miprimita.com

En el coche

en Hetero: General

Era un viernes por la noche y, al haber cumplido los 18 años, podía por fin irme de fiesta a una discoteca. Cumplí la mayoría de edad el martes, y había estado toda la semana ansiosa por ir.

Aquella noche estrenaba conjunto, el regalo de mi amiga por mi cumpleaños: un top escotado de color rojo y una falda de tubo a conjunto. Y si a esto le sumamos mi bronceado natural, pues ya podéis haceros una idea de cómo me quedaba.

Cenamos en mi casa y mi padre nos llevó en coche hasta la puerta.

- Gracias por traernos, papá – le di un beso en la mejilla antes de irme.

- De nada, princesa, pasadlo bien. Estaré despierto, llámame cuando queráis volver, ¿de acuerdo?

- Vaaale, no te preocupes.

- Adiós.

Llegamos a medianoche, entramos, compramos las entradas y nos preguntaron por nuestro estado civil. Era una de esas discotecas en las que te ponían una pulsera brillante de un color u otro en función de si tenías pareja o no. De cuatro que éramos, tres estábamos solteras, pero aún así nos dieron la pulsera roja a todas (Paula pasaba por un mal momento con su novio y quería dejarse llevar con otros).

Dentro pinchaban reggaeton, así que pedimos unos cubatas y nos pusimos a bailar. No tardaron en aparecen algunos moscones, pretendientes pasados de copas con ganas de meter la churra donde fuera. Al principio los rechazamos y nos mantuvimos juntas, pero a medida que íbamos bebiendo y poniéndonos a tono, nos fuimos separando. Total, que una borracha por un lado y otra por otro, me quedé sola bailando. Para entonces ya iba contentilla y no oponía resistencia a los moscones por “sin querer” se me restregaban, me tocaban el culo o me ponían las manos en la cintura.

Al final pasó lo que tenia que pasar. Uno se propasó y empezó a sobarme los pechos sin disimulo. En un momento de cordura y con una voz de lo más pastosa, le grité que qué coño se pasaba y le di una buena torta.

- Hija de puta, ahí calentando… - ¡Zorra de mierda! - el gilipollas se estaba cabreando, y la verdad es que me estaba asustando.

Justo cuando iba a volver a ponerme la mano encima, un individuo la paró en seco.

- No se le pega a una dama, y menos se aprovecha de una borracha. ¡Ahora largo!

- ¡Tú quién coño te crees que eres, mierda!

Iba a darle una hostia cuando el individuo volvió a parar el golpe con la mano. Esta vez no fue tan suave, le retorció el brazo, le dio una buena patada en la entrepierna y de un empujón lo mandó fuera de la pista de baile.

- ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo? - se preocupó.

Estaba en shock. En menos de un minuto, un imbécil se había pasado metiéndome mano y un desconocido lo había echado a patadas.

- Eh, ¿estás bien?

Entonces volví a la realidad.

- Sí, sí, estoy bien. Gracias por ayudarme con este capullo.

- ¿Estás sola?

- No, bueno, sí – me reí de mí misma -. Estaba con unas amigas, pero hace rato que no las veo. Esto… Creo que iré un momento un baño.

- Te acompaño, no vaya a ser que vuelva ese imbécil.

- Gracias, pero no hace falta, de verdad.

- Insisto.

Viendo que no tenía intención de perderme de vista, dejé que entrara conmigo al baño de mujeres.

Dentro, con más luz, pude verle bien. Se trataba de un chaval alto y en forma, de veintipocos años, moreno y de ojos verdes.

Me puse algo de agua en las muñecas, que estaban rojas y me sudaban bastante. También un poco en la nuca.

- ¿Cómo te llamas? - le preguntó.

- Raquel. ¿Y tú?

- Miguel.

- Encantada, Miguel. Gracias por ayudarme.

Nos dimos dos besos.

- Es un placer, Raquel. Y no tienes que agradecerme el haberte ayudado. Era lo correcto… Además, me gusta salvar a doncellas en apuros.

- Esa frase te la acabas de copiar de “Hércules” ¿cierto?

