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Soldados del Espacio. La Campaña de Bressen

en Lésbicos

PRÓLOGO

Año 2619. Sector 417-A. Planeta Bressen. Afueras de Ciudad Aurora, capital.

 

Las dos muchachas, casi dos niñas, contemplan el cielo estrellado sobre sus cabezas. Es más de medianoche y ambas saben que no deberían estar ahí, pero no les importa. Las dos lunas de Bressen parecen ser las únicas testigos de su escapada. No obstante, ambas saben que cuando lleguen a casa les espera una buena reprimenda. De nuevo, no les importa.

 

Las últimas luces rojizas de la ciudad, en la lejanía, parecen conferir a la escena un tono íntimo, casi mágico. Una de las chicas contempla la negra noche, fascinada, quizás imaginándose surcando la inmensidad del espacio en una nave espacial. La otra muchacha, en cambio, no puede desviar la mirada de su acompañante. Su mano roza la de su amiga, que no la aparta. Parece armarse de valor antes de hablar.

 

-¿Puedo... puedo besarte?

 

La otra chica parece sorprendida al principio, pero rápidamente se rehace y asiente casi con vehemencia, sonriente, como si se cumpliera un deseo que formuló hace tiempo.

 

Sus rostros se acercan, en silencio, inseguras, temerosas, como si ambas temieran estar en un sueño que puede romperse en cualquier momento. Pronto, sus labios se juntan, un beso tímido, labios contra labios. Una de las chicas tiembla, su piel se ha puesto de gallina.

 

-¿Te ha gustado?

 

La muchacha asiente. Para ambas, ha sido su primer beso. ¿Se aman? ¿Se desean? Es difícil decirlo. Son muy jóvenes y sus sentimientos todavía están muy confusos. Vuelven a besarse. Audrey y Jezail tan sólo saben que ambas son las mejores amigas, que su corazón late con más fuerza cuando están juntas y que desearían que aquella noche no terminara nunca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I

 

Año 2.638. Sector 417-A. Planeta Bressen. Palacio del Gobernador Planetario, Ciudad Aurora, capital.

El Gobernador Planetario Jéricus Scolan pasó su mano por su rostro abrumado, mientras volvía a leer la carta por tercera vez. Era un hombre muy mayor, de rostro severo y agrietado. Aunque alto, su espalda había empezado a encorvarse y sus hombros parecían hundidos. El despacho en el que se hallaba, el lugar en el que trabajaba casi dos tercios del día, no era austero, aunque hubiera sido calificado como "espartano" por otros gobernadores planetarios. Frente a él, se encontraba sentado un hombre de rostro demacrado y siniestro, Johan Anderson, uno de los secretarios de estado de la Confederación.

-Comprendo su preocupación, amigo Jéricus, pero la guerra contra los skitaari marcha francamente mal. Necesitamos todo el mineral que...

-No.

-¿Perdón?

-No lo permitiré.

El rostro del secretario de estado pareció fluctuar de la incredulidad a la diversión.

-Disculpe, creo que no le he entendido...

-Me ha entendido perfectamente. La respuesta es no.

El secretario de estado le miró ligeramente confundido. Era evidente que se trataba de un hombre que no estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria. Habló lentamente, con el tono de quien explica una obviedad a un niño pequeño.

-Ruego que me perdone mi rudeza, pero la carta que sostiene entre sus manos no es una petición. Es una orden.

-He visto lo que sucedió en Sepheris. Ese planeta era un vergel, con una población de cinco mil millones de personas. Cuando se descubrieron las vetas de mineral Oricalco, se decretó una explotación como la que se hará en Bressen. En tan solo veinte años, Sepheris se convirtió en un planeta desolado, yermo, de atmósfera irrespirable, mares contaminados y lluvia ácida. Sus habitantes pasaron a ser quinientos millones. No permitiré que en Bressen suceda lo mismo.

-Le repito que su opinión es irrelev...

-Y yo le repito que sus órdenes no se cumplirán en Bressen, señor Anderson.

-¡Basta de juegos, maldita sea! ¡Es una jodida orden de la Confederación! ¡Tiene que cumplirla!

Jéricus Scolan habló con voz fría al comunicador sobre su mesa, ignorando al furioso hombre.

-Por favor, que pasen Schennel y sus hombres y escolten al señor secretario de estado a su nave.

El secretario de estado se vio rodeado de cinco guardias de seguridad, sus manos rozando sus armas. Su cólera se disolvió como azúcar en agua. Johan Anderson respiró lentamente antes de volver a hablar. 

-Conservemos la calma. Scolan, tiene usted que ser consciente de sus deberes patrióticos. ¿Va a permitir que, por la falta de Oricalco, miles de soldados mueran en la guerra contra los skitaari por su tozudez?

-Soy plenamente consciente de mis deberes patrióticos, señor Anderson. No voy a permitir que miles de millones de conciudadanos de Bressen mueran por la codicia de la Confederación. La reunión ha terminado.

-Sabe lo que eso significa, ¿verdad, viejo loco? Sabe que la Confederación considerará Bressen como un mundo rebelde y enviará a sus regimientos coloniales. Significará la guerra y sus patéticos soldados serán aplastados como cucarachas. Sabe que usted será considerado traidor y que será fusilado. Lo sabe, ¿verdad, Scolan?

Los ojos de Jéricus Scolan se entrecerraron amenazadoramente. La ira subrayó cada silaba de sus palabras.

-Fuera... de... mi... planeta.

 

 

 

 

II

Año 2.639. Sector 417-A. Órbita del Planeta Bressen. Nave de Transporte de Tropas de la Confederación de Planetas tipo CPS "Therion".

256 días terrestres desde el inicio de la guerra.

La mujer de pelo moreno corto y ojos verdes rasgados entró con paso firme en la vigesimoprimera bodega de carga de la nave. Su uniforme militar la señalaba como sargento. Los veinte soldados sentados en los incómodos asientos del compartimento largo y estrecho, con sus cascos oscuros, sus uniformes grises y negros reforzados con placas de ceramita negra y sus rifles láser entre sus manos, giraron sus ojos amenazadoramente hacia ella. La sargento Audrey contempló desafiante a los soldados a su cargo: hombres y mujeres asesinos, violadores, ladrones, traidores de la peor calaña. Probablemente, muchos de ellos se lanzarían sobre ella para despedazarla si no tuvieran alrededor de su cuello, para asegurar su obediencia, un collar explosivo capaces de matarles con sólo pulsar un botón.

Regimientos penales. La escoria del universo. Criminales y delincuentes de la más baja estofa a los que se les había ofrecido una última posibilidad de redimirse: servir en un destacamento penal como soldado como modo de acortar su pena o de evitar la ejecución.

