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UNA NOCHE EN LA DISCO, Concha 1ª parte, corregido

en Lésbicos

UNA NOCHE EN LA DISCO

Concha

Hola, mi nombre es Concha, tengo 24 años y soy miembro del AMPA en el colegio de mi hijo. Todos los cursos, el grupo de madres que formamos el AMPA tenemos dos cenas, pero la ultima cena fue totalmente diferente. De entrada, fuimos a un local con espectáculo erótico de chicos.

La verdad es que estuvo entretenido, los chicos guapos y enrollados, la comida de calidad y sobre todo que bebimos bastante, cogimos ese puntito de alegría, salimos del restaurante y como estábamos un poco achispadas decidimos ir a un local que estaba cerca. Llegamos al local y al entrar encontramos un sofá lo suficiente grande para todas, vino el camarero, tomó nota y regresó con la bebidas y una botella de champan; nos extraño pues ninguna pidió champan, pero el camarero nos indicó que era cortesía de unos caballeros de la barra. Todas nos giramos y vimos a dos hombre mayores, pero guapos que nos saludaban con la mano. Nosotras le correspondimos levantando la copa de champan y al cabo de un rato, Marisa propuso poner cachondos a los viejos, a todas nos pareció bien y nos levantamos, llegamos a la pista cerca de ellos y algunas empezaron a bailar de forma provocativa, estuvimos así un rato, pero algunas nos aburrimos y nos pusimos a bailar en medio de la pista rodeadas de varios grupos de jóvenes.

Con los dos maduros se quedo Julia, Begoña se puso a bailar con un grupo de chicos y chicas, y Josefa y yo nos quedamos en la pista mientras Luna, Maribel, Marisa y Saray, se volvieron al sofá. En una esquina estaban bailando dos chicas, de unos 19 años que vestían muy provocativas. Le hice una seña a Josefa y caminó detrás de mí hasta donde estaban las dos chicas, nos pusimos a bailar a su lado y al cabo de un rato una de las chicas se acerco a Josefa:

—Hola, me llamo Tamara, ¿sabes que bailas muy bien? ¿Te dedicas al baile? - preguntó la joven.

—Qué va mujer, me halagas. - contestó Josefa - No soy más que una pequeña empresaria que está pasando una noche con unas amigas. La que realmente baila bien eras tú, te mueves de una forma muy sexy, bueno las dos. ¿Os apetece tomar una copa con nosotras?

—Hola, yo soy Nazare; soy compañera de trabajo de Tamara. Sí, nos encantaría tomar una copa con vosotras. Nosotras somos azafatas de vuelo pero trabajamos para una multinacional en un avión privado, generalmente estamos más en tierra que en el aire – nos contó, de camino a la barra. Yo miraba a Nazare, se notaba que era azafata; guapa, con unos andares de lo más excitante, detrás tenia a Josefa que me agarraba por la cintura. Llegamos a la barra, pedimos las bebidas y volvimos donde habían estado las chicas, que tenían a su vez dos amigas. Nos sentamos y Tamara nos las presentó.

—Ella es Marisol y esta es Irene, todas somos azafatas, nos gusta pasarlo bien, ¿y vosotras?

— Hola, chicas, mi nombre es Concha, soy directiva de la empresa X..., de la ciudad; nuestro jefe nos relevó de nuestros puestos de secretarias y nos puso al mando de cada uno de nuestros departamentos, pero el motivo de estar aquí es una cena del AMPA del colegio de nuestros hijos.

Al oír aquello las chicas se miraron entre ellas y se echaron a reír, sus carcajadas llamaron la atención de la gente que estaba a nuestro alrededor y cuando pararon de reírse Irene se explicó:

—¡Que casualidad! Nosotras también trabajamos para él, ¿y tu Josefa?

