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Leyendas del Reino de Grendopolán (IV - Fin)

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-¡Replegaos! ¡Replegaos! Hacia la siguiente línea!

La voz de la princesa Eressia, rotunda y fuerte, se escuchó claramente a pesar del griterío ensordecedor y del entrechocar del acero. Los hombres comenzaron a retroceder ordenadamente por las calles de Amaniel, la capital de Grendopolán.

-¡Arqueros! ¡Cubrid la retirada!

Los soldados de Grendopolán se fueron retirando calle a calle, edificio a edificio hasta el centro de la ciudad. Sus escudos continuaron pegados los unos a los otros, sin romperse, repeliendo un ataque tras otro. La princesa había sido avisada por un mensajero de que las posiciones laterales habían sido arrolladas y corrían el riesgo de ser flanqueados. Como había ocurrido el día anterior, los últimos soldados de Grendopolán se retiraban a otra línea de defensa, reservando todos los hombres que podían. La muralla exterior había caído demasiado deprisa, merced a las torres de asedio y a las catapultas, pero Drakenwald estaba pagando muy caro cada metro que conquistaba en las calles de la capital.

Los guerreros de Drakenwald comenzaron a correr tras ellos, en una desordenada línea de ataque, hasta que la letal lluvia de flechas y la muralla de escudos, espadas y lanzas les obligó a retroceder poco a poco. Los sargentos de negras armaduras hicieron chasquear sus látigos, para incitar a sus hombres a volver a cargar contra ellos, pero la oscura marea de enemigos pareció finalmente detenerse.

Eressia sabía qué significaba. La Perra Negra estaba trayendo tropas de refresco para sustituir a sus cansadas tropas de vanguardia, como hacía cada pocas horas. La princesa miró a su alrededor: hombres heridos, cansados, cubiertos de sangre propia y ajena, con la desesperación en su mirada, aferrando lanzas y espadas mientras sostenían sus mellados escudos ante ellos. Llevaban más de ochenta horas sin dormir, durante las cuales, miles de enemigos se habían abalanzado sobre ellos. Ni siquiera la noche les había detenido.

-¡Ahí vienen de nuevo!

Todo era inútil. Les superaban en proporción de veinte a uno y la táctica de resistir en las líneas de defensa más estrechas, para minimizar la desproporción numérica, estaba llegando a su fin. A la espalda de los guerreros ya sólo quedaba el palacio real, donde se hallaban refugiados los civiles de Grendopolán.

-¡Tomad posiciones dentro del palacio! ¡Resistiremos hasta la llegada del Ejército Durmiente!

Uno de los capitanes se giró hacia la princesa y se llevó la mano al pecho.

-Mi señora, ha sido un verdadero honor luchar a vuestro lado. Hemos resistido más de lo que creía posible y Drakenwald ha pagado un alto precio en sangre. No son muchos los que quedarán para ver nuestra derrota.

La princesa sonrió, mientras sus ojos se humedecían.

-¡Guerreros de Grendopolán, estoy orgullosa de luchar a vuestro lado! ¡Aguantad! ¡Os prometo que saldremos de ésta!

Isura… Isura… ¿Dónde estás? –Se preguntó a si misma la princesa mientras se apoyaba en una pared para recuperar el resuello.

En el exterior, los guerreros de Drakenwald caían segados como el trigo maduro por las flechas lanzadas desde el bastión, pero aquello no les impidió traer arietes hasta la puerta frontal y comenzar a derribarla. Los guerreros de Grendopolán cerraron con fuerza las mandíbulas mientras escuchaban los tremendos golpes de las máquinas de asedio en el portón, las paredes retumbando como si el cielo cayera sobre sus cabezas.

Finalmente, la puerta cedió con un sonido gimiente, como el de un animal moribundo, y una horda de aullantes guerreros penetró en el patio de armas del palacio. Los soldados de negra armadura cayeron abatidos por las lanzas de la guardia de Grendopolán, pero cada vez que uno caía, un nuevo guerrero tomaba su lugar.

Tras varias horas de lucha, los guerreros de Grendopolán fueron reducidos a pocas decenas de supervivientes, que formaron una última línea guardando la entrada a los sótanos donde se agolpaban los refugiados de la ciudad.

