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-Toma, asqueroso negro – gritó el capataz de la hacienda mientras golpeaba a un hombre de color que se encontraba tirado en el suelo.

-No, amo, yo no fui el culpable – dijo con lastimosa voz el golpeado- ya no me pegue más.

El capataz no escuchó la súplica y siguió golpeando al hombre, por cuya espalda desnuda corrían hilos de sangre.

-¡Basta! – se escuchó un grito proveniente de la escalinata principal de la hacienda, sin embargo el capataz siguió golpeando al negro.

-¡Estás sordo o qué! – gritó una joven mujer de nombre Karen, que era la hija del señor Mc Elligan, dueño de la hacienda.

-Disculpe señorita, pero es que no la escuché – contestó el capataz invadido por la ira.

-¿Se puede saber qué demonios está haciendo, Mr. Jones? – preguntó ella.

-Estaba castigando a este esclavo que cometió un error – replicó el capataz con furia

-Soy inocente – exclamó entre sollozos el esclavo

-¡Cállate! – gritó el capataz alzando la mano para volver a golpearlo- Nadie te per...

-Ni se le ocurra intentarlo – dijo fríamente Karen mientras le sostenía la mano al capataz.

El hombre se alejó furioso dando grandes zancadas y mascullando entre dientes. Karen tomó al esclavo y lo llevó a la hacienda para curarlo. El negro se dejaba conducir dócilmente, aunque estaba contrariado, pues no sabía cómo actuar.

-Vas a estar bien – dijo ella mientras lo curaba

-Gracias, amita – contestó

-Nada de amita. Señorita Karen, que se oye mejor ¿Y cuál es tu nombre?

-Tom – contestó el negro, quien no daba crédito a lo que estaba sucediendo.

La curación transcurrió sin grandes sobresaltos, más por la fuerte resistencia de Tom que por la seriedad de las lesiones. Durante una semana Tom fue objeto de los cuidados de Karen, tiempo que el esclavo pudo disfrutar para descansar. Cuando al fin estuvo recuperado Karen solicitó a su padre que Tom se sumara al ejército de criados que atendía la hacienda y dejara su labor en el jornal.

Ahora que Tom ya no se encontraba golpeado y sucio, Karen lo encontró atractivo. El agradecimiento de Tom hacia la señorita Karen rayaba en idolatría, por lo que no dudó en obedecer el día que ella lo llamó a su habitación. En cuanto Tom llamó a la puerta, el aya de Karen le abrió, y luego de hacerlo pasar, salió de la habitación, tal y como se lo había mandado su ama.

-Tom – dijo Karen nerviosa y sonrojada- me han dicho que los negros tienen el pene muy grande.

-Eso he oído – contestó Tom turbado

-Me gustaría que me lo mostraras

Tom abrió los ojos asombrado.

-Eso no es correcto, señorita Karen – respondió temeroso

-Vamos, Tom ¿acaso no me quieres complacer? – dijo ella con voz de fingido enojo.

-No es eso, señorita Karen, no es correcto que Tom se lo enseñe – contestó el negro, pero ante la insistencia de ella, terminó aceptando.

Tom se bajó los pantalones y dejó ver su enorme verga que se encontraba en reposo. Karen la vio y se quedó boquiabierta, impresionada por el tamaño. Estiró la mano y tomó el pene entre sus dedos, frotándolo suavemente.

-Señorita, no haga eso –dijo Tom espantado.

-¿No te agrada? – preguntó Karen viendo cómo ese miembro negro y enorme iba creciendo entre sus delicadas y blancas manos.

-No es que no me agrade, pero si me sorprenden haciendo esto me van a colgar – respondió alarmado.

-Nadie entra en mis habitaciones si yo no lo permito. Además mi padre no está – lo tranquilizó la joven.

