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Incidente Nueva Roanoke (1)

en Grandes Series

 

 CAPITULO I – El joven de los ojos tristes

 

-Atención, nave no identificada, aquí la oficial Lilith Leguin, de la nave de rescate HLS Calipso. ¿Pueden oírme? Repito: ¿Pueden oírme?

 

 

 

Silencio.

 

 

 

Me callo y desconecto el canal de comunicación mientras vuelvo a observar el gigantesco pecio espacial en la pantalla principal del puente de mando.

 

 

 

La nave es negra. Las terribles cicatrices que se abren en el silencioso gigante habrían aniquilado a una más pequeña. En ésta, el enorme impacto que estuvo a punto de partirla ha dejado una boca irregular por donde nuestra nave, menos intimidante y bastante más pequeña, cabría con holgura.

 

 

 

Puede que el enorme titán sea un cadáver flotante. Pero la señal de auxilio sigue conectada. A pesar de lo que pueda parecer, es bastante cómun.

 

 

 

Aquí, en lo más profundo de la Extensión de Coronus, más allá del sector Calixis, los asteroides, las nebulosas, las nubes de gas ionizadas, las singularidades gravitacionales inesperadas y otras fuerzas siderales desconocidas, bullen en una esfera de veinte pársecs de radio. Ni el más avezado de los capitanes sortea esta región sin problemas. No obstante, realizar los pliegues a través de ella ahorra un precioso tiempo, ventaja que ningún comerciante ambicioso puede ignorar.

 

 

 

Muchas naves sufren accidentes, accionan sus balizas de emergencia en espera de una ayuda que nunca llegará y terminan siendo cascos huecos llenos de muerte.

 

 

 

Todos contemplamos en silencio el oscuro gigante en la pantalla. Un inmóvil coloso a la deriva por toda la eternidad. El contramaestre Hans, a mi lado, murmura entre dientes en inglés arcaico.

 

 

 

-Day after day, day after day,

 

We stuck, nor breath nor motion,

 

As idle as a painted ship

 

Upon a painted ocean.

 

 

 

-¿Qué coño farfullas, Hans? -Pregunta Klaus, el capitán.

 

 

 

Hans permanece en silencio, por lo que me veo obligada a responder yo a la pregunta del capitán.

 

 

 

-La Balada del Viejo Marinero, de Samuel Taylor Coleridge, señor. Un poema antiguo del año mil ochocien...

 

 

 

Hans me interrumpe en mi explicación, con su voz gruñona.

 

 

 

-Cállate, cabeza de hojalata.

 

 

 

Su grosería ni siquiera me molesta. Es conocida la animadversión del contramaestre por cualquier forma de vida sintética. Hans se gira hacia el jefe de la nave.

 

 

 

-Es una nave negra, capitán. El color de los muertos. Tengo un mal presentimiento.

 

 

 

Hans, como muchos otros veteranos tripulantes espaciales cuya salvaguarda de una fría muerte en el vacío es un mamparo de acero, es muy supersticioso. No respondo nada. Los androides no hemos sido programados para la irracionalidad.

 

 

 

Klaus se rasca la barba de tres días.

 

 

 

-No responden a la radio, pero pueden tenerla averiada. La baliza está activa y los sensores detectan emisiones de neutrinos. El reactor está encendido, puede que el soporte vital todavía funcione. Hay que probar, tal vez haya alguien vivo. Preparaos. Os quiero dentro en diez minutos.

 

 

 

Hans se encoge de hombros mientras iguala velocidad y dirección con el infortunado pecio espacial mientras sigue mascullando entre dientes.

 

 

 

-Una nave negra como la muerte.... Nada bueno puede salir de esto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nueve minutos después, cuatro tripulantes y yo nos ajustamos los servotrajes de vacío. El temblor de los motores de la nave se extiende por todo mi cuerpo. En pocos segundos, la cápsula a nuestro alrededor nos transportará hasta la nave espacial

 

 

 

-¿Miedo, James? Siempre he dicho que los de Nueva Europa sois un poco mariquitas.

 

 

 

-Vete a la mierda, Johnsos, claro que no tengo mie...