Cuando parecía que los invasores del norte se disponían a asestar su último golpe, las tropas enemigas se detuvieron y sus filas se abrieron para dejar pasar a una alta figura embutida en una armadura negra como la noche que se quitó el casco y lo tendió a uno de sus guerreros. Se trataba de una mujer de rostro severo, de piel pálida y cabello oscuro, con unos ojos de una rara tonalidad violeta.

-Todo ha terminado. Grendopolán ha caído. –La mujer sonrió despiadadamente.

Eressia cerró los ojos, como si hubiera recibido un golpe físico. El cansancio acumulado de todos aquellos días hizo mella en ella y durante un segundo sintió como si fuera a caer. Con esfuerzo, logró recuperarse y dar un paso al frente, apelando a toda su fuerza de voluntad para que la espada no temblase en su mano. Isura… Lo hemos intentado… Susurró para sí la princesa.

-La princesa Eressia, ¿no? Debo reconocer que habéis luchado con valentía. Habéis sido una rival formidable. Pero como era previsible, en vano.

-Si me rindo… ¿Prometéis conservar la vida de mis soldados y los ciudadanos?

Mordekai se echó a reír.

-Un gesto noble… pero baldío. Mis órdenes son acabar con la vida de todos los moradores de la capital de Grendopolán. Un desperdicio, en mi opinión, pero los soldados sólo podemos acatar las órdenes. ¿Qué ha sido de Lygya?

-Murió. Estuvo a punto de lograr su objetivo. Sus últimas palabras fueron que os amaba.

Una sombra cruzó la mirada de Mordekai. ¿Dolor? ¿Rabia? Por un momento, a Eressia le pareció que la desesperanza abatía a la guerrera de Drakenwald, como si todos los cadáveres a su alrededor, la sangre en sus manos, fuese una carga demasiado grande. Como si nada tuviera sentido y estuviera a punto de quebrarse.

Pero la mujer se rehízo enseguida. Aquel instante de debilidad fue tan breve que Eressia pensó que lo había imaginado. Su habitual sonrisa cruel volvió a sus labios.

-Es hora de morir, mi querida princesita.

Los desfallecidos supervivientes aferraron sus armas, listos para vender caras sus vidas, pero un griterío en el exterior del recinto llegó hasta oídos de los presentes. Por un momento, Eressia pensó que se trataba de guerreros de Drakenwald ejecutando y rematando a los heridos, pero pronto desechó tal idea. Los gritos eran de puro terror y agonía. Un pálido soldado llegó hasta donde se hallaba Mordekai, su rostro desencajado por el miedo.

-Mi señora… afuera… unos seres… matando a todos…

-¡¿Qué estás diciendo, estúpido?! ¡Habla con claridad!

-Unos espectros… mi señora… nos están arrasando…

Eressia sonrió.

-El Ejército Durmiente ha llegado, Mordekai. Se han vuelto las tornas.

La princesa pudo ver confusión en los ojos de la general de Drakenwald. Después, miedo. Gruñendo, la mujer se dirigió hacia una de las ventanas de piedra y contempló el exterior. Su rostro palideció aún más.

Apenas logró impartir un par de órdenes antes de que un griterío caótico se apoderara de la sala cuando decenas de seres espectrales la invadieron. El combate fue terrible… y breve. Las espadas de los norteños eran incapaces de dañar a aquellos seres de pesadilla, atravesando sus cuerpos intangibles sin causar el menor daño. Los helados toques de aquellas sombras, en cambio, arrancaban la vida de sus enemigos, que caían al suelo sin el menor atisbo de vida.

-Siento haber tardado tanto, mi señora.

-¡Isura! –La princesa sonrió, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. –Has llegado justo a tiempo, amor mío.

