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Invasión hermafrodita (1)

en Control Mental

Invasión hermafrodita (1)

Giannina se dirigió apresuradamente a la oficina de Zoraida, su supervisora. Era su jefa y también su amiga. Esa mañana cumplía un mes de haber empezado a trabajar en esa empresa. Había conseguido el empleo gracias a su amiga. Se conocían desde hace casi un año. La admiraba mucho. Era la supervisora más joven de la empresa y sin duda era la más guapa.

Era casi la hora del almuerzo. La mayoría del personal ya se había retirado para disfrutar de una hora libre. Los pocos varones que permanecían en el local, y vieron a Giannina no pudieron evitar seguirla con la mirada. Ella poseía una figura espectacular, que el vestido que usaba como uniforme resaltaba de manera descarada. Ese cuerpo pletórico de curvas era motivo de deseo para todos los varones de la empresa y de la ciudad entera. No en vano ella había sido elegida candidata a señorita regional hasta en dos ocasiones.

Giannina tocó dos veces la puerta, antes de escuchar la voz de Zoraida, diciéndole que pase. Entró a la amplia oficina de su jefa y amiga.

Zoraida sonrió al verla llegar. Tenía solo dos años más que ella, pero parecía un poco mayor. Ella también poseía un cuerpo que era el deleite visual de cualquier hombre. Su vestido era mucho más largo que el de Giannina, pero muy ceñido, dejando ver un cuerpo infartante. Su largo cabello lacio y unos enormes ojos negros producían un impacto visual al que era difícil resistirse. Pocos hombres eran capaces de hacerlo.

Zoraida se puso de pie y la saludó con un beso en la mejilla. Sin saber explicar por qué, Giannina se sintió un poco cohibida. Nunca había estado a solas con ella en esa oficina. Ahora que lo pensaba, nunca había estado a solas con ella en ninguna oportunidad, siempre estaban rodeados de amigas y amigos. Los chicos las asediaban a ambas en todos lados, tanto dentro como fuera de la empresa.

Por un momento, no pudo evitar apreciar el soberbio cuerpo de su amiga. Zoraida era un poco más alta que ella. Sobre todo, por los tacos que usaba. Se la veía espectacular.

Por su parte, Zoraida dirigió una mirada de franca valoración a su joven amiga. La había hecho venir a su oficina con una intención muy específica, pero se tomó unos minutos antes de proceder. Giannina lucía muy bien el corto y ceñido vestido de las chicas de atención al público. Vestido que ella misma había ayudado a diseñar para que los clientes quedasen impactados ante las espléndidas curvas de las señoritas encargadas de atenderlos. Las ventas habían subido como la espuma desde que el nuevo uniforme se había estrenado.

-          ¿Cómo estuvo tu día? – preguntó Zoraida.

-          Movido, como siempre – respondió Giannina.

-          ¿Te molestan mucho los clientes? – preguntó Zoraida, con una sonrisa pícara.

-          Solo algunos – respondió Giannina, riendo. Comprendiendo la intención de la pregunta. En realidad no pasaba un día sin que media docena de clientes no le pidiera su número telefónico “para coordinar directamente las ventas” u otro subterfugio de lo más infantil.

-          ¿Ya almorzaste? – preguntó Zoraida.

-          Todavía – respondió Giannina -, pensé que almorzaríamos juntas, por la hora en que me dijiste que venga a buscarte.

-          Déjame pedir un delivery – dijo Zoraida, dando media vuelta y se agachó sobre su escritorio para coger el listín telefónico.

Giannina no pudo evitar dirigir una mirada al soberbio culo de su jefa y amiga. Desde que se conocían, lo había visto muchas veces, pero en esa ocasión, a solas, sentía el ambiente cargado de un erotismo extraño.

Zoraida se demoró a propósito buscando en el listín. Luego fingió que hacía una llamada telefónica. En realidad, no llamó a nadie ni pidió nada, estaba preparando el ambiente con oscuras intenciones.

Giannina se entretuvo observando los cuadros y adornos de la oficina. Zoraida cerró las cortinas, puso seguro a la puerta y se acercó a ella, que estaba de espaldas, entretenida en ver los variados objetos de la habitación.

De improviso, sin mediar palabra, Zoraida cogió a su amiga por los hombros, la hizo girar y la besó en los labios.

Giannina se resistió al principio, cerrando los labios y tratando de empujarla con los brazos. Pero la fuerza de Zoraida era mayor que la de ella. En realidad, parecía como si tuviera la fuera de un hombre musculoso. Giannina dejó de resistirse, sin explicarse por qué. Su mente se nubló un poco. Se dejó llevar, abrió los labios y cerró los ojos, dejando que la lengua de su amiga penetrase en su boca.

Los brazos de la joven cayeron a los lados. Zoraida dejó de besarla, apartó unos centímetros el rostro de la cara de su amiga y le acarició la mejilla derecha con la mano izquierda. Luego se inclinó sobre ella y le susurró unas frases inintelegibles en el oído.

Esas frases, pronunciadas en un idioma indescifrable, surtieron un efecto hipnótico en Giannina. La joven experimentó un calor muy placentero en todo el cuerpo. Se estremeció por el gozo experimentado. Todos sus temores y su extrañeza de ser besada por su amiga, desaparecieron como por encanto.

Zoraida sonrió malevólamente al notar el efecto en su amiga. Mientras su brazo izquierdo la tenía sujeta por los hombros, su mano derecha recorrió el costado izquierdo de la fabulosa anatomía de la joven y sin mediar palabra se deslizó por debajo de la breve falda, hasta tocar las bragas de Giannina, quien soltó un gemido largo al notar los largos dedos de su amiga recorriendo hábilmente su sexo.

