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Las tres nietas de don Sebastián (5)

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Las tres nietas de don Sebastián 5

Creo que había dejado mi relato la última vez diciendo que estaba muy bajo de moral. No estaba deprimido porque no soy lo suficientemente inteligente como para deprimirme pero, por primera vez en mi vida, no estaba a gusto en el pueblo. De pequeño, había recibido palos en el cuerpo en aquel pueblo; sin embargo, estos palos en el alma eran muy dolorosos. Supongo que con los años te salen callos en el corazón y ya no sientes ese dolor de la primera vez. Supongo que debería haberlas enfrentado como un hombre a ambas, tal y como rezaba el consejo de mi padre, pero yo no lo entendía así y dejé transcurrir el tiempo día tras día evitando a todo el mundo, cosa difícil en aquel pueblo en fiestas.

Supongo que, cuando un día surgió la posibilidad de ir con mi padre fuera del pueblo, acogí como un regalo ese encargo. Y otra vez, viajé en aquel SEAT Ronda gris metalizado, el mismo gris que cubría mi corazón en aquellos instantes y que marcaría mi carácter de por vida; sin embargo, eso es otra historia.

Fue uno de esos viajes con mi padre en los que yo hacía de copiloto-oyente y escuchaba las charlas de mi padre mientras observaba el paisaje. Supongo que, como todos, tardé mucho en comprender lo que me decía. Fuimos al pueblo de al lado en busca de bebidas y demás cosas para la casa de mis abuelos pero que me permitió huir de los problemas que me aquejaban. Estábamos solos en el coche y el silencio pronto sólo fue roto por el roce del aire con el coche a causa de la velocidad que se superponía a ratos al sonido rítmico del motor de explosión.

Fue en esos momentos de tranquilidad cuando decidí las palabras con las que me enfrentaría a Laura. Palabras llenas de carácter y raza, palabras convincentes y honestas que saliesen de mi corazón con la fuerza de un ciclón y arrasaran las fortificaciones de su corazón para permitirme acceder allí a donde mi alma deseaba. Así que decidido hice el camino de vuelta, iría directamente a su casa nada más llegar. Llegamos a las ocho de la tarde y cuando fui a casa de don Sebastián supe que no se encontraba allí pues había salido a dar una vuelta por la fiesta en la plaza y, por supuesto, me encaminé hacia allí. Mi voluntad se había decidido y no había nada que me detuviese. No la encontré por la plaza entre el gentío, pero no me desanimé y seguí buscando hasta que mi corazón se destrozó. Pues, en una de las esquinas donde la plaza desembocaba en una oscura calle sin farolas, estaba Laura besándose con un chaval que disfrutaba de esa boca maravillosa con su sentido del gusto, que se complacía de la suavidad de sus pechos con el sentido del tacto, que se deleitaba con el aroma de su piel con el sentido del olfato, que se admiraba con los gemido de excitación con el sentido del oído y que no creía posible la belleza que su sentido de la vista le mostraba. Pues Laura era una mujer que satisfacía los cinco sentidos y el corazón, el que perdí aquella noche de verano, aunque no noté su falta hasta un tiempo después.

Ella no me vio y me perdí de nuevo entre el gentío hasta que una cerveza acabó en mis manos, a esta le siguió el vino, al vino le siguió el whisky y acabé vomitando lo ingerido más litros de mi bilis como si fuese una babosa. Me recuperé bebiendo agua de la fuente y cogí rumbo a mi casa, aunque mi brújula estaba realmente estropeada por lo que di el rodeo del año por todo el pueblo. Supongo que fue el destino el que quiso que volviésemos a cruzarnos Laura, su amante y yo; y quizás fue también, el destino, el culpable de que los viese entrar en el mismo pajar donde yo había encontrado a Elenita jugando al poker días atrás. Sin embargo, el destino es todavía más irónico de lo que parecía en aquellos momentos.

No sé porqué pero volví a hacer a trancas y barrancas el camino que había hecho hacía unas semanas y me descolgué por el pajar. No sé si era un pervertido, un amante celoso o un tonto, pero ahí estaba observándolos en la oscuridad cómo se daban el lote. Observé sus cuerpos a la luz de una luna llena que cruzaba un ventanal y les iluminaba de lleno. Odiaba cómo las manos de ese imbécil tocaban el cuerpo de mi bella Laura, odiaba que besase su boca, pero lo que más odiaba era que ella le correspondía, sus manos le acariciaban la cara como acariciaba la mía. Sus labios besaban los de él como antes habían besado los míos y no podía soportarlo y, sin embargo, seguí mirando para seguir sangrando a través de esa herida que se había formado en mi corazón.