¿Cómo había acabado ella allí? Ser cabo o sargento de las legiones penales eran los peores destinos para los militares de los regimientos coloniales. Tener que vigilar constantemente a criminales y psicópatas se sumaba al riesgo inherente de las acciones militares bajo fuego enemigo, lo que significaba tener constantemente un ojo puesto en la vanguardia y otro en la retaguardia, y demostrar cada segundo a esos canallas que se era más duro que ellos. Audrey suspiró. Acababa de ser nombrada sargento cuando el sargento Targhan fue ascendido a teniente. Sí, era un destino duro, pero las posibilidades de promoción eran mayores. En pocos años su carrera militar despegaría de una vez por todas, o eso se repetía siempre.

Audrey miró a su alrededor y se sujetó a las oxidadas y gastadas planchas metálicas de las paredes de la carga. Los soldados del regimiento penal apretaron los dientes ante la escalofriante sensación de vértigo seguida de continuos movimientos y vibraciones de la nave. Las compuertas de la bodega se cerraron con un estruendoso silbido y el rugido de los motores creció, indicando la entrada en la atmósfera planetaria.

Un muchacho menudo y moreno apretaba tanto el rifle que sus nudillos estaban blancos. Su voz tembló al hablar.

-Joder, nunca te acostumbras a esto.

-Tranquilo, Derrio. Pronto será puta rutina, unos cuantos más y te acabarás durmiendo en el aterrizaje, como la zorra de Nash.

-Te he oído, Skalter.

Audrey contempló a los soldados cercanos que charlaban entre ellos e intentó recordar sus nombres. Derrio era un chico del masificado mundo colmena de Nuevo Altair, de aspecto canijo y vivaz, como un zorro. Estaba allí por traficar con sustancias estupefacientes. Se decía que todavía seguía haciéndolo y que era el proveedor de drogas de la compañía. Skalter era una mujer alta y de aspecto amenazador, de pelo moreno y ensortijado y con el cuerpo lleno de tatuajes, una pandillera de Crescia, otro mundo colmena, que había sido detenida en una reyerta con los jueces-policía. Y la mujer rubia que la contemplaba con una sonrisa siniestra era Nash. Audrey tuvo que reprimir un escalofrío. Al contrario que muchos de los soldados penales, Nash había sido militar antes de ser destinada a la legión penal. Había llegado al rango de cabo antes de asesinar a un capitán y desertar. Los cargos contra ella incluían piratería, robo y asesinato de tripulantes de naves comerciales. Audrey había tenido que emplearse a fondo con ella para domarla. La cínica mirada de la mujer le hizo dudar de que lo hubiera logrado.

Pero lo cierto era que Audrey tenía otros pensamientos martilleando en su cabeza. El teniente Targhan les había transmitido sus órdenes hacía un cuarto de hora. Una misión fácil, según comentó: reprimir el levantamiento de un mundo llamado Bressen. Según había explicado, hacía menos de un año, el gobierno separatista había roto relaciones con la Confederación, la cual se había visto obligada a mandar sus Regimientos Coloniales. La secesión no era tolerada por los gerifaltes de la Confederación. El ejemplo podía cundir y los temibles alienígenas skitaari conquistarían los desunidos mundos humanos uno a uno.

El problema había surgido cuando se enviaron los primeros grupos de ejércitos para reprimir la revuelta. Se subestimó a los breseños. Las Fuerzas de Defensa Planetarias de Bressen habían resultado más duras de lo previsto y su conocimiento del terreno y un empleo de inteligentes tácticas y medios lograron lo que nunca nadie imaginó: los Regimientos Coloniales fueron derrotados. No obstante, su victoria inicial fue el desencadenante de una ofensiva aplastante por parte de la humillada Confederación. El Mando decidió dar ejemplo con ese planeta rebelde. Se movilizó un ejército como nunca se había visto. Como dijo Targhan, estamos mandando tantos soldados como balas tiene el enemigo. Las protestas de por qué se desviaba un ejército tan colosal a la pacificación de un mundo rebelde y no a la guerra con los skitaari fueron acalladas.

La Therion y otras cuarenta naves de transporte se disponían a aterrizar, cada una con una División de Infantería, una primera oleada de otras veinte tandas previstas. Y en unas cuantas semanas, se desplegarían los temibles soldados de las Tropas de Asalto, los guerreros más efectivos y letales de la Confederación. Bressen estaba perdido.

Audrey se mordió el labio, nerviosa. El problema era que Bressen era su mundo natal. Ella era una breseña. Se obligó a si misma a no asomarse a una de las ventanas de visualización de la nave para contemplar la superficie del planeta. Estaba claro que su lealtad estaba al lado de la Confederación, pero su cabeza no dejaba de pensar que ella había nacido y se había criado en ese planeta. Hacía ya casi doce años había partido de su mundo, agobiada, deseando recorrer el universo y comerse, metafóricamente hablando, el mundo. Alistarse en los Regimientos era su única oportunidad de cumplir su sueño y convertirse en piloto. Su única familia, su hermano, militar, había muerto en combate. Nada le unía ya a Bressen. Nada.

Audrey apretó los dientes. ¿A quién pretendía engañar? Era mentira.

Jezail...

La burlona voz de Skalter le sacó de sus pensamientos, gritando por encima del rugir de los motores de la nave.

-Qué bien le quedan sus flamantes galones de sargento, jefa. ¿A qué capitana le ha comido el coño para ganárselos?

Audrey entrecerró los ojos e hizo una mueca, intentando hace caso omiso de las puyas de sus hombres.

-Qué ganas tengo de que salga el próximo concurso de traslados y perder de vista vuestras feas caras.

-¿Y quedarse sin su harén de "perritas", sargento? ¿En qué otra sección le iban a comer el coñito como nos obliga a nosotras a hacérselo?

La sargento Audrey, sin poder evitar enrojecer, se volvió hacia la mujer que acababa de hablar, Nash. Lo cierto era que desde el Mando se fomentaba que los cabos y sargentos metieran en cintura a los soldados penales, para doblegar su voluntad y eliminar cualquier atisbo de rebelión, y para ello se les daba carta blanca en los métodos. Brutales palizas, humillaciones, vejaciones de cualquier tipo, castigos degradantes... Al principio, Audrey, al contrario que el resto de cabos y sargentos, se había abstenido de emplear la fuerza. Pero el tiempo transcurrió y, para su vergüenza, comenzó a "deshumanizar" a los soldados penales, a verlos como deshechos de la sociedad, como criminales que se merecían cualquier castigo. No había ningún tipo de restricción y la impunidad era absoluta. ¿Por qué no divertirse un poco? Pronto, Audrey obligó a las mujeres que componían su sección a mantener relaciones sexuales con ella. Ninguna pudo negarse. Era su superiora y ellas simples soldados penales. Pronto, los rumores se extendieron por el resto de secciones penales. La lesbiana y su "harén de perritas". Audrey se justificaba a si misma pensando que ella era más humana que otros cabos y sargentos. Ella no castigaba físicamente a los soldados a su cargo o, por lo menos, no demasiado. No estaba bien, era cierto, pero los límites morales se difuminaban rápidamente en los regimientos penales, donde los mandos, por encima del bien y del mal, disponían literalmente de la vida de sus soldados.