-          Zo-zo-zoraida – tartamudeó Giannina, completamente indefensa.

-          Dime – dijo Zoraida - ¿qué sientes?

-          No sé… - susurró Giannina – es… es algo extraño…

-          Noto que estás muy caliente – dijo Zoraida – déjame ayudarte.

Zoraida se inclinó nuevamente sobre Giannina y empezó a lamerle el pabellón auricular de la misma oreja donde había musitado las palabras que habían convertido a una joven completamente heterosexual en una lesbiana que tenía ganas de coger como una perra en celo. La propia Zoraida estaba impresionada de lo bien que estaban saliendo las cosas.

Pero Giannina hizo un último esfuerzo para resistirse. Su cuerpo no atinaba a moverse, pero de sus labios salieron unas palabras de defensa.

-          Para… por favor… para… - susurró Giannina, casi al borde del desmayo -, esto... esto no es correcto…

-          Tienes razón – dijo Giannina, dejando por un momento que su lengua recorriese la oreja de su amiga -, esto no es correcto, debemos hacerlo de manera correcta.

Acto seguido, su mano derecha se dirigió hacia el generoso busto de Giannina. Hábilmente se introdujo por el escote, que no era muy pronunciado. Se deslizó por debajo del brassiere y atrapó el redondo pezón que estaba muy erecto por la excitación. Empezó a estrujarlo con fuerza.

En otra ocasión, la intensidad de la caricia, hubiera provocado dolor en Giannina, pero en ese momento, su excitación creció enormemente. Era como si estuviera apretando un botón que abría el caudal de un nuevo placer, que ella no había experimentado antes. Era maravilloso. Giannina gimió, al borde del éxtasis.

-          ¿Quieres que pare? – preguntó Zoraida, sin dejar de estrujar el pezón de Giannina.

-          No… no pares… - gimió la joven -, sigue… sigue… te lo ruego…

-          ¿Segura? – preguntó Zoraida -, pídemelo por favor, sé buena chica.

-          Sí… por favor… no pares… sigue… - dijo Giannina, jadeante. Estaba a punto de explotar.

-          ¡Dime, hazme tuya – dijo Zoraida, con voz de mando -, dilo!

-          ¡Hazme tuya! – dijo Giannina casi gritando - ¡hazme tuya!

-          Eso quería escuchar – dijo Zoraida retrocediendo un paso.

Giannina ardía de deseo. Vio cómo su jefa y amiga soltaba la cremallera de su vestido para dejarlo caer al suelo. Debajo estaba completamente desnuda. No estaba depilada al 100%, una pequeña mata de vellos púbicos cubría el pubis. Entonces Giannina vió algo que la dejo boquiabierta.

De la parte superior de la vagina, exactamente debajo de esa pequeña mata de vellos púbicos, cuidadosamente recortados, surgió una verga descomunal. Giannina abrió los ojos como platos y sus manos cubrieron instintivamente su boca para ahogar un grito.

Por unos instantes, la mente de la joven se nubló completamente. Giannina no supo en qué momento se desvistió. O la desvistieron. Pero cuando recobró algo de sentido, estaba a cuatro patas sobre la alfombra de la oficina, mientras Zoraida, o Zoraida con pene, ya que su amiga, a quien había visto desnuda un par de ocasiones antes en el gimnasio y jamás había visto ni un esbozo de pene, la tenía sujeta por las caderas y la penetraba como no la habían penetrado antes en toda su vida sexual.

Era como si de pronto estuviera en un sueño erótico de lo más bizarro. No podía ver, pero sabía que detrás suyo no estaba uno de sus fogosos amantes, sino Zoraida, su amiga.

-          Deliciosa – susurró Zoraida, mientras la penetraba – tu vagina es una delicia…

Giannina gemía de placer. Nunca la habían penetrado de esa forma tan viril. Había empezado su vida sexual muy joven y había probado vergas de todos los tamaños, pero el vigor y el calibre del falo que la estaba horadando en ese momento no se comparaba con nada.

La joven gemía sin parar. Se sentía completamente llena de placer. Sus tetas rebotaban por el vaivén que le imprimía la fogosa Zoraida. El clímax se acercaba cada vez más rápido.

Un par de minutos en esa posición y luego Zoraida la levantó para hacerla sentar sobre ella, en el cómodo sofá de la oficina.

-          ¿Te gusta mi verga? – preguntó Zoraida, con la voz enronquecida por la excitación.

-          ¡Sí…! – jadeó Giannina - ¡es fabulosa…!

En la nueva posición, Zoraida tenía las tetas de su amiga más a mano, así que las estrujó un rato, con ambas manos, retorciendo sus pezones con furia, produciéndole un mayor placer a Giannina. Luego la cogió por la parte posterior de las rodillas y la hizo moverse con mayor fuerza para que la penetración fuera más intensa. Giannina gritaba de placer, era increíble cómo la hacía gozar. Jamás habría pensado que Zoraida tuviera tanta fuerza física para hacerla gozar de esa forma. Aunque no se hubiera puesto a pensar jamás que su amiga tuviera un pene escondido.

Giannina soltó un sonoro grito cuando alcanzó el orgasmo. Un par de segundos después, Zoraida también alcanzó el clímax. De su verga salió un líquido espeso que llenó y rebalsó la cavidad vaginal de su amiga que cayó semidesmayada sobre ella. Zoraida dejó que se deslizase hasta el suelo sin hacerse daño. Giannina jadeaba, con la mirada perdida.

Zoraida se levantó y la miró con la misma sonrisa malévola de hace un rato. Sabía que su esperma sintético estaba inoculándose en la sangre de su amiga para convertirla en alguien semejante a ella.

La invasión hermafrodita había empezado.

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