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Las Niñeras

en Hetero: General

Las Niñeras

A veces, me pregunto porqué, cuando somos pequeños, vemos el mundo totalmente distinto a como lo veremos unos años más tarde. No es que lo veamos mejor o peor, sino, simplemente, diferente. Por ejemplo, nuestra percepción de la belleza y el morbo es totalmente distinta, más pura por definirlo de algún modo, y podemos indagar en busca de conocimientos sobre el sexo opuesto con la naturalidad que da la inocencia aunque esa inocencia lleva aparejada la crueldad que sólo un niño puede tener.

Si mal no recuerdo porque los restos que quedan en mi memoria de esa época son escasos, todo comenzó en uno de esos veranos en la playa.

Mi abuelo había muerto y mis padres se habían tenido que hacer cargo de todo lo que la muerte de un familiar conlleva. Para que mi “inocencia” no fuese lastimada, mi madre decidió dejarme en casa de su hermana. Así que yo, sin saber nada del asunto, me quedé con mis tíos y mis primos unos días.

Mi tía tenía dos hijos: Samuel de dieciocho años y Noelia de catorce. Yo tenía once años y, por lo tanto, solía pasar casi todo el tiempo con Noelia, ya que Samuel era mucho mayor y, en consecuencia, pasaba su tiempo haciendo lo que hacen los chavales de la edad: por el día, dormitando y de marcha por la noche.

Supongo que se habrán preguntado por la inocencia de un chico de once años, pero era otra época en la que los hombres tardaban más en madurar emocionalmente y, además, yo siempre he sido un poco retrasado en cuanto al desarrollo emocional al contrario que en el desarrollo físico e intelectual. Lo que me hacía un pardillo.

El caso es que aquellos días despertaron en mí algo que jamás hubiera imaginado que existía si no hubiese sido por aquella experiencia.

Noelia era una dulce adolescente delgadita cuyos pechos ya habían despuntado haciendo necesario un sostén. Su larga melena rubia y su blanca sonrisa alegraban a todo aquel que la veía. Y sus ojos verdes eran hipnotizadores como los de una serpiente. Ella siempre me hacía reír y buscaba nuevos juegos con los que entretenerme mientras estaba en su casa. Sin embargo, estaba entrando en la edad del pavo, la edad de la tontería en la que entran las mujeres cuando empiezan a menstruar y que, según dice mi padre, jamás las abandona. Dedicaba gran parte de su tiempo a ver culebrones venezolanos, véase telenovelas, y a hablar por teléfono, en especial, con su amiga Laura.

Recuerdo ir a acompañar a Laura y a Noelia cuando iban a la tienda a hacer algún encargo para mi tía. Yo caminaba detrás de ellas comiendo algún dulce que me habían comprado, mientras, ellas charlaban entre ellas y coqueteaban con los hombres que les decían alguna cosa por el camino. No faltaban los viejos verdes que las piropearan o les silbaban, cosa que yo entendía como una broma de ellos.

En fin, una de esas tardes, estaba jugando en el cuarto de Noelia, mientras ellas hablaban. Ellas se probaban ropas delante de mí sin ningún pudor pues quien podría sospechar que aquel chavalín despistado pudiese interesarse en las chicas. Yo, al principio, no les prestaba atención, pero fui fijándome poco a poco en pequeños detalles que avivaban esa curiosidad infantil por el hermoso y enigmático cuerpo femenino.

El caso es que cuando Noelia se puso una minifalda muy corta que sin los leotardos casi mostraba sus braguitas blancas al agacharse, mi interés comenzó a crecer, pues yo desde el suelo, donde jugaba, podía vislumbrar el blanco dentro de la oscuridad de esa prenda de ropa.

Laura y mi prima conversaban de algo que la verdad no sé si no entendía o me la traía floja, pero no lo recuerdo. Entonces, Laura sacó una camiseta de esas ajustadas de un tejido elástico que, al ponérsela, marcó y remarcó las más que incipientes curvas que los estrógenos habían modelado en su anatomía. Eran unas tetas enormes para su delgado cuerpo.

