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Caribe

en Interracial

El caribe en casa

Era una de esas tardes calurosas de verano y yo andaba en pantalón corto por la casa. Tenía yo, por aquel entonces diecinueve años, esos que te hacen creerte que ya eres todo un hombre; el caso es que había vuelto de la universidad para el descanso que hacíamos en verano y yo recién llegado de mi primer año en la universidad me sentía como el soldado que regresa a casa. Todo era extraño para mí, pero a la vez, todo era conocido.

Bueno, sin dar más rodeos, yo como todos los días a esa hora, las cuatro de la tarde, hacía mi siesta bañado en sudor sobre el sofá. Soñaba, medio despierto, en Inés, una compañera de clase que me tenía más caliente que el palo de un churrero. En fin, a lo lejos oí unas voces, las reconocí: la de mi padre, la de mi madre, pero ¿de quién era la tercera?

Pudo más mi curiosidad y bajé por las escaleras al piso de abajo, las voces venían de la cocina. Como estaba sin camisa, no quería presentarme recién levantado, con la voz pastosa y sin camisa así que escuché desde fuera la conversación.

-Bueno, María, cuéntale a José tu problema, seguro que él te puede dar una solución.- decía mi madre.

Entonces, la voz comenzó a relatar que ella se había casado con un español cuando llegó de su país a España y que era muy feliz trabajando en el hospital. Ella tuvo dos hijas con Felipe que es como se llamaba su marido y era muy feliz, sin embargo, hacía unos meses, éste perdió su trabajo, comenzó a beber y su carácter cambió. Esto hizo que ella le recriminase su actitud y desde entonces, añadió a su rutina darle alguna paliza de vez en cuando a María.

-Cariño, yo le he dicho que pueden quedarse con nosotros unas semanas, sus hijas y ella, mientras encuentran un apartamento, ¿qué te parece?- le dijo mi madre a mi padre.

-Bueno, no hay problema en que se queden en las habitaciones que tenemos libres, pero en cuanto a lo otro debería poner una denuncia y solicitar el divorcio. Yo puedo hablar con un juez amiguete, Paquito, ¿te acuerdas de él?, y ya está. Voy a despertar a Alejo para que me ayude a ir a buscar sus cosas a casa de María y traernos a las chicas.

-¿No serán demasiadas molestias?- dijo María.

-Tranquila, mujer, que el chico está todo el día holgazaneando y le sentará bien tomar el aire.- dijo mi padre.

Entonces, salí corriendo escaleras arriba a mi sofá y me hice el dormido, porque no me apetecía nada salir a ejercer de burro de carga. En eso, llegó mi padre y me dio una patada diciendo "venga vístete que te vienes a hacer un recado".

Yo, quejándome, me vestí y bajé al piso de abajo. Allí estaban mi madre, mi padre y María. ¡Vaya pedazo de jamona! Era una mulata que andaría por los treinta y tantos, joder, ¡qué tetas tenía!, inmensas, era delgadita lo que acentuaba aún más sus glándulas mamarias, y unos labios gruesos, hechos sin duda para placeres dignos de las grandes orgías romanas. En fin, una tía hecha para follar.

Me la presentaron como una amiga de mi madre que iba a pasar una temporada en casa porque se mudaba del piso y estaría con sus hijas en la habitación del ático. Era la enfermera que trabajaba bajo las órdenes de mi madre en la consulta que tiene en el hospital.

Yo me hice el loco y no dije nada sobre lo que había oído. Fuimos en la furgoneta, que tiene mi padre para cuando vamos con mis tíos y primos de chuletada, al piso que tenían y donde nos esperaban sus hijas. Eran dos lindas mulatas de piel más clara que su madre:

Isabel era la mayor, tenía dieciséis años, y ya era toda una mujercita un culo respigón como el de su madre pero no tan grande y unas tetitas que ya despuntaban que iban a heredar el nivel genético de su mamá. Elisa era la menor, tenía quince años, y era la criatura más bonita que jamás había visto, sus pechos eran todavía pequeños y su culito no era tan respingón, pero tenía la cara más bonita que jamás había visto, sin duda sería una hembra de primera cuando creciese.

