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Mi señor de la azotea (3)

en Grandes Series

Esta historia es la continuación de Mi señor de la Azotea, que está en micorrelatos. http://www.todorelatos.com/relato/41278/ y de Mi señor de la Azotea (2) que está en Sexo con Maduros http://www.todorelatos.com/relato/42075/ . A partir de aquí la historia continuará en Grandes Series.

 

El reloj marca las nueve y yo salgo de mi departamento. Esta vez no subo a la azotea, sino que me dirijo hacia la calle. Ayer mi señor me ha ordenado que acuda a un departamento que está dos cuadras al sur de nuestro edificio. Por fin ha conseguido prestado un lugar en donde estemos a salvo de las miradas indiscretas. Voy caminando por la calle contoneando las caderas, amplias, que despiertan los deseos de los transeúntes. A mis dieciséis años mis pechos ya han crecido a todo su esplendor y luchan por salir de mi apretada blusita. Mis pezones, erectos por saberme deseada, se dibujan contra mi ropa. Llego a la puerta del departamento y toco. No pasa ni un minuto y ya mi señor me ha abierto y me jala hacia adentro. Me da un salvaje beso, lleno de pasión y calentura, que me pone a temblar. Su lengua viola mi boca, recorriendo cada espacio e intentando entrelazarse con mi propia lengua.

-Estaba impaciente porque llegaras – me dice tomándome de la mano mientras me conduce a la recámara.

-¿Acaso temías que no viniera? – le pregunto divertida.

Él no responde. Como en la azotea, se pone detrás de mi y me abraza. Sus manos recorren mis pechos, apretujándolos con fuerza. Botón a botón mi blusa va cediendo. En cuanto me la desabrocha por completo me la quita. Mis tetas quedan en el aire y él se acerca a chuparlas. Su lengua recorre mis pezones, ya erectos y les da pequeñas mordidas. Esta vez no le importa que grite, ya que nadie nos puede oír. Una de sus manos baja por mi falda y se mete en mi entrepierna. Su dedo llega hasta la entrada de mi vagina y empieza a recorrerla por afuera. Mi cuerpo tiembla de emoción y mi cuevita se humedece, ansiosa de recibir aquél dedo. El sigue jugando con mis labios vaginales. Yo muevo la pelvis, como obligándolo a que inserte su dedo, pero el se rehúsa. Empiezo a gemir de placer y frustración.

Se separa de mi y desabrocha mi falda, que resbala por mis contorneados muslos. Quedo, excepto por las calcetas y los zapatos, totalmente desnuda ante él. Por primera vez puede admirar mi cuerpo sin que esté semioculto por la luz de la luna. Se pasa la lengua por los labios y me vuelve a abrazar por atrás. Una de sus manos juega con mis pechos, los amasa y los estira. Mis pezones son aprisionados por sus dedos. Su otra mano se pierde entre mis piernas y siento cómo introduce un dedo dentro de mi. Un suspiro ansioso brota de mis labios mientras mis caderas se mueven rítmicamente al compás marcado por su dedo, chocando contra su paquete, y trazando círculos sobre su ya erecto pene.

-¿Te está gustando, mi putita? – me pregunta dulcemente al oído.

Otro gemido placentero es mi respuesta. Me estremezco de placer cada vez que me llama su putita, porque eso soy. Una palabra suya basta para convertirme en su hembra, dispuesta a cualquiera de sus caprichos.

Se despoja de su ropa y toma su pene entre sus manos. Yo me hinco delante de él y empiezo a chuparlo. Mi lengua recorre su glande mientras mis manos acarician sus testículos. Mi boca se abre para recibir su falo que me lo clava hasta la mitad. Cierro mis labios a su alrededor y empiezo a subir y bajar la cabeza. Cada vez que entra mi lengua recorre su tronco, y cuando sale se concentra en el glande. Él toma mi cabeza con sus manos y controla mis movimientos, los hace más lentos. Su verga desaparece dentro de mi cavidad bucal para volver a aparecer momentos después. En su tronco se pueden ver restos de mi saliva. Siento que su pene empieza a engrosar y que su respiración se vuelve más agitada. Él también lo nota, por lo que detiene mi cabeza y saca su instrumento de mí.

