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La bollera de mi hermana

en Amor filial

Las fotos lésbicas

Encontrar el principio de algo es tan difícil como determinar su final pues se trata de un punto subjetivo que depende de las emociones e impresiones del que ha de determinarlo. Eso me sucede a mí cuando trato de comenzar a relatar esta historia.

Mi vida de adolescente discurría en el instituto donde sin esfuerzo sacaba altas calificaciones sin esfuerzo alguno, no porque yo fuese especialmente listo sino porque el resto de mis compañeros de clase eran demasiado torpes, y en mi casa donde mi padre me sometía a una rigurosa educación. Mi familia estaba formada por mi padre, un hombre duro y estricto conmigo que debido a su educación militar me sometía a la más férrea disciplina, mi madre, una mujer cariñosa y dulce con sus hijos, y mi hermana, de nombre Manuela y bastante difícil de tratar a sus quince años. Yo soy Raúl y tenía, por aquel entonces, diecisiete años años. Estaba en segundo de bachillerato y, en unos meses, iba a acceder a la universidad. La verdad es que, dejando a parte las broncas de mi padre, la vida me sonreía pues mis notas eran excelentes y pasaba mi excesivo tiempo libre haciendo el tonto por ahí, bien con los amigos, bien con alguna niña que conocía. Sin embargo, a esa edad, el sexo que los ligues de instituto me podían ofrecer era insuficiente para satisfacer la demanda que provocaba ese exceso de andrógenos que inundaba mi cuerpo. Andaba siempre excitado: en clase, me excitaban mis compañeras o alguna profesora de buenas formas, en la calle, las mujeres que pasaban levantaban mi libido, en la playa, ese mar de carne femenina apenas cubierta era una marejada de sensaciones para mi fogoso cuerpo que provocaba mi permanencia en el agua.

Y puesto que no me atrevía a comprar revistas pornográficas en las tiendas, Internet fue mi inspiración para el onanismo, la única válvula de escape para disipar tanta energía. Y es que, con diecisiete años, necesitaba varias eyaculaciones al día para tranquilizar a mi cuerpo y poder dormir. Era peor que un animal.

En mi casa habían dos ordenadores: uno en mi cuarto y otro en el de mi hermana. La causa es la agresividad que tenía por aquel entonces y el mal carácter de mi hermana. Yo soy muy dominante, herencia de mi padre, y no tolero que mi hermana me lleve la contraria en nada. Es mi defecto probablemente y me dificulta cualquier relación estable. Hoy en día, no está de moda el hombre de Atapuerca. Mi hermana por su parte estaba en la edad del pavo así que tras cada enfrentamiento iba a llorarle a mi padre que decidió comprar otra computadora para ella.

Sin embargo, como decía, encontrar el principio a esta historia es difícil y, como yo soy quien la cuenta, situaré este inicio en una tarde en que me encontraba haciendo una limpieza de disco duro. Como mi hermana no estaba en casa, usé su ordenador para guardar algunos archivos en él. Estaba en ello cuando, no sé porqué, me puse a inspeccionar sus carpetas de documentos. No había nada interesante en ellas ni en el historial. Pero, entre los archivos ocultos del sistema, encontré una carpeta que ponía fotos. En ella, mi hermana guardaba las fotos que hacía con su cámara digital. Miré una carpeta y vi a mi hermana con sus amigas en una chuletada, luego, miré en otra y estaba mi hermana con sus amigas en la playa, sin embargo, en una de esas carpetas, vi fotos de mi hermana besándose con sus amigas. Un morreo con Daniela, otro con Verónica y otro con Ana,… Miraba sus labios jugosos y suaves juntos. Lenguas de lindas bocas femeninas jugando entre ellas. Sus manos delicadas acariciando esas suaves pieles o sus cuidadas melenas. No hay nada más erótico que dos jovencitas besándose. Joder, con mi hermanita, era una bollera y no me había enterado. La verdad es que esas fotos, algunas con ella y sus amigas desnudas, me habían puesto el rabo como el pescuezo de Camarón, venoso y duro.

