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Humillada por placer

en Sadomaso

Era viernes por la noche. Hugo y yo llegamos hasta la puerta de su departamento. Yo iba con mi atuendo de trabajo, pantalón y chamarra de piel y un collar de cuero alrededor de mi cuello. Del collar salía una cadena, que de momento y mientras nos abría Sara, permanecía escondido en mi chamarra. Mi relación con Hugo es muy compleja. Para empezar no somos novios, ni amantes formales ni nada por el estilo. Entre semana trabaja para mi pero los fines de semana, bueno no todos, se transforma en mi amo, por lo que mi persona le pertenece, pudiéndome prestar a sus amigos, como en este fin de semana. Yo soy una atractiva empresaria que es dueña de unos laboratorios. En mi trabajo soy todopoderosa y exigente con mis empleados. Varios cientos de familias dependen de mi, y de un plumazo puedo cambiar su futuro al despedir al sustento económico de ese hogar. Sin embargo, a pesar de mis logros laborales y económicos me sentía vacía, hasta que conocí a Hugo y la relación de dolor, sufrimiento y sumisión que me impone. Esos fines de semana en que me humilla y me castiga han servido de catarsis para mi vida. Ahora, paradójicamente, sonrío más y soy más humana. Ya no estoy vacía. Es por esto que ahora estoy aquí, de servicio social, por llamarlo de una manera. Sara, que es amiga de Hugo, trabaja para una mujer odiosa y antipática que le hace la vida imposible. Su misma timidez provoca que su jefa abuse de ella, dando por resultado que ella se sienta más aplastada cada día. Yo voy a jugar el papel de su jefa y ella podrá gritarme, golpearme y castigarme a su antojo. De esta manera desquitará su rabia y vencerá su temor a enfrentarse a la tiránica mujer. Si esto funciona como piensa Hugo, el lunes que Sara vuelva a la oficina podrá zafarse del yugo que la oprime.

Hugo llamó a la puerta y diez segundos después ésta se abrió. Ante mis ojos apareció una linda morena de gafas y con una postura encorvada que delataba la opresión que sufría día a día.

-Hola – dijo tímidamente con una medio sonrisa dibujada en su rostro.

-Lo prometido es deuda – dijo Hugo dándole un beso en la mejilla.

Apenas Sara cerró la puerta yo me puse de rodillas y bajé la cabeza. Hugo tomó la correa y me condujo a la sala. Yo fui gateando por el lugar. Una fugaz mirada hacia Sara me permitió darme cuenta de lo asombrada y emocionada que estaba. La tímida sonrisa con que nos recibió se transformó, y ahora llenaba todo su faz. Hugo y ella se sentaron en los sillones mientras yo permanecí en el suelo.

-Bueno Sarita – dijo Hugo- aquí te entrego a mi cachorrita.

Los ojos de Sara iban de Hugo a mi y de vuelta a él.

-De aquí al domingo, como a las doce del día, es toda tuya. Le puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando se respeten dos normas – Hugo tomó un aire solemne-. Primero, no le puedes dejar marcas permanentes, y segundo, los golpes que le des en la cara deberán desaparecer para cuando venga a recogerla.

Sara asintió. Su cara denotaba nerviosismo, pero a la vez excitación. Ya no miraba tanto a Hugo sino a mi cuerpo.

-Te aconsejo – continuó Hugo- que empieces el juego de rol mañana. Hoy dedícate a domesticarla y disfrutarla.

Dicho esto, Hugo se puso en pie, le entregó a Sara la correa y salió. Sara volteó a mirarme y una sonrisa de deseo se impregnó en su cara.

-Desnúdate – me ordenó.

Yo me fui quitando poco a poco mi chamarra, las botas y el pantalón. Sara se acercó a mis nalgas y las empezó a palpar. Unas cuantas nalgaditas amistosas procedieron a un fuerte golpe. Su mano se estrelló contra mis glúteos, que debieron de quedar enrojecidos por el contacto. Mi cuerpo dio un respingo, más por la sorpresa que por el dolor, al que ya estaba acostumbrada. Sara se sintió satisfecha y volvió a nalguearme. Esta vez su golpe fue más fuerte. Dos, tres, cuatro veces más. Su mano se sentía caliente, al igual que mis nalgas.

-Vamos a la cocina – ordenó.