 

 

 

La desagradable voz del contramaestre Hans se deja oír fuerte y clara por el intercomunicador, monitorizándonos desde el puente de mando.

 

 

 

-¡Joder, callaos los dos! ¡Dejad el canal limpio!

 

 

 

Ambos se callan. Contemplo a James. Aunque a los androides como yo se nos dé mal discernir las emociones humanas, sé que miente. Debe estar aterrorizado. Es la primera vez que participa en un asalto a una nave. De verdad, claro, no en un simulador.

 

 

 

La cápsula ha partido de la Calipso y se acerca a la nave naufragada. Es un trayecto corto, pero peligroso. Cualquier cosa puede salir mal. El más mínimo fallo puede vaporizarnos contra la mole frente a nosotros o dejarnos a la deriva hasta morir de inanición. Incluso mi fría mente racional siente el transcurso del tiempo como una agónica eternidad. Por fin notamos el golpe al acoplarse contra el negro casco del pecio espacial. Salimos al exterior con nuestros trajes presurizados. En silencio, sólo escuchamos nuestras respiraciones.

 

 

 

La sensación de vacío, el vértigo al contemplar la inmensidad del espacio, no saber dónde está "arriba" y dónde "abajo". El estómago sube y baja, la boca se seca y no puedes retirar el sudor que resbala por tu frente. Creo que nunca acabas de acostumbrarte.

 

 

 

Como tampoco nunca lo haces a la visión del naufragio. La maltrecha piel de la nave se ve iluminada por los focos de las luces de nuestros trajes.

 

 

 

Trago saliva. Una reacción muy humana, me digo a mi misma.

 

 

 

Diez cubiertas abiertas violentamente al frío del vacío. Sé que el resto de mis compañeros, al igual que yo, visualizamos al unísono los últimos momentos de la nave, nos hacemos una imagen del horror de la muerte por congelación y asfixia del centenar de almas que pasearían, trabajarían, comerían o dormirían en esas secciones, en esos corredores, bodegas y compartimentos ahora fríos y muertos. Un cadáver de piel momificada flota a escasos metros, enganchado su pie a un hierro retorcido, contemplándonos con ojos vacíos y una sonrisa esquelética por toda la eternidad.

 

 

 

Escucho un murmullo por los intercomunicadores. Una ahogada plegaria. Se dice que no hay ateos en las trincheras. Contemplando la visión de muerte y desolación, creo entender la expresión humana.

 

 

 

Con algo de aprensión, enfoco el haz de luz para leer la inscripción del deteriorado traje del cuerpo, cuyas cuencas oculares parecen taladrarme.

 

 

 

"Érebus".

 

 

 

Es uno de los nombres del Inframundo, el infierno en la mitología griega.

 

 

 

-Oficial Lilith, a su derecha. –La voz por el intercomunicador me saca de mis cavilaciones.

 

 

 

Giro con dificultad el molesto traje antes de avanzar. Aprensivamente, mis compañeros dejan que encabece la marcha. Después de todo, soy el robot, la prescindible, construida para correr los riesgos que los humanos no quieren correr. Al fondo de uno de los negros corredores, se encuentra lo que parece una escotilla, una esclusa con una luz roja parpadeante. Tras ella, burlones fantasmas hambrientos aguardan nuestra llegada.

 

 

 

Y entonces, la negrura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me desperté sobresaltada. ¿Había gritado?

 

 

 

Durante un microsegundo me pregunté dónde estaba. En una fracción de segundo, se hizo la luz. Los procesadores habían cargado toda la información en mi cerebro.

 

 

 

Eran las ventajas de ser una androide modelo STERNACH-X-4000. Un cerebro positrónico de última generación, insertado en un cuerpo sintético indistinguible al de un ser humano. En apariencia, mi cuerpo era el de una mujer en la veintena, de metro sesenta, pelo de intenso color rojizo teñido, cortado hasta la nuca, de profundos ojos color ámbar y un cuerpo bien torneado con bastantes tatuajes. Capaz de levantar quinientos kilos sin mucho esfuerzo, además.