—No, yo tengo una tienda en el centro, quizá hayáis oído hablar de ella, se llama “Tus deseos”, no me suena haberos visto por allí. - fue Nazare la que tomo la palabra:

—Si sabemos cuál es, y la verdad tienes una ropa preciosa en el escaparate, pero como viajamos tanto, a París, a Milán... aprovechamos y compramos allí ropa. No es que despreciemos la tuya; la próxima vez pasaremos a verte.

Estuvimos charlando un buen rato; conforme cogíamos confianza, nos relajábamos y comenzaron los toqueteos disimulados, las caricias tontas, los dobles sentidos y frases picantes... el ambiente era de lo más sensual, creo que todas teníamos la libido al máximo, y fue en ese momento cuando Marisol hizo una propuesta:

—A ver chicas... ¿y si nos vamos a otro sitio más tranquilo? Por ejemplo, a nuestro chalet. Es amplio, tenemos buena música, y seguro que mejores bebidas que las de aquí, que se nota que es garrafón.

—Oye, pues no es mala idea – contesté. Miraba a Josefa y le notaba que estaba súper perra, estaba segura que tenia las bragas mojadas. - El único problema es que no tenemos coche.- Tamara se me acercó, me cogió del brazo y puso su boca en mi oído.

—Tranquila, Concha, nosotros tenemos un minibús, iremos todas en él. ...Y te pondré tan cachonda que te correrás antes de llegar al chalet.

—¡Bueno chicas, nos vamos ya!

Yo me quede como ida, estaba también excitada y cundo escuche a Tamara me mojé; disimulé y reprimí mis gemidos, pero estaba deseando llegar al minibús. Josefa y yo fuimos a despedirnos de las chicas que quedaban, y éstas estaban bailando en una esquina junto a nuestras pertenencias; solo quedaban Marisa, Maribel, Saray y Luna, las otras chicas se fueron antes todas acompañadas.

—Bueno, chicas, Josefa y yo nos vamos con unas chicas a otro lado, un beso, pasadlo bien. - cogimos nuestras cosas y salimos, en la puerta ya estaba el minibús con las chicas dentro, Irene estaba al volante.

—¡Pasajeras con destino al paraíso de las mujeres adentro, el bus parte ya!

El minibús era amplio, tenía 15 plazas en filas de a dos en cada lado del pasillo, y una fila de tres plazas al final desde donde nos hacia señales Tamara, invitándonos a sentarnos con ella. En otra fila estaban Marisol y Nazare, quienes estaban besándose y acariciándose sin fijarse en nosotras. Llegamos a donde estaba Tamara, ella estaba sentada en el medio por lo que yo me puse a su derecha y Josefa a su izquierda, Tamara se dirigió a mí.

—Como ves, Marisol y Nazare ya están divirtiéndose, ellas son muy fogosas. Bueno la verdad es que todas somos fogosas, y me gustáis las dos; podemos conocernos un poco mas antes de llegar a casa, tardaremos como una media hora, ¿que os parece?

Y acercó su cara a la mía y me besó. Al principio con suavidad y cariño, pero después me mordió el labio y tiro de él, yo llevaba mucho tiempo cachonda, así que bajé mi mano y le acaricié la entrepierna por encima del pantalón, ella soltó mi labio y me dijo:

—Veo que estas cachonda, ¿qué juego te gusta, cariño? Me he dado cuenta que Josefa es tu sumisa. - me asombré y estuve a punto de preguntar, pero ella se me adelantó - ¿Que como lo sé? Fácil, siempre va detrás de ti, cuando tiene que hacer algo te mira buscando tu aprobación, y lo más importante: te estoy besando y ella permanece quieta, cuando está loca por entrar en el juego, pero espera una orden tuya. Creo que lo vamos a pasar bien con tu putita, tú nos permitirás disfrutar de ella.

—Claro que podéis disfrutar de esta puta, es muy obediente y zorra, aceptará cualquier castigo, realizara todo lo que le ordenéis si yo se lo mando, ¿verdad, Josefa?

