miprimita.com

Leyendas del Reino de Grendopolán (III)

en Bisexuales

Eressia contemplaba el horizonte ensimismada. Las nubes rojizas recorrían el cielo a una velocidad imposible, mientras la oscuridad tomaba forma en el Norte, impenetrable. La negrura parecía una grieta en el cielo, una palpitante masa de oscuridad, contrayéndose y expandiéndose con movimientos espasmódicos.

 

Un sudor frío recorrió la espalda de la princesa. En el centro de la oscuridad le pareció distinguir una enfermiza luz verdosa. Entornando los ojos, pudo discernir que la luz procedía de una figura encorvada y esquelética de mirada maligna, que permanecía en el centro de la oscuridad como un repugnante arácnido en su tela de araña. Una sensación angustiosa atenazó el estómago de Eressia y se vio obligada a apartar la vista.

 

Masas de oscuridad se acercaban a Grendopolán, lenta pero inexorablemente, como ríos negros imparables, como los pseudópodos de un monstruoso pulpo de ébano. Al frente de uno de ellos pudo ver, a pesar de la lejana distancia, a una mujer de piel y cabellos blancos como la nieve. Los labios de la mujer albina, en cambio, parecían manchados de carmesí, como si un reguero de sangre resbalara de su sonriente boca.

 

Al frente de otro de esos tentáculos parecía hallarse una alta figura ataviada con una negra armadura. De repente, se quitó el amenazador yelmo y Eressia pudo distinguir que se trataba de una mujer. Sus ojos, de un inusual color morado, se clavaron en los suyos y su boca se torció en una sonrisa de desafío y crueldad. Ambas mujeres rozaron los mangos de sus espadas, como si supieran que el destino les obligaría a enfrentarse.

 

La princesa se empezó a encontrar mareada. La oscuridad que se avecinaba sobre el Reino de Grendopolán era inmensa, abrumadora. Los ejércitos que marchaban hacia Grendopolán eran vastos y superiores, imparables. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su madre le había confiado la misión de proteger el Reino y ella iba a fracasar.

 

Un sonido extraño, como el gemido de un gato moribundo la sacó de sus funestos pensamientos. Miró a la derecha. Una anciana mujer agrietada, con extremidades imposiblemente largas la contemplaba con desesperación. Parecía retorcerse sobre sí misma, como si sus ropajes cambiaran y se movieran con vida propia. Sus ojos eran blancos, insondables pozos que aterraba contemplar.

 

-Tienes que... tienes que encontrar al Ejército Durmiente. Debes... debes despertarlo... Es la única esperanza de Grendopolán... Debes...

 

Eressia permaneció completamente paralizada, como si cualquier movimiento por su parte fuera a provocar que aquella visión se desvaneciera.

 

-...Encontrar a la sacerdotisa de la Orden de la Llama Eterna... Ella te conducirá hasta el Ejército Durmiente... Santuario de Lady Geneveva… La Luna te revelará tu objetivo…

 

-Lady Eressia...

 

-...Despierta al Ejército Durmiente... De lo contrario, Grendopolán está condenada...

-¿Lady Eressia?

La princesa Eressia se sobresaltó cuando alguien rozó su brazo. Se trataba de Isura, la sacerdotisa guerrero, con rostro preocupado. La visión a su alrededor se desvaneció como por arte de magia. La oscuridad y la mujer anciana desaparecieron. Todo había sido un sueño.

-¿Estáis bien, Lady Eressia? Mirabais a un punto fijo sin parpadear.

-Soñaba. Profecías, como diría mi madre, la reina.

-No comprendo…

-No importa. Tan sólo espero que las profecías de los dioses digan la verdad y que en el Santuario de Lady Geneveva encontremos la solución a nuestros problemas.

El Santuario era una ermita minúscula que, según la leyenda, contenía los restos de la fundadora de la Sagrada Orden de la Llama Eterna. Su localización era un secreto sólo conocido por las guerreras-sacerdotisas de la orden, como lo era Isura, quien aseguraba que estaban a dos días de camino. Eressia nunca había sido especialmente religiosa, pero ahora sólo podía rezar porque sus sueños fueran correctos.

La princesa se desperezó antes de levantarse. Se hallaban en un pequeño estanque al pie de una montaña. Hacía una hora se habían detenido para refrescarse. Era cierto que debían apresurarse, pero lo cierto es que las dos pobres muchachas todavía llevaban puestas las mismas vestimentas que habían usado durante su cautiverio. La rogaron durante un buen rato que las permitiese asearse y habían gritado de felicidad cuando la princesa les dijo que sí.