Cuando acabé con los arreglos en mi computador, me llevé mis archivos y esas fotos para disfrutarlas de vez en cuando. La imaginaba teniendo sexo con sus amigas, besándose sus rajitas, lamiendo cada rincón de su piel. Sus cuerpos enredados y a mi poseyéndolas. Una a una, como si de un animal en celo me tratase. Uno de esos sementales que montan una yeguada. Mi duro miembro introduciéndose en sus húmedas rajitas rompiendo su himen, provocando gritos al desgarrar sus hímenes, y luego frenéticas penetraciones que las hagan alcanzar el orgasmo. Y una vez acabado el trabajo, dormir con sus cuerpos tibios abrazados a mi cuerpo.

Todo seguía como siempre, salvo quizás la imagen de mi hermana. Mi hermana no estaba mal, tenía dos tetas enormes y unos labios gruesos que prometían mamadas de campeonato. Pero sus amigas eran las que dominaban mis fantasías las imaginaba juntas dándome placer. Pero era sólo un deseo mío, nada factible.

Aunque traté de olvidarme del tema, con frecuencia recurría a esas fotos como elemento de excitación. Nuestra relación empezó a mejorar unos meses más tarde, siempre estaba atenta conmigo y nunca hacía nada que pudiese molestarme. Yo temía alguna maquinación de mi hermana, pero esperé a ver a dónde conducía aquello. Sin embargo, Manuela era otra persona, casi. Dulce y cariñosa conmigo, me traía un zumo fresco cuando regresaba con mi padre de mis entrenamientos, se ofrecía a darme un masaje en la espalda cuando estaba toda la tarde estudiando,…

Este clima de bienestar lo aprovecharon mis padres para dejarme al cuidado de la casa y mi hermanita mientras ellos se iban un fin de semana de viaje. Mi padre me dejó bien claro las reglas y los consecuentes castigos en caso de violarlas. No llevaría chicas a la casa, no metería a los cafres de mis amigos en la casa, ataría en corto a mi hermana,…

El caso es que el viernes por la tarde se fueron en el descapotable rojo, un coche que ansiaba conducir cuando me sacase el carné de conducir, dejándonos solos en casa. Cuando entramos a la casa, me senté en el sofá a ver la tele y Manuela se acercó con un zumo de melocotón, me encanta ese jugo.

- Raúl, hermanito, ¿pueden venir mis amigas a casa? Sólo Daniela. Verónica y Ana, ¿vale?

- No sé, ahora yo estoy al cargo y no puedo permitir que arméis follón.

- Venga, “porfa”, seremos buenas.- dijo poniéndome morritos.

- Vale, pero no quiero la música alta ni gritos.

Finalmente, acabé en mi cuarto haciendo un trabajo para el instituto y dando alguna vuelta por la casa de vez en cuando mientras mi hermana y sus amigas estaban metidas en su cuarto. Oía risas y cada vez más alboroto así que decidí ir a darles una buena reprimenda. Abrí la puerta y en un ambiente cargado, me encontré un panorama increíble. Todas en ropa interior tenía montada una fiesta de aupa. Cuatro litronas de cerveza, porros y la música a toda potencia.

- ¿Qué coño te crees que haces, Manuela?- grité como si fuese mi padre. Todas me miraron con los ojos como platos.

- Yo estoy pasando el rato con mis amigas, pero tú como no tienes amigos, eres un gilipollas.- dijo mi hermana riéndose, Ésto me cabreó y entré como un energúmeno para agarrarla del brazo. La levanté del suelo y me miró asustada a los ojos.

- Te crees que estoy de broma, vuelve a faltarme al respeto y te doy dos hostias. ¿Me has comprendido? Y si piensas que Papá te va a dar la razón cuando vuelva, no tengo más que contarle lo que he encontrado aquí y enseñarle las fotos que tienes dándote el lote con tus amigas.- dije encolerizado. Me dí cuenta de que había hablado más de la cuenta, pero ya no había marcha atrás. Ella me miraba llorosa y sus amigas estaban aterradas en el suelo.- Ahora recoged todo e iros a vuestras casas, tú estás castigada y ya veré si le cuento esto a Papá.