 

 

 

Tumbada en el camastro, observé perezosamente las manchas en el techo del camarote. La pintura había conocido tiempos mejores, a pesar de pertenecer a uno de los camarotes de la reciente Estación Espacial Hades, en órbita sobre el planeta Nueva Roanoke. Las manchas parecían trazar patrones desconocidos, como si tuvieran algún significado oculto. Me gustaba contemplarlas, sin pensar en nada concreto.

 

 

 

El muchacho me miraba desde el pie de la cama.

 

 

 

-¿Una pesadilla?

 

 

 

Sonreí sin humor. Los androides no podemos tener pesadillas.

 

 

 

-Recuerdos. De hace mucho tiempo. No... no quiero hablar de eso.

 

 

 

Desde hacía exactamente cientocuarenta y dos días, desde mi nueva reprogramación, tenía el mismo sueño inconcluso. Sabía que debía deberse a algún fallo del sistema, a una anomalía en el borrado de memoria de mi anterior cometido. A los robots nos borran la mente tras las misiones que nos encomiendan, eso nos hace más fácilmente manejables al no tener recuerdos ni experiencias anteriores. Todo apuntaba a que mi cerebro positrónico, insertado en un cuerpo anterior, en una... "vida anterior", fue una androide de una nave de salvamento en la extensión de Coronus. Y no debería, pero recordaba fragmentos.

 

 

 

¿Qué... qué sucedió tras aquella puerta, en aquella nave negra? Era incapaz de recordarlo. Y aquello me obsesionaba.

 

 

 

Permanecimos en un silencio incómodo durante un corto espacio de tiempo. El chico estaba desnudo y pude admirar su hermoso cuerpo. Era delgado, de corto cabello rubio. No debía tener más de veinticinco años. Se llamaba David, un técnico de mantenimiento de la Estación Espacial. Su mirada era desvalida, triste, atormentada. Quizás eso fue lo que me atrajo de él en la cantina.

 

 

 

Se dice que los androides no estamos vivos. Que somos seres programados, carcasas sin vida compuestas de silicio, carne artificial, solución proteínica, bits y electricidad. Me niego a creerlo. Me niego a aceptarlo. Soy igual que un ser humano. Aunque con una programación, tengo voluntad propia, libre albedrío. Comparto los sueños y los miedos de los seres humanos. Quiero amar y ser amada. Quizás por eso le abordé en el bar de la estación, por desafiar a mis programadores, por demostrar que estoy viva. Hablamos, bebimos, nos besamos, fuimos rápidamente hasta su camarote y follamos como si no hubiera un mañana.

 

 

 

La voz de David sonó algo nerviosa, insegura.

 

 

 

-Claro... No pretendía...

 

 

 

David no sospechaba siquiera que yo fuera una androide. Hacía mucho tiempo que los robots aprobábamos el test de Turing con nota.

 

 

 

No obstante, me costaba identificar las emociones humanas. Supuse que el muchacho creía haberme molestado. El instinto –o mi programación- me impulsó a levantarme y deslizarme sensualmente hasta él. Le abracé por detrás, mientras sentía mis pechos aplastándose contra su espalda. Giró su cabeza y nuestros labios se juntaron y mi mano se cerró sobre su incipiente erección.

 

 

 

-Eres preciosa… No sé cómo anoche te fijaste en m…

 

 

 

Tapé sus labios con los míos mientras le obligaba a tumbarse en la cama y me sentaba a horcajadas sobre él. No tuve que decir más. En realidad no me dejó. David se incorporó, me besó, guiado por su impulso juvenil. Besó mis labios, mi cuello, mis senos, mordió mis pezones, muy despacio. Su pene estaba duro como una roca y lo rocé contra mi clítoris, excitada como hacía mucho que no estaba.

 

 

 

Muchos piensan que los androides no somos sino frías máquinas sin vida incapaces de sentir cualquier emoción y mucho menos, placer. Se equivocan. La programación está ahí. Dolor, placer, amor... puedo sentirlas como cualquier ser humano. La sinapsis no deja de ser muy similar entre ambas especies. En una, un impulso nervioso entre una neurona y una célula receptora. En otra, una corriente eléctrica entre neuroreceptores sintéticos.

