamerle con todas mis ganas. El sabor y el olor eran detestables.

 

“¡AaaAAaaAAaaahhh…! ¡Ssiii! ¡Qué bieeen…!” jadeó el pelirrojo.

 

“Te desataré las manos para que puedas usarlas con tu cliente” anunció mi marido, y así lo hizo.

 

En cuanto tuve los brazos libres, puse una de mis manos sobre la polla de Nicolás el obeso, para masturbar su gordota y corta polla, que estaba durísima, y la otra mano la puse en su nalga fofa para apartarla y seguir chupando ese valle enorme entre sus nalgas con la mayor devoción de zorra.

 

Como yo tenía la cara metida dentro de ese culote enorme, no vi cómo se colocaban los chicos. Esta vez Alejandro se uniría a la fiesta. Él y Miguel, el mayor de los hermanos, se situaron detrás de mi culo, y Rubén, el líder, y Adrián, el pequeño, se tumbaron debajo de mí. El gordo Nicolás seguía gimiendo complacido por mi excelente comida de su culo grasiento.

 

“Hhhmm.. sii… más… ¡Méteme un dedo…!” me pidió el muchacho.

 

Así que solté su enorme nalga y me lamí un dedo, insertándoselo lentamente en su orificio posterior.

 

De pronto sentí algo muy extraño. Eran cosotas enormes y duras como piedras que intentaban penetrarme por el coño y por el culo al mismo tiempo.

 

“¡¡HHHHHHHHHHMMMMMM…!!” jadeé sin poder quejarme del dolor que me estaban causando.

 

Miré al espejo y vi reflejados a los cuatro sementales que iban a abusar de mí a su complacencia. Alejandro y Miguel con sus pollas enormes intentando penetrar mi orto, y Rubén, con una polla como la de mi marido de grande y gruesa, y el más joven Adrián, empujando contra mi coño con sus dos rabos de macho.

 

“Relájate Natalia, o te haremos daño” me advirtió mi marido.

 

Respiré hondo, y traté de calmarme. Había tenido el orgasmo más tremendo de mi vida cuando los hermanos castaños me follaron el culo a dúo en el jardín. Y hoy me las habían metido ya juntas por el coño. El problema era que ahora se habían sumado al juego dos pollas de tamaño mucho mayor, eran tres pollones importantes y uno un poco más pequeño los que pretendían empalarme por dos orificios demasiado estrechos.

 

“¡¡HHHHHHHHHHHHMMMMM…!!” grité cuando sentí como gracias a haberme relajado esos cuatro machotes conseguían empalarme juntas sus cuatro pollas.

 

“No te distraigas puta. No olvides cuál es tu trabajo” me dijo Alejandro, poniendo su mano sobre mi cara y empujándola contra el culo del gordo.

 

“¡HHhhHHhHHMmmM…!” jadeé.

 

Joder era imposible. No podía estar concentrada con Nicolás cuando cuatro pollas me destrozaban por dentro de aquella manera desgarradora. Pero tenía que reconocer algo, esta vez, al contrario que la anterior, que sentía que me estaban violando y preñando en contra de mi voluntad, y después de haber tenido tantos orgasmos, mi cuerpo estaba hipersensible aquellas penetraciones salvajes y extremas, tan dolorosas, me estaban poniendo cachonda perdida. Mi coño rezumaba jugos a litros de lo excitada que estaba.

 

Volví a respirar hondo y le metí mi lengua dentro de su culo a Nicolás, junto a dos de mis dedos, mientras volvía a mover mi otra mano con la que le estaba masturbando.

 

“Así, muy bien putita… Que gustazo… ¡AaaAAaaahh..!” gimió el gordo seboso.

 

Alejandro, Miguel, Rubén y Adrián habían encastado sus durísimos mástiles de pétrea carne dentro de mis dos orificios, dilatándolos al máximo de su capacidad. Se quedaron quietos por unos segundos, para dejar que me acostumbrara a su grosor enorme, y a una señal de mi marido, comenzaron a moverse los cuatro, provocándome el mayor dolor y placer sentidos juntos jamás en mi maldita vida de zorra.