—Sí, mi ama, seré la puta de todas vosotras, estoy deseando complaceros a todas, podéis pedirme lo que queráis; mi ama y señora me educó bien. Mi ama, estoy a punto de correrme, ¿me lo permitís?

—No, aun no, zorra; antes mira cómo disfrutamos de nuestros cuerpos Tamara y yo, ¿verdad, cariño? - contesté, acariciando a Tamara.

—Estoy loca por comerte el coño y sentir tus flujos en mi boca. - repuso.

Se acerco de nuevo a mí, esta vez me besó, bajó su mano por mi cuerpo y buscó mi sexo, subió mi vestido hasta mi cintura, apartó el tanga un poco y comenzó a acariciar mi clítoris; yo me retorcía de placer, correspondiendo a sus besos mientras me tocaba el coño. Yo buscaba sus tetas y las sobaba con frenesí, sentía sus movimientos de placer, y en aquél momento me tensé y tuve el primer orgasmo, fue espectacular, mire hacia donde estaba Josefa. La pobre nos miraba con una cara de contención para no correrse y me daba pena, pero tenía que ser dura. Ignorándola, baje la cremallera del pantalón de Tamara, metí mi mano dentro y busqué su coño, la empecé a acariciar mientras le hablaba:

—Muñeca, te voy a hacer una paja que no la vas a olvidar - comencé a acariciarla lentamente, primero sus labios mayores, con dos dedos busque su clítoris, y me lancé a frotarlo con un movimiento de sube y baja. Ella empezó a gemir; con cada embestida en su clítoris, jadeaba con más fuerza, al cabo de un rato empezó a gritar de placer, tan alto que Marisol y Nazare abandonaron su jueguecito y vinieron hacia nosotras. Al llegar vieron la cara de Tamara se miraron entre ellas y cogieron a Josefa, la pusieron de pie y la desnudaron. Ella se dejaba hacer, pero no se movía ni gemía, la mire y con un gesto le dí a entender que tenía permiso para entregarse. A partir de ese momento se comportó como la zorra que es, se dejaba tocar acariciar y besar, ella misma buscaba las bocas de las dos y las besaba, pasaba de una boca a otra con pasión, acariciaba sus pechos... De repente Tamara, entre mis brazos, se puso tensa y empezó a gritar como una loca.

—¡Por dios, Concha, no pares! ¡Me tienes loca, no me extraña que esta perra sea tuya! ¡Tal como acaricias mi coño y el placer que me das, yo también deseo ser tu esclava; me entregaría a ti sin dudarlo, en toda mi vida sexual he sentido lo que siento ahora! ¡Me voy a correr! ¡No pares, por favor!

—Tranquila, so zorra. Claro que serás mía, al igual que las putitas de tus amigas, quiero tener mi propio harén, ahora córrete y abre bien las piernas. ¡Marisol y Nazare; poneos de rodillas y bebed sus jugos! - las dos, sin darse cuenta, se arrodillaron y acercaron su bocas al coño de Tamara y empezaron a lameerlo mientras se corría de placer y gritaba como una poseída. Yo le hice un gesto a Josefa, también se puso a cuatro patas y comenzó a comerle el culo a las dos, iba de uno a otro metiendo su lengua en el ano de cada una. Las dos empezaron a gemir y al cabo de pocos minutos se corrieron a la vez. Miré a Josefa. Sudaba de excitación y deseo.

—Ya puedes correrte Josefa, zorra mía. Te has portado bien y te mereces un regalo. - Josefa enterró la mano en su húmedo coño, se tensó y se corrió con tanto flujo que parecía que se meaba. Las tres putas se pusieron debajo de Josefa y bebieron de los jugos que salían del coño de Josefa mientras yo disfrutaba viéndolas y pensando en la noche que me esperaba, iba a tener cuatro zorras a mi disposición.