El miembro del negro estaba completamente erecto. Karen veía cómo esos 25 centímetros se alzaban orgullosos. Comparados con los 16 ó 17 centímetros de sus novios esto era todo un acorazado. Karen se inclinó ante el negro y se llevó su pene a la boca. Tom ya se dejaba hacer. Estaba seguro que cualquier cosa que dijera o hiciera no iban a hacer desistir a la chica, así que para qué preocuparse, lo mejor era disfrutar el momento. Karen chupaba todo el miembro del negro. Intentó meterlo todo en su boca, pero por más que quiso le fue imposible. Mientras su lengua recorría todo el glande, sus manos, sí ambas, masturbaban el gigantesco falo. Tom suspiraba de placer. Esa pequeña blanca, pensaba, sí que sabe cómo usar la lengua. A él le hubiera encantado metérselo todo de un golpe, pero estaba consciente que sólo debía hacer lo que la señorita le indicara.

Karen se levantó y empezó a desnudarse. Una a una fueron cayendo sus ropas al suelo, dejando ver ese blanco cuerpecito que tenía. Tomó sus pechos entre sus manos y se los ofreció a Tom. La negra boca devoró un pecho mientras su enorme mano envolvía por completo al otro. Su lengua recorría el rosado pezón, y aunque sus instintos sexuales le decían que debía morder ese pezón y darle un buen tirón, se esforzó al máximo para ser tierno y delicado.

Karen se sintió desmayar cuando Tom bajó la mano a su entrepierna e introdujo un dedo, enorme y negro, casi del tamaño de la verga de su último novio. El esclavo metió y saco el dedo dentro de la chorreante vagina. Karen chillaba de placer y se sentía totalmente llena. Tom movía cada vez más rápido su dedo, entrando y saliendo, rozando las paredes y el clítoris de su ama. Karen empezó a gemir, sus ojos apenas y se podían mantener abiertos, estaba fuera de sí, su garganta exhalaba gruñidos, y más que una mujer parecía una loba en celo. Por fin un estruendoso orgasmo se generó en su ser y todo su cuerpo se convulsionó. Cuando se relajó se quedó tendida en la cama, sin fuerzas.

Tom sonrió y sacó su dedo de la cálida cuevita de su ama. Se iba a vestir cuando oyó la voz de Karen

-¿A dónde crees que vas? – dijo Karen con las piernas abiertas- Todavía no acabamos. Tienes que cogerme .

Tom titubeó, pero ante la insistencia de Karen se acercó y se acomodó entre sus piernas, se puso sobre ella, de modo tal que evitara aplastarla, y dirigió su miembro contra la vagina de la chica. Karen sintió cómo poco a poco iba entrando la punta del mástil, abriéndose paso por sus blancas carnes. A pesar de que ya no era virgen, el tamaño descomunal, no sólo de largo sino también de grueso, le provocaba dolor.

-Si quiere lo dejamos para otra ocasión, señorita – dijo Tom

-No, lo quiero todo adentro, ahora, y no quiero que pares por nada – ordenó Karen

El negro siguió introduciendo su verga en la estrecha vagina, y aunque Karen hacía gestos de dolor no paró hasta que la blanca cuevita se hubo tragado la negra estaca, después empezó a sacarla lentamente, para luego volverla a meter un poco más rápido. El dolor ya iba cediendo y Karen empezó a azuzar A Tom para que lo hiciera más rápido y los movimientos se aceleraron.

-Quiero que te vengas dentro de mi – suplicó jadeante Karen

Unos cuantos movimientos más y el negro empezó a resoplar, al igual que Karen

-Dame más..dame maaaas- gritó Karen antes de tener su segundo orgasmo

Tom se empeñaba en tener rápido su orgasmo, pero no fue sino hasta cinco minutos después, y simultáneo al tercer orgasmo de Karen, que la enorme verga del negro soltó su preciado y abundante líquido, llenándole la vagina de leche.

-Gracias, Tom. Puedes retirarte, que ya te llamaré después – dijo una exhausta Karen. De su cuevita escurrían los líquidos de Tom.

Durante varios días a Karen le quedó adolorida la vagina, e incluso se le dificultaba caminar, pero pasado el dolor volvió a citar a Tom, pero esta vez por la noche en el pajar, no fuera que su padre los descubriera. Este encuentro fue menos doloroso para Karen, después de todo sus músculos ya se empezaban a acostumbrar. Karen llevaba a su aya, quien permanecía escondida, para vigilar que nadie se acercara, y así ella se podía entregar a Tom sin ninguna preocupación. Él, aunque seguía un poco receloso con estos encuentro, se entregaba en cuerpo y alma a los caprichos de su ama. A este encuentro le siguieron otros tres sin que se presentara ningún contratiempo, pero al cuarto ocurrió algo que cambiaría tajantemente el curso de sus vidas.

