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El cuerpo salado de mi marino

en Hetero: General

-----El cuerpo salado de mi marino-----

Hay una canción, la que ahora escucho en mi soledad, que dice "cuando calienta el sol aquí en la playa..." y sí, es cierto, pero la noche que aún mantengo viva en mi recuerdo con olor a mar, a lluvia, a cuerpo, a pasión tenía como testigo una luna plena, llena, brillante, que posiblemente calentaba tanto o más que el sol.

Serían las once de la noche, un día veraniego en un pueblecito con mar cuyo nombre no merece la pena mencionar. Llovía. Pero llovía de una forma sutil. Las gotitas de agua cubrían mi pelo, se deslizaban por mis hombros desnudos y por mi nariz juvenil. No sabía a donde iba, tan sólo quería disfrutar por unos momentos de la playa, de la fina arena que aún guardaba el calor de todo un día soleado. Mis 16 años y mi ardiente curiosidad me acompañaban.

El mar estaba calmado, me senté en la orilla a contemplar las olas y su espuma blanca. Mi pelo cada vez más húmedo cubría mi cara, moviéndose al compás de la brisa. La tranquilidad era infinita.

Mi vestido azul celeste hacía juego con mis ojos. Dejé los zapatos sobre la arena. La playa estaba completamente solitaria. Sólo el sonido del agua, de la espuma, las pequeñas piedras que chocaban...y los latidos de mi corazón.

Cerré los ojos por un momento, y escuché un pequeño sonido detrás de mi. Me asusté y miré a mi alrededor, pero no vi nada. Tenía una extraña sensación, sentía que alguien me observaba, que había otra persona a mi lado disfrutando la misma noche que yo.

Alguien lanzó una piedra al agua, que saltó tres veces sobre la superficie y se hundió.

Tres deseos niña

La voz de aquel hombre me estremeció. Vi su silueta detrás de mi, y me incorporé. Él se acercó, hasta que estuvimos tan solo a tres pasos el uno del otro. Era un hombre de unos cuarenta años, vestido con un pantalón corto y una camiseta. Su piel mostraba los efectos del sol, su aroma era increíble. Olía a mar, a hombre; y su mirada era penetrante, oscura como el mar aquella noche, pero cálida como la arena que pisábamos.

Tienes tres deseos...

Volvió a decir. Yo contesté con voz ténue pero decidida

Tres noches como esta

El marinero me miró incrédulo pero a la vez satisfecho con mi respuesta. Tan sólo dijo:

De acuerdo

Y se sentó sobre la arena. Hizo un gesto que me invitaba a hacer lo mismo. Así que me senté a su lado. Él miraba al mar, yo le miraba a él. Él me miraba a mi, yo miraba al mar. Hubo un momento en que nuestras miradas se cruzaron. No podía evitar sentir algo especial con aquel hombre al lado. Era un momento perfecto con un hombre perfecto. Ninguno de los dos habló. Sólo nos mirábamos. Las gotas de agua seguían cayendo, suave, con delicadeza.

- Soy marinero, las aguas mi única compañía.

- yo soy una niña...una mujer...que busca un poco de cariño.

El marinero tiró en varias ocasiones pequeñas piedras al aire. Pero con un pequeño detalle, siempre saltaba tres veces sobre el agua. Ni una más, ni una menos.

Su mano se acercó a la mía lentamente. La puso encima, y acarició mi piel mojada. Nuestras manos se unieron mientras mirábamos al mar. Mi corazón latía con fuerza, mi respiración era intensa, y yo notaba el deseo en las caricias de su mano.

Pasaron las horas, horas que se hicieron más cortas que nunca, y aquel marinero no soltó mi mano ni un instante. Serían las cuatro de la madrugada cuando me levanté dispuesta a volver a mi casa. Él se levantó y me dijo:

Recuerda tus tres deseos

Yo me acerqué a él y le di un beso en la mejilla.

Aquella noche soñé con él, con el mismo momento vivido horas antes, y al día siguiente acudí al mismo sitio, a la misma hora. No estaba. Me senté en la orilla como la noche anterior, y escuché sus pasos detrás de mi. Se sentó a mi lado, y rozó mi mano. Me estremecí, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Esta vez, mi marinero llevaba tan sólo el pantalón, su pecho estaba al descubierto. Yo de nuevo un vestido, el color...no lo recuerdo. Se tumbó sobre la arena, sin soltar mi mano. Yo me apoyé sobre su pecho desnudo. Aún puedo olerle como si fuera ese momento, notarle, sentirle...

