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La maldición del negrero

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La maldición del negrero.

Esta historia es probablemente falsa en todos los aspectos puesto que se basa en una historia que oí de un familiar que a su vez se la contaron otros que la oyeron antes. Mi tío vino de Sudamérica cuando yo era un niño de apenas ocho años y se quedaba en nuestra casa por algunos días en sus viajes de negocios. Yo era un chaval muy curioso y me pasaba todo el día pidiéndole historias a mi tío que se dedicaba a contarme historias de prostitutas y del estilo a pesar de mi inocente edad.

Esta historia me llamó mucho la atención y creo que, adaptándola un poco pues no la recuerdo muy bien, puede ser divertida.

Todo sucedió hace muchos años en aquellas colonias españolas de América antes de que se secesionaran de España ni siquiera podría decir la región o el país pues ni lo recuerdo ni es demasiado importante como para inventarlo.

Al parecer había una hacienda que había pasado de propietario en propietario muchas veces en poco tiempo debido a que aquellos que vivían en ella morían al poco tiempo de comprarla. Corría el rumor de que estaba maldita después de unos trágicos sucesos que allí acontecieron.

Según se rumoreaba, un rico hacendado compró aquella tierra rica y fértil como ninguna otra en la región. Allí se construyó una residencia que parecía un palacio a pocos kilómetros de los campos donde los esclavos negros trabajaban día y noche sacando rendimiento a aquella fértil tierra mientras en la casa vivía con su bella esposa y un regimiento de sirvientas negras que lo atendían para que su estancia fuese como el paraíso.

Su esposa, según cuentan, era una mujer de una belleza única en la región y su marido estaba locamente enamorado de ella tanto que le consentía todo lo que desease y con este fin se dedicó a aumentar sus inversiones para poder proveerla de todo lo que desease. Por ello, poco a poco, sus viajes a la ciudad fueron más largos pues tenía numerosos negocios que atender allí y claro, su linda esposa quedó desatendida.

La mujer se dedicó a los quehaceres de organizar el hogar, pero el fuego en su interior la devoraba. Hasta que vio como una noche en uno de los cuartos una de las sirvientas era asediada por uno de los esclavos.

El hombre negro agarró a la solitaria sirvienta por la cintura restregando su sexo en el potente trasero de la oscura mujer. Sus manos intentaban soltar la atadura con la que el desesperado macho la asía mientras su lengua lamía el cuello de esa hembra que poco a poco perdía fuerza e interés en soltarse para dejar que las manos de aquel desesperado se hiciesen dueñas de sus senos, pechos grandes al igual que su culo. No pasó mucho tiempo antes de que la arrastrase hasta un cuarto donde se dejaban los trastos y donde no serían importunados durante sus ociosas actividades.

Lo normal hubiese sido que la ama los hubiese reprendido por su actitud, sin embargo, ella estaba muy caliente y la falta de sexo hacía que su naturaleza se revelase contra sus puritanas costumbres. Les siguió con sigilo para observar cómo él la desnudaba dejando al descubierto las potentes formas de la anatomía de esa mujer africana. Unos pechos enormes y un culo grueso y altivo decoraban la atlética anatomía de esa mujer que se había formado con el duro trabajo desde su juventud. Unos labios gruesos besaban a aquel hombre mientras sus manos le correspondían con reciprocidad al desvestirlo para mostrar un enorme falo que obnubiló a la blanca dama quien no podía creer que hubiese tanta diferencia con el de su esposo pues parecía más propio de un asno que de una persona cosa que para la gente de su clase tampoco era tan extraño pues los negros eran semejantes a otros animales para el trabajo.

Siguió observando ella como los labios de la hembra, oscura de piel y más en sus ojos debido a una pupilas totalmente dilatadas por el deseo, se apoderaban de aquel falo para hacer que este enloqueciera con las suaves caricias. No tardó en estar lo suficientemente caliente como para levantarla y ponerla apoyada contra la pared dispuesta a que su enorme falo se internase entre los labios que no habían catado aún ese falo. La dama estaba más caliente aún que la sirvienta y, sin razonar ya, sus manos se introdujeron bajo la falda para calmar ese ardor que recorría su cuerpo y se concentraba entre sus piernas, mientras observaba como ese oscuro hombre taladraba sin compasión a una sirvienta tan oscura como él que gemía gozando más que sufriendo una tortura tan deseada por la dama. Pronto, llegó el placer a la dama quien tuvo que morder la tela de su vestido para ahogar el hondo gemido que su mano acababa de arrancar de su cuerpo mientras veía como la sirvienta se retorcía por enésima vez ante las embestidas del africano que la sujetaba pues apenas reunía fuerza en sus piernas para mantenerse en pie. Continuó observando hasta que este se derramó en el interior de la sirvienta y, al salir de ella, oyó las gotas de su simiente contra el suelo manando de esa oscura gruta que había sido visitada tan fervientemente por aquel falo negro y enorme que había provocado tanto calor en la ama de la casa.

Esa dama que ahora estaba enloquecida por la pasión y que decidió en ese mismo instante que necesitaba algunos esclavos para las tareas de la casa que las sirvientas por su condición de mujer no podían realizar.