Nash le mantenía la mirada, como si estuviera retándola. Por fortuna, Skalter se giró hacia Nash y habló en tono sarcástico antes de que Audrey pudiera contestarla.

-Vamos, Nash, menos quejarte, que se nota que te encanta hacerlo. Una vez me comentaste que te encanta chupar su chochito depilado.

Skalter extendió dos dedos delante de su rostro, formando una uve y movió la lengua entre ellos, obscenamente, como si los lamiera, provocando las risas de los otros soldados. Nash gruñó amenazadoramente. 

-Cierra el pico, Skalter, o te...

Nash no pudo terminar la frase. Todos notaron un impacto cercano seguido de un espantoso temblor que se extendió momentáneamente por toda la nave espacial. Una intensa luz desde el exterior se coló por las ventanas de visualización e iluminó la bodega durante varios segundos. Una estridente sirena de alarma comenzó a sonar.

-¿Pero qué coño...?

-¿Qué ha sido eso?

Audrey gritó, por encima de las conversaciones, mientras se dirigía hacia los intercomunicadores.

-¡Callaos todos! ¡Silencio! Piloto, aquí la sargento Audrey, ¿qué coño ha pasado?

Tras unos cortos chasquidos, una fría voz metálica se dejó oír a través del vocotransmisor.

-Aquí el piloto Parker. Nos están disparando, mi señora. Baterías planetarias. Han dado a la CPS Ulyses. La han vaporizado.

Audrey sintió como si un puñetazo la dejara sin respiración. En la Ulyses viajaba la División de la General Ludënn. Unos diez mil hombres y mujeres habían dejado de existir en menos de un segundo. Tragó saliva al pensar que podían haber sido ellos mismos. A través de los ventanales podían distinguirse nuevos destellos de luces. Audrey continuó gritando, para hacerse oír por encima de los sonidos de alarmas y los motores.

-¿Cómo que baterías planetarias? Creí que los bombardeos orbitales habían acabado con las defensas del planeta.

-Ya sabe cómo funciona la Armada, mi señora. La puntería de los artilleros deja un poco que desear. Le aconsejo que se siente, mi sargento. Va a empezar la fiesta.

La voz del piloto se escuchó por los altavoces mientras Audrey se apresuraba a sentarse en su asiento y se ajustaba los correajes.

-Damas y caballeros, abróchense los cinturones. Iniciamos maniobras evasivas.

Las vibraciones y las sacudidas se multiplicaron, mientras la nave se zarandeaba hacia los lados. Audrey respiró agitadamente, mientras sentía cómo su estómago subía y baja, una arcada se formaba en su garganta y su frente se llenaba de sudor frío. El terror de que un impacto repentino acabase con todos ellos sin poder siquiera defenderse era abrumador. Algunos soldados no pudieron resistir el mareo y el ambiente comenzó a oler a vómitos.

Nash la contemplaba burlona.

-Si va a echar la papilla, mi sargento, le aconsejo que use su casco para no manchar el suelo.

Audrey la miró con odio, mientras aguantaba las náuseas e intentaba pensar en otra cosa.

Jezail...

 

 

 

Año 2625. Sector 417-A. Planeta Bressen. Ciudad Aurora, capital.

Jezail acerca su rostro al suyo y junta sus labios con los suyos. Audrey responde al apasionado beso mientras recorre con sus manos el desnudo cuerpo de la muchacha. A ambas las consume el deseo. Instantes después son los labios de Audrey los que recorren cada centímetro del menudo cuerpo de Jezail, concienzudamente, como si temiesen dejar un milímetro sin ser besado.

Jezail gime, cerrando los ojos y mordiéndose el labio inferior para no jadear demasiado alto. Musita palabras ininteligibles, murmullos que enardecen a Audrey. Ésta se detiene un momento para contemplar el arrebolado rostro de su amante. Sus mejillas están teñidas de rubor, sus ojos cerrados, sus mechones castaños pegados a su frente por el sudor de la contienda amorosa y el alto calor de la habitación. Los labios de Audrey vuelven a la placentera tarea. Besan la suave piel de su amada, deslizándose hacia el delicioso ombligo, arrancando una risita de la muchacha, que busca con su mano el moreno pelo de Audrey y lo acaricia, como si pidiera más.

Por fin Audrey distingue algún retazo de las palabras de su amada.

-Te amo... Audrey, te amo...

Las caricias cesan de golpe. Jezail se incorpora, sumida en un mar de inabarcable goce, excitada hasta lo indecible. Mira a la causa de tanto placer, a la muchacha morena de pálida piel y preciosos ojos verdes rasgados.

-Por favor... Más... Lámeme... -Jezail se sonroja, como si se sintiera deliciosamente sucia ante la petición. Su amada sonríe.

Audrey, espoleada, no da cuartel a su compañera cuando sujeta las caderas de Jezail y hunde su rostro entre sus muslos. Los gemidos de la muchacha se acrecientan, mientras la muchacha morena degusta el sabor de los jugos de la chica castaña, manchándose sus labios y mejillas con los abundantes flujos. Jezail echa hacia atrás su cabeza, gimiendo roncamente su placer.

Por fin ambas se besan y juntan sus cuerpos, frotándolos la una contra la otra. Sus ojos se pierden en los mares de sus miradas. Se besan con violencia, jadean, se sujetan, se agarran, se acarician frenéticamente. El orgasmo llega con el estruendo y la violencia de un fogonazo mientras ambas se sonríen y se besan extenuadas.

 

-Te amo, Jezail… Siempre te amaré…

 

 

 

 

 

III

Año 2.638. Sector 417-A. Planeta Bressen. Calles de Ciudad Aurora, capital.

276 días terrestres desde el inicio de la guerra.

La sargento Audrey miró a su alrededor mientras avanzaba sosteniendo su rifle láser. Silencio, sólo roto por las pisadas de sus hombres y algún ocasional disparo lejano. Todos avanzaban nerviosos, encorvados para ofrecer menor objetivo a una traicionera bala enemiga, sus manos crispadas sobre sus armas. Los edificios que los rodeaban estaban reducidos a escombros, algunos calcinados hasta los cimientos. El lugar apestaba a fuego, a hierro y a la putrefacción de los muertos. El corazón de Audrey se encogió de vacío y tristeza. Aquella había sido una de las grandes avenidas de Ciudad Aurora, una calle atestada y bulliciosa, con la algarabía constante de la gente… Ahora, podía escucharse el canto fúnebre del río en la lejanía, apenas ahogado por el viento en las calles desiertas. Nada quedaba ya del antiguo esplendor de la orgullosa capital de Bressen.

