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Que buen tío es mi tío Rober (3)

en Amor filial

A tan sólo tres días del cumpleaños de mi adorado tío, había aprendido a experimentar el placer oral. Conocía el maravilloso sabor de su polla y de su dulce néctar; Y había tocado las estrellas gracias al poder de su lengua. Todo aquello que antes no sabía, me estaba a empezando a gustar demasiado...y eso que aún me faltaba lo más interesante.

El día después del primer encuentro con mi tío, me era imposible pensar en otra cosa, y tuve que disimular mi continua excitación delante de mis padres. Sin exagerar, fueron más de cuatro las veces que tuve que descargar toda mi fogosidad en soledad. Me sorprendía a mi misma lo que mi tío había hecho de mi en un día.

Faltaban dos largos días para que el regalo de mi tío se hiciera realidad. Habíamos quedado en que vendría a por mi por la tarde, y supuestamente me llevaría al cine y me invitaría a merendar; pero la merienda iba a ser mucho más especial que cualquier otra...un plato afrodisíaco.

Llegó el día. Como cada mañana me duché y fui al instituto con una sonrisa de oreja a oreja. Me sentía dichosa de tener un tío tan completo, que me hacía gozar tanto, que me quería tanto como yo a él; era un cariño especial, tierno y carnal, dulce y pasional. Qué buen tío era, y que orgullosa estaba de él.

A la hora de comer mis padres no estaban en casa, así que aproveché para preparar el encuentro. Apenas comí, estaba demasiado pendiente de mi cita y no tenía hambre.

A la hora prevista, Rober estaba en la puerta como un clavo. Nos miramos a los ojos, y le invité a pasar. No quiso entrar, quería aprovechar al máximo la tarde, y teníamos una larga tarea planeada.

Yo ya estaba excitada sólo de pensar lo que me esperaba, no llevaba braguitas y notaba chorrear mi coñito. Llevaba un vestido que dejaba mi sexo en contacto con el aire al no llevar ropa interior, una sensación que me encendía de placer, de fogosidad, de deseo...

Mi tío se dio cuenta desde el principio, sabía que era una perrita en celo ansiosa por seguir avanzando en la materia.

Me llevó a su casa, y nada más cerrar la puerta se acercó a mi y acarició mis muslos, elevando el vestido con suavidad. Sus manos expertas, maduras, se deslizaban hacia arriba, sintiendo el calor de mi piel, aproximándose a mis nalgas. Sus dedos recorrían cada milímetro, y poco a poco iban acercándose a mi cueva oscura. En ningún momento me besó en la boca, sólo me miraba a los ojos. Los gemidos se escapaban de mi boca, me estremecía con el roce de sus dedos, con sus caricias. Recorrió mi cuello con su lengua, llegando al lóbulo de mi oreja izquierda. Lo mordió, lo saboreó, lo chupó, y lamió de nuevo mi cuello, bajando hasta mi pecho. Bajó los tirantes del vestido, y éste cayó al suelo, dejando mi cuerpo completamente desnudo. Mis pezones estaban erectos. Posó sus manos en mis nalgas, continuando la ruta antes empezada. Dos de sus dedos recorrían mi rajita de extremo a extremo, jugando con mi clítoris e introduciéndose en mi vagina. Los jugos del placer permitían una entrada sin roces, de lo más suave. Se agachó un poco, sin dejar de mimar mi sexo y pasó su boca alrededor de mis pezones. Jugó con ellos, rodeándolos con la punta de su lengua, chupándolos y saboreándolos con ansia. Yo estaba al borde del desmayo, un cosquilleo inmenso se apoderaba de mi cuerpo. Estaba sudando, tenía la espalda y la frente mojadas, y mi tío tenía una erección inmensa que el pantalón no podía disimular.

Estuve a punto de llegar al orgasmo, pero justo antes de alcanzarlo me cogió en brazos y me llevó a su habitación. Estaba a oscuras, pero se distinguían las siluetas perfectamente. Me tumbó en la cama y comenzó a quitarse la ropa. Se dejó los calzoncillos puestos. La erección era tal que apenas cabía en ellos. Se quedó parado, y yo me acerqué. Tomé con las dos manos la goma de sus calzoncillos y los bajé con suavidad. Cuando agarré su polla con mi mano, y la acaricié desde la punta hasta los huevos, mi tío jadeó profundamente. Estaba tan excitado o más que yo...

Me apartó la mano y se sentó en el borde de la cama. Me guió para que me sentara encima, con mis piernas rodeando sus caderas. Noté el roce de su polla erecta en mi clítoris y me estremecí...empecé a mover las caderas, buscando ese roce, esa estimulación que me hacía sentir en la gloria. Mi tío agarraba con firmeza mi cintura, marcando los movimientos. Cada vez que su puntita se acercaba a mi cueva los dos gemíamos como locos. Su enorme polla estaba empapada por mis jugos; yo seguía moviéndome y alcancé un orgasmo que me hizo temblar, agarrándome a la espalda de mi tío, mientras él seguía agarrando mis caderas y acariciándome las nalgas. Aprovechó entonces para colocar la puntita de su polla en mi coñito virgen y de un solo empujón me la clavo hasta la mitad. No pude evitar chillar cuando sentí el dolor, esa punzada en mi interior...me partía en dos.

El siguiente empujón fue el definitivo, la tuve entera dentro de mi. Mi coñito palpitaba, y el dolor iba desapareciendo progresivamente. Empezó a moverse dentro de mi, metía y sacaba su magnífica herramienta; los dos gemíamos, chillábamos y sudábamos sumergidos en el placer. Cabalgaba a mi tío desesperadamente, y él elevaba la cadera para penetrar más profundo. Me agarró con fuerza, y tirando de mi hacia abajo noté un líquido ardiendo dentro de mi, acompañado de los gritos desesperados de mi tío. La imagen me llevó a un orgasmo monumental. Cuando nos calmamos un poco, nos quedamos abrazados, mientras notaba su polla volver a su estado normal. Se tumbó, jadeando y empapado por el sudor; y yo sobre él, acomodada en su pecho con las piernas abiertas; chorreando la mezcla, el néctar del placer...el más dulce manjar de la pasión. Derrotada y desfogada le susurré:

Qué buen tío eres, tío Rober...

Y él, acariciando mi pelo dijo:

- Qué buena amante eres, sobrinita...

 

Y así fue como mi querido tío Rober me convirtió en mujer. Pero esto fue sólo la parte previa. La complicidad que ya teníamos se elevó a infinito con estas prácticas, y llegamos a ser todo el uno para el otro. Qué haría yo sin mi tío...

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