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Verano Gris (2)

en Hetero: General

Verano Gris 2

Para empezar, quisiera decir que lamento no haber contestado a sus comentarios en mis anteriores relatos. En este tiempo, me he dedicado a leer otros autores y he descubierto que existía una sección de comentarios donde el autor les contesta convirtiendose en una especie de foro.

He visto que existían comentarios a mis relatos y, si alguno esperaba una respuesta, lamento no haberlo hecho pues escribir comentarios supone un esfuerzo que debe ser recompensado por lo menos con una respuesta. Viendo que este era el relato mejor valorado y puesto que había gente que deseaba una continuación, la escribí. Y bueno, espero que les guste.

La verdad es que, cuando Elena me dijo que fuese a su casa a merendar, yo tenía pensado que estaríamos nosotros dos solos y ella jugaría conmigo a cosas de mayores como habíamos hecho el día anterior. Sin embargo, también me preocupaba el encontrarme con Ramón y que este me diese una paliza por lo que había pasado. Normalmente, me ignoraba para evitar que mi padre se enojase con él, pero después de lo que había visto… Sin embargo, mi curiosidad y excitación por la experiencia vivida con Elena sobrepasó mi temor. Así que, el siguiente día a las cinco en punto, estaba de pie llamando a la puerta de la casa de Elena. Su madre abrió la puerta y me sonrió, yo estaba estupefacto pues esperaba que sólo estuviese Elena y suponía que su madre no tendría muchas ganas de verme, pero no. Doña Mariángeles me invitó a pasar y a sentarme a la mesa de la cocina. Yo veía su figura de diosa de la fertilidad, sus grandes pechos, sus anchas caderas y las piernas torneadas, que la camisa que vestía como única prenda permitía ver. Me preparó un bollo de azúcar con mantequilla y un vaso de leche, luego, se sentó frente a mí y me dijo que su hija se estaba duchando. Luego, se marchó a su dormitorio, el mismo donde horas antes yo la había visto retozando en la cama con sus vástagos. Yo comía la merienda con timidez cuando ella salió vestida de su cuarto y salió de la casa mostrándome una sonrisa mientras cerraba la puerta.

Al rato, apareció Elena. Era guapísima, esa carita de ángel y su piel morena enmarcada por su melena lisa y húmeda; mi atención se centró en esa toalla que apenas cubría la franja entre sus rodillas y el principio de sus pechos dejando un provocador canalillo en su escote. El aroma del perfume que se había puesto sobre su húmeda piel.

Mi excitación estaba alcanzando niveles jamás experimentados en mi corta vida, estaba a punto de ver a Elena desnuda en ese momento, o eso creía yo. Elena me invitó a seguirla hasta su dormitorio y yo la seguí como flotando en una nube. Me dijo que me tumbase en la cama y yo la obedecí como un perrito, ansiaba jugar con Elena.

Una vez tumbado, Elena me desnudó poco a poco mientras me decía que este juego me iba a gustar mucho, luego, sacó unos pañuelos de tela de colores y me fue atando con ellos a la cama. Entonces se subió a la cama y con su pie fue acariciando mi abdomen, bajaba  a mi entrepierna y luego subía a mi pecho, una y otra vez. Yo, mientras, observaba entre sus piernas vislumbrando el final de la oscura cueva que se abría entre ellas bajo la toalla. Hasta que dio por terminado el juego, cogió el último pañuelo y vendó mis ojos. Entonces me dijo que disfrutase. Lo siguiente que captaron mis sentidos fue una mano que cogía mi colita que ya estaba algo crecidita por la excitación, luego, una mano subiendo por la cara interior de mi muslo. Entonces, mi pene fue introducido en una cavidad muy húmeda, su boca, mientras sus manos acariciaban todo mi cuerpo. El movimiento, mi imaginación que veía a Elena desnuda sobre mí chupándome la colita y sus manos excitando mi piel provocaron que, rápidamente, me derramase en el interior de su boca. Cuando todavía estaba resoplando por el placer que sentía al derramarme, me quitó la venda y pude ver a doña Mariángeles desnuda con sus labios abrazando mi colita. Entonces, alzó la cabeza y me sonrió, luego, me preguntó si lo había disfrutado. Yo estaba atónito ante las risas de Elena y su madre.

