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Engañando a mi esposa con su amiga

en Hetero: Infidelidad

Esta noche, como todas las noches hacía un mes, Cindy, mi esposa, toma su pastilla para dormir, y en menos de diez minutos ya está perdida entre sus sueños. Llevamos ya un mes sin tocarnos, sin hacer el amor. Cindy está muy alterada por la situación que estamos pasando y por eso tiene que medicarse para conciliar el sueño. Sus celos enfermizos la están llevando al borde de la locura. Durante tres años de matrimonio no ha habido día en que no me arme una escena de celos, acusándome de que si me gusta esta o aquella y demás lindezas. Su última ocurrencia era que seguramente me estaba acostando con Daisy, su amiga que vive en el departamento que queda justo encima del nuestro, pero en esta ocasión no estaba equivocada. Y no es que yo fuese un marido proclive a engañar a su esposa, pero es que tanto me la estuvo dando a desear, que un día miré a Daisy, no como amiga de Cindy sino como mujer, y ahí fue donde se jodió el asunto.

Al principio como que me daba pena abordar a Daisy. Mis acercamientos eran más de un puberto que de un hombre, ya saben, las miraditas, las sonrisas, el roce de las manos. Poco a poco el convivio diario dio paso a roces "accidentales" de sus nalgas. Para este entonces Daisy ya sabía que me traía loco, por lo que un día, cuando Cindy estaba en la cocina me lo soltó a bocajarro.

-Tu quieres acostarte conmigo ¿verdad? – dijo sin más, poniendo una sonrisa entre pícara y seductora

-Ehr...¿Yooo?- pregunté cínicamente

-Sí, no te hagas pendejo ¿quieres que cojamos? – me preguntó viéndome a los ojos

-Pues la verdad sí – me sinceré y le toqué las piernas

-Está bien, te espero en mi departamento hoy a las ocho

-¿Qué pasa? – preguntó Cindy que acababa de entrar a la sala

-Nada – contesté nervioso y tratando de guardar compostura- es que la computadora de Daisy está fallando y me pidió que si la podía ir a revisar.

Aunque Cindy trató de mantener la calma y fingió que me creía, yo pude ver que estaba bastante agitada, por eso, como a las siete y media que se fue Daisy, se tuvo que tomar su pastilla para calmarse, y ya para las ocho llevaba un buen rato en el país de los sueños. Antes de salir me cercioré de que no fuera a despertar, pero por más que le hablaba ni se inmutaba, por lo que decidí que podía irme tranquilo.

Apenas toqué la puerta de su departamento y Daisy ya me estaba abriendo. Con una mano me jaló para adentro y me plantó un beso en la boca. Yo estaba nervioso. Nunca había engañado a mi mujer y no estaba seguro de que ahora quisiera hacerlo, pero al separarnos del beso cambié de opinión. Daisy estaba enfundada en una minúscula y transparente bata y nada más. Podía ver sus pechos, bien rellenos y sus rosados pezones. Una pequeña y bien recortada mata de pelo adornaba su pubis, y cuando se volteó para que la siguiera vi unas nalgas hermosas, redonditas y respingadas. Seguí a Daisy hasta su habitación, donde se despojó de su ropa.

-Soy toda tuya, hazme lo que quieras – me dijo con sugerente voz

Yo me despojé rápidamente de toda mi ropa, y sin pensarlo mucho, me lancé a mamar esos sugerentes pechos. Aunque Cindy nunca mostró mayor entusiasmo, yo siempre he creído que mi lengua, en los pechos de una mujer, hace maravillas, aunque nunca para arrancar esos grititos que Daisy pegaba. Mi lengua jugaba con sus pezones, daba mordiditas aquí, un jaloncito por allá, en fin, que me despaché con la cuchara grande con los pechos de esta hembra.

Daisy me tumbó de espaldas, y bajó hasta mi pubis, donde se metió mi verga en la boca. Su lengua recorría de arriba abajo el cuerpo de mi masculinidad. Sus labios apretaban mi pene y lo soltaban para que la lengua jugara con mi glande. Yo hacía enormes esfuerzos por contenerme, me estaban dando la mejor mamada de mi vida. De vez en cuando ella dejaba escapar pequeños gemidos de placer, lo que provocaba que yo me excitara aun más. Porque una cosa es que te lo chupen, casi por obligación, y otra muy distinta que lo disfruten. Su boca seguía recorriendo mi pene. Yo ya estaba que no podía más, sentía que las venas de mi pene crecían y engordaban, y cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo, ella me dio un apretón y se lo sacó de la boca.

-Tranquilo, que quiero que acabes en mi vagina – me dijo

-¿Y cómo sabes que no puedo acabar en tu boca y después llenarte de leche el coño? – pregunté indignado

-Me lo dijo tu mujer – se limitó a contestar con una sonrisa

Y lo peor del caso era que estaba en lo cierto. Se sentó en mi cara y yo le empecé a chupar su almejita

-Ay, esa lengua es maravillosa, papito- me dijo

Yo no podía contestar nada, pero me limité a seguir dándole placer. Mi lengua le chupó cada rincón de su cuevita, entrando y saliendo una y otra vez. Yo chupaba con avidez, esperando sus jugos en mi boca, pero luego de un rato se bajó de mi cara y se puso a cuatro sobre la cama

-Dame por el culo, que quiero sentir tu vergota en mi hoyito – me dijo cachonda

Yo estaba que no me lo creía. Toda mi vida intentando darle a una mujer por el culo y todas lo rechazaban, incluso Cindy, que por ser gringa, se supone que era muy liberal. Y heme aquí que esta preciosidad me lo estaba, no pidiendo, suplicando. Mi verga se acercó a su ano y poco a poco la fui metiendo, muy despacito para no lastimarla

