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Ricky, el perro callejero

en Gays

Ricardo, Ricky para los amigos, era un perro callejero. Hijo de unos drogadictos y ladrones, creció y vivió toda su infancia en uno de los barrios más marginales de la ciudad. Desde muy joven empezó a mostrar un fuerte e irascible carácter, se metía en todas las peleas en la que podía y solía ganarlas. Era un chico alto, de complexión fuerte, músculos marcados, pelo negro como el azabache y mirada afilada y penetrante de color verde. Lucía varios tatuajes en su cuerpo, y tenía la piel de color café con leche. Era todo un semental de apariencia peligrosa y tremendamente sensual.

Fue en el colegio donde Ricky conoció a Luis, el hermano mayor de Saúl. Iban a la misma clase, pero Ricky que era repetidor, así que tenía un par de años más que Luis. Ricky siempre había abusado de mala manera de Luis. Más que su amigo era su perrito faldero. Luis le tenía más miedo a él que a los demás tipos del barrio y por eso se dejaba maltratar por Ricky, ya que su carácter era débil y jamás se le ocurrió rechazar sus ataques, ni si quiera cuando Ricky cumplió los 16 y siendo él un crio de 14 pasó a ser su puta maricona particular. Ricky usaba la boca de Luis a su antojo y apetencia, siempre que le venía en gana, en su casa, en la de él, incluso en el colegio o en el parque. Esta situación duró un par de años.

Mientras el infeliz de Luis, que tenía ya 16 años, se dejaba abusar y humillar por el macarra de Ricky, de 18. Saúl, el hermano pequeño de Luis, fue creciendo, y aunque al principio no entendía lo que ocurría con esos dos que siempre iban juntos, pronto se enteró por unos amigos del colegio, que se lo explicaron y se empezaron a burlar de él por tener un hermano maricón y blandengue. Saúl, que se parecía más en carácter a Ricky que a la maricona de su hermano, les partió la cara a esos gilipollas y fue expulsado por un mes del colegio. El menor, que tenía 15 años en ese momento, era todo lo contrario a su hermano mayor que podía ser. Aunque físicamente eran bastante parecidos, ambos con pelo trigueño, ojos azules, piel nívea, complexión delgada y de baja estatura. Saúl tenía un carácter fuerte, y era valiente y decidido. Odiaba a su hermano por ser una puta maricona y por encima de todo odiaba a Ricky por ser el origen de su malestar. Si bien a él no se había atrevido a tocarle, y más le valía, por culpa de la relación que tenía con su hermano él era el blanco de numerosas burlas tanto en el barrio como en el colegio. Cuando tenía a Ricky delante lo trataba como a una mierda. Pasaba de él, lo insultaba, no le seguía la poca conversación que el mayor le daba. Lo trataba lo peor que podía.

Ya había pasado un tiempo desde la expulsión, volvía a ir a clase, aunque de vez en cuando hacía campana porque… bueno, porque le daba la real gana. Saúl estaba aburrido sin saber qué hacer. Como no encontró a nadie por las calles y hacía un calor de mil demonios, el rubio decidió volver a su casa y jugar a la videoconsola. Subió las escaleras de dos en dos. Entró en su habitación, dejó tirada la mochila en el suelo, y encendió la consola. No le dio tiempo a hacer nada más, pues en ese momento oyó como se abría la puerta de la calle y llegaron hasta él las voces apagadas de Ricky y su hermano.

En ese momento el corazón de Saúl empezó a latir desbocado en su pecho. No es que le diese miedo de que lo pillaran haciendo campana, eso se la traía más bien floja. Pero se le acababa de ocurrir una brillante idea. Cuando Ricky y Luis venían a casa siempre se encerraban horas y horas en el cuarto de su hermano y nunca le dejaban entrar. Saúl hacía mucho tiempo que se moría de la curiosidad por saber qué harían esos dos tanto tiempo juntos y solos. Así que sin perder ni un segundo, bajó las escaleras con total sigilo y dio la vuelta por la parte de atrás de la casa, llegando hasta la cocina, donde podía espiar a su hermano y al idiota de Ricky por el reflejo de la cristalera, sin ser visto. Los días de diario en su casa no había nadie, porque los chicos estudiaban y su madre, la única adulta que viva con ellos, trabajaba de sol a sol. Por eso cuando esos dos iban de día, no les hacía falta esconderse en la habitación, podían disfrutar a su antojo de toda la casa.

De repente Saúl oyó la voz de Ricky que decía:

                “Deja de decir gilipolleces.”

Acto seguido el de pelo azabache le soltó una fuerte colleja a Luis en su cabeza. El hermano de Saúl se encogió al recibir el golpe, pero en vez de quejarse por el golpe lo que hizo fue agradecérselo:

                “Gra… Gracias mi Señor Ricky.”

A pesar de que había oído muchos rumores sobre Ricky y su hermano, sobretodo referentes a chuparle la polla y esas mariconadas, no se esperaba para nada el panorama que se encontró. Luis era en verdad el sumiso esclavo de Ricky, y le complacía en mil y una marranadas que el mayor le tenía preparadas. Por ejemplo, lo primero que hizo Ricky al entrar en el comedor, fue tumbarse sobre el sofá y pillar el mando de la consola.

                “¿A qué esperas, idiota? Chúpame los pies, que no tengo todo el día” le dijo Ricky a Luis.

El hermano mayor de Saúl no se lo hizo repetir dos veces, con suma devoción se arrodillo al lado del sofá, descalzó los pies de Ricky, que desde la cocina pudo constatar que olían a sudor bien fuerte, y sin escrúpulo alguno empezó a pasarle su gruesa y babosa lengua por toda la superficie de los mismos.

                “¿Qué se dice, puta?” espetó Ricky soltándole una patada en toda la cara a Luis.

                “Gr… Gracias por permitirme lamer sus hermosos pies, Señor Ricky” respondió el rubio, antes de seguir con lo suyo.

Saúl  se quedó como hipnotizado viendo aquella escena que lo llenaba de asco y vergüenza ajena en la misma medida. Ricky al principio parecía no prestarle atención al joven que le lamía los pies como si se tratara del manjar más exquisito que pudiera haber encontrado, estuvo jugando a la consola un buen rato, sin dedicarle ni una sola mirada. Pero al cabo de media hora larga, el perro callejero soltó una de las manos del mando y empezó a acariciarse el endurecido paquete por encima de sus gastaos pantalones de chándal.

                “Ven aquí, puta, vas a darle un buen servicio a tu Amo con tu boca de niña” le dijo entonces el moreno al rubio.

                “Sssi Señor Ricky, gracias por darme el honor de querer usar mi sucia boca, Señor” le respondió Luis, como si fuese un diálogo que hubiesen practicado más de un millón de veces en los últimos años.