La sacerdotisa, rodeada por los espectros del Ejército Durmiente, se internó en el salón, ávida por vengar a sus caídas camaradas de la Orden de la Llama Eterna. Muchos de los guerreros de Drakenwald intentaron huir o se rindieron arrojando sus armas al suelo, aterrorizados, mientras algunos, los más valientes, formaron un grupo para proteger a su señora. Uno de los hombres se lanzó gritando contra uno de los espectros. Su hacha se hundió en las sombras sin herir, y volvió a intentarlo fútilmente una y otra vez hasta que una mano helada se posó en su cabeza. El guerrero pareció paralizado, mientras varias bocas heladas se cerraban en torno a su cuello, pecho y boca, absorbiendo su energía vital. El hombre sólo emitió un gemido ahogado antes de caer como a un muñeco al que han cortado las cuerdas.

Mordekai se aplastó contra la pared de piedra, aterrorizada. Su espada temblaba en su mano, apuntando inútilmente contra aquellas criaturas de pesadilla. Uno de ellas se acercó hacia ella con sus gélidas manos extendidas.

-¡No! –Gritó la princesa. -¡Ella es mía!

Isura detuvo a sus guerreros de sombra mientras la princesa Eressia avanzaba con la espada desenvainada hacia su adversaria. Mordekai sonrió, recobrando su valor. Después de todo, era preferible un adversario de carne y hueso al que poder herir… y matar.

-No mereces un fin tan rápido, Mordekai. Te mataré con mis propias manos.

-Muchos lo han intentado, mi querida princesita. Y aquí estoy. ¿Un duelo a la vieja usanza?

-Me parece perfecto.

Ambas mujeres se observaron desafiantes, en silencio, midiendo sus fuerzas. La princesa Eressia dio un par de ágiles estocadas al aire, preparándose para el combate, mientras Mordekai flexionaba su cuello, haciendo crujir sus articulaciones. La princesa contempló su propia armadura abollada, estropeada por cientos de golpes y comenzó a desprenderse de ella, quitándose además su camisa de malla, su camisola y sus calzones, quedando así completamente desnuda. La ropa daba al adversario la oportunidad de agarrarle, así lo había aprendido de su maestro de esgrima cuando la había entrenado incontables horas hacía ya tanto tiempo.

Al contemplar su magnífica forma física, Mordekai no pudo por menos que admirar su cuerpo. El sudor empapaba su bruñido y equilibrado cuerpo y el fuego de las antorchas parecía refulgir en sus omóplatos, torso, muslos y brazos. Pero si Mordekai se impresionó al examinar a su oponente, Eressia no quedó menos deslumbrada cuando su enemiga optó también por la desnudez y se desvistió de su armadura negra. Ambas mujeres eran fibrosas y musculadas, con una impresionante forma física. La mirada de ambas luchadoras se desvió sin que ninguna pudiera evitarlo hacia el pubis de su adversaria. En le entrepierna de las dos mujeres lucía lo que para muchos era la señal de los dioses: los dos sexos presentes, un grueso y generoso falo, justo encima de los labios vulvares de una incitante vagina.

-Eres hermosa, Eressia, quizás te conserve como esclava, para usar tu cuerpo cuando me venga en gana.

La princesa permaneció en silencio, ajena a las bravuconadas de su enemiga. Ambas se miraban con ferocidad, sujetando sus espadas, dando vueltas en la sala, convertida en una improvisada arena de combate, intentando discernir algún fallo en las defensas de su contraria que les concediera la victoria.

-¿Te gustaría, princesa zorrita? ¿Te gustaría que te sodomizara cada noche? Seguro que te encantaba, zorra, seguro que gemirías de placer mientras te follo por el culo!

Mientras hablaba, de improviso, Mordekai saltó hacia su enemiga mientras lanzaba un tajo con su espada seguido de otro y otro. Eressia paró a duras penas los dos primeros, pero el último alcanzó su hombro. Una herida leve, apenas un rasguño, pero suficiente para que una gota de sangre resbalara lentamente por su brazo.

Eressia se censuró a si misma. Su adversaria era muy peligrosa. Debía estar más atenta o le costaría la vida. Entre los espectadores, contempló el horrorizado rostro de Isura. Quiso consolarla, decirle que todo saldría bien, pero debía centrarse en su enemiga, que la observaba con malicia.

-Primera sangre…

Mordekai no le dio un segundo de respiro. Fingiendo un golpe alto, giró y se arrodilló, lanzando una patada tan violenta que derribó a la princesa al suelo. Su espada salió despedida, fuera de su alcance.