 

 

 

Gemí en su oreja y la mordí con más fuerza de la que pretendía. "Fóllame..."

 

 

 

El muchacho, dolorido y algo enfadado por el sorpresivo dolor, me tomó las manos y me dio media vuelta. Me excitó saberme completamente desnuda, con las manos sujetas, vulnerable e indefensa, aunque pudiera librarme de su presa con suma facilidad. Estaba desnuda, de espaldas a él, sintiendo su boca y su aliento jadeante por la excitación en mi cuello, sus manos sujetando las mías con mucha fuerza y notando la presión de su erección empujando contra la regata de mis nalgas. Sonriendo, le pregunté:

 

 

 

-¿Y ahora? ¿Qué pretendes hacer?

 

 

 

-No lo sé...

 

 

 

-¿Por qué? ¿Te acobardaste?

 

 

 

Con una mano, David sujetó con fuerza mis manos y con la otra me tomó del hombro.

 

 

 

-No... No me acobardé, sólo quiero jugar. -Y deslizó su mano lentamente por todo mi cuerpo.

 

 

 

Mis senos, mis pezones duros como piedras por el deseo que me invadía, mi culo y mis piernas fueron las víctimas de su juego, sus dedos parecían plumas en mi piel... pellizcó suavemente mis pezones arrancándome un leve suspiro.

 

 

 

No quería demostrarle que me derretía entre sus brazos, pero el calor del momento me traicionaba. Cuando sus dedos llegaron hasta mi vagina, la encontraron completamente encharcada. Apenas pude mantenerme erguida, mis piernas temblaban de placer, próxima al orgasmo.

 

 

 

Fue suficiente. Con facilidad me liberé de su abrazo y le tumbé sobre la cama. La boca de David buscó la mía, su lengua se entrelazó con mi lengua antes de empujarle. Con un ronco gruñido me empalé en su enhiesto falo. Ambos gemimos. Casi grité.

 

 

 

El muchacho jadeaba.

 

 

 

-No... no puedo más... Me voy a correr si no...

 

 

 

-Córrete dentro. Uso anticonceptivos. -Gruñí, mi voz ronca de placer. Era mentira, pero no importaba. Las androides no podemos quedarnos embarazadas.

 

 

 

Le monté con una feroz cabalgada, moviendo espasmódicamente las caderas arriba y abajo, mordiendo mi labio para no gritar. El clímax llegó rápido. Una explosión de datos e impulsos eléctricos que indicó a mi cerebro de platino e iridio que el orgasmo había llegado. Arqueé la espalda hasta casi romperme mientras gemía lastimeramente. Frente a mí, David jadeó y eyaculó en mis entrañas. Ambos nos abrazamos, hasta quedar tendidos y sudorosos sobre el camastro.

 

 

 

Respiré exhausta para normalizar mi respiración, aunque los robots no pudiéramos ahogarnos. Miré al techo. Creo que los humanos llamaban a esto la petit mort. ¿Era realidad? ¿Había sentido un orgasmo? ¿O era sólo una línea de programación de un código insertado en mi sistema? Quizás nunca fuese capaz de saberlo.

 

 

 

Tan sólo sabía que me gustaba hacerlo. Me gustaba follar. Me gustaba correrme. ¿Amaba a David? Probablemente no, pero sin duda le deseaba. Jugueteé con un dedo por los rubios rizos de su pecho. Me sonrió pero su mirada era distante.

 

 

 

-Buffff... Eres fuerte… ¿Eres militar? ¿Una de los soldados que llegaron ayer por el incidente en la colonia? ¿Vas a bajar a Nueva Roanoke?

 

 

 

Asentí. Me estiré hasta la mesilla y cogí uno de los cigarrillos sobre la mesilla. Lo bueno de ser un androide es que los malos hábitos humanos no pueden dañarte. Mi rostro se iluminó un instante como el fogonazo de un disparo mientras el encendedor quemaba el cigarrillo. Aspiré el humo.

 

 

 

-No puedo decirte mucho, David. Ya sabes cómo son estas cosas. Todo es clasificado. De todas formas, seguro que sé menos que tú. Sólo nos han dicho que todos los colonos de Nueva Roanoke desaparecieron de un día para otro.