Poco a poco sus manos se hicieron fuertes en ese culito firme y carnoso, duro pero agradable al tacto. Se introducían bajo sus braguitas blancas y exploraban la húmeda hendidura que ya no podría disfrutar más. Mi ira tensó mi puño cuando sus manos le fueron bajando sus húmedas braguitas hasta que estas estuvieron en el bolsillo de su chaqueta y él arrodillado con su cara a la altura de su gruta del placer. Esa misma que yo hubiera conocido días atrás y que ahora ese maldito tenía a su disposición. No tardó el cabrón en saborear lo que tanto placer me dio y en arrancar de su boca esos gemidos que antes habían alegrado mis oídos pero que ahora los atormentaban. Estaba claro que, entre el alcohol y la oscuridad, no podía ver mucho pero lo que no veía lo suplía con mi imaginación pues reconocía el comportamiento de Laura. Está claro que sí vi cuando le quitó la blusa y se apoderó con su boca de los pezones que coronaban sus albos pechos, esos que me habían alimentado, no en cuerpo sino en alma. Acariciaba ese bastardo esos globos henchidos y le quitaba la prenda que los oprimía para liberarlos dejándolos expuestos totalmente a las acciones gravitatorias.

Entonces, vino quizás lo más duro para mí pues si bien me esperaba que él la penetrase, no esperaba ver como poco a poco su mano buscó en el interior de su bragueta para hacerse con el enhiesto rabo de ese grandísimo hijo de puta que comenzó a sentir cómo los labios de Laura acariciaban su miembro. Supongo que las lágrimas fluían de mis ojos por las mejillas pues sentía un sabor salado en mi boca, jamás he vuelto a derramar una lágrima desde entonces.

El rebuzno de ese bastardo me sacó del shock para ver como ella apartaba su boca de la cada vez menos rígida verga. Entonces, ella comenzó a acariciarle esa cosa arrugada mientras se besaban uniendo sus fluidos a la vez que se acariciaban el cuerpo. Pronto, él la tumbó en el suelo sobre una de las mantas que tenían para los mulos y comenzó a penetrarla poco a poco hasta que sus gemidos se iban acelerando de tal modo que lo inevitable se hacía realidad. No podía entender que la misma Laura, que me mimaba días atrás, se estuviese revolcando con esa sabandija. No podía entenderlo y por eso no quise oír los resoplidos de ella ni el rebuzno final de él.

Caí en un sueño, tras esto, producto de la tensión y el alcohol. Cuando desperté, la escena era otra. Laura decía que no y al asomarme entre los cubos de paja, observé que había otro tío medio desnudo, algo mayor que el nuevo amante de Laura que forcejeaba para disfrutar de las carnes de Laura. Sin embargo, él no hacía nada por evitarlo, sólo reía secamente. Supongo que tardé mucho en darme cuenta de lo que estaba pasando a causa del alcohol, la tensión y el cansancio pues estaba encima de ella cuando conseguí pensar con claridad. Recuerdo como si fuese ahora mismo lo que pasó por mi mente: palabras de las que me enorgullezco, “Maldito, voy a matarte” y palabras de las que me avergüenzo, “Te lo mereces, zorra”. Sin embargo, por última vez en mi vida, el niño tomó la decisión y bajé del montón de paja para rescatarla. Bueno, más que bajar, rodé por el montón hasta llegar a donde estaban los tres que me miraron extrañados.

Su cara de sorpresa cambió al ver que a penas podía tenerme en pie así que comenzaron a reírse de mí. Su risa cesó cuando comencé a insultarles diciendo que les mataría y demás cosas que se me ocurrieron en ese momento. Sinceramente, no fue una buena idea pues pese a que, por un momento, el que disfrutaba de Laura cesó sus acciones. Pronto volvió a comenzarlas con los gritos de ella de fondo y los golpes del otro en mi cara de coros. Me zarandeó por toda la cuadra a base de golpes y rompí todo lo que se podía romper allí. Hasta que, de repente, todo cesó y caí al suelo. Sólo recuerdo lo que llegó a mis oídos. Unos golpes secos y, luego, los dos tíos suplicando que nos les pegasen más.

Entonces, reconocí la voz de quien les estaba dando una paliza pues era probablemente una voz que me aconsejaba cada día tres o cuatro veces, la voz de mi padre y rugía como jamás lo había hecho pues por lo general era un hombre frío y distante con la gente, con un tono de voz constante que no revelaba altibajos emocionales.

- Par de mierdas, ya os tuve que sacudir una vez cuando lo de Luisa pero no habéis aprendido la lección. Entonces, os fuisteis de rositas pero, esta vez, no os saldrá tan barato como entonces- continuaron los golpes- Habéis tocado a mi hijo y lo vais a lamentar de por vida.