Los guerreros supervivientes de Drakenwald prorrumpieron en aplausos y gritos, animando a su señora. Mordekai se abalanzó sobre la princesa, con la furia de sangre en sus ojos violetas, mientras aullaba, ansiando rematar a su oponente. Eressia permaneció en el suelo, emitiendo sonoros jadeos, como si le faltase el aire, mientras Mordekai se acercaba a ella sonriente. En el último momento, se echó a un lado, esquivando el fatal golpe y, estirando la mano, asió la pierna de Mordekai y tiró de ella. La guerrera cayó, golpeando su desnudo culo contra el frío suelo de piedra y ahogando una maldición.

Esta vez fue el turno de los soldados de Grendopolán, Isura entre ellos, de vitorear a su señora. Ambas mujeres se levantaron y se observaron con renovado respeto, volviendo a tomar posiciones. La espada de Eressia volvía a brillar en su mano.

-Eres buena, Eressia.

-Tú también luchas bien, Mordekai.

Despacio, ambas mujeres trazaron círculos en espera de la oportuna brecha. Los espectadores no vieron cuándo se abrió ésta, pero de repente, las adversarias se enzarzaron en una cruenta lucha, roeadas por el refulgir de los aceros, el estrépito del metal entrechocando y sus gritos y jadeos.

Eressia no pudo calcular cuánto duró la contienda. El tiempo se disipó en una niebla de dolor, miedo y agotamiento. Sus pulmones parecían abrasar su pecho y su respiración se volvió irregular. Pero ninguna de ellas adquiría ninguna ventaja.

Jamás se habían enfrentado a rivales semejantes. La sonrisa de suficiencia y despreció se había borrado hacía tiempo del rostro de Mordekai, que hizo acopio de toda su determinación para resistir el combate. Los hombres y mujeres supervivientes de las huestes de ambos ejércitos contemplaban en silencio, hipnotizados por el mortífero espectáculo de las dos mujeres desnudas combatiendo.

El combate continuó. Las dos enemigas resollando, los ocasionales golpes de la espada contra la espada, la certeza de que el más mínimo error acarrearía la muerte de cualquiera de ellas.

Y entonces, Mordekai resbaló. Fue un pequeño traspiés, que casi le hizo hincar la rodilla. Al principio de la liza se habría incorporado en un santiamén, pero su fortaleza estaba mermada y tardó un poco en restablecerse. Eressia sólo tardó una centésima de segundo en discernir si se trataba de alguna artimaña. Al segundo siguiente, se abalazó sobre la morena mujer e, impulsada por el último resquicio de energía, golpeó con su puño izquierdo el rostro de Mordekai, provocando que la mujer cayera al suelo cuan larga era.

La guerrera de Drakenwald intentó incorporarse, pero una patada en el estómago le vació de aire los pulmones. Otra patada de la princesa arrojó la espada de su adversaria lejos de ella, fuera de su alcance. El pecho de la mujer en el suelo subía y bajaba, extenuada por el combate y, lentamente, el filo del acero se posó en su cuello.

Las dos mujeres permanecieron en silencio, sus cuerpos cubiertos de sudor y magulladuras, contemplándose con odio la una a la otra.

-No voy a suplicar. Vamos… hazlo rápido.

Pero aunque quisiera aparentar firmeza, el miedo asomó a los ojos de Mordekai cuando contempló cómo la verga de la princesa había crecido hasta convertirse en un grueso y venoso estoque de carne que apuntaba a su desnudo cuerpo igual que la espada de acero hacía lo mismo.

-Antes me dijiste que me convertirías en tu esclava, ¿no es así?

Mordekai permaneció en silencio, pero no pudo evitar gemir cuando los rudos dedos de la princesa pellizcaron con fuerza sus pezones.

De pronto, con brusquedad, le dio la vuelta. Eressia contempló su espalda desnuda y el comienzo de sus nalgas. Sin la menor delicadeza, las manos de la princesa atizaron unas fuertes bofetadas en el trasero de Mordekai y abrieron sus cachetes, dejando expuesto su ano.

-Y también dijiste que ibas a sodomizarme, ¿no es cierto?