 

 

 

David permaneció pensativo, como si hubiese algo que quisiera pedirme y no se atreviese.

 

 

 

-Eso... eso es lo que nos han dicho. Han cesado todas las comunicaciones con la colonia. Nadie responde ahí abajo. Cuatro mil colonos...

 

 

 

Le tendí un cigarrillo pero negó con la cabeza.

 

 

 

-Me gustaría advertirte... De... De Nueva Roanoke...

 

 

 

David calló, como si quisiera poner en orden sus ideas.

 

 

 

-Debería empezar por el principio. ¿Sabes? Mi padre fue uno de los descubridores de este planeta. Bueno, quizás "descubridor" no es el término correcto... Yo...

 

 

 

Sentí cómo temblaba entre mis brazos, como si mil cosas se agolpasen en su mente sin saber explicarse.

 

 

 

El muchacho contempló en una de las paredes la proyección del verde planeta en la holopantalla. Una planeta con un clima muy similar al de la tierra. Incluso levemente mejor. Montañas, junglas. El planeta era un vergel, el paraíso, se decía. David sufrió un escalofrío.

 

 

 

-Nueva Roanoke es... especial... Tiene algo... Siniestro.

 

 

 

-Es un planeta, David. Simplemente eso. Como tantos otros.

 

 

 

Me miró con desafío.

 

 

 

-¿Ah, sí? ¿Cómo explicas que Nueva Roanoke fuese descubierto hace sólo cinco años? Estamos en pleno Sector Calixis, una de las zonas mejor cartografiadas de la galaxia. Hace seis años no había nada aquí, en el sistema Xibalba. Una estrella enana naranja y dos gigantes gaseosos. Y un año después ¡zas! Aparece un exoplaneta.

 

 

 

David siguió mirándome, hablando con la pasión tan característica de los humanos y que yo envidiaba profundamente.

 

 

 

-Y qué planeta... Un mundo fértil, un paraíso que desbordó todas las expectativas de los jefazos. El informe que presentó la Junta Colonial a la Alta Autoridad Terrana lo clasificó como sujeto de colonización A1, siendo el primer caso que alcanzaba la calificación máxima. Un planeta imposible de ignorar. El sueño húmedo de la Junta Colonial. De hecho, se encargó la supervisión de la colonización a dos de las máximas autoridades en Física Aplicada y Energía: Los doctores Yun y Schneider. Todo era perfecto. Demasiado. Casi... casi como si fuese una trampa.

 

 

 

Me encogí de hombros.

 

 

 

-Probablemente fuese un fallo humano la primera vez que se explorase el sector.

 

 

 

David me miró con fijeza. Vaciló, como si no se atreviese a hablar.

 

 

 

-Hace… hace cinco años, la Nave Científica Asilus Lore, en misión de investigación cerca del Agujero Negro de Helheim, recibió una señal. Era un hecho extraordinario, increíble. Al límite del horizonte de sucesos, el punto de un agujero negro en el cual la velocidad de escape necesaria para alejarse del mismo coincide con la velocidad de la luz, por lo que nada, incluyendo los fotones, puede escapar por la atracción, les llegó una señal en bucle, con un mensaje acústico codificado.

 

 

 

»Sorprendentemente, fue muy fácil descifrarla. Tardaron más tiempo en determinar su autenticidad, para asegurarse de que no se tratase de un error o incluso de una broma. Se trataba de un mensaje, emitido en neo-inglés. Parecía un poema, un galimatías que hablaba de algo parecido a que la gravedad es deseo, el tiempo es perspectiva, enfrentarse a los miedos y trascender. Y estaba dedicado personalmente al capitán de la Asilus Lore, el científico Albert Desmodeus.

 

 

 

David hizo una pausa, dudando sobre si continuar o no.

 

 

 

-La señal, bueno… La señal era bastante anterior al nacimiento de Albert Desmodeus. De hecho, puede que fuese anterior a la civilización humana.

 

 

 

Di una larga calada antes de expulsar el humo.

 

 

 

-Eso, por lógica, es imposible.