- Vaya, me has pillado.

Ambos reímos.

- Y dime, ¿estás con alguien?

- No, he venido solo. Como ya te he dicho, me gusta salvar doncellas en apuros.

Volví a reír ante su comentario, supongo que porque aún iba un poco ebria.

- Pues a mí ya me has salvado... – le dije acercándome a él con voz seductora – Ahora dime, ¿irás a salvar a otra doncella o te quedarás un ratito conmigo?

- Creo que me quedaré un ratito contigo.

- Bien, eso está bien.

- Sí…

No sé muy bien cómo, pero mis labios acabaron pegados a los de Miguel. Al principio nos besamos de forma pausada, pero después nos envalentonamos y, cuando quise darme cuenta, estaba sentada en la pica de los baños con su lengua en mi garganta y mis piernas rodeando su cintura.

- Raquel, creo que deberíamos ir a otro lugar. Sígueme.

- Vale.

Salimos rápido cogidos de la mano y salimos a la calle. Fuimos hasta su coche, una furgoneta, y nos metimos dentro. Una vez allí, nos quitamos la ropa mientras nos metíamos mano mutuamente.

- Miguel, yo…

- Déjalo, no hables… Solo disfruta…

- Te quiero…

- Y yo a ti, guapa…

Me abrí de piernas en la puerta trasera del vehículo y Miguel se abalanzó sobre mí para comerme las tetas y pellizcarme los pezones. Yo gemía de gusto.

- Mmm… ¡Miguel…! Quée bueno…

Me quité el top y fue bajando, de los pechos a mi chocho. Me ayudó a quitarme las bragas y, sin más, se puso a comerme el chocho.

- ¡Mmm…! ¡Síii…! ¡Noo paaresss…! ¡Quéee riiicooo…!

Me chupaba y lamía todo: los labios vaginales, el clítoris… Era una delicia. Debido a toda la excitación que llevaba encima y que me estaba comiendo la almeja de maravilla, no tardé mucho en correrme.

- Vaya, parece que hago buenas mamadas – concluyó, divertido.

- Las mejores, cariño… - le dije acariciándole la mejilla con una sonrisa.

- ¿Qué edad tienes, por cierto?

- ¿Importa?

- A mi sí.

- Dieciocho. Recién cumplidos, además…

- Bien… ¿Quieres seguir?

- Eso ni se pregunta.

- ¿Eres virgen?

- ¿Por qué me haces estas preguntas? Métemela, por favor…

- Soy mayor que tú y voy sobrio, tú no. No quiero que me acusen de haber abusado de ti…

- Cariño, yo nunca diría nada malo de ti… Solo fóllame ¿quieres?

No hizo falta decir más. Se puso el condón y me penetró. Al principio dolía, ya me lo habían advertido, pero después empecé a disfrutar y gozar de una buena polla que me llenaba completamente. Estaba claro que aquello no era su primera, así que iba con cuidado de no dañarme. Por motivos como este los prefería mayores que yo, a poder ser que no fueran unos salidos fumados que solo querían meter la polla en algún sitio. Los mayores ya tenían más experiencia y sabían cómo tratar a los jovencitas como yo en su primera vez.

- ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Síii…!

- ¿Te gusta cómo te follo, guarra?

- ¡Me encanta! ¡No pares, por favor! ¡Mmm…!

Estábamos sudando de lo lindo, de modo que los cristales de la furgoneta se habían entelado. Puse la mano en el cristal y dejé la marca, como poniendo mi sello personal.

- ¡Sí¡ ¡Joder! ¡Qué bien, coño!

- ¡Dame duro, Miguel! ¡Cabrón!

Aunque se notaba que vigilaba de no dañarme, en algunos momentos la cosa se le fue de las manos y me embestía con las manos de la normal, cosa que me hacía algo de daño, aunque no decía nada.

Al rato me corrí una y otra vez, hasta que noté como su rabo se hinchaba más y se corría. Cayó sobre mí y quedamos abrazados. Rápidamente, se sacó el condón, le hizo un nudo y lo tiró fuera de la furgo.