El chasquido del intercomunicador la sobresaltó.

-Parece despejado, sargento.

-No os confiéis. Avanzad en formación abierta. Todavía puede haber resistencia.

A los veinte hombres de su sección se les había encomendado la misión de explorar los barrios del norte de Ciudad Aurora, en misión de reconocimiento antes de la llegada de los soldados de las Tropas de Asalto. Hacía dos horas que se habían enfrentado a una patrulla enemiga. Ni siquiera eran Fuerzas de Defensa Planetarias, FDPs. Eran civiles con dos o tres armas anticuadas. Varios muchachos, casi niños y un viejo, que habían huido aterrorizados en cuanto empezaron los primeros disparos. Audrey no había tenido estómago para mandar perseguirles. Las Fuerzas de Defensa Planetarias debían estar dando sus últimos coletazos, abrumadas por la intensidad de la guerra. Apenas debían quedar militares enemigos con vida. Bressen daba sus últimas boqueadas, agonizante bajo la bota militar de la Confederación.

La mujer respiró con dificultad mientras el humo de un fuego cercano que nadie tenía tiempo ni posibilidades de apagar la llenaba los ojos de lágrimas. Reconoció la calle donde se hallaban. Ella misma la había recorrido miles de veces hacía ya tantos años. El bombardeo orbital parecía haberse cebado especialmente en esa zona, a pesar de ser un objetivo civil. Audrey maldijo y escupió al suelo. Cerca estaba la casa de los padres de Jezail. ¿Seguiría viviendo allí cuando la guerra empezó? ¿Estaría… viva?

Los ojos de Audrey se posaron en un local incendiado. Sus muros estaban calcinados y ni siquiera podía leerse el rótulo del establecimiento. Pero sabía perfectamente qué era. La cafetería donde había visto a Jezail por penúltima vez.

 

 

 

-¡Te has alistado a los Regimientos Coloniales!

Audrey miró a derecha e izquierda. La gente de la cafetería seguía charlando a su aire, a pesar de que su acompañante había elevado mucho la voz.

-Por favor, Jezail...

-¿Cuándo pensabas decírmelo?

-Acabo de hacerlo, ¿no?

Jezail frunció el ceño, como hacía cuando estaba verdaderamente enfadada.

-¿Cuándo te vas?

-La nave parte a Nueva Altair dentro de dos semanas. La instrucción empieza...

-¿Por qué?

-¿Perdona?

-¿Por qué te has alistado?

Audrey dio un sorbo a su bebida recafeinada, eludiendo la mirada de Jezail.

-Ya sabes que quiero llegar a ser piloto, pero no tengo suficiente dinero para costearme los estudios como piloto civil. Si me alisto y llego a ser oficial, podré ingresar en la Academia del Aire.

-Sabes lo que opino del ejército. –Una mueca de repugnancia cruzó el rostro de la muchacha. -Por los dioses, este café sintético está asqueroso.

Audrey hizo caso omiso de sus comentarios. Jezail siempre había sido una activista pacifista, contraria a lo que llamaba el imperialismo y el militarismo de la Confederación. ¿La despreciaba por haber entrado en el ejército? Estaba nerviosa. Deseaba irse cuanto antes.

-Ya hemos discutido esto un millón de veces. Además, mis padres eran militares. Mi hermano lo fue. Creo que se lo debo.

-No sabía que fueras tan patriota. Yo pensaba que... Nosotras...

-Una vez que logre ser piloto, serán sólo diez años de cláusula de exclusividad en el ejército y podré volver a Bressen a la aviación civil y estar juntas. Además, mientras, vendré en cada permiso que pueda.

-Claro...

Jezail enmudeció y Audrey no supo qué decir. Iba a hablar cuando Jezail habló primero. 

-Si es tu deseo, lo respeto. -La voz de Jezail temblaba. Parecía a punto de echarse a llorar. -Espero que cumplas tus sueños. No tengo derecho a… Perdona, tengo que irme...

Jezail salió de la cafetería casi corriendo. En las semanas siguientes, no contestó a sus llamadas y pareció evitar su presencia. El día que Audrey embarcó hacia Nueva Altair, Jezail apareció en el espaciopuerto de Nueva Aurora para despedirla. Su rostro era tan triste que Audrey sintió un puñal de hielo en su corazón. Ninguna dijo nada. Se besaron con fuerza, degustando el sabor salado de las lágrimas propias y ajenas, con desesperación, como si fuera la última vez que fueran a verse en la vida.

 

 

 

Audrey sujetó con fuerza su rifle láser. Sentía un calor sofocante bajo el casco. A los pocos meses después de que partiera de Bressen, estalló la guerra contra los skitaari y todo se fue a tomar por culo. Las posibilidades de acceder a la Academia del Aire desaparecieron por completo. Las pérdidas de efectivos contra los alienígenas eran enormes y las exigencias de tropas de infantería eclipsaron todas las demás necesidades. Los permisos se cancelaron y, por supuesto, fue imposible licenciarse y abandonar el ejército estando en guerra.

Había sido una estúpida. Había antepuesto sus sueños de ser piloto antes que su amada. Y lo había perdido todo. 

Audrey volvió violentamente a la realidad. Ella y todos sus hombres se habían confiado. Y pagaron el precio.

El primer disparo acertó justo al soldado penal Connigan en la cabeza. Murió y cayó al suelo sin saber siquiera qué había sucedido. Audrey no tuvo tiempo de ver nada más mientras se lanzaba a unos cascotes cercanos buscando cobertura.

-¡Emboscada! ¡A cubierto! ¡A cubierto!

El zumbido de los láseres la rodeó mientras sacaba la cabeza de su escondite rezando mentalmente para que no se la volaran. Varios de sus hombres habían caído ya. Calculó rápidamente que se enfrentaban a unos treinta o cuarenta enemigos, FDPs sin duda, por su armamento. Probablemente ocultos en los pisos superiores y en los tejados de las calles colindantes. Les debían haber dejado internarse confiadamente antes de dispararles, y probablemente les tuvieran rodeados y acribillándoles a placer. Un impacto a dos centímetros de su rostro levantó esquirlas y polvo y la obligó a agachar de nuevo la cabeza.

Los gritos por los comunicadores eran un caos. Tenía que reaccionar o los matarían a todos como a ratas. Audrey gritó para hacerse oír mientras sacaba de su cinto una granada de humo y liberaba su espoleta.

