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Crucero estelar de batalla Mantícora

en Fantasías Eróticas

 

1. Batalla contra el destructor urolax.

 

Año 2543. Crucero Estelar de Combate Clase XRD “Mantícora”. Algún lugar en el Sector 417-A, Constelación de Tauro, NGC 5474, frontera con el Imperio Urolax.

 

Cuando el Puente de Mando de la nave vibró por la explosión, me encomendé a los dioses. Decía mi instructor de la Academia de Oficiales que, en las trincheras no hay ateos y no pude por menos que darle la razón. Por un momento, tuve miedo de morir y tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para apartar aquellos funestos pensamientos de mi mente.

 

El Crucero Estelar de Combate “Mantícora” era, por fortuna, una de las naves más robustas de la Federación Terrana de Mundos, capaz de resistir el impacto de varios láseres como el que acabábamos de recibir, pero el resultado del combate era cuestión de tiempo. Nos habíamos adentrado en territorio del Imperio Urolax, una especie alienígena con la que la humanidad se hallaba en guerra desde hacía casi una década.

 

Y estábamos pagando el precio.

 

En la pantalla de Mando pude distinguir la figura alargada y bulbosa de un destructor urolax. Una nave rápida, resistente y con el doble de capacidad de fuego que la nuestra. Observé a la capitana Tesla Morgenstern, que contemplaba ensimismada los controles. Su figura era imponente. Una mujer en la treintena, alta, embutida en el negro uniforme de combate de la Flota y con el pelo oscuro recogido en una cola de caballo. Sus rasgos eran duros como el acero y de su mirada se decía que era capaz de detener en seco el ataque de un felino gigante de Sirius-8.

 

-¿Mi señora?

 

Intenté que mi voz no temblase, aunque no estuve seguro de lograrlo. La mujer permaneció en silencio, con aspecto pensativo. Desesperado, me giré hacia la mujer rubia sentada ante los controles a escasos metros de mí.

 

-Teniente Comandante Sonia Sarelu, prepare para ejecutar un salto a mi orden.

 

-Cancele esa orden, teniente comandante. –La fría voz de la capitana Tesla me sobresaltó. No se había movido. Parecía una majestuosa esfinge.

 

-Pero mi señora, esa nave urolax nos va a vaporizar si no…

 

-Cállese, comandante James.

 

Enrojecí hasta que mis mejillas adquirieron el color de la grana. Estuve a punto de protestar, pero logré morder mi lengua a tiempo.

 

-S… sí, mi señora.

 

-Esté atento, comandante James Steiden. Quizás aprenda algo. Escudos al 190%. Respondan al fuego.

 

Apreté los puños, mientras mis nudillos se emblanquecían. Aquello era un suicidio. Si sólo respondíamos con un 10% de las baterías láseres estábamos condenados.

 

Varios nuevos impactos sacudieron el Puente de Mando. Ni siquiera parecía que el destructor urolax estuviera empleándose a fondo contra una nave humana a todas luces inferior. Mientras, la capitana Tesla continuaba quieta como una estatua, sumida en sus pensamientos, como si esperase una señal invisible.

 

La teniente comandante Sonia Sarelu se volvió hacia la capitana. Su rostro rubicundo y aniñado, con una sempiterna sonrisa no había cambiado a pesar de la gravedad de la situación. Me desesperé de verdad. ¿Es que aquella nave, a la que había sido asignado como segundo de abordo hacía menos de dos semanas, no disponía de un solo tripulante cuerdo?

 

-Recibida una transmisión de la nave urolax.

 

-En pantalla. –Contestó la capitana Tesla sin mover un solo músculo.

 

La pantalla del Puente cambió. La imagen de la nave espacial enemiga desapareció para ser sustituida por el rostro de un alienígena. Era delgado y nervudo, y su piel de una extraña tonalidad verdosa. Se decía que los urolax descendían de seres emparentados con las lagartijas de la Tierra. Quizás fuese cierto. Era imposible determinar su sexo. Su rostro era ahusado y andrógino, y cuatro ojos nos observaban con desprecio. De su cabeza caían lánguidamente hasta su cuello una especie de finos tentáculos de color verde oscuro, como si fuesen unas rastas de cabello.

 

Unos silbidos y siseos irrumpieron en el comunicador. Sin duda, el comandante de la nave enemiga había conectado el traductor.

 

-Humanos, les habla [El sonido del traductor chirrió con sonidos incomprensibles, sin duda se trataba de un nombre propio], Príncipe del Imperio Urolax. Han traspasado nuestras fronteras. Cesen el fuego y prepárense para ser abordados si no quieren ser destruidos.

 

Vaya, el comandante de la nave enemiga era hijo del Emperador Urolax. Aunque aquello no era algo tan extraño. Aquellos alienígenas reptiloides hacían varias puestas de huevos regularmente. Los hijos más jóvenes de la realeza eran destinados a servir en navíos estelares como parte de su aprendizaje. La capitana se incorporó sin mostrar el menor atisbo de preocupación.

 

-Negativo, Príncipe… ¿Lacerta me ha parecido entender? Le habla la capitana Tesla Morgenstern, del Crucero Estelar “Mantícora”. Estoy dispuesta a escuchar las condiciones de su rendición.

 

Los cuatro ojos del alienígena se abrieron de par en par, como si no hubiese entendido bien las palabras. A continuación se escuchó un cloqueo y unos silbidos o trinos. Sin duda aquel alienígena se estaba riendo.

 

-En mi pueblo se dice que una vida corta es una vida feliz. Ignoraba que los humanos fuesen unos seres tan alegres.

 

La mujer no varió la expresión de su rostro.

 

-Le aconsejo que se rinda mientras pueda hacerlo. No seré tan generosa la siguiente vez que hablemos.

 

La expresión del urolax se volvió mortalmente seria mientras sus ojos se entrecerraban amenazadores. La pantalla se fundió a negro. Habían cortado la transmisión.

 

-Inicien la operación “Arañas” –ordenó Tesla, girándose hacia la oficial Sarelu.

 

-A la orden, mi señora.

 

Parpadeé desconcertado y malhumorado. No había oído hablar en mi vida de un protocolo así. Me sentí humillado, como si la capitana de la nave de la que yo era el segundo en el mando no se dignase a compartir información conmigo. Fui el tercero de mi promoción, graduado con honores a la edad de veinte años, hacía pocos meses. Merecía algo de respeto.

