miprimita.com

El Asaltacunas

en Hetero: Primera vez

----- El Asaltacunas -----

Ella estaba sentada al borde de una barandilla cercana al mar cuando él la vio. Llevaba un vestido azul cielo que daba a la joven un aspecto angelical. Sus mejillas rosadas resplandecían con la luz del sol mientras los volantes del vestido jugueteaban entres sus piernas juveniles, piernas de seda... María miraba al mar, miraba la gente paseando, estaba sola, sola como siempre. Su cabello castaño volaba sobre sus hombros, sus ojos entrecerrados cegados por la luz, su boca a medio abrir, labios húmedos de tacto divino. La joven de 15 años, eterna observadora pudo darse cuenta de los ojos que agresivos pero tiernos se clavaban sobre ella, desnudándola tanto por fuera como por ese inmenso interior colmado de inquietudes que sólo ella conocía.

El extraño permaneció allí durante horas. Horas que compartieron ambos con la mirada, hasta que el sol desapareció tras la lejanía del mar. Él se acercó, avergonzado, sigiloso pero de frente. María sintió un temblor, un latigazo le recorrió la espalda. Era un hombre mayor, pasados los cuarenta. Por un momento pensó que se caería de la barandilla, no sabía bien que era lo que le estaba sucediendo. Él se sentó a su lado y se acercó a ella lo más que pudo, hasta que sus pieles entraron en contacto. Ella se sonrojó y mirando al suelo le preguntó quien era, por qué le sentía tan cercano si era un desconocido.

Tú y yo tenemos algo en común. . .tenemos mucho en común, no lo has notado ?

María de nuevo miró al suelo, con su sonrisa de niña. No pronunció palabra.

Sí, lo vi en tus ojos. . . no puede ser de otra manera.

Se miraron con encanto, con añoranza, con deseo reprimido, con gesto de confusión, como sólo dos personas con mucho en común pueden mirarse.

Me llamo Ángel, mira como soy...un viejo a tus ojos, no se bien por qué me acerqué aquí.

Yo soy María, no eres un viejo, pareces una buena persona.

De nuevo los dos miraron al suelo, los granos de arena se movían de un lado a otro. Conversaron y se miraron, se miraron mucho. Así pasaron la tarde aquel 20 de agosto.

A las diez de la noche Ángel puso su mano sobre la de ella. Sus dedos se entrelazaron haciendo desaparecer sus edades, el tiempo, los ojos curiosos. Él se llevó su mano a la boca, y la besó, la besó tiernamente. Ella se estremeció, ingenua y sin experiencia llevó los dedos de él hacia la comisura de sus labios y rodeó las yemas con su lengua cálida. Apenas quedaba gente en la playa, Ángel tomó suavemente de la cara a María, que le miraba con desconcierto y besó sus labios. Los besó de la manera más dulce posible, como jamás había besado a nadie. María le correspondió, inexperta respondió a sus besos. Se besaron...una y otra vez en la playa que ahora se había convertido en un lugar solitario alumbrado únicamente por la luz de la luna.

Ángel tomó a la joven por la cintura, y la levantó en el aire, mientras ella se agarraba a su cuello. La rodeó por la cintura, palpando sus curvas perfectamente dibujadas. Bajó cuidadosamente hasta sus nalgas, tersas, maravillosamente suaves, y buscando bajo su falda siguió la línea de sus braguitas de algodón. Era una delicia, una suavidad infinita.

El vestido de María cayó al suelo, y ella miraba a su hombre con cierta vergüenza de principiante. Sus pechos redondeados, y sus aureolas rosadas habrían vuelto loco a cualquiera, una sutileza desconocida hasta ahora para Ángel. Se desabrochó el pantalón y lo dejó caer; ella quiso quitarle la camisa y acariciar su pecho cubierto de vello espeso, jugueteando con sus dedos entre la maleza. Se acariciaban, se olían, se sentían mutuamente; cada beso era algo totalmente nuevo para ambos. Hubo un momento en el que se volvieron locos, locos de deseo, de amor, locos...

Ángel tumbó a María sobre la arena y se dejó caer sobre ella cuidadosamente. Era como una figurita de cristal frágil. Ella abrió sus piernas, dejando paso al cuerpo de Ángel. Notó entonces el bulto inmenso rozando su intimidad. Ella y su excitación, su excitación y ella dieron pie a Ángel para potenciar su deseo, y bajó sus braguitas, que húmedas se deslizaron desde la parte alta de sus muslos hasta los tobillos. María colocando las manos en la cintura de Ángel le despojó de los calzones que impedían la salida del instrumento en todo su esplendor.

María se encontraba en un camino intermedio entre la seguridad y el miedo cuando sintió el primer roce. El ansioso pene se abría camino entre la estrecha cueva de María. Estrecha pero jugosa dejó paso y fue cuestión de segundos que Ángel penetrara por completo el cuerpo de María.

Ella clavó sus dedos en la espalda de él, lanzando al aire un grito ahogado cuanto sintió la rotura del himen. Cualquier miedo existente en un principio se convirtió en placer, en seguridad, en agradecimiento para María. Ángel penetraba su cuerpo, besaba su cuello, sus mejillas, su nariz, sus labios y la miraba, se miraban. . .

Ángel recibió al orgasmo cerrando los ojos y levantando el cuello perdiendo el control sobre sí. María que sintió ese calor por primera vez, se retorció mirando al hombre que la poseía, el hombre que había conquistado su vida en una tarde.

Y así, jadeantes, uno sobre el otro, sudando gotas de pasión se quisieron, y se quisieron ambos con la misma novedad. Una por joven, y otro por ausencia de amor en su vida.

- Soy...un...asaltacunas...

dijo él pensativo.

No, no eres un asaltacunas... eres un asaltacorazones.