-¡Soldados! ¡El edificio grande y gris de la derecha! ¡Parapetaos en él! ¡Kora, cúbrenos! ¡Barre los tejados!

-A la orden, jefa.

Un hombre musculoso de piel cetrina y pelo moreno, sujetó con fuerza una ametralladora pesada, elevó el cañón y comenzó a disparar a los pisos superiores y los tejados. Una lluvia de balas acompañadas de un ensordecedor sonido de disparos provocó que el fuego enemigo se redujera momentáneamente, dando a los soldados supervivientes el tiempo suficiente para alcanzar el edificio objetivo corriendo como si los llevara el diablo, parcialmente cubiertos por la humareda de la granada.

-¡Moveos! ¡Moveos! ¡Skalter, joder! ¡No te detengas!

La mujer pandillera se detuvo al cruzar la calle y agarró con fuerza a uno de los soldados caídos, intentando arrastrarlo con ella y llevarlo a un lugar seguro.

-No puedo dejarle aquí, mi sarg…

La voz de la soldado penal se cortó en seco. Audrey pudo distinguir cómo el láser atravesó limpiamente la garganta de la mujer tatuada, que cayó inmóvil al suelo como un títere al que han cortado las cuerdas, los ojos abiertos para siempre, mirando sin ver.

-¡Mierda! ¡Seguid corriendo! ¡Seguid corriendo!

Los hombres y mujeres jadeaban cuando se tumbaron en el interior del edificio mientras llegaban, extenuados. Respondieron al fuego hasta que todos sus hombres se pusieron a salvo. Audrey intentó recuperar el resuello mientras contaba a los soldados supervivientes. Doce, varios heridos. Habían perdido a ocho. Blasfemó. Tenía ganas de gritar y de llorar, pero no podía perder los nervios delante de sus hombres. Los disparos de los breseños continuaron, pero ya estaban a cubierto y se estrellaron inofensivamente contra la sólida fachada del edificio. A salvo. No obstante, estaban atrapados.

Había transcurrido media hora. Los enemigos del exterior habían dejado de disparar, pero sin duda seguían allí. La sargento Audrey sabía que era cuestión de horas que la vanguardia del ejército, con los soldados de las Tropas de Asalto a la cabeza, se internasen en la capital. Audrey intentó que sus manos dejaran de temblar. Respiró profundamente una, dos, tres veces. ¿Intentarían un asalto? Era lo más probable. Los breseños también debían saber que el grueso de los Regimientos Coloniales estaba a punto de llegar. Si querían acabar con ellos, deberían hacerlo rápido. La sargento observó a su alrededor. El edificio era resistente y tenía pocas entradas, así que una defensa sólida era posible. En el suelo, un hombre de unos cuarenta años la observaba con una mueca de dolor mientras sujetaba su hombro herido con una mano crispada.

-¿Estás bien, Huller?

-Aguantaré, mi sargento. ¿Cree que esos hijos de puta de los breseños van a atacar?

"Yo soy breseña" estuvo a punto de decir Audrey. En cambio, sonrió forzadamente.

-Si lo hacen, les rechazaremos de una patada en el culo.

Audrey volvió a mirar el exterior. Nada. Calles vacías y silenciosas. ¿El preludio de un asalto? Echó un vistazo a su alrededor. Sólo veía a ocho de sus hombres. ¿Dónde estaba el resto? ¿Estarían asegurando el perímetro? La sargento se internó en uno de los pasillos cercanos. No tuvo que recorrer muchas habitaciones cuando divisó a uno de sus soldados, una mujer rubia, agachada en el suelo de una estancia semiderruida por un derrumbe. En seguida reconoció a Nash. Una mueca de asco se dibujó en el semblante de la sargento cuando pudo ver que la mujer se hallaba agachada junto al cadáver de un breseño, muerto sin duda durante alguno de los bombardeos. Nash tenía agarrada su agarrotada y rígida mano e intentaba sacar un anillo de uno de sus dedos.

-¡Por el amor de los dioses, ¿qué coño está haciendo, Nash?!

La mujer se sobresaltó durante un instante.

-Creo que es obvio, mi sargento.

-Joder, está saqueando a los muertos. ¿Es que no le queda nada de decencia?

Nash se encogió de hombros mientras siguió manipulando la mano del cadáver. El anillo se le resistía, sin duda por el rigor mortis. Nash desenfundó su cuchillo, dispuesta a cortar el dedo del muerto. Audrey, enfurecida, perdió los nervios y sujetó a Nash por el cuello del uniforme, empujándola y aplastándola contra la pared. Sus rostros quedaron a escasos centímetros mientras se miraban con odio.

-¡Hija de puta! Compórtese como un soldado, no como basura.

-Creía que los soldados penales éramos escoria, mi sargento. El teniente Targhan se encargó de enseñármelo mientras me partía la cara a conciencia. ¿No se acuerda, mi señora? Es extraño, porque usted también estaba allí.

La sargento Audrey resopló enfurecida mientras la insolente mirada de Nash la taladraba, ambas mujeres agarradas, sintiendo el aliento de la una sobre la otra, tan cerca que podrían besarse. Por un momento pensó en lo fácil que sería apretar el botón del mando del collar explosivo del cuello de Nash. Tan fácil... Los sensuales labios de Nash sonreían, contemplándola con una extraña mezcla de furia y diversión.

Audrey gritó mientras arrojaba a Nash al suelo.

-¡Vaya a asegurar el perímetro y luego vuelva a la entrada!

La sargento salió de la habitación sin mirar atrás.

 

 

 

 

IV

-Esa hija de puta de Audrey me las pagará. Lo juro por los dioses. Cúbreme.

Nash se asomó fugazmente a la vacía habitación mientras hablaba con Derrio. Nada. Todo vacío. El edificio, como era previsible, estaba completamente desierto. En su momento era probable que hubiera sido algún tipo de banco o similar, pero era difícil decirlo. El fuego y los bombardeos lo habían arrasado y dejado irreconocible. Y los saqueos lo habían despojado de cualquier cosa de valor.

-Vamos, Nash, no me negarás que Audrey es mucho mejor sargento que Targhan. Nuestro antiguo sargento todavía me causa pesadillas. ¿Por qué te cae tan mal?

Nash permaneció en silencio y de pronto se envaró, como si hubiera escuchado un sonido. Hizo una seña con el puño en alto a su compañero y apuntó con el rifle al suelo. Bajo unos cartones y un montón de suciedad divisaron sin dificultad lo que parecía algún tipo de puerta a ras de suelo. ¿Un sótano o bodega?  Ambos permanecieron a la expectativa. A los pocos minutos se repitió el ruido. Sin duda había alguien escondido. Enemigos.