Tom y Karen se hallaban fundidos en un tierno beso. Sus lenguas exploraban la cavidad bucal del otro. Ambos ya estaban desnudos, preparados para el encuentro amoroso que pronto llegaría. De pronto su pequeño mundo explotó.

-Mira, qué tiernos, una puta blanca con su semental negro – dijo una odiosa voz

Tom y Karen voltearon al mismo tiempo, asustados, pero lo que vieron les aterró más. En el quicio de la puerta había cuatro personas, sin duda hombres, que se hallaban cubiertos por las clásicas túnicas y capuchas blancas del Ku Kux Klan. Tom se levantó asustado y se interpuso entre los hombres y Karen. Ella se cubrió su desnudez con su ropa. Tres de los hombres, junto con el perro que llevaban, se abalanzaron contra Tom, el cual intentó defenderse. Mientras los cuatro y el animal luchaban, el cuarto hombre atacó a Karen. Ella también opuso resistencia. El perro mordió el cuello de Tom, con lo cual cayó rendido. Los tres hombres lo amarraron y lo dejaron colgando de una viga cercana. Una vez sometido el negro, acudieron en la ayuda de su compañero, y entre los cuatro sometieron a Karen.

-¿Qué vamos a hacer con ellos? – preguntó uno de ellos con marcado acento sureño.

-Al negro, matarlo, por atreverse a mancillar a una blanca – dijo el que parecía el jefe

-¿Y a la chica? –preguntó el de la odiosa voz

-Pues ya que es una puta que no le importa meterse con negros, creo que podríamos divertirnos un rato con ella – respondió el jefe.

Tom miraba angustiado hacia Karen. Hubiera querido liberarse de sus ataduras y atacar a los hombres para que Karen escapara, aunque a él lo mataran después. Pero le era imposible.

-Ven acá, puta – gritó el jefe a Karen mientras le daba dos bofetadas- te vamos a soltar las manos, pero si intentas huir o nos atacas te atravieso con esto – le advirtió mostrándole un cuchillo.

Antes de desatarla, el hombre se colocó detrás de ella, se quitó los pantalones y le puso la verga sobre sus manos, mientras la abrazaba y le amasaba sus pechos.

-Siente lo que te vas a comer, zorrita – dijo, y los otros tres se echaron a reir.

Karen sólo sollozaba, adivinando la inminente violación que vendría. Sintió que sus manos eran desamarradas, y aunque tuvo deseos de salir corriendo se contuvo, no quería morir. El jefe le dio un empujón que la tiró al suelo.

-Nos vamos a coger a tu puta – le dijo el de la odiosa voz a Tom- y ya nos dirás con quien aúlla más, si con nosotros o contigo.

Tom cerró los ojos. No quería ver el horrible suplicio que su querida ama iba a sufrir

-Abre los ojos pinche negro, o te los saco – dijo el del acento sureño.

-Que se la ensarte primero el pequeño Jimmy – gritó el de la odiosa voz.

Jimmy, que era el cuarto hombre, era un jovencito larguirucho y flaco. Al oír su nombre peló los ojos de miedo.

-Se...supone que no debemos decir nuestro nombres Paul- dijo Jimmy lleno de ira

-¡Cállense los dos! No más nombres – bramó el jefe- De todas formas no se preocupen, no son los únicos con ese nombre en el pueblo. Y me parece bien que empieces tú.

Jimmy se quitó la ropa, al igual que sus compañeros, y se puso entre las piernas de Karen, que las tenía separadas porque Paul y el sureño se las jalaban. Jimmy metió su pene dentro de Karen, la cual se revolcó del dolor.

-Mira cómo se revuelca la cerda – dijo riéndose Paul.