-No… No… ¡¡¡Ieeeaaarggghhh!!!

Un grito de dolor brotó de la garganta de Mordekai cuando el grueso falo de la princesa se incrustó de un golpe en sus entrañas, ensartándola completamente, empalándola como una cruel deidad. Mordekai gimió lastimeramente mientras la enorme verga se abría paso por su dolorido esfínter, invadiendo sus intestinos. La mujer meneó su trasero febrilmente, intentando resistirse pero lo único que logró fue que la verga se hundiera más y más en las profundidades de su culo.

-Bufff… Qué maravilla, está muy apretadito…

-Unggg… Ufff… Ufff…

Mordekai abría y cerraba las manos, impotente, incapaz de detener la humillación de ser poseída por su enemiga.

-Qué culo tan maravilloso… creo que… que… me voy a correr… ¡uoooohhh!

La princesa gimió mientras descargaba su puré en las entrañas de su rival y sacaba poco a poco su firme estoque del culo de Mordekai, lanzando todavía chorros de semen sobre su espalda.

-Pero… ufff… un culo tan magnífico como el tuyo… mmm… se merece un segundo asalto, ¿no crees?

Mordekai gimoteó mientras su maltrecho ano volvía a engullir de nuevo el grueso falo. Lo terrible para la mujer fue que comenzó a gemir cuando la verga se empotraba de nuevo en su ano. La situación le resultaba tremendamente humillante, ser poseída a la vista de su propio ejército. Mordekai pudo entrever que los hombres y mujeres supervivientes de su hueste, excitados, no perdían detalles de cómo sodomizaban a su líder. A su pesar, comenzó a excitarse y, con cada estocada de la verga de la princesa entrando y saliendo de sus entrañas, notó cómo su pene crecía más y más y su gruta se encharcaba de humedad. La pálida piel de sus nalgas enrojeció ante las cachetadas que le propinaba la princesa.

-Y también dijiste que me iba a gustar, pero parece que es a ti a quien le gusta cómo te follo por el culo.

Mordekai no pudo aguantar más. Gimiendo descontroladamente y con la enorme tranca de la princesa atravesando su destrozado ojete, la guerrera hermafrodita de Drakenwald se corrió, eyaculando sobre el suelo, derramando su esencia en varios chorros de espesa leche mientras los flujos de su sexo resbalaban por sus desnudos muslos.

La mujer permaneció boca abajo, exhausta, la saliva resbalando de sus entreabiertos labios, sus ojos casi en blanco, sin fuerzas para resistirse mientras seguía siendo penetrada por el culo, la gran verga de la princesa entrando y saliendo viscosamente de ella. En la estancia apenas era audible nada salvo los gemidos de las dos mujeres y el húmedo golpeteo de la carne chocando contra la carne.

La líder de Drakenwald se vino otra vez, gritando, su espalda arqueándose como si fuera a romperse, antes de que el falo de Eressia abandonara sus entrañas y Mordekai lo sintiera posándose sobre sus labios y restregándose suavemente por su mejilla y nariz, impregnando su húmedo rostro de líquido preseminal. Por fin, Eressia eyaculó, descargando chorro tras chorro de inacabable esperma por todo el rostro de Mordekai, manchando cara y cabellos y casi cubriéndolo.

-Esto… bufff… esto te enseñará a no jugar con los defensores del Reino de Grendopolán.

Los guerreros de Grendopolán prorrumpieron en vítores, gritos y aplausos tras la victoria de su princesa. Mordekai permaneció desplomada en el suelo, desmadejada como un títere sin cuerdas, totalmente vencida y humillada y cubierta del sudor y semen de su adversaria. Eressia se incorporó con dificultad, completamente agotada.

-Lle… lleváosla a las mazmorras, con el resto de prisioneros. Será juzgada por sus crímenes.

Isura se lanzó a los brazos de la princesa.

-¡Mi señora! ¡Habéis vencido!

-No… no lo habríamos conseguido… sin ti, pequeña…

Eressia se apoyó contra un muro, todavía desnuda, desfallecida tras el asedio y el duelo. Ni siquiera tuvo tiempo de besar a la sacerdotisa antes de desmayarse.