Entonces Saúl, escondido como estaba tras la puerta de la cocina, vio cómo su hermano mayor le bajaba la cintura de los pantalones a Ricky y como empezaba a meterse en su boca la polla del otro. Los ojos del menor se abrieron como platos. ¡¡Maldito desgraciado!! ¡¡De verdad era una puta!! ¡¡Un jodido maricón de mierda!! ¡Y encima andaba agradeciéndole a Ricky que lo tratara de esa sádica manera! ¿Es que le gustaba ser humillado por el moreno? ¿O qué mierda era lo que le pasaba a su puto hermano?

Pero Saúl no pudo seguir insultando en silencio al bastardo de su hermano mayor, porque empezó a oír los gemidos de Ricky y algo ocurrió. Bajó su mirada a su propia entrepierna y el muchacho se dio cuenta de que ¡¡Se estaba excitando!! ¡¡No No No No!! ¡No podía ser verdad! ¿Es que eso de ser maricona iba en los putos genes o qué mierdas pasaba? Saúl temblaba levemente, y su respiración empezó a hacerse un poco más rápida, al tiempo que su hermano seguía chupándole la verga a Ricky, quien soltaba cada vez jadeos más fuertes y excitantes.

Sin poderlo evitar Saúl se bajó la bragueta, sacó su pequeña polla de dentro de sus calzoncillos, y empezó a masturbarse, tremendamente excitado por lo que estaba viendo, y sintiéndose increíblemente culpable de sentir placer de estar viendo como el cabrón de Ricky maltrataba de esa manera a su hermano, que era sangre de su sangre. La mano de Saúl se movía rápida, casi al mismo compás que se balanceaba la cabeza de su hermano en la entrepierna de Ricky. El menor, que apenas se había masturbado un par de veces en su vida, sentía que ya pronto estaría por terminar y procuró que sus jadeos no se llegaran a oír desde el otro lado de la puerta, pero hubo algo con lo que no contó.

Saúl llevaba puesto en su muñeca derecha un reloj metálico, que al moverse en sacudidas reflejó la luz de la lámpara y eso hizo que Ricky viese por el rabillo del ojo una luz que parpadeaba, y al fijarse mejor, pudo ver a través de la misma cristalera por la que el menor les estaba espiando a Saúl cascándosela a su salud. Eso lo puso frenético. Agarró la cabeza del hermano de Saúl y empezó a follarle la boca con fuerza.

                “Vamos puta, trágatela toda” dijo en voz bien alta.

Ricky sabía que Saúl le estaba mirando y Saúl sabía que Ricky lo había pillado, pero aun así no pudo detenerse. Por nada del mundo podría haberlo hecho. Así que con la mirada fija en esos penetrantes ojos verdes, el menor empezó a correrse, manchando la puerta y la pared de la cocina, al tiempo que Ricky dejaba su gruesa polla incrustada en el fondo del cuello de Luis y empezaba a descargar allí su leche.

                “Traga perra de mierda, trágate toda mi rica leche” oyó que Ricky le decía a Luis.

En cuanto Saúl hubo descargado su corrida, salió corriendo de allí, con las piernas temblorosas, sin mirar atrás y sin acordarse ni de subirse la bragueta. Lo que acababa de suceder le había superado. Se encerró en su cuarto y rezó porque el imbécil de Ricky no fuese a molestarse o a reírse de él, que era lo más seguro que hiciera. Pero tras un buen rato, el menor se calmó, comprobando que Ricky y Luis ya no estaban en casa y que no había ido a llamarle marica por lo sucedido.

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Tras haber presenciado el lamentable espectáculo de su hermano mayor haciéndole una mamada a Ricky, Saúl procuraba evitar encontrarse con el perro callejero, y ni le miraba ni le hablaba cuando coincidían. Solo una semana después de ese incidente, Saúl volvía del colegio cuando al atajar por un callejón estrecho, le rodearon cinco chicos de cursos superiores. Querían hacerle lo mismo que a su hermano “Seguro que la chupa tan bien como el” dijo uno “Probemos su culo, se le ve delicioso” amenazó otro.

Saúl se defendió con todas sus fuerzas, y golpeó con acierto a un par de ellos, pero eran más en número y sus cuerpos más desarrollados, y al final lo tuvieron boca abajo sobre un container que llegaba a la altura de sus caderas. Dos de ellos tiraban de sus pantalones y calzoncillos para quitárselos, mientras otros tres lo sujetaban con fuerza para que no escapara. El chico gritaba, insultaba y pataleaba, casi prefiriendo dar su vida que dejarse follar por esos idiotas.

Cuando ya pensó que estaba todo perdido y que terminaría el día siendo el nuevo puto maricón del barrio, apareció alguien en escena. Al principio Saúl no le vio porque tenía la cara contra el container, pero cuando su salvador había superado a tres de sus rivales e iba a por el cuarto, el joven rubio vio de quien se trataba ¡Era Ricky! ¡Lo que faltaba! Ahora sí que lo iban a llamar su puta por el resto de su vida. Ricky le tendió la mano para ayudarlo a ponerse en pie, y Saúl aprovechó para girarse mientras cogía una navaja que se había caído al suelo de uno de los chicos. Le rajó la mejilla izquierda a Ricky. Al verlo los gamberros salieron huyendo, hacerle algo así a uno de los veteranos podía costarte la vida.

                “¿Qué mierda te pasa niño?” le espetó el moreno.

                “¡No necesito tu ayuda! ¡¡Habría podido con ellos yo solo!!” le contestó el menor, tragándose las lágrimas, iracundo y intentando subirse los pantalones.

                “Y una mierda” le respondió Ricky, tirándose sobre él. Lo primer que hizo el mayor fue arrebatarle la navaja y tirarla al suelo, y luego inmovilizó al quinceañero contra el container, como lo habían hecho antes los chavales.

                “Suéltame joder ¡Déjame estar!” gritó el rubio.

Pero cuanto más se debatía por librarse, más se rozaba con el cuerpo del contrario, y pronto Saúl notó la dura polla de Ricky pegada contra sus nalgas desnudas. Un terrible escalofrío le recorrió por dentro.

                “Podría violarte aquí mismo y nadie vendría en tu ayuda. Lo sabes.”

La fría voz de Ricky penetró en la cabeza de Saúl y le hizo temerse lo peor. Sentía sudores fríos recorriéndole el cuerpo de arriba abajo. Se quedó quieto como una estatua. No quería ser el próximo esclavo de ese macarra. ¡Antes muerto que ser su puta! Entonces Ricky soltó un poco el agarre y le dijo al menor:

                “Si limpias el estropicio que has hecho te dejaré marchar”

Saúl se sintió agradecido de que Ricky se fuese a conformar solo con eso, aunque no tenía muy claro a qué se refería con limpiar el estropicio, respondió casi sin pensar:

                “Si joder, está bien, lo haré. ¡Pero suéltame de una puta vez!”