Nash señaló una de las granadas que Derrio llevaba en el pecho e hizo un gesto hacia la portezuela. El muchacho asintió y se dispuso a tirar de la anilla para lanzarla al interior. En el último momento, la mano de Nash le detuvo.

-¿Pero qué...?

La mujer hizo un gesto a un rincón cercano. En el suelo, había un oso de peluche tirado. Derrio puso cara de extrañeza, como si no entendiera nada.

-Este es un edificio de oficinas. Es extraño que haya un juguete. A menos...

Nash empezó a abrir cautelosamente la puerta del sótano con el pie, sin dejar de apuntar con el rifle láser a la abertura.

-¡Regimientos Coloniales! ¡Salgan de ahí!

-¡Por favor, no disparen! ¡Somos civiles! ¡No disparen!

-¡Salgan les he dicho! ¡Con los brazos en alto! ¡Cualquier truco y abriremos fuego!

Dos mujeres, un anciano y cuatro niños salieron lentamente, con el terror en los ojos. Sus ropas eran poco más que andrajos. Una de las niñas lanzó una mirada hacia el oso de peluche en el rincón, pero estaba demasiado asustada para moverse hacia él.

Nash conectó el comunicador, sin dejar de encañonarles.

-Siete civiles, mi sargento.

Nash observó que el rifle de Derrio temblaba y que estaba completamente pálido.

-¿Todo bien, chico?

-Iba a... Casi les tiro una granada...

-No pienses en eso. No ha pasado nada. Vamos con la jefa.

 

 

 

El tiempo transcurría con agónica lentitud. Un disparo ocasional, algún movimiento en los edificios de enfrente, pero el asalto no se producía. Los soldados penales tenían los nervios a punto de estallar. La sargento Audrey intentó comunicar por enésima vez con la base, sin éxito.

De pronto, una voz femenina se escuchó desde algún megáfono en el exterior.

-Soldados de los Regimientos Coloniales, les habla la sargento Jezail, de las Fuerzas de Defensa Planetaria de Bressen. Se les conmina a la rendición o al exterminio. No habrá otra oportunidad.

Audrey se quedó helada al escuchar una voz que no creía volver a oír en la vida. No pudo creerlo. ¿Era aquello posible? El Destino era un bromista hijo de puta. Se acercó a la ventana y gritó a pleno pulmón:

-Sargento Jezail de las FDPs, le habla la sargento Audrey de la XXI Legión Penal. Solicito un alto el fuego mientras nos reunimos en medio de la calle.

La voz desde el edificio de enfrente enmudeció. ¿La había reconocido?

-De acuerdo.

Audrey se dispuso a abandonar el refugio.

-No vaya, sargento. La matarán. Los breseños son unos sucios traidores.

-Soy breseña, soldado Huller.

El hombre enmudeció, azorado. Audrey se giró hacia los soldados, ordenándoles que no dispararan sucediera lo que sucediera. El sol la deslumbró por un momento, mientras caminaba hasta el centro de la avenida. Su instinto le decía que se pusiera a salvo, que no diera un paso más. En cualquier momento, el impacto de un láser abriría su cabeza como una fruta madura. Apartando esos pensamientos aciagos, se obligó a seguir caminando.

Por fin pudo divisarla. Una figura había surgido de un portal del edificio de enfrente y caminaba a su encuentro. Cuando estuvieron a dos metros, se detuvieron frente a frente. Era ella.

La vida había sido dura con Jezail. A pesar de ello, Audrey pensó que nunca la había visto tan hermosa. Tuvo que contenerse para no acercarse, abrazarla y besarla. Su rostro estaba flaco y demacrado, con una leve cicatriz en su sien derecha. Sus pálidas ojeras contrastaban con su furibunda mirada. Su uniforme marrón y verde había conocido tiempos mejores, roto y remendado en mil lugares. Estaba muy delgada y parecía a punto de desfallecer, pero una extraña vitalidad la mantenía en pie. Audrey sabía de qué se trataba. El odio y la desesperación del soldado al que han golpeado y humillado, al que han arrebatado todo lo que tiene y que sólo le queda la violencia, la lucha, la muerte.

-Hola, Jezail.

-Eres tú… Cuando llegaron los Regimientos Coloniales recé todos los días para que tú no estuvieras entre ellos. No tener que... enfrentarnos... matarnos...

-Veo que, a pesar de tu opinión del ejército, te uniste a los FDPs. Y has llegado a sargento.

El rostro de Jezail se contrajo en una mueca de furia.

-Mis padres murieron en los primeros días de la guerra, en uno de vuestros bombardeos. Fui a alistarme al día siguiente. Vuestros poderosos regimientos fueron creados para proteger a los colonos, para defenderles de ataques alienígenas. Y aquí estáis, aniquilándonos, matándonos…-Jezail guardó silencio por un momento. Su mirada estaba perdida de rabia y dolor. Tosió para aclararse la garganta y continuó hablando. -Pero nosotros no somos como vosotros. Si os rendís...

-Escúchame, Jezail. Mis hombres y yo no vamos a rendirnos. En pocas horas llegarán las Tropas de Asalto. Si no huis os machacarán.

-En menos de una hora volaremos el edificio con todos vosotros dentro.

-Volareis también a las mujeres y los niños que estaban refugiados aquí.

-Si no os rendís, entraremos y os mataremos como a perros.

-Colocaremos delante a las mujeres y niños breseños para que nos sirvan de parapeto.

Las dos mujeres quedaron en silencio, asustadas de sus propias palabras.

-No harás eso, Audrey. La Audrey que yo conocía no sería capaz de esa infamia.

-Ni tú volarás la casa con todos dentro, Jezail. -Audrey dudó antes de seguir hablando. -¿Qué nos ha pasado? Maldita guerra... Antes... Nosotras...

Audrey creyó ver un destello de la antigua Jezail en la mirada de la mujer. Fue sólo un segundo.

-No volveremos a ofreceros que os rindáis. Tenéis diez minutos.

La mujer se dio media vuelta y caminó sin volver la vista atrás.

 

 

 

Los diez minutos transcurrieron y transcurrieron diez más, en una tensión insoportable. Comenzaron los primeros disparos y pronto, un diluvio de disparos de láser arreció contra el desvencijado edificio. Dentro, los soldados penales apenas podían asomarse para devolver el fuego al enemigo.

Merthia, una soldado penal malcarada, con aspecto fuerte y musculoso, con algunos mechones de intenso pelo rojo que escapaban bajo el casco, miró a los demás.

-Deberíamos poner delante de nosotros a los civiles de la habitación de atrás. Así esos hijos de puta se lo pensarían antes de dispararnos tan alegremente. Quizás eso les detenga…

Las miradas se volvieron hacia Audrey.

-No lo haremos.

-¿Por qué no, mi sargento?