 

 

 

 

 

 

Los exploradores de Grendopolán avisaron rápidamente de la presencia de un segundo ejército de Drakenwald marchando hacia la capital, compuesto por humanos y decenas de guerreros vampiro. Se decidió emboscar a los norteños de día, aprovechando la debilidad de los muertos vivientes durante ese periodo de tiempo.

La estrategia fue un éxito. El Ejército Durmiente junto a los supervivientes del ejército de Grendopolán bastaron para derrotarles antes de que supieran qué estaba sucediendo.

Lady Rávena despertó de su letargo abruptamente. Para su sorpresa, había sido arrancada de su ataúd y se hallaba prisionera en un potro para delincuentes. Su sorpresa fue mayúscula, además, cuando advirtió que dos jóvenes soldados de Grendopolán retozaban con su desnudo cuerpo. Uno de los muchachos la besaba, jugueteaba con su lengua en su boca, mientras el otro acariciaba y atusaba su sedoso pelo blanco.

¿Cómo? ¿Cómo demonios había acabado así? Al terminar la noche anterior, Rávena se había acostado en su ataúd pensando que la noche siguiente marcharía triunfalmente por las calles de Grendopolán, aprovechándose del éxito de la estúpida de Mordekai. Por fin, su amado rey Lord Onsnorth alabaría su valía, la felicitaría y manifestaría su afecto. Puede que la llamara a su lado y… ¿quién sabe? En lugar de eso, había despertado y esos jóvenes guerreros jugaban con su indefenso cuerpo albino. Intentó liberarse, pero era de día y el odiado sol mermaba sus poderes hasta hacerlos desaparecer.

Sobre su cabeza se hallaba una especie de lona que impedía el acceso directo de los rayos solares. Para su horror, comprobó que, pronto, el movimiento del sol provocaría que sus rayos impactaran directamente en su cuerpo.

Rávena abrió la boca para preguntar qué estaba sucediendo, pero uno de los guerreros aprovechó para insertarle una mordaza de aro que la obligaba a dejar su boca abierta y evitaba que usase sus colmillos. Sólo pudo balbucear y gemir. Aquello debía tratarse de una pesadilla, sí, debía estar soñando.

Lady Rávena sintió cómo los guerreros de Grendopolán, sus adversarios, jugueteaban con su expuesto culito, hurgando con sus dedos en su apretadito ano, mientras la gorda verga de uno de los jóvenes se introducía por su indefensa boca. Ella, Lady Rávena, la líder de los muertos vivientes del ejército de Drakenwald, estaba indefensa como una chiquilla. ¿Pero cómo? ¿Cómo era posible? Grendopolán estaba derrotado. ¿Cómo habían sido capaz de vencerla? No era justo. ¡No podía ser! Pero su ano tronchado por una buena verga de Grendopolán le indicó que si era posible. Rávena cerró los ojos y jadeó cuando el largo y grueso instrumento fue introduciéndose lentamente por su orificio anal.

Los guerreros aceleraron la mamada y la enculada. Querían aprovechar bien el cuerpo de su enemiga antes de que el sol la disolviera. Rávena sentía el grueso falo en su boca, exigiendo la debida atención y el otro mango incrustándose en sus intestinos. Pronto recibió un latigazo de caliente leche en su cara mientras el otro vigoroso joven se vaciaba en sus entrañas, dejándolas bien repletas de su viril crema. Ella nunca imaginó que acabaría así, sodomizada por dos muchachitos enemigos sin saber siquiera qué había pasado. La humillación fue tan grande que un orgasmo la invadió antes de que el sol acabara con su no-vida. No era justooo….

 

 

Eressia gimió, en el duermevela que precede al despertar. Sintió una inmensa placidez que fue convirtiéndose en un creciente placer que se extendía por su zona púbica. La princesa se agitó en sueños, gimiendo excitada. El placer aumentó paulatinamente, hasta el extremo de que su pene comenzó a crecer y crecer y sintió sin dificultado cómo su sexo se humedecía hasta empaparse. Las manos de la dormida princesa se aferraron a las sábanas y acariciaron a través de su camisón sus generosos pechos, sin ser capaz de abrir los ojos.

