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Incidente Nueva Roanoke (2)

en Grandes Series

CAPITULO II – En el espacio nadie puede oír tus gemidos

 

 

Cerré los ojos. Los androides no podemos sentir dolor. Por lo menos no un dolor incapacitante, pero la amalgama de impulsos eléctricos invadiendo mi cerebro positrónico hacían muy difícil pensar con claridad. Daño, gozo, humillación, ira, placer... 

Víctor, el soldado humano de piel aceitunada, terminó de menear sus dedos con los que abría mi esfínter antes de sustituirlos por su venoso falo. Con lentitud pero sin pausa, comenzó a incrustarme la verga por mis intestinos.

El cabrón estaba bien dotado. Sentí como su enorme polla atravesaba mi esponjoso interior. La saliva caía por la comisura de mis labios, abiertos. Mi respiración se aceleró, mi piel se erizó y el calor casi se comía mis mejillas. 

-Joder, la cabrona esta está disfrutando de lo lindo. No pensaba que los robots pudieran follar tan bien. 

Laszlo, otro de los desnudos humanos, me contemplaba sentado desde los bancos de la sauna. Se sobaba procazmente su polla, que había crecido hasta su máxima plenitud, mientras el resto le imitaba. Eran cinco. No superarían los veinticinco años. Soldados, miembros de la 9ª Sección del XXII Batallón de Defensa Colonial. Mis compañeros. Y se disponían a montar una orgía con mi cuerpo. 

-Vamos, chica robot, chúpame bien la polla. 

Laszlo avanzó hasta que su falo estuvo a escasos centímetros de mi rostro. Yo me movía rítmicamente, los ojos en blanco, golpeada por las caderas de Víctor cada vez que me sodomizaba. Gemí mientras el humano entraba en mi interior, ahondándome en mis tripas. Sus manos sujetando mis caderas, evitando que mis espasmódicos contoneos escapasen a su control. 

Laszlo golpeó un par de veces con su falo mi rostro, como si exigiese la debida atención. Su polla dejó sobre mi frente y mejilla su líquido preseminal. A continuación lo posó sobre mis labios y se internó suavemente en mi cálida y húmeda cavidad. 

-Joder, que bien la chupa...

 -Mmm... Uoofff... glubs...

La voz de Isabel, una de las dos mujeres soldado del pelotón llegó hasta mis oídos.

-Es verdad, esta chica la chupa como una pro. -Sus dedos entraban y salían descaradamente de su encharcado sexo. Isabel dejó de masturbarse y avanzó hacia mí -Ven aquí. Quiero que me comas el coño, antes de que mis compañeros te dejen bien pringosa con sus corridas.

Todos rieron, mientras me preparaba para lamer su sexo y, a la vez, me preguntaba cómo había empezado todo esto.

 

 

 

Cuando al principio de la mañana, entré en la sauna con el resto de la escuadra de soldados, lo contemplé todo con curiosidad. Nunca había estado en una.

 Dijeron que era un espacio para un baño de vapor, para la sudoración, en un recinto a muy alta temperatura. Según mis bases de datos, se trataba de una costumbre de más de siete mil años de antigüedad, aunque el resto de soldados parecían ajenos al origen cultural de aquella práctica. Ellos simplemente estaban entusiasmados con la idea. No era usual que pudieran disfrutar de ninguna, ya no en campañas militares, ni siquiera en periodos de descanso, ya que no existían en instalaciones militares. Así que no tuvieron que convencerme mucho para que les acompañase a una de las construidas para el personal civil en la Estación Espacial Hades.

-Joder, esto es el puto paraíso. -Dijo Isabel, la musculosa mujer soldado de pelo castaño, mientras se desnudaba completamente. Admiré en silencio su atlético cuerpo y la imité, quitándome la camiseta negra por encima de mi cabeza.