El caso es que entre mi padre y yo, como siempre sobre todo yo, cargamos las maletas en el vehículo y nos fuimos para casa en el trasto, que me tocó conducir, hasta casa.

-Hay que ver lo guapas que están tus hijas, María.- dijo mi padre.

-Gracias, pero Alejo ya está hecho todo un hombre. Vas al gimnasio,¿verdad?-dijo María. Yo sonreí, pero mi padre, al ver que no contestaba, me dio una colleja y dijo "Responde que te están hablando".

-Sí, es bueno para los estudios hacer ejercicio con regularidad.- dije.

El viaje siguió con una charla que lideraban mi padre y María, hasta que llegamos a casa. Otra vez, me tocó llevar las cosas hasta el ático que era la tercera planta, mientras mis padres y las invitadas tomaban un refresco.

-Ay, pobre Alejo, con el calor que hace, ¿te ayudamos? Vamos, nenas-dijo María.

-No, vosotras descansad, que es bueno que se mueva un poco este gandul.- repuso mi padre.

Cuando acabé, me fui a la nevera a por una cola y me tiré en el sofá frente a la tele en busca de algún partido. En eso viene mi padre, me da otra colleja y me dice que luego debo ir con las chicas a dar una vuelta por el centro comercial mientras ellos van con María a hacer unas gestiones, que me lleve el coche de mi madre. Vale, eso significaba que el partido de la tarde con los colegas se iba a tomar por culo y es que con mi padre no vale la pena discutir.

-¿A que hora volvemos?-pregunté.

-Vente como a las diez, para cenar.

-Bueno, me ducho y estoy listo.

Me fui a duchar, me vestí y bajé al salón. Allí estaban las chicas listas para salir, Isabel y Elisa, puse mi mejor sonrisa y dije "Bueno, nos vamos". Ellas, muy tímidas, casi mirando al suelo contestaron que cuando yo quisiera.

Saqué el coche de mi madre del garaje y paré frente a la entrada de la casa, Isabel se sentó al lado mío y Elisa detrás.

-Bueno, ¿a dónde vamos? Esta tarde, soy vuestro chófer.- dije, sonriéndoles.

-Queríamos ir a ver tiendas al centro comercial y luego al Corte Inglés, pero nos da igual.- dijo Isabel.

-Vale, al centro comercial y luego al Corte Inglés.-dije mientras arrancaba el coche.

Durante el trayecto fuimos hablando de cómo les iban los estudios, me dijeron que estudiaban en el mi viejo instituto. Yo les comenté anécdotas de los profesores que ahora les daban clase a ellas. Les pregunté si tenían novio y me dijeron, sonrojadas, que no. Yo las trataba como niñas, no como si fueran posibles presas, en fin fue una tarde de aburrirme y cargar las bolsas con la ropa. Bueno, lo de ir de tiendas tampoco estuvo tan mal veía chicas guapas mientras las esperaba, pero bueno.

Fue durante una de esas esperas en las que me acordé de que en uno de mis experimentos durante el instituto le metí cables para el ordenador a todos los cuartos, la idea era poner un ordenador en cada cuarto y transmitir datos entre sí, bueno el caso es que esto me dio una idea: poner cámaras en el baño que iban a usar mis invitadas y en su dormitorio, el fin era ver a su madre desnuda pues prometía un buen paisaje. Además tenía unas web-cams que había comprado en el rastro por poco dinero y que un amiguete me arregló; las camuflaría y a esperar.

Bueno, el que lo lea dirá pedazo de salido, pero es que llevaba unos meses sin pillar cacho y no podía más.

En resumen, cuando llegamos a casa aún no habían llegado mis padres y María, por lo que aproveché que Isabel y Elisa veían la tele en el salón para poner las cámaras. Ahora, sólo había que esperar el momento pues con el ordenador tenía registrado todo lo que pasase en su baño y su dormitorio. Bajé cuando acabé y las encontré viendo una de esas comedias de amor que tanto atraen a las jovencitas, así que yo me fui a mi dormitorio y me tiré en mi cama a la espera de la zampa, leyendo un libro.

Al rato llegaron mis padres con María y, pronto, apareció Elisa en mi habitación.

-Hola, ya está lista la cena, ¿qué lees?-me preguntó.

-Un libro de mitología griega, ¿te gusta?