Yo me fui gateando detrás de ella. Una vez dentro, ella me quitó el collar. Yo permanecía hincada y con la cara hacia abajo. A través de mi pelo echaba, de vez en cuando, alguna mirada hacia ella, para observar su reacción. En amos más experimentados, esta osadía la hubiera pagado caro, pero en Sara no. Ella sacó algo del refrigerador. Mientras se preparaba la cena acercó un tazón con leche y lo puso en el suelo, junto a mi.

-Ándale, chiquita, aquí tienes tu lechita – me dijo como si le estuviera hablando a un gato. Yo me incliné, y sacando la lengua, empecé a cenar. Ambas terminamos juntas, yo mi leche y ella de preparar su deliciosa cena. Salió de la cocina y yo detrás de ella. Se sentó frente a la televisión.

-Ven, ponte aquí, hincada en cuatro – me ordenó.

Yo me puse frente a ella y colocó su plato y su vaso en mi espalda.

-Más te vale que no tires mi cena – me advirtió.

Una hora después yo continuaba en esa posición. Afortunadamente el cenar no le llevó más de quince minutos, tras los cuales retiró su plato y vaso para subir, cómodamente, los pies sobre mi. Las rodillas ya me dolían y tenía entumidos los brazos y las piernas, pero afortunadamente para mi, mis ligeros movimientos pasaban desapercibidos. Se paró para dirigirse a la cocina nuevamente. Sacó unos periódicos y me los restregó en la nariz antes de ponerlos en el suelo.

-Aquí vas a hacer tus necesidades. Si te haces en cualquier otro lado te voy a dar de periodicazos. –me dijo con tono amenazante.

Ella salió y cerró la puerta de la cocina. Yo me eché a dormir sobre los periódicos, esperanzada de no tener ganas de orinar para no mojar el periódico. Con las primeras luces del amanecer mi vejiga no aguantó más y tuve que orinar. Como ya estaba mojado decidí quedarme ya despierta. Aprovechando que Sara debía de estar aun dormida, me levanté un poco para estirar las piernas y caminar un poco. Mi estómago rugía de hambre, pero creí que tomar algo sin permiso era abusar de mi condición, así que tuve que esperar hasta las diez de la mañana, hora en que Sara despertó.

-Veo que has sido una buena perrita – me dijo después de revisar que sólo había orinado en el periódico- recógelo y tíralo en la basura.

Yo obedecí. Sara entró a preparar el desayuno. Mientras olía lo que estaba cocinando mi estómago empezó a gruñir muy fuerte, por lo que Sara pudo escucharlo, sin embargo lo ignoró. No fue sino hasta que tuvo su comida en la mesa, que se dirigió a la despensa para darme un plato rebosante de croquetas para perro.

-Aquí está, cachorrita, come, que debes estar hambrienta – me dijo sonriendo.

Yo me acerqué al plato y empecé a oler. Realmente no era desagradable, pero no me apetecía la idea de comer alimento para perros, pero finalmente pudo más mi hambre y empecé a comer. Cuando terminé, aguardé en la cocina a que llegara Sara, pero un chiflido me indicó que quería que fuera.

-Bien, chiquita – me dijo en cuanto llegué- que obediente eres. A ver si eres cariñosa, se una buena perrita y lame mis manos.

Yo lamí sus manos, metiéndome incluso sus dedos a mi boca, de forma sensual. Ella sonreía. De pronto me dio un empujón que hizo que cayera al suelo.

-Basta, basta. Es hora de que adoptes tu papel. Tienes diez minutos para arreglarte. En esa maleta está tu atuendo y una foto de mi jefa, para que hagas todo por parecerte a ella. Yo me dirigí al baño, donde aproveché para hacer mis necesidades cómodamente sentada. Bebí un poco de agua de la llave, y después me limpié la cara, las axilas y la vagina. Ya un poco más refrescada, procedí a vestirme como su jefa, poniendo especial atención al peinado y las expresiones de la cara. Diez minutos flat y yo ya estaba afuera.

-Muy bien, ahora eres Aurora, esa vieja antipática, grosera y burlona que es mi jefa. Supongo que ya sabes qué tienes que hacer – me dijo viéndome a los ojos.

Yo sólo asentí, respiré hondo y empecé a actuar. Los nervios afloraron, ya que sabía que muy pronto estaría siendo castigada.

-Bien, Sara – dije con voz odiosa- tu desempeño en el trabajo ha sido muy deficiente.

-Pero Aurora – dijo Sara con verdadera cara de susto – es que yo...

-¡Nada! – grité interrumpiéndola- tus explicaciones no me convencen en absoluto.

