miprimita.com

Las tres nietas de don Sebastián (4)

en Hetero: General

Las tres nietas de don Sebastián: cuarta entrega.

Tras recoger a la pequeña Elenita en casa de don Sebastián, la acompañé al cumpleaños de Rosa. En aquel pueblo, como pasa en muchos otros pueblos, las casas estan dispersas en el campo de modo que no es como en las ciudades que tienen una distribución más compacta. Lo que trato de explicar es que la distancia que había que recorrer desde la casa de don Sebastián hasta la casa de los abuelos de Rosita era considerable.

Ella iba vestida con un lindo vestidito azul celeste que le quedaba precioso. Hoy la recuerdo como una linda muñequita a la que daban ganas de abrazar, sin embargo, ella era para mí, por aquel entonces, sólo una niña chica. Dulce y simpática, pero sólo eso. Yo iba, como siempre, con mi chándal de hacer deporte, una camiseta blanca y mis zapatillas de baloncesto. Un poco cutre, sí, pero el que sea de pueblo entenderá que los chavales de catorce años van así o, por lo menos, iban así en mi juventud. Hoy en día la gente cuida más su “look”, incluso en los pueblos. Pero lo que iba diciendo es que así íbamos juntos rumbo al cumpleaños. A ratos, la llevaba a caballito, a ratos, de la mano.

Supongo que muchos esperarían que me excitase el contacto de Elenita tras las finas telas de su ligero vestido de verano, sin embargo, nada de eso pasó por mi mente en aquellos momentos. Sólo lo hacía por ver su dulce sonrisa de niña.

La verdad es que aunque en aquellos instantes no lo sentí así, ahora, lo recuerdo como un momento muy agradable que jamás volverá.

El camino se hizo corto y pronto me encontré diciendo:

- Bueno, señorita, ya hemos llegado a su destino.- dije y me agaché un poco para que me pudiera dar un beso en la mejilla.

- No olvides venir a recogerme a las ocho- me dijo ella mientras me marchaba.

La verdad es que no sé como ocurren las cosas: existe alguien que escribe nuestra vida, hay alguien que nos vela y nos guía o existe una conexión entre las personas que supera lo meramente físico. Sin embargo, aquella tarde en vez de irme a hacer unas canastas o a ver la tele o a dormir una siestecita, por primera vez, me dio por dar un paseo por el pueblo. La verdad es que no tenía amigos allí, era el problema de haber zurrado a la mayoría de los chavales de mi edad. El caso es que fui subiendo por una parte del pueblo bastante encrespada hasta que llegué a una zona desde la que tenía una vista de altura de todo el pueblo. Iba mirando sitios y reconocía lugares donde otrora había jugado. Me llamó la atención que se veía muy bien la casa del abuelo de Rosita, donde yo acababa de dejar a la pequeña Elena. El sitio estaba elevado, pero en un risco de modo que la distancia era inferior a doscientos metros en línea recta, de modo que se veía bien la gente en el patio de la casa. Veía a Elenita con su vestidito azul, reconocí también a mis primas, Carlota y Mariluz. También estaban otras niñas del pueblo y algunos chavalines. Me senté en una piedra a mirar por mirar.

En el patio de la casa, los veía jugar al escondite, a la gallinita ciega, a la comba y demás. Sin embargo, me llamó la atención de que Mariluz, Carlota y Elenita se fuesen con dos chavales de la casa. No es que pensase nada raro sobre lo que fuesen a hacer puesto que eran niños de unos diez años, pero era raro que se fuesen de la casa. Supongo que, cuando los vi entrar al establo de una casa que estaba cerca, me decidí a echar una ojeada más por aburrimiento que por curiosidad. Así que deshice el camino que había hecho y me acerqué a la casa. Yo me conocía todos los establos y escondrijos del pueblo pues, como he dicho, tuve una infancia muy movida y, antes de hacerme fuerte, recibí palos de hermanos mayores a mansalva, pero supongo que esas historias no vienen al caso. Gracias a esas experiencias sabía que, en ese establo en concreto, existía una entrada desde otro punto de la casa. Subí al tejado de la casa y entré por una puerta que daba a una despensa, luego, bajé hasta el pajar de modo que me encontré en el establo pero sobre un montón de paja para los animales.

Allí estaban los cinco en la parte más limpia del establo donde había una pequeño cuarto junto al pajar y no me habían visto llegar, así que me quedé entre los bloques de paja escondido. Oía su conversación perfectamente y tenía una vista perfecta del grupo.

- Vamos, lo habéis prometido. Hemos jugado a lo que vosotras queríais y ahora nos toca elegir a nosotros.- dijo el mayor de los chicos, parecía el mayor, sacando una baraja de cartas.

- Vale, pero nosotras no sabemos jugar a ese juego.- dijo Mariluz.

- El juego de Poker, se juega apostando…- empezó el primero.

- Nosotras no tenemos dinero para apostar así que no podemos jugar a eso.

- No hace falta dinero, existe otro juego llamado el Strip-Poker en donde se apuestan prendas y es igual.