El ambiente era húmedo y vaporoso, y el resto de soldados también se desnudaron y se sentaron en los bancos pegados a la pared. De inmediato, mi cuerpo comenzó a transpirar, una función instalada en todos los seres sintéticos para imitar a un auténtico cuerpo humano. Hay algo en el sudor que me hacía pensar en el sexo. Supuse que era una simple asociación sencilla, pues el esfuerzo sexual siempre viene acompañado de calor y transpiración. Comencé a sentir un hilillo eléctrico corriendo por mi pubis, acompañado de una agradable sensación de pulsión en mi vagina.

No dije nada mientras observaba al resto de humanos.

Dougal, un joven de veinte años escasos, de pelo rubio corto, piel pálida y ojos azules, heredados de alguna ascendencia europea, hablaba sobre la misión.

-...Lo cierto es que casi todos los documentos están clasificados, pero he podido leer uno en el terminal del sargento. Habla sobre lo que ocurrió el último día de la colonia.

-¿A qué nos enfrentamos? ¿Otra cacería de bichos?

-No lo sé. La información es confusa. El penúltimo grupo de informes que mandó la colonia de Nueva Roanoke al Centro de Datos de Vega, habían sido rutinarios. Pero hace una semana se informó de un equipo biológico de cinco hombres que había partido del campamento hacía cinco días, para explorar la zona norte y no había regresado. Como todos los equipos que operaban en el exterior, llevaban transmisores que permitían geolocalizarlos, así que cuando el grupo de biólogos no dio señales de vida, una patrulla rastreó su transmisión y llegó al campamento temporal de los desaparecidos. El informe habla de que se encontró un panorama espeluznante.

Todos escuchábamos embebidos a Dougal.

-Joder, tío, déjate de darle tensión dramática. -Le reprendió Laszlo, otro de los soldados. -¿Qué coño había allí?

-Bueno... el campamento era un revoltijo. Cajas y material estaban diseminados por todas partes y en una de las tiendas se hallaban los cuerpos mutilados de cuatro de los científicos. El quinto fue descubierto escondido bajo el vehículo de transporte, totalmente loco. Le administraron una buena dosis de sedantes y lo llevaron de vuelta a Base1, junto con los cadáveres de sus colegas.

-Bufff... Parece una jodida película de terror.

-Se hicieron todos los esfuerzos con el superviviente para averiguar qué había sucedido, pero no se logró nada. Al día siguiente, se recibió un confuso mensaje de uno de los grupos en una zona al sur, que actuaba en una zona muy distante. Se trataba de una petición de socorro y se envió una nueva patrulla de rescate. Ésta se encontró con una escena muy similar a la de la anterior tragedia, aunque en esta ocasión fueron cuatro del total de seis hombres los que estaban vivos. También habían enloquecido. Dos de ellos... Dos de ellos se habían arrancado los ojos.

El silencio era total. Todos contemplábamos absortos a Dougal.

-Al día siguiente se repitió el caso en uno de los dormitorios del campamento principal, Aquella noche se escucharon gritos histéricos, procedentes de la vivienda. Los ocupantes de las habitaciones cercanas se apresuraron a entrar allí y a continuación aumentaron los gritos de pánico extremo, hasta acallarse del todo. Cuando otros llegaron al dormitorio, todo estaba en silencio. En el interior, vieron un cuadro ya demasiado familiar.

-Joder...

-Resultó imposible esclarecer las causas de la muerte, más allá de una etiología violenta, o el porqué del terror de las víctimas. En el dormitorio no había nada que pudiera explicar el motivo de un pánico tan intenso y, en vista de que el hecho se había repetido tres veces, parecía improbable que en todos los casos uno de los hombres hubiera enloquecido sin más y atacado a sus compañeros. Pero los hechos estaban ahí. Parecía, por imposible que sonase, que los hombres se habían matado entre sí.

»El informe dice que no se pudo extraer ninguna frase razonable de los sobrevivientes. Algunos estaban catatónicos, otros tartamudeaban descripciones de imágenes imposibles y terroríficas.