Ricky le dejó libre, y se sentó en el container, con las piernas abiertas. Golpeó la mano con la que el menor pretendía subirse los pantalones y señaló la sangre que manaba de la herida abierta en su mejilla.

                “Quiero que limpies esto con tu lengua. Cuando termines podrás vestirte.”

Saúl frunció el ceño y se acercó a Ricky, situándose entre sus piernas. Por la diferencia de estatura que había entre ambos, ahora que el mayor estaba sentado, Saúl le llegaba a la altura de la cara. El menor miró por unos segundos fijamente al de pelo azabache, como enviándole oleadas de odio condensadas en sus pupilas. Luego se fijó en el tajo, sacó su pequeña y estrecha lengua y empezó a pasarla por la herida. Sintió como su rostro empezaba a enrojecer de vergüenza por tener su boca y su cara tan cerca de la del mayor, aun así se esmeró en terminar pronto con su tarea para poderse subir los putos pantalones y poderse marchar de una jodida vez de allí.

Pero Ricky no se lo iba a poner tan fácil. Hasta la fecha no había visto en Saúl más que un crío con muy mal genio, apenas si había reparado en su presencia. Pero todo cambió el día que lo pilló masturbándose mientras miraba como él se follaba la boca de su lindo hermano mayor. En ese preciso instante el de pelo azabache se juró a sí mismo que conseguiría hacer de Saúl una puta particular aún mejor que la maricona de su hermana. Precisamente por ese áspero y fuerte carácter se había sentido tan atraído por el rubito.

Por eso cuando Saúl se apartó y intentó vestirse de nuevo, Ricky volvió a golpearle la mano para impedírselo.

                “¿Y ahora qué mierdas pasa?” dijo Saúl algo exasperado.

                “Todavía no has terminado niño, mira. Queda sangre aquí y aquí.” Ricky señaló su brazo desnudo y también su pantalón, justo al lado de la entrepierna, donde se veían unas pequeñas manchas rojizas con forma esférica.

                “Que te jodan, Ricky. ¡No pienso limpiarte ahí! ¡No soy marica, vale!” exclamó el menor, asustado por lo que el contrario quería que hiciera.

Pero el perro callejero no iba a dejarse amedrentar por un pequeño bastardo con fuertes arranques de mal genio. De repente rodeó con sus poderosos brazos al chiquillo de pelo trigueño y lo atrajo hacia sí, apretando bien el abrazo, provocando que el chico notase el contacto de su dura polla dentro de sus pantalones.

                “Está bien, follemos entonces” dijo el moreno con su cara pegada a la de Saúl, como si le fuese a dar un beso en cualquier momento. Pero en vez de eso bajó una de sus manos hasta situarla en la posadera del crío y empezó a pasar la yema de su dedo índice por la raja, como buscando el agujero por donde la pensaba meter… El pobre Saúl no tuvo más opción que desistir en su intento de salir indemne de ese encuentro.

                “¡Está bien, joder! ¡Suéltame! Te limpiaré toda esa mierda ¡Y luego me dejarás marchar!” le dijo el chico, de manera amenazante, casi como si tuviera la convicción de tener alguna posibilidad de elegir en la situación en la que se encontraba.

El perro callejero medio sonrió de lado, mostrando su blanca  sonrisa que tanto contrastaba con su morena piel.

                “Bien, niño. Empieza por aquí” Ricky señaló su brazo, bajo el hombro. Soltó solo un poco el agarre del chico, para que tuviera algo de movilidad, pero aun manteniéndole prisionero entre sus firmes piernas.

Saúl sentía mil emociones embargándole por dentro ¡Odiaba a Ricky! ¡Pero de alguna frustrante manera también lo deseaba! No quería ser su puta maricona, como el idiota de su hermano, pero le excitaba lo que estaba sucediendo, y aunque no lo hubiese reconocido en voz alta ni en un millón de años, quería hacerlo. Deseaba lamer su sangre, sentirse tan protegido entre sus brazos, ser su centro de atención. Así que el menor se giró solo un poco, puso sus manos sobre el bíceps del mayor y acercó su rostro a ese brazo moreno y tatuado. Saúl empezó pasar su lengua por encima de los restos de líquido carmesí, frunciendo el ceño, como si todo aquello le desagradase muchísimo, pero disfrutando por dentro del subidón de adrenalina que estaba teniendo.

Pronto dejó el brazo de Ricky impoluto. Ahora quedaba cumplir con la parte más difícil del asunto. El perro callejero soltó de todo el abrazo y señaló las manchas de sangre en su pantalón, en la zona de la ingle.

“Ahora sigue por aquí” le dijo el moreno al rubio.

Ricky, que permanecía sentado sobre el container,  apoyó sus puños cerrados sobre sus piernas abiertas, y esperó sentado y confiado a que el joven se decidiera a dar el paso. Saúl, que aún estaba con los pantalones bajados y el culo al aire, pensó que todo terminaría antes si hacía aquello de una vez. Además no podía enfrentarse a ese tipo, pues tenía las de perder, y le aterrorizaba pensar que pudiera follarle.

“Si, ya lo sé. Cállate ya, joder.” le respondió el quinceañero de mala gana.

Pero a pesar de su pésima actitud, Saúl terminó arrodillándose entre las piernas abiertas del mayor, para poder alcanzar la zona que tenía que limpiar. Antes de acercar su hermoso rostro al pantalón de Ricky, se fijó en el abultado paquete que lucía el mayor, cosa que estaba justo al lado de donde él tenía que lamer. Pensó que debía tener una polla bien grande si el bulto se veía así de grueso con la ropa puesta. Cuando los espió en el comedor, Ricky tenía su polla metida dentro de la boca de Luis, su hermano mayor, y no había podido verle el tamaño. Pero ahora que lo tenía a escasos centímetros de sus ojos… no pudo evitar preguntarse qué se sentiría al tener ese pedazo de rabo entre los labios, o peor aún… ¡Metido en su agujero posterior!

Saúl sacudió la cabeza, como intentando expulsar esos extraños pensamientos de su mente, y Ricky no perdía detalle de nada. Era como si el mayor fuese capaz de conocer sus pensamientos solo con mirarle a los ojos. Por eso el menor no alzaba la mirada. Le daba miedo verse descubierto de esa vergonzosa manera. Saúl dejó sus dos manos apoyadas sobre su propio regazo, para no tocar más allá de lo necesario el cuerpo del contrario, cerró los ojos y empezó a lamer los pantalones del perro callejero, justo en la ingle, tan pegado a su paquete que si se hubiera girado solo un poco hacia su izquierda, su lengua habría topado de lleno con su dura polla.

