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La Poción

en Control Mental

Ese día había sido el más increíble de mi vida, acabábamos de ganar el partido de americano, y no cualquier partido, sino la final, y precisamente contra nuestros más acérrimos rivales. Por fin, después de tres años de perder contra ellos, hoy nos coronábamos campeones. El ambiente en las regaderas era de festejo y alegría. Yo, como capitán del equipo, me quedé dando entrevistas para el periódico de la universidad, por lo que no me extrañó que al terminar de bañarme me hubiera quedado solo en los vestidores. Al llegar a mi casillero ahí estaba mi jugo, el que siempre me esperaba después del baño. Lo tomé, sediento, de un jalón. No transcurrieron ni dos minutos cuando sentí un gran calor dentro de mi cuerpo. Mi miembro se puso erecto y sentí una enorme necesidad de tener sexo con lo que fuera.

Salí a la puerta del vestidor y vi a una compañera subiendo la escalera. Antes de que pudiera hacer o decir nada, la jalé dentro del vestidor, la empujé contra la pared y le abrí la blusa, no delicadamente, sino arrancándole los botones, después le subí el sujetador y me abalancé hacia sus pechos, los cuales mordí fascinado. Ella trataba de protegerse, aventando mi cabeza para atrás, pero yo era mucho más fuerte que ella y poco podía hacer. Mi mano buscó bajo su falda, y pronto alcanzó su entrepierna, que yo estrujé. Le quería meter el dedo, aunque llevara ropa interior.

-Espera – dijo jadeante y sollozando- vamos a hacerlo tranquilos

Yo estaba desesperado, pero accedí, después de todo quizás podría calmar mis ansias más rápido si ella cooperaba. Mi boca soltó su pecho, que llevaba la marca de mis dientes y yo me separé un poco de ella, dejándole espacio para que se desnudara, espacio que ella aprovechó para lanzarme una patada que dio en mis testículos. Yo grité de dolor y caí al suelo, y ante esta oportunidad, ella echó a correr, huyendo de mi.

Todavía no me recuperaba del todo cuando llegó a mi lado Tomás, el mariconcete del grupo.

-Lamento que esto haya sucedido, pero es que me atrasé en el baño – dijo con su atlipada voz.

Yo no entendía bien a bien a qué se refería, pero como el dolor ya estaba pasando, y mi calentura volvió con mayor ímpetu, no me importó su explicación. Me quité la toalla, dejando al descubierto mi gran erección y agarré a Tomás por la cabeza, lo hinqué y le puse mi verga en su boca. El empezó a mamar encantado. Su boca rodeó todo mi pedazo de carne y se lo tragó de un bocado. Yo movía mis caderas hacia el frente y hacia atrás mientras Tomás apretaba sus labios en torno a mi miembro. Me lo estaba cogiendo por la boca. El ardor que sentía se estaba calmando un poco con la humedad bucal de Tomás. El agarró con una mano mis huevos y los acarició lentamente. Mi verga entraba y salía de su boca, siendo rozada por aquellos labios, que por momentos, me parecían vaginales. Empecé a gemir de placer cada vez más fuerte, fui sintiendo cómo mi orgasmo se acercaba, y cuando mi pene se engrosó, un chorro caliente, espeso y abundante fue a parar a la garganta de Tomás, quien, de momento, se ahogó un poco, pero yo creo que su experiencia lo salvó y pudo tragarse casi toda mi leche. Cuando me cansé de eyacular sentí que mi ardor cedía, pero no me duró el gusto ni veinte segundos, ya que otra vez sentía unas imperiosas ganas de coger.

Tomás se paró, y antes de que se diera cuenta, le bajé los pantalones. El se quitó los tenis y se sacó la ropa. Lo subí a una de las bancas, poniéndolo a cuatro, lo más cerca de la orilla. Yo me puse detrás de él, le separé las piernas e introduje mi miembro en su ano. Sentí cómo iba resbalando por su agujero sin ninguna barrera, seguramente porque no era la primera vez que lo penetraban, además de que parecía que se había puesto un lubricante. Se lo metí todo, hasta adentro, hasta que mis huevos chocaron contra sus nalgas. Después lo retiré despacio, para volverlo a meter nuevamente. El calor que mi verga sentía se aplacó un poco, a pesar de que el ano de Tomás estaba caliente. Lo metí y lo saqué repetidas veces, todo lo más despacio que mi excitación me permitía, quería gozar de este instante. Tomás también parecía disfrutarlo, y dejaba escapar unos gemidos muy tenues. Mi excitación crecía, por lo que empecé a acelerar mis movimientos. Yo agarré a Tomás por las caderas y aumenté mis embestidas en contra de su culo, tanto en velocidad como en fuerza. Tomás también se unió a este éxtasis y sus gemidos se hicieron más fuertes y también comenzó a mover las nalgas, trazando, de vez en cuando, pequeños círculos sobre mi miembro.

