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El Chapucero 5

en Hetero: General

EL DIABLO Y LA LOBA (segunda parte)

Laura condujo durante varios minutos haciéndome preguntas sobre su hermana y sobre mí en general.

-          Vaya, perdona, no te he preguntado dónde quieres que te deje.- dijo de repente con un mono gesto que mostraba fingida vergüenza por su torpeza. Era una criatura realmente adorable.

-          No te preocupes, voy a la calle Galdós.- respondí y ella hizo un ligero mohín.

-          ¿Te importa si hago un recado antes y luego te dejo allí? Sólo serán cinco minutos.- dijo clavando en mí sus ojos verdes por un segundo, sabedora que ningún hombre heterosexual se negaría a una petición suya.

-          Claro.- me ruboricé mientras yo miraba de reojo el sobre marrón sobre el salpicadero y ella sonreía tenuemente satisfecha de su poder sobre los hombres.

Cuando llegamos a su destino, la acompañé hasta la puerta del restaurante donde debía dejar el sobre y yo con cara de bobo, la que Dios me ha dado, pregunté por los aseos. El empleado con cara de desprecio me indicó la dirección. Afortunadamente, el empleado fue a informar a doña Elena de la llegada de su hija en la misma dirección. Le seguí y de lejos la localicé. Con mi teléfono móvil, hice fotos a todos los que estaban reunidos en aquella mesa, asegurándome de que sus caras quedaban bien claras en las fotos. No quise llamar mucho la atención así que volví a la entrada una vez que doña Elena se volvió a sentar en la mesa con el sobre en la mano.

Volvimos al coche y no sé cómo, pero Laura supo llevar la conversación hasta el punto en el que acordamos tomar una copa en su apartamento y yo ni supe ni quise negarme a llegar a tal acuerdo así que media hora más tarde, estaba sentado en el sofá de su apartamento frente a una copa de vino mientras ella se ponía algo más cómoda en el interior del único dormitorio de un lujoso apartamento.

Salió del dormitorio con una camiseta de baloncesto que apenas tapaba por encima de las rodillas y descalza. Se arrebujó en el sofá junto a mí y le dio un sorbo a mi copa de vino mientras me miraba a los ojos. Como una serpiente su conversación y su mirada sólo me distraían mientras su cuerpo se acercaba hasta que sus labios mordieron los míos y su cuerpo se enroscó alrededor del mío sobre el sofá de aquel elegante salón.

Sabía que aquello no encajaba, los nueves no casan con un cuatro, con un ocho o un siete si hay dinero pero no un cuatro. Sin embargo, me importaba una mierda en ese momento y simplemente me dejé llevar.

Saqué esa camiseta y la tuve ante mí con unas braguitas blancas. Esos pechos que había visto en la piscina grandes, no tanto como los de su madre, pero firmes y redondos como ningunos, que se amoldaron cálidamente a la forma de mis manos cuando se apoderaron de ellos. No tardó mi boca en buscar sus pezones y mordisquearlos como el becerro recién nacido, pero ella volvió a buscar mi boca para tomar el control de la situación. Sus manos desabrocharon los botones de mi camisa y la deslizó por mis brazos dejándome ligeramente impedido de movimiento de manos pues no me dejó deshacerme de la camisa. Sólo siguió con la cremallera y el botón del pantalón para tomar posesión de mi erección. Su lengua se deslizó lenta y sinuosamente por la longitud de mi mástil, haciéndome perder la razón. Sin embargo, impidió que me incorporase con una mano y con la otra asió mi miembro para comenzar una felación en la que esos gruesos labios succionaban mi virilidad con más fuerza que la que yo había aplicado en sus pezones.

No tardé en derramarme en su boca y ella tragó toda mi simiente como Lilith en la tradición hebrea. Todavía resoplaba cuando ella tiró de mí hasta su dormitorio. Por el camino se quedó toda mi ropa y la única prenda que había sobre mi piel cuando entré fueron esas braguitas blancas que lanzó a mi cara, inundando mis sentidos con su femineidad. Un aroma realmente excitante que hizo que me abalanzara sobre ella.

Ella me miraba boca arriba sobre la cama con las piernas ligeramente abiertas mostrándome su sexo depilado y sonrosado. Su piel blanca y su pelo rojo junto con esos ojos verdes como esmeraldas que me hipnotizaban, me hicieron caminar lentamente hasta ella. Mi mano le agarró el cuello y sus brazos abrazaron mi cintura para que nuestros sexos se juntaran. No fue cariñoso, fue brutal y animal. La penetraba sin compasión ni siquiera tuve la precaución de ponerme un preservativo y eso sería algo que lamentaría más tarde, pero simplemente me dejé llevar. Ella me empujó e hizo el amago de escapar. Era sólo un juego, quedó a cuatro patas sobre la cama y agarré su melena con una mano y con la otra acerqué sus nalgas a mis caderas.