- ¿Qué tal, Raquel? ¿Te ha gustado? - me preguntó mientras me acariciaba el pelo suavemente.

- Sí, ha estado genial… Gracias por todo otra vez.

- De nada, guapa. A las doncellas hay que tratarlas bien – me guiñó el ojo, gesto por el que me reí.

Nos quedamos un ratito más ahí, abrazados. Los cristales seguían entelados, así que hice la forma de un corazón y puse “M+R” dentro.

- Todo un detalle jaja

Nos quedamos un rato más así, abrazados y besándonos. Aún iba borracha, así que cuando empecé a chuparla la polla lo hice sin pensar. Miguel se quedó bastante flipado, supongo que no esperaba en absoluto esa actitud por mi parte.

- Raquel…

- Calla y disfruta.

- No tienes por qué hacerlo, no te sientas obligada…

- No me siento obligada, lo hago porque me apetece y quiero compensarte. Apenas te conozco y me has defendido de un subnormal y me has perder la virginidad de una forma maravillosa. Creo que debo compensarte.

Seguí con la mamada hasta que conseguí que se corriera. Nunca había probado el semen porque a decir verdad me daba asco, así que cogí un pañuelo que llevaba encima y se lo limpié de la polla.

- Raquel, no sé cómo agradecerte la mamada, de verdad…

- No me lo agradezcas, piensa que te lo merecías por lo bien que te has portado conmigo.

De nuevo estuvimos un rato besándonos, sin pausa pero sin prisa, disfrutando del momento. En estas estábamos cuando sonó mi móvil.

- Mierda… ¿Quién será?

Era Susana, una de las que venía conmigo.

- ¿Qué pasa, Susi?

- Raquel, tía, Paula está muy mal. ¿Dónde estás?

- Ehh… Aquí al lado, he salido a tomar un poco el aire.

- Ven, por favor, estamos en la puerta de la disco.

Colgué y miré a Miguel, que me observaba curioso.

- Tengo que irme, lo siento. Una amiga está demasiado borracha y tenemos que llevárnosla.

- ¿Puedo ayudaros?

Iba a decile que no hacía falta, pero por su cara entendí que vendría de todas formas.

- Ven conmigo.

Nos vestimos rápido, salimos de la furgoneta y fuimos a la entrada. Efectivamente, Paula estaba hecha una mierda, llorando y vomitando.

- ¿Pero cuándo ha bebido esta? - pregunté.

- No lo sé, estaba buscándola y me la he encontrado así en los baños.

- Tenemos que limpiarla un poco antes de que nos vengan a recoger, como mi padre la vea así se va a cabrear.

- ¿Quién es tu amigo, por cierto?

- Oh, es Miguel, mi… primo. Nos hemos encontrado de casualidad antes.

- Sí, estaba dentro y he visto que un gilipollas se estaba pasando con ella, así que lo he echado a la calle.

- Bien hecho.

- Bueno, yo tengo una furgoneta aparcada cerca. Puedo llevaros hasta vuestras casas y así no molestamos a mi tío, ¿te parece bien?

- Por mí perfecto. ¿Susi?

- Sin problemas.

- ¿Y Claudia, por cierto?

- Se encontraba mal y se ha ido a su casa, no te preocupes.

- Entiendo.

Cogimos a Paula como pudimos y la montamos en la furgo. Le dejamos en la puerta de su casa y nos aseguramos de que entraba bien y eso. El resto del camino fue fácil. Todo el vehículo olía a sexo, de modo que Susi me lanzó una cuantas miradas raras, como buscando respuesta. Mi amiga dormía en mi casa esa noche, así que nos dejó en la puerta.

- Adiós, prima, ya nos veremos.

Nos dio dos besos a las dos. Cuando me los dio a mi, me puso un papelito en la mano. Entonces se fue.

Antes de entrar en casa, Susi me preguntó:

- ¿Ese no era tu primo, verdad?

- En absoluto – contesté sonriente.

- Jo, tía, qué suerte.

Entonces miré el papel que me había dado. Lo que suponía: su número de teléfono.