Algo azorada, Eressia las había contemplado desnudarse y sumergirse en la charca mientras ella montaba guardia. Las dos muchachas eran muy bellas. Isura, la novicia de las sacerdotisas-guerrera de la Orden de la Llama Eterna, no era muy alta, con unos pechos generosos y unas deliciosas caderas. Llevaba el cabello rubio muy corto, como correspondía a los miembros de su orden. Preridien, la campesina, llevaba en cambio su pelo castaño largo y suelto. Era una muchacha menuda con poco pecho. Sus grandes ojos negros reflejaban la felicidad de poder lavarse y bañarse desde hacía días. Ambas chicas jugaron a salpicarse y arrojarse agua entre gritos de gozo.

Eressia sonrió. Se alegraba de que, a pesar del tenebroso destino que se cernía sobre el reino, las chicas encontrasen un momento para divertirse. Aunque no tuvieran muchos más años que las dos muchachas, la preocupación por su reino había ensombrecido su carácter desde hacía unas semanas. Casi a diario, el mismo sueño recurrente invadía sus pesadillas e incluso a veces, su vigilia. Además, una sensación de intranquilidad la asaltaba. Sabía que algo iba mal, algo no estaba en su lugar, se le escapaba, pero no sabía qué era…

La voz de Isura la sacó de sus cavilaciones.

-¿No queréis acompañarnos al agua, mi señora?

-¡Oh! No… yo no… no sé si…

Eressia se ruborizó al contemplarse en medio de las dos muchachas desnudas. Una erección comenzó a despuntar en su entrepierna. En situaciones como aquella, le embarazaba profundamente ser una hermafrodita, a pesar de que las leyendas dijeran que era un don sagrado que denotaba ascendencia divina.

-Sois tan hermosa, mi señora… -La voz de Preridien parecía enronquecida por el deseo.

-Las dos sí que sois bellas.

-Sin duda bromeáis, mi señora. Vos sois la mujer más preciosa que he visto jamás.

La mano de Isura comenzó a desabrochar los correajes del peto de su armadura. La princesa no se resistió. Se encontraba terriblemente acalorada y sus dos sexos comenzaban a latir con un placentero hormigueo.

-Todavía… -La sonrisa de Isura se acentuó lascivamente. –Preridien y yo todavía no hemos tenido ocasión de agradeceros que nos rescatarais de los esclavistas.

-Yo…

La piel de la princesa ardía como si tuviera fiebre. Lentamente, las dos muchachas desnudaron a la princesa, rozando su piel con caricias lentas y suaves. Ambas rieron nerviosamente cuando, al bajar los calzones de lino, el grueso falo de la mujer hermafrodita saltó como un resorte, erecto y venoso, traicionando su excitación.

Las muchachas se tumbaron a cada lado de la princesa, acariciándola y besándola, volviéndola loca de placer. Gimiendo, ambas se restregaban contra los muslos de Eressia, intentando calmar su propio ardor contra su piel. Sus flujos pronto mojaron las piernas de la princesa. El roce de los senos de las muchachas arrancó un gemido de la mujer.

Los constantes toqueteos al falo de la princesa iban a provocar un pronto orgasmo, así que Eressia se levantó y besó a ambas muchachas para centrar sus labios en los de la sacerdotisa Isura. Su lengua recorrió su cuello y hombros hasta bajar al apetecible sexo de la muchacha, completamente encharcado ya. Aspiró el inconfundible aroma de su excitación.

Eressia gimió por la sorpresa cuando uno de los traviesos dedos de Preridien se deslizó por sus nalgas. ¿No iría a…? Su temor se convirtió en realidad cuando el dedo se posó en su ano y fue hundiéndose muy lentamente, pareciendo disfrutar del ardor del esponjoso interior de sus entrañas.

La princesa se mordió el labio. Aquellas juguetonas diablillas iban a provocar que se corriera enseguida y no podía permitirlo sin antes no haberlas hecho disfrutar a ellas.

La lengua de la princesa reanudó los besos y lamidas al sexo de Isura y apenas tuvo que besar el inflamado clítoris de la joven para que ésta chillara de placer, inundando la boca de Eressia de sus abundantes flujos.

