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Moulin Rouge, plus rouge

en Grandes Relatos

Paris 1899

Nunca se porque acabe en Paris mis días. Quizás atraído por los cuentos bohemios que de aquella maravillosa ciudad llegaban a mi pueblo, en plena Bretaña francesa. Mi pueblo se llamaba Rouge Sur Mer y mi nombre es Gaston. Y todo comienza el 31 de Diciembre de 1899, en la puerta del Moulin Rouge de Paris. Supongo que acabé allí porque se llamaba igual que mi pueblo. Moulin. Aunque no se parecía en nada… mis fines de años en la Bretaña habían sido de lo más… de lo mas… ¿aburridos? Pero ahora estaba Paris viviendo mi primer cambio de Siglo. En realidad creo que era el primer cambio de siglo para la mayoría (por no decir todos) de los que estábamos allí. Incluido para las prostitutas, los delincuentes y los poetas ebrios de absenta. Ella se llamaba Claudine y era una de las cigarreras del Moulin Rouge. Su pelo era de color ceniza, rojo apagado, sus pechos rebosaban dentro de su corsé y sus ojos eran la viva imagen de la lujuria. Todo eso lo se porque la vi salir del Moulin Rouge durante unos momentos a tomar el aire. A los pueblerinos no se nos permite entrar en un lugar así y aun menos en la celebración de un fin de siglo.

Estaba sentado en la acera frente a aquel molino repleto de luces, esperando que alguien e apiadase de mi y me soltase apenas unas monedas para sobrevivir hasta el siglo siguiente cuando Claudine salió a la calle y me miró. Podría haber mirado a cualquiera. Pero me miró a mí.

Su fogosa mirada se clavó en mis ojos, penetró en lo más hondo de mi ser. Intercambiamos unos segundos en los que ambos vimos nuestras vidas entrelazándose, dos mundos que pasaban uno junto al otro, saludándose con ternura.

Fue un instante que me pareció infinito, la miré después entera, saboreando con la mirada cada milímetro de su esplendoroso cuerpo femenino... podía olerla, la sentía y la conocía sin habernos presentado. Casi sin darme cuenta avanzó hacia mi, Claudine se paró justo al borde de la acera, me llamaron la atención sus zapatos, color rojo, de charol y tacón de aguja. No me soltó ninguna moneda pero me dio algo mucho más hermoso, que placer era oír esa cálida voz de mujer, afectada por el tabaco y los excesos. Me pidió fuego de la manera más educada, mientras yo sacaba mi dupón de plata, Claudine posaba sobre sus labios sensuales un cigarrillo rubio. Se sentó a mi lado, y me ofreció uno.

Allí sentados, ambos sumergidos en nuestro propio mundo, permanecimos en silencio largo rato, durante el cual no faltaron miradas insinuantes...

No sabía que decir, sin embargo me encontraba tan cerca de ella... nunca antes había sentido algo similar, tampoco nunca antes había visto a una mujer fumar un cigarrillo de aquella manera. En mi pueblo las mujeres nunca fumaban de aquella manera, nunca vestían de aquella manera, nunca me miraban de aquella manera. Algo me decía que iba a recordar aquel momento por los siglos de los siglos.

Me entraron unas ganas terribles de comerla a besos. Yo no era un experto besador pero sabia que podía hacerlo. Pero ella era una señorita y por poco que quedase para que acabase el siglo, seguían imperando las formas y maneras mas arcaicas.

-¿Cómo se llama? –me preguntó.

-Gaston, Gaston Lefebre a sus pies, señorita.

-Yo me llamo Claudine, pero por unas cuantas monedas de propina puedes llamarme como desees.

Mi bolsillo estaba vacío.

-No tengo dinero.

-Algo tendrás para darme, jovenzuelo –me dijo guiñándome un ojo de manera picara mientras posaba una de sus manos en mi muslo derecho,.

-No la entiendo.

-Aquí todos buscan algo, todos tenemos algo que comprar, algo que vender. ¿Qué quieres comprar de mi?

-Un beso.

-¿Solo eso?

-No.

-Entonces acompáñame. Son las once de la noche, aun falta una hora para el cambio de siglo…

Claudine vivía a dos manzanas del Moulin Rouge. En una especie de habitación húmeda y malcarada con una solitaria cama y poco mas. Cuando cerró la puerta, dejó la bandeja de cigarros en el suelo y se aproximó a mi.

-Enséñame lo que sabéis hacer los chicos de campo –me dijo con una voz ronca cuyo aliento desprendía olor a tabaco.

-No es lo que sepamos hacer, sino lo que podamos hacer creer que sabemos hacer.