No pasó mucho tiempo hasta que el hombre comenzó a tener sospechas de que su mujer tenía algún amante cosa no tan extraña aunque no por ello menos molesta para este hacendado criollo así que fingió un viaje a la ciudad y, cuando estaba a mitad de camino, al anochecer, regresó a la casa protegido por la oscuridad de la noche para comprobar si su esposa había traído algún invitado o había abandonado el hogar conyugal.

No encontró que ninguno de sus vecinos hubiese llegado y la casa tenía la iluminación que se esperaba al estar la dueña del hogar por lo que se relajó y se dirigió a su casa para reposar pues sus dudas habían quedado reducidas a la sensación de ser un estúpido por dudar de la virtud de su esposa.

Sin embargo, cuando entró en su dormitorio y vio como su esposa rodeada de cuatro esclavos negros mientras era empalada por un quinto todos tirados sobre la cama de matrimonio pareció enloquecer y se lanzó a por ella.

Probablemente, no fue una decisión muy inteligente pues aunque fuesen esclavos, cualquiera de ellos era más fuerte que él y entre los cinco no les fue muy difícil reducirlo y atarlo.

Le dieron una paliza tremenda como venganza por ser un negrero y tuvo que ver como se follaban a su esposa que gemía y gozaba de los falos africanos que la llenaban una y otra vez ante sus ojos. Las risas de su blanca esposa y los cinco negros esclavos le torturaron durante los días que pasó sin comida y recibiendo toda clase de vejaciones, aunque probablemente no le molestó tanto que le golpeasen o que le orinasen encima como el ver a su amada esposa penetrada una y otra vez por aquellos hombres que consideraba inferiores como si fuesen animales.

Quizá fue el mejor ejemplo de “Además de cornudo, apaleado”. Sin embargo, si mala fue su decisión de enfrentarse a ellos, peor fue la de estos al quedarse dormidos sin vigilarle. Todos sobre la cama desnudos dormían mientras el hacendado escapó para volver con una cuadrilla de hombres que doblegaron sin problemas a los esclavos que seguían durmiendo en la casa ajenos a la fuga del amo.

Fueron llevados junto con el resto de esclavos y recibieron latigazos hasta casi morir, sin embargo, no decidió matarlos pues no se mata un “animal” pues no tiene raciocinio. Se limitó a remediar que la situación se pudiese repetir castrando a todos sus esclavos. Supongo que la gente de campo puede hacerse una idea del dolor que pudieron padecer esos hombres al ser castrados pues es frecuente castrar animales en las granjas, pero para los que somos de ciudad nos parece una cosa inimaginable.

La que sí apareció muerta fue la mujer semanas después y, según cuentan, estaba embarazada de una criatura que habría sido el fruto de sus libertinas pasiones con los esclavos. Poco tiempo después, el hombre se fue debilitando y murió en su cama. Luego, un sobrino heredó y, a los pocos meses de vivir en la residencia, enfermó y murió. Así, uno tras otro iban llegando los propietarios hasta que morían y llegaba otro nuevo dueño.

Rodrigo había llegado de España tras un largo viaje en barco. Su padre fue a América con el objetivo de hacer fortuna y los negocios le habían ido lo suficientemente bien como para hacerse con unas tierras y una residencia. Atrás quedaban sus tíos y primos con los que había vivido todos estos años, pues su padre marchó a las Américas unos años después de que su madre muriese. Allí quedaba su prima Rosa que con dieciséis pronto se casaría y con quien había tenido sus primeros amoríos, nada serio pues era su primer amor a los catorce años. Ahora, con dieciséis, se enfrentaba al Nuevo Mundo.

Su padre le recibió en el Puerto con los brazos abiertos pues era su único heredero y el hijo que le había dado su amada esposa Ana María antes de morir por la tuberculosis.

Su padre lo llevó a la hacienda y allí le mostró los extensos campos que había comprado con el duro trabajo y la fortuna en las inversiones. Le mostró los campos trabajados por esclavos negros y la casa, una mansión que era cuidada por un ejército de sirvientas negras.

Su padre le explicó que el tenía que estar presente con el capataz en los campos y luego marchar a la ciudad a controlar las ventas y cosas por el estilo así que no podía quedarse en la casa. Sólo lo visitaría de vez en cuando, sin embargo, él tenía que formarse para gestionar sus posesiones en un futuro, por lo que había llegado a un acuerdo con el padre Clemente, abad de un monasterio a poca distancia que le daría clase durante el día. Le entregó una carta para los monjes y le dejó al cargo de la casa donde le atenderían en lo que desease.

Rodrigo estaba absorto con las mujeres que servían en su casa pues jamás había visto a una mujer con la piel tan oscura y dientes tan blancos. No obstante, se relajó en la cama que tenía en su cuarto; nada que ver con el pequeño catre que tenía en un cuarto estrecho donde dormía con sus primos. Esto era una mansión, sólo echaba de menos a su prima, Rosita. No tardó en decidirse a cumplir la tarea que le había asignado su progenitor y marchó a caballo hasta el monasterio donde el padre Clemente, le acogió con profundo afecto. Tendría que asistir a sus clases durante la mañana hasta la hora de comer cuando podría volver a su casa.