Elena cogió a su madre del brazo y la llevó junto a ella, ahí estaban las dos una frente a la otra, ambas desnudas. Podía disfrutar de la imagen prohibida de una madre y una hija acariciándose, sus cuerpos hermosos, femeninos y deseables ante mí, me provocaban una mezcla de desasosiego y morbo. Los cabellos castaños de Elena y los cabellos negros de su madre se confundían mientras se fundían en un apasionado beso que provocaba sentimientos encontrados en mi interior. Una parte de mí se sentía confundida al ver a una madre y a su hija tocándose de esa manera, pero otra parte de mí se moría por acariciarlas. Tocarlas y besarlas, quería jugar con ellas, pero me encontraba atado en aquellos momentos así que sólo podía mirarlas.

Sus manos se recorrían modelando el cuerpo de la otra, como si cada una fuese un alfarero creando una diosa de barro, hasta que Elena se agachó a mamar del pezón de su madre cogiendo el seno con ambas manos, entonces deseé ser un bebé para poder mamar de aquel pezón oscuro que Elena había dejado libre.

Doña Mariángeles se tiró de espaldas sobre la cama, yo dejaba medio metro de cama vacía debido a mi corta edad y las consecuentes escasas dimensiones de mi anatomía, y Elena metió su cabeza entre las piernas de su madre para lamerle con desesperación su rajita. Doña Mariángeles gemía desesperada y agitaba sus brazos hasta que su mano tocó mi colita que había vuelto a crecer debido a las imágenes que turbaban mi mente. Levantó la cabeza extrañada, pero sin soltar mi cola, y sonrió al verla rígida en su mano, entonces, le hizo una señal a su hija para que me mirase y Elena también me sonrió. Ambas dejaron sus juegos en común y Elena se subió a la cama, puso una rodilla a cada lado de mi cabeza y se sentó de rodillas. Luego, me pidió que le diese lamidas a su rajita como ella había hecho con su madre y yo no pude hacer otra cosa que obedecerla pues quería seguir disfrutando de esos juegos. Percibía el áspero tacto de su rajita con el rubio vello rodeándola mientras mi lengua inspeccionaba los pliegues que allí habían, su madre a su espalda agarró mi cola y se la introdujo poco a poco en su rajita, aunque yo, apenas, podía imaginar lo que doña Mariángeles hacía tras su hija.

Pronto Elena estaba gimiendo mientras agarraba mi cabecita con ambas manos y su madre botaba gimiendo mientras agarraba los senos de su hija a la par que pellizcaba los pezones. Pronto noté que las manos de Elena perdían la tensión alrededor de mi cabeza y su cuerpo se relajaba, luego, yo me derramé en el interior de doña Mariángeles y entonces, me desataron quedando los tres desparramados sobre la cama. Yo estaba entre madre e hija con sus pechos junto a mi cara. Era el niño más feliz del mundo hasta que la puerta de la entrada se abrió de golpe y la voz del padre de Elena rugió llamando a su esposa. Yo cogí mi ropa y me escondí bajo la cama mientras me vestía rápidamente. Doña Mariángeles salió por la puerta y comenzó a discutir con su marido que venía con un par de copas de más. Entonces, Elena y yo salimos por la ventana y nos marchamos rumbo a la plaza del pueblo. Allí, me invitó a tomar un helado y me contó que su hermano se había marchado a casa de un tío suyo porque su padre había decidido que tenía que empezar a trabajar porque estaba claro que no valía para estudiar. Su madre y ella le estaban dando la despedida el día que yo los había encontrado y ahora habían encontrado en mí un compañero para los juegos a los que jugaban ellas.

