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Esposas descarriadas (2)

en Control Mental

Esposas descarriadas (2)

Héctor no podía creer lo que estaba haciendo. Ahí en medio de la sala de la casa de su gran amigo Alfredo, le estaba haciendo una “sopita” o cunnilingus a Koralia, la esposa desde hace casi diez años de su amigo. Y en el comedor, a solo unos metros de donde se encontraba, su amigo Alfredo le estaba haciendo un “beso negro” o annilingus a Nahaira, la compañera desde casi doce años de Héctor, madre de de sus hijos y celosa guardiana de su hogar. ¿Cómo habían llegado a esa excitante situación? Quizás valga la pena hacer un pequeño recuento.

Seis meses atrás Alfredo estaba deprimido. Discutía frecuentemente con su esposa Koralia por cualquier motivo. Su vida sexual era un desastre pues tenían relaciones una o como máximo dos veces al mes. Siempre en la misma pose y por breves minutos. Luz apagada y limitados a unos cuantos movimientos porque Koralia prefería hacerlo así. Constamente se quejaba de que determinados movimientos bruscos la lastimaban. Y cuando Alfredo pretendía aplicar algo de rapidez o más rudeza, ella interrumpía el acto lanzando un “ay” de dolor. El hombre no sabía si las quejas de su mujer eran reales o lo hacía solamente por fastidiarlo, pero el resultado era el mismo.

Todo cambió cuando Alfredo encontró un blog muy interesante donde se hablaba de experiencias de transformación total. No había muchos datos del autor pero envió un correo y le contestaron a las pocas horas. Luego de un breve intercambio de mensajes le dieron un número telefónico al cual llamó. Dos días después le indicaron que se acerque a un local del centro de la ciudad. Parecía una oficina anodina como tantas otras, con un simple aviso en la puerta pero dentro conoció un universo nuevo.

Luego de un interrogatorio que superaba al de la CIA y la KGB juntos, donde lo sometieron a diversas pruebas con el polígrafo y firmó docenas de papeles donde se hacía responsable de todo y eximía a la empresa llamada “Esposas descarriadas” de cualquier reclamo legal o problema de diversa índole. Firmó un contrato larguísimo que leyó ávidamente. Modificó un par de párrafos que no cambiaron gran cosa el fondo del documento. Alfredo recibió las indicaciones que confirmarían el cambio mental que cambiarían a su esposa para siempre.

Esa noche en casa, hizo el amor con Koralia. Fue decepcionante como casi todas las oportunidades pero Alfredo soportó esta vez sus quejas e interrupciones con tranquilidad poco habitual para él. Si todo salía bien, esa sería la última vez que su mujer se comportase como una engreída.

Al día siguiente, Alfredo siguió al pie de la letra las indicaciones que le dieron en la empresa. Como quien no quiere la cosa le comentó a su mujer que había un nuevo “spa” donde le hacían ofrecido un descuento especial. Ella estaba sirviendo el desayuno a los niños pero le prestó atención porque el tema le interesaba. Él le dio la propaganda y el cupón de descuento. Ella le dijo que iría por la tarde a ver si le parecía bien. Alfredo le dijo que no se preocupe por el precio, que él pagaría.

Se despidieron con un beso fugaz. Ese día Alfredo estuvo distraído en el trabajo. Por la tarde llamó a su esposa quien le confirmó que iría al spa. El hombre trató de distraerse saliendo un rato con unos amigos a tomar unas copas. Conversaron de fútbol y otros temas.

Por la noche, esperó con suma impaciencia el regreso de su mujer. Koralia regresó casi a la medianoche. A primera vista no había mayor diferencia que un peinado nuevo. Pero él conocía bien a su mujer. Tenía cierto aire ausente.

Los niños ya estaban acostados. Alfredo llamó al teléfono que le habían dado. Atendían las 24 horas del día. Luego de dar unos datos que confirmaban su identidad, recibió la respuesta que esperaba.

-          Su frase de control es “vuela alto pequeña palomita” – dijo la voz al otro lado de la línea –, y para encenderla es “suéltate las trenzas, zorrita”. Usted indicó esas frases. Está verificado y con garantía de seis meses.

Recibió además una breve explicación de que el proceso debía concluirse por lo que Koralia debía ir nuevamente al spa durante los próximos días para completar la reprogramación mental de su esposa. Pero podía empezar a probarla con cautela pues notaría algunos cambios que le agradarían.

Alfredo no necesitaba mayor explicación. Koralia se había duchado para dormir. De regreso en el dormitorio, desnuda empezó a ponerse su pijama habitual, un conjunto “de abuelita” que él detestaba pero que a ella le parecía muy cómodo.

El varón soltó un bufido de fastidio. Fue al closet de su mujer y saco un babydoll casi sin usar que le había comprado varios meses atrás.

-¿Por qué no te pones esto? – le preguntó a Koralia mientras le alcanzaba la breve prenda.

-Otro día, mi amor – respondió ella-, tengo que ir a trabajar temprano mañana.

- Vuela alto pequeña palomita – dijo él con dulzura.

Koralia se quedó a medio vestir. Su mirada pareció mirar el infinito. Alfredo la miró sonriente. Era obvio que su voluntad había quedado anulada.