El joven rubio empezó a lamer con devoción, de manera insistente, pues al contrario que había pasado en la mejilla y el brazo de Ricky, la mancha en sus pantalones no desaparecía. Pasaron unos largos minutos en los que Saúl no dejaba de pasar su lengua por el áspero pantalón de ese cabrón y solo conseguía humedecérselo con su saliva, pero la mancha persistía, sin signos visibles de querer salir de ahí. El chico no podía saberlo, pero el perro callejero estaba más que excitado. Tener al rubio arrodillado entre sus piernas, con el culo al aire y lamiéndole tan cerca de su polla, lo había puesto morcillón perdido, y ahora ya no estaba dispuesto a dejarlo marchar sin más. A los 20 minutos de haber empezado a limpiar la prenda de ropa, Saúl se dio por vencido. Separó su cabeza de la pierna ajena y le dijo al moreno:

                “Es imposible, no puedo quitar la sangre de ahí.”

Ricky torció aún más su malvada sonrisa.

                “Entonces tendrás que compensarlo haciendo algo más por mí, niño.”

En cuanto terminó de decirle aquella frase, el perro callejero se bajó la bragueta y se sacó su larga y gruesa polla de dentro de los pantalones. Saúl reaccionó echándose hacia atrás, asustado, pero el mayor ya lo había previsto, y con la mano libre lo agarró del pelo, para que no se moviera.

                “No te hagas el estrecho conmigo, Saúl. Vi cómo te pajeabas el otro día mientras veías a Luis chupándomela. Seguro que te quedaste con ganas de saber cómo se siente.”

Ricky meneaba su hinchado rabo delante de las narices del joven trigueño.

                “¡Y una mierda! ¡En serio Ricky, no te la voy a chupar! ¡Qué te jodan!” gritó el menor.

Ricky no se retractó de sus palabras, ni mucho menos. Insistió en que eso era lo mejor que podía pasarle:

                “O me la chupas o te la meto en ese culo de sabandija que tienes. Y no soy conocido precisamente por la paciencia que tengo, así que decídete rápido” le dijo el moreno al rubio.

Saúl miró con intenso odio al contrario. Estaba temblando de rabia. ¿Cómo se atrevía a tratarle así? ¡Él no era su puto hermano! ¡Él tenía orgullo! ¡Y no le daba la gana de hacerlo! Aun así… era verdad que quería saber cómo sería eso de chuparle la polla al perro callejero, solo por curiosidad ¡No porque él fuese marica ni nada de eso! Su hermano parecía complacido cuando se la mamaba, le dio la sensación de que lo disfrutaba, y no podía entender por qué. El joven miró a lado y lado del callejón. No había nadie a la vista. Si se daba prisa quizás lograra terminar con esa jodienda antes de que apareciese alguien y le pillaran haciendo… ¡Eso!

                “Te odio” fue lo único que dijo el menor, y lo hizo sin mirar a la cara al contrario.

Ricky observó complacido como Saúl se acercaba de nuevo a él, con gesto enfurruñado pero con claras intenciones de mamársela. Que dijera lo que quisiera, estaba claro que ya había caído en sus garras, y no pensaba dejar escapar a tan suculenta presa de ninguna de las maneras.

Como el mayor no le dio ninguna indicación y el pobre Saúl no tenía ni idea de cómo se hacía una mamada, empezó lamiéndole allí como había lamido el resto de su cuerpo. Con la vista siempre fija hacia la entrepierna del moreno, el chico sacó su lengua y fue pasando de manera muy tímida la punta de la misma por el glande de él. Las dos primeras sensaciones que le llegaron fueron un peculiar aroma, que no desagradable, y un curioso gusto algo ácido. Tras la primera impresión, en la que Saúl vio que no era tan terrible, que casi se parecía a lamerle cualquier otra parte del cuerpo, el joven se relajó un poco y empezó a pasar su lengua en pasadas más largas, del tronco hasta la punta. Ricky estaba en la puta gloria, con ese jovencito dedicado a provocarle tanto placer, pero estaba claro que había que mostrarle cual era la forma correcta de hacerlo. Así que empezó a darle indicaciones:

                “Abre tus labios, un poco más. Ahora métete mi polla dentro de la boca. Ten cuidado con los dientes… así, muy bien.”

Ricky empezó a guiar los movimientos de la cabeza de Saúl con la mano con la que lo mantenía agarrado del pelo. Al principio fueron gestos muy lentos. El menor notaba extraño tener todo ese trabuco dentro de la boca. Bueno, en realidad esa polla era tan larga y gruesa que apenas llegaba a abarcar ni la mitad de la extensión de la misma, pero se estaba esforzando en hacerlo bien, y se notaba. El perro callejero dedicó unos largos minutos a dejar que el chico se fuese acostumbrando a aquello, y luego, de manera progresiva, fue aumentando el ritmo de la mamada, tirando y empujando la cabeza del menor a su antojo. Pronto aquello se convirtió en una chupada en toda regla. Saúl tosía y sentía arcadas cuando, de tanto en tanto, al mayor le daba por mover su pelvis, encastándole el glande más allá de su campanilla. Pero el chico no se puso histérico, ni hizo ademán de querer dejar la faena a medias. La realidad era que el rubio estaba disfrutando de hacerle aquella mamada a Ricky, y estaba él también empalmado.

                “Mastúrbate, niño” le dijo Ricky al chico, pues la excitación del mismo no le había pasado por alto.

Saúl bajó su mano a su propia entrepierna y empezó a cascársela, soltando gemidos que quedaban ahogados por la mordaza que tenía puesta, y que era la polla de ese perro. Ricky entonces se puso en pie y decidió follarle con todas sus ganas la boca al niño.

                “Respira por la nariz y no te pongas nervioso, esto terminará pronto.” fueron las únicas indicaciones que le dio al menor, mientras terminaba de levantarse, sin sacar en ningún momento su polla de dentro de la boca del contrario.

Saúl no entendía por qué Ricky le decía aquello, hasta el momento había podido respirar bien. De golpe ¡ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS! Ricky tenía sujeta la cara del crío con sus dos manazas, para que no se apartara, y empezó a embestir de manera frenética y bruta contra su boca.

                “HHHHHHhhhmmmmm… Qué buena boca que tienes, niño…. ¡Qué rico se siente!”

El pobre rubio abrió los ojos como platos. La enorme polla del perro callejero desaparecía casi por completo dentro de su boca. Notaba las pelotas golpeándole en la barbilla una y otra vez, y lo peor de todo era la asfixiante sensación de ahogo por tener incrustado semejante pedazo de carne dentro de su garganta. Por suerte para él mismo, Saúl reaccionó a los pocos minutos y empezó a respirar por la nariz, como Ricky le había ordenado. La mano, que se había quedado quieta por el susto, volvió a moverse, y continuó pajeándose como pudo mientras notaba que le caían gruesas lágrimas por las mejillas por el terrible esfuerzo que estaba haciendo por no toser ni intentar sacarse ese terrible intruso de entre los labios. Ricky lo vio y aun aumentó más la intensidad con la que le follaba la boca al niño. Era  un salvaje y lo demostraba con cada uno de sus movimientos. Ambos chicos empezaron a sudar por el esfuerzo realizado, y pronto el mayor notó que le llegaba su orgasmo…

                “AAAAAAHH… SIIII… ¡¡TRAGATELO TODO O POR MIS MUERTOS QUE TE HAGO LIMPIAR EL PUTO SUELO CON TU LENGUAAAAAA!! ¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!”