-No sé, yo no he leído nunca sobre ese tema.

-Se trata de una tragedia de Eurípides: Ifigenia entre los tauros.

-Y, ¿de qué va?

-Bueno, luego seguimos que tengo un hambre.

Bajamos a cenar y cuando acabamos, mi padre y yo nos perdimos como de costumbre para no tener que recoger la mesa. Yo me fui a mi cuarto a preparar el dispositivo de vigilancia que había colocado en la casa desde mi ordenador.

La primera en entrar al baño fue María, la definición de la imagen no era una maravilla, pero, joder, era lo suficiente como para ver el bamboleante movimiento de sus senos. Era una diosa de ébano que se desnudaba para ducharse. Tras los cristales de la mampara de la ducha se veía como se enjabonaba el cuerpo, como se acariciaba la piel y luego como se secaba. Vaya, pedazo de paja que cayó. Nada, que me la tenía que tirar como fuera. Cuando salió del baño, activé la cámara del dormitorio. Allí, estaban Elisa e Isabel, en ropa interior, mostrando a la cámara sus encantos. Yo que andaba caliente con su madre, comencé a ponerme burro otra vez. Vaya par de hembras que se estaban criando en el cubil.

Sin más, me dispuse a ver cómo pasaban la noche las invitadas. Nada, se acostaron y mis expectativas de ver carne se acabaron al ver que dormían con las sabanas hasta las orejas.

Todo discurría con normalidad, yo haciendo lo de siempre, el vago, mis invitadas con ropas que dejaban ver sus piel cada día más, pero nada más. Ni insinuaciones, ni nada. Joder, parecía que ellas eran seres asexuados, no tenían novios ni las pillaba viendo porno o algo, tampoco salían con chicos ni con amigas. Y yo, cada día, más caliente con las tres hembras que me habían puesto en la habitación de encima.

Así siguieron las cosas hasta que un día llegué un poco antes de lo habitual de mi partidillo de fútbol con los colegas, esos mamones habían pasado de jugar porque querían ir a ver una película al cine. Bueno, yo para eso me iba a mi casa, así que me vine y, cuando llegué a mi cuarto, oí unos gemidos del cuarto de invitados. Bien, sería una de las chicas masturbándose, bueno, no eran tan asexuadas como imaginaba. Encendí el ordenador, activé la cámara y miré la pantalla tratando de ver qué pasaba en el cuarto. Vi la cara de Isabel, gemía, pero no entendía muy bien la imagen. Era un cuerpo raro bajo la sábana, ¡no, eran Isabel y Elisa jugando!, y vaya juegos. Joder, esto era cachondísimo, mis pequeñas vecinitas de habitación eran unas bolleras incestuosas además. Nada, ahí fueron cayendo pajas hasta que ambas se fueron al salón dando por terminado el asunto. Ni que decir tiene que todo esto lo guardé como archivo de video, nunca se sabe cuando haría falta un pequeño estímulo.

Cabezazos a pares me di aquella noche cuando pensé mejor lo que había hecho, tenía que haberme lanzado, arriesgarme de una vez y haber entrado en la habitación de mis invitadas. En fin, de nada valía lamentarse ahora.

Bueno, la siguiente oportunidad apareció una mañana mientras mis padres y María trabajaban, las oí jugando y me lancé. El pestillo de la puerta de su cuarto tenía un truco que yo sabía, de ese modo parecería que ellas habían dejado la puerta abierta y yo me haría el sorprendido ante la escena.

Abrí la puerta y las vi, Elisa le comía los labios a su hermana y no precisamente los de la boca. Yo me hice el sorprendido, "¿qué estáis haciendo?", les pregunté, vi su cara de susto y me fui a mi cuarto. "Bueno, el anzuelo ya está puesto, ahora, sólo queda que lo muerdan", me dije.

Quince minutos más tarde, aparecieron en la puerta de mi cuarto. Vestían más sensuales que nunca, me sonreí y seguí leyendo.

-Hola, Alejo, nosotras queríamos explicarte lo que pasó antes.-dijo Isabel.

-No tenéis que explicarme nada.-respondí haciéndome el ofendido.

-Oye, no te pongas serio, nosotras sólo estábamos jugando como las ninfas de tus libros.-dijo Elisa.

