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Las tres nietas de don Sebastián (9)

en Interracial

Las tres nietas de don Sebastián 9

Supongo que para entender lo que pasó aquella noche debo remontarme a un mes antes de aquel día. Vamos a ver…

Era como medio día y estaba tirado en el sofá de Yimi otra vez. La noche anterior habíamos cogido a un par de “guarrillas” de discoteca. Sí, un par de niñatas que andaban con aquellos que les invitasen a cubatas y a otras necesidades que estimulasen sus lindas varicitas. El caso es que Yimi, quien, por cierto, era ya mayor de edad diecinueve años tenía el tejón, es decir, tres más que yo, se había llevado en su coche a las dos niñatas mientras yo reposaba en el sofá mi cuerpo. Entonces, llamaron a la puerta.

Gran dilema, abrir o no abrir en la casa donde se es invitado pero, como a mí me daba igual, abrí. Entonces, vi a un angelito negro como los de machín, pero este sí tenía sexo. Una raja que no podía ver pero que intuía negra como el carbón y un par de tetas gordas como mi cabeza, bueno, no tanto, que sí que podía apreciar, intuir y, si la mujer que iba junto a ella no me hubiese mirado con ojos de “Matar-al-blanquito”, hubiese palpado con gusto.

Porque ese angelito venía acompañado por una señora negra como ella sola y una niña de catorce añitos que me miraba curiosa.

Por descontado, la mujer no estaba buena. Era una mujer de unos cuarenta años pero de manos muy gastadas con un culo gordo y unas tetas gordas que no vestía de una forma muy sexy. Además, junto a aquel angelito que me miraba sonriente cegándome con dos hileras de los dientes más blancos que jamás me hubiese podido imaginar.

- Buenas, ¿qué desean?

- Soy la madre de Yimi, ¿quién eres tú?- me dijo la mujer de forma poco amable, lógico con mi cara de degenerado al ver ese chochito negro frente a mí.

- Soy un amigo de Yimi. Él ha salido.- no me dio tiempo a invitarlas a pasar porque esa mujer atravesó la puerta echándome a un lado prácticamente. Sin embargo, la cara amable del angel negro y la cara divertida de la niña al pasar a mi lado me resultaron prometedoras. Sí, prometedoras pues, aunque era imposible que ocurriese, mi cabeza comenzó a barajar el hecho de que jamás me lo había hecho con una negra.

El caso es que poco a poco les fui sonsacando que la madre había venido de Senegal con la bella Lisa, quien no era otra que la prometida de Yimi, y la hermana de Yimi, Louise. Una niña que poseía el encanto de esas niñas africanas con el pelo enredado en trencitas y una sonrisa llena de dientes blancos.

Pero, si ellas eran amables con sus preguntas, esa mujer pensaba que yo era un tratante de negros. En fin, que la mujer por fin se olvidó del blanquito y pasó a decir que la casa no tenía comida, que estaba sucia,… El caso es que decidió bajarse con la pequeña al supermercado de la esquina. Ahh, esa fue mi oportunidad. Supongo que diréis que era una canallada intentar seducir a la prometida de alguien que me daba cobijo en su casa, pero Yimi no era un amigo para mí, sólo alguien que estaba a mi servicio.

En fin, pudo más el deseo que otra cosa y evalué la situación como se presentaba.

Tenía una hora a lo sumo hora y media para tirármela pues era lo que tardarían en dar con el supermercado del barrio y hacer una compra. No podía perder el tiempo diciendo memeces que probablemente ni entendería.

Me senté junto a ella y comencé una charla sobre el viaje en avión. Hasta conseguir que me dijese que le dolía el cuello por las horas sentada, típico. Cuando levantó los brazos para “mostrarme” su dolor, como si el dolor fuese algo visible…, fue mi oportunidad. Me lancé sobre ella. Mi boca buscó la suya y mis manos su cuerpo. Una fue a su entrepierna y la otra a su nuca, mientras mi cuerpo aprisionaba sus brazos. Minutos antes podía ver el deseo en los ojos de aquella joven que sería poco mayor que yo, aunque en teoría menos viajada. Claro que siempre existía la posibilidad de que fuese mi obsesión de que todas las mujeres son putas y estuviese violándola. Afortunadamente, tenía razón o era muy caliente, pues a la primera que tuvo oportunidad se me tiró encima para quitarme la camiseta y jalar mi rabo con una violencia que prometía.

