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La alumna sumisa

en Dominación

Tenía dieciséis años de edad y estudiaba el último curso de la escuela secundaria. Nunca me había distinguido por ser una buena alumna pero tampoco reprobaba, pero lo que le daba a mi mamá muchos dolores de cabeza era la disciplina, era la típica adolescente problema. Por eso no era nada extraño que ese día me dirigiera a la dirección por un mal comportamiento. En cuanto entré, el director, un hombre de unos cincuenta años, cerró la puerta tras de mi y le puso el seguro. Las cortinas se encontraban corridas, como siempre estaban cuando un alumno iba a ser reprendido.

-¡Qué milagro! ¿Y a qué debo el honor de tu visita, Laurita? – preguntó irónico

-A que me sacó del salón la maestra de matemáticas – contesté en voz baja

-Mmm – se limitó a decir moviendo la cabeza y con un gesto burlón en su cara

-Pero es que yo no tuve la culpa, profesor – me defendí

-Sí, seguro – contestó con fastidio.

Se sentó en su escritorio y tomó el fólder que contenía mi expediente académico. Mientras él lo revisaba yo seguía de pie, en medio de la dirección.

-Mira Laurita, tus calificaciones no son malas, pero tampoco buenas, y si a eso le sumamos que no ha habido semana del año en que no hayas estado en esta oficina. Te aseguro que si tuvieras excelentes calificaciones realmente tu indisciplina no te afectaría tanto, pero dado que no es el caso, creo que tendré que tomar severas medidas contigo – explicó, y como yo no decía nada, continuó- Así que, por el día de hoy te vas expulsada a tu casa, y mañana quiero que vengan tus padres a hablar conmigo, y de acuerdo a lo que platiquemos, decidiré si te vuelvo a aceptar o te expulso definitivamente.

Yo tragué saliva y las lágrimas llenaron mis ojos, la barbilla me tembló, y un hilillo de voz escapó de mi garganta

-No, profesor, por favor no llame a mis padres – le supliqué- No sabe cómo me va a ir si usted me expulsa

-Laurita, no llores – dijo compadeciéndose de mi- pero créeme que es la única solución, a menos que a ti se te ocurra algo.

-Prometo...portarme bien – contesté entre hipidos

-Siempre lo has dicho. Habías jurado que nunca volvería a suceder, y mira.- me dijo

-Pero es que esta vez no fue mi culpa. Yo he puesto todo de mi parte para portarme bien y Gabriela fue la que me molestó, pero la profesora le creyó a ella y por eso me sacó del salón – me defendí

-Mira – me dijo poniéndose atrás de mi- si tu prometes ser buena y obediente en todo, y cuando digo todo es TODO, yo podría ayudarte.

-Sí – contesté

-¿Sí qué? – me retó

-Prometo ser buena y obediente en todo lo que me ordenen – completé

-Está bien. Voy a darte un voto de confianza. Ahora, quiero que te quedes quieta y no te muevas, a menos que yo te lo ordene. Si desobedeces alguna de mis órdenes, inmediatamente te vas expulsada, ¿entendido? – me dijo sin apartarse de detrás de mi.

-Sí – contesté con miedo

-Sí, mi señor. De ahora en adelante me llamarás mi señor – me dijo enérgico

-Sí mi señor – Contesté con un susurro.

Sentí cómo su mano levantó mi falda y posó su mano en mis nalgas. Yo di un respingo

-No te muevas o te vas- me dijo con una voz gélida

-Perdón, mi señor – contesté sumisamente

Sus manos masajearon mis nalgas, sobándolas con gran placer. Después pasaron al frente de mi pecho, apretándome las tetas sobre la ropa. Oía su respiración en mi oreja mientras sus dedos fueron desabrochando cada uno de los botones de mi blusa. Lo hacía con calma, no tenía ninguna prisa. Sabía que estaba a su disposición todo el tiempo que él quisiera. Con habilidad desabrochó mi sujetador y se pegó más a mi cuerpo. Sentía su duro paquete que rozaba mis nalgas, mientras que sus manos recorrían mis pechos desnudos. Estaba gozándolo, su respiración lo delataba.

Se puso enfrente de mi y se avalanzó a chupar mis tetas. Su lengua recorría cada centímetro de uno de mis pechos, primero, y luego del otro. Su boca ocupaba mi pecho y se complacía masajeando mis pezones con su lengua.

-Quiero que te quites tus braguitas, muy sexy, y luego te acuestes en mi escritorio con las piernas abiertas

Yo dudé unos segundos, pero al pensar lo que estaba en juego, obedecí de inmediato. Me alcé la falda hasta la cintura y después, contorneando las caderas me fui bajando mi ropa interior. Cuando cayó al suelo me subí de un brinco a su escritorio, y ahí me quedé sentada, incapaz de seguir obedeciendo.

-Mira, niñita, no estoy jugando. O haces lo que te digo o te expulso del colegio. De lo que se trata es que te comportes como una puta, que seguramente lo eres – me dijo molesto

Yo no tenía otro camino mas que obedecer, así que me recosté sobre el escritorio y abrí las piernas. El tocó mis labios vaginales, sobándolos por encima con una mano, mientras que con la otra seguía entretenido en mis pechos. Después de un rato de estar tocándome todo el cuerpo se bajó los pantalones y se sentó en la silla. Yo me le quedé mirándolo, hasta que me gritó

-Qué esperas puta, cumple tu función

-¿Qué quiere que haga, señor? – pregunté tímidamente

-Que abras tu linda boquita – me dijo, y jalándome del pelo me arrastró escritorio abajo, y luego me metió su verga en la boca- y que comiences a darme la mejor mamada que hayas dado.