Asiéndola de la melena la monté como una perra. Su espalda se arqueaba con los tirones que propinaba a su cabellera y ambos gemíamos al compás de mis acometidas hasta que me derramé en su interior.

Por la mañana, ella estaba rendida y totalmente dormida. Yo aproveché para poner una cámara en el salón de aquel apartamento. Igual podía sacar algo de aquello. Mentira, lo hacía por puro morbo y poder espiarla. Cuando acabé, Laura seguía arrebujada en la cama totalmente dormida y me marché sin despertarla.

Cuando llegué a mi apartamento, Sofía estaba arrebujada en mi cama otra vez. Se despertó y vino corriendo desnuda a besarme. Afortunadamente, no insistió en ir a la cama, puesto que no soy un semental como para follar a todas horas. Quizás cuando tenía trece años y me la meneaba como un mono a todas horas hubiese podido cumplir con las expectativas.

Comimos juntos y Sofía me volvió la cabeza loca con una conversación a la que no presté mucha atención. Cuando Sofía se iba a ir, le di unas copias de las fotos que había sacado la noche anterior y le pedí que me consiguiera algo de información de esa gente en la UDYCO. Ella cogió las fotos, me besó y me dijo que ya que había aceptado, me haría ese favor. Lo que me hizo preguntarme a qué me había comprometido durante el desayuno mientras no prestaba atención a su cháchara.

Pensé en que Sofía era ciertamente una belleza, pero sin duda Laura era más esbelta y excitante. Reflexioné por unos instantes en que la belleza al final es relativa depende de con quien se pueda comparar, pues ahora Sofía no parecía tan espectacular como lo había hecho hasta antes de conocer a Laura.

Era fin de semana y pensé en hacer el vago hasta el lunes, pero me puse a redactar unos informes del trabajo realizado con el ordenador.

Y llegó el lunes por la tarde al fin. La misma rutina de siempre: llegar a la casa, saludar a la madre, dejarle unos ejercicios a Clara para que se entretuviera y mis súbitas ganas de orinar para poder enredar en la parte superior de la casa.

Casi se me salió el corazón del pecho cuando una mano tocó mi hombro al acercarme al dormitorio de doña Elena. Se suponía que no había nadie en la casa pues doña Elena había salido como el viernes. Una sonriente Laura, que hacía esfuerzos por no reír a carcajadas por la cara de susto que puse, apareció ante mis ojos al darme la vuelta y me indicó que no hiciese ruido. Me guió a su dormitorio y comenzó a besarme.

Otra vez llevaba el bikini verde y poco le duró cuando me lancé a lamer las gotas de agua que perlaban su húmeda piel tras haberse dado un chapuzón en la piscina. Especialmente las que cubrían esos pechos perfectos. Ella sólo me empujó sobre la cama, expuso mi verga y comenzó a cabalgarme haciendo botar todo su cuerpo sobre mí con un excitante movimiento de toda su anatomía que pronto me llevó al placer. Otra vez lo había hecho con ella sin protección algo que sin duda acabaría lamentando más adelante.

Se abrazó a mí en su cama, nada que ver con la espaciosa cama de matrimonio de su apartamento, y comenzó a preguntarme sobre lo que hacía en la casa. Sin duda, sabía que mi propósito en esa casa era otro muy distinto a las clases de su hermana, aún así, me hice el loco y mantuve mi versión oficial. Ella se cansó de insistir y me dijo, haciendo un mohín, que haría cualquier cosa por mí y que acabaría por confiar en ella. Al final, no pude hacer nada esa tarde en la casa, pero la mañana siguiente me despertó una llamada sorprendente.

-          Hola, don Arturo- dijo una voz femenina.

-          Sí

-          Soy Clara Tabares.

-          ¿No tienes clase ahora, Clara?

-          Tenemos que vernos ahora.

Al final, me vi arrastrado a un McDonald’s  donde estaba la joven esperándome.

-          Ayer te vi con mi hermana.- me echó en cara nada más verme.

-          ¿ehhhhhhhhhhh?

Continuará…

Se agradecen los comentarios.

martius_ares@yahoo.es