 

La capitana Tesla sonrió ligeramente al percibir mi frustración.

 

-Observe, comandante James.

 

A través de una pantalla, pude observar como en el exterior, una nube de pequeños dispositivos de aspecto cilíndrico abandonó la “Mantícora” por la parte inferior. Vistos a través de la cámara, parecían un enjambre de insectos, moviéndose erráticamente en el aire, hasta dirigirse al unísono hacia la nave enemiga, tan pequeños que escapaban del alcance de sus sensores. Gracias a su diminuto tamaño la mayoría esquivó sin dificultad las ráfagas de proyectiles que manaban de ésta. Varios fueron repelidos por las explosiones del combate estelar, pero la distancia entre las naves no era demasiada y los ingenios mecánicos volaron con rapidez. Terminaron por alcanzar el fuselaje enemigo, donde recorrieron unos metros, como si buscasen un punto específico, cerca del vientre inferior de la nave. Después se acoplaron, sin hacer el más mínimo ruido debido al vacío sideral.

 

Allí, lejos del alcance de los cañones más pequeños, los dispositivos desplegaron unos apéndices metálicos y comenzaron a moverse con rapidez, cual enjambre de abejas comunes ejecutando complicadas danzas de comunicación, describiendo círculos que se superponían unos a otros.

 

En un momento dado, uno de aquellos artefactos empezó a cortar la gruesa lámina del blindaje con un potente láser. Los otros cilindros corrieron a alinearse entre ellos hasta dibujar un rectángulo y, una vez hecho esto, activaron sus diminutos cortadores. Las chispas volaron, ahogadas casi instantáneamente por el frío vacío, aunque el metal adquirió rápidamente un color rojo brillante.

 

-Ya están en posición. –Informó Sonia Sarelu.

 

La plancha era tan gruesa, que cuando se separó, era casi tan larga como ancha. Se alejó dando vueltas sobre sí misma, con los bordes aún llameantes y, cuando estuvo a cierta distancia, atrajo la atención de los cañones automatizados urolax. Eso no la dañó lo más mínimo, pero hizo que acelerara su trayectoria, alejándose hacia las inmensidades del espacio hasta desaparecer de la vista.

 

Para entonces, los pequeños ingenios habían saltado al interior del agujero, avanzando como extrañas arañas mecánicas. No habían errado sus cálculos. Allí, a la vista, había una maraña de cables e intrincados circuitos que formaban parte de los sistemas internos de la nave urolax. Eran las interfaces que conectaban los diferentes elementos con el ordenador central.

 

Las arañas retiraron diligentemente varias de las conexiones y extendieron pequeños apéndices para conectarse al sistema. Al instante, quedaron inmóviles como parásitos que han accedido al torrente sanguíneo y chupan con avidez.

 

Sonia Sarelu se volvió eufórica hacia Tesla.

 

-Conseguido, capitana –exclamó. –Tenemos señal.

 

La mujer asintió con un movimiento de cabeza.

 

-Excelente. Saboteadlo todo, salvo los sistemas de soporte vital y comunicaciones. Quiero tener otra conversación con ese arrogante principito alienígena.

 

La capitana Tesla se volvió hacia mí. Se hallaba exultante, aunque guardaba su pose de frialdad. Sonreía. Pude contemplar como el uniforme militar de la Flota resaltaba su espléndido cuerpo, fibroso, atlético. Sus músculos fuertes y duros que, curiosamente, no le restaban un ápice de feminidad. Sus pechos eran grandes, incitadores. Por primera vez desde que embarqué en la “Mantícora”, me pregunté cómo sería apretujarlos, amasarlos y hundir mi rostro en ellos.

 

El rostro de Tesla Morgenster era duro, sí, y aunque surcado por un par de cicatrices de pasadas batallas, era realmente hermoso. No pude evitar que mi mirada recorriese sus senos, sus caderas, su cintura, su...

 

-Hemos ganado, comandante James. Y puede cerrar la boca.

 

Sólo en ese momento reparé en que la contemplaba boquiabierto, con una expresión embobada.

 

-Pe… pero… ¿cómo?

 

-Tecnología xanthita. Miles de nanorobots están ahora destruyendo por dentro el flamante destructor de nuestros enemigos, dejándolo a nuestra merced.

 

Abrí los ojos como platos.

 

-Pe… pero eso es…

 

-Ilegal, sí. –La mujer se encogió de hombros.- Prohibida según las convenciones del Nuevo Bushido. Muy cara en el mercado negro, pero tremendamente útil a mi juicio.

 

-Pe… pero… ese tipo de armas no…

 

-Parece usted un pasmarote, comandante James. Escuche. Ahora, dentro de la nave de nuestros adversarios, reina el caos. Sin haber sufrido el mínimo daño estructural, se han provocado incendios por todas partes y numerosas explosiones asolan pasillos o salas, sacudiendo la nave con tremenda fuerza. Alienígenas y robots corren como pollos sin cabeza, intentado inútilmente sofocar esos fuegos. Nuestro altanero principito, que daba por segura su victoria, escucha confuso los informes de daños, sin entender qué demonios está sucediendo. Alguna de las lagartijas bajo sus órdenes le dirá que hemos entrado en sus sistemas. “Imposible” dirá Lacerta, pero las pantallas ante sus ojos vomitarán datos con su extraña caligrafía urolax, llenando las pantallas de mensajes de error, mientras los sistemas fallan uno a uno. Nuestros preciosos robotitos están accediendo a sus sistemas, bloqueando armas, motores e incluso las puertas. Y entonces, Lacerta atará cabos, palidecerá, y dos palabras se formarán en sus verdes labios. “Robots xanthitas”. Y se verá obligado a acudir hasta el comunicador del Puente de Mando y… Ah, ahí está.

 

La pantalla volvió a iluminarse, mostrando la furiosa imagen del Príncipe Lacerta. Un hilillo de sangre verde oscura caía desde su frente. La comunicación se llenó de extraños ruidos sibilantes y ladridos. Deduje que eran insultos, incapaces de ser traducidos por el ordenador.

 

La voz de Tesla, con un inequívoco tono burlón, le cortó en seco.