Jimmy entraba y salía dentro de Karen, desgarrándola por lo seca que estaba. En un instinto de supervivencia se relajó y trató de pensar en momentos agradables con Tom para lubricarse un poco. Para Jimmy era la primera vez, así que realmente no fue tan brusco con ella, y como todo jovencito excitado, no tardó en eyacular, llenándole la vagina de leche.

-Ya eres un hombre – dijo el jefe- ahora observa cómo lo hacen los profesionales.

El jefe agarró a Karen del pelo, y jalándola, la hizo levantarse para ponerse en cuatro patas, se puso atrás de ella y se la metió de un golpe. La fuerza con que se produjo la penetración hizo que Karen soltara un fuerte grito, lo que excitó más a su violador

-Toma, perra –le dijo embistiéndola. Sin soltarle el cabello dirigió su cabeza hacia el pene del sureño, quien aprovechó que la chica tenía la boca abierta, por el dolor, para meterle su miembro en la boca.

-Chúpamelo puta – dijo el sureño – y cuidadito y me lastimas.

Karen sentía cómo las dos vergas se deslizaban en su interior. Sentía cómo los huevos del tipo de atrás chocaban contra sus nalgas. Cada embestida hacía que se fuera para adelanto, lo que provocaba que la penetración de su boca llegara hasta su garganta. Esto le producía nauseas, quería vomitar. Afortunadamente el sureño se la sacó de la boca y se alejó para esperar su turno. El jefe la embestía con más fuerza y rapidez.

-Gime, como la perra que eres – le dijo.

Karen permaneció muda, pero una fuerte nalgada, seguida de otras tres, le hicieron recapacitar. Fingió que estaba excitadísima y se puso a emitir sonidos guturales

-Me voy a venir, así que quiero que muevas las nalgas.

Karen obedeció, y sin dejar de gemir, movía sus caderas para adelante y para atrás. Un ronco grito del tipo que la taladraba y un chorro caliente y espeso de esperma que inundó su cuevita, le indicaron que el fulano estaba teniendo su orgasmo.

Apenas sintió que el jefe se salía de ella cuando ya la estaban alzando para que se sentara sobre el pene del sureño. Entre Jimmy y Paul la cargaron y la dejaron caer con fuerza sobre la dura estaca. Karen soltó otro grito de dolor, pero las manos de su empalador no le dieron tregua y empezaron a subirla y bajarla

-Andale, cabálgame la verga – dijo el sureño riendo.

Mientras Karen subía y bajaba, el jefe le tiró del cabello y la obligó a limpierle el pene con la boca. Jimmy y Paul seguían al lado de la chica y le pellizcaban los pechos, retorciéndole los pezones.

-Ayy- gritó Karen de dolor, soltando el miembro que tenía en su boca. Su osadía la pagó muy cara. Una lluvia de bofetadas le cruzaron el rostro. Sollozando volvió a cerrar la boca para continuar con la felación.

Las caderas de la chica subían y bajaban. Los cuatro hombres estaban muy divertidos, pero más allá, atado, Tom sufría en silencio las vejaciones que su ama recibía.

Karen fue obligada a tomar los penes de los hombres que torturaban sus pezones para masturbarlos, así, mientras era cruelmente violada por la boca, traspasada en su cuevita y atormentada en sus pechos, dos vergas calientes se retorcían entre sus manos. Escuchó nuevos gemidos y los dos miembros que la violaban estallaron al mismo tiempo, llenándole la vagina y la boca de leche, y aunque le dio asco, sabía perfectamente que tendría que tragarse todo.

La chica se sintió desmayar cuando fue puesta nuevamente en cuatro. Ya no aguantaba más, pero al menos éste sería el último. Paul se acercó a ella y le metió los dedos dentro de su vagina, para luego sacarlos y esparcir los jugos dentro del diminuto ano.

-¿Qué vas a hacer? – gritó alarmada Karen

-Te voy a dar por el culo – respondió con su odiosa voz

-No, por favor, por ahí no – suplicó llorando la chica

Nuevamente una lluvia de bofetadas le cruzó las mejillas. Estaba derrotada. Se sentía hundida, profanada.