Mientras le decía aquello al crío, Ricky empezó a soltar chorretones de espesa y cálida leche directa a la garganta y la boca del menor, que al tiempo que notó que ese abusón se corría empezó él a hacer lo mismo, sintiéndose atravesado por miles de espasmos electrizantes, pero al tiempo preocupándose de no dejar caer ni una sola gota al suelo. Ya había tenido suficientes humillaciones por ese día.

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Saúl, el joven rubio de quince años, estaba sentado en el sofá de su casa, sin hacer nada. El televisor permanecía apagado y no había música de  fondo. El chico solo permanecía allí, con gesto serio y pensativo. Lo que tenía al crío tan obsesionado es que acaba de ver a Ricky, el perro callejero que le obligó a chuparle la polla y Luis, su hermano mayor y puta del otro, volver directos del colegio y subir a su habitación, casi sin saludarle ni reparar en su presencia. Parecía que tenían prisa por algo, su hermano se mostraba más nervioso de lo habitual ¿Qué mierdas pasaba con esos dos?

Hacía ya cinco días que Ricky, el perro callejero de 18 años de edad, prácticamente le había violado la boca (aunque él no se quejó). Pero después de eso… ¡Nada! Si, era verdad que los primeros días Saúl había sentido un miedo atroz de que el mayor fuese a buscarle, de que lo tratase tan mal y de manera humillante como hacía con su hermano, pero… ¡Joder! ¡Tampoco estaba bien que el perro pasase de su cara de esa manera tan radical! ¿Es que para Ricky lo que había sucedido no tenía valor alguno? ¿Es que le daba igual quien se la chupara? ¡Mierda! ¿¿Es que su hermano lo hacía mucho mejor que él?? Joder… si no tenía experiencia alguna… hizo lo que pudo...

Cuando Saúl se dio cuenta de la mierda que estaba pensando soltó un puñetazo sobre el cojín “Que no soy marica, joder” pensó, como recriminándose a sí mismo el quejarse de que Ricky no reclamará más de sus servicios y que pareciese preferir la boca de su estúpido hermano mayor a la suya. Y como si al estar pensando en ellos hubiese provocado que apareciesen, de repente el menor oyó pasos en las escaleras que subían al piso de arriba. Era su hermano mayor, Luis, seguido del perro callejero.

                “Toma Saúl” le dijo Luis, tendiéndole unos billetes “Hoy necesitamos la casa para nosotros. Ve al cine o a los recreativos, pero no vuelvas antes del anochecer” el menor cogió el dinero y se  quedó mirando con el ceño fruncido a su hermano. Solo se atrevió a dar una mirada de reojo a Ricky, que permanecía al pie de las escaleras, sin decir nada, pero divertido por la situación, por la sonrisa que mostraba.

Sintiéndose menospreciado, el rubio se giró sin abrir la boca, y con el dinero aún en su puño cerrado, y se dirigió hacia la puerta. Aún no se había marchado, cuando oyó la conversación entre Ricky y su hermano mayor:

                “¿Comprase lo que te pedí?” le preguntó el perro a su puta.

                “Ssi, aquí está” respondió de manera sumisa Luis, sacando un bote grande de vaselina.

Saúl, que no era idiota como su hermano, entendió a la primera lo que iba a suceder. Seguro que por eso Luis estaba tan nervioso ¡Ricky se lo iba a follar! ¡Allí mismo, en su casa! No podía permitirlo… ¡¡No dejaría que el perro montase al gilipollas de su hermano!!

De repente Saúl, como poseído por un demonio iracundo, se dio media vuelta, se alejó de la puerta y se plantó en la espalda de Luis, que hablaba con Ricky. Le dio dos toques fuertes en el hombro para que se girara. El menor sentía el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, una fuerte presión en la cabeza y mucha rabia y frustración hirviéndole por dentro.

Justo cuando Luis, su hermano mayor, se giró para ver qué quería… ¡¡PAM!! Saúl le soltó un puñetazo con todas sus fuerzas y su mala leche. Tan fuerte le arreó que Luis cayó de lado, golpeándose el costado con la mesa.

                “¿Pero qué…?” empezó a preguntar Luis, aturdido, desorientado y sin saber por qué su hermano pequeño de quince años le estaba pegando.

Pero Saúl no estaba para conversaciones. Saltó encima de Luis, aunque era un par de años mayor que él, eran de la misma estatura, y el mayor era un blandengue, mientras que Saúl tenía músculos bien definidos. Así que pronto el menor de quince años le ganaba la pelea a su hermano mayor por goleada. No contento con eso, el pequeño de los hermanos empezó a patear al mayor, en dirección a la salida. Abrió la puerta y lo pateó fuera de la casa, dejando a Luis sentado en el suelo en el porche.

                “¡¡Ve tu al puto cine!! ¡¡Y no vuelvas nunca!!” le gritó. Luego le lanzó los billetes a la cara y cerró la puerta de un portazo. Saúl estaba sudando, completamente tenso y alucinado por lo que acababa de hacer.

Ricky, que lo había estado observando todo desde la lejanía, se acercó al chico, que permanecía de pie cara a la puerta de entrada de la casa. Su trampa había surtido efecto, aunque no pensaba que la reacción del menor fuese a ser tan radical, le encantaba que así fuera. Luis era una buena puta sumisa, que hacía todo lo que le ordenaba en un chasquear dos dedos, pero Saúl… ese crío era un diamante en bruto. Le recordaba a sí mismo con esa edad, con ese fuerte carácter, y irlo doblegando poco a poco le excitaba mil veces más que cualquier perrería que pudiera hacerle a Luis. El mayor solo tenía que aprovechar la situación para volverla en su favor, aunque sabía que el mocoso no iba a rendirse tan fácilmente.

                “Menudo ataque de celos. Un poco más y lo mandas al hospital de urgencias” empezó a hablar el mayor.

                “¡No estoy celoso! ¿Qué estupidez es esa?” respondió de mala manera Saúl, girándose, y encarándose con el chico que era el centro de su existencia en ese momento.

                “¿Ah, no? Entonces por qué has echado a Luis de aquí a patadas en cuanto has visto que me lo quería a follar?” el perro callejero permanecía a unos pasos del chico, quieto, sin moverse.

                “¡¡No ha sido por eso!! ¿Te enteras, Ricky? ¡No eres el centro del puto universo!” respondió muy nervioso Saúl.