Su mirada apuntó al suelo, se quedó pensativa durante unos instantes.

-Yo puedo creer muchas cosas, joven, pero acaso os importa lo que la gente pueda creer? La mayoría vive para si mismo, en estos tiempos nadie se preocupa por nadie.

-Puede ser que usted tenga razón, pero precisamente la vida me ha traído hoy aquí, para hacerle ver que debajo de las piedras existe algún payaso que otro, que entiende la vida de otra forma...como entenderla si no es con cariño...?

-Mire joven, tengo mucho trabajo, y si ha venido aquí para filosofar, será mejor que se vaya, porque yo , a mi manera tengo que buscarme las habichuelas.

-Claudine...atrévase a negarme que no ha sentido usted lo mismo que yo al intercambiar las miradas, atrévase...

Claudine no dijo nada, tan solo una sonrisa pícara se dibujó en su cara.

-Bailas?

-Supongo que estará usted bromeando

-En absoluto...tengo cara de bromista?

-Ha conseguido hacerme creer que sí...

Claudine soltó una carcajada que acabó con mi paciencia, la tomé por la cintura y la pegué a mi cuerpo.

-Vaya...quieres demostrarme lo fuerte que eres?

-No princesa, tan solo se me antojó un baile, y tal y como me miran sus ojos juraría que estaría encantada de aceptar ,así que me tomé la libertad.

-Es curioso, creo que es la primera vez que un hombre me pide un baile sin...música.

-Ya le advertí que no está usted delante de un vulgar hombre superficial.

-Nunca le habría tachado de superficial, pero tampoco crea que yo soy una chica fácil.

La sonreí mientras daba un paso y metía mi pierna entre las suyas, ella hizo lo mismo, levanté una mano, mi otra mano cayó en su cintura, ella puso una de sus manos en mi hombro, su otra mano en mi mano levantada, acercamos nuestras mejillas. Ella olía a perfume barato y a tabaco. Yo no sabría decir a que olía. Comenzamos a bailar, lentamente, y pese no haber música íbamos perfectamente acompasados, cada vez se acercaba mas a mi cuerpo, podía sentir sus muslos, sus pechos, su estomago. Me estaba volviendo loco. De improviso ella puso sus dos manos alrededor de mi cuello y me abrazo mientras no dejaba de moverse sensualmente.

-¿No lo oye caballero? –me susurró.- está sonando ahora una canción lenta.

Mis manos se deslizaron por sus caderas y desabrocharon las primeras presillas de su primera enagua que cayó al suelo. Vivíamos una época en que la grandes señoras vestían decenas de enaguas, aquella era una gran señora pero no tenía dinero para más de dos. Al caer la segunda enagua vi sus piernas enfundadas en dos medias de lana blanca. Eran hermosas, rotundas, esplendidas. Ella me besó en la boca. De nuevo sabor a tabaco. Sus besos eran suaves, sus labios duros. Mientras desabrochaba su corsé una de sus manos se detuvo en la parte delantera de mi pantalón. Su mano comenzó a tocar mi polla a través de la tela. Yo era tan pobre que ni tan siquiera vestía calzones. Ella se dio cuenta y volvió a sonreír. Mi polla estaba tan dura que ella podía agarrarla en toda su extensión a través de la tela. Sus pechos eran grandes y sabrosos, sus caderas anchas, su sexo era oscuro, de vello abundante. A los dos minutos ambos estábamos completamente desnudos, bailando una música que no existía.

Quité la orquilla que sujetaba sus cabellos rojos, y su pelo cayó por su espalda, era algo que a mi me excitaba tremendamente, acariciarlo suavemente...y apreciar su olor femenino.

Mi polla erecta rozaba su clítoris, en mi glande notaba el bello púbico que cubría su sexo. Ella se abrió un poco de piernas, ambos teníamos una altura similar, así que encajé a la perfección con ella. Me presionaba la polla con las piernas y se movía lentamente con un exquisito vaivén. Me besó nuevamente en la boca, esta vez yo le correspondí explorando cada secreto de su boca con la lengua...

-Realmente usted sabe besar, caballero.

-Saber sabemos todos...el secreto está cuando uno besa por deseo, por afecto, por pasión, por...

-Por?

La besé a la vez que la abrazaba, nos sentíamos el uno al otro, dos cuerpos fundiéndose en aquella sucia habitación. Mirándola a los ojos respondí a su pregunta...

-Por amor, Claudine, por amor...

La tomé en brazos y la dejé caer en la cama con suavidad, deseaba hacerla mía, meterle mi polla , sentirla, oler sus flujos, saborearla.