Ambas se sentaron, una a cada lado, en mi cama junto a mí.

-Nosotras, no queremos que nadie sepa nuestro secreto y estamos dispuestas a compensarte, si no se lo cuentas a nadie.- dijo Isabel.

-Sabes, he oído que en las obras griegas los héroes disfrutaban de muchas concubinas y, si tú quieres, podemos ser tus concubinas. ¿verdad, Isabel?-dijo Elisa.

Yo no contesté, en parte haciendo me el duro, en parte por el dolor que me provocaba la gigantesca erección que tenía y que me apretaba los testículos en el pantalón; no podía recolocarme el paquete sin atraer la atención hacia esa zona de mis calientes negociantes. Se lanzaron ambas y comenzaron a acariciarme y a decirme que mi cuerpo les recordaba a Hércules por los músculos. "Vaya par de negociantes, esas vendían hielo hasta a los esquimales", pensé, "pero Hércules es el nombre latino de Heracles, no son muy cultas, aunque con esos cuerpos tampoco les hace falta".

El caso es que yo no aguanté mucho y comencé a magrearlas. Isabel cerró la puerta de mi cuarto y se quitó el top, la minifalda y las sandalias. Yo mientras besaba a su hermana y le bajaba las bragas, mientras Elisa me sacaba el rabo de su cautiverio y lo acariciaba. Se nos unió Isabel quien me besó de una manera que parecía que quisiera saber que había comido aquella semana, luego bajó y se puso a dar besitos a mi prepucio, lo besaba, lo lamía y lo chupaba. Yo, vamos, no me creía que eso fuera verdad, pero no pensaba en nada más que en ese par de hembras. Elisa, entonces, se quitó la ropa y se sentó en mi cara dándome a probar su sexo, bueno, la idea de practicarle sexo oral a una chica, no era mi favorita, pero entre lo excitado que estaba y lo bonito que era su conejito con apenas nada de vello, me lancé y se lo devoré. Debe ser verdad que el olor del sexo de una mujer es afrodisíaco, o quizás era la mamada que me hacía su hermana, pero yo estaba cada vez más caliente; no pensaba, era como un animal. Era como en los sueños, no piensas lo que haces, sólo lo haces.

La postura cambió y Elisa comenzó a comerme el rabo mientras yo devoraba el sexo de su hermana, francamente, Isabel era mucho mejor mamadora de pollas que su hermana. Luego, puse a Isabel a cuatro patas y comencé a montarla como los perros mientras apretaba sus buenas tetas, cosa que aprovechó su hermana para lamer nuestros sexos tumbada boca arriba, después, se puso delante de Isabel para que ésta le comiera el conejito, mientras yo la penetraba a mi antojo. Cuando Isabel se cansó, le cambió el sitio a su hermana y me dijo que lo hiciera con cariño porque su hermanita era virgen, se puso entre los dos y me guió hacia el interior de su hermana. Yo, que soy un bruto y sólo ansiaba clavarla como un potro en celo, cuando se distrajo Isabel, la metí hasta el fondo y Elisa gimió medio de dolor, medio de placer, bueno, Isabel acariciaba a su hermana mientras yo le daba el primer polvo de su vida, hasta que por fin llegó al orgasmo. Entonces, les pedí a ambas, pues eran mis esclavas, que quería hacer una cosa, que había visto en las películas porno, eyacular en sus caras mientras me la chupaban alternativamente. Ellas aceptaron, pues sólo querían complacerme, se pusieron de rodillas frente a mí y yo de pie. Al poco de comenzar con el juego, empezaron los espasmos que llenaron sus caritas de mi semen. Fueron al baño y, mientras, me puse un pantalón y me tiré en la cama a dormir rodeado por sus cuerpos desnudos. Cuando desperté, se habían ido y sólo dejaron una nota bajo mi almohada.

"Querido señor,

Seremos sus esclavas mientras usted guste, nuestro deseo es complacerle en sus placeres.

Atentamente, Isabel y Elisa"

Vale, comprendía el juego, harían lo que quisiera siempre y cuando yo no dijera nada a nadie de cómo se entendían.

Desperté con una erección así que salí del cuarto en su busca, pero el plan se había jodido debido a que mis padres habían llegado.

Fin de la primera parte.