-¡Porque no me sale de mis santos ovarios, por eso no lo haremos, ¿ha quedado claro?!

Merthia miró con indisimulada furia a su superiora antes de volver la vista a la ventana y continuar disparando.

El tiempo transcurrió. Esquirlas de yeso y astillas del plástico de las ventanas salían volando por los aires. De vez en cuando, las paredes temblaban por el efecto de alguna granada. Dos veces habían intentado los FDPs hacer un asalto y las dos veces habían sido rechazados con abundantes pérdidas. Pero las municiones iban escaseando. El tableteo de la ametralladora pesada de Kora hacía ya minutos que había cesado. Las miradas de los hombres eran firmes pero desesperadas.

De pronto, todo cesó. Algún disparo espaciado y silencio sepulcral. Los soldados penales continuaron apostados en ventanas y puertas, esperando el asalto final. No se produjo.

Pronto, ruidos lejanos de explosiones y disparos llegaron hasta ellos. Los Regimientos Coloniales habían llegado por fin y los FDPs habían muerto o huido.

 

 

 

V

Año 2.638. Sector 417-A. Planeta Bressen. Calles de Ciudad Aurora, capital.

277 días terrestres desde el inicio de la guerra.

Era noche cerrada, aunque algunos rescoldos de incendios en los edificios iluminaban las calles. Audrey se alejó de la hoguera en la que descansaban sus hombres, tras brindar con ellos por los camaradas caídos. La mayoría de los soldados bebían y reían, alegres de seguir vivos. Ella también debía estar contenta, pero en cambio, se hallaba vacía y amargada. La ciudad que le había visto nacer y crecer estaba asolada, arruinada. Los desmoralizados breseños supervivientes, antaño orgullosos, eran conducidos como ganado a campos o edificios de internamiento para determinar su participación en el conflicto. La Confederación había decidido dar un escarmiento ejemplar a Bressen, para acobardar a otros mundos que pudieran albergar la idea de la rebelión. Audrey sabía a la perfección el destino que les esperaba a aquellos que fueran considerados rebeldes o sediciosos. ¿Qué habría sucedido con Jezail? ¿Habría podido escapar o...?

Un sonido la sacó de sus pensamientos. Audrey discernió en la oscuridad una figura furtiva que, aprovechando la negrura de la noche, abandonó el portal de una casa derruida y se deslizó silenciosamente por la calle. Pronto pudo verla con claridad. La mujer tenía su rostro sucio, con manchas de sangre y ceniza. Los ojos de Audrey se abrieron de par en par cuando la reconoció.

-Jezail. Rápido, tienes que esca...-Susurró Audrey. La mujer se detuvo al contemplar a Audrey y sacó un revólver de su ropa.

-Déjame pasar o dispararé.

El rostro de Audrey se ensombreció. Su voz sonó dolida.

-Por los dioses, Jezail, ¿crees que sería capaz de apresarte, de delatarte a una patrulla?

Jezail lloraba, su arma temblando en su mano.

-Sois capaces de todo. Habéis asesinado a mis compañeros, a mi familia, a mis amigos... Asesinos...

Audrey contuvo la respiración mientras Jezail la apuntaba. ¿Iba a disparar? Audrey recordó el rostro de la que había sido su amante, hacía ya tantos años, toda una vida. Su sonrisa, su mirada alegre... Nada quedaba ya de ella, sólo una mirada consumida por el odio y la impotencia. No obstante, Audrey se sintió extrañamente tranquila. Pensó para sí misma: "No harás eso, Jezail. La Jezail que yo conozco no sería capaz".

Tras unos instantes, la mujer bajó finalmente el arma y apartó la mirada. Sin decir nada, siguió caminando, trastabillando, volviendo de vez en cuando la cabeza nerviosamente. No había llegado a la esquina cuando se topó con una patrulla de soldados de los regimientos coloniales. No tuvo tiempo de defenderse. En menos de un segundo, la redujeron, la arrojaron al suelo y comenzaron a golpearla.

Audrey sintió una furia como nunca la había sentido en su vida.

-¡Soltadla! ¡Soltadla, hijos de puta!

La mujer cogió una barra de hierro de entre los cascotes y se lanzó contra los soldados que, desconcertados, se preguntaban por qué una sargento de su mismo bando les atacaba. No obstante, pronto se recobraron de su estupor cuando uno de ellos cayó al suelo gritando de dolor y sujetándose el brazo.

-¡Sujetad a esa zorra, joder, creo que me ha roto el brazo!

-¡Huye, Jezail, hu…!

Audrey tuvo una última visión de la culata de un rifle aproximándose velozmente hacia ella. Después, sintió un fuerte dolor en la cabeza y la oscuridad la envolvió completamente.

 

 

 

Audrey rozó con sus dedos el chichón de su frente. Miles de puntitos luminosos aparecieron frente a ella mientras un dolor sordo amenazaba con hacer estallar a su cerebro. Frustrada, se recostó en el camastro de la celda. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Miró hacia el ventanuco de la pared. Todavía era de madrugada.

Se hallaba en algún tipo de celda de lo que debía haber sido una comisaría, reciclada en calabozos para prisioneros. Ella estaba sola en la celda, probablemente porque los carceleros debían haber pensado que los otros presos breseños la harían pedazos si encerraban a alguien con uniforme de los regimientos coloniales con ellos. A través de los barrotes podía ver un pasillo con muchas más celdas donde se hacinaban hombres y mujeres breseños, con uniformes de los FDPs o vestidos con ropa civil, los codos en las rodillas y la cabeza entre las palmas de sus manos. La desesperación inundaba sus ojos. Cada pocos minutos, aparecía un oficial de los regimientos coloniales y se detenía ante la puerta de una de las celdas, pronunciando algún nombre. Todos sabían lo que significaba. El nombrado era conducido hasta el exterior y poco después se escuchaba una descarga de disparos y el silencio. Apenas había resistencia. La moral de los breseños se había roto por completo. Alguno de ellos lograba reunir la suficiente entereza para lograr decir, al ser nombrado: "¡Viva el gobernador Jéricus Scolan. Viva Bressen libre!". Casi nadie coreaba las consignas. La guerra había terminado. Habían perdido.

Audrey pensó que la espera iba a volverla loca. ¿Qué había sido de Jezail? Era poco probable, pero ¿habría podido escapar? ¿Qué iba a ser de ella misma? ¿La juzgarían por traición y colaboración con el enemigo?

Sus lúgubres pensamientos se vieron interrumpidos cuando la puerta de barrotes se abrió para dejar pasar a dos guardias que sujetaban a una tambaleante mujer con uniforme de los regimientos penales. Los dos hombres la arrastraron al interior sin la menor delicadeza y la arrojaron con desprecio sobre uno de los vacíos camastros antes de largarse.

