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La peor madre del mundo. capitulo 2.

en Amor filial

Al día siguiente Isabel tomó la determinación de marcharse de aquel lugar. Aprovechando que su cuñado era dueño de una inmobiliaria a nivel nacional, fue a hablar con él a su despacho, y llegaron a un acuerdo. Como el cuñado se sentía culpable por saber que su hermano había sido el causante del accidente que mató a la hija de Isabel, no le puso pegas a nada de lo que le pidió.

En vez de poner a la venta su casa y comprarse otra, cosa que se habría demorado mucho en el tiempo, y a saber si el banco le daría o no una hipoteca a ella sola, lo que hicieron fue un intercambio. Isabel cedía su casa a la inmobiliaria, y ellos le daban a ella otra casa a cambio. Pidió a su cuñado que fuese en algún lugar tranquilo y apartado, una urbanización alejada de la gran ciudad. Le dijo que lo necesitaba para poder pasar el luto y no estar pensando constantemente en su marido y su hija muertos. Eso era en parte verdad, pero sobre todo lo que quería era poder vivir en un lugar donde no la conocieran de nada, y no hubiese demasiados vecinos cotillas cerca, para poder llevar a cabo su retorcido plan de “resucitar” a Sandra dentro del cuerpo del pequeño Andrés.

Aquello sucedió un viernes. El sábado ya había un camión de la mudanza aparcado frente a la casa, empaquetando y cargándolo todo, para entregarlo en el nuevo domicilio al día siguiente.

El sábado por la noche, Isabel y Andrés salieron de la casa que había sido su hogar esos últimos años, para no regresar jamás. El chico se había encontrado el asunto de la mudanza de repente, y cuando le preguntó a su madre aquella mañana, ella le respondió con evasivas.

Una vez estuvieron dentro del coche, de camino a su nuevo hogar, el niño insistió en preguntarle:

“Mamá ¿Dónde vamos a vivir ahora?”

Isabel, sin dejar de mirar a la carretera, le respondió:

“Vamos a un lugar muy hermoso. Allí podrás hacerme feliz cada día”

El menor, recordando lo que había sucedido la tarde del funeral, no pudo evitar sonrojarse. Ella le dedico una fugaz mirada:

“Porque tú quieres que mami sea feliz, ¿Verdad Andrés?”

Él susurró la respuesta que sabía que ella quería oír:

“Si, mamá. Claro que quiero.”

En realidad el crío estaba asustado, y eso que no tenía ni idea de lo que se le venía encima. Si lo hubiera sabido, tal vez su respuesta habría sido distinta. O quizás no. Quién sabe.

Era ya entrada la madrugada cuando Isabel paró en una gasolinera a repostar, y compró un par de cosas en la tienda abierta las 24 horas. Dejó la bolsa en el asiento de atrás, y condujo el coche hasta el primer motel de carretera que encontró en su camino.

“Descansaremos aquí y mañana continuaremos con el viaje” le dijo a su hijo.

El motel en el que se alojaron era de baja categoría. La habitación era muy pequeña, con espacio únicamente para una enorme cama de matrimonio, con unas sábanas arrugadas y llenas de lamparones, un pequeño televisor, una silla coja y el lavabo. Las paredes y el techo estaban llenos de desconchones y manchas de humedad. El lugar olía a cerrado.

Pero Isabel, al contrario que Andrés, no se fijó en nada de eso. Tenía otra cosa en mente. Vació la bolsa de plástico sobre la cama y le ordenó al niño que se sentara en la silla, que había colocado frente a ella. El pequeño obedeció, pero tuvo que preguntarle:

“¿Qué vas a hacerme, mamá? ¿Me hará daño?”

La hermosa mujer miró desde arriba al pequeño “No, esto no te hará daño. Solo son extensiones.”

Le puso en la mano uno de los largos mechones de pelo negro. Andrés lo acarició. Se sentía suave. Era muy parecido al color de pelo de su hermana Sandra.