-Quiero oír que le supliques que te de por el culo – ordenó el jefe

-Dame por donde quieras – respondió pasivamente Karen

-No. Te dije que le suplicaras que te diera por el culo, como la perra que eres – volvió a ordenar el jefe

-Dame por el culo, por favor, métemela por ahí – dijo la chica

Otro par de cachetadas cayó sobre su rostro. Karen, aguantando las lágrimas volvió a decir con ardiente voz

-Anda, papito, cógeme por el culo, dame más, que soy una perra viciosa

-¿Quieres que te lo rompa? – preguntó Paul excitado

-Sí, rómpeme mi agujerito, papi

Paul se la fue metiendo, no de golpe, pero sí muy rápido.

-No, no, para, para, me haces daño – gritó Karen

Pero Paul no lo hizo caso. Los gritos de la chica le excitaban más que cualquier cosa. Karen se quería morir al sentir cómo esa estaca iba traspasando las paredes de su culito. Paul empezó a meter y sacar su pene con rapidez. Los gritos de Karen le hacían continuar con mayor ímpetu sus embestidas. Lo estrecho del canal hicieron que Paul no aguantara mucho, para fortuna de Karen, y descargara casi de inmediato. Unas cuantas arremetidas, sólo para hacerla sufrir, y todo acabó.

Los cuatro hombres estaban contentos y bromeaban. Tom, atado, sentía lástima por el estado en que se encontraba la chica, pero sentía más miedo por lo que le iba a pasar a él. Karen estaba tumbada en el suelo, hecha un ovillo, llorando, sangrando de su ano y escurriendo de semen por todos lados.

-Y ahora, ya que le gustan los negros, que se la ensarte este hijo de la chingada – dijo el jefe.

Paul y el sureño descolgaron a Tom, y sin soltarle sus amarres lo tumbaron en el suelo. El pequeño Jimmy ató las cuerdas a la parte baja de los postes. El negro se encontraba de espaldas al suelo.

El jefe jaló del pelo a Karen y la arrastró hasta ponerle la cara encima del inmenso pene de Tom

-Chupa, perra – le dijo

Karen sollozando se la metió en la boca. El miembro de Tom, al sentir el suave contacto de la femenina lengua, reaccionó y empezó a levantarse. La chica siguió chupando, metiendo sólo parte del miembro a su boca. Cuando lo tuvo totalmente erecto el sureño y Paul la levantaron, y abriéndole las piernas la fueron bajando con fuerza para encajarla en el negro. La verga de Tom fue traspasando la vagina de Karen.

-Ayy – gritó la chica cuando sintió adentro todo el instrumento de Tom. Sentía que los músculos de su vagina se desgarraban.

A pesar de que ya la había penetrado en otras ocasiones, nunca lo había hecho tan profundo ni tan violento. La chica era subida y bajado con rapidez y violencia. Su vagina se relajó y poco a poco fue soportando el dolor. Tom sentía como el interior húmedo de Karen rozaba su gran miembro, y aunque sentía placer se guardaba de demostrarlo, por respeto a su ama. Los hombres la soltaron pero le ordenaron que siguiera clavándose en la negra estaca. Ya había superado el dolor y trató de disfrutarlo, de hacer entender a Tom que él era especial. El negro lo captó en sus ojos y se acoplaron en un vaivén rítmico y sensual. Los cuatro blancos estaban empalmados de nuevo ante la vista de la blanca vagina devorando la verga negra. El jefe se desabrochó los pantalones y le metió su miembro a la boca. Paul y el sureño tomaron cada uno una mano de Karen y la obligaron a masturbarlos. El pequeño Jimmy se acercó a la espalda de la chica y rozó su pene contra ella. Tenía cinco penes a su disposición, pero sólo uno la hacía realmente feliz. Jimmy fue el primero en eyacular, llenando la espalda de Karen de semen. Un minuto después la chica recibió sendos chorros de semen por ambos lados, cayéndole una parte a ella y otra a Tom. Finalmente el negro y el jefe terminaron, llenándole de leche tanto su vagina como su boca.