Vaya que si prometía pues ella misma se desnudó, me desnudó y se bajó a catar mi extremo “más duro” en aquellos momentos y que endurecía incluso con la humedad de su boca como la poxilina. Endurecía y endurecía hasta que me preocupé de no tener tiempo de follármela si me costaba levantar otra antes de que la mamá de Yimi volviese. La detuve y la puse en cuatro para acariciarla como a una yegua para que se calme. Busqué sus tetas grandes y su raja oscura hasta que rebuznó que la montase. Eso hice para descubrir que era una leona como las del Serengeti que se me abalanzó para devorar mi rabo con la mandíbula de su entrepierna y cabalgarme como una amazona. Su piel negra se perlaba con el sudor y brillaba con la luz del mediodía que se reflejaba en el edificio de enfrente y entraba por el balcón.

Me montó de una manera increíble hasta que ambos nos retorcíamos por el placer, bueno, hasta que yo me retorcí pues, cuando mi amigo se agota, la fiesta termina. Por unos minutos…

El problema vino cuando la puerta se abrió y apareció la hermana de Yimi. Joder…, afortunadamente, la madre no venía con ella y se quedó en el salón frente a nosotros con la boca abierta. Sólo pude cortarle la salida antes de que amagase con irse y la cogí de los hombros para llevarla junto a Lisa, quien entendió por mi mirada cómo silenciarla.

Lisa comenzó a decirle palabras en su idioma que la tranquilizaron y comenzó a desvestirla. Yo sólo podía calcular que si la niña tenía el juego de llaves que le había dado a la madre, estábamos a salvo pues la madre no nos pillaría por sorpresa ya que la puerta estaba cerrada y Yimi tardaría mucho en venir pues trabajaba aquel día hasta tarde.

Mis manos buscaron los pechos de la linda Louise, pechos pequeños aún pero que prometían crecer para alcanzar el nivel de su futura cuñada. Mis dedos ajustaron la hora en sus pezones hasta que la alarma sonó y su respiración se acentuó de manera que cuando mi boca buscó la suya, apenas daba abasto su nariz para contener tal caudal de aire. Y separó su boca para gemir, pero no por mis caricias sino por las que la boca de Lisa infundía en su rajita oscura como la de Lisa. Su lengua al igual que había hecho en mí elevaba el ánimo de Louise hasta que se desmadejó, ahora, era mi turno y la apoyé en el sofá para penetrarla con mi nueva erección y robar su virgo de la forma más brutal que pude pues esa carne oscura me había enloquecido y no podía hacer otra cosa que embestir como una bestia de esas que campean por las tierras castellanas.

Y volví a derramarme para ver la sonrisa de ambas que se refugiaron en mi pecho para que se repitiese la historia pues volví a ser sorprendido pues la puerta se abrió y nos descubrió. Afortunadamente, no era Yimi que era lo que yo temía sino la vieja que había hecho una copia de la llave. No era lo peor, pero el bicho entró hecho una fiera y se lanzó contra mí con el bolso llamándome de todo menos bueno, imagino pues lo decía en su lengua. Yo corría en bolas por la casa hasta que me dije que esto no podía seguir así. Le agarré las manos y la llevé a la fuerza hasta la cama de Yimi. Miré a las niñas que me siguieron y, cuando la sujeté contra el colchón, ví que la vieja estaba absorta con la erección que había tenido a causa de la lucha.

“Vaya, parece que lo que le pasa a la vieja es que el viejo Kunta no le da caña y por eso anda encabronada”, pensé. No me atraía, no era hermosa, no tenía una buena figura y no era joven, pero me la iba a follar para silenciarla y porque me daba morbo tirarme a una mujer mayor, negra y que era la madre de un amigo.

