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Abusando de la china

en Interracial

Entro al restaurante chino. Como representante del gobierno del área de licencias de funcionamiento de negocios, me gusta intimidar a los extranjeros, quizás por resarcir las humillaciones que recibí por ser afroamericano, como le llaman ahora, o el negro, como me dicen en la oficina. Llegué de inmigrante a este país huyendo del hambre y la miseria que había en el mío. Poco a poco, y más con maña que con inteligencia, fui escalando puestos hasta llegar a donde ahora estoy. Y no es que sea el gran puesto pero tengo autoridad, por lo menos con los infelices propietarios de algún giro mercantil que se halle en mi zona. Cualquier cosa es pretexto para amenazarlos con cerrar el negocio. Con algunos soy más duro que con otros, pero con los que sí soy inflexible es con los extranjeros.

Entro al restaurante y me presento con los dueños, una joven pareja de chinos. Él es flaquito y chaparrito, amarillo y con los ojos rasgados, como todos. Ella está un poco mejor. Su cara parece de porcelana, es menudita pero con un par de tetas bien puestas, ni muy grandes ni muy chicas. Apenas veo a la china y se me enciende el fuego interno. Vamos a un cuarto trasero que hace las veces de oficina y reviso sus papeles y ellos me miran sonrientes, nerviosos pero sonrientes.

-Creo que sus papeles no están en regla – digo sonriendo, ahora es mi turno, mientras ellos se quedan más pálidos y ya sin esa sonrisa idiota.

-¿Qué dice? – pregunta el hombre asombrado

-Que les voy a cerrar su negocio – digo en tono glacial.

-¿Y no habría forma de arreglarlo? – dice nervioso

-Sí – contesto triunfante mientras abrazo a la china- que esta preciosura se acueste conmigo

Los dos se quedan de una pieza y se miran a los ojos. El terror en los ojos de ella se refleja en los de su marido, pero a pesar de estar temblando no se atreve a moverse de mi lado. Sus ojos comienzan a anegarse cuando ven la cabeza de su marido asentir.

-Está bien, haremos lo que usted quiera – responde el hombre derrotado.

Empiezo a desnudar a la mujer que, incapaz de contradecir a su marido, se deja despojar de su ropa. Ya que la tengo desnuda le sobo las tetas y se las chupo. Mi lengua recorre sus pezones y de vez en cuando les dan un buen mordisco. Ella se deja hacer. Me bajo los pantalones y mi verga sale disparada. Obligo a la china a hincarse para que se la meta a la boca.

-Chúpamela china – le ordeno

-Sí, pero no soy china, soy japonesa – responde con un poco de orgullo

-China, japonesa, vietnamita, a mi me vale madres, todas son iguales – le respondo con desdén y le empujo mi instrumento en su boca.

Me da pequeñas lamidas, pero yo la agarro de la nuca y la empujo. Casi se ahoga, pero eso me tiene sin cuidado. Le empujo y le jalo de la nuca repetitivamente. Una y otra vez mi pene viola su boquita. Mi miembro ocupa toda su pequeña boca, llegando casi hasta la garganta. Las lágrimas surcan su rostro mientras yo la obligo a mamar.

-Mira chino cómo se traga mi estaca la puta de tu mujer – le digo para humillarlo. Él no me contesta.- Mira y abre bien los ojos, si no te cierro el negocio.

El chino ve cómo mi miembro aparece y desaparece en la boca de su mujer.

-¡Qué abras bien los ojos, carajo! – le grito

-Pero si los tengo abiertos – me contesta nervioso

-No, ponlos como de caricatura japonesa – le digo y me río de mi ocurrencia

Por fin le suelto el cuello y la aparto de mi. La cargo y la pongo sobre el escritorio.

-Abre bien las piernas, que vas a sentir una verga de verdad – le digo ante su mirada aterrorizada, y dirigiéndome al chino le digo – y tú chino, ve a prepararme algo de comer mientras me cojo a tu mujer, porque cuando acabe con ella voy a estar muy hambriento.