Apenas y acabaron, bajaron a la chica del negro, quien fue izado nuevamente. Empujaron a Karen al suelo y la obligaron a ponerse a cuatro. Luego el jefe llamó a su perro y lo puso junto a ella.

-Sóbale el pene para que se excite – le ordenó el jefe

Karen lo miró con repulsión, pero dos cachetadas bien dadas la hicieron cambiar de opinión. La chica estiró su mano y la acercó a los genitales del animal, y los empezó a sobar. Una punta roja se asomó y luego un poco más, hasta que por fin el perro tenía la totalidad de su verga fuera. Ella seguía sobando con repulsión, hasta que el jefe encaminó al animal y dirigió su miembro hasta el culo de Karen. Ella intentó quitarse, pero cuatro fuertes manos la sujetaron. El perro se introdujo en su ano con gran dolor para ella.

-Ahora sí eres toda una perra- rió Paul.

Mientras el perro estaba ensartado en Karen los cuatro hombres se dedicaron a torturar a Tom. Karen veía con horror cómo desgarraban a su amigo, mientras el asco y la humillación se apoderaban de ella. No pasó mucho tiempo para sentir cómo un líquido caliente y viscoso inundaba su culo. Se quería vomitar del asco. El perro había eyaculado en ella. Intentó zafarse del perro pero estaba pegado a ella

-Las perras esperan hasta que su macho se despegue de ellas- dijo Jimmy

Cuando por fin el perro se separó de ella, Karen vio cómo el jefe cortaba con un cuchillo las venas de Tom para que se desangrara. Después cortó el pene y se lo metió hasta el fondo de la boca a Karen, sujetándolo con un pañuelo para que no lo escupiera y amarrándole las manos.

-Ya que te gustan las vergas negras, morirás asfixiada con una dentro – dijo el jefe.

Los otros tres rieron y se fueron, dejando a Tom desangrándose y a Karen que apenas y podía respirar. En cuanto se alejaron, el aya de Karen se acercó y le quitó la mordaza. Con asco retiró el pene de Tom. Karen dio una gran bocanada de aire y se desmayó.

Karen despertó en su cama. A su alrededor estaba el médico y su padre. El primero salió de la habitación luego de una pequeña revisión. Su padre le pidió que le contara qué había pasado. Ella lloró y contó todo.

-¿Y no reconociste a ninguno? – preguntó su padre con la cara crispada de odio.

-No papá. Sólo vi que el jefe tenía tatuado un búfalo en la ingle, aunque su voz se me hacía conocida – respondió débilmente.

-Tranquila, mi niña, y trata de borrar esos horrores de tu mente.

El hombre salió de la habitación y mandó a llamar a tres de sus hombres de confianza y al capataz de la plantación. Cuando los cuatro hombres llegaron empezó a hablar.

-Anoche cuatro desgraciados de la secta del Klan atacaron a mi hija – dijo gravemente, y mientras hablaba se paseaba entre los hombres, que nerviosos pero atentos, seguían sus palabras- y esto no se va a quedar así. Hay que averiguar quiénes fueron y hacerles pagar esta afrenta. Mi hija afortunadamente sobrevivió y dijo que no los reconoció, pero que uno de ellos tenía un búfalo tatuado...- y poniéndose atrás del capataz le bajó los pantalones de un tirón- en el muslo.

Los tres hombres vieron el tatuaje del capataz y se abalanzaron sobre él, sujetándolo fuertemente.

-Eres un desgraciado, Zacharias Jones – le gritó y escupió el señor Mc Elligan- y lo vas a pagar caro, pero antes me vas a confesar el nombre de tus compinches.

-En el Klan no nos traicionamos – dijo orgulloso el capataz

Los tres hombres amarraron al señor Jones y empezaron a golpearlo, pero al parecer la lealtad, o quizás el miedo, provocaron que éste no dijera nada.

-¿Con qué no hablas? – preguntó el Padre de Karen- Tengo entendido que tienes una esposa muy bella, Catherine, se llama si mal no recuerdo. Además de dos pequeñas, ¿Verdad?

Zacharias asintió con miedo en los ojos, tratando de adivinar qué se proponía su patrón.

