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Las amigas de Pierina (1)

en Control Mental

Las amigas de Pierina (1)

Desde que empezó a salir con Pierina, Federico sintió que se había sacado la lotería. Ella no solo era una joven guapísima con un cuerpo espectacular, sino que tenía amigas muy liberales y con cuerpos tan o más voluptuosos que los de ella. En cualquier ocasión propicia no dudaban en hacerle una mamada o dejarle que él les lama las tetas. Era realmente un regalo divino para cualquier joven cachondo. Todavía no había tenido sexo genital con ellas pero estaba seguro que no faltaría mucho para hacer realidad ese sueño.

Pierina era muy popular en su universidad. Medía casi un metro setenta, de cabello largo y muy lacio, ojos castaños, curvas bien marcadas que eran un deleite para los ojos. Y sus amigas no se quedaban atrás en cuanto a belleza y juventud. Eran un grupo de diez chicas que salían casi a todas partes juntas, sobre todo a fiestas donde organizaban pequeñas orgías donde asistían pocos varones privilegiados ya que ellas preferían satisfacerse mutuamente. No se consideraban lesbianas ni bisexuales, pero les gustaba disfrutar plenamente de su sexualidad, explorando todas las opciones posibles. Una mente cucufata podía calificarlas de promiscuas pero ellas no se hacían problemas por esos temas ni aceptaban calificativos de mentes pazguatas.

Federico disfrutaba de Pierina, en largos fines de semana, con mucho sexo. La había acostumbrado a múltiples formas de placer, pero no se había percatado hasta el momento de que su novia era tanto o más pervertida que él mismo. Llevaban saliendo juntos apenas tres meses pero ya pronto conocería a que extremos podía llegar ese cuerpo espectacular para el deleite del placer carnal.

Todo empezó cuando ella tuvo unas cortas vacaciones en casa de sus tíos, en el campo. Al regreso le comentó a Federico y sus amigas, de una experiencia que la había fascinado.

Estaban departiendo en las bancas de la universidad donde solían sentarse a conversar durante horas para tratar de diversos temas, cuando Pierina comentó:

-          Lo mejor de todas las vacaciones, fue que una tarde nos visitaron unos amigos de mis tíos que no veían hace años y uno de sus hijos era un hipnotizador de lo más simpático.

-          Uy, ¿y qué sucedió? – preguntó Kiara, que era la más bajita del grupo.

-          ¡Fue fabuloso! – contestó Pierina -, primero hipnotizó a mi tía, que era la más incrédula. Luego hipnotizó a todos mis primos. Ellos hicieron todo tipo de cosas, imitaron amínales, bailaron, rieron, etc. El hipnotizador nos hizo reír a todos durante un buen rato.

Todos rieron como si hubieran estado presentes en ese espectáculo. Federico no pudo evitar tener una erección por lo que estaba contando su novia. Podía adivinar lo que vendría después.

-          ¿Y tú, te dejaste hipnotizar o solo estuviste mirando? – preguntó Meredith, que estaba más buena que el pan, con un cuerpo que cortaba el hipo, sobre todo por los ceñidos vestidos que solía usar.

-          ¡Claro que me hipnotizó! – respondió Pierina -, no iba a perderme la oportunidad de saber qué se siente. Saben que me gusta probar cosas nuevas. Me ofrecí como voluntaria y antes de darme cuenta ya estaba hipnotizada. Mis primos grabaron un video donde me pone entre dos sillas, completamente rígida. ¡Es alucinante!

Todos soltaron exclamaciones de admiración.

-          A mí también me gustaría disfrutar de esa experiencia – dijo Lizbeth, con un tonito de incredulidad.

-          Pues todas podemos probar si queremos – dijo Pierina -. Le pregunté cuándo vendría a nuestra ciudad y me dijo que casualmente vendrá el siguiente sábado, así que podemos organizar una reunión para todos los que deseen participar.

-          Pero este sábado es el cumpleaños de Ethel – dijo Karen.

-          Mucho mejor – dijo Pierina -, nos reunimos todas en mi depa y nos hipnotiza antes de la fiesta.

-          ¡Genial! – dijeron sus amigas casi al unísono. Todas rieron.

Federico estaba un poco confundido. Por un lado, le excitaba la idea de ver hipnotizada a su novia y sus hermosas amigas. Por otra parte, no sabía si estaba invitado o era algo restringido para chicas.

Pierina organizó todo para el sábado en la noche. Su depa era amplio así que no faltaría espacio. Federico le preguntó si podía asistir y ella le dijo que no había problema.

