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El Chapucero 3

en Orgías

EL DIABLO Y LA PUTA

Habían pasado tres semanas desde mi reunión con Roberto Tabares y prácticamente tenía listo mi plan de actividades. Incluso había hecho un diagrama de Gantt, aunque no es que eso sirviese de mucho; es sorprendente lo que podemos llegar a hacer cuando estamos aburridos.

Lo primero es atacar un problema por su lado más débil y en una familia, son siempre los hijos. Esto era una familia, desestructurada, reestructurada o como narices digan ahora los sociólogos. A través de Roberto, había entrado en contacto con el tutor de su hija menor y éste, que sentía mucha más simpatía por Roberto que por su esposa, igual era gay o quizás era simple solidaridad de divorciado, accedió a participar en mi plan.

Un par de días más tarde, Hipólito García, que así se llamaba el tutor de la clase a la que pertenecía Clara, concertó una cita con Elena, esposa de mi patrocinador y madre de la joven estudiante preuniversitaria. En dicha reunión, Hipólito le expuso a Elena las dificultades que tenía su hija en la asignatura de Matemáticas. Todo una invención, pues la joven destacaba en todas las asignaturas por encima de sus compañeros, pero el temor de una madre a que su hija fracasase en el acceso a la universidad y la confianza en el personal del prestigioso y carísimo centro escolar hicieron que la mujer aceptase las palabras del profesor sin ofrecer ninguna resistencia. Tanto fue así que ésta se acogió con entusiasmo a la solución que el docente le ofreció.

Un conocido suyo que daba clases particulares de matemáticas podría visitar todos los días a su hija en su domicilio hasta que ésta se presentase al examen de acceso a la universidad. Esto sería suficiente para garantizar los resultados de su hija en dicha prueba. No fue para la madre ningún problema la tarifa del profesor particular.

Así que me encontré aquella tarde sentado en un sofá de una gran sala de una casa de un barrio residencial de clase alta a las afueras de la ciudad. La hermosa madre, doña Elena, parecía satisfecha con mi apariencia. Unas gafas falsas y un traje pasado de moda, adornado con una pajarita roja, me daban la apariencia de rata de biblioteca.

Elena era lo que los jóvenes de ahora llaman MQMF, una belleza madura y elegante, cerca de los cuarenta podría decir que tenía diez años menos sin perder credibilidad. Una melena roja como el fuego, unos gruesos labios y unos ojos verdes hipnotizadores captaron mi atención cuando entré al hogar, olvidándome de los matones que me miraron con cara de malas pulgas al pasar a su lado. Sin embargo, lo que atrapó mi mirada fueron el par de tetas que colapsaban el hermoso escote que tenia a bien lucir la señora. Un par de tetas que destacaban en la esbelta figura de esa mujer. Me preocupó que pensara que era un salido así que dirigí mi mirada a su hija. La joven sentada en el sofá junto a su madre tenía la mirada fija en el suelo. No parecía muy contenta con la idea de tener clase con un profesor particular todos los días, pero acataba las órdenes de su estricta madre.

Esa adolescente era la prueba de que la manzana nunca cae lejos del árbol, si bien su figura esbelta distaba de la voluptuosidad de la de su madre, el pelo rubio y los ojos entre azules y verdes le conferían un aura virginal. Unas manos delicadas y unos pies hermosos sobre unas sandalias la convertían en la viva imagen de una de esas vírgenes vestales. Rasgos delicados que bien podrían haber sido los de su madre años atrás.

Conversé con su madre y, a pesar de que con gusto hubiese deleitado mis ojos con ese par de bellezas, sin embargo, me esforcé en concentrarme en lo que me había traído a esa casa.

No vi al argentino por la casa así que supuse que estaría haciendo gestiones en la empresa; por otro lado, me di cuenta de cómo los matones no entraban en la casa. Seguí haciendo un mapa de la casa en mi camino al comedor de la casa donde comenzaríamos las clases. Supongo que la madre no quería dejarnos solos en un dormitorio, pues si bien, un tipo como yo no era atractivo a una belleza como su hija, la ocasión hace al ladrón así que la gran mesa del comedor nos daría la intimidad justa y necesaria para las lecciones que le daría a su hija, sin tener una superficie horizontal acolchada para montar a su hija.

Necesitaba algo de tiempo para rondar a gusto por la casa así que saqué de mi cartera treinta páginas de problemas matemáticos desde una simple suma a series de Fourier y ecuaciones en derivadas parciales. Un corta y pega de internet que me garantizaba tener a la nena entretenida las dos horas que debía trabajar con ella. Le pregunté donde se encontraba el aseo y la dejé enfrascada en los ejercicios.