- Nosotros lo sentimos, no lo sabíamos, por favor, no nos pegue más.- más golpes.

No recuerdo lo que pasó después porque caí inconsciente. Cuando desperté, estaba en casa de don Sebastián. Mi padre se acercó al verme despierto.

- ¿Cómo estás, hijo?- me preguntó preocupado y serio como nunca.

- Sólo fueron unos golpes. ¿Cómo supiste que estaba en problemas?

- Tu madre te vio dando tumbos y se imaginó que habías bebido algo, además, estaba preocupada por ti después de estas semanas tan raro. Me pidió que te echase un ojo, pero te perdí de vista un instante. Te estuve buscando hasta que oí los golpes en este pajar. Luego…

- ¿Cómo está Laura?- pregunté.

- Bien, sólo un poco dolida y humillada. Peor fue la otra vez…

- ¿La otra vez…?- pregunté, sin embargo, mi padre no contestó y yo no volví a preguntar pues sabía que era perder el tiempo ya que, si mi padre no contestaba a la primera, no lo haría jamás.

- Esta noche, te quedarás aquí porque, si tu madre te ve en ese estado, no me lo perdonará jamás. Le contaré que bebiste una copita y te sentó mal, por eso, te dejé durmiendo aquí.

- Ok, papá.- le dije mientras él abandonaba el cuarto.

- Hijo, me siento orgulloso de ti por la reacción que tuviste al intentar salvar a Laura, pero fue una gilipollez hacerlo en ese estado. Si te pasa algo, me habrías buscado un problema con tu madre pues ella jamás me perdonaría. Estás castigado lo que queda de vacaciones empezando desde ahora. Buenas noches.

Se marchó y me dejó durmiendo. Dormí del tirón y me desperté cuando Luisa entró en mi cuarto con un desayuno. Estaba preciosa y me intrigué cuando casi vi un atisbo de sonrisa en su cara. Me dio los buenos días y pensé que estaba soñando, luego, comenzó a explorarme la cara y las contusiones. Me dijo que sólo estaba un poco magullado. Entonces, su mano acarició mi mejilla con dulzura, levantó mi mentón, acercó su cara a la mía y me besó. Un beso largo y tierno que duró un siglo. Cayó sobre mí y su cuerpo quedó a mi disposición. Esta vez, no dudé y mis manos se hicieron dueñas de su cuerpo de modo que pronto sus enormes senos salieron a la luz iluminando la habitación y mis ojos. Los besé, los lamí, los degusté como el mejor postre hasta que poco a poco bajé a la gruta por la que días atrás había estado, pero ella me lo impidió. Me obligó a tumbarme de nuevo y se apoderó de mi espada a través del hueco que dejaba libre. Su boca poco a poco fue acariciando eso que ya había adquirido algo de fuerza con el roce mientras una de sus manos subía por mi pecho. Su boca mojaba y su lengua acariciaba todo mi falo de modo que el calor provocado elevaba mi ánimo hasta el infinito y más allá.

Mi piel se erizó y el calor arrasó cada nervio de mi cuerpo que se retorcía por las sensaciones que inundaban mi cuerpo. No aguanté más e inundé su boca con mi simiente mientras mi cuerpo se estremecía en golpes rítmicos como si de un epiléptico me tratase. No podía para y me lancé a explorar todo su cuerpo tras desnudarlo completamente. Acaricié cada centímetro de su cuerpo y tracé con mi lengua secretos caminos que llevaban a través de sus pechos hasta sus erectos pezones sonrosados, caminos que conducían por su vientre a su ombligo y caminos que por sus muslos llevaban a esa gruta escondida en un bosque que saboreé. Una gruta húmeda que inundó mi olfato de olores nuevos que alzaron de nuevo mi espada y parece ser que tanto juego elevó su líbido también. No me hice de esperar y la penetré con fuerza como si de una bestia me tratase hasta obtener lo que tanto ansiaba. Derramarme en su interior. Ella resoplaba con la cara roja como un tomate y, cuando acabamos, comenzó a besarme mientras me abrazaba. No dejaba de mirarme a los ojos y le pregunté porqué lo hacía. “Tienes la misma mirada que tu padre”, contestó.

Entonces lo supe todo pues no era tan estúpido como para no atar los cabos.

Continuará.

Vaya, el número de comentarios ha vuelto ha bajar… pero, bueno, gracias a todos los que se han molestado en escribirme unas líneas. Hecho de menos las duras críticas, eran interesantes y divertidas.

Supongo que debo seguir animando a la gente a escribir comentarios y si les apetece, pueden hacerlo en: martius_ares@yahoo.es