 

-Cálmese, Príncipe Lacerta, está usted un poco alterado.

 

-Maldita humana… Mi nave…

 

-Le dije que debería haberse rendido mientras todavía tenía oportunidad. Ahora no aceptaré otra cosa que una rendición incondicional.

 

-¡Las convenciones prohíben el uso de tecnología xanthita! ¡Será juzgada…!

 

-Cállese, Lacerta y escuche.

 

El tono de voz tajante de la mujer provocó que el urolax enmudeciese. Parecía desesperado, mientras la imagen temblaba por una explosión cercana al Puente de Mando urolax. Se escucharon gritos.

 

-Dentro de cinco minutos su nave habrá sido destruida sin remisión. A menos que usted se rinda. Incondicionalmente.

 

El príncipe Lacerta desvió la mirada, sus cuatro ojos consumidos por la rabia y el terror.

 

-Usted gana.

 

Tesla sonrió, como una gata satisfecha de tamaño humano.

 

-Comprobará que soy muy generosa. Viajará usted sólo y desarmado hasta la “Mantícora”. Será mi prisionero. Si se niega, su nave volará en pedazos en cuatro minutos.

 

Pude contemplar la palidez en el rostro del alienígena. Sin duda, su orgullo se debatía contra su racionalidad. Era el hijo de un Emperador. Su raza era altiva y engreida y consideraba inferiores a los humanos. Pero se había confiado y había sido derrotado por las artimañas de una humana.

 

-¿Y mi tripulación?

 

-Detendré a los robots xanthitas. Sus hombres permanecerán en su nave, sanos y salvos, hasta que sean rescatados por los suyos.

 

-A… acepto.

 

Tesla cortó la comunicación. Se giró hacia mí sonriente.

 

-Jaque mate.

 

Todos los hombres del Puente de Mando se habían girado hacia ella y la miraban reverencialmente. Ahora comprendía por qué se decía que la tripulación de la “Mantícora” seguiría a su capitana hasta el mismo infierno.

 

 

 

 

2. Castigo del príncipe Lacerta.

 

Varios sentimientos encontrados se apoderaron de mí cuando el prisionero urolax fue traído hasta nuestra presencia, flanqueado por dos soldados humanos de la Infantería de Marina. En primer lugar, odio. Los urolax habían sido nuestros enemigos desde hacía casi una década, en el mismo momento en que el hombre pisó la Constelación de Tauro, hogar de aquella raza alienígena. Extrañamente, también sentí una cierta conmiseración al contemplar al Príncipe Lacerta.

 

El alienígena se erguía frente a nosotros, intentando parecer altivo y orgulloso. No obstante, su rostro estaba magullado y manchado de sangre verde proveniente de una herida en la sien, sin duda de alguna de las explosiones en su nave. Sus manos se encontraban esposadas por un dispositivo de cadenas de retención y en la parte inferior de su rostro había un respirador para que el oxígeno de nuestro aire no le asfixiase. Era su única prenda de ropa. Se le había despojado de su flamante uniforme azul y blanco y ahora se hallaba completamente desnudo frente a nosotros. Los protocolos de Nuevo Bushido establecían que los prisioneros enemigos debían ser tratados con la máxima cortesía. No entendí por qué se le había desnudado, pues era altamente improbable que intentase esconder un arma ni por qué se le mantenía encadenado como a un vulgar delincuente.

 

Con cierta curiosidad, contemplé su cuerpo desnudo. Era la primera vez que veía a uno de ellos tan de cerca. Mediría en torno al metro ochenta, y su piel era verde, parecida a unas suaves escamas casi indistinguibles. Era delgado, sin rastro de grasa en sus fibrosas extremidades. Su pecho era completamente plano, sin rastro de senos o pezones, lo cual era lógico al tratarse de una especie ovípara. Mi visión fue rápidamente hacia su verde pubis. En él había un pene pequeño, de piel pálida con un glande verde oscuro que no descollaba en su plenitud. Pero no había escroto, sino una vulva que se entreabría en una sonrisa vertical donde no se apreciaba existencia alguna de testículos. Los informes de xenobiología eran correctos. Los urolax eran una raza hermafrodita.

 

-Bienvenido al Crucero estelar de Batalla “Mantícora”. Está usted en territorio humano, Lacerta.

 

La fría voz de la capitana Tesla Morgenstern me sacó de mis pensamientos. Sonó dura y a la vez con un matiz sarcástico. Fui consciente que había dejado de llamar a nuestro prisionero con su título, una inexcusable falta de educación.

 

La voz de Lacerta, a través del traductor instalado en la máscara de respiración, sonaba trémula. Sin duda por el miedo, pues después de todo su status había cambiado de noble de un imperio a simple prisionero de una raza enemiga. Pero seguro que también por la indignación.

 

-¡Capitana Tesla Morgenstern! Ha dañado mi nave con sucias artimañas, prohibidas en las convenciones que su propio mundo firmó. Me ha chantajeado, me ha desnudado, esposado... Usted... Exijo ser puesto en liber...

 

-Silencio, Lacerta. Ya no está en su nave, rodeado de lagartijas sumisas. Ahora es nuestro prisionero y está en una nave humana. Va a aprender cuál es el lugar de aquellos que desafían a los humanos.

 

Los cuatro ojos del alienígena se abrieron sorprendidos e indignados.

 

-¡Maldita humana! ¡Como comandante de una nave de guerra exijo contactar con sus superiores! ¡Exijo...!

 

La mujer le ignoró mientras se giraba hacia el soldado Asmud Guterres, un imponente marine de la nave, de casi dos metros de altura y tez oscura, sin duda por ascendencia indoeuropea.

 

-Soldado Guterres, creo que hay que enseñar modales a nuestro prisionero. ¿Sería tan amable?

 

-Será un verdadero placer, mi señora.

 

El musculoso soldado Asmud forzó a arrodillarse al príncipe Lacerta, algo fácil puesto que el humano era mucho más fuerte que aquellos alienígenas acostumbrados a una gravedad inferior. Del comunicador de Lacerta sólo surgieron silbidos y gruñidos, sin duda insultos intraducibles. De repente, ante mi sorpresa, el recio guerrero desabrochó su cinturón y bajó sus pantalones militares, revelando un impresionante falo oscuro y venoso. No pude quedarme sino boquiabierto, como también se quedó el alienígena, quien lo tenía a escasos centímetros de su rostro.