-¿Nash? ¿Qué haces aquí?

-Pero si es la sargento Audrey... -Dijo la mujer rubia con voz errática y pastosa. Apestaba a alcohol. -Creo que anoche bebí un poco más de la cuenta, mi sargento... Y creo que le partí la cara a alguien, pero no me acuerdo muy bien...

Nash rio de forma estúpida y de pronto se detuvo. Parecía haber caído en la cuenta de algo.

-¿Y qué narices hace usted aquí, en el calabozo?

 -Confraternización con el enemigo y traición.

La sonrisa burlona se borró del rostro de Nash. Aquellos cargos conllevaban la pena máxima.

-Se está usted burlando de mí, Audrey.

La mujer no contestó. Nash tosió y una arcada vino a su garganta.

-No me siento muy bien, mi sargento... creo que voy a dormirme un poco...

Audrey maldijo en silencio. Por si fuera poco, debería pasar el resto de la noche con una soldado borracha a la que odiaba.

No pasó mucho tiempo cuando su corazón se detuvo. La voz del carcelero se escuchó alta y clara.

-Sargento Jezail de las Fuerzas de Defensa Planetarias.

Una voz femenina firme y lúgubre contestó.

-Soy yo.

Como si se tratase de una pesadilla, Audrey escuchó cómo se abría la puerta de una celda contigua y pasos que se dirigían hacia el pasillo. Se levantó como una exhalación y aferró los barrotes con sus manos.

-¡Jezail! ¡Jezail!

La mujer pasó junto a su celda y se detuvo. Su rostro estaba pálido y su mirada taciturna y resignada. Jezail se dirigió hacia ella y tomó su mano entre las suyas.

-Audrey...

Las dos mujeres se abrazaron a través de los barrotes. Ambas lloraban. Un abrazo silencioso, pecho contra pecho. Audrey creyó percibir cómo latían a compás sus corazones. Un instante. Un instante que valía más que la vida entera. Al cabo de unos momentos dolorosamente cortos, los soldados las separaron con rudeza.

-Te quiero, Jezail.

-Te quiero Audrey, siempre te he querido.

Las lágrimas nublaban la vista de Audrey mientras contemplaba cómo Jezail desaparecía por el pasillo. Sus piernas flaquearon y fue incapaz de sostenerse, quedando de rodillas. Sólo era capaz de gemir de forma patética. Su sonido no parecía la voz de una mujer, sino el maullido de un gato recién nacido o el gemido de un moribundo.

De pronto sintió una mano en su hombro. Cuando se volvió pudo distinguir a Nash que, también arrodillada,  la contemplaba en silencio. Sin saber qué hacía, Audrey se arrojó entre sus brazos. Su temblorosa voz se quebró en sollozos.

-La van a matar... la van a matar... la van a matar...

Lejos, en el patio, se escuchó una descarga de disparos. La mujer cerró los ojos e intentó gritar, pero ningún sonido surgió de su garganta. Audrey no supo cuánto tiempo permaneció abrazada a Nash antes de quedarse finalmente dormida.

 

 

 

EPÍLOGO

 

Año 2.638. Sector 417-A. Planeta Bressen. Campamento provisional del XXI Regimiento Penal, Ciudad Aurora.

3 días terrestres desde el final de la guerra.

El barracón era un bullicio. Los soldados penales recogían sus petates, preparándose para ser trasladados al espaciopuerto y, desde allí, fuera de Bressen. Las últimas noticias eran que el gobierno rebelde de los breseños se había rendido incondicionalmente y que el gobernador Jéricus Scholan, todo su estado mayor y gran parte de los militares secesionistas habían sido fusilados. La guerra había concluido formalmente y las labores de pacificación recaerían sobre las autoridades policiales de la Confederación. Los Regimientos Coloniales, cumplido su deber, eran requeridos en otros lugares.

-¿Sabéis dónde nos destinarán?

-Ni idea, Derrio. Dicen que la guerra contra los skitaari se está recrudeciendo en el sector norte. Puede que para allá.

El muchacho miró uno de los camastros vacíos.

-Skalter era de Crescia, de aquella zona. Yo... No creí que llegara a echar de menos a Skalter. En fin... esperemos que...

La sala quedó en silencio cuando entró una figura vacilante que miró insegura a los presentes antes de bajar la mirada. Se trataba de una mujer con el pelo rapado al cero y el uniforme gris de los soldados penales. Sus verdes ojos rasgados parecían cansados y apagados.

Una mujer alta y fuerte le cortó el camino.

-¿A quién tenemos aquí? Pero si es la zorrita Audrey, nuestra antigua sargento. ¿Sabes? Te queda muy bonito tu nuevo collar.

La mano de Audrey se movió instintivamente para rozar su collar explosivo, como si todavía no estuviese acostumbrada a llevarlo. Bajó la vista, avergonzada pero no dijo nada. Merthia, altanera, siguió hablando.

-¿Se te ha comido la lengua el gato, zorra? Ya no se te ve tan arrogante, ¿eh, pedazo de mierda? Pues ahora vas a saber lo que es bueno.

Merthia levantó el puño para golpearla pero se detuvo en seco cuando escuchó la voz de Nash a su espalda.

-Tócala, Merthia, y te mato.

La mujer miró hacia atrás con incredulidad.

-¿Qué mosca te ha picado, Nash? Audrey nos estuvo puteando durante mucho tiempo. Ahora que la han condenado a servir como soldado penal, es nuestro turno de divertirnos un poco.

Nash la miró con frialdad.

-Ya me has oído, Merthia. Tócala y te mato.

Merthia continuó mirando a Nash desafiante, pero acabó desviando la mirada, y se alejó contrariada. Los hombres y mujeres del XXI Regimiento Penal se dispersaron, decepcionados. La diversión había acabado. Todos los soldados penales continuaron preparando sus petates y bártulos.

Nash se acercó a Derrio.

-¿Tienes algo de obskura, Derrio? No sé si voy a poder soportar un día más sin meterme una.

-Lo siento, Nash. Ni una sola dosis. Me he recorrido toda Ciudad Aurora y nada. Ya sabes... la capital está devastada, los toques de queda y demás. Nadie está en condiciones de trapichear con droga.

Nash golpeó con rabia la pared.

-¡Joder!

-Hasta que no lleguemos a la Therion y hable con mi contacto, me temo que nada de nada. Supongo que... ¿Nash? ¿Me estás escuchando?

-Mmm... Perdona.

-Estás como en otro mundo. ¿En qué piensas?

Nash miraba pensativamente al otro extremo del barracón. Allí, Audrey contemplaba con angustia su taquilla y comenzaba a guardar sus pertenencias en la mochila. Su mirada estaba vacía, perdida. La guerra la había roto por dentro.

-En nada. En que la vida es una mierda.