-¿Te está gustando Tomasito? – le pregunté jadeando

-Mucho, papito, atraviésame con tu espadota – contestó feliz

Yo seguí martillándolo hasta el fondo. Tomás daba grititos de placer. De pronto ya no pude más y vertí otra gran cantidad de leche que le llenó el ano. Yo estaba que no me lo creía. No sabía qué le habían puesto a mi jugo, pero esto era maravilloso. Había tenido dos orgasmos continuos y abundantes, tan abundantes como nunca. Claro que habría estado mejor con otra compañía.

Cuando se la saqué a Tomás mi leche le escurrió por su agujero, llegando hasta sus muslos. El se paró frente a mi y sonrió.

-Vaya que es efectiva la pocioncita esa – dijo con una sonrisa de satisfacción

-¿Así que fuiste tú, cabrón? – grité desesperado.

-Así es. Pobre de la chica a la que atacaste, pero es que me distraje en el baño, preparándome, tu sabes, y se te cruzó en el camino. Menos mal que supo cómo defenderse, porque si no ni caso me hubieras hecho – me explicó muy campante

-Pues ahora vas a....¡Oh, no! – No pude terminar la frase porque otra vez mi pene estaba erecto y el mismo calor me quemaba por dentro- ¿Qué esto no tiene fin?

-Sí, hay un antídoto que puede aplacar el efecto – contestó

-¿Aplacar dices, o sea que toda mi vida voy a estar condenado a tomar un maldito antídoto si no quiero morir cogiendo? – grité mientras lo zarandeaba de los hombros

-Me parece que sí – afirmó con un falso remordimiento

-Eres un desgraciado- le grité- Ahora dame el antídoto

-Por el momento sólo traigo un poco, lo que te aliviará por unas treinta o cuarenta horas

No lo podía creer. Estaba atado a tomar un maldito antídoto de por vida que sólo me iba a aliviar un día y medio, si es que no quería coger a lo que se me parara al frente. Ni modo, ya estaba metido en este lío y en las manos de este mariconcete.

-Está bien, Tomás, dame el antídoto por favor – dije tratando de ser lo más amable para que no se fuera a enojar.

Tomás sonrió y dijo

-Tómalo

-¿Aa..qué..te refieres? – dije nervioso cuando ví que Tomás se agarraba su verga.

-A que lo tengo aquí untado, y si quieres que se te quite el efecto tendrás que chupármelo – dijo muy quitado de la pena, aunque por dentro se veía que estaba disfrutando de lo lindo- Ah, y se me olvidaba, el antídoto sólo surte efecto si se mezcla con mi semen, así que ya sabes.

No lo podía creer. En un principio me rehusé, pero al sentir que las ansias por tener sexo aumentaban, y que si lo rechazaba él nunca me daría el antídoto, no tuve otra opción que hincarme frente a él y meterme su verga en la boca.

-Y espero que lo hagas bien, placentero, porque de lo contrario no te regalo mi leche – dijo el muy cínico

Yo empecé a chupársela, tal y como él me lo había hecho, tratando de darle el mayor placer para que terminara pronto. Se la fui acariciando con la lengua mientras que mi mano subía y bajaba por el cuerpo de su pene. Sus manos tomaron mi cabeza y, de vez en cuando, la empujaban para que me la metiera bien adentro. Oí sus gemidos, por lo que supuse que no lo estaría haciendo tan mal. Mis movimientos aumentaron de ritmo, deseando que todo esto acabara.

-Muy bien – dijo- lo estás haciendo muy bien. Pronto me voy a correr, y espero que no dejes escapar ni una gota de mi leche, no vaya a ser que no sea suficiente y me la tengas que mamar otra vez.

Sus gemidos se intensificaron y pronto sentí algo viscoso y caliente dentro de mi boca, que me apuré a tragar en su totalidad. Cuando ya no salió más, me paré sin mirarle a los ojos. Mi erección había cedido y el calor, que momentos antes me quemaba, había desaparecido.

-Muy bien, ahora ya estás normal –dijo sonriendo

-Así parece – contesté hosco.

-Mañana nos vemos. Tú decide a qué hora y en dónde, llámame – dijo dándome un papel que había sacado de su pantalón.

-¿O sea, que todos los días tendremos que hacer esto? – pregunté con un dejo de esperanza de que me dijera que no, que lo que me había dicho sólo hubiera sido una broma

-Esto y más – contestó- Pero no te preocupes, ya verás como poco a poco le vas agarrando gusto.

-No creo – contesté desafiante

-Pues peor para ti, porque, te guste o no, estás en mis manos, ahora me perteneces.

Dijo esto y se terminó de vestir. Después salió, no sin antes decirme

-Y no te preocupes, que de este y nuestros siguientes encuentros, nadie se enterará, claro a menos que así lo desees.

Se dio la media vuelta y ahí me dejo, solo y meditabundo, pensando en mi futuro.