Cuando se termino la mini orgía, todas se pusieron de pie, menos Josefa que se puso de rodillas con la cabeza agachada, y me dirigí a las otras tres.

—¿Por qué os levantáis? No os he dado permiso, putas de mierda.

Las tres se me quedaron mirando, estaban estupefactas y las tres permanecieron de pie hasta que se detuvo el minibús. Irene se levanto del asiento del piloto, caminó hacia nosotras con una cara seria, indignada. Se acerco a mí y me propino una bofetada;

—¡Escúchame, so puta, pero ¿qué te has creído?! ¡Serás una mierda de ama, pero a mí no me asustas! Te invitamos a nuestra casa, te tratamos con educación, una de nosotras te ofrece su cuerpo con calor, amor y sinceridad y tu, ¡so puta!, la mancillas con tus soeces palabras. Tendrás una esclava, pero ahora serás tú la esclava. Os íbamos a tratar con dulzura, os ofreceríamos nuestros cuerpos para ser correspondidas, pero tu actitud me ha hecho cambiar de idea; te vamos a tratar igual que tú tratas a esta zorra y empezaremos ahora mismo. ¡Desnúdate, zorra!

En mi vida me habían hablado de esa manera, nunca permití que me insultaran, siempre era yo la dominante, no la dominada. Pero lo que me extrañaba es que me gustó ese trato, estaba más excitada que nunca. Sin darme cuenta me fui quitando la ropa delante de Irene, solo tenía ojos para ella y ella me mantenía la mirada, pero no se inmutaba al ver mi cuerpo desnudo, cuando generalmente las personas que me ven desnudas se quedan maravilladas de mi cuerpo. Irene hablo a las otra tres:

—¡Vosotras tres espabilad, joder, estáis tontas! Solo es una zorra, no tiene nada especial. Lo único, que tiene una putita tonta que la obedece ciegamente, ¿cuántas mujeres y hombres han pasado por nuestras camas igual de sumisos? Vamos, llevaos a su zorrita y enseñadle lo que es ser nuestra puta esclava...Yo mientras tanto me encargo de esta gilipollas, le voy a enseñar modales. ¡Tamara! - ordenó - Ponte al volante y no pares hasta casa, creo que nos queda aún un cuarto de hora. En ese tiempo me llega para poner fina a esta puta.

Yo permanecía de pie con la cabeza gacha, me sentía otra mujer, no sé como describirlo, sentía lo que sin duda Josefa sentía delante de mí habitualmente; con cada frase de Irene mi coño se humedecía mas, mis pezones estaban hinchados, mis labios temblaban, mis piernas me fallaban y sentía un mareo que me obligaba en concentrarme en permanecer de pie. Cuando las chicas se marcharon llevándose a Josefa, Irene me hablo:

—Escúchame zorra de mierda, el ama aquí soy yo, tu solo eres una consentida que se cree más lista que los demás. Crees que todo el mundo está a tu servicio, pero eso se acaba en este mismo instante; voy a buscar un maletín que siempre llevo conmigo. A veces con el jefe viajan clientes especiales, y una de las condiciones de nuestro contrato es ser serviciales en todo momento, y generalmente los invitados del jefe son gente agradable y guapa; nosotras disfrutamos y ellos disfrutan. Por cierto nuestro jefe sí que es un verdadero amo, él sí sabe someter a las personas que desea, todas nosotras mataríamos por ser sus esclavas y se lo hemos ofrecido, pero de momento no le interesa. Nos dice que algún día, nos hará suyas para cumplir sus intereses; todas nosotras renunciaríamos a nuestra vida de lujo si él nos lo pidiera... bueno, dejemos de divagar, voy a buscar el maletín, mientras tanto permanecerás de pie, sin poder apoyarte en nada, procura cumplir mi orden. - Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la entrada del minibús. Mientras se alejaba, yo intentaba por todos los medios permanecer de pie y era complicado, pues el minibús transitaba por una carretera secundaria, y entre los baches y las curvas me costaba estar en esa posición, por suerte Irene pronto estuvo de vuelta.