Sara se puso lívida de terror. A medida que mi actitud arrogante iba aumentando, ella se iba encogiendo. Estuve tentada a parar todo, pero pensé que eso no la ayudaría en lo absoluto. De pronto su mirada se nubló. Pensé que iba a romper en llanto, pero para mi sorpresa, y seguramente para la de ella, se levantó indignada y me plantó una bofetada que me cruzó la cara. Ambas nos quedamos atónitas.

-¿Qué fue lo que hiciste? – le grité.

Otra cachetada fue mi respuesta. Sara se me abalanzó y me tiró al suelo. Ambas forcejeamos, pero finalmente ella me tumbó boca abajo, y torciendo mis brazos para ponerlos en mi espalda, me esposó.

-Ahora sí, maldita perra, ya estás en mi poder – me gritó enloquecida.

-Suéltame Sara, y esto no pasará a mayores – le dije fingiendo terror en mi mirada

-Nada de eso, zorra maldita – me gritó.

Sara se quitó las bragas y se subió la falda. Después se sentó en la silla, abrió las piernas y empujó mi rostro hacia su vagina. Un agradable olor llegó a mi nariz, Sara estaba excitada.

-Chupa, maldita puta – me ordenó tajante

Yo saqué mi lengua y empecé a pasearla por todo su cuevita. Mi lengua entraba y salía de su interior, sorbiendo los jugos que de ella emanaban. Por un momento olvidé que estaba representando un papel y me dejé conquistar por ese aroma y ese sabor que salía de su vagina. Un gemido de placer me devolvió a la realidad. Enmendé mi error, y aunque mi lengua siguió procurándole el mayor placer posible, mi actitud era de rechazo. Continuamente echaba la cabeza para atrás, como intentando zafarme, pero sus manos me obligaban a pegarme más y más a su conchita. Por fin un orgasmo invadió su cuerpo. En cuanto sus manos me soltaron yo retiré mi cabeza. Fingía llorar llena de asco.

-Ya Sara...has hecho...lo que querías. Suéltame, por favor – supliqué hipando.

Sara sacó unas tijeras y se acercó a mi, cortándome la ropa hasta dejarme totalmente desnuda. Yo lloraba ante ella, incluso me hinqué para pedirle clemencia.

-Ya que estás de rodillas – me indicó sarcástica- límpiame los zapatos con la lengua de puta viciosa que tienes.

Yo acerqué mi boca a sus pies y mi lengua empezó a lustrar sus zapatos. Mi lengua se paseó por sus dedos, chupando el gordo por un tiempo. Una fuerte nalgada sacudió mi trasero.

-No te permití que chuparas mi dedo – me gritó

-Perdón Sara – contesté

-Cuando me hables me llamarás Ama – me dijo dándome una cachetada- ¿entendiste?

-Sí – me limité a contestar

-Sí, qué – me preguntó dándome otra cachetada

-Sí, ama – contesté sumisamente.

Me levantó jalándome el cabello y me condujo hasta la cocina, donde tenía instaladas unas cadenas que colgaban del techo. Al otro extremo había unos grilletes, los cuales puso en mis manos, después de quitarme las esposas. Con las manos encima de mi cabeza me costaba trabajo respirar. Sara se paseó alrededor de mi, pellizcando mis nalgas, metiéndome un dedo en el ano e incluso golpeando mis muslos. Agarró unas pinzas y me las colocó en los pezones. Sara jaló las pinzas provocándome mucho dolor.

-Ayy – grité cuando mis pezones quedaron estirados.

-Cállate, puta – me gritó Sara con una bofetada.

Varias nalgadas castigaron mi atrevimiento. Ella me jaló hasta el suelo y volvió a poner su vagina sobre mi boca. Mis labios cerrados se rozaron contra su entrepierna.

-Saca tu lengua y lame- me ordenó al mismo tiempo que me daba un latigazo.

Mi lengua volvió a recorrer tímidamente su cuevita. Aunque yo me moría de ganas de devorarla tenía que fingir lo contrario. Poco a poco mi lengua fue adentrándose más en su vagina, explorando cada rincón de ella. Sara sostenía mi cabeza y la repegaba más y más a su conchita a medida que mis caricias la iban excitando. Los latigazos en mis nalgas iban en aumento a medida que ella se acercaba a su orgasmo. Oí su respiración jadeante y entrecortada y muy pronto pude disfrutar sus jugos en mi boca. Me mantuvo pegada a ella hasta que su orgasmo pasó por completo. Una vez recuperada pegó mi cara contra el suelo, dejando mi culo levantado. Abrió mi ano e insertó una vela. A medida de que mi agujero se dilataba la vela iba entrando más profundamente en mi. Cuando se aseguró que quedaba perfectamente clavada la encendió.

