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Justicia Divina 01

en Amor filial

Justicia Divina

-¿Qué hace falta para que vuelvas a tus estudios y dejes de preocupar a tus padres?- era la sencilla pregunta que le formulé a mi primo, Luis, aunque la respuesta no parecía tan simple, pues tardó en responder.

-Venganza- contestó mirando al techo sobre la cama en la que había yacido desde el incidente que lo alejó de esa exitosa vida de estudiante hacía ya tres meses.

Su madre, mi tía, lloraba todos los días desde entonces en el salón de la casa de mis padres contándole que mi primo no se levantaba para ir al instituto, que apenas comía y que, si seguía así, no podría presentarse a la prueba de acceso universitario. Lo cual era una pena pues era el genio de la familia, con un expediente académico excelente podría hacer cualquier carrera incluso en el extranjero. Como es lógico, mi madre me pidió que hablase con él para ver si podía hacer que recapacitase y acabé yendo de visita a casa de mis tíos.

No había vuelto a casa de mi tía desde que me había marchado a la universidad con dieciocho años y los recuerdos de mi niñez se amontonaban. Mi tía me había saludado con dos besos y me indicó que mi primo estaba en su cuarto como siempre. Me dirigí hacia su cuarto a través del pasillo y pasé junto al cuarto de mi prima, Maribel, la hermana mayor de Luis. Ella vivía ahora en Barcelona pero, cuando yo tenía trece años y ella quince, en ese mismo cuarto, perdimos la virginidad. Hablo en plural, pero quizás debería hacerlo en singular pues no se puede hablar de virginidad en el hombre. Siempre me pregunté si mi tía llegó a saberlo.

El aroma de su cuarto no había cambiado y me hizo recordar los juegos infantiles que en mi niñez ocupaban mi tiempo cuando mis padres me dejaban en casa de mi tía al cuidado de mi prima. Recuerdo aquella noche en que mis padres y mis tíos salieron a cenar y a bailar dejándonos solos a Maribel y a mí. El pequeño Luis de tres años estaba dormido mientras Maribel y yo veíamos una película de terror. Juntos en el sofá y abrazados, las escenas eróticas que ambientaban aquella película de terror hicieron mella en mi mente que entraba en la pubertad y comencé a fijarme en el cuerpo de Maribel, más concretamente, en sus pechos que se marcaban bajo una camiseta grande que tapaba su cuerpo. El olor del champú que había usado una hora antes para ducharse y que ahora emanaba de todo su cuerpo.

Empecé a percibir el tacto de su piel y mi entrepierna comenzó a responder haciéndome coger un cojín para ocultar esa reacción fisiológica que me ponía en evidencia todas las mañanas. Podía ver esos pechos juntos, tersos y firmes a través del cuello de la camiseta. No podía dejar de mirarlos al tiempo que temía que bajara su vista de la televisión para verme. ¿Qué era lo que me pasaba?

Lo siguiente que llamó mi atención fueron sus muslos. Suaves y firmes, como todo su lozano cuerpo, sus muslos se perdían en el bajo de la camiseta que le servía de pijama, pero lo suficientemente arriba como para intuir sus braguitas blancas. No podía más de calentura y, cuando me moví pues mi sexo me incomodaba, me desequilibre de manera que mi mano acabó apoyada sobre sus muslos. Ella no se alteró, pero a mí se me fue el aliento. No podía ni moverme temeroso de que Maribel hubiese descubierto lo que pasaba o simplemente se hubiese enfadado con mi atrevimiento, pero no hizo nada y los segundo pasaron lentamente con los golpes de mi corazón que hacían vibrar mi cuerpo. No sabía si retirar mi mano o dejarla en el sitio pues, si la retiraba, ella se daría cuenta de que la coloqué allí y que me excitaba hacerlo; mientras que, si la dejaba, era porque lo disfrutaba y podría darse cuenta de mi excitación. Pero el tiempo pasaba y ella sólo seguía el hilo de la película que hacía largo rato había dejado de interesarme.

Una escena asustó a Maribel que me abrazó aterrada y sus pechos quedaron comprimidos en mi espalda. Probablemente, si el paraíso existe, la sensación debe ser muy parecida a lo que sentía en esos momentos pues los pechos de mi bella prima que, si bien no eran enormes, eran bastante grandes para su frágil figura. Y me dejé abrazar por detrás mientras agradecía que no pudiese ver mi cara que debía ser la del perfecto pajillero.

La película acabó y yo había disfrutado todas las escenas que sobresaltaban a mi prima pues constituían las memorias para mis futuros momentos onanísticos. Sin embargo, esa noche me tenía reservado algo increíble pues mi prima vino con una cerveza de la cocina y me invitó a beber, cosa a la que me negué pues, en aquella época, aún era un niño bueno. El caso es que, entre trago y trago, una pregunta me sobresaltó.

-¿Has besado a una chica alguna vez?-me preguntó sin que yo me atreviese a contestar completamente rojo.