 

“¡HHhhhmmm…! ¡¡HHHHHhhhh….!!” La mordaza en mi boca no me permitía hablar, pero si jadear como una puta perra en celo.

 

Los sementales comenzaron a moverse acompasados, sacando sus cuatro pollas juntas de dentro de mi coño y mi culo, para volverlas a ensartar todos al mismo tiempo. Cuando eso ocurría, cuando los cuatro me tenían empalada hasta las putas pelotas, de mi coño salían disparados jugos de puro placer lujurioso y prohibido. Mis jadeos eran cada vez más fuertes, y al mismo tiempo que iba excitándome como la perra que era. Le comía el culo a Nicolás con mayor deseo. Metía mi lengua bien profundo y la movía dentro de sus intestinos dando vueltas, junto a los tres dedos que ya tenía metidos dentro de él. Le machacaba el rabo con mi otra mano con dureza. El gordo jadeaba como un cerdo, y mis otros cuatro sementales también lo hacían.

 

“Que caliente estoy Natalia mi zorra… ¡AaaAAaaahh…! ¡Cuando me corra te llenaré de tanta leche que no te cabrá en ese culo de guarra que tienes!” me dijo mi marido entre gemidos.

 

“Tenéis que probar a que os coma el culo... ¡AAaaaaahhh…! ¡Es increíble lo bien que lo hace…!” añadió el gordo.

 

“Aaahhh… Joder... ¡Esta puta me vuelve loco!” dijo Rubén.

 

Miguel y Adrián simplemente jadeaban.

 

Yo no estaba mojada, es que estaba encharcada de lo caliente que me sentía al dejar que los chicos le hicieran eso a mi cuerpo.

 

“¡HHHHhhhHHhHhHhmmm..!” gemí yo, uniéndome a la fiesta lujuriosa.

 

Era increíble cómo me hacían sentir esas cuatro pollas ricas cuando sincronizadas penetraban mi coño y mi culo, estirándolos al máximo, retirándose casi por completo, solo para volverme a empalar. Una y otra y otra vez… dulce tormento extasiante. Mi orgasmo cada vez estaba más cercano, y sería de esos que hacen historia. Tremendo. Demasiado bueno para ser verdad.

 

“¡¡HHHHHHHHHHMMMM….!!” Jadeé fuerte cuando comencé a correrme.

 

Todo mi cuerpo se convulsionó de manera intensa, por dentro y por fuera, mis entrañas y mi vagina también se contrajeron palpitando con mucha fuerza, y eso provocó que mis sementales comenzaran a correrse todos juntos.

 

“¡¡AaAAAAaaAAahhH…! ¡Me corro…! ¡¡Ahí va mi lechada, mi puta!!” exclamó mi marido.

 

“¡AaAAAaAAaahhh…! ¡¡Yo también!!” dijo Rubén.

 

Los cuatro chicos comenzaron a embestir contra mis dos orificios como si no existiera el mañana y aquel fuera el último polvo que fueran a echar en sus miserables vidas.

 

El gordo seboso Nicolás se giró de pronto, sacándome la lengua de su culo y me encastó su gordota polla bien profundo en mi boca, hasta más allá de mi garganta. Ahora cinco machos salidos violentaban mis tres orificios con toda su mala hostia. La sensación de ser empalada por pedazos de carne tan enormes gruesos y duros es indescriptible.

 

“¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHMMMMM…!!” gemí al notar como Nicolás comenzaba a eyacular dentro de mi boca, que ahora mismo me sabía a su culo. Era demasiada leche para tragarla. Ese muchacho era una puta manguera. Tragué con glotonería todo lo que pude, y el resto de su lechada terminó saliéndoseme por la nariz al respirar.