 

Me volví alarmado hacia la capitana Tesla quien sonreía divertida.

 

-¿Pero qué es esto? ¡Debe detener a Guterres!

 

-Ni hablar, comandante James. Nuestro prisionero está chillando como un vulgar niñato y ¿cuál es la mejor forma de acallar a un crío? Con un buen biberón. Adelante, soldado Guterres.

 

El soldado agarró el respirador del príncipe Lacerta y se lo quitó con brusquedad. El alienígena, totalmente sorprendido, abrió y cerró su boca, con los ojos desorbitados, boqueando como un pez fuera del agua y respirando convulsivamente. En ese momento, el soldado Guterres le agarró por la nuca y, aprovechando los boqueos de Lacerta, le introdujo su masivo falo por la garganta. Sólo llegó hasta la mitad de su verga, a pesar de que el soldado seguía empujándole la nuca.

 

-Pero señora... -Logré balbucir ante la visión que se sucedía delante mío.

 

-Cállese, comandante James. Los tripulantes de esta nave han perdido a muchos amigos y familiares a manos de los urolax. Es justo que nos divirtamos un poco, ¿no le parece?

 

Frente a nosotros, el soldado Guterres había logrado introducir casi toda su verga en la boca del urolax, quien empezaba a adquirir un tono morado verdoso y las venas de su cuello se hinchaban sobremanera. Las lágrimas caían de sus cuatro ojos. Al borde de la asfixia, intentó apartarse o resistirse, logrando únicamente sujetar débilmente al humano por las caderas, incapaz de empujarle. Guterres le tuvo unos segundos más y le liberó de una tacada, sacando su ensalivado y monstruoso falo de su boca.

 

El pobre príncipe Lacerta boqueaba y daba desesperadas bocanadas de aire, y se lanzó al suelo, arrastrándose hacia el respirador. Cuando logró colocárselo de nuevo, observó con desesperación que el otro soldado, Guan Luzel, otro musculoso militar con su castaño pelo rapado al cero y una fina perilla, se había desnudado de su pantalón y se acercaba a él junto a Asmud Guterres, ambos luciendo dos hermosas e imponentes erecciones.

 

El alienígena nos miró con profundo odio pero no suplicó, consciente de su destino. Permaneció inmóvil mientras los dos soldados le sujetaban y magreaban sin la menor delicadeza. Guterres le sujetó las manos mientras Luzel, con cierta curiosidad, manoseaba el pene del alienígena e introducía varios dedos por la vagina de Lacerta, lo que provocó quejidos e insultos en su propia lengua. Aquellas imprecaciones se las traían al pairo a los dos soldados, e incluso pareció excitarles aún más dado que le magrearon más violentamente. Lacerta se debatió, intentando dar patadas y desasirse, pero estaba firmemente sujeto por los dos soldados.

 

Lacerta no pudo finalmente evitar gemir, cuando dos dedos de Guterres se incrustaron con brusquedad en su esfínter. Cerca, la enorme polla de Luzel cimbreaba provocativamente a escasos centímetros del rostro del alienígena. Ignorando sus fútiles esfuerzos, el soldado de pelo castaño levantó en volandas a Lacerta y le dejó boca abajo, dejando su culo al aire. El humano sobó y masajeó los cachetes de sus nalgas, abriéndolos y dejando a la vista un oscuro y arrugado agujerito.

 

La enhiesta polla oscura de Guterres se posó sobre el esfínter y se incrustó poco a poco en las entrañas del alienígena, quien no pudo evitar gritar. Poco a poco, cada vez con menos fuerzas, dejó de debatirse, mientras el estoque de carne se abrió paso por sus esponjosas entrañas. Su ano se acabó abriendo como una flor, pareciendo que atrapaba y se tragaba entera la ancha verga del humano. Con una ruda mano, el soldado toqueteó y acarició la entrepierna del príncipe, alternando entre el pene y la vagina del hermafrodita, pellizcando y sobando ambos sin el menor pudor. Las enculadas del humano fueron profundas y largas, sacando la polla casi entera, dejando sólo el glande dentro de su culo y empujando de nuevo hasta que ensartaba completamente su mango en el ano alienígena y sus caderas chocaban contra las nalgas de Lacerta. El ritmo se aceleró progresivamente hasta convertirse en rápidas y cortas embestidas de carne que chocaban húmedamente contra carne.

 

-Bueno, yo también quiero divertirme.- Dijo Luzel, quien con algo de dificultad, se colocó bajo el desfallecido alienígena y le penetró por su encharcado sexo.

 

El urolax se hallaba completamente a merced de los dos recios humanos, entremedias de ellos de forma que parecían hacer un sandwich con el indefenso alienígena. Casi al borde de la inconsciencia, su cuerpo se envaró y sus ojos se abrieron, mientras se convulsionaba. Sin duda, la sensación de ser empalado, de ser rellenado de vergas de humanos enemigos que se restregaban por sus intestinos y por su encharcada gruta, fue muy humillante a la vez que, paradójicamente, tremendamente excitante para él.

 

Su pene creció, aprisionado entre su estómago y el de Luzel y, gimiendo lastimeramente, Lacerta llegó al orgasmo y eyaculó.

 

Los dos soldados rieron sin dejar de poseerle. Pero pronto, sin poder decir si se debió a que el esfínter del urolax se contrajo y dilató por efecto de su orgasmo sobre la verga de Guterres, si fue por el placer de poseer y someter a un príncipe enemigo o porque ambos soldados se besaron, el humano Asmud Guterres bramó sordamente su placer antes de correrse en un fortísimo orgasmo. Sus morenos huevos se vaciaron dentro del recto del urolax en varias descargas, inundando sus entrañas de espeso puré, hasta el punto de que del dilatado agujerito del ano del príncipe Lacerta brotaron dos borbotones de semen que resbalaron por su verdosa piel.

 

Casi a la vez, como si no hubiese dos sin tres, uno de los bandazos y empujones provocó que la voluminosa polla del soldado Luzel saliese del sexo del urolax con un sonido acuoso, descargando una serie de latigazos de semen en los ya empapados cuerpos de Lacerta y Guterres, mientras gruñía su placer, enronquecido como una bestia salvaje.