-Te quedarás en esa posición por un momento. Ya después te daré instrucciones – me dijo saliendo de la cocina.

La posición en que me tenía era bastante incómoda. Oía cómo la flama iba consumiendo el pabilo, y cuando la cera derramó por un costado y me cayó en la piel emití un pequeño gemido. Esa era la señal que Sara esperaba para entrar.

-¿Duele, verdad? – me dijo sonriente- así me duelen tus palabras, pero yo te voy a dar un bálsamo. ¿Ves esa cuerda que está junto a ti?

Yo alcé los ojos y vi la cuerda señalada, que estaba a escasos centímetros de mi.

-Pues en su otro extremo hay una cubeta con agua. Si quieres apagar la vela tendrás que tirar la cuerda con los dientes, de lo contrario la vela se apagará dentro de tu culo – dijo sonriendo maliciosamente.

Yo me abalancé sobre la cuerda pero no la alcancé. En lugar de agua fue cera caliente lo que cayó sobre mi espalda. Pegué un aullido de dolor, y un estremecimiento de mi cuerpo provocó que cayera el resto de la cera.

-Fallaste. Espera un poco para juntar más cera y podrás volver a intentarlo – me dijo con una sonora carcajada.

Mientras esperaba sentía cómo la cera de mi cuerpo comenzaba a enfriarse. Pasado un tiempo ella volvió para retirar la cera y permitir un nuevo intento. Volví a repetir la operación que nuevamente falló. Otra dosis de cera cayó en mi espalda, haciéndome dar un respingo que lo único que provocó fue que una cantidad mayor me quemara la espalda. Por fin, al tercer intento, pude jalar la cuerda y un chorro de agua helada cayó sobre mi, pero por lo menos, apagó la vela. Sara rió y me dejó ahí, encadenada, empapada y con una vela apagada en el culo. El frío se apoderó de mi cuerpo y empecé a titiritar. Mi vejiga se fue llenando. Mientras más transcurría el tiempo más era mi necesidad de orinar, pero sabía que de hacerlo tendría que permanecer sobre mis propios líquidos. Finalmente, y luego de una hora, mis riñones no aguantaron más y un líquido, caliente y amarillo, salió de mi cuerpo, resbalando por mis piernas. Como si me hubiera estado observando, Sara entró en ese momento a la cocina y me vió. Una malvada sonrisa apareció en su rostro.

-Eres una perra muy sucia – me dijo mientras restregaba mi cara contra el suelo donde mis orines se encontraban- no, no no, perra mala- continuó mientras me daba de azotes en las nalgas.

Sara me zafó de los grilletes y me jaló del pelo hasta el baño. Entramos y vi que la tina estaba llena de agua calientita. Sonreí para mis adentros pensando en lo bien que me iba a caer el baño. Sara se desnudó y se metió a la tina. A mi me dejó, hincada en cuatro patas, junto a la bañera, utilizándome como mesa para poner su shampoo y otros menesteres. Yo no me podía mover en lo absoluto, ya que si se caía algo sería duramente castigada. Cuarenta minutos después terminó su baño y retiró los objetos de mi espalda. Respiré aliviada y me moví discretamente para aliviar la tensión de mis rodillas. Sara salió y me usó de taburete para secarse. Sentada cómodamente en mi espalda, se aplicó crema y toda clase de tratamientos. No fue hasta que terminó de vestirse que se paró de mi. Ambas salimos rumbo a la sala, donde se quedó viendo la tele mientras yo limpiaba la cocina. Permitió que me pusiera de pie mientras le preparaba la cena, y cuando se la llevé me volvió a usar de mesita para poner su cena. Cuando terminó fue mi turno para cenar. Algunas croquetas y abundante agua para no deshidratarme.

-Has sido una buena perra, como premio dormirás en mi recámara, pero antes una muestra de quién es la ama – me dijo encadenándome otra vez a los grilletes.

Inclinó mi cabeza hasta su conchita para que se la volviera a mamar. Definitivamente esta mujer era insaciable. Mi lengua recorrió su vagina mientras sus manos azotaban fuertemente mi trasero. Por fin, y luego de cinco minutos, pude arrancarle un orgasmo. Se separó de mi y se puso un arnés con un pene de plástico, mismo que metió a mi boca.

-Chupa y soberea lo que te voy a enterrar por el culo, puta – me dijo Sara.