- Vale, explícanoslo y jugamos una partida.

- Muy bien, la mano reparte cinco cartas a cada uno y …- así comenzó a explicar a las chicas las reglas de poker, más o menos.

Yo me mantuve expectante y vi como empezaron a jugar. Poco a poco, las prendas fueron apareciendo sobre la mesa. Las jugadas se sucedían y sospechosamente las manos ganadoras eran las de los chicos hasta que finalmente las chicas comenzaron a perder las prendas principales quedando en ropa interior. No sé porqué pero me fui excitando con ello. Desde mi posición, pude ver cómo llegó el momento de desnudarse para Mariluz quien quedó como vino al mundo. Tenía ante mis ojos a esa pequeña prima de cuerpo regordete y cara linda, totalmente desnuda. Pensándolo bien, no me excitaba su cuerpo sino el momento, pues recordaba mis primeras veces cuando yo también jugué a esos juegos con compañeras de clase.

Sabía exactamente lo que pensaban los chicos e intuía lo que pensaban las chicas. Sabía exactamente las sensaciones que se producían en aquella mesa.

Entonces, inventaron una nueva regla para que no acabase el juego: la que se quedase sin ropa podía recuperarla toda a cambio de un castigo. Supongo que Mariluz se había excitado bastante con la situación porque aceptó un castigo a cambio de su ropa. Ella debería besa a un chico en la boca, mientras, este podría tocar su cuerpo durante diez segundos. El que había ganado las prendas de Mariluz durante la partida fue el beneficiario del beso y el que exploró el joven cuerpo de la niña. Sus manos tardaron poco en perder una fugaz vergüenza inicial y abandonar el torso de la jovencita para adentrarse en las nalgas y la rajita. El rostro de Mariluz se enrojecía y su vello se erizaba mientras le besaba los labios al chaval. Las manos del chaval se hundían una y otra vez por los pliegues de su rajita acelerando la respiración de ambos lentamente. Ella se veía inquieta y daba algún respingo cuando los dedos del chico se internaban demasiado por sus orificios. Yo veía todo eso como dormido, ebrio de excitación.

Tras el castigo, volvieron a jugar con una Mariluz aparentemente bastante excitada con el manoseo y de nuevo totalmente vestida. Y, como no, esta vez las que quedaron desnudas fueron Elenita y Carlota. Ambas delgaditas, pero una rubia de ojos verdes y la otra morena de ojos negros. Sus cuerpos frágiles en su desnudez se mostraron ante los demás. Ambas juntas, de la misma edad, se abrazaban como queriendo tapar su desnudez y su correspondiente castigo fue que se besasen entre ellas, en la boca, durante un minuto, además, ellos podrían acariciarlas mientras. Se miraron entre ellas, pero aceptaron el reto. Poco a poco, sus labios se fueron juntando. Sus cuerpos, de pie, uno frente al otro casi se abrazaban. Sus ojos estaban cerrados y sus mejillas adquirían color a medida que el tiempo pasaba. Aunque no pasó mucho antes de que las manos de los chicos exploraran las nalgas y las rajitas de las niñas que poco a poco se abrazaron. Mientras los ojos de Mariluz pasaban más tiempo mirando lo que sucedía frente a ella que mirando el reloj para controlar el tiempo. Ella también estaba excitada y su mano bajaba peligrosamente hacia la rajita que se ocultaba entre sus piernas.

Las dos chicas comenzaron a respirar tan fuerte que hasta yo oía claramente sus pulmones hincharse y desinflarse. Todo esto gracias a las manos que se deslizaban curiosas por los sexos de las chicas hurgando y palpando a sus anchas. Ellos se veían eufóricos y apenas podían contener sus risas por la excitación. Pasaron varios minutos, seguro, pero Mariluz no se dio cuenta y tardó más de la cuenta en parar el castigo pues su mano daba agua que calmaba la sed que su sexo clamaba. Cuando logró parar aquello, todos estaban muy excitados.

El siguiente castigo le tocó a Carlota. Debería acariciarles la colita a los chicos durante dos minutos. Esos dos minutos fueron más de cinco pues las otras estaban absortas en observar las colitas de los chicos las cuales con las frágiles manos de Carlota adquirieron cierta rigidez aunque claro su tamaño era ínfimo comparado con el mío. Manos menudas que subían y bajaban por esas colitas usando dos dedos. A pesar de su inexperiencia, el placer que les debía estar dando a unos chicos que por su edad se debían excitar con cualquier roce, seguro que era único. Poco a poco adquirieron tanta dureza que una pequeña descarga salió del menor de los chicos. Entonces, ellas se asustaron y dijeron de irse. Sin embargo, el mayor de los chicos no estaba dispuesto a que el juego acabase en aquellas circunstancias y menos con la tensión acumulada en un sitio tan delicado. Agarró a una de las chicas y la tiró al suelo. Se colocó sobre ella e intentó besarla. Mientras el otro contenía a las otras dos para que no molestasen al mayor de ellos en su cruzada para internarse entre las piernas de Elenita. Sus manos agarraban sus rodillas y su cuerpo la aplastaba contra el suelo.