—Bien, zorra, arrodíllate, pon las manos a la espalda y mírame. - ordenó.

Mi mente escuchaba sus palabras y mi cuerpo obedecía de forma automática. Me encontraba de rodillas ante la mujer más maravillosa del mundo, cumpliendo sus órdenes sin pensarlo y sintiéndome una mujer llena, apenas mis rodillas tocaron el suelo me volví a mojar. Irene abrió el maletín y saco una paleta de cuero, unas pinzas metálicas y unas pesas.

—Veras puta, lo vamos a pasar bien hasta llegar a casa. En primer lugar date la vuelta, túmbate sobre el asiento y abre las nalgas.

Su voz resonaba en mi cabeza e hice exactamente lo que me ordenó me apoyé en el asiento y con mis manos abrí mis propias nalgas. ¡De repente sentí un calambrazo en mis nalgas! Era Irene que estaba usando la fusta, me pegaba con suavidad, pero a medida que pasaba el tiempo el ritmo y la intensidad de los golpes aumentaban, mis nalgas enrojecían, pero en lugar de gritar de dolor, gemía de placer y le pedía que me castigara más y más fuerte. Cuando mis nalgas comenzaron a sangrar Irene paró, sacó del maletín un bote de pomada y la aplico por las heridas. Sentí una sensación de alivio, pero en mi interior deseaba que siguiera pegándome. Cuando terminó de ponerme la crema, me dio la vuelta, me ordenó que me pusiera de pie y abriera las piernas al máximo.

—Veras puta, ahora empieza lo bueno. Los azotitos eran un calentamiento. Te voy a enseñar estos juguetitos, en primer lugar estas pinzas las colocare en tus pezones, labios vaginales, y clítoris. Esto son unas pesas, van desde 25 hasta 500 gramos. Para que lo sepas, esto es lo que voy a hacer contigo: en primer lugar te masturbaré el coño para que lo tengas sensible, después morderé tus pezones, para que estén rígidos.

Apenas terminó de hablar se acerco a mí y empezó a jugar con mi sexo; primero con mis labios vaginales, los frotaba con fuerza para que se hincharan y cuando quedó satisfecha me agarró el clítoris con dos dedos y empezó a frotarlo, éste creció y cuando parecía un micro pene paró. Puso su boca sobre mi pezón izquierdo y comenzó a mordisquearlo. Cuando estuvo totalmente rígido, empezó con mi otro pecho consiguiendo el mismo efecto. Cuando le pareció a su gusto, agarró las pinzas, me coloco una en cada pezón, yo gemía de gozo; se arrodilló y me puso uno en cada labio vaginal y otro en el clítoris, y así empezó a darle golpecitos para excitarme más, yo ya lloraba con el dolor, pero también me retorcía de placer.

—Vaya, vaya, perra... veo que gozas. Ya sabía yo que de ama nada, eres una puta esclava que no lo sabía, pero sigamos.

Cogió unas pesas de 25 gramos, y sujetó una a cada una de las pinzas. En cuanto sentí su peso tirando de mis partes más sensibles, pegué un grito de dolor. Irene ni se inmuto; cogió otro de 25 gramos y lo sujetó también en las pinzas, yo casi no soportaba el dolor, pero en mi cerebro una lucecita se iluminaba. Mis endorfinas actuaban por su cuenta, mi coño no paraba de emitir fluidos, mi boca pedía más, mis piernas temblaban, mi boca decía cosas que nunca creí que diría.

—Ahora esclava, te voy a poner las de 500 gramos, y no quiero oír ninguna queja, salvo que sean de agradecimiento, o de placer, ¿lo has entendido?