Yo obedecí y me limité a dejar que entrara y saliera de mi boca. Al poco tiempo Sara se puso atrás de mi, y sacando la vela de mi culo, enterró su pene. Una y otra vez entraba el falo dentro de mi para salir inmediatamente después. Por fortuna, y gracias a la vela que había permanecido en mi ano, mi agujerito ya estaba dilatado, así que las embestidas no fueron tan traumáticas. Estuvo dándome por el culo hasta que se cansó. Me desamarró y nos fuimos a su recámara, donde dormí plácidamente sobre la alfombra, después de tan agitado día.

Al día siguiente el sol nos despertó. Apenas abrió los ojos, Sara me llamó a su cama. Yo subí y vi que estaba completamente desnuda y con las piernas abiertas.

-Ven por tu desayuno, puta lesbiana – me dijo con desprecio.

Yo me sumí en su entrepierna y le apliqué un gran trabajo oral. Nuevamente mi lengua recorrió cada rincón de su cuevita. Mi lengua se centró en su clítoris, masajeándoselo mientras notaba cómo iba creciendo su excitación. Sus manos estaban sobre mi cabeza, obligando a mis labios a no despegarse de su entrepierna. A medida que mi lengua ejercía su trabajo su respiración se hizo más fuerte y agitada, hasta que un grito y un intenso caudal de jugos que llenaron mi boca me indicaron que tuvo un orgasmo. Aun no se reponía cuando escuchamos el timbre.

-Dios mío, las doce – exclamó Sara, poniéndose una bata para cubrirse.

Sara fue a abrir y Hugo entró. En cuanto me vió sonrió. Su gatita estaba bien, maltratada pero bien. Hugo se acercó a mi y, desabrochándose el pantalón, arrastró mi cara hasta su verga.

-Disculpa Sara que tome así a tu esclava, pero es que lo necesito tanto – dijo Hugo.

Su pene entró en mi boca y yo me dispuse a disfrutarlo. Por fin, después de unos días a dieta de vagina iba a tener un pene real, no de plástico. Chupé su miembro, disfrutando su sabor, sintiendo cómo sus venas se iban hinchando al paso de la sangre. Mi lengua le dedicó su atención al glande, lamiéndolo en círculos, dándole golpecitos. Mi mano se apoderó de sus testículos y los sobaron con delicadeza. Mi lengua recorrió el tronco, dando pequeños apretones con mis labios. Su verga se deslizó entre mis manos y se introdujo toda en mi cavidad bucal. Entrando y saliendo, muy lentamente, se deslizaba por entre mis labios. De vez en cuando dejaba que mis dientes rozaran, apenas un poco, su piel. Su bombeo se hizo más intenso y entraba más rápido y más profundo. Sus salidas coincidían con gemidos de placer. Por fin su respiración se hizo más agitada, sus movimientos fueron más enérgicos y abundantes, hasta que por fin escupió un líquido viscoso y caliente, con un sabor salado que tanto echaba de menos. Traté de tragar la menor cantidad posible, dejando la mayor cantidad posible en mi boca, para poder degustar su sabor. Hugo sacó su pene de mi boca y yo empecé a tragar mi dulce manjar. Hugo acercó su pene a mi boca para que se lo limpiara, y así lo hice. Cuando terminé se abrochó el pantalón, y con una nalgadita amigable me envió a bañarme.

Esta vez me dirigí al baño de pie. En la mano llevaba mi maleta con mi ropa. Me bañé, disfrutando el sentir el agua caliente sobre mi cuerpo. Salí del baño, caminando y vestida. La sensación de limpieza y frescura era fascinante. Sara y Hugo se encontraban en la sala. Me senté junto a ellos.

-Espero no haberte hecho sufrir demasiado – me dijo Sara con una sonrisa

-Sólo lo suficiente, gracias – le dije y le di un beso en la boca.

Sara se quedó fría y sonrió.

--Yo espero haberte sido de utilidad – le dije- y confío en que podrás enfrentarte a esa tirana.

Sara asintió. Media hora después Hugo y yo ya estábamos en la puerta, despidiéndonos de Sara, quien prometió invitarnos el siguiente fin de semana para contarnos cómo le había ido.

-Gracias por cumplir mis fantasías – le dije a Hugo cuando me dejó en mi casa.

-Es un placer, lástima que ahora yo no fui el beneficiado de tu sometimiento – me respondió.

Hugo me dio un beso y se fue. Entré en mi casa, ansiosa de saber cómo le iría a Sara al día siguiente y lo que pasaría el fin de semana próximo.