-Oooohhh… ¡mi señora! ¡mi señora!

Acto seguido, se volvió hacia Preridien, que continuaba excavando con su dedo en el arrugado orificio anal de la princesa.

-Ven aquí, diablilla. ¡Vas a saber lo que es bueno!

Un chillido de placer brotó de la boca de la campesina cuando la princesa acercó su glande a la encharcada gruta de la muchacha. El falo, no obstante, se entretuvo rozando su entrada sin llegar a penetrarlo, lo que volvió loca de placer a la joven, que meneó sus caderas como si suplicara que la penetrara.

La princesa no se hizo rogar. De un suave golpe, su gruesa verga se introdujo por el húmedo sexo de Preridien, llenando su interior casi por completo. Isura se colocó tras la princesa, aplastando sus pechos contra su espalda, acompasándose a sus movimientos, como si fueran ellas dos las que penetraran a la campesina. En breves instante, Preridien se convulsionó al llegar al orgasmo, sus menudos pechos toqueteados por las dos mujeres, sus labios besados indistintamente por Isura y Eressia.

La quietud del bosque sólo se vio rota por los jadeos de las mujeres en la charca y el húmedo golpeteo de la carne contra la carne.

Eressia continuó durante largo rato penetrando y besando a las dos muchachas hasta desfallecer y derramar su caliente esencia sobre los dos cuerpos. La princesa, exhausta, se dejó caer sobre la orilla de la charca, intentando normalizar su respiración, desbocada como la de un potro salvaje. Pero las dos muchachas no parecían haber tenido suficiente. Ambas volvieron a recostarse a los dos lados de la mujer.

-Tened piedad, estoy desfallecida…

Inmisericordes, las dos muchachas sonrieron y besaron cada centímetro de piel de la princesa.

-¿Qué vais a hacerme?

Las muchachas no contestaron, sino que Isura se levantó y puso su sexo a la altura de la boca de Eressia, quien no vaciló un segundo antes de lamerlo y chuparlo con fruición. Los dedos de Preridien toquetearon suavemente los pezones de la princesa, aumentando de nuevo su excitación.

En breves instantes, el dormido falo de la princesa había vuelto a erguirse y su vagina derramaba flujos de placer. Un chillido de sorpresa brotó de la mujer cuando la lengua de la campesina recorrió húmedamente su esfínter. A ésta le costó relajar los músculos de su ano para que la lengua penetrara viscosamente en su oscuro agujerito. Mientras, la boca de la princesa hacía estragos en el húmedo sexo de la novicia-guerrera.

Y así continuó la dulce tortura durante un buen rato. Suaves dedos de las muchachas toqueteando ligeramente el clítoris, falo y ano de la princesa, en caricias suaves pero breves, llevando a la princesa a un abismo de placer hasta que, en salvajes oleadas de fuego, arqueando la espalda tanto que parecía que iba a romperse, sus dos sexos eyacularon a la vez, empapando las bocas de las dos muchachas con espeso esperma y viscosos flujos traslucidos. El orgasmo fue tan intenso que casi creyó morir de placer.

Los entrelazados cuerpos de las tres mujeres quedaron rotos, empapadas en sudor, desmadejadas como marionetas a las que han roto las cuerdas, sin más sonido que el débil susurro del agua de la charca y sus agitadas respiraciones jadeantes.

 

 

 

La luna relucía en las alturas, sobre las copas de los árboles, cuando Preridien, la campesina, levantó su cabeza para comprobar que sus desnudas compañeras estuvieran dormidas. A continuación apartó con cuidado el brazo de una de las mujeres y se deslizó en silencio hasta sus ropas. Tras coger algo de su bolsa, se encaminó al extremo del claro. El murmullo del agua llegaba hasta sus oídos mientras sacó de un doble fondo un pequeño papiro, una fina aguja y un diminuto frasco de tinta. Un aleteo le indicó que el objetivo de su espera acababa de llegar.

Ante ella, un cuervo blanco la miró y graznó en silencio antes de avanzar hacia ella. Preridien escribió con cuidada caligrafía en el papel:

“Todo marcha conforme lo planeado, mi señora Mordekai. Llegaremos al Templo en dos días. Vuestra devota servidora, Lygya”.

 

La muchacha ató la nota a la pata del cuervo y contempló cómo éste emprendía el vuelo.

En silencio, regresó al campamento y se tumbó junto a las dos mujeres.