-Dos pequeñas- continuó el señor Mc Elligan-. Una de doce y otra de ocho años. ¿Qué pasaría las encerráramos en una cabaña repleta de negros? ¡Qué festín se iban a dar aquellos depravados! ¿Te puedes imaginar una enorme verga negra traspasando la pequeña y estrecha vagina de tus hijitas? Piénsalo, estoy seguro de que preferirías delatar a tus compañeros.

-Usted no se atrevería a hacer eso – contestó inseguro el capataz, suplicando con los ojos.

-¿Quieres probarme? – preguntó

El imaginar esas escenas de violación le quebraron la voluntad. Se habría hincado para suplicar clemencia si esos amarres no se lo hubieran impedido.

-No, por favor, no le haga daño a mi familia

-Nombres, Zacharias. Quiero nombres – dijo firmemente el hacendado.

-Está bien...está bien. Paul Wood. – contestó con un nudo en la garganta.

-Te faltan dos – presionó el señor Mc Elligan

El capataz dudó un momento, pero luego continuó

-Sí, sí. Oliver Smith....y...Jimmy Jackson

-Muy bien. Golpéenlo y enciérrenlo en el granero – ordenó a sus hombres.

Diez minutos más tarde volvieron ante su patrón.

-Ya está señor. Se quedó atado y amordazado en el granero.- dijo uno de los hombres.

-Perfecto. Ahora vamos por Oliver Smith.

Oliver Smith salió de la cantina despidiéndose de sus camaradas con su típico acento sureño. Cuando dobló la esquina tres hombres lo jalaron hacia un oscuro rincón y comenzaron a golpearlo, sin que pudiera defenderse. Una vez dominado procedieron a atarlo.

-Sabemos que tú violaste a la hija del señor Mc Elligan – dijo uno de los hombres

-No, yo no sé nada – se apresuró a contestar asustado Smith

Una nueva descarga de golpes cayeron sobre su cuerpo.

-No tiene caso que finjas – volvió a hablar el hombre- Jimmy Jackson ha hablado y te señaló a ti, pero la chica dice que fueron cuatro hombres. Dime el nombre de los otros dos.

-Yo no sé nada – se entercó el sureño.

Uno de los hombres se quedó con él para seguir golpeándolo mientras los otros dos iban tras Paul Wood. Éste se encontraba en su casa, por lo que los dos hombres tuvieron que valerse de artimañas para sacarlo fuera. Una vez que lo lograron lo golpearon, lo ataron y lo llevaron a su cobertizo.

-Paul – dijo uno con familiaridad- estás en graves problemas. Esta paliza te la dimos en nombre del señor Mc Elligan, por ser sospechoso de haber abusado de su hija...

Paul palideció.

-...pero ya la justicia se encargará de ti, si es que no lo hace antes Oliver Smith, quien fue el que te delató.

-Maldito traidor – masculló Paul con su odiosa voz.

Los tres permanecieron en silencio.

-Siento pena por el pequeño Jimmy – dijo el otro hombre como por casualidad-Vi a Smith muy alterado. Dijo que iba a convencerlo de que se entregara. Sabe Dios qué método piensa emplear para convencerlo.

-Yo creo que lo va a silenciar, para que él no salga implicado – contestó el otro –Por eso te digo Paul, cuídate y cuida a tu familia de Oliver Smith. Es un sujeto ruin y peligroso.

Paul Wood no lograba articular palabra. La rabia le llenaba el cuerpo, y si no hubiera estado atado iría en búsqueda de Smith.

-Déjenme ir por él – gritó al fin Wood.

Los dos hombres se miraron y escucharon un silbido.

-Está bien. Te dejaremos libre, con la condición de que, si salvas a Jimmy, lo entregues a la justicia, a él y al que organizó el ataque. – dijo uno de los hombres soltando a Paul.

Jimmy iba caminando por el campo, rumbo a su casa cuando oyó unos pasos detrás de él. Asustado, volteó a ver quién era y vio a Oliver Smith que se abalanzaba hacia él con un cuchillo en la mano.

-¿Qué te pasa? – gritó Jimmy

-Quería asesinarte por la espalda, como se mata a los traidores – gritó Smith clavándole el cuchillo.