Entonces Ricky se acercó despacio, acortando la pequeña distancia que los separaba. Sujetó la barbilla del menor con los dedos y lo obligó a alzar la mirada y a fijarla en sus ojos verdes de mirada profunda. Saúl se sintió atrapado por esa magnética mirada al segundo.

                “Entonces explícame por qué lo has echado de aquí” preguntó Ricky de manera calmada.

Saúl se quedó callado y pensativo… en pleno ataque de rabia ni lo había pensado, solo había actuado por instinto. Pero ahora que Ricky se lo hacía meditar… no tenía sentido alguno. ¡Era verdad! Había saltado a matar a su hermano cuando había visto que iban a follar, no antes. Así que el motivo de su profundo disgusto debía ser ése, que no quería que el perro montase a Luis porque… ¡¡¿Quería que lo montase a él?!!

Al pobre Saúl casi le da un patatús cuando llegó él solito a esa conclusión.

                “No soy marica…” dijo con el rostro blanco como la nieve, y con la voz rota y susurrante. Sin demasiada convicción, casi como si esperaba que repitiendo suficientes veces esas palabras se transformaran en realidad, por el miedo (pánico) que le daba pensar que en realidad, sí que lo era, y no solo eso, sino que se había enamorado perdidamente del cabrón de Ricky.

El perro callejero no añadió nada más a aquella discusión, que ya daba por ganada. Cogió a Saúl, lo levantó en el aire y se lo puso sobre el hombro. Así lo llevó de vuelta al salón, donde lo dejó en el centro de la sala. Él se dirigió al sofá, de camino se quitó la camisa, tirándola al suelo de cualquier manera, mostrándole al menor su firme y torneado torso moreno lleno de tatuajes. Ricky se sentó de manera cómoda en el sofá y le dio una sencilla orden a Saúl, su nueva puta:

                “Desnúdate”

El menor aún estaba pálido por la impresión de saberse maricón y enamorado de ese bastardo. El corazón no dejaba de bombearle tan fuerte en el pecho que le dio la sensación que el perro tenía que estarlo oyendo desde donde estaba, a escasos metros de él. Sobre la mesa descansaba el bote de vaselina que había comprado su propio hermano, y parecía gritar a los cuatro vientos “¡Te van a follar!”. Saúl tuvo que apartar su mirada de él y la puso sobre el chico moreno, que lo miraba con deleite mientras se masajeaba el paquete por encima de los pantalones.

                “Vamos, desnúdate. No tengo todo el día.” Ricky repitió la orden de manera firme.

Saúl no tenía escapatoria. Él mismo había provocado esa situación, y intentaría comportarse de la mejor manera que pudiera, dentro de sus escasas posibilidades. Él era un niñato de quince años y el perro tenía tres más que él, además de mucha experiencia en tema sexual, que hasta la fecha había sido tabú para el menor. Así que poco a poco, el rubio empezó a despojarse de la ropa. Primero se quitó la camisa, como había hecho Ricky, y luego se desabrochó el cinturón y dejó caer los pantalones al suelo. Solo le quedaba una prenda puesta.

                “¿De qué tienes vergüenza? Te lo vi todo el otro día” le dijo Ricky  al chico.

El rubio suspiró y empezó a bajarse los calzoncillos. Ricky tenía razón, ya le había visto casi desnudo en el callejón, se había masturbado ante él, no podía mostrarse vergonzoso ahora. Finalmente Saúl quedó en pelotas bajo la atenta mirada del perro callejero, que lo observaba de manera fija. Tenía la extraña sensación de tener helados escalofríos en las zonas en las que Ricky posaba su mirada. Cuando el mayor posó su atenta mirada en la entrepierna del chico, éste sintió como se le endurecía la polla, sin necesidad ni de tocarla. Ése era el gran poder que el perro tenía sobre su mente y su cuerpo. Supo que estaba vendido, que su alma y su anatomía pertenecían al mayor, por mucho que eso le incomodase o asustase. Esa era la verdad y tenía que hacerse a la idea cuanto antes mejor, porque quería ser mejor perra que su hermano Luis. Aprendería a mamársela de manera magistral, sabría cómo complacerle sin necesidad de hablar, y le ofrecería sus agujeros para que los usara a su antojo cuando le viniera en gana. De manera natural Ricky, el perro callejero, había pasado a ser el Dueño y Señor absoluto del joven Saúl.

                “Arrodíllate en el suelo y ven hacia mí” fue la siguiente orden que Ricky le dio a Saúl.

El menor hizo lo que el otro le había pedido. Se arrodilló en el suelo, sin quejarse, y empezó a andar a gatas en dirección al sofá donde el perro estaba sentado. Pensó que le ordenaría volverle a chupar la polla, cosa que no le importaba hacer, pero no fue eso lo que le pidió el mayor, sino:

                “Sube en mi regazo.”

El de pelo trigueño no entendía muy bien lo que quería el otro, así que se puso en pie y se sentó en una de las piernas del mayor, de lado a él. Ricky le señaló como quería que se pusiera, que era con una pierna a cada lado de su cuerpo y cara a cara con él. Era una situación bastante embarazosa, ya que Saúl estaba completamente desnudo y Ricky solo con su torso a la vista, además de que estaba abierto de piernas sobre su sensual cuerpo de macho.

                “¿Así…?” preguntó Saúl, algo tímido.

                “Si, así es perfecto” le respondió el perro callejero.

Acto seguido Ricky abrazó a Saúl, pegó su boca a la del menor y empezó a besarle de manera muy apasionada. Sus labios estaban completamente abiertos y sus mandíbulas se movían de arriba abajo al tiempo que la lengua del mayor penetraba en la cavidad bucal del chiquillo y empezaba a devorarle con lujuria. A Saúl le dio la sensación de que Ricky estaba dejando su señal allí, reconociendo aquella boca como suya, por la impetuosa y bruta manera en que lo besaba… y le encantaba. Así que le dejó hacer, muy complacido, y siguiéndole los movimientos tan bien como podía.

Las manos del perro callejero no se estuvieron quietas, mientras la diestra bajaba a agarrarle una de las nalgas, con la izquierda agarraba la nuca del menor y mantenía su cara bien pegada a la de él. Fue un beso poderoso, largo y lascivo. Cuando al fin se separaron, ambos chicos sentían sus cuerpos ardiendo de pasión. Sin mediar palabra, Ricky le dio la vuelta al cuerpo del chico, dejándolo boca abajo, con la cabeza apoyada en el reposabrazos del sofá y el culo en pompa en dirección hacia donde él estaba. Saúl se asustó un poco por el ímpetu del mayor, pero se mantuvo firme en su decisión de  dejarle hacer lo que quisiera.

                “Abre tus nalgas. Quiero ver tu culo.” fue una orden directa y precisa.