Era la segunda noche, no llovía, pero el mar se había agitado. Las olas rompían con más fuerza y los brazos de mi marinero apretaban mi cuerpo con más fuerza. Era una compenetración indescriptible. No puede evitar fijarme en el tremendo bulto que se ocultaba bajo el pantalón. Era la primera vez que estaba con un hombre, pero no me sorprendió en absoluto. De nuevo pasó la noche, sin palabras aparentes, pero diciendo todo a nuestra manera, tal y como habla el mar.

Antes de irme, me dispuse a darle un beso en la mejilla como la noche anterior, pero él giró la cara y nuestras bocas se unieron en un apasionado beso.

A partir de aquel roce, el deseo se hizo aún más intenso. Volví a soñar con él y con el mar. Me quedaba una noche, la tercera, mi último deseo.

A las once y media, como el primer día, como el segundo, allí estaba yo, en el mismo sitio, a la misma hora. Me senté en la orilla, llovía de nuevo. Esta vez intensamente. Mi pelo estaba empapado. Mientras retiraba algunos mechones de mi cara vi una piedra saltar tres veces sobre el agua. Allí estaba. No llevaba pantalón, sólo un boxer gris que marcaba su hombría. Sí recuerdo el vestido que yo me puse; era blanco, de tirantes. El agua había favorecido su transparencia. Mis pezones estaban erectos y la tela se pegaba a mi cuerpo.

Se sentó a mi lado, me esperaba su mano acariciando la mía, pero no lo hizo. La puso sobre mi cintura y se acercó a mi. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío, y su boca buscó la mía, ansioso por tenerme, por besarme de nuevo. Yo le correspondí de igual forma. Nuestras lenguas jugaban, lamía mis labios como yo probaba los suyos. Su sabor salado me embriagaba, me dejé llevar por el deseo...

Nos pusimos de pie, cuerpo con cuerpo. Deslizó por mis hombros los tirantes del vestido y cayó al suelo. Mis braguitas blancas marcaban mi sexo. Notaba su polla erecta bajo la tela que difícilmente la tapaba. Besándonos sin parar caímos al suelo, él sobre mi. El peso de su cuerpo sobre el mío, su sabor a sal y mi coñito virgen empapado, palpitando deseoso de ser penetrado. Bajó mis braguitas y posteriormente el se quitó sus boxers. La lluvia no cesaba, y mi marinero acariciaba mi coñito haciéndome gemir de placer, un placer inmenso que desencadenó mi primer orgasmo. Vibré bajo su cuerpo, mordiendo su hombro, agarrándome a su espalda... él lamía y besaba mi piel. Dirigió mi mano inexperta a su inmensa y erecta polla. La acaricié instintivamente, de arriba abajo. Mi marinero gemía, cerraba los ojos y su respiración se hacía cada vez más agitada. Nos besábamos, pero nos besábamos de una forma casi brutal...era tal la pasión, el deseo, que nuestros cuerpos estaban completamente descontrolados. Abrió mis piernas y se colocó de tal forma que sentí la puntita de su polla en la entrada de mi coñito, ya lubricado por mis jugos. Una mezcla entre la excitación y el orgasmo que mi marinero me había regalado. Empujó suavemente; yo lancé un grito ahogado de dolor. Empujó de nuevo hasta estar completamente dentro. El dolor se fue haciendo cada vez menos intenso, desatando un inmenso placer que nos poseía a los dos. Mis manos recorrían su espalda mojada, bajando hasta sus nalgas para invitarle a entrar más y más...a navegar por mis profundidades, por una ruta recién descubierta. El mar y la luna que lo iluminaba fueron testigos de nuestros gritos de placer, de nuestros besos y caricias feroces... el orgasmo nos llegó a los dos a la vez. Mi marinero inundaba mi ruta y yo me rendía bajo su cuerpo. Cuando el torbellino pasó, se dejó caer sobre mi cuerpo desnudo, perlado en sudor, en sudor y agua salada.

Así permanecimos toda la noche. Me venció el sueño. Desperté con los primeros rallos de sol. Ya no llovía. Ya no estaba él. Tan sólo tres gaviotas. Tres gaviotas que rozaron la superficie del mar.

No volví a verle. Pero le recuerdo cada día. Tres besos para mi Navegante favorito.

Escorpiona