 

Los cuerpos de los dos humanos y el alienígena quedaron abrazados y entrelazados en una jadeante y temblorosa mezcla de carne verde y rosada, de flujos, sudor y semen. Arriba, Asmud Guterres, con su polla todavía enterrada en el ano de Lacerta. El príncipe alienígena en medio, desfallecido y semiinconsciente, inane entre los dos humanos como una muñeca a la que han cortado las cuerdas, y abajo, el soldado Guan Luzel, con su falo todavía semierecto a pesar de haber vaciado su carga de leche.

 

Una voz femenina me sacó del ensimismamiento.

 

-Mejor que el canal porno de la sala de realidad virtual, ¿verdad?

 

Me giré hacia la capitana Tesla Morgenstern.

 

-Esto... es un agravio...

 

La mujer se mordía el labio inferior, visiblemente excitada. Incluso pude advertir cómo frotaba lentamente sus muslos uno contra otro, casi imperceptiblemente. A continuación se giró y me observó con sarcasmo, y bajó su vista hasta mi más que apreciable erección en la entrepierna de mi uniforme.

 

-Caramba, comandante James, mucho quejarse pero parece que le ha gustado el espectáculo. ¿Va a querer participar y sodomizar también a nuestro prisionero?

 

Incapaz de responder, salí de la habitación, sintiendo la burlona mirada de la capitana clavada en mi nuca. Los sonidos de jadeos ahogados y gemidos lastimeros quedaron sellados cuando se cerró la puerta tras de mí. No pude decir en ese momento si me hallaba más indignado que excitado o viceversa.

 

 

 

 

3. En el camarote de la capitana.

 

No hacía ni cinco minutos que había mandado a la capitana por el correo de la intranet el informe con mi dimisión como comandante de la Mantícora y mi solicitud de traslado a otro crucero cuando llamaron al comunicador de la puerta de mi camarote.

 

El aniñado rostro sonriente de la Teniente Sarelu apareció en la pantalla al lado de la puerta. No pude evitar que una mueca de desprecio se dibujase en mi rostro. Su sonrisa pareció ensancharse aún más.

 

-Debo escoltarte hasta el camarote de la capitana Mongerstern.

 

-Muy bien, acudiré en cuanto pueda.

 

-Ha exigido verte ahora mismo, comandante James.

 

Maldije entre dientes.

 

-De acuerdo, de acuerdo. Salgo ahora mismo.

 

Apenas me dio tiempo a cambiarme de ropa. Aquella engreida chiquilla que parecía que aún no había cumplido los dieciocho años caminaba jovialmente a mi lado, en dirección hacia el aposento de la capitana Morgenstern.

 

-Espero que la jefa no sea muy dura contigo, James, no me caes mal del todo, a pesar de ser un estirado.

 

-¿Hemos comido juntos, Teniente Comandante Sarelu?

 

La chica pareció levemente sorprendida por mi comentario. Cuando hablé, no hice el menor intento de ocultar el desdén en mi voz.

 

-Mientras no lo hagamos, no veo por qué ha de tutearme, teniente comandante.

 

Su sonrisa no disminuyó, aunque permanecimos el resto del trayecto en silencio. Por fin llegamos hasta su alojamiento y escuchamos la voz de la capitana por el interfono.

 

-Pase, comandante James.

 

Sonia Sarelu dio media vuelta mientras me guiñaba un ojo descaradamente, antes de marcharse por el corredor.

 

La capitana Tesla me miró con condescendencia. No pude evitar pensar que estaba preciosa. Estaba sentada ante el escritorio de su espartano camarote. Me sorprendió lo sencillo que era, tan alejado del lujo que ostentaban otros capitanes de navío. Llevaba una simple camiseta negra de tirantes que realzaba sus fibrosos brazos y hombros desnudos y sus generosos pechos. Aparté la mirada cuando clavó sus ojos en mí, como si pudiera leerme el pensamiento.

 

Sin decir nada, señaló con un movimiento de cabeza la holopantalla de su ordenador, donde se leía el informe de mi solicitud de traslado. Pulsando una tecla, la pantalla se fundió a negro con una simple inscripción en ella: “DELETED”.

 

-Petición denegada, comandante James. No autorizo su dimisión ni su traslado.

 

Respiré hondo antes de hablar, intentando disimular mi malhumor. Permanecí en posición de firmes, pues ella no me había dado permiso para descansar.

 

-No lo entiendo, señora. Pensé que así lograría librarse usted de mí.

 

-No quiero librarme de usted, James. Intuyo en usted un oficial joven y prometedor. Un poco inexperto, pero eso eso algo que el tiempo suele enmendar. Dígame, ¿qué es para usted el Nuevo Bushido?

 

Dudé antes de responder.

 

-El Nuevo Bushido es el código militar por el que se regula las...

 

-Ya sé la definición. Dígame qué significa para usted.

 

-Es... mi vida.

 

-Adelante, prosiga, comandante.

 

-Mi padre fue almirante de la Flota Terrana y me explicó lo que sucedió hace cientos de años. A mediados del siglo XXII la Vieja Tierra estuvo a punto de desaparecer. Los líderes militares involucraban a sus países en estrategias donde poblaciones civiles enteras eran blancos legítimos mientras sus verdugos uniformados permanecían a salvo en refugios a cincuenta metros bajo tierra. Fue... deshonorable.

 

La capitana Tesla me contemplaba en silencio, con ojos penetrantes.

 

-El Nuevo Bushido fue el código que cambió todo aquello. Los militares debíamos dejar de ser matarifes para convertirnos en una clase samurái, cuya vida debía girar en torno al deber, autoestima y el valor absoluto al honor y a la palabra dada. Se abandonaron los viejos excesos, los crímenes de guerra. Se volvió a los conceptos prenapoleónicos de guerras “no totales”. Se abandonaron las armas nucleares, los bombardeos masivos y se limitaron los ejércitos a fuerzas pequeñas y profesionales que luchasen en un momento mutuamente acordado y en un lugar donde la destrucción de la propiedad privada y pública se redujera al mínimo.