En sueños, le pareció sentir unos húmedos labios que subían y bajaban por el tallo de su falo, y una lengua que recorría concienzudamente su sexo. Eressia intentaba despertar pero sólo podía gemir en sueños. El placer alcanzó su cénit cuando sintió cómo un dedo se internaba en su encharcada gruta y otro se posaba en el arrugado agujerito de su ano.

Fue demasiado. Eressia, en sueños, estalló y pudo, por fin, despertar. Al abrir lentamente los ojos, jadeante, divisó a Isura, la sacerdotisa, su cabeza entre sus muslos, sonriendo con picardía mientras sostenía su húmedo falo y se relamía. Un hilillo de semen escapaba desde sus sonrientes labios.

-Buenos días, mi señora. ¿Habéis descansado bien?

La princesa sonrió, divertida.

-Un despertar inmejorable, mi querida Isura. Por los dioses, ¿cuánto he dormido?

Casi dos días, mi señora. Parece que lo necesitabais. Pero lo merecéis sin duda. Grendopolán está a salvo gracias vos.

-Más bien gracias a ti, mi sacerdotisa. Pudiste llegar a tiempo con el Ejército Durmiente para salvarnos a todos.

-Según han informado los exploradores, los últimos vestigios de los ejércitos de Drakenwald se han retirado a su reino, al norte, completamente derrotados. No creo que Lord Onsnorth tenga ganas de intentar una nueva incursión, por lo menos durante un buen tiempo.

-¿Qué sucederá con el Ejército Durmiente?

-He reflexionado sobre lo que dijisteis, mi señora, y tenéis razón. Mi primer pensamiento fue utilizarlo para conquistar Drakenwald y hacer pagar a esos malnacidos sus crímenes contra nuestro reino. Pero se trata de jugar con la nigromancia, mi señora, y hacerlo podría poner en peligro nuestras vidas y nuestras almas. Creo que lo más juicioso será devolverlo al templo de Lady Geneveva y rezar para que Grendopolán no vuelva a estar nunca más en peligro y no lo necesitemos invocar de nuevo.

-Es lo más sensato, mi sabia Isura. Disponer de ese ejército es el poder absoluto, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Creo que tendremos que ponernos de inmediato a reorganizar las defensas del norte.

Isura se despojó de su túnica. Debajo iba completamente desnuda.

-Claro que sí, mi princesa, pero antes de ello necesito gozar de vos. Me pusisteis terriblemente cachonda cuando derrotasteis a Mordekai.

Eressia gimió al sentir como la mando de la sacerdotisa se cerraba sobre su dormido pene y, masajeándolo suavemente arriba y abajo, lograba comenzar a hacerlo crecer de nuevo.

-¿Te había dicho que eres insaciable?

-De vos lo soy siempre, mi señora.

La sacerdotisa Isura, desnuda, se montó a horcajadas sobre las caderas de la princesa y ella misma se empaló con el grueso falo de la princesa y comenzó a cabalgarla. Ésta gimió y jadeó cuando contempló cómo a cada embestida, los apetecibles y menudos pechos de su sacerdotisa saltaban descontrolados y la muchacha cerraba los ojos y mordía su labio inferior para no gritar.

-Mi señora… ¡os amo, mi señora!

-¡Isura! ¡Isura!

Las dos mujeres llegaron al orgasmo casi a la vez, gritando y abrazándose como si quisiera ser sólo una, cayendo extenuadas sobre la cama, dos cuerpos húmedos de sudor y flujos, entrelazados como una sola figura.

 

 

Las leyendas del Reino de Grendopolán no acaban aquí. Se cuenta que unos años después, tras el fallecimiento de la reina Iselain, su hija Eressia, de quien se decía que tenía ascendencia divina, reinó como la monarca Eressia I, una reina justa y sabia que supo traer paz y prosperidad a sus súbditos, reinando junto a su amada, la sacerdotisa Isura. No obstante, también se narra que el malvado monarca del Reino de Drakenwald, el nigromante Lord Onsnorth, furioso por su derrota, tramó un plan para vengarse y poder apoderarse del Ejercito Durmiente y que…

 

Pero eso, como suele decirse, es otra historia.