»Se declaró el estado de emergencia. Sólo quedaban dos grupos de estudio lejos del campamento base y se les convocó a ambos. Sólo uno regresó. La situación se estaba volviendo desesperada y el Centro de Datos de Vega ordenó a la Base Hades en órbita que se procediese a la evacuación. Cuando se quiso comunicarlo a Nueva Roanoke, hacía ya un día que no se recibían informes del planeta. El jefazo de Base Hades no ha querido correr riesgos y llamó al ejército. Y aquí es donde entramos nosotros, los Regimientos Coloniales. Bueno, sólo un pelotón. Dicen que es una misión de exploración. Realmente la prioridad es rescatar a dos científicos, unos tal doctores Schneider y Yun.

-Genial, osea que vamos a bajar a un planeta a enfrentarnos a "algo" que no tenemos ni idea de lo que es.

-Eso parece.

-Me encanta trabajar a ciegas. -Se quejó Laszlo con sarcasmo.

Durante un largo rato todos permanecimos en silencio. Fue Maeve, la chica de pelo rubio ceniza y lacio quien habló.

-Es... raro... He estado hablando con operarios de esta base. Cuentan cosas extrañas de Nueva Roanoke. Dicen que cuando los colonos llegaron aquí hace cinco años, se encontraron con que no eran los primeros.

-¿Qué quieres decir?

-Parece que ya había un primer asentamiento en el planeta. Se encontraron instalaciones recientes y residencias que fueron aprovechadas para la construcción del campamento principal de la nueva colonia.

-Eso es imposible. No hay un solo registro siquiera del planeta antes de hace cinco años.

-Bueno, puede que fuese un error en los registros, o que se tratase de un puerto abandonado de contrabandistas o piratas. O incluso un refugio de exiliados políticos que se escondían y deseaban permanecer ocultos.

-Me dijeron también que los colonos pronto comenzaron a estar nerviosos en los edificios antiguos. -Continuó Maeve. -Se rumoreaba que los edificios todavía podían seguir teniendo ocupantes anteriores, aunque no se encontró nada que lo demostrase. Algunos colonos afirmaban que había "sombras en los muros".

Permanecí meditabunda. Preferí no contar nada sobre la historia que David, el chico de los ojos tristes, me había contado el día anterior.

-Todo esto es absurdo. Cuentos de miedo de viejas. -Zanjó Víctor, el soldado moreno de piel aceitunada. -Tan sólo debemos bajar ahí abajo y rescatar a los colonos que queden con vida. Y si hay algún bicho, sólo necesito un blanco.

Víctor hizo un gesto con las manos desnudas como si apuntase con un rifle inexistente e imitó con su voz el sonido de disparos. El resto de hombres rieron. Laszlo habló con un tono preocupado.

-No sabemos a qué nos enfrentamos. Quizás no haya un enemigo físico. Los colonos del informe parece que enloquecieron, que no fueron atacados por nada tangibl...

Víctor se encogió de hombros, sonriendo y me señaló con un movimiento de barbilla. 

-Bueno, si hay algún riesgo, para eso llevamos a un robot, para que los corra él.

Entorné los ojos, con evidente enfado. Cuando hablé, no pude disimular el cabreo en mi voz.

-Puede que los canarios seáis vosotros, humanos.

-¿Los canarios? ¿Qué es eso?

Hablé con el tono más condescendiente que pude.

-Antiguamente, no había la tecnología que hay ahora a vuestro alrededor, humanos. En las minas subterráneas, existían muchos riesgos. Desprendimientos, accidentes, e incluso envenenamiento por inhalar gases letales e inodoros en angostos túneles sin ventilación. Por eso los mineros bajaban con un canario en una jaula, para detectar escapes de gas o zonas sin oxígeno. Mientras el canario cantaba, todo iba bien. Si el canario moría, todos los hombres debían escapar lo más rápido posible.

-Osea que los pájaros seríamos nosotros...

-Es obvio. Si hay algo en ese planeta que puede conducir a la locura, a diferencia vuestra, a mí no puede afectarme.