“¿Vas a ponérmelos? No quiero parecer una niña... Se van a reír de mí...” se quejó el chiquillo.

Ella le dirigió una mirada cargada de tristeza y dolor.

“No vas a parecerte a una niña. TE CONVERTIRÉ EN MI HIJA” sentenció ella, perdida en su demencia “¡Y ahora estate quieto!”

Isabel pasó un par de horas moldeando a Andrés a su conveniencia. Primero le tiñó su corto pelo rubio con tinte negro, y luego pegó las extensiones del mismo color con el pegamento más fuerte que había encontrado en la tienda. Era a prueba de agua, así que no se le caería ni lavándoselo. Tendría que raparse al cero para poder quitarse esa larga y espesa melena negra que ahora lucía.

Después la mujer tiró a la basura la ropa de niño que había traído puesta Andrés, y le hizo ponerse unas braguitas y camisón de dormir rosas. El niño quería morirse ahí mismo, pero veía a su madre tan feliz que no se atrevió a contrariarla en nada de lo que le dijo a continuación:

“A partir de ahora serás mi hija y te llamarás Andrea” Isabel le iba explicando lo que sucedería en su nuevo hogar “No irás a la escuela. Yo misma te daré clases en casa. Tú te encargarás de hacer todas las tareas del hogar...”

Andrés, que escuchaba, pero no entendía nada de nada, solo asentía con la cabeza... “Si, mamá.”

Al día siguiente llegaron al que sería su nuevo hogar, y como había ordenado su madre, Andrés se ocupó de todas las tareas domésticas. Para mayor humillación para el crío, le hacía limpiar con un traje de sirvienta puesto. Le obligaba a hacer cosas vergonzosas, como ir a comprar con un huevo vibrador puesto en su culo.

Un par de semanas después de la mudanza, llegó el día nefasto para Andrés. Su madre había comprado un artilugio en un sex-shop online, un arnés con doble vibrador incorporado, que pensaba estrenar en ese mismo momento con su hijo.

Subió al piso de arriba, se desnudó, dejándose puesto solo el sujetador, y se puso el arnés, colocando con cuidado el vibrador que quedaba por dentro de su vagina caliente. Por el otro lado, sobresalía otro vibrador suficientemente largo y ancho para llenar su coño ávido de rabo, pero quizás un poco demasiado enorme para un culo virgen como el de su hijo. Aunque había estado preparándole para eso, y esperaba poder acometer su fechoría sin destrozar el ano de su amado hijo de por vida.

“¡Andrea, sube ahora mismo!” gritó.

El chico, que iba vestido de sirvienta, subió rápido las escaleras y entró en el cuarto que compartía con su madre. Cuando la vio desnuda, y con ese aparato extraño y amenazador entre sus piernas, se quedó pálido.

“Mamá... Nnooo.... Nnooo quiero...” suplicó temblando el niño.

“¿Que no quieres qué? ¿Esto?” dijo ella, señalando el rabo vibrador que se erguía entre sus piernas “Pero si cada vez que te meto algo por ahí atrás terminas corriéndote con esa asquerosa polla que tienes.”

Isabel le había dejado muy claro muchas veces lo que opinaba de su polla de niño. Le repugnaba su simple visión, y por ello siempre debía llevarla echada hacia atrás, y tapada con ropa interior de chica. Y cuando ella abusaba del crío y él se corría sin poderlo evitar, le castigaba dándole una buena tanda de azotes en su culo. Había llegado el momento de dar un paso más allá.

“Ponte a cuatro sobre la cama y ábrete bien las nalgas. Deja que mami vea bien tu culo.”

Aunque el miedo era paralizante, Andrés consiguió sacar fuerzas y voluntad suficiente para cumplir con la orden que le había dado su madre, por muy aterrador que le resultase. Se subió sobre la cama y apoyó la cabeza en el colchón. Sus manos estaban ocupadas apartándose las braguitas que llevaba puestas.