Ella estaba muy emocionada, así que llamó a Carlos, su amigo hipnotizador para confirmar la hora de la reunión. Él le dijo que podían asistir todos los que ella invitase, con la condición de que guardasen la compostura necesaria y no hiciesen bromas al respecto.

Pierina invitó a todo su grupo, pero solo le confirmaron cuatro de ellas. Las otras cinco no podían por diversos motivos. Obviamente que Ethel estaba ocupada con los preparativos de su cumpleaños.

El sábado por la noche, las amigas de Pierina y su novio Federico, se reunieron a la hora acordada. Las chicas no paraban de reír y comentar sobre los acontecimientos de la semana.

Mientras Federico veía la televisión en la sala, un poco inquieto por lo que sucedería después, Pierina y sus amigas estaban en el dormitorio probándose vestidos, minifaldas, shorts y todo tipo de ropa provocativa para asistir a la fiesta de su amiga Ethel. Se maquillaban y se peinaban entre ellas. Todas lucían fabulosas por la juventud y la lozanía que producía el trabajar sus cuerpos durante largas horas en el gimnasio.

Además de la dueña de casa, estaban presentes Kiara, Meredith, Lizbeth y Melissa. Cinco bellezas jóvenes y alegres. Derrochaban sensualidad. Sobre todo por la ropa que usaban para la fiesta a la que se dirigirían después de ser hipnotizadas.

A la hora exacta, sonó el timbre de la puerta. Las chicas soltaron exclamaciones de alegría. Federico abrió la puerta y saludó a un muchacho aproximadamente de su misma edad, con una sonrisa contagiosa y mucha seguridad en sus movimientos.

-          Hola Carlos – dijo Pierina, dándole un beso en la mejilla una vez que se reunieron en la sala -, muchas gracias por venir.

-          Hola Pierina – dijo Federico -, gracias a ti por la invitación.

Las amigas de Pierina salieron del dormitorio con un poco de nervios y curiosidad. Ella las fue presentando. Carlos sonreía con total naturalidad. Se notaba que le causaba particular satisfacción ver a muchachas tan guapas. La ropa sensual que usaban cargaba la situación de un erotismo muy intenso.

-          ¿Empezamos de una vez? – preguntó Carlos, una vez que concluyeron las presentaciones.

-          ¡Sí! – dijeron todos.

-          Muy bien – dijo Carlos – como casi siempre nadie quiere ser voluntario, las hipnotizaré a todas al mismo tiempo.

Las chicas rieron, más nerviosas que antes. Federico no sabía si quedarse callado o salir corriendo.

-          Pónganse cómodas – indicó Carlos, completamente dueño de la situación.

-          ¿De verdad nos hipnotizarás a todas al mismo tiempo? – preguntó Melissa.

-          Sí – respondió el hipnotizador -, pero no se pongan nerviosas. Nadie será hipnotizado en contra de su voluntad.

Las cinco jóvenes y Federico se acomodaron en los cómodos sillones de la sala. Algunas de las chicas estaban a la expectativa y otras hubieran preferido permanecer solo como espectadoras.

Carlos empezó a hablar con voz grave y tono tranquilizador:

-          En un breve tiempo, todos ustedes estarán profundamente relajados bajo un estado hipnótico de paz y bienestar. No se resistan, solo déjense llevar por mi voz. Abran sus mentes, expandan su conocimiento. Así gozarán de una experiencia inolvidable.

Carlos observó detenidamente a todos los presentes. Rápidamente identificó a la persona más incrédula, Lizbeth. Ella estaba particularmente guapa ese día. Usaba un vestido de dos piezas que dejaba ver sus bien torneadas piernas y sus bellos hombros al descubierto, además de su cintura, muy delgada gracias a largas horas en el gimnasio.

Carlos se puso delante de ella y le preguntó:

-          ¿Me permites comenzar contigo?

-          Si quieres puedes intentarlo – respondió Lizbeth, en tono desafiante -, pero no creo que puedas.

-          Solo permíteme intentarlo – dijo el hipnotizador con una calma absoluta -. Ponte de pie, por favor.

Lizbeth obedeció, sonriendo. Carlos le pidió que la miré fijamente a los ojos mientras le daba indicaciones en voz tan baja que los demás casi no escuchaban.

La sonrisa de Lizbeth se fue borrando paulatinamente. Empezó a tambalearse. El tono de voz del hombre era casi inaudible, pero entraba en la mente de la muchacha con toda la potencia necesaria para colocarla en trance.

Carlos colocó sus manos sobre los desnudos hombros de la muchacha. Lizbeth sintió como todo se tornaba borroso a su alrededor.