-          Ponte esto – le dijo, alcanzándole nuevamente el babydoll.

Esta vez ella se lo puso sin mayor problema. Cuando terminó se puso de pie, mirando al vacío. Alfredo se acercó a ella y la besó sin obtener mayor respuesta. Soltó una exclamación reclamándose a sí mismo.

-          Si seré un imbécil… -murmuró, luego se recompusó. - Suéltate las trenzas, zorrita.

Koralia sonrió ampliamente. De pronto tenía muchas ganas de tener sexo. Todo el cansancio del día desapareció. Abrazó a su esposo y correspondió cálidamente al beso. Alfredo estrujó las nalgas de su mujer y la empujó a la cama.

Ella necesitaba generalmente largos minutos de estimulación para excitarse. Su vagina generalmente estaba seca y ella profería quejas cuando él intentaba penetrarla sin el trabajo previo. Esta vez Alfredo no se preocupó por su mujer. Quería gozarla como nunca antes. Apartó sin delicadeza la parte inferior del babydoll y la penetró de golpe. Koralia soltó un gemido de placer. Su esposo notó con gran alegría que estaba húmeda sin ninguna manipulación previa. De inmediato la hizo girar como una muñeca de trapo. En otra oportunidad ella había gritado protestando pero esta vez ella se acomodó riendo y soltó otro gemido mientras él empezaba a taladrarla sin piedad.

No tardó en eyacular. Pero esta vez, Koralia no se quedó quieta. De inmediato empezó a besarlo y acariciarlo. Su boca buscó su pene fláccido para ayudar a levantarlo. No se detuvo hasta que lo logró.

En lugar que su mujer le diese la espalda y se pusiese a dormir, en esa oportunidad ella estaba deseosa de seguir y seguir. Alfredo la utilizó toda la noche. El eyaculó tres veces, todo un record. Y ella alcanzó el orgasmo cinco veces. Al día siguiente ambos llegaron tarde al trabajo pero llegaron con una sonrisa de oreja a oreja. Alfredo había conseguido lo que anhelaba y Koralia simplemente se sentía feliz. Por ninguna razón en especial, simplemente estaba feliz. Contenta de complacer a su esposo.

Desde ese día empezó una nueva vida sexual para ambos. Koralia se volvía cada vez más ardiente y Alfredo hizo realidad muchas fantasías eróticas que había casi olvidado. Tantos años contenidos salieron a flote.

Pero hacerlo entre ellos pronto fue insuficiente para el morboso Alfredo. Él quería más. Su esposa debía cumplir con la parte del trato hecho con los encargados de “Esposas descarriadas”. Sabía que su esposa era ahora parte de su exclusivo servicio de scorts, lo cual le parecía un precio cómodo para todo el placer que había descubierto. Él prefería no participar ni saber más de los encuentros de su esposa. Sin embargo él quería incursionar en el mundo swinger por lo que fue averiguando entre su círculo de amigos y pronto encontró a una pareja afín.

Ellos eran Héctor y Nahaira. De edad similar a la suya. Se conocían desde los tiempos de la universidad y habían sido muy amigos pero no se mantenían en contacto. Unas cuantas llamadas telefónicas y unas salidas a bailar solucionaron el impasse. En una de esas salidas, como quien no quiere la cosa, Alfredo le dijo a Héctor que podían hacer un intercambio. Para sorpresa suya, a Héctor le pareció bien y no podía creer con su suerte cuando él le dijo que tenían un poco de experiencia pero lo habían dejado porque Nahaira era un poco eticosa y había descartado a muchas parejas antes de animarse con algunas para luego volver a poner mil excusas.

En una reunión en casa, surgió nuevamente el tema. Koralia estaba dudosa pero gracias a las frases-gatillo que Alfredo le susurró oportunamente al oído sin que sus amigos se diesen cuenta, la encendió.

Regresamos así a la parte inicial del relato donde Héctor completamente excitado hunde su lengua en la jugosa conchita de Koralia, mientras que a pocos pasos, Alfredo hunde su lengua en el cálido orificio anal de Nahaira. Ella goza como pocas veces porque a pesar de ser un poco eticosa, es una fanática del sexo anal tal como Alfredo descubriría varias veces esa noche.

Luego de hacer llegar al orgasmo a Koralia, Héctor se acomodó en el sillón para recibir las caricias orales de la esposa de su amigo. Además desde ahí tenía una vista privilegiada de la sodomización de su propia esposa. Nahaira gritaba de placer, lo cual le provocaba una mezcla de sensaciones de excitación y celos a Héctor, era la delicia de ser swinger.

Antes de eyacular, Héctor acomodó a Koralia sobre la alfombra y penetrándola salvajemente logró arrancarla quejidos y grititos que opacaron a los ahogados gritos de Nahaira.

Los hombres eyacularon y luego se reunieron para conversar un poco. Una ducha en grupo volvió a encenderlos. Iniciaron en parejas de esposos y luego nuevamente intercambiaron. Esta vez estaban en el dormitorio de la casa, donde luego de unos minutos procedieron a prodigarse placer oral de manera conjunta, formando un cuadrado bien proporcionado. Los gemidos y exclamaciones estaban opacados por los muslos de los participantes. Esta vez gozaron hasta el final.

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