Hasta que sus chillidos me despertaron de mis ensoñaciones y me di cuenta de que todo lo que estaba viendo era real. Era mi deber parar aquello porque iban a hacerle daño a Elenita. Aunque la verdad es que, cuando te encuentras en una situación así, no meditas porqué haces las cosas sino que haces lo que crees correcto. Al menos, así es para mí.

Salté del montón de paja y caí junto a la pareja que se debatía en el suelo. Agarré al interfecto por el cuello de la camisa y lo levanté a pulso para liberar a Elenita quien se levantó en cuanto pudo para cubrir su cuerpo. El otro salió corriendo en cuanto vio mi cara. No creo que sea muy guapo y debía tener una pinta muy rara al salir de repente. El otro forcejeó un poco en el aire pero cuando lo dejé en el suelo y le miré. No me dio tiempo de echarle una bronca, salió por patas tras el pequeño de los dos chavales. Tampoco tenía ganas de dar una charla a un pequeñazo. En realidad, algo en mí comprendía lo que había impulsado a ese chico a tirarse sobre la pequeña Elena. Aunque no podía permitir que eso sucediese en mi presencia.

Las chicas se tiraron a abrazarme llorando y me pidieron que no dijese nada que les daba mucha pena que sus padres supiesen lo que había pasado. Yo, tras ver que no habían sufrido ningún daño, pensé que lo mejor era no intervenir más.

El resto de la tarde transcurrió con normalidad. Me quedé en la casa a tomar un cacho de tarta y luego volví con Elenita a la casa don Sebastián. Ella no hacía más que estar a mi lado en todo el rato que estuve en la casa abrazándome, supongo que era normal, pero dificultó que me quedase a solas con Laura quien debía recompensarme por mis servicios de aquella tarde.

Finalmente, Elenita se fue a dormir y nos quedamos a solas, Laura y yo. Entonces, me cayó la ostia más grande de la historia. Sí, fue Laura la que me la dio y, sí, sé que siempre digo que las de Luisa, pero esa me dolió en el cuerpo y en el alma. No sabía porqué me había pegado y me sentía muy mal. Entonces, dijo las palabras que revelaban la causa de todo ello: “Sé lo que pasó entre Luisa y tú la segunda noche que pasaste en esta casa. Eres un cabrón, ¿te lo has pasado bien con las dos hermanas?”, dicho esto se marchó corriendo a su cuarto y yo sólo supe irme a la casa de mis abuelos a encerrarme en mi cuarto.

Los días siguientes fueron realmente duros para mí, especialmente, cuando tenía que ir a casa de don Sebastián y veía las caras de Luisa o de Laura. Sus ojos reflejaban lo que sus palabras no decían: un profundo odio hacia mí.

Los únicos que se alegraban de mi visita eran don Sebastián y la pequeña Elenita, especialmente esta última que se pegaba a mí como una lapa y no me dejaba irme. Sin embargo, yo sólo quería salir de allí nada más llegaba, incluso evitaba a mi padre para que no me mandase a ningún encargo en esa casa. Pasaba el día entero fuera. Preparaba un bocadillo muy temprano y me iba al río o a cualquier sitio alejado hasta la noche.

Supongo que todos notaron que algo me pasaba, salvo Laura y Luisa que sabían todo. Mi padre me alcanzó un día por la calle y me dio una de sus charlas: “Hijo, sé que algo te está pasando. No creo que sean problemas de dinero pues no gastas nada, no creo que sea que te peguen otros chicos porque ya me he enterado de lo que pasó con el Manolo, así que me imagino que te gusta alguna chica. Sólo te voy a dar unos consejos pues eres tú el que decide. Compórtate con dignidad y sé audaz pues las mujeres valoran a los hombres atrevidos. Ah… una cosa más, si vas a tener sexo, usa un preservativo”. En otras circunstancias, me hubiese enfadado por decirme ese tipo de cosas pero no tenía ganas de discutir y me fui por otro camino.

Otro día, me encontré con Elenita quien me echó la bronca por no ir a verla. Me preguntó si ya no quería ir a verlos a su abuelo, a sus hermanas ni a ella y me abrazó todo el rato, tratando de animarme. Sin embargo, eso no me consolaba. Ninguna de sus palabras me servía para nada y yo no podía decirle lo que me tenía en ese estado.

Continuará.

Bueno, estimados lectores, he leído vuestros comentarios y he disfrutado bastante con ello. Aunque ya no aparecen esas agrias críticas del primer relato, que disfruté mucho también, el número de comentarios ha disminuido. Lástima porque me encanta ver que existe una reacción en los lectores. En fín, quiero agradecer a los que me han escrito contándome sus puntos de vista y animar a la gente a que me escriba sus comentarios e impresiones. Ya saben pueden hacerlo en: martius_ares@yahoo.es

Hasta pronto.