 

-Bravo, comandante James. Una buena síntesis, emotiva, pero algo pasada de moda. Aunque loables, todos esos conceptos han quedado atrás, convertidos en un anacronismo en cuanto nos hemos lanzado al espacio. Hemos crecido en fuerza, pero nos hemos enfrentado a amenazas que ni siquiera eramos capaces de imaginar. Hemos tenido que improvisar, que adaptarnos. Para sobrevivir, para vencer.

 

Permanecí en silencio.

 

-Nos hemos anexionado territorios de más allá de nuestro sistema, permitiendo expandirnos y construir un Imperio como nunca antes habíamos soñado. Hemos entrado en otra fase de nuestra historia. Soy optimista. Todavía nos queda un largo trecho, pero pronto, conceptos como “caos” o “guerra” pertenecerán al pasado.

 

-Quizás capítulos como el del día de hoy no ayuden a mejorar nuestras relaciones con otros imperios.

 

Tesla rió levemente, mientras su sonrisa me provocaba un estremecimiento, como si ella fuese un gato de Cheesire de tamaño humano.

 

-Oh, vamos, James, conteste sinceramente. Hoy las pérdidas han sido mínimas. No solamente entre nuestros hombres, sino entre los urolax. Hemos vencido, quizás de una forma un poco heterodoxa, y hemos conseguido un prisionero de categoría. ¿Qué preferiría usted, James? ¿Que hubiera habido mil muertos? ¿Dos mil?

 

Callé, incapaz de contestar. Es inútil explicar el concepto de “honor” a alguien que carece de él. Ella prosiguió hablando.

 

-Mi querido comandante, no piense que soy una xenófoba militarista como esos racistas del Partido por la Dominación. De hecho, me encantaría vivir en una galaxia de paz eterna. Y creo que la Flota de la Federación Terrana de Mundos es el arma perfecta para conseguirlo. ¿Se acuerda usted cuando llegamos a Alfa Centauri? Esos alienígenas, los primeros con los que establecimos contacto, los proximanos, llevaban siglos si no milenios, en guerra con los alfanos. Tuvimos que llegar nosotros para traerles paz.

 

No pude evitar intervenir.

 

-Un eufemismo para no decir que les conquistamos a ambos.

 

Por un momento, pensé que había sido un bocazas cuando contemplé cómo los ojos de Tesla se entornaron amenazadoramente, como los de un depredador antes de abalanzarse sobre su presa. Después sonrió como si ese fulgor en su mirada nunca hubiera estado allí.

 

-Puedes llamarlo como quieras. Lo cierto es que esas dos razas ahora no se exterminan. Les hemos traído paz. Les hemos traído progreso. Ellos tan solo deben saber cuál es su lugar natural. Como lo ha aprendido el príncipe Lacerta.

 

Su mirada me provocó de nuevo un escalofrío. Durante un momento, me pregunté si el ratoncillo sentiría lo mismo antes de ser engullido por la cobra.

 

-Como tú, James, debes aprender cuál es el tuyo. Yo soy la capitana de esta nave. Tú el comandante. Cuando yo dé una orden, tú me obedecerás sin cuestionarla. ¿Me has entendido?

 

-Sí, mi señora.

 

-Probémoslo. Desnúdate.

 

Mis ojos se abrieron como platos. Ni siquiera me había dado cuenta de que ella había abandonado el usted, y había pasado al tuteo.

 

-¿Dis... disculpe?

 

-Ya lo has oído, querido.

 

Miles de pensamientos pasaron a la vez por mi cabeza, agolpándose tan rápido que fui incapaz de pensar nada con claridad. Por un instante, pensé que desobedecer a un superior podía comportar la expulsión con deshonor de la Flota, y que prefería la muerte antes que algo así. También pensé en los magnéticos ojos negros de aquella mujer y cómo era capaz de hacer que su tripulación la siguiese hasta el mismísimo infierno.

 

Cuando pude pensar con claridad, ya la había obedecido. Mi flamante uniforme negro de la Flota, el orgullo de mi familia cuando fui nombrado comandante, yacía entre mis pies.

 

-Muy bien, James. Ahora túmbate en mi camastro boca abajo y abre bien las piernas.

 

Sentí mi rostro arder mientras la obedecía. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. Y todavía menos que la estuviese obedeciendo sin resistirme.

 

Tesla me acercó a mí y me acarició con suavidad. Abrí la boca pero nada escapó de mis labios.

 

-Eres muy hermoso, James.

 

Sentí las lágrimas a punto de brotar de mis ojos. Por una parte me sentía profundamente humillado. Por otra, me parecía amar a aquella mujer. Quería obedecerla hasta en su deseo más nimio. Mis rodillas temblaron cuando su fría mano bajó decididamente por mi vientre, casi haciéndome cosquillas.

 

Casi sentí cómo la mirada de la capitana se detenía en mi hombría y a punto estuve de cubrirme con las manos y hacerme un ovillo en la cama.

 

Gemí cuando la mano de Tesla acarició levemente mi pene con los dedos, mientras mi miembro reaccionaba con rapidez, como si encontrase todo aquello sumamente agradable. La capitana pronto detuvo sus caricias y se enderezó. A pesar de estar a mi espalda, casi pude ver cómo se libraba rápidamente de su camiseta negra de tirantes, quitándosela por encima de su cabeza. Un suspiro escapó de mis labios mientras podía ver por el rabillo del ojo por primera vez sus pechos desnudos. Eran perfectos... grandes, incitadores, de pezones erectos... Ella sonrió con maldad, sabedora de la maligna influencia que ejercía en mí.

 

-Agárrate las piernas por las corvas y mantenlas abiertas. -Ordenó. Ni siquiera cuestioné la orden.

 

Hundí mi rostro en la colcha del camastro para evitar que Tesla pudiera vislumbrar el intenso rubor de mis mejillas. Sabía que mis nalgas habían quedado abiertas y me sentí vulnerable al pensar que mi esfínter quedaba a su vista. Con una de sus manos masajeó con delicadeza mis testículos. Casi di un respingo de placer... En cambio, la otra mano se acercó hasta mis expuestas nalgas, y posó uno de sus dedos en mi indefenso y arrugado agujerito.

 

-Por favor... ahí no... -No pude sino gemir, a punto de que mi voz se quebrase en sollozos.

 

-¿Sabes? Eres muy hermoso cuando suplicas. Veamos... Ahhh... ya está...