Sonreí mientras vi la hostilidad en sus rostros. Quizás no hubiese sido muy inteligente por mi parte provocarles, pero ya estaba un poco harta de ser considerada la prescindible. No había tenido en cuenta que diversos factores en los humanos, como el odio al diferente, el miedo a lo que no se conoce o no comprende o la envidia pueden volver a los hombres peligrosos.

-¿Te crees superior a nosotros, eh, cabeza de lata?

Me encogí de hombros, mientras le miraba con una mezcla de suficiencia y diversión.

-Los hechos están ahí.

-Bueno, la verdad es que cada vez los construyen mejor. -Repuso Maeve mientras me contemplaba con admiración. -Yo sería incapaz de distinguirla de un ser humano de verdad.

-Y tanto que los hacen mejor. Está bien buena. -Dijo sonriendo con lujuria Isabel, mientras me observaba como una leona contemplaría a una gacela. -Yo me la comería enterita.

-Bueno, lo cierto es que por muy bien fabricados que estén, no dejan de ser carcasas programadas. Dicen que la Inteligencia Artificial cada vez está más avanzada, pero estos cacharros no pueden dejar de obedecer las Leyes con las que han sido programados. No tienen auténtico libre albedrío.

Me sentí molesta. Hablaban de mí como si yo no estuviera presente.

-¿Leyes? -Preguntó Maeve.

-Sí, las Leyes Robóticas. -Siguió explicando Dougal. -Formulaciones matemáticas impresas en los senderos positrónicos de los cerebros de los robots. Como por ejemplo, que cualquier androide debe evitar dañar a un ser humano, o que tiene que obedecer lo que éste diga.

-¡No jodas! -Exclamó Víctor. -¿Así que la chica robot tiene que obedecer todo lo que yo le diga?

-Bueno... -Meditó Dougal. -Sin duda, estas leyes las modifican un poco en cada modelo, dependiendo de su función. Sería un poco absurdo un robot agregado a una compañía militar que no pudiese defenderse o dañar a un humano enemigo, pero sin duda, sí, la segunda Ley debe de haber sido grabada en Lilith. Seguro que en su programación, está que debe obedecer todo lo que le ordenemos.

Víctor parecía exultante mientras se levantaba del banco en el que estaba reposado y avanzaba desnudo hacia mí.

-Comprobémoslo. Joder... se me pone dura de la perspectiva de follarme a esta sabelotodo.

-No sé si...

-A ver, chica robot, ahora me vas a chupar la polla.

Le miré con enfado, pero algo pareció saltar en mi cabeza. Dougal estaba en lo cierto. Una especie de impulso se impuso en mí. Una de las Leyes pareció activarse en mi cerebro positrónico y me vi en la obligación de obedecer las órdenes de cualquiera de los humanos de todo el Batallón. Quise resistirme, negarme, escupirle a su rostro... Pero no pude hacer nada de eso.

Me envaré mientras le observaba con desafío, aunque sabía que no podría aguantar mucho.

-¿No me has oído? Arrodíllate y hazme una buena mamada.

Me mordí el labio, el rostro contraído en una mueca de furia. Con los dientes rechinando de enfado y temblando de humillación, no pude evitar arrodillarme. La socarrona sonrisa del militar se ensanchó hasta casi salirse del rostro, con un odioso aire de triunfo.

-Esperad... Esto... Esto no está bien... -Dijo Maeve con voz vacilante mientras se incorporaba.

Dougal se encogió de hombros.

-Realmente Lilith no es un ser humano, aunque parezca uno de nosotros. Es un ser sintético, programado para parecer uno de verdad. Es como si Víctor fuese a montárselo con una muñeca hinchable muy bien hecha.

Maeve me miró con preocupación. No pareció muy convencida pero volvió a sentarse. Estuve a punto de llorar, lágrimas falsas, sintéticas pero que ardían en mis ojos.

Víctor colocó su grueso falo surcado de venas a escaso centímetros de mi rostro. No pude evitar mirar su enorme polla, antes de devolverle la mirada.

-¿Es grande, verdad? Seguro que no has visto una polla igual en tu vida.

-No... -Susurré.