El chino sale a la cocina y yo jalo a la mujer de los tobillos hasta que sus nalgas quedan al borde del escritorio. Me coloco entre sus piernas y voy metiendo poco a poco mi pene en su interior. Me muevo hacia el frente y hacia atrás mientras veo como la vagina de la china se devora mi instrumento. Mis manos le agarran los pechos y los empiezo a masajear. Yo no sé si le está gustando o no, ya que su cara no refleja ninguna emoción, pero a mi no me importa y continúo con lo mío.

-Mira pinche china, o gimes y gritas para que tu marido te oiga como lo estás disfrutando a aquí te mato – le digo poniéndole mis manos alrededor del cuello

-oh, oh, ah, ah – empieza a gritar

Yo le levanto la cintura y la penetro más a fondo. Sus gemidos deben de escucharse hasta la cocina, le muevo las nalgas y la acomodo a mi placer. Mi verga entra hasta el fondo y en el rostro de la mujer apenas y se dibuja una mueca de dolor. Unos cuantos empellones más y mi verga empieza a disparar borbotones de semen que le llenan su vagina. Me subo a la mesa y le pongo mi negra verga entre sus amarillos pechos y se los lleno de semen. Me bajo de la mesa y la obligo a que me limpie el pene con su boquita. Restos de semen se embarran en sus labios antes de dejarme limpio mi miembro. En eso estamos cuando entra el chino con una jarra de sake y un filete de pescado. Yo lo miro divertido mientras observo cómo ve a su mujercita. Me siento en el sillón del escritorio y le ordeno a la china que permanezca a mis pies, mamándomelo mientras yo le pellizco los pezones. Como y bebo, bebo y como. Con una mano apachurro los pechos de la china, mientras su lengua recorre de arriba abajo el cuerpo de mi pene.

-Está bueno el sake – le comento- he ido a muchos restaurantes chinos y no lo tienen

-Es que el sake es una bebida japonesa, no china, y este es un restaurante japonés – me contesta.

-¿Sabes? –le digo- me gustaría que para la próxima vez tu esposa esté vestida como colegiala. Eso me excita mucho, y tal vez hasta me la coja por el culo.

El chino sólo asiente. Termino de comer y ya estoy dispuesto a volverme a coger a la china, o quizás a su marido. La cabeza me empieza a dar vueltas.

-Qué extraño efecto tiene el sake – le digo sin poderme levantar- hace rato que lo tomé y hasta ahora me está mareando.

Él sólo sonríe.

-Yo creo que ya no te voy a...poder coger – le digo a la china arrastrando la voz- pero súbete a mis piernas para que me coma tus pechos.

Ella voltea a ver a su marido y se aparta de mi. Me siento como si me hubiera tomado un litro de sake. Tengo la cara, los labios y la lengua adormecida.

-Essstuvo muy bueno el pescado...cobo lo hicites – digo a duras penas

-Es Fugu, un platillo típico del Japón – me contesta con una sonrisa de orgullo.

Yo siento mis brazos pesados y un fuerte dolor de cabeza.

- Para prepararlo – continúa- se necesita ser un chef certificado, ya que el pez globo es muy venenoso...

Al oír esto me quedo tieso. Mi corazón se acelera. No sé si cerré los ojos o apagaron la luz, pero me he quedado sin ver nada, todo está completamente a oscuras. A lo lejos oigo la voz del chino que continúa con su explicación.

-...y si un cocinero no sabe, o no quiere – poniendo énfasis en no quiere- prepararlo bien, el veneno del pez contagia su carne y envenena al comensal, provocándole...

Hasta aquí oigo sus palabras . No veo, no oigo, no siento mis extremidades. Me da un fuerte dolor en el abdomen y me doblo. Caigo al suelo entre espasmos de dolor, esperando que pronto pase esto. El dolor va disminuyendo, al igual que mis pulsaciones y los latidos de mi corazón, hasta desaparecer. Se acabó.