 

El dedo penetró por mi culo, con poca resistencia, suavemente. Se detuvo momentánemente y se movió circularmente, mientras la mano de la capitana Morgenstern masturbaba lentamente mi pene. Tuve que apretar los dientes para no gemir. Quizás hubiera debido resistirme, pero no pude pensar con claridad. Mi universo parecía gravitar en torno a los pechos de ella, sus caderas, su mirada arrebolada por la pasión y lascivia, el placer que provocaba en mi pene con sólo toquetearlo suavemente, y en aquel dedo dentro de mi ano.

 

De pronto, ella se alejó hasta un armario. Casi gemí como protesta cuando sentí cómo el dedo abandonaba mi interior. No me atreví a girar la cabeza.

 

-¿Sabes, James? De pequeña me corroía la envidia cuando contemplaba desnudos a mis dos hermanos. Yo también quería aquella cosa que tenían entre las piernas. Y cuando crecí siempre me preguntaba cómo sería penetrar a una mujer o a un hombre. Hasta que descubrí este juguetito. Maravilloso. Eléctrico, transpirable, anatómicamente perfecto, imita a la perfección el calor y el tacto de una verga humana. ¡Ja! Pero si parezco un anuncio de la teletienda.

 

Por el rabillo del ojo vi que la capitana se había quedado en braguitas y se colocaba una especie de arnés de plástico. Sobre su pelvis se hallaba un falo de plástico negro de buen tamaño. Cerré los ojos ante lo que sabía que iba a llegar.

 

-Vas a saber lo que es recibir una buena polla. ¿Te han metido alguna vez una por el culo, James?

 

-N... no...

 

-Pues hoy vamos a remediar tamaña injusticia. Un culito tan precioso no debe pasar hambre.

 

De nuevo, sentí presión sobre mi esfínter, pero esta vez no era un dedo. No pude evitar jadear.

 

-Me gusta cómo gimes, sí... Sigue gimiendo mientras te abro el culo... Vas a ver lo muchísimo que va a gustarte... Ya verás, me suplicarás que volvamos a hacerlo... Te voy a volver adicto a mis enculadas.

 

La voz de Tesla estaba enronquecida de lujuria contenida. Sonreía con maldad. Casi tuve miedo. La presión se intensificó.

 

Por un momento, tuve la estúpida idea de pedir auxilio pero primero, nadie iba a oírme, y segundo, qué terrible humillación sería que me encontrasen siendo sodomizado por la capitana. Mi ano se resistía... A pesar de la lubricación que expulsaba aquel artefacto dildo para facilitar la penetración, suponía que mi culo inconscientemente, apretaba, para defenderse contra el invasor. La capitana Tesla no protestó, sino que sonrió con saña mientras movía el cabezal del dildo en círculos, excitándome, presionando, empujando cuidadosamente.

 

Finalmente, la presión empezó a ceder... quizás fuese por el placer y el deseo que sentía, pero mi pequeño agujerito abandonó la resistencia y se relajó, y Tesla empujó un poco más. Aquella verga se fue incrustando trabajosamente en mis entrañas.

 

-Uuummmppphhh.... -gemí en voz tan baja como pude.

 

-¡Ha entrado! -se maravilló la mujer. -¡Lo tienes dentro de tu culo! ¿Te gusta, James? ¿Te da placer que te haya empalado?

 

No pude ni hablar... Dolía. Era una tortura, pero pronto, con los diestros movimientos de la capitana, retorciendo su verga en pequeños círculos dentro de mi culo, temblé, y ya no fue de dolor. Con la mayor de las vergüenzas, pude sentir cómo mi pene, caído por el dolor y la humillación, crecía poderosamente de placer.

 

-¡Oh! Vaya, James, lo que acabamos de descubrir... -Dijo Tesla, casi riendo, mientras toqueteaba mi erecto miembro. -Parece que esto sí te gusta.

 

Intenté mirar hacia abajo para ver qué sucedía, pero sólo podía ver mi polla erecta, y los hermosos muslos de Tesla chocando lentamente contra la parte posterior de los míos mientras me sujetaba por las caderas.

 

-Ooohh... Estás precioso, James... Con esa cara de putita a la que en el fondo le encanta que le estén enculando. No... no aguanto más.

 

Gimiendo, Tesla, colocó sus piernas en mis costados y pude sentir su calor. Ella estaba gozando gracias a la presión de su dildo contra su sexo. Gemía y se convulsionaba. Creo que mis gemidos y jadeos la enardecieron todavía más.

 

Rugiendo sordamente su placer, Tesla aceleró sus movimientos, sin poder contenerse. Me quejé lastimeramente, hundiendo mi rostro en las sabanas del camastro, mientras aquella mujer me poseía, mientras la sentía dentro de mí, restregando su verga por mis intestinos. Apenas pude ver comos sus pechos se bamboleaban en cada embestida, mientras con una mano se los agarraba y con la otra se cosquilleaba el clítoris, o bien me sujetaba por las caderas para facilitar sus embestidas.

 

Sus movimientos fueron cada vez más frenéticos, provocando que la penetración fuese cada vez más profunda, hasta que noté sus caderas chocando contra mis nalgas y su falo completamente dentro de mis entrañas. Me sentí destrozado por dentro, pero a la vez, completamente excitado al escuchar los gemidos que emitía la capitana al sodomizarme. Mi ano se contrajo sobre el falso falo, provocándome un placer indescriptible.

 

Las piernas de Tesla se convulsionaron, sus pies se elevaron ligeramente y sus movimientos de cadera fueron cada vez más rápidos y furiosos. Los gemidos pasaron a ser gritos y finalmente, se puso tensa y su cuerpo se dobló hacia atrás, temblando desbocada. Me sentí humillado al haber sido enculado por mi capitana, pero a la vez con un extraño orgullo por haberla provocado un orgasmo. Jadeé cuando sentí cómo mi verga temblaba. Apenas tuve que rozarla para eyacular varios chorros de semen sobre la cama mientras gemía.

 

Los gritos de la mujer bajaron de tono y quedó laxa sobre mi cuerpo, todavía penetrándome, gimiendo lentamente, más bajito cada vez.

 

-No te pregunto si te ha gustado... -Rió Tesla.