Estuvimos hablando un rato hasta que me dijo que era hora de marcharse y que tenía que volver a casa, pero que pasase a visitarla cuando quisiese. Así que cuando ella se marchó fui a casa de Jonay para ir de caza como siempre. Llamé a la puerta de su casa y entré, me encontré con la hermana de Jonay, Marta, tenía dieciocho años y tenía un novio con el que se casaría al año siguiente. Marta me dijo que Jonay estaba en su cuarto y que podía pasar a buscarlo. Cuando entré, Jonay estaba leyendo un libro. Le planteé que fuésemos a cazar lagartos con nuestras escopetas de aire comprimido y, media hora más tarde, íbamos por los barrancos con nuestras armas al hombro. Entonces me Jonay me dijo que era un mal amigo por no invitarlo a jugar, yo me quedé helado y le pregunté de qué hablaba. Jonay me dijo que me había visto jugando con Elena en el molino; yo no sabía que decir, así que le dije que no me podía pedir que le dejase jugar con nosotros porque era un juego al que sólo se podía jugar en pareja, mentí. Entonces, me dijo que le gustaría mirar la próxima vez que jugásemos, sin embargo, a mí no me hacía ni pizca de gracia que viese a mi Elenita desnuda, ya me sentaba bastante mal pensar que el idiota de su hermano la hubiese tocado.

Es el egoísmo de un niño, no se quiere compartir el afecto de las personas que te importan y para mí Elena era mi princesa, aunque después descubriese que era la chica fácil del pueblo y que con frecuencia se iba con hombres, viejos y jóvenes, a darse revolcones en el campo, pero a mis ojos era tan dulce. Su madre me daba igual aunque despertase en mi cuerpo aquellas sensaciones tan excitantes.

El caso es que le dije a Jonay que era como si yo le pedía ver desnuda a su hermana, Marta. Yo pensaba que eso echaría para atrás a Jonay, pero éste se quedó pensativo y me miró muy serio para decirme que habíamos hecho un trato.

A la mañana siguiente, nos encontramos en el corral que había detrás de la casa de Jonay. Eran las ocho de la mañana y Jonay me dijo que su hermana se levantaba a las ocho y media todos los días, así que fuimos hacia la fachada donde estaba la ventana que da al baño de su casa. Colocamos dos escaleras y esperamos a que Marta se levantase. Al poco rato, Marta entró al baño y lentamente se fue quitando el pijama mostrando sus formas ante nuestros ojos. Marta era menos bonita de cara que Elena, pero tenía unos pechos tan grandes como los de doña Mariángeles y una cintura fina como la de Elena, sus muslos gruesos y firmes acababan en unas nalgas gordas, erguidas y altivas. Tenía un cuerpo como sólo había visto en las revistas que mi tío escondía entre los libros de su biblioteca.

Poco a poco, Marta se iba desperezando y contoneaba su cuerpo para desentumecer sus deliciosas formas. Se metió en la bañera, se tumbó en ella dejando que el agua cubriese su cuerpo poco a poco y comenzó a acariciar su cuerpo con suavidad, pasaba sus manos por la frondosidad del vello de su entrepierna, agarraba sus pechos y pellizcaba sus pezones. Sus gemidos suaves, pero graves, habían provocado que mis calzoncillos se quedasen pequeños para acoger a su ocupante. Pronto, pude ver como se acariciaba su rajita con especial intesidad, luego, abrió el grifo y apuntó el chorro a su entrepierna. Sus gemidos aumentaron hasta que se empezó a retorcer para quedar lacia en la bañera como flotando pero, cuando abrió los ojos, quiso el destino que apuntasen directamente a los míos y yo del susto resbalé y caí de la escalera al suelo. Jonay bajó de la escalera y se las llevó al garaje. Yo miraba mi rodilla sangrando por la herida que me había hecho al caer cuando Jonay me recordó nuestro trato y yo tuve que volver a casa a meditar como iba a organizarlo para que mi amigo nos viese a Elena y a mí jugando otra vez. No me hacía mucha gracia, pero un trato era un trato.


Me gustaría que me escribiesen a mi correo y me contasen, historias poco frecuentes o lo que opinan de mis relatos. La idea es aprender un poco más de las personas, para enriquecerme interiormente.
martius_ares@yahoo.es