-Quiero que me la metas toda – me dijo

La metí más adentro hasta que vi que su culo se había tragado todo mi instrumento, y fue cuando empecé a bombear. Mi pene se deslizaba por su culo, entrando y saliendo, mientras mis huevos chocaban contra sus nalgas. Yo acerqué una mano a su vagina e introduje mis dedos en ella, masturbándola. Daisy movía las nalgas con rapidez mientras gritaba de placer

-¿Te está gustando, papito? – me preguntó

-Mucho. Eres una zorra caliente – le contesté

-Sí, empala a tu zorra, que tanto desea tu verga. Hazme correrme como la cerda que soy – me gritaba extasiada

Mi pene y mi mano se movían con rapidez dentro de sus agujeros, hasta que no pude más y eyaculé, llenándole de leche su culito

-Sí, dame tu lechitaa- dijo gimiendo como loba mientras tenía su orgasmo.

Ambos caímos de espaldas en su cama.

-¿Vas a venir diario, mi vida? – me preguntó

- Si preciosa, todos los días – le contesté

Pasamos un rato más platicando y acariciándonos el cuerpo. Después me vestí y salí. Desde entonces todas las noches, después de que Cindy se pierde en sus sueños, he subido al departamento de la caliente Daisy. Con ella he encontrado lo que buscaba en casa y no pude hallar.

Hoy, como siempre, y aunque me remuerda la conciencia, he subido con mi amante. Cuando regreso Cindy sigue plácidamente dormida, inocente, sin pensar siquiera que sus sospechas son fundadas. El verla así, tan tranquila e ignorante de la realidad, me parte el corazón. He decidido terminar con esta farsa mañana mismo. Sí, mañana en la mañana hablaré con Cindy y le pediré el divorcio. Decidido me acuesto e intento vanamente conciliar el sueño. Después de toda una noche de mal dormir, de dar vueltas para uno y otro lado de la cama, de estar pensando sólo en lo que voy a decir y en cómo lo voy a decir, de imaginar una y mil veces las distintas reacciones de Cindy, después de esa noche infernal por fin amanece. Me meto a bañar y me arreglo para ir al trabajo, alargando el momento decisivo. Cuando salgo del baño Cindy ya me tiene el desayuno listo. Me lo como sin ganas, intentando eludir este encuentro que ya me resulta ineludible, por lo que antes de salir al trabajo la tomo de los hombros, y viéndola a los ojos le digo

-Cindy, quiero el divorcio- Lo digo frío y directo, sin tantos enredos, como los que había pensado para no lastimarla.

-What? – exclamó Cindy, que cuando se pone nerviosa se le olvida el español.

-I want the divorce – le contesto en inglés para asegurarme que me entienda

-Are you fucking crazy – me grita enojada

-No, I`m fucking Daisy – le contesto con lo primero que se me viene a la mente

Ella suelta una carcajada, no sé si por mi chiste o por entender la situación. Después corre a la recámara y se encierra. Por más que le toco no me abre. Me voy al trabajo y paso todo el día llamándola por teléfono pero no me contesta. Terminado el trabajo corro hasta nuestro departamento, imaginándome lo peor. Abro la puerta y todo está tranquilo y en silencio. Corro a la cocina, pensando que quizás abrió el gas para suicidarse, pero nada, la cocina está impecable y en orden. Entro a la recámara, esperando encontrarme con su cuerpo sin vida, y lo único que noto es que faltan algunas cosas, las cosas de Cindy. Me asomo al baño para descartar que se haya colgado en la regadera o cortado las venas, pero nada. Todo está en orden pero vacío. Cindy se ha ido, se ha ido del departamento y quizás de mi vida. Lejos de alegrarme me deprimo. Esta noche no subiré con Daisy.

He pasado otra noche terrible sin dormir. Todos sus recuerdos llegan a mi mente, su cara, su risa e incluso sus histéricos gritos celosos, todo. Apenas amanece y suena el teléfono. Contesto.

-Hola David – dice la voz al otro lado. Mi corazón da un vuelco, es ella.

-Hola Cindy, te extraño – me sinceré

-Y yo a ti. Disculpa que no te haya esperado para despedirme de ti pero no te quiero ver. Pensé que escribirte una nota era muy frío y duro, así que te estoy llamando – me dijo con voz temblorosa

-Chiquita, perdóname. No vuelve a pasar – dije al borde de las lágrimas. Nunca, hasta ahora, había comprendido lo importante que Cindy era para mi, con todo y sus estúpidos celos.

-Ojalá y no vuelva a pasar. Escúchame bien lo que tengo que decirte. Hace como mes y medio Daisy llegó desconsolada a platicarme su vida. Me comentó cómo su marido le ponía el cuerno con cuanto ser se cruzara en su vida, ya fuera hombre, mujer o demonio. Cuando ella se enteró lo dejó, y por las dudas se fue a hacer un análisis de SIDA. Ya te imaginarás lo que sufrió cuando se enteró que estaba infectada. Desde entonces juró que iba a transmitir el virus entre todos los maridos que engañaran a su esposa con ella- hizo una pausa para llorar. Yo me quedé helado conforme escuchaba sus palabras.

-Cindy – titubeé- ¿Y tu crees que yo...?

-Seguramente. Lo más importante ahora es que te hagas la prueba. Llámame a casa de mis papás en cuanto tengas los resultados y ya hablaremos – me dijo llorando

-Sí – contesté con la voz quebrada

-Te amo, David, suerte – me dijo

-Yo también te amo y perdóname – le contesté

Ella colgó y me quedé con el auricular en la mano, viendo fijamente al teléfono. Mi mente estaba en blanco.