Saúl notaba leves oleadas de palpitaciones excitantes recorriéndole su pequeño rabo. Dejando solo su cabeza y sus rodillas apoyadas sobre el cojín, puso sus dos manos a lado y lado de su esbelto trasero y abrió sus cachetes como el mayor le había ordenado. A penas podía verle por la situación forzada en la que tenía la cara, pero sabía que el perro estaba mirándole fijamente el agujero posterior, y eso hizo que se excitara tanto que empezó a soltar líquido transparente pre-seminal, que caía goteando desde la punta de su polla hasta el sofá.

Lo que sucedió a continuación fue demasiado fuerte para el crío. Sin aviso ni preparación alguna, notó algo cálido, mojado y blando, que empezó a repasar su entrada posterior con avidez. Era la lengua de Ricky, ese maldito perro callejero. Saúl soltó un fuerte gemido por la impresión, y Ricky pegó sus labios al culo del chico y empezó a chupar y sorber, de manera delirantemente deliciosa. Eso seguro que jamás se lo había hecho a Luis, como mucho el perro le habría ordenado a la puta de su hermano que le chupara a él el culo, pero ¿Al revés? Ni en sueños se imaginaba a un macho como Ricky metiendo su delicada lengua en semejante agujero inmundo… ¡Pero a él sí que se lo estaba haciendo! Y ¡Joder! ¡Se sentía increíblemente bien!

                “Ricky…” susurró el joven rubio entre jadeos.

En ese momento el mayor acercó una de sus manos al culo del chico y empezó a meterle uno de sus largos dedos.

                “¡¡Hhhhhhhhhhhhmmmmmmmm!!” se quejó el menor.

Pero el perro no hizo caso de aquellos jadeos lastimeros, pensaba follárselo ya mismo y tenía que prepararlo bien, no solo porque Saúl era a todas luces virgen, sino porque además, sumado a eso, estaba el hecho de que Ricky tenía un cuerpo de adulto, con un rabo que tenía las dimensiones de un vaso de cubata, y el pobre chaval pues… aún tenía anatomía de crio. Si de normal ese pedazo de polla hubiese destrozado cualquier culo, en el caso de Saúl las lesiones podían llegar a ser permanentes, cosa que el moreno no deseaba para nada. Lo estrenaría en condiciones, dedicando a la tarea de prepararlo todo el tiempo que hiciese falta, y luego lo follaría brutalmente, marcándolo como suyo… para siempre.

                “¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhh!!” gritó Saúl cuando un segundo dedo se introdujo en su estrecho recto.

                “Relájate, todavía voy a meter uno más” le respondió Ricky.

El menor se obligó a relajarse, respiró hondo y se concentró en el placer que le daba la lengua del perro callejero, para no pensar en el palpitante dolor que le provocaban los dedos de él hurgando en su interior. Para cuando Ricky metió, como había amenazado que haría, su tercer dedo en el culo del chico, Saúl mordió la almohada y intentó gemir lo más bajo posible.

                “¡¡Mmmmmmmmmmmmmmmhhhhhhhhhhhh!!”

                “Muy bien, niño. Lo estás haciendo genial” le dijo Ricky al muchacho, que se sintió halagado por las palabras del contrario.

El perro notó que el culo del chico ya no apretaba tanto sus tres falanges, las metió y sacó unos minutos más, para terminar de dilatar ese culo inquieto que tanto le había llamado la atención, y cuando estuvo seguro de que había llegado el momento, le ordenó al menor:

                “Date la vuelta. Quiero que me mires a los ojos mientras te desvirgo. Que te quede claro quién es tu hombre.”

Saúl se volteó y quedó tumbado en el sofá, con la espalda apoyada en el mismo. La forma ruda que tenía ese perro de hablarle le ponía muchísimo. Abrió las piernas y se las sujetó bien abiertas, con cada mano debajo de una de sus rodillas, como ofreciéndose a su Amo. El rostro del menor estaba teñido de rubor, sus ojos brillaban por la excitación y estaba entre emocionado, asustado, impaciente y avergonzado. Ricky se tumbó sobre él, se sacó la polla de dentro de los pantalones sin quitárselos, y puso su glande hinchado y palpitante pegado a la abierta entrada posterior del menor. Con una mano sujetó su rabo para que no se moviera de ese lugar. Ricky acercó su rostro al de Saúl y le dijo, en tono de lo más sensual:

                “Suplícame que te la meta, puta”

En ese momento el joven rubio se sintió cabreado, y se reveló por primera vez en toda la velada.

                “¡No me llames puta!”

Ricky se sorprendió por esa reacción, después de todo lo que habían hecho, no tenía sentido que le molestara que lo llamase así… Saúl apartó la mirada a un lado y le explicó:

                “Así es como llamabas a mi hermano. No quiero tener nada que ver con él.”

El perro callejero sonrió, ahora lo entendía todo. No era el insulto en sí mismo lo que había molestado al menor, sino que lo hubiese oído llamando así a Luis. Muy bien, podía entenderlo.

                “Saúl” le dijo, y esperó a que volviera a mirarle a los ojos “Suplícame que te folle.”

El joven se relajó y miró al perro, sintiendo como sus pupilas se clavaban en las de él.

                “Ricky… Por favor… Te lo suplico… Méteme tu polla dentro.”

Aún no había terminado de pronunciar la última palabra, que el mayor ya estaba empujando con todas sus fuerzas, enterrando con vigor su dura polla en ese ano estrecho y virgen.

                “¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!” Saúl gritó por el terrible dolor que estaba sintiendo.

El menor escondió su rostro en el torso del adulto y de nuevo notó lágrimas escapando de sus ojos. No podía evitarlo, el daño que sentía era insoportable. El perro estaba embistiendo contra él sin darle tregua, había conseguido penetrar con su enorme glande en su pequeño ano y ahora notaba como la piel alrededor de la entrada se estaba estirando al máximo de su capacidad para permitir alojar en su interior ese poderoso monstruo que lo atacaba. En un primer momento todos los músculos del cuerpo de Saúl se contrajeron, causándole dolor a Ricky. Pero no se detuvo ni mucho menos se propuso sacar su polla de ese rico agujero, todo lo contrario, aun empujó con más fuerzas contra ese culo. Saúl sintió unos tremendos pinchazos en su intestino y su cuerpo actuó solo, arqueando la espalda, para permitir mejor así el paso del intruso que lo violentaba de aquella manera tan salvaje.

                “¡Ricky, para, no puedo! ¡¡Para, jodeeeeeeeeeer!!” gritó Saúl con la cabeza inclinada hacia detrás y arañándose sus propias piernas.

                “Ni lo sueñes, puta” dijo para cabrear de manera consciente al chaval.