Creo que hay dos cosas que atraen a los niños: las tetas y las bragas. Quien no quedaba fascinado por los pechos de una mujer apta para amamantar a todo un colegio o pasaba los recreos levantándoles las faldas a las chicas para poder ver sus prendas íntimas. Por no decir el interés que despertaba poder ver los pliegues de la entrepierna de una niña si alguna de tus compañeras te dejaba verle la rajita.

El caso es que, mientras ellas se reían y se probaban prenda tras prenda, mi atención se desvió de los juegos a los cuerpos femeninos que ante mí se mostraban. Miraba sus pechos en sus sujetadores cuando se cambiaban, incluso sus braguitas otras veces, sus culitos en aquellos pantalones ajustados. De vez en cuando paraban y una le daba masajes a la otra mientras yo miraba embobado y excitado cuando alguna parte interesante se mostraba a mi vista.

Pero, el destino quiso que la mirada de Laura bajase hasta posarse en mí y, en concreto, sobre mi entrepierna que con la excitación había formado una tienda de campaña con la tela del pantalón sin que yo me hubiese percatado. Es curioso, ahora comprendo lo de la manzana en el Antiguo Testamento. Yo no percibía mis erecciones cuando era niño, es ahora de mayor, cuando deduzco lo que ocurría.

Curioso verdad, “la inocencia es como un velo que, cuando cae, no se puede volver a colocar en su sitio”. Jamás volveré a ver las cosas como entonces. Es como la primera vez, jamás es igual. Puede ser mejor o peor, pero en la primera vez hay algo especial.

El caso es que Laura se puso roja y comenzó a señalarme mientras le decía cosas a mi prima al oído. Yo no entendía nada, pero entonces, Noelia se acercó y me preguntó si me apetecía jugar a los médicos. Yo grité que sí entusiasmado más que de costumbre, ahora, entiendo que se debía a la excitación que inundaba mi cuerpo. Yo las miraba expectante y Noelia decidió que Laura sería la paciente, ella haría de enfermera y yo sería el doctor.

Yo me senté en una silla con uno de esos “babis”, una bata que se ponen los niños en las guarderías para no mancharse, que tenía mi prima de cuando era una niña chica y, mientras Noelia cerraba la puerta tras hacer pasar a la paciente Laura, yo la saludé como si no la conociese de nada. Le pedí que se sentase en una silla delante de la mía y le pregunté por los síntomas. Ella me dijo que tenía fiebre y que le dolía el pecho y el estómago. Entonces, le indiqué que se tumbase en la cama y le pedí a mi enfermera que tomase la temperatura mientras yo palpaba el estómago con la tranquilidad que da la inocencia. Sin embargo, Noelia me dijo que un médico de verdad necesitaba que su paciente se quitase la ropa, cosa que Laura corroboró, yo estaba nervioso con la idea de ver a Laura en ropa interior, pero supuse que estaban dándole verosimilitud al juego y acepté su propuesta. Le indiqué a mi enfermera que desnudase a la paciente y así lo hicieron. Ante mí, quedó el cuerpo de Laura sólo oculto por un sujetador blanco y unas braguitas blancas. Esos enormes pechos envueltos por el blanco puro de su sujetador y los pliegues de su entrepierna dando forma a la superficie de la braguita quedaban ante mi vista con ese cuerpo hermoso y joven. Laura tumbada frente a mí y, sin duda, recuerdo los sudores del verano y producto de la excitación, bajando por mi espalda.

Laura, sus ojos azules, pero oscuros, casi grises, y su pelo negro azabache me gustaron desde que la conocí. Sin embargo, entonces pensaba que era de afeminados estar con chicas y desechaba esos sentimientos. Lo mío eran las peleas y el deporte. Como cambiamos con el tiempo.

Laura me miraba y me decía:

- Doctor, me duele mucho el pecho. Deje de masajear mi estómago y mire que me pasa en él.- Noelia la interrumpió y me dijo que la temperatura era muy alta y que me diese prisa, mientras le sonreía a su amiga.