 

Yo no podía sino jadear, recuperando el resuello, sintiendo todavía aquel falo dentro de mi culo, y el ano abriéndose y cerrándose sobre él, por el fortísimo orgasmo sufrido, notando mi pegajoso y caliente semen embadurnando mis muslos y estómago.

 

Tesla me dio un rápido beso en la mejilla mientras me daba una fuerte cachetada en las nalgas y comenzaba a deabrocharse el arnés.

 

-Una buena enculada, comandante James, veo que aprende rápidamente. Pero lo repetiremos a diario como parte de su entrenamiento en esta nave.

 

Finalmente la mujer se incorporó, dejando insertado su dildo dentro de mi culo. No pude decir nada, salvo permanecer boca abajo, desnudo, totalmente humillado y excitado a la vez, temblando. Ni siquiera había reparado en que había pulsado un botón hasta que escuché cómo la puerta se abría y entraba la teniente comandante Sonia Sarelu, quien no pudo reprimir una sonrisa burlona al contemplarme desnudo en la cama con el falso falo de la capitana todavía dentro de mi ano.

 

La voz de Tesla adoptó su habitual tono flemático e impasible.

 

-Teniente Comandante Sarelu, acompañe al Comandante James hasta su camarote.

 

-Será un placer, mi señora.

 

Temblando, con las mejillas completamente rojas de la vergüenza, me vestí tan rápido como pude. La capitana Tesla se había vuelto a vestir con su camiseta negra de tirantes y me ignoró mientras se sentaba en la silla del ordenador, preparándose para revisar nuevos informes del combate.

 

Salimos fuera del habitáculo y seguí a la rubia mujer que no dejaba de observarme sonriendo con malicia por los pasillos de la nave, todavía caminando dolorido por la reciente intrusión en mi trasero.

 

En un momento dado, Sarelu miró a izquierda y derecha con aire pícaro y se detuvo, mirándome fijamente a los ojos. No pude sostener su mirada. Su cara aniñada parecía a la vez un ángel y un demonio.

 

-Me he quedado muy cachonda viendo los jueguecitos de Tesla contigo y eso no está nada bien. Vas a tener que arreglarlo.

 

Sarelu se desabrochó los elásticos pantalones negros de la flota y los bajó hasta las rodillas. No llevaba ropa interior y contemplé estúpidamente su sexo depilado. Me hizo una mueca hacia él y yo, lentamente y sin fuerzas para resistirme, me arrodillé hasta quedar a escasos centímetros de él.

 

Con vacilación, saqué la lengua y recorrí lentamente sus húmedos pliegues. Creí morirme de humillación mientras contemplaba la sonrisa insolente de quien, se suponía, estaba bajo mi mando. Lo lamí arriba y abajo. Para facilitar el acceso, colocó su desnudo muslo sobre mi hombro, sujetándose contra la pared para no caer.

 

-Vamos, perrito, lame.

 

No pude evitar obedecerla, y lamí a conciencia, arriba y abajo, aunque la joven, sin duda disgustada por mi lentitud, me agarró por el pelo y estrelló mi rostro contra su sexo, restregándolo y embadurnándome de sus efluvios. Cerré los ojos y la boca, pero Sarelu ya no necesitaba mi lengua. Con fuerza para una chiquilla de su edad, me sujetaba por el pelo y refrotaba mi rostro contra los labios de su sexo, hasta que pude escuchar sus jadeos y sentir sus contracciones y notar una mayor humedad sobre mi cara.

 

Mientras su presa sobre mi cabello se relajaba, saqué de nuevo la lengua y lamí todos los viscosos flujos de su vagina.

 

-Buf... James... me decías que si habíamos comido juntos para poder tutearte... Bueno, ahora me has comido el coño, así que creo que eso cuenta, ¿no?

 

No dije nada, muerto de vergüenza. Sarelu hizo un ademán para que me incorporase.

 

-Bueno, quizás deba devolverte el favor. Ponte contra la pared.

 

La obedecí, mientras aquella desvergonzada muchacha me bajaba los pantalones. Gemí cuando una de sus manos se cerró sobre mi erecta polla y la otra palpaba mis desnudas e indefensas nalgas hasta localizar mi ano. En cuanto lo hizo, dos dedos penetraron por mi dolorido ano. Jadeé, incapaz de atreverme a protestar.

 

-Oooh, la malvada capitana te ha roto bien culo, te lo ha dejado abierto como una flor.

 

Sarelu movió sus dedos en movimientos circulares, dentro de mis entrañas. Me sentía completamente humillado por cómo mi descarada subordinada me masturbaba mientras me exploraba el ano, sacando y metiendo los dedos. Incluso me mordió el lóbulo de la oreja, riéndose insolente. Y yo sólo podía permanecer con el rostro pegado contra la pared, jadeando.

 

-¡Oh!

 

Ambos nos volvimos a contemplar de quién era la voz femenina que había sonado al fondo del pasillo. Una asombrada oficial de corto cabello castaño nos observaba boquiabierta con los ojos como platos. Era normal que estuviese sorprendida. No todos los días puede verse cómo la teniente comandante de la nave pajea al segundo de abordo mientras le mete tres dedos por el culo. Creí morirme de la vergüenza. Sonia Sarelu le guiñó el ojo, divertida, a la oficial recién llegada y ésta salió huyendo como alma que lleva el diablo.

 

No tardé mucho en estallar, descargando mi esencia sobre la pared mientras jadeaba con esfuerzo. La muchacha sacó lentamente los dedos de mi esfínter y acercó sus labios a mi oreja, ronroneando con voz suave.

 

-Vamos a pasarlo muy, muy bien, James. Tu culo va a ser mío.

 

Cerré la puerta de mi camarote, apretando los dientes con furia y con las lágrimas a punto de escurrirse de mis ojos. Era hijo de un largo linaje de almirantes de la Flota Terrana, me había convertido con ventiún años en el comandante de un crucero estelar, y fui el tercero de mi promoción de Oficiales. Y me había convertido en el esclavo de aquellas dos diabólicas mujeres, que me habían poseído por el culo sin ningún miramiento. Tenía ganas de sollozar como un niño y, a la vez, tenía una erección de campeonato. A lo único a lo que pude atinar fue a dejarme caer sobre mi camastro y masturbarme pensando en los días que vendrían.