-Ahora no, golosa – me dice divertido

Yo me quedo con las ganas de sentir su semen en mi boca, de saborear su leche, pero sé que se ha reservado para otro de mis agujeritos. Me tumba en la cama y me abre las piernas, colocando su cabeza dentro de ellas. Siento su lengua recorrer el interior de mi vagina y mis gemidos afloran de mi boca. Esta vez no son susurros ahogados. Él está excitado y su lengua recorre cada vez más veloz mi vagina. Se ha centrado en mi clítoris y sus lamidas me provocan oleadas de placer. Sus manos se alzan hasta alcanzar mis pechos, los cuales siguen siendo amasados. Me pellizca con más fuerza los pezones y yo suelto gritos, mezcla de placer y de dolor. Mi respiración está agitada, mis jadeos son más intensos y un espasmo recorre mi vientre. Mis caderas suben y bajan, chocando contra su boca, mientras mi orgasmo me recorre todo el cuerpo.

Miro sus ojos, felices y ansiosos, que me miran con deseo. Siento cómo acerca su miembro hasta la entrada de mi vagina.

-Ahora sí, pequeña putita, vas a conocer el mayor de los placeres. Sólo relájate y entrégate. Ya sabes, me gusta oír tus gemidos – me dice

Su verga va entrando poco a poco a través de mi conchita, abriéndose paso por las estrechas paredes. El pequeño dolor de al principio da paso a una sensación nueva que me gusta. Sigue avanzando y el dolor vuelve, para desaparecer después de una cuantas embestidas. Por fin topa con una barrera. Siento que ya ha llegado todo, pero cuando levanto la cabeza me dice que sólo ha entrado la mitad. Mi cuerpo tiembla, no sólo de nervios y de placer, sino por el temor al dolor que eso me va a provocar. Una fuerte estocada y su pene traspasa mi barrera. Un grito fuerte de dolor escapa de mi garganta.

-Para, para, me hacer daño – grito con el dolor reflejado en la cara.

-No es para tanto, espera un poco y ya verás si quieres que pare – me contesta.

Su verga entra y sale dentro de mi. El fuerte dolor va desapareciendo, haciéndose más soportable. Una cuantas embestidas más y apenas y queda una ligera molestia, la cual finalmente desaparece.

-¿Quieres que pare, putita? – me pregunta con burla

-No, sigue dándome – le contesto excitada

-¿Estás segura?

-Sí, cógeme, que soy toda tuya – le digo entre jadeos.

Mi señor me traspasa una y otra vez. Mis caderas se mecen al vaivén de sus estocadas. Por más que no hubiera querido, mis gemidos salen de mi boca, excitándolo a él. Su respiración es ya muy agitada, al igual que la mía. Mis manos se aferran a su espalda mientras siento pequeñas punzadas en mi vientre. Él sigue entrando y saliendo de mí, hasta que siento cómo su miembro se pone tieso.

-Me corro, niña, me corro – dice con jadeante voz

-Sí papito, lléname con tu semen – le digo

Él descarga su potente chorro dentro de mi conchita. Su leche llena todo mi agujerito. Mis ojos se entornan y siento un pequeño orgasmo en mi interior. No ha sido como el que me provocó con su lengua, pero de igual forma yo gimo y hago alboroto, segura de que esto le gustará.

Cuando ambos terminamos se acerca a mi boca y me besa. Sus manos recorren mi cuerpo y las mías aprisionan su pene, ya flácido y sin vida.

-¿Te gustó? – me pregunta

-Mucho – contesto sorprendida. Es la primera vez que se preocupa por mi.

-Espero que no te haya dolido mucho – me comenta

-Al principio sí, pero ya después no.

-De ahora en adelante ya no te dolerá tanto – me dice con una sonrisa. Yo asiento con la cabeza.

Nos vestimos en silencio, sintiendo su mirada penetrante en mi cuerpo. Cuando ya estamos vestidos me dice

-Mañana y pasado mañana te espero aquí. Después nos seguiremos viendo en nuestro rincón.

Yo sólo sonrío y me le pego. Él me abraza mientras soba mi cabeza. Sé que aunque no quisiera me sería imposible no acudir a su encuentro. Soy toda suya, él es Mi Señor.