-Pues ahora va a ser toda para ti, ricura...

Con parsimonia, Víctor restregó su erecta verga por mi rostro. No pude evitar cerrar los ojos y los labios con furia. Pronto, mi rostro quedó húmedo y brillante, embadurnado de mi propio sudor y del líquido preseminal de la polla del humano.

Coloqué mis manos sobre sus caderas, mientras el soldado se dispuso a jugar con su glande, golpeando suavemente mis mejillas y mi nariz. Sin duda, mi actitud desafiante no hacía sino excitarle más. Pronto posó su falo sobre mis labios y empezó a presionar.

-No es... no es justo... mmm... uoff... gluubbs...

El pulsante miembro venció la resistencia y se internó en mi húmeda boca.

-Gluobss...

Miré a derecha e izquierda, pero no pareció que fuese a recibir ninguna ayuda del resto de soldados. Laszlo y Dougal me observaban sin perder detalle y unas buenas erecciones comenzaban a despuntar en sus entrepiernas. Incluso Isabel jugueteaba con un dedo entre los pliegues de los labios de su sexo.

-Así, así, chupa bien... Ooohhh... -Jadeaba Víctor.

A pesar de no necesitar respirar, tuve que reprimir una arcada mientras el enorme falo se introducía por mi garganta, creando una sensación de ahogo. Víctor me sujetó por la nuca e inició un rítmico movimiento de manos y caderas, haciendo que su polla entrara y saliera viscosamente de mi boca. Mi cuerpo se bamboleó al compás de sus sacudidas, mis pechos golpeando rítmicamente sus rodillas.

-Joder, qué bien lo haces, guarrita...

-Mmmff... glap, ufff...

Podía escuchar las pesadas respiraciones del resto de humanos, contemplando morbosamente la escena, el vapor y el sudor cubriendo sus desnudos cuerpos, sabiendo que su excitación crecería hasta que en breve les obligase a querer participar.

Y yo no podría negarme.

¿A quién pretendía engañar? El día anterior me decía a mí misma que yo no era un ser inerte programado. No era una carcasa sin vida compuesta de silicio, carne artificial, bits y electricidad. Me repetía que era igual que un ser humano, con voluntad propia y libre albedrío.

Y en ese momento, la realidad me golpeaba y me demostraba mi lugar. No era más que una máquina, programada para obedecer los deseos de los seres humanos, en este caso, follar.

Sentí ganas de llorar y no porque aquel abultado trozo de verga casi me ahogase. Yo era una máquina. No consolaba pensar en que los seres humanos no dejasen de ser hasta cierto punto también máquinas, "programadas" por la educación recibida o las circunstancias sufridas durante su vida. Lo cierto es que los robots éramos el escalón más bajo de la cadena, obligados a obedecerles.

-Joder, chica robot, tienes un culo de la hostia. Sería una pena no follárselo. Prepárate, voy a darte por el culo.

Víctor extrajo su mango de mi garganta y me arrodillé aún más, acercando mi rostro al suelo y levantando las nalgas, dejando el culo en pompa para que aquel cabrón me sodomizase.

Y lo peor es que, paradójicamente, me sentía tremendamente bien al hacerlo. Los programadores nos debían suministrar sensaciones en la sinapsis similares a las endorfinas cuando ejecutábamos fielmente la programación. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas, por suerte, mi frente estaba apoyada contra el suelo y los humanos no pudieron verlas. Gruñí mientras la gruesa polla de Víctor se retorcía, incrustándose en mi culo, con la sensación de estar siendo tronchada en mis entrañas y un inenarrable placer mientras sucedía.

Programada para obedecer.

Programada para ser una zorra sumisa que satisficiera los deseos sexuales de aquellos humanos.

Gemí de placer. Mi cuerpo estaba acelerado, los gemidos escapaban de mi boca sin ningún control. Creí que iba a reventar de placer. Me sentía completamente llena de la polla del humano como si él fuera una deidad que estuviera dentro de mí, empalándome. De pronto, mi cuerpo se vio recorrido por temblores incontrolables, como si perdiese el control, y un chorro de flujos escapó de mi vagina, una ola ardiente que traspasó mi cuerpo como si explotase durante unos instantes eternos.

