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Entre la tranquilidad y el éxtasis

en Erotismo y Amor

El agua se deslizaba sobre mi cuerpo y desaparecía posteriormente por el desagüe. El espejo y las estanterías de cristal estaban cubiertas de vapor de agua. Una atmósfera congestionada de calor. Las paredes del baño y yo.

Carlos estaba dormido. Una vez más nos veíamos en secreto, como dos amantes amenazados siempre por la fragilidad de nuestra relación. Era todo demasiado color de rosa, dispuesto a romperse en cualquier momento.

Carlos y yo habíamos estado juntos todo el día. Eran alrededor de las cinco cuando se quedó dormido. Yo me levanté una hora después para ducharme, era verano y hacía mucho calor en su casa, tenía las sábanas adheridas a la piel.

Utilicé una toalla verde que tenía colgada al lado de su albornoz. Después de secarme me la até a la espalda.

Hacía un día espléndido, el sol brillaba con toda su fuerza. Mirando a través de la ventana que había sobre la ducha, pude ver algunas nubes, que se movían lentamente. En ese momento tuve una sensación agobiante del paso del tiempo, como si mis momentos con Carlos estuviesen contados. Me sentí cansada y pequeña...qué debía hacer para que la vida me brindara una oportunidad de ser feliz...?

Abrí la puerta y noté un aire fresco, el mismo que anteriormente me había hecho sudar. Carlos seguía dormido, podía escuchar su respiración. Me dirigí silenciosamente a la habitación y me tumbé a su lado. Apoyando la cabeza en mi propia mano me quedé unos instantes mirándolo, gozando de cada parte de su cuerpo desnudo. Toda la habitación estaba impregnada con su olor, ese olor que me volvía loca, ese olor que recordaba día y noche cuando le echaba de menos. Pasé con delicadeza mi otra mano por su cara, ardiendo, y acariciándole fui bajando por su pecho, recorriendo la espalda y sus caderas, cuya piel se erizaba con el roce, con mis caricias.

Mi mano juguetona seguía recorriendo su cuerpo, y llegué con ella a su miembro cálido y mojado aún por los restos de nuestro encuentro, de nuestro momento íntimo. Eran pocos, pero por lo menos, el tiempo que pasábamos juntos era nuestro. Con esta última caricia, Carlos tuvo un espasmo, y comenzó a despertarse. Sentí su mano sobre la mía, su corazón latía con fuerza; estábamos tan cerca, tan pegados, que lo sentía como si fuera el mío el que así latía. Me guió para que siguiera acariciando su miembro, este crecía y se endurecía lentamente. Sin abrir los ojos, acercó su cara y me besó tiernamente en la boca, y acto seguido nuestras lenguas se encontraron, fundiéndose en un apasionado beso. El contacto bucal aumentó la excitación de ambos y se abalanzó sobre mi, abrazándome y acariciando mi espalda. La toalla quedó sobre la cama, debajo de mi, los dos estábamos completamente desnudos, juntos, abrazados y soñando en un beso infinito. Se colocó encima de mi, yo tenía las piernas ligeramente abiertas. Me besaba ahora con dulzura, una serie de besos cortos, mientras acariciaba mi pelo mojado. Movía ligeramente la cintura, y en uno de sus movimientos noté la puntita de su miembro sobre mi clítoris. Me estremecí y levanté la cabeza para besarle; le abracé intensamente, con mis brazos sobre su cuello, y abriendo más las piernas y elevando mi cintura conseguí un contacto total de su miembro a la entrada de mi cueva, deseando sentirle. Nos miramos a los ojos, y permanecimos así, observándonos mutuamente, al tiempo que nuestros cuerpos se convertían en uno sólo. Entró lo más despacio posible, disfrutando del privilegio de sentir sin prisas, siendo conscientes de cada milímetro que recorría dentro de mi. No hizo falta que mi mano hiciera de guía, estaba demasiado lubricada.

Cuando el camino llegó a su fin, pude sentir el roce de sus huevos en el tramo entre la vagina y el ano. Nuevamente me estremecí. Así, sintiéndonos al máximo, hizo falta sólo una mirada, para que comenzara a penetrarme. Nuestras bocas se unieron de nuevo, mi lengua buscaba la suya, la suya buscaba la mía, con el único fin de saciar nuestra sed.

Me penetraba a mi físicamente y penetraba en todo mi ser, haciéndome gemir de placer. De nuevo el sudor sobre mi piel, mezclado con el sabor de sus besos, las sábanas húmedas y las rayas de luz, que penetraban a través de la persiana sobre su espalda. Todo en aquel momento me resultaba mágico, la compenetración ilimitada entre ambos, y el placer reflejado en nuestros ojos, que a pesar del alto nivel de excitación, no dejaba de transmitir tranquilidad y seguridad. Levanté el cuello y me abracé a él cuando le sentí inundarme con su veneno mágico. Yo alcancé las estrellas con él, y pasado el momento de éxtasis se tumbó sobre mi, reposando su cabeza sobre mi pecho húmedo y desnudo. Mi corazón latía con fuerza,

Te noto, cielito...

Fue lo último que escuché antes de quedarme dormida, bajo su cuerpo ardiente, el mejor calor para una mujer.

Puede ser que el momento, la forma o el tiempo que estemos juntos, cambie dependiendo del día o de las circunstancias. Lo que siempre se mantiene, y está presente, es el deseo y las ganas que tenemos el uno del otro; y la magia propia que tienen los enamorados. Esa es la gran diferencia.

Este relato no es nada del otro mundo, pero si expresa algo muy cierto. El amor es para quien ama.