Con el tiempo, se fue acostumbrando a su vida en el Nuevo Mundo. Por las mañanas, asistía a misa antes de recibir las clases que el padre Clemente le impartía y, luego, se entretenía recorriendo a caballo las tierras o charlando con Luis, un chaval de su edad que vivía en el monasterio. Fue Luis el que le recomendó que tuviese cuidado pues existía una maldición en aquella casa a causa de la castración de todos los esclavos y el asesinato de un bebé no nato a manos del marido de la madre de éste.

Rodrigo no era un chaval que creyese en las supersticiones pues el hambre quita las tonterías de la cabeza y él, en una España empobrecida, había pasado demasiada hambre. Sin embargo, Luis le contó la historia de una manera tan convincente que cuando oyó la misma historia en la boca de otros hombres, se comenzó a preocupar.

No había nada de lo que preocuparse se decía a sí mismo. Él era el único hombre en varios kilómetros a la redonda pues su padre con los trabajadores y los esclavos estaban bastante alejados. En la casa, era atendido por unas quince sirvientas negras. Todas muy lindas eso sí: jóvenes, delgadas y con pechos y culos muy, muy sugerentes. Un paraíso terrenal que comenzó a disfrutar una noche que despertó entre pesadillas tras recordar a Rosita. Despertó bañado en sudor tras verse descubierto por su tío haciendo el amor con su querida prima, Rosa, y se descubrió en su cama tras unos momentos desorientado. Junto a él se hallaba Juanita una sirvienta cuya habitación estaba cerca por si necesitaba algo durante la noche acudir a su llamada y que se había visto alertada por los gritos que había proferido el muchacho en sueños. Juanita, el nombre cristiano de aquella pagana, era una deliciosa negrita de dieciocho años con unas adorables formas que enloquecían la miradas calenturientas de aquel adolescente virgen aún y cuya blanca sonrisa le recordaba ligeramente a su rosita. Cuando le preguntó qué le pasaba dirigiéndose a él por “Amo”, no pudo evitar pensarlo pues su verga erecta se encontraba cerca de donde la bella sirvienta había posado su mano para acercarse al joven. No pudo evitar que su cuerpo atrajese a aquella hembra cuyo cuerpo le llamaba a gritos y la besó asiéndola con sus fuertes brazos pues a pesar de tener dieciséis años era físicamente todo un hombre. Que desnudó a una sirvienta temerosa de desagradar al “Amo” y que dejó que sus ropas fuesen cayendo para mostrar un cuerpo firme poseedor de unos encantos superlativos. Un cuerpo que acarició inexpertamente el joven amo únicamente dirigido por la búsqueda de un placer tantas veces ansiado y ligeramente vislumbrado con su prima Rosa. Un placer que pudo sentir cuando sus manos aún finas por la falta de trabajo asieron los turgentes y poderosos pechos que la dulce Juanita poseía quien profirió un hondo gemido a causa de la excitación que invadía ese cuerpo invisible en la oscuridad por la semejanza. Ese cuerpo, que, poco a poco, quedaba de la misma manera en que llegó al mundo, fue poseído de inmediato por el níveo falo del joven amo que se abrió paso con fuerza por el sexo oscuro que absorbió todo en su interior. Juanita lo abrazó con sus brazos y piernas mientras el salvaje conquistador gozaba ese placer tan ansiado y nunca disfrutado.

Besó esos labios gruesos y oscuros con sus sonrosados labios quedando patente, bajo la luz de una luna nueva que atravesaba la ventana, esa mezcla de color en aquella figura que formaban sus cuerpos. Ella gemía golosa cuando él se derramó en su interior y se lanzó sobre él para llenarlo de besos deseosa de obtener más de lo que el amo le prometía. Gozó de aquella hembra de una manera increíble durante toda la noche, instigado por la naturaleza de su juventud y la pasión de aquella joven que sólo con acariciarle un poco después de eyacular conseguía que su miembro estuviese deseoso de practicar la espeleología en esa oscura gruta que devoraba con ansia a su visitante.

Por la mañana, Juanita estaba sonriente como nunca y le trajo un desayuno mucho más nutritivo que de costumbre para que lo disfrutase en la cama mientras sus labios buscaban su desayuno en el interior de su amo, concretamente de su falo que adquiría más tamaño con cada caricia de la dulce sirvienta que no paró hasta tomar su leche calentita como desayuno para marcharse dejando a un exhausto Rodrigo desayunando y recuperando fuerzas.

Las risas de Juanita sonaban por las escaleras a través de la puerta y Rodrigo no podía más que pensar que todo era un sueño pues jamás imaginó tanto placer en su vida durante aquella infancia en España.

Bueno, otro día acabo la historia y, como siempre, antes de enviar este relato, invito a que me escriban sus comentarios. A ser posible, lo más extenso posibles para saber sus impresiones reales y, si quieren contactar conmigo o hacer un comentario en privado, háganlo en: martius_ares@yahoo.es