Los ojos del chico se abrieron como platos mientras recibía las arteras puñaladas. Una y otra vez el frío metal atravesó su cuerpo. Su sangre caliente emanaba de las heridas y de la boca. Jimmy cayó de rodillas mirando a Oliver sin comprender nada.

-Detente traidor – gritó Paul desenfundando su pistola

-El traidor es este desalmado – respondió Smith desenfundando la suya

-Vas a morir, perro, traidor y asesino –dijo con odio Paul.

Ambos hombres jalaron el gatillo de sus respectivas pistolas, con tan buena puntería, que un orificio en medio de los ojos apareció en las dos cabezas. Los cuerpos cayeron fulminados mientras cuatro hombres se acercaban a los tres cadáveres.

-Nos hemos encargado de tres, y sin mancharnos las manos – dijo el señor Mc Elligan

Los otros tres asintieron.

-Ahora nos falta el cabecilla. Llévenlo a su casa- continuó.

Dos de los hombres se llevaron a Zacharias Jones rumbo a su casa. Antes de partir le habían dado otra buena tunda. En el camino se toparon con otra carreta, en la que llevaban a la esposa e hijas de Zacharias. Cuando éste las vio se puso a temblar

-¿Qué..qué les van..a hacer? – preguntó con débil voz

-El señor Mc Elligan ordenó que las lleváramos a la hacienda, ignoro para qué. No creo que el señor sea capaz de encerrarlas con los negros ¿o sí? – contestó burlón uno de los hombres.

Zacharias temblaba de pensar en qué lío había metido a su familia. Al llegar a su casa, los dos hombres lo bajaron y lo dejaron sobre su cama. Ya estaba oscureciendo, por lo que se dieron prisa para salir de ahí. Zacharias se quedó tumbando, pasándole mil imágenes por la cabeza, desde los dulces y agradables rostros de sus hijas hasta las crudas escenas de la violación de Karen. Miró hacia la oscura ventana y pudo distinguir un leve fulgor. La luz fue creciendo poco a poco y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Esa luz sin duda provenía de antorchas, y sabía lo que eso significaba.

-Zacharias Jones – gritó una voz que el capataz reconoció de inmediato como la del gran dragón del Klan- sal de inmediato, cobarde traidor, o entramos por ti y por tu familia.

Por más que hubiera querido salir no podía ni moverse. En ese momento le vino a la mente la imagen de su esposa e hijas en la carreta del señor Mc Elligan y una gran pena embargó su corazón. Comprendió que le habían tendido una trampa y ahora pagaría su pecado, pero que su patrón tomó las medidas necesarias para salvaguardar la integridad de su familia. Esto le dolió aun más. Varias piedras que se estrellaron contra su ventana, haciendo añicos los cristales, le hicieron volver a la realidad. Zacharias temblaba. Sabía muy bien qué seguiría después, pues muchas veces había hecho eso con los negros.

-Con que pretendías delatarme ante las autoridades, y encima has matado a Jimmy Jackson y a Paul Wood, afortunadamente Paul eliminó a tu matón – prosiguió el gran dragón.

Zacharias comprendió todo. Por medio de engaños habían eliminado a sus tres compañeros y luego lo habían acusado de querer delatar al gran dragón.

-Prepárate a morir – gritó un miembro del Klan lanzando una antorcha dentro de la casa. Zacharías vio cómo caía en la recámara y las cortinas comenzaban a incendiarse. Una a una las antorchas fueron cayendo por toda la casa. El fuego empezó a cobrar vida y fue consumiendo lo que encontraba a su paso. El capataz sabía que tenía sólo dos opciones, o se quedaba dentro de la casa para morir quemado, o salía para que lo atraparan, lo golpearan y finalmente lo ahorcaran. Vio cómo el cuarto en el que estaba se convertía rápidamente en un infierno y no pudo más que reír. Él, el cazador de negros, estaba siendo cazado por sus propios compañeros. El fuego lo fue abrazando, y entre gritos de dolor agonizó.

Antes de que los miembros del Klan pudieran retirarse del lugar ya estaban rodeados por la policía.