Lo mejor de los aseos es que están junto a los dormitorios y es una excusa que se acepta siempre. Subí las escaleras y pasé junto a un dormitorio de niña con paredes en papel rosa. Sin duda, era la habitación de Clarita. Un ordenador bastante nuevo presidía el escritorio de la adolescente y, para mi suerte, esta encendido. Enchufé una memoria USB para descargar un programa que me permitiría abrir una puerta a ese ordenador desde un equipo remoto. Me sentí tentado de revolver los cajones de su armario en busca de ropa interior, pero preferí seguir mi ronda por los dormitorios.

Pasé por lo que debía ser el dormitorio de la mayor de las hijas, pero unos ruidos atrajeron mi atención. En el dormitorio, del fondo del pasillo, había una fiesta montada al menos eso era lo que la risas de doña Elena me hacían pensar. Así que quise ver cómo se entretenía esa mujer y para ello saqué uno de esos juguetes que vaciaban mi cuenta corriente con frecuencia. Una minicámara al final de un cable que pasaba por pequeños agujeros como una cerradura grande de baño o de dormitorio. Y tras hacer pasar la cámara por el ojo de la cerradura encendí la minipantalla al que se conectaba el cable de fibra óptica.

¡Menudo espectáculo! Al parecer, mi primera impresión era errónea y la señora dejaba que los perros entraran en casa. En la pantalla, aparecía esa voluptuosa figura con los pechos al aire de rodillas sobre la cama de matrimonio rodeada por los tres “rusos” que se turnaban para saborear y manosear las diferentes áreas de la sensual anatomía de esa diosa del sexo. A mí, me llamaron la atención especialmente, esos ojos cargados de vicio y esa decadente boca húmeda.

No tardó en lanzarse a por la bragueta del más corpulento de sus perros guardianes y encontrar lo que deseaba. Un rabo gordo y largo que no dudó en degustar mientras otro de los perros le bajó una tanga, que se escondía entre las generosas nalgas, mostrando un sexo depilado y oscuro. La lengua de el otro se lanzó a explorar ese sexo y la mujer abrió bien las piernas para que el guardaespaldas se metiese entre estas a hacer un buen trabajo. Un espasmo hizo que ella soltase el rabo que tenía en la boca y varios borbotones de semen cubrieron su viciosa cara. El propietario del líquido se sentó en una silla junto a la cama sudoroso y jadeante, por lo que, la señora reclamó al otro perro.

Con desesperación, como un niño que desenvuelve un caramelo, sacó el erecto miembro del matón y comenzó otra mamada. Hasta que paró y le ordenó al que le comía su vulva que la follase. No hizo falta que le repitiese la órden, éste salió escopetado de debajo de la señora y se deshizo de sus pantalones para apuntar su erecto miembro a la abertura de aquel sexo oscuro y pelado. Comenzando a penetrarla como una perra, mientras ella soltaba guturales gemidos sin dejar de mamar aquella otra verga. Finalmente, soltó la verga y un gemido anunció el placer que le sobrevenía.

Fue consciente de que el grandote y poseedor de la mayor de las vergas volvía a estar en forma. Lo llamó e hizo que se tumbase para montarse en esa verga. Luego invitó a quien la había estado follando a que visitase su culo y poco a poco cumplió su orden comenzando ambos a penetrarla rítmicamente. Cuando ella se hubo acostumbrado a este ritmo, asió el rabo del tercero y lo llevó a su boca.

La orgía continuó hasta que uno tras otro se derramaron en cada una de las tres oquedades de la señora. Ella se quedó desmadejada sobre la cama y ellos tomaron asiento en el suelo. Todos sudorosos y sin aliento.

Desconecté la cámara, la guardé en mi cartera y bajé al comedor donde la joven Clarita trataba de resolver la primitiva de una función, sin haber sido consciente de cuánto tiempo había estado supuestamente en el aseo.

Llegó la hora y recogí lo que había podido resolver. Le dije que, al día siguiente, le traería los resultados y comenzaríamos con las clases. Ella sólo asintió y se despidió de forma risueña. Salí del comedor y doña Elena me esperaba sentada en un sillón leyendo una revista. Se levantó y se interesó en el nivel de su hija. Le seguí la conversación, más atento al cambio de humor que en ella había tenido lugar, al brillo de sus ojos, a sus facciones más relajadas y a ese sensual mohín que hacía con la boca mientras me escuchaba.

En mi salida, pude comprobar que los perros volvían a estar en el jardín y me pregunté si Clara era consciente de lo guarra que era su madre. Serían las hijas igual de putas que su madre, se cumpliría “el refrán de tal palo tal astilla”.

Continuará…

Se agradecen los comentarios.

martius_ares@yahoo.es