Lisa la fue desnudando mientras mis manos jugaban con sus pechos. Excesivamente grandes y con muy poca consistencia. Decidí hacerlo como los perros y follármela por detrás tras quitarle las bragas. La sujeté por la nuca contra el colchón y se la clavé con dureza mientras las niñas miraban excitadas. La follé durante un buen rato ella se estremecía y al final me derramé por tercera vez aquella mañana. Obvio que serían corridas poco voluminosas pero en un preservativo eso es inapreciable.

Y allí quedaron jugando entre ellas las tres. Yo me llevé las tres bragas como trofeo cuando me fui pues existía la posibilidad de que Yimi llegase para comer y me trincase en plena faena.

El resto es como relaté en el relato anterior. Me callé como una puta durante un mes mi hazaña hasta que la mañana de aquel día me llamó un colega para decirme que había visto a Yimi y a Raquel, estaban juntos en el parque dándose el lote. Yo me cabreé porque a nadie le gusta que le toquen sus cosas pero pronto recordé como humillar a Yimi. Pasé por mi casa recogí las tres bragas y fui a donde sabía que se encontraba la pareja. El resto ya lo saben.

Yimi no se volvió a acercar al instituto, probablemente, se cambió de centro y no volví a verlo. En cuanto a Raquel, no la vi en meses hasta que una tarde a la salida de clase vino a verme cuando iba para mi casa solo. Me rogó que la perdonase y que estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa para que la dejase estar conmigo. Yo no dije nada, de hecho, como dije, jamás le volví a hablar. La llevé a los jardines que habían en un parque que había de camino a mi casa. Busqué un lugar apartado y la fui desnudando ante su mirada llorosa de resignación pues no debía hacerle gracia estar desnuda en un lugar público con lo pudorosa que era.

Se tapaba los pechos con los brazos pero con una mirada le indiqué que no lo hiciese y se dejó hacer. Mis manos buscaron sus pechos cálidos y firmes que se amoldaban perfectamente a mis manos al igual que lo hacía su rajita a la forma de mis dedos cuando estos se introducían en ella para hacer que se retorciese como una serpiente y sus labios se retorcieran como su cuerpo buscando mi boca que era tan inaccesible a la suya como el cielo para la mano de los mortales. Se dejó llevar por mis caricias que pronto aceleraron su respiración y contra una roca-mojón-elemento decorativo la penetré hasta descargar mis humores. Ella se retorcía desnuda en medio de la hierba. Si alguien pasó por aquella zona, se debió divertir con el espectáculo de la mamada que me hizo cuando me tumbé y le indiqué que me chupase. Desnuda, subía y bajaba su cabeza usando únicamente su boca para agasajar mi centro de sabiduría. Sus pechos se bamboleaban al ritmo de su cabeza y mi mano guió agarrando su linda cabellera hasta que vi que no aguantaba más y la tiré en el césped para derramarme en su cara. Luego, me marché sin decir una sola palabra. Esa fue la rutina de nuestra relación. Yo la usaba y ni siquiera le hablaba. Su aspecto se deterioró mucho, adelgazó mucho y siempre estaba ansiosa cuando nos encontrábamos buscaba desesperada agradarme pero yo sólo le daba la esperanza de que si seguía complaciéndome le diría algo

Así pasaron los meses hasta que intentó suicidarse y su madre se la llevó a un centro en otra ciudad. Siempre lamentaré todos mis pecados y probablemente mi alma jamás descansará por todo el mal que hice a las mujeres que toqué pero sólo puedo decir que yo no soy aquel tipo.

El Tomás que narra esto no es el Tomás que se fue de aquel pueblo aquella tarde de verano tras perder su corazón. Y quizás el peor castigo es haber vuelto a recuperar el corazón para poder lamentarme de ese mal que causé.

Y bueno, ese es el Tomás que volvió con diecisiete años al pueblo de nuevo para reencontrarse con esas tres mujeres que habían cambiado definitivamente su existencia.

Continuará.

Bueno, al final, encontré un rato para acabar este relato y dar por finalizada esta parte. Siempre digo lo mismo así que no me repetiré más sobre lo de los comentarios. Ya sabéis: martius_ares@yahoo.es

Hasta la próxima.