 

 

 

-Lo sé. Los agujeros negros no componen poemas de amor.

 

 

 

-¿Cómo sabes todo eso?

 

 

 

-Albert Desmodeus era mi padre.

 

 

 

Miré a David, invitándole a que siguiese hablando.

 

 

 

-¿Qué sucedió?

 

 

 

-El mensaje era incompleto. Había que acercarse más al agujero negro para poder intentar acceder a toda la información. Era arriesgado. Había múltiples distorsiones espaciales y curiosos efectos de lente. Pero mi padre no lo dudó. Aquello era una fuente impresionante de valiosos datos. Y un enigma increíble. Y mi padre amaba los enigmas.

 

 

 

»No permitió que nadie más pusiera su vida en peligro. Él solo, pilotó una de las naves monoplazas de exploración y se dirigió hacia el agujero negro. Quizás... Quizás sabía que no volvería. Quizás consideró que su vida era un sacrificio válido para la información telemétrica que la nave pudo recoger. Mi padre no dudó y fue hacia el corazón del agujero.

 

 

 

La voz de David temblaba.

 

 

 

-Después... la realidad se dobló y la gravedad se desenrolló. La nave se esfumó de los sensores de la Asilus Lore. Desapareció, sin más. Mi padre... desapareció.

 

 

 

Durante un momento, la voz de David se quebró. Pensé que lo correcto sería reconfortarle y me dispuse a colocarle una mano en su hombro, pero se rehízo antes de poder hacerlo y siguió hablando.

 

 

 

-El informe termina ahí. Los datos que mi padre logró transmitir supusieron un impulso enorme en la investigación de la Física. Pero hubo algo más. Sus compañeros de la Asilus Lore hablaron después conmigo.

 

 

 

»Lo que después me contaron los científicos de la nave no tiene sentido... Sé que es increíble, pero me dijeron que mi padre logró hablar tras desaparecer. Dijo "He pasado". Sé que parece imposible... La nave había desaparecido. No... no estaba ya en nuestra realidad. El agujero negro se la había tragado. Pero dijo: "Está oscuro, pero eso no es un problema. Podemos vivir a oscuras. Nunca lo había pensado. Pero claro, podemos estar aquí eternamente, donde el gusano espera...". Después, transmitió unas coordenadas en algún lugar del sector Calixis. Después... La comunicación cesó definitivamente.

 

 

 

»El comandante de la nave científica me contó que él mismo recogió esa parte en su informe preliminar, pero que en el informe final no se publicó. Supuso que la Junta Colonial lo censuró porque lo consideraron los desvaríos de un loco.

 

 

 

David giró su cabeza hacia mí. Su mirada era intensa.

 

 

 

-Pero creo que no fue por eso. Las coordenadas que la Junta Colonial censuró correspondían a un punto en el espacio en el que en las cartas estelares del día anterior no había sino vacío. Y al día siguiente, al comprobarlo, había aparecido allí un planeta de la nada. Un planeta con un grado de prioridad de colonización A1. El que estamos ahora orbitando.

 

 

 

La mirada del muchacho me perforaba. Durante unos segundos aparté la vista antes de musitar.

 


-Nueva Roanoke.

 

-Exacto. Quise enrolarme en la misión de colonización, pero no fui aceptado por problemas de salud. Vine aquí en cuanto cumplí la mayoría de edad, a trabajar en la Estación Espacial. Soñé que mi padre estaba vivo, en Nueva Roanoke... y me llamaba desde la oscuridad, en oscuros laberintos deformados e imposibles. Tenía la esperanza de poder bajar hasta la superficie y buscarle.

 

 

 

David volvió a contemplar la holopantalla, donde ambos vimos la superficie verde y azul del planeta.

 

-Algo... algo nos encontró desde un lugar de más allá del espacio. Y nos ha conducido hasta aquí.

 

No dije nada. Pensé en esa historia tan inverosímil. Mis circuitos de iridio llegaban a la conclusión de que aquel muchacho estaba desequilibrado. Otra parte de mí sabía que David no me había mentido. Y me pregunté qué iba a encontrar en ese planeta cuando dentro de dos días pusiera pie en la superficie.

 

Continuará...