—¡Sí, mi ama! ¡Esta puta zorra aguantara el dolor, y sólo hablará cuando el placer la invada! ¡Sabrás mis sensaciones, mis sentimientos y empezare ahora mismo! ¡Me siento como nunca en mi vida... ahora descubro mi propio yo, soy una sumisa una puta, tu esclava, estoy dispuesta a ser sometida a todo lo que desees hacerme! ¡Ooooh...soy tuya, y de quien tú quieras!

—Bien, perra; eso está bien, deja salir la zorra que llevas dentro, puedes estar segura que te prepararé para que seas una buena esclava, y cuando estés lista, te cederé a nuestro amo verdadero. Ahora comenzaré a ver tu capacidad de resistencia.

Irene colocó la primera pesa en uno de mis pezones, y mis pechos se estiraron de una forma bestial. Sentía el dolor, pero era tapado por el placer que sentía.

—Aaaaaaah... Gracias ama, esta zorra te agradece el placer que le proporcionas con esas pesas, esta puta desea que continúes con el castigo, ¡colócame otra pesa, por favor!

—Bien, zorra, estas aprendiendo. ¿Te gustan las pesas, so guarra? ¿Te gusta sentir cómo se estiran tus pezones? Ahora voy con tu otra teta so puta, pero antes te voy a poner el grande en tus labios vaginales, el clítoris me lo reservo para casa.

Me coloco la pesa de 500 gramos en los labios vaginales y el dolor era insoportable, grité, me empezaron a caer lagrimas y al momento estallé en llanto; mi vagina se estiro brutalmente. Mientras Irene miraba mis lagrimas, una sonrisa se dibujo en su cara, y me coloco en la otra teta el peso de 500 gramos. Se echo a reír.

—¡Mirad, chicas: parece una vieja, con las tetas caídas y el coño por los suelos!

Las dos se levantaron, me miraron y se echaron a reír, hasta Josefa asomaba la cabeza desde el suelo y no pudo reprimir una risa. Cuando Marisol la vio asomada en el pasillo, le dio una bofetada.

—¿Quién te dio permiso para mirar, zorra? ¡Métete dentro y sigue comiéndome el coño!

La cara de Josefa paso de la risa al llanto en un momento, volvió a quedar oculta tras el asiento y las dos azafatas se sentaron y se olvidaron de mi. Irene me dio una bofetada y tiró de uno de los pesos de las tetas y comencé a gritar como una perra, pero mi coño no paraba de estremecerse y gozar. El ama empezó a quitarme las pesas, y mis pezones y labios vaginales poco a poco volvían a su tamaño original, pero en vez de disminuir el dolor, aumentaba. Me escocía un montón, pero me gustaba, me sentía liberada. Permanecí de pie, con las piernas temblando, los ojos llenos de lagrimas, y mi coño lleno de flujos. Irene me miraba con unos ojos inexpresivos, me ordenó que me pusiera de rodillas, se bajó el tanga y acercando su coño a mi boca, empezó a mearse encima de mí. Abrí la boca para beber ese liquido amarillo y con un sabor ácido y fuerte producto del alcohol, me gustaba sentir esa orina caliente, bebía con pasión, cuando terminó de orinar, me acercó su coño a mi boca y comencé a lamerlo con pasión, lo dejé limpio de orina.

—Bien, zorra, aprendes rápido. Ahora limpia el suelo de orina, luego te tumbaras en el suelo y permanecerás así hasta llegar a casa.

Me agache y con mi lengua lamia el suelo del minibús, sentía el fuerte sabor de orina y la moqueta y me gustaba. Mi lengua se ponía áspera al contacto con el suelo. Irene me empezó a dar palmadas en las nalgas y yo a cada contacto gozaba más y más. Cuando terminé de limpiar, me tumbé en el suelo y sentí sobre mi espalda los pies de Irene.

—Permanece quieta, que quiero descansar. Ya falta poco para llegar a casa, en ella te enseñaré lo que es ser una verdadera esclava. Bueno a ti, y a tu zorrita.

CONTINUARA