Con las manos hice una leve presión sobre sus piernas, para abrírselas y tener fácil acceso a su húmedo coñito. No hicieron falta esfuerzos, Claudine se abrió sola, ella lo deseaba igual que yo. Metí la cabeza entre sus piernas y comencé la ruta hacia el placer. Ella apoyaba su cabeza contra la almohada y se retorcía mientras yo la palpaba, lentamente, tan lentamente que ella parecía iba a morir en la espera, cuando mis labios llegaron a su sexo hundí la nariz en el, olía fuerte pero no olía mal. Saque mi lengua y sorbí todos y cada uno de los jugos que impregnaban aquella parte de su cuerpo. Ella se retorcía, lentamente, soltando pequeños grititos de placer, moviéndose de un lado a otro, apretando los puños. Estuve comiendo su sexo por espacio de mas de quince minutos, de arriba abajo, de abajo a arriba, con la lengua, con mis labios, separando su abundante vello púbico no mi nariz, con mis dedos, la mordí, la sorbí, la chupé y la comí. Al final me dolía la lengua, me dolían las mandíbulas, me dolía todo menos el alma. Mi polla estaba erecta, a punto de explotar, pero yo continuaba comiendo y comiendo. Su respiración se hizo cada vez más rápida, estaba a punto de correrse. Entonces me agarró de la cabeza y la separo de su coño.

-Espera -me gritó absolutamente fuera de si.

-¿Por qué?

-Por qué quiero que lleguemos al orgasmo juntos.

Ella se incorporó lentamente de la cama, tenía el cuerpo completamente perlado de sudor, su expresión era de absoluta pasión, una expresión desencajada. Daba autentico miedo. Yo también me incorporé y ella se arrodilló. Colocó sus labios justo en la punta de mi polla y me sonrió.

-Ahora me toca a mi –me dijo antes de meterse mi polla en su boca.

Comenzó haciendo movimientos circulares en mi glande con la puntita de su lengua, y me daba dulces besitos que me ponían a mil. Mientras lo hacía me miraba a los ojos, disfrutaba viendo mi cara de placer, de descontrol, se metió entonces toda mi polla en la boca, poquito a poco...me estaba poniendo malo. Chupaba y saboreaba con ganas, engullía mi polla gustosa, la cual estaba muy lubricada por su saliva. De vez en cuando me mordisqueaba el glande, siempre con mucha delicadeza, y pasaba su lengua por mis muslos. Era tal el placer que me proporcionaba, que tuve que pedirle que parase, pues no quería correrme si no era dentro de ella.

La tomé por los brazos y la tumbé en la cama. Me tumbé encima de ella, tenía las piernas semiabiertas y yo con un ligero movimiento de caderas logré introducirme entre sus ellas. Me rodeó la cintura con esas piernas suaves como el terciopelo que me volvían loco, mi polla entró sola, sin necesidad casi de que empujara, rompiendo aquel bosque de pelos y humedades como si no existiese, como si su gruta fuese la del propio alibaba y no obstante su vagina apretaba mi polla de manera desacostumbrada, como si ella controlase incluso esa presión. Claudine no había dejado de sonreír, simplemente recibía mis embistes girando los ojos y mordiéndose los labios. Su cuerpo era generoso, sus carnes blandas pero firmes, su olor entre agrio y dulzor, sus besos tenían el sabor del tabaco y la mermelada de frambuesas. Podríamos haber estado follando toda la noche, todo lo que quedaba de siglo y juro por Dios que así ocurrió. Justo en la doceava campanada que anunciaba el cambio de siglo mi semen inundó sus entrañas mientras ella lanzaba un grito desgarrador que dio la vuelta al mundo. Nos rendimos abrazados en la llegada del siglo XX, un siglo repleto de semen y sudor. Mientras afuera, en las calles de Paris, las gentes gritaban también y se besaban también aunque de forma diferente.

-Me gustaría estar follandote todo lo que queda de siglo –le susurré al oído.

-¿Cien años?

-O doscientos…

-¿Y quien se lo impide, caballero? –dijo ella guiñándome un ojo.

Definitivamente ese fue el mejor cambio de siglo que cualquiera pudiese desear. Estuvimos follando hasta 1923, cuando ella murió en mis brazos, para entonces ya era mi mujer. Yo la sobreviví tres años mas. No volví a conocer el sexo. Nada hubiese sido igual.

ESCORPIONA y AMO RICARD

Espero que este relato os haya hecho pasar un rato agradable. Tuve el placer de escribirlo a medias con un gran escritor que tiene relatos publicados aquí, Amo Ricard.

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