 

Las pollas de Alejandro y Miguel se encastaron una última vez dentro de mi orto, hasta la raíz, y los duros rabos de Rubén y Adrián hicieron lo mismo en mi coño, penetrándolos muy profundo, hasta las putas pelotas. Esas cuatro pollas estallaron al mismo tiempo, inundándome el intestino y mi útero de tantísima leche ardiente que se me abultó la tripa de la enorme cantidad de leche que contenía dentro de mí.

 

Al notar como se corrían en mi interior, mi orgasmo continuó, manteniéndose por unos minutos preciosos, extasiantes, placenteros como ningunos. Me sentía completa. Satisfecha. Inmensamente feliz.

 

Entonces los chicos me sacaron de dentro sus pollas, me quitaron la mordaza, y me hicieron mirar al espejo translúcido. Allí estaba Julián, mi hijo. Miré a mi primogénito, que estaba a dos pasos de mí. Bailando y riendo. Y la puta de su madre rezumando esperma de sus amigos por todos sus agujeros.

 

“Pero que puta llego a ser…” murmuré sin dejar de sonreír como una idiota.

 

Volvieron a girarme, dejándome de nuevo boca arriba. Los cinco me rodeaban.

 

“Vamos a darte un regalito de despedida. Algo que sabemos que te gusta mucho, mi zorra” me dijo Alejandro.

 

Yo imaginé de qué se trataba, porque ya me lo habían hecho antes. Al contrario que la vez anterior, en esta ocasión abrí bien mi boca y alcé mis manos abiertas hacia ellos, en señal de total sometimiento y aceptación de su precioso regalo.

 

Uno por uno comenzaron a soltar su pis sobre mí. Sus meadas ardientes y humeantes caían principalmente por mi cara y mi boca, limpiándome los restos de la espesa corrida del gordo, pero también por mis tetas, mi coño, estómago y resto de mi cuerpo. Quedé completamente bañada, y rota. Mi coño y mi culo parecía que jamás recuperarían su tamaño normal. Los sentía dilatados, palpitantes, me ardían, sentía un fuerte dolor en ambos orificios, pero también seguía sintiendo un fortísimo placer.

 

Y al verme bañada por ese líquido de color oro, volví a orgasmar una vez más, sin ayuda de nadie. Mi cuerpo se convulsionó, solté un chorretón de jugos por el coño, y acto seguido yo misma me meé encima, mientras esos cinco sementales cachondos seguían impregnándome con sus esencias, marcándome como de su propiedad.

 

“¡Siii….! ¡¡Soy vuestra puta…!! ¡Aaaaaahhh...! ¡¡La más guarra de las zorras…!! ¡Hhhmmm..!” fue lo último que dije antes de desmayarme.

 

Lo siguiente que recuerdo es haber despertado en nuestra cama de matrimonio. La fiesta de los estudiantes ya había terminado hacía horas. Estaba amaneciendo. Alejandro estaba tumbado a mi lado durmiendo. Yo había sido limpiada a conciencia, porque no sentía rezumar nada de los litros de esperma que me habían derramado dentro. Me habían puesto el pijama y metido en la cálida y cómoda cama. Sonreí, acaricié mi tripita, donde guardaba el hijo de mi amado, autoritario y loco marido. Le besé suave en el pelo para no despertarle, y aun dolorida en mi coño y mi culo, me puse a dormir de nuevo, abrazada a él y sintiéndome feliz.

 

Como podéis imaginar, a ese verano fue la hostia. Los cuatro adolescentes amigos de mi hijo se volvieron adictos a mi cuerpo de puta, y hacían todo lo posible por pasar cuanto más rato posible conmigo, y más ahora que mi marido Alejandro les había dado permiso para follarme por el coño, además de por mi culo y mi boca. Nicolás el gordito cada vez se volvía más depravado. Y llevar esta doble vida de madre respetable y puta que cobraba por follar, a mí me ponía cachonda perdida.

 

 

 

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