Pero Saúl estaba tan concentrado en su dolor que ni si quiera se dio cuenta de cómo le había llamado ese bastardo perro callejero. Por su lado, Ricky aprovechó que el menor se había puesto de mejor manera para dar un último empujón, encastándole por fin toda su larga y gruesa extensión dentro de su culo. Sus aros intestinales le apretaba de manera poderosa la polla, pero eso aún lo hacía más morboso. El mayor se sintió muy complacido, había podido meterle a su pequeña puta su enorme rabo entero en la primera estocada. Notaba sus huevos completamente pegados al cuerpo del crío. La sensación de estarlo desvirgando en ese preciso momento era increíble. Algo único no parecido a nada que hubiese sentido hasta la fecha. El perro se quedó quieto, con su polla incrustada hasta el fondo de ese culo estrecho y peleón. Le dijo al chico:

                “Relájate, porque no hemos hecho más que empezar. Ahora viene lo bueno.”

Saúl bajó la mirada y le gritó, con lágrimas en los ojos “¡Te odio!” le dijo al perro.

Ricky se rio de ese comentario “Eso no te lo crees ni tú, puta” le respondió, y acto seguido pegó su boca a la del menor y empezó a besarle de nuevo con ansias, como si intentara absorberle el alma con ese beso.

Y en el preciso instante en que los labios del perro se separaron de los de Saúl, el mayor empezó a bombear con fuerza, metiendo y sacando su dura polla del estrecho agujero posterior del crío.

                “¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!” el menor gritaba, desesperado, por el terrible dolor que le causaba la tremenda follada de ese bastardo.

Pero Ricky sabía que pronto se le pasaría, y que terminaría disfrutando de aquello… y si no, ¡Peor para él! Ya lo disfrutaría la segunda o la tercera  vez que lo follara. El mayor empujaba con toda su mala hostia sus caderas contra el cuerpo del infante, golpeando con vigor contra su estrechez, casi intentando atravesarlo y terminar follándose el puto sofá. Saúl no paraba de gritar, gemir y jadear, y lloraba de manera muy abundante. Pero aquello no hacía que el perro sintiese lástima por su joven víctima, sino todo lo contrario, aún se enardecía más y embestía contra él con más violencia.

¡¡CHOF CHOF CHOF CHOF!! … “¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!” …  ¡¡CHOF CHOF CHOF!!

Esos eran los ruidos que llenaban ahora la habitación, los gritos desesperados de Saúl y los duros golpes chapoteantes que provocaban la terrible polla del perro entrando y saliendo a velocidad vertiginosa del cuerpo del niño. Ricky estaba tan excitado que casi podría haberse corrido en el mismo instante en que le metió su polla dentro al chico, pero aguantaría todo lo posible, para disfrutar al máximo de esta experiencia única. Así que la tortura se alargó por muchos minutos para el pobre Saúl, que solo deseaba que el puto perro descargase su corrida dentro de él y lo dejase en paz de una jodida vez ¡Maldita la hora en que decidió ser su puta! ¡Debería haber dejado que se follase a Luis! Pero cuando el perro callejero bajó su mano a la entrepierna del chico y empezó a masturbarle, se le olvidaron todas aquellas cosas.

Poco a poco los infernales gritos de dolor del menor se vieron sustituidos por genuinos gemidos de placer, y es que al cabo de tanto rato de estarle follando, por fin el culo del chico había empezado a ceder, dejando de presionar tanto, y se dejaba follar en condiciones. Eso significaba menos dolor para el crio y más placer, que unido a la masturbación, hicieron que pronto empezara a escupir borbotones de leche por su pequeño rabo de niño.

“¡¡AaaaaaahhhhhAAAAAAAAaaaahhhhhhhhhhAAAAAAAaaaaaaahhhhhhhhhhh!!” gimió el menor.

Saúl todavía estaba convulsionando por su tremendo orgasmo, cuando el perro soltó su rabo, lo agarró con fuerza de la cadera, y hizo un heroico esfuerzo final, terminando de follar ese estrecho culo ahora sí con todas sus ganas, y sin miedo a romperlo. Lo que casi rompieron fue el sofá, de lo fuertes que eran las estocadas que le daba al joven rubio. Saúl estaba abatido, completamente relajado y un poco ido, y ya no se quejaba para nada de la abusiva manera en que Ricky, su adorado Amo, lo estaba jodiendo. Ricky metía su polla de manera bruta y salvaje, dejándose llevar por completo por las intensas sensaciones que le embargaban. Era el puto Amo e iba a marcar a ese crío como de su propiedad ¡Jamás nadie podría llegar a correrse tan adentro como pensaba hacerlo él! ¡Soltaría su leche tan profundo que no saldría jamás del cuerpo del menor!

“¡¡¡WWWWWWAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!”

Cuando Ricky se corrió soltó un gemido que parecía casi un rugido de algún animal salvaje. No se mantuvo quieto, al contrario, continuó bombeando y penetrando el herido culo del menor con saña, con todas sus ganas, regándole por dentro con su esperma abundante, espeso y calentito. Por todas partes, desde el aro exterior hasta lo más profundo de sus entrañas, así lo sintió Saúl, que de repente se dio cuenta de lo que acababa de suceder, de lo que habían hecho, y que a pesar de lo mal que lo había pasado al principio, había terminado disfrutándolo como una perra.

Ricky se acercó al joven y le dio un fugaz beso en los labios. Luego se separó de él, con el cuerpo brillante por el sudor, y se sentó en el otro extremo del sofá, con las piernas abiertas.

                “Ven y chúpame la polla. Siempre tendrás que limpiarla cuando tu sucio culo me la manche.”

Saúl estaba como hipnotizado con ese chico. A estas alturas ya no se le ocurriría replicarle por nada que le ordenara hacer.

                “Si, Ricky. Como desees” respondió.

Saúl se puso de manera trabajosa a cuatro patas sobre el sofá, y a pesar del cansancio que sentía, se acercó a la entrepierna de su Amo y Señor y empezó a lamerle el rabo, para limpiárselo de los restos de semen, mierda y sangre que manchaban la superficie. Empezaba a comprender la devoción que su estúpido hermano mayor había sentido por este tipo. Era en todos los sentidos un puto Dios. Era perfecto, con un rostro hermoso y un cuerpo envidiable por cualquiera. Tenía una mirada felina y una sonrisa pícara y encantadora. Su voz era de lo más sensual. Y su polla… Ah, eso era una obra de arte, tan grande y hermosa que ninguna más en el mundo podría competir con ella. Sintió lástima por su hermano, por haber tenido y haber perdido un Dios del sexo como aquel. Pero se sintió feliz de saberse su nueva puta. Y si quería llamarle así, pues que lo hiciera, qué cojones… él sería feliz solo con atender todas sus órdenes, y mantener su boca limpia y su culo a punto, por si a su Amo y Señor le apeteciera usarlos para su propio placer… y el de él. De reojo Saúl vio la botella de vaselina que no habían usado y sonrió. Que se la quedara su hermano esa botella, él se quedaba con el premio mayor. Un bastardo perro callejero llamado Ricky.

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