- ¿Quieres que te enseñe?-simplemente asentí. Y sólo recuerdo que ella dejó el botellín sobre la mesita de café y se acercó lentamente hasta que sus labios tocaron a los míos. Cerré los ojos y sentí como su lengua se abría paso a través de mis labios al interior de mi boca acariciando juguetona a mi lengua. Tras saludar a mi lengua, investigó con suavidad mis encías y el paladar para volver a su casa. Luego comenzó a morder mi labio inferior suave pero firmemente. Yo sólo me dejaba hacer hasta que se separó y me preguntó si me había gustado. No contesté sólo la miraba a los ojos totalmente aturdido y sonrojado. Ella debió comprender que sí y mucho pues me sonrió con picardía al tiempo que me preguntó si había visto alguna vez el cuerpo desnudo de una mujer. Sin dejarme contestar, me hizo una propuesta a la que sólo pude responder asintiendo nuevamente pues sin respiración, como estaba, no podía hablar.

- Te muestro mi cuerpo si me enseñas el tuyo.

Ella sólo se quitó la camiseta y su cuerpo quedó a la vista salvo su sexo que quedó cubierto por esas braguitas blancas. Sin duda, yo había hecho el negocio pues tenía ante mí el cuerpo de mi prima. Una quinceañera morena, de cuerpo espigado, metro setenta y totalmente moldeado con las formas más deliciosas que uno pueda imaginar. Sus azules me miraban fijamente esperando que yo le mostrara mi cuerpo de trece años el que estaba seriamente acomplejado pues era todavía lampiño, lejos de la espesa mata de pelos del pecho de mi padre, sólo tenía vello en la entrepierna y mi cuerpo pese a superar ligeramente a mi prima en altura era muy fino, nada que ver con las anchas espaldas de mi padre o sus robustos brazos. De cara nada del otro mundo, pelo negro y ojos marrones.

Pero ella, se quedó fascinada por la rigidez del miembro y se acercó para agarrar el tronco. Me preguntó si me dolía y cómo podía estar tan duro. Yo sólo tenía ojos para sus pechos y ella lo notó. Con una sonrisa pícara, me invitó a tocarlos y yo a esa altura no lo dudé pero tuvo que animarme pues mi mano parecía converger infinitamente a sus pechos sin llegar a alcanzarlos nunca pues mi brazo parecía encogerse según mi mano se acercaba a su pecho. El caso es que finalmente, con una mano temblorosa, agarré la suavidad y la firmeza de ese joven pecho. Mi cara se acercó ya totalmente metido en mi mundo un mundo que giraba en torno a aquel exquisito pecho.

-En la película, aquel chico besaba los pechos de su novia. ¿Quieres probar?-me dijo de repente y yo sólo acepté la invitación. Los fui besando hasta que llegué al pezón y lo agarré ligeramente con los dientes provocando un gemido en Maribel. Eso me envalentonó y así el otro pecho con la mano izquierda y comencé a jugar con ambos. Ella se recostó en el sofá y me dejó hacer hasta que me cansé del juego y mis besos se encaminaron a su ombligo a través de su abdomen hasta que me picó la curiosidad de cómo sería su sexo. Mis manos agarraron las braguitas y las deslizaron tras una confirmación visual de Maribel.

Su sexo era negro y ensortijado, pero arreglado para quedar oculto bajo el escueto bañador en la piscina y en la playa. Sin embargo, mi atención se centró en esa rajita y mi dedo índice comenzó a explorar esa gruta mientras mi prima se sonrojaba más y más con mis pesquisas. Mi dedo se deslizaba entre los pliegues que delimitaban la entrada y mi mano izquierda de deslizaba por el muslo para dejarme espacio entre sus piernas. Podía percibir como iba humedeciéndose según me adentraba en esa gruta y cómo sus muslos daban respingos de cuando en cuando. Mi mano izquierda que tenía sus planes propios volvió a sus pechos mientras mi dedo y mi mente seguían con la exploración de la gruta del placer hasta que mi prima se levantó y me agarró de la mano.

Yo me sobresalté pensando que había llegado muy lejos y que estaba enfadada o que le había hecho daño. El caso es que me arrastró hasta su cuarto y me empujó sobre su cama. Yo sólo intentaba disculparme pero me agarró el tronco de mi pene que estaba rígido como yo y comenzó a moverlo lentamente hasta que le dio un lametazo. Yo no podía creerlo, pero menos lo creí cuando trepó sobre mí y dirigió mi ariete a la entrada de su gruta para que derribase las murallas de su virginidad de golpe al dejarse caer. Sólo gimió y una lágrima se deslizó por su mejilla antes de abrazarme la cabeza y oprimirla entre sus pechos. Luego se relajó un poco y comenzó a botar sobre mí haciendo que mi cuerpo se sintiese extrañamente complacido por esas caricias húmedas y cálidas. Luego ella me dijo que me moviese yo y de la forma que intuía que funcionaba la cópula moví mis caderas metiendo y sacando mi miembro hasta que mi cuerpo se tensó y descargué sobre sus sábanas para caer de espaldas en el suelo.

No me abrí la cabeza de milagro. Sonreí al recordarlo y cómo metimos las sabanas sucias con mi semen y restos de sangre en la lavadora. ¡Cómo había pasado el tiempo!, mascullé y seguí hacia el cuarto de mi primo.

Continuará.

Si alguien quiere contactar conmigo, especial invitación a las lectoras (cómo todos), que me escriba a: martius_ares@yahoo.es

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