-          Duerme, duerme profundamente – dijo Carlos de improviso, con voz de mando, sorprendiendo a casi todos.

El efecto fue inmediato. Lizbeth se derrumbó en el sofá del que se había levantado completamente convencida de que ni él ni nadie podría hipnotizarla.

Su cuerpo parecía un títere al que le habían cortado los hilos que lo sostenían. Su respiración era pesada y sus párpados denotaban que sus ojos se movían en todas direcciones. Estaba en un estado profundo de hipnosis.

Las demás chicas soltaron exclamaciones de sorpresa. Les asustaba un poco ver desmayada sobre el sofá a Lizbeth, quien era la más reacia a creer en la hipnosis.

-          ¿Quién desea ser la siguiente? – preguntó Carlos sin dirigirse a nadie en particular.

Todas se hundieron en sus lugares, sin atreverse a decir nada. El hipnotizador sonrió y luego dirigió su atención hacia Melissa, que estaba al lado derecho de la hipnotizada Lizbeth.

-          Mira mi mano – dijo usando el mismo tono de mando que había dirigido a Lizbeth hace unos minutos, mientras levantaba la mano derecha y la movía en círculos – no dejes de mirar mi mano y conforme la ves, empiezas a sentir un profundo sueño…

Melissa no se resistió mucho. Un par de pases magnéticos y quedó en la misma situación que Lizbeth.

Luego Carlos hipnotizó a Federico de la misma forma. El muchacho se deslizó hasta el suelo. Como si su cuerpo fuera de gelatina y se derritiese por un golpe de calor.

Su novia Pierina se levantó con la intención de ayudarlo, pero cuando pasó al lado de Carlos, él la cogió por la cintura y la hizo dormir de manera fulminante. La bella muchacha cayó al suelo como herida por un rayo.

Solo faltaban Kiara y Meredith, ambas no podían evitar estar nerviosas y un poco excitadas por lo que habían visto. Sentían una especie de escalofríos recorriendo sus cuerpos. Tenían los pezones endurecidos por la situación que se les presentaba de manera muy erotizante.

Sin decir palabra, Carlos le indicó con una mano a Kiara que se pusiera de pie. Ella obedeció. El hipnotizador levantó la mano izquierda y la hizo girar en círculos mientras le dirigía palabaras inintelegibles a la bella joven quien no tardó en quedar dormida bajo su influjo. Cayendo al suelo como un muñeco de goma.

Meredith quedó absorta. Dos de sus amigas estaban dormidas sentadas en los cómodos sillones, mientras las otras dos estaban en el suelo, junto con Federico.

-          Pónganse de pie mientras siguen hipnotizadas – ordenó Carlos.

Todas obedecieron, incluyendo a Meredith. Ella había quedado hasta el final pues el hipnotizador la había elegido desde que la vio por primera vez. Le agradaba el biotipo de la muchacha, de piel canela y cuerpo espectacular que resaltaba descaradamente con el ceñido vestido que usaba. Sus bien torneadas piernas quedaban al descubierto por la minifalda del vestido, mientras el profundo escote dejaba ver unos pechos fabulosos.

Carlos colocó a Federico en un rincón, dejándolo como un muñeco de trapo. Luego regresó al centro de la sala.

-          Abran los ojos, pero permanecerán en ese estado hipnótico que les causa tanta satisfacción – dijo Carlos con su voz de mando.

Las muchachas abrieron los ojos. Tenían la mirada perdida y el rostro inexpresivo. Meredith no pudo evitar excitarse al ver a sus amigas completamente hipnotizadas y bajo el control del hábil hipnotizador.

-          Juega con ellas – le dijo Carlos y se sentó a un extremo de la sala para observar.

Meredith no lo dudó y empezó a manosear los cuerpos de sus amigas mientras los colocaba en diversas posiciones como si fueran maniquíes de carne. Aprovechó para verificar que ninguna se hubiera puesto tetas de silicona y confirmó los beneficios del gimnasio en sus muslos y sus culos.

El hipnotizador la dejó hacer un buen rato. Luego se colocó delante de ella y sin decirle palabra empezó a acariciarle los hombros y los brazos mientras la miraba profundamente con esos ojos de los cuales ella no podía apartar los suyos.

Meredith empezó a tambalearse mientras sentía que todo se nublaba a su alrededor. Sus cuatro amigas eran como estatuas de carne que asistían impertérritas a todo lo que él hacía con su mente.

No tardó en caer en un profundo estado hipnótico, inducida por el lenguaje silente del hábil hipnotizador.

Continuará…

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