Yo no había dado nunca una, pero había visto en una peli porno cómo se hacía, así que traté de chupar lo mejor posible. Su verga entraba y salía de mi boca y yo apretaba los labios para lograr un mayor roce con su piel, mientras mi lengua acariciaba todo su miembro. Una y otra vez lo oía gemir de placer cuando sentía mi lengua en su glande. Su miembro palpitaba dentro de mi boca, y se hinchaba más y más. Cuando estaba a punto de explotar lo sacó de mi boca.

-Ya es suficiente, lo has hecho muy bien. Esa boquita te podría conseguir puntos extras con algunos de tus maestros – me dijo viéndome a los ojos.

Luego hizo que me recostara en su escritorio, me abrió las piernas y hundió su cara en mi conchita. Su veloz lengua recorría la piel de mi entrepierna, lamiéndome por afuera y por adentro. Poco a poco su lengua se fue introduciendo en mi rajita hasta que llegó a mi clítoris. Una oleada de placer recorría todo mi cuerpo cada vez que su lengua pasaba sobre mi botoncito. La situación me había excitado bastante por lo que, junto con sus expertas caricias, me estaban conduciendo a un rápido climax. Noté cómo mi respiración se agitaba y mis caderas se bamboleaban sobre el escritorio.

-Ni se te ocurra correrte sin mi permiso, putita – me dijo, y volvió a lamerme.

Yo me sentía frustrada. Estaba a punto de tener un glorioso orgasmo y él me lo prohibía. Apreté mis labios, tratando de contenerme, traté de pensar en otra cosa, en algo desagradable, pero todo fue en vano. Por fin un espasmo sacudió mi cuerpo, y si no fuera porque apreté muy fuerte mis labios, se habría escuchado un grito desgarrador. En lugar de eso sólo emití un prolongado y grave gemido. Mis jugos le bañaron la cara, aunque no por eso dejó de chuparme. Cuando me calmé salió de mi.

-Te prohibí que te corrieras y me desobedeciste, perra – me dijo poniendo su cara muy seria

-Perdón, mi señor, pero es que... – dije

-No hay excusas, así que tendré que aplicarte un correctivo. Y cuidadito y oigo una queja. – me advirtió severo.

Me bajó del escritorio y me volteó. Mis piernas tocaban el suelo y tenía el pecho pegado a la mesa. Se puso detrás de mi y sentí una fuerte nalgada. Mis nalgas debieron de enrojecer ya que las sentí muy calientes. Yo sólo había dado un respingo, ya que había apretado los labios para no gritar. Apenas estaba recuperando el aire cuando sentí otro fuerte golpe.

-Esto es para que no olvides quién manda – me dijo mientras me daba una tercer nalgada.

Después se me paró las piernas, se pegó a mi y metió su verga en mi vagina. Cuando la tuvo toda dentro me soltó otra nalgada. Se empezó a hacer para adelante y para atrás para que su miembro entrara y saliera de mi conchita. Cada ciertos movimientos me daba una nalgada, que aunque habían perdido la fuerza de las primeras, mis resentidas nalgas las sufrían.

-Mira, no me gusta hacerte esto, pero es por tu bien. Cuando seas grande me lo agradecerás- dijo el muy cínico y me dio otra nalgada.

Conforme se acercaba a su orgasmo el ritmo de sus caderas se volvió más rápido, así como la frecuencia de las nalgadas. Su respiración era jadeante y muy ruidosa. De pronto sentí cómo su leche inundaba mi cuevita. El gruñó mientras descargaba en mi y las nalgadas ya eran muy suaves. Cuando terminó de eyacular sacó su miembro de mi, me levantó del escritorio y me hincó frente a él.

-Límpiamelo – me ordenó.

Yo de rodillas chupé su pene que sabía a una mezcla de su semen con mis jugos. Cuando la tuvo toda limpia me apartó y se subió el pantalón.

-Levántate y vístete – me dijo parcamente

Yo le obedecí y me puse mis bragas, me abroché el brasiere y la blusa, y me acomodé la falda. Todo en silencio. Cuando terminé me quedé parada frente a él, con los ojos bajos.

-Así me gusta, putita, sumisa. Ahora bien, de esto ni una palabra, ¿entendido?

-Sí, mi señor – contesté

-Una vez por semana te voy a llamar para que cumplas con tus deberes. Deberás de obedecerme de inmediato pero con absoluta discreción – continuó.

-Así lo haré, mi señor

-Y mientras tú seas obediente conmigo, supondré que lo eres con tus maestros, así que no tendrás ningún problema.

-Gracias, mi señor – respondí sorprendida de mi

-Y piensa en lo que te dije. Algunos de tus maestros y maestras te podrían dar unos puntos extras a cambio de una buena mamada – me dijo sonriendo burlonamente.

Me apachurró mis pechos, me dio una nalgada y abrió la puerta.

-Bueno Laurita, creo que te puedes ir. Ciertamente la maestra de matemáticas se equivocó esta vez. Ya he comprobado que eres una alumna obediente – dijo en voz alta, y cuando pasé a su lado me murmuró- adiós zorrita.

Yo me fui a los baños para limpiarme y ahí me solté a llorar. Me quedé pensando en lo que había pasado y en lo que habría de venir. Tenía que acallar a mi conciencia... de alguna manera.