“¿Así está bien, mamá?” preguntó el dulce niño.

“Si, Andrea. Lo haces muy bien. Ahora no te muevas” le respondió ella.

Isabel se inclinó sobre el trasero de su hijo y empezó a lamerle su estrecho agujero posterior con absoluta dedicación. Había un lado sádico en su demencia transitoria que le hacía disfrutar de los abusos que cometía sobre el crío, pero por otro lado, le amaba con locura. Otra parte de ella, quizás de manera inconsciente, quería que el crío lo disfrutara también, por todo el amor que le profesaba, aunque luego le castigase por correrse.

“Voy a metértela, cariño” dijo ella un poco más tarde, separando su boca del culo de su hijo travestido.

“Si, mamá. Está bien” fue la sumisa respuesta del crío.

La hermosa mujer apuntó el extremo de la polla falsa hacia el angosto orificio posterior de su hijo y empezó a empujar, metiéndosela por completo muy despacio.

“¡AAAAHH….! ¡¡AAAAAAAAHH… MAMÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ…!!” exclamaba el crío.

Andrés quería complacer en cualquier cosa a su madre, así que relajó su esfínter y dejó que ella le enterrase aquel objeto duro y frío en su orto. Era una sensación muchísimo peor que cuando ella le metió sus dedos, o aquel huevo… El crío notaba las paredes de su canal anal expandiéndose, estirándose al máximo de su capacidad, mientras ese aparato odioso le penetraba centímetro a centímetro, desvirgándole completamente.

Cuando Isabel vio que había conseguido meter toda la longitud de aquella polla falsa en el culo de su hijo, encendió la vibración al máximo, le agarró por las caderas y empezó a follárselo con todas sus ganas.

“¡¡¡AAAAAHH...!!! ¡¡¡ANDREAAA QUE FELIZ HACES A MAMÁ…!!!”

El chico estaba sudando como nunca, apretaba su mandíbula muy fuerte y gemía alto:

“¡¡MAMÁÁÁÁ… AAAHHH… AHHHH... AAAHHHHH..!!”

Cada vez que Isabel empujaba su generosa cadera contra el culo de su hijo, notaba como se le clavaba en lo más profundo de su útero el consolador que tenía metido dentro, y al mismo tiempo penetraba con fiereza en el ano del muchacho, sodomizándole sin descanso. Ambos jadeaban ya muy fuerte, por el placer que sentían con aquella desquiciante violación:

“¡¡¡ANDREAAAA VOY A CORRERMEEEEEEE!!!” exclamó la madre.

“¡¡¡SIII MAMÁ HAZLOOOO.. AHHHH… AHHH…. YO TAMBIEN ME CORROOOOOOHHH AAHHHHH!!!” le respondió su hijo.

El chico tenía que hacer un enorme esfuerzo por no tocarse. Sabía que ella odiaba el simple hecho de verle la polla. Alguna vez que había intentado masturbarse mientras ella abusaba de él lo había golpeado ahí abajo en su entrepierna, y le había gritado que no lo hiciera nunca más. En ese momento habría dado lo que fuera por poder masturbarse, pero estaba empezando a acostumbrarse a poder llegar al orgasmo sin necesidad de tocarse. Y luego, cuando ella dormía, o iba a ducharse, él aprovechaba y se la cascaba de manera furiosa, recordando las perrerías que le había hecho su madre la jornada anterior.

Ambos, madre e hijo, estaban a esas alturas igual de enganchados a esa desquiciante relación prohibida, censurable y extraña en la que se habían visto inmersos. Se corrieron al unísono y quedaron tumbados, con las pollas falsas incrustadas en el coño de ella y el orto de él, hasta la mañana siguiente, cuando Isabel volvió a abusar de su hijo, de manera todavía más ruda que la tarde anterior.

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