-¡Caray, la guarra se ha corrido! Y vaya cómo lo ha hecho. -Exclamó entre risas Isabel.

Durante unos segundos no hubo nada. Mis ojos quedaron en blanco. Mi conciencia desapareció, como si se desconectase. Regresé de ese estado poco a poco, de esos segundos de placer infinito. De aquella cruel y placentera agonía. Deseé que volviese de nuevo esa sensación, ese placer que revienta por dentro, esa pequeña muerte.

Y Laszlo y Dougal parecían dispuestos a satisfacerme, acercándose con dos hermosas erecciones, mientras Víctor jadeaba, rugiendo sordamente su placer mientras inundaba mis entrañas, rellenando mis intestinos con su espeso semen.

-Bufff... Toda vuestra chicos.

¿Cuánto prosiguió aquella contienda amatoria? No debió ser mucho. Prolongar indefinidamente la estancia dentro de una sauna podía ser peligroso para los humanos, llegando a deshidratarse.

Finalmente, como en sueños, pude ver cómo una de las vergas de los humanos se hallaba a escasos centímetros de mi rostro. Con un bramido de placer, comenzó a eyacular, soltando inacabables chorros de leche. Pronto mi cara quedó completamente surcada por chorretones de semen. Escupí un chorro del puré del humano que había penetrado en mi boca. Aquel hombre sonrió mientras seguía restregando su chorreante verga por mi inundado rostro.

¿Cuánto tiempo permanecí así? Tumbada en el suelo, semiinconsciente, desmadejada como una muñeca a la que han cortado las cuerdas, cubierta de sudor y flujos de los humanos.

Un par de manos me sujetaron por los hombros y comenzaron a incorporarme.

-Vamos, chica, es hora de ir a las duchas a asearte un poco.

Era la voz de Maeve. Sin resistirme, me dejé guiar hasta las duchas contiguas, como si fuese una sonámbula. Sentí mi ano en carne viva, completamente escocido y abierto, como si estuviera completamente dado de sí, tres veces más abierto de lo normal. Mi coño no estaba mucho mejor.

-Bufff... Esos brutos te han dejado hecha polvo.

No dije nada mientras sentía las manos de Maeve, recorriendo mi cuerpo bajo el agua de la ducha, limpiándome, acariciándome con ternura. Sus ojos brillaban mientras me contemplaba.

-¿Es verdad? Lo que dijo Dougal. ¿Tenéis sentimientos o...? ¿Eso del libre albedrío?

La miré con rabia.

-¿Acaso te importa? Quieres follar conmigo, ¿verdad? Como ellos.

Un destello de lascivia apareció en los ojos de Maeve mientras extendía el gel sobre mi cuerpo.

-Eres preciosa... Sí. Me gustaría hacer el amor contigo.

-¿Acaso puedo negarme? -Pregunté con amargura.

-Sí, puedes hacerlo. Si me lo dices, me detendré.

Sus labios se posaron sobre mi desnudo cuello, arrancándome un escalofrío.

No dije nada, ni la detuve.

Con una sonrisa maliciosa, Maeve se colocó a mi espalda, para seguir enjabonándome. La piel se me erizó al notar sus duros pezones clavándose en mi espalda. Me sujetó por las caderas, para no resbalar con el agua de la ducha, y deslizó lentamente una de sus manos hasta mi sexo mientras se abrazaba a mí.

Maeve agarró uno de mis senos con su mano y comenzó a magrearlo con delicadeza, mientras yo notaba su cálido aliento en mi cuello o en mi oreja. Casi podía sentir en mi culo el calor que desprendía su coño. Abrió los dedos de sus manos atrapando mis pezones y los apretó. No pude evitar gemir de placer.

Humanos. Imposible dejar de odiarlos. Imposible no desearlos.

 

 

 

 

 

Continuará...