Yo con cautela, para no acabar con aquel juego, dirigí mis manos al pecho por encima de sus senos y, sin tocarlos, palpé la suave piel. Laura me indicó que el dolor era más abajo y, siguiendo sus indicaciones, fui bajando mis manos hasta que me encontré palpando la carne más blandita y suave que jamás pude imaginar. Esos pechos aún contenidos en el sujetador eran tan suaves. Pero Noelia me detuvo diciendo que no podía seguir palpando los pechos, yo me lamenté en silencio pensando que todo había acabado, pero me dijo:

- Doctor, con el sujetador, no puede ver qué le pasa a la paciente. Hemos de quitarselo.

Y, sin dudarlo, le quitó a Laura el sujetador dejando ante mi vista esas dos masas de carne que se mantenían firmes pese a su volumen, como solo pueden hacerlo en un cuerpo de una jovencita. Yo debía estar con el miembro como un asta de bandera, porque mi mente estaba nublada, me imagino que la sangre estaba en la otra cabeza. Miraba esas areolas oscuras y eso pivotes que había en el centro.

Me lancé a por sus pechos y los amasé mientras Laura reía, diciendo: “Con cuidado, doctor, que me duele mucho.”

Yo amasaba esa carne mientras ellas me miraban y me preguntaban acerca de mis indagaciones. Noelia dijo deteniéndome:

- Rápido, doctor, los dolores empeoran y el único tratamiento para esta enfermedad es chupar el pezón.

La miré como diciendo que no sabía de qué hablaba y Noelia me señaló el centro de la areola. Y yo, que estaba excitadísimo, me lancé a practicarle el tratamiento mientras le acariciaba los pechos. Lamía el sabor salado que el sudor impregnaba en su piel.

Pronto comenzó a quejarse de dolores en el estómago y me detuve. Bajé mis manos al estómago y me dediqué a palpar, pero ella me fue indicando que bajase mis manos hasta que llegaron a los pliegues de su rajita donde me tuvo varios minutos palpando hasta que ella misma se quitó las braguitas dejando expuesta un negro vello púbico aunque no muy espeso. Entre Laura y Noelia, me indicaron como manipular aquella rajita para curar los dolores hasta que Noelia me dijo que debía aplicar el mismo tratamiento que a los pezones. Yo no pensaba sólo hacía lo que me indicaba mi prima y me tiré a chupar aquella húmeda rajita mientras Laura no decía nada, sólo gemía y se retorcía.

Lamía entre los suaves vellos aquella húmeda carne que se abría ante mí hasta que la humedad me inundó y las manos de Laura enterraron mi cabeza en su entrepierna.

Tras relajarse Laura, me senté en mi silla y Noelia me dijo que para curar a Laura debía darle un jarabe. Yo no sabía a qué se refería sólo pude dejarme hacer cuando mi prima me bajó los pantalones dejando al descubierto mi erecta colita de niño que comenzaba a hacerse hombre. Yo estaba extrañado por el estado de mi colita que estaba más grande de lo normal y muy duro.

Noelia comenzó a agitarlo con la mano frotando de arriba abajo, mi mente se comenzó a nublar completamente, mi cuerpo se tensó y sólo sentía una sensación muy placentera. No sabía que me pasaba hasta que el placer me invadió y quedé inmóvil mientras de mi colita manaba un líquido blanquecino que Noelia recogió con la otra mano.

Hecho esto, Noelia fue junto a Laura y, al acercárselo a la boca, Laura de un lametazo probó la mitad del fluido. Me sonrió y dijo que sabía rico. Entonces Noelia se limpió la mano con la lengua y me sonrió también. Yo no entendía lo que pasaba sólo estaba reponiéndome de lo ocurrido cuando mi tía llama a la puerta para que le abriésemos y dejar la ropa limpia.

Ahí acabó todo… por aquella tarde.

Bueno, como ya saben, si quieren contactar conmigo para cualquier cosa, por ejemplo, comentarios al relato o a mi técnica, para contarme experiencias personales,…, pueden hacerlo a: martius_ares@yahoo.es