Cuando todas se fueron, me fui a mi cuarto y me acosté sin poder dormir. Tal vez la furia, tal vez la excitación, no podía dejar de darle vueltas a lo que había pasado. Seguramente, Manuela me odiaba y era una lástima pues parecía que nuestra relación había mejorado. De pronto, llamaron a la puerta y Manuela entró en mi cuarto, iba vestida con una camiseta ajustada y unas braguitas. Se acercó y comenzó a pedirme disculpas, a decirme que ella me quería mucho y que lamentaba todo. Se abrazó a mí y me besó en las mejillas varias veces pidiéndome que no le contase nada nuestro padre de lo que había pasado. Yo no podía dejar de admirar su cuerpo con tan poca ropa y tan ajustada. Poco a poco, mi cuerpo respondía elevando mi ariete y aumentando la temperatura. Miraba esos senos que formaban un misterioso canal en el escote. Sentía sus manos recorriendo mi pecho y mi cara mientras sus labios besaban mi rostro. Sus lagrimas me mojaban y quizás fue esto lo que más me excitó. Siempre he tenido ese complejo de héroe que me hace sentirme atraído por la mujeres frágiles y necesitadas de ayuda. Ver a una mujer llorando y rogando es algo que me transforma en el macho alfa de la manada.

Yo me contenía, resistiendo mi instinto, pero mi falo actuaba por cuenta propia, hasta que Manuela se abrazó a mi cintura y tocó con su codo mi erección. Su cara cambió y miró intrigada lo que bajo el pequeño pantalón del pijama se escondía. Luego, su cara se transformó y sacó con su suave mano mi rabo de su prisión.

- Vaya, herramienta tienes hermano.- dijo antes de comenzar a darle besitos a la punta de mi falo.

Yo sólo atinaba a acariciar su cabeza mientras su ella lamía mi rabo, lo besaba  y acariciaba con habilidad. Yo pensaba que era una bollera y la chupaba mejor que ninguna chica que haya conocido. Sabía que estaba mal, pero sólo pude dejarme llevar. Con habilidad me incitaba a la eyaculación, me frenaba y continuaba hasta que por fin me dejó eyacular en su boquita. Esos labios, que con firmeza abrazaban en contorno de mi rabo, cerraron la salida al torrente de semen que inundó su boca y mirándome se tragó todo.

Tras esto se desnudó y se puso sobre mí dejándome acariciar y besar su cuerpo a mi antojo. Yo, ni tonto ni perezoso, me agarré a sus pechos con la boca y las manos. Esos dos globos de carne de gran tamaño coronados por sonrosados pezones fueron besados y amasados una y otra vez. Mi boca subió por su escote a través de su cuello y lamió su cara.

Pronto mi herramienta estuvo dura y lista para ser usada, Manuela sudaba y gemía con mis caricias hasta que se colocó mi falo entre las piernas y dejó caer su cuerpo. Pronto estaba cabalgándome frenéticamente, era toda una diosa del sexo que me llevaba hasta el placer. Yo agarraba sus nalgas, sus pechos,… y ella botaba. Cuando más disfrutaba, se paró y me dijo que jugaría conmigo si no le contaba nada a nuestro padre. Yo no me podía negar pues sólo pensaba en seguir metiendo y soltar mi carga. Le dije que sí y continuó cabalgándome hasta que terminé dentro de ella. Quedamos tumbados en la cama sudorosos, nos mirabamos a la cara sin sentir el pudor que sería normal en tal situación. Manuela me pareció más hermosa de lo que hasta entonces la había valorado, no sólo un par de tetas gordas.

Cuando estábamos tumbados en la cama abrazados, le pregunté si era lesbiana y me diajo que no, que le gustaban, también, los chicos. Pero que le gustaban los hombres dominantes como Papá y que no encontraba a ninguno salvo a mí. Esa es la razón por la que había consentido que yo fuese su primer hombre. Me dijo que ella sabía que tenía las fotos de sus amigas y que si me apetecía un día podíamos jugar todos juntos, pero a condición de no contarle nada a nuestro padre. Yo le dije que me estaba deseoso de jugar con sus amigas. Manuela cogió su móvil y les envió un mensaje para que el sábado por la mañana viniesen a una fiesta.

Y aquí se puede decir que acaba la historia, o empieza; es por esto que digo que es difícil determinar el principio y el fin de un relato. Todo lo que sucedió a continuación es otra historia.

FIN

En fín, como siempre, invito al lector a escribirme contándome lo que le apetezca (críticas, historias personales, anécdotas, comentarios,…), yo estaré